Es un honor para mí dirigirles estas palabras. Agradezco de modo muy especial la invitación a participar en el V Congreso Internacional de la Lengua Española y espero contribuir a pensar sobre las relaciones que se tejen entre la comunicación y la lengua, con el propósito de construir un espacio hispánico de comunicación.
La lengua y la comunicación son, en Iberoamérica y en el mundo, parte esencial de la vida de los pueblos. Empero, se asocia y se reduce la comunicación a los medios masivos, a los soportes, o a la tecnología, lo cual despierta interpretaciones diferentes, de deslumbramiento en algunos casos y de profunda crítica cultural en otros. Al identificárse con la tecnología y las máquinas, prima una visión instrumental de la comunicación y la fascinación frente a lo técnico, relegando u ocultando a los usuarios, hombres y mujeres de toda edad. Éstas y éstos se apropian de la comunicación en sus diversas formas y la convierten en enlaces, vínculos, expresiones de solidaridad, ejercicio de la libertad, buscando construir espacios de convivencia con relaciones sociales más justas y democráticas.
El crecimiento y extensión en el mundo de la lengua española, en su uso cotidiano y en la red, es motivo de celebración para los hispanohablantes. Sin embargo, nos urge incorporarnos, en tanto comunidad iberoamericana, de un modo más activo en la creación de contenidos, porque si bien la presencia del castellano destaca entre los primeros lugares cómo lengua en el mundo, no es suficiente. Por tener atraso en esa materia será necesario sumar esfuerzos destinados a producir contenidos escritos y audiovisuales que, circulando en la red, nos permitan conocernos, leernos y mirarnos, para avanzar en conservar y nutrir nuestra cultura, a través de la lengua y una comunicación vivas. Es nuestro gran reto.
Pienso que la vocación de este V Congreso de la Lengua Española es mirar a Hispanoamérica y su futuro. Añadiría, siguiendo a Durkheim, que ante los discursos que anuncian el desvanecimiento de lo viejo y su inutilidad, el capitalismo habría provocado el estallido de la solidaridad mecánica —el vínculo tradicional del individuo con sus grupos— para el advenimiento de una nueva forma de solidaridad moral superior —la orgánica— propia de cada persona en particular, facilitada por un Estado que representa al individuo y le da un lugar fundamental a la vida cívica. Sin embargo, el egoísmo desenfrenado, la desconfianza, la ilegitimidad del Estado en algunos casos, además de la pobreza y la exclusión, llevan nuevamente a interrogarse sobre la convivencia, la comunicación y la democracia. ¿Está contribuyendo la lengua a edificar sociedades más a la altura del respeto que merece la persona humana? ¿Constituyen la equidad y la inclusión valores y logros de la comunicación en nuestros países?
Pasemos a revisar algunos tópicos.
Tomando las palabras de Walter Ong, las tecnologías no han sido sólo recursos externos del ser humano, sino transformaciones de su conciencia (Ong, 1987). La oralidad y sus relaciones con la escritura y la tecnicidad electrónica resultan ser indispensables para comprender que ocurre en esta época en que nos toca vivir. Para mi compatriota Virginia Zavala (Zavala, Virginia, Niño-Murcia, Mercedes y Patricia Ames, 2004: 7), el énfasis de los lingüistas y filólogos se detuvo durante largo tiempo en la oposición entre el lenguaje hablado y el escrito. Los psicólogos enfatizaron los procesos cognitivos de la lecto-escritura, mientras los antropólogos se preguntaron sobre los efectos sociales de las sociedades ágrafas. Las interrogantes de la investigación permanecieron en los efectos de la oralidad y la escritura sobre el pensamiento y sus contextos socioculturales.
