El rapanui es la lengua más aislada del mundo en términos geográficos y hoy es hablada por solo mil personas, en medio de un creciente mestizaje. El yagán es la más austral del planeta y fue declarada extinta con el reciente fallecimiento de la última hablante nativa. El futuro de ambas depende de un plan preescolar en la isla polinésica del Océano Pacífico y de algunas acciones espontáneas de difusión en la isla Navarino, en Tierra del Fuego. Análisis de su interrelación con el idioma español desde la perspectiva.
Todas las lenguas nativas del mundo representan a culturas únicas, con identidades irrepetibles. Algunas se han salvado —no hay otra forma de decirlo— y siguen conviviendo con idiomas dominantes, como el español, en cada área geográfica. Otras nos rememoran mundos extraviados o definitivamente perdidos.
Me referiré a dos lenguas muy singulares: el vananga rapanui de Isla de Pascua, la más aislada del planeta en términos geográficos, y el yagankuta, la más austral del mundo. Ambas son isleñas. La primera se salvó de desaparecer casi milagrosamente cuando la población se redujo a un centenar de personas; la segunda acaba de extinguirse, junto con la partida de su última hablante, Cristina Calderón. Es una historia triste y repetida en nuestra América del Sur y en esta Tierra que compartimos, aunque nuestras palabras, aquí y allá, vayan teniendo tan distinto destino.
Nos preguntamos en este IX Congreso si ha sido la lengua española un vehículo para conocer las lenguas indígenas. Sin duda, en América ha habido y sigue habiendo un gran aporte de lexicógrafos, lingüistas y gramáticos para llevarlas a la escritura y estudiar las palabras de estos pueblos antiguos. Sin embargo, los primeros y más significativos esfuerzos de recopilación y estudios han provenido desde otras lenguas, como el diccionario y la gramática yagán-inglés de Thomas Bridges, de 1865 —una pieza clave que alcanzó a reunir 32.000 vocablos, cuando nuestro diccionario de la RAE contaba, en 1869, con 60.000 voces— y el estudio temprano y acucioso del rapanui por Sebastián Englert, sacerdote, lingüista y etnólogo alemán.
Mi especialidad son las memorias con fuentes primarias. El vínculo con los relatores ha sido a través del español, con sus interesantes variedades dialectales. Se trata de comunidades biculturales, la española americana continental por un lado y las propias por el otro. Debido a las diferencias en la evolución y características de cada experiencia de mestizaje y transculturación, es mucho más marcada la raíz polinésica en el caso de los rapanui que la yagana en la etnia austral.
Ambos pueblos se han sentido quebrantados durante décadas con la amenaza de perder sus lenguas, conscientes de los graves efectos que tendría para sus comunidades. Estudiarlas no era mi objetivo. Escribo sobre hechos de sus culturas ocurridos en el siglo XX y que, por lo general, tienen que ver con situaciones muy sensibles y dramáticas. Reconstruyo sus historias en determinados periodos y con las voces de los protagonistas y testigos de lo que relatan. Como escribían los notables cronistas españoles de la colonización en Chile, «lo que por mis ojos vi y por mis pies anduve».
Mi primera investigación con yaganes fue en los años setenta. Su territorio está situado al final de América del Sur, entre el canal Beagle y el Cabo de Hornos. La única entrevistada era Rosa Yagán, nacida a fines del siglo XIX. Ella decía palabras como akainij, wátuwa, wolapatuj, kaiowala, kashpij, akar, arwa y algunas tan curiosas, como ajká, que en yagán equivale a nuestro «¡ay!» como expresión de dolor; todo, en medio de un esforzado relato en español que por su especial sintaxis adquiría un ritmo casi poético, en especial cuando nombraba los topónimos.
Eran vocablos que representaban acontecimientos, objetos o creencias de su pueblo y de ningún otro, una visión de mundo muy ligada a su lengua. Rosa era capaz de traducir, pero inevitablemente, al contar un mito o una historia de la vida diaria, recurría al yagán. También podía hablar y entender un inglés básico, porque había vivido en las misiones anglicanas en su región.
Diez años después emprendí otra investigación testimonial con las dos últimas hablantes, en propiedad, de ese idioma austral, las hermanas Úrsula y Cristina, también últimas no mestizas de su pueblo. No había frases en yagán en sus relatos y surgían pocas palabras en su lengua en el curso de cada conversación. Tenían plena capacidad de expresarse en español y traducían solo cuando yo se lo solicitaba. Eran yaganas hasta la médula y hablaban perfectamente su idioma, pero solo entre ellas. Sabían que nadie después de ellas lo hablaría. Su contacto con hispanoparlantes había sido constante y parecían haberse acostumbrado a relatar lo propio sin pensar en yagán. Un real bilingüismo.