Indudablemente, nuestra cultura tiene una deuda incalculable con el alfabeto. Para Raffaele Simone, la escritura tuvo efectos sobre la sensorialidad al ensalzar el «ver respecto al oír», produciendo cambios en la vista, de los cuales emergió la visión alfabética, valga decir la posibilidad de hacer inteligible la realidad a partir de una serie lineal de símbolos visuales. Esta visión alfabética fue el sustento de la inteligencia secuencial, correspondiente a la forma de pensamiento moderno. Pero a fines del siglo xx se transita gradualmente a un estado en el que se adquiere conocimientos principalmente a través de la escucha o la visión no alfabética, es decir, a través de la inteligencia simultánea, que rompe con la linealidad. Se instaura así un nuevo orden de los sentidos en el cual se retorna al dominio del oído y de la visión no alfabética, propia y muy características de las nuevas generaciones de jóvenes (Simone, 2001).
Esto ha llevado a polémicas importantes sobre el lugar de la imagen. El brasileño Arlindo Machado (Machado, 2002) agrega que también en el plano filosófico la crítica de las imágenes se sustenta en una creencia ciega en la palabra escrita como única fuente de verdad. Se piensa que la imagen es superflua y no alcanza los niveles de abstracción y generalización de la palabra escrita. Critica Machado la identificación entre razón y palabra, pues sitúa el mundo de las imágenes en el territorio de los «sin palabra» y «sin razón». Por ese motivo advierte, que no es casual que la historia de las imágenes haya estado vinculada o asociada a actividades marginales, clandestinas, a lo underground.
Mientras las sociedades y sus instituciones, las familias y la escuela, organizaron y legitimaron un modelo pedagógico basado en el libro, y la organización del Estado y la participación cívica de los ciudadanos transitó obligadamente por la escritura, el valor intercultural de la imagen se vincula con la oralidad cultural de las mayorías —con el chiste, los refranes, la música— y enlaza a los ciudadanos, social y culturalmente. En particular, la escuela ha practicado una antigua y constante desconfianza hacia la imagen, supeditándola a ilustrar el texto. Resultaría equivocado responsabilizar a la imagen de la crisis de la lectura, se trata más bien de emprender el camino para entender la experiencia de descentramiento de nuestro tiempo. Se transforman los modos de leer y los lenguajes, producto de la variedad y volumen de textos escritos, orales y audiovisuales. A lo que añade el catalán Joan Ferrés que se quiere imponer una cultura abstracta en una sociedad en la que reina lo concreto. Tal vez, si las nuevas generaciones no son hoy capaces de convertir las imágenes en pensamiento es porque una gran parte de los educadores e intelectuales son incapaces de convertir el pensamiento en imágenes (Ferrés, 1995).
Muchos estudiosos sostienen que una historia social del conocimiento debe incluir no solamente el saber desarrollado por los intelectuales y los científicos y los soportes institucionales que lo han posibilitado, sino también a otras formas de conocimiento y que son utilizadas en la vida cotidiana. Éstas han atravesado por diversas etapas. Así, el invento de la escritura constituyó el cimiento que permitió fijar con signos escritos las informaciones en un soporte estable y tendió un puente entre habla y lengua, separando lo hablado del hablante, liberando a la memoria de los datos que tenían que ser registrados en la mente, haciendo así posible un pensamiento conceptual, y dándole a Occidente la infraestructura mental para la acumulación de conocimiento. La alfabetización no se generalizó hasta pasados varios siglos con el invento y la difusión de la imprenta y la fabricación del papel. El libro adquirió una importancia tal, que lo convirtió en un símbolo del conocimiento y la cultura, que sigue manteniendo (Castells, 2005: 359). Tanto la escritura como luego la imprenta, consagran el acto de la lectura como el camino del aprendizaje y el conocimiento del mundo. De allí se desprende que la lecto-escritura sea el organizador central de la escuela moderna.
En las últimas décadas del siglo xx se hizo evidente un cambio de mirada. La lecto-escritura marcó un punto de inflexión entre la comunicación escrita y la audiovisual, otorgándole una categoría superior al discurso escrito. Relegó los sonidos y las imágenes al campo de las artes o a la sensibilidad individual y personal de carácter privado. Pero, la inminente realidad de los más jóvenes conociendo el mundo en mayor medida por lo que «ven» y «escuchan», por lo que dialogan y comparten, supone que la lectura no puede reducirse a la lectura de los textos, sino que se «lee» en muchos soportes. La televisión, el cine, la radio e Internet han reubicado las fuentes del conocimiento, así como el lugar que tienen las personas en la propia producción del conocimiento.
Daniel Cassany afirma que leer y escribir además de su condición de prácticas lingüísticas y de procesos ideo-afectivos son también prácticas socioculturales y por ende formas de comunicación. Sostiene que leer requiere, además de decodificar los textos, descubrir los significado distintos que se atribuye a las palabras. Estos significados y los valores de cada palabra cambian porque la sociedad y la cultura evolucionan y hoy la lectura es «plurilingüe» y la «multilectura» son frecuentes e incluso necesarias. Aprecia que Internet ha credo nuevas comunidades discursivas, roles de autor y lector, géneros electrónicos y jergas. Nos comunicamos de manera instantánea con todo el planeta, pero con una prosa nueva. Piensa que la literacidad está migrando hacia los formatos electrónicos, a un ritmo rápido e irreversible. La comunicación electrónica está sustituyendo a la escritura con papel y lápiz, con libros, cartas y correo postal (Cassany, 2006).
Se trata de un cambio cultural muy importante, especialmente en las nuevas generaciones, quienes en su vida diaria vinculan y enhebran sin jerarquías y un orden pre-establecido, el conocimiento racional y de origen formal con aquel que proviene, cómo producto de relaciones hipertextuales, de las imágenes y sonidos, la música y las experiencias.
El estadounidense Todd Gitlin sugiere y destaca que vivimos «una sociedad del sentimiento y la sensación» a cuyo desarrollo contribuye en ocasiones la información. Para ello menciona a un contemporáneo de Weber, Georg Simmel (1858-1918), como el primer gran analista moderno de la experiencia cotidiana. Pensaba Simmel que la fuerza decisiva de la gente está en «el poder y el ritmo de las emociones», porque el deseo precede a la racionalidad, no sólo cronológicamente, sino también en la evolución de la conducta y las instituciones. Simmel escribe en 1903, mucho antes del gran desarrollo mediático, sobre la cultura de la sensación en la cual el hombre moderno es un jugador de roles, un aventurero y buscador de estímulos, todo lo cual lo predispone para el consumo de medios ilimitados. Aquél que se oculta en la gran ciudad es la persona que siente, y he allí la gran paradoja a la que conduce el pensamiento de Simmel: «una sociedad calculadora está habitada por gentes que necesitan sentir para distraerse de la disciplina racional en que se fundamenta su vida práctica (…) de manera que la modernidad, la era del cálculo, produjo una cultura apegada al sentimiento» (Gitlin, 2005: 57).
Mientras el libro y la escritura cumplieron una función de igualdad social en Europa, en América Latina fueron armas de discriminación y poder. Se ha mencionado el hecho histórico de Cajamarca en 1532, cuando en el encuentro entre Pizarro y Atahualpa, el padre Valverde le entrega la Biblia al Inca quien, según los cronistas, la arroja por los aires, como expresión del desencuentro de dos códigos lingüísticos, el escribal europeo y el oral andino. A partir de este momento, y en adelante, se oprimió a esa población indígena eminentemente oral, convirtiéndose al sujeto social en un ser desconfiado hacia la ley y la justicia, menos por creerla intrínsecamente injusta, sino por no comprenderla, como lo señala el escritor peruano Antonio Cornejo Polar (Cornejo Polar, 1977). La irrupción de la escritura en los Andes está asociada a la autoridad, al poder y a la colonización cultural, consagrándose lo escrito con lo costeño y lo «oficial», lo «culto» y lo que conduce al «progreso», frente a lo andino, identificado más bien con lo «primitivo», lo «inculto», lo «atrasado». Ciertamente, el trauma de la Conquista es, también un trauma lingüístico.