Fue similar la experiencia con la cultura rapanui en dos sucesivas investigaciones en esa afamada isla situada en medio del océano Pacífico y conocida también como Isla de Pascua o Easter Island. La primera fue a partir de 2007 con 30 informantes ancianos, la mayoría con escasa o nula instrucción y una variante dialectal del español muy particular, en la que a menudo utilizaban palabras en su idioma en las conversaciones, sin que dejara de ser un relato en español.
Su lengua, áspera y esencial, había sobrevivido a la dramática reducción de la población isleña desde unas 15.000 personas a solo 112 después de los asaltos de buques esclavistas entre 1859 y 1862. Su escritura jeroglífica, como es sabido, quedó indescifrada hasta hoy, excepto si se considera a las famosas y enrevesadas tablillas de glifos kohau rongo rongo como recursos de mnemotecnia.
En una segunda investigación, con solo cinco años de diferencia, las fuentes primarias consultadas aumentaron en número y en escolaridad, pero disminuyeron en edad debido al tema. Una base norteamericana se había instalado en la isla a mediados de los años sesenta, lo que generó muchos beneficios y también mestizaje en la comunidad. Comunicarse en inglés fue prioritario, a la vez que se repetía el fenómeno de la lengua yagán, es decir, no eran frecuentes las palabras en rapanui dentro del relato en español. Ya no parecían imprescindibles ciertos vocablos relacionados con sus tradiciones y tampoco primaban las tradiciones en sus discursos, sino los hechos nuevos que envolvían su cultura. La visión de mundo y la lengua con que la explicaban se acercaba mucho más hacia lo continental, lo chileno.
¿Cuál es el estado actual del yagán? No hay hablantes en la comunidad insular ni continental. Una nieta mestiza de quien fuera hasta febrero de 2022 la última hablante nativa, que vive en Alemania, lo estudia con uno de los dos lingüistas extranjeros que dominan el idioma. Ella ha hecho circular algunos pequeños textos de palabras y frases de uso cotidiano.
Sobre el vananga rapanui, Paul Kievet, autor de A Grammar of Rapa Nui, reduce su uso a mil hablantes, de una población actual de unas 7.000-8.000 personas, aunque un 40 % proviene de Chile continental. Otros investigadores consideran cifras entre dos mil y tres mil hablantes. La variedad dialectal del castellano estaría casi a la par de la variedad estándar de la lengua castellana. Podría decirse, a nivel general, que entre los isleños ambas son deficitarias, pero cada vez lo es menos el castellano.
Muchos de los rapanui son plurilingües —hablan francés, español, rapanui e inglés— y su lengua vernácula se caracteriza por un gran sincretismo: tiene préstamos del tahitiano (mahatu, corazón, querida); del francés (bonui, buenas noches), del inglés (puka, libro, por book) y español (tatane por Satán). Además, presenta latinismos, grecismos, polinesismos, tonganismos y maorismos. Los rapanui estuvieron confinados en su isla durante gran parte del siglo XX, sin carnet de identidad ni derechos ciudadanos hasta 1966, y hoy son grandes viajeros y a la vez interactúan con turistas de todo el mundo.
La interculturalidad bilingüe guiada por el Estado no ha dado resultados. La comunidad reconoce que la familia es el motor de la revitalización. En los colegios definidos como bilingües no hay profesores bilingües. Solo desde 2016 se aplica una experiencia que emula a Nueva Zelanda con los nidos lingüísticos, pero los estudiantes que se incorporan al jardín preescolar de inmersión deben tener al menos un familiar que hable la lengua en casa.
El español desplazó en las escuelas a estas dos lenguas de Chile, por decisiones políticas gubernamentales, y se constituyó en el medio para que pudieran insertarse con éxito en la educación superior y obtener trabajo en sus propias islas o en el resto del territorio nacional. El mestizaje fue muy gravitante para dejar de hablarlo en familia.
En Chile, el mapudungun, lengua del pueblo mapuche, dejó sus huellas en el español con muchas palabras que hoy están incorporadas a nuestro hablar cotidiano y al Diccionario de la lengua española, como cahuín, chaucha, choclo, copucha, curanto, guata, huincha, pololo, poncho, quiltro o ruca. En el otro extremo, el yagán ni siquiera ha logrado incorporar un saludo a modo de anécdota, en tanto que del rapanui solo se repite como gesto simpático el iorana, bienvenida que en realidad fue importada desde otras islas de Polinesia.
Para el vananga rapanui se augura su desaparición, debido al creciente mestizaje, a pesar de la gran autoestima de los isleños. Entre los yaganes hay cierto desconcierto y la intención de recuperarlo. En ambos casos, el bilingüismo ha sido una ilusión.
Como realidad esperanzadora menciono el caso del muchik en Perú, en la zona de Chiclayo (Lambeyeque), que después de 92 años de haber fallecido el último hablante ha logrado que 80 profesores primarios y secundarios aprendan esa lengua del señor de Sipán. Habrá que confiar en los milagros; pero también contribuir, quienes amamos y cultivamos nuestras espléndidas palabras del español, a que otras comunidades no pierdan las suyas, porque son la raíz más profunda y esencial de nuestra América.