Los lingüistas Juan Biondi y Eduardo Zapata se refieren a la «oralidad viviente» que existe en la ciudad, que se pasea autónomamente por las calles a través de diversas formas de expresión y de pensamiento. Estaríamos frente a una sociedad articulada oficialmente en torno a un eje comunicativo y a un tipo de razonamiento característico de la palabra escrita, mientras la vida de la mayoría transcurre cotidianamente sobre la base de la oralidad. A esto hay que añadir que la palabra escrita está cediendo ante la palabra electrónica (Juan Biondi y Eduardo Zapata, 1994).
En el caso de América Latina, los procesos de modernización de las sociedades en el siglo xx, condujeron a la masiva expansión de la escuela y de la escritura del castellano hacia las zonas indígenas y rurales. Para los sectores excluidos, la ciudadanía y el progreso pasaron por la necesidad de acceder a la educación, apropiándose de la escritura. Debe mencionarse que en el Perú los analfabetos no han tenido derecho a votar hasta 1979, lo cual expresa la creencia de que sólo con la escritura el ciudadano adquiere el derecho al ejercicio de la opinión y decisión sobre los asuntos públicos, y que, por lo tanto, un analfabeto no tiene nada que decir en el contexto de la nación.
Para estudiosos latinoamericanos de la talla de Jesús Martín-Barbero y Germán Rey, es una particularidad cultural del sub-continente que sus mayorías se incorporen a y se apropien de la modernidad sin dejar lo oral. Lo han hecho no de la mano del libro, sino desde los géneros y las narrativas, los lenguajes y los saberes, la industria, la experiencia audiovisual y, hoy en día, Internet. Mencionan estos autores las profundas transformaciones en la cotidianeidad de las mayorías, especialmente la de las nuevas generaciones, cuyas lecturas no se reducen a lo impreso, sino a la pluralidad de textos y escrituras que hoy circulan. Se tejen por lo tanto complejas relaciones en nuestro continente entre la oralidad que perdura como experiencia cultural primaria en las mayorías y la visualidad tecnológica (Jesús Martín Barbero y Germán Rey, 1999).
Vivimos desconcertantes paradojas en América Latina: por un lado somos testigos de la abundancia comunicativa, la amplia disponibilidad de información y la explosión de imágenes, y, por el otro, de un deterioro de la educación formal. La experiencia previa personal se empobrece y se debilita lo público, entendido como espacio social de argumentación raciocinante.
Surgen muchas interrogantes acerca del acceso a Internet y la web 2.0 en medio de un mundo interconectado, así como de las posibilidades de una comunicación intercultural. El filósofo Martín Hopenhayn aprecia que la globalización nos pone una miríada de culturas, sensibilidades y diferencias de cosmovisión en la punta de nuestras narices, recreando perspectivas en el contacto con el «esencialmente-otro» y haciendo asequible un mundo donde la heterogeneidad de lenguas, ritos y órdenes simbólicos es cada vez más inmediata. Se pregunta si lo que está en juego es solamente la tolerancia del otro-distinto, o se produciría una metamorfosis propia en la interacción con ese otro. Hay de por medio, riesgos y posibilidades. Podría tratarse de una oportunidad inédita de recrear y pluralizar nuestra identidad en la medida del volumen y el flujo constante de señales, aunque también pueda pensarse en el debilitamiento y la disolución de las identidades. Es por ello, que la globalización no es de un signo único (Hopenhayn, 1995).
En el caso de los hispanohablantes, a pesar del aumento de quienes hablan esta lengua en el mundo, todavía es frecuente que en la primera potencia mundial se perciba a la lengua castellana a menudo como sinónimo de subalternidad. Sostiene Jean-Nöel Jeanneney, ex-director de la Biblioteca Nacional de Francia que aunque el Google Book Search arguya ser un motor de búsqueda multilingüe, ello no impide que la mayor parte de los sitios a los que da acceso estén en inglés, lo cual por un efecto intertextual va habituando al internauta no angloparlante a contentarse con la lectura en ese idioma. Este centralismo, más estadounidense que angloparlante, resulta ser culturalmente pernicioso debido a que actualmente Google acapara aproximadamente un poco menos del 70 % de las búsquedas mundiales de la World Wide Web. Pese a las muestras de pluralismo que da, cada consulta al buscador inevitablemente selecciona y jerarquiza, puesto que al lado del privilegio lingüístico está el criterio comercial que le da a Google sus ganancias: a mejor pago del anunciante en la subasta, mayor prioridad obtenida en la larga lista de links publicitarios que aparecen al lado derecho de la pantalla, dejando relegada a la información de las páginas posteriores, puesto que el internauta no suele consultar más que las primeras. Admitiéndose su dimensión utilitaria y mercantil, no conviene confiar únicamente a una empresa transnacional la tarea de muy largo plazo de poner a disposición de un vasto público lector, estudiante e investigador, el acervo impreso de las grandes bibliotecas (Jeanneney, 2007).
Cassany admite que Internet margina a los escritores analógicos y reduce la diversidad lingüística, favoreciendo las lenguas francas como el inglés, y las que usan el alfabeto romano. Añade que si bien cualquiera puede ser receptor y productor de conocimiento, en la práctica una inmensa mayoría consumimos los contenidos que produce una pequeña minoría, concentrada en un continente, un idioma y una cultura. Constata que pese a las voces que le reprochan a Internet haberse convertido en una nueva forma de colonización cultural, su crecimiento y expansión mundial no se detiene (Cassany, 2006).
Por todo lo señalado, en Iberoamérica necesitamos más que nunca de políticas de cooperación que promuevan la comunidad lingüística iberoamericana, así como los gustos y valores culturales comunes relacionados con la tradición y los procesos de mestizaje. A pesar de los procesos de homogeneización de las industrias culturales, al lado de la diversificación de los productos, lo que no se homogeneiza es el habitus cultural de los públicos. Es urgente proteger la diversidad cultural en nuestro continente, así como la interculturalidad, consolidando un espacio iberoamericano, a lo cual pueden contribuir las poblaciones migrantes latinoamericanas fuera de América Latina.
Regresemos al tema de la comunicación. Estamos ante un espacio comunicacional antes inexistente, facilitado por la interactividad a distancia, lo cual no es ajeno a nuestra memoria, comportamiento e identidades. Aparece, en palabras de Alberto Melucci una «presentificación» del tiempo, lo cual afecta la manera en que percibimos y definimos la realidad. El valor del presente, del momento, del «tiempo real» altera las percepciones (Melucci, 1999).
Tanto las actividades que se realizan, del más diverso tipo, como la propia subjetividad, están «enredadas» con sistemas tecnológicos, según señala Stanley Aranowitz. Agrega que para entender el rol de las tecnologías, el concepto de «mediación» es insuficiente, pues tanto la sociabilidad como la política, la percepción y la experiencia, así como el amor, la amistad, el poder y el prestigio, se ven desafiados o modificados. Aranowitz critica a quienes responsabilizan a los medios del declive de los «estándares» culturales asignándole una condición de inferioridad a lo visual con respecto a lo literario. Resulta igualmente equivocado suponer que la oralidad, cronológicamente anterior a la escritura, deba subordinarse a ésta última (Aranowitz, Stanley, Martinsons, Barbara y Michael Menser, 1998: 40,41).
Es Manuel Castells quien define con claridad a la sociedad red como una cultura de protocolos que permite la comunicación entre diferentes culturas no bajo el principio necesariamente de valores compartidos, «sino de compartir el valor de la comunicación» (Castells, 2006). Se trata de una red abierta en la cual coexisten distintas matrices de significación, las cuales por interacción pueden mutuamente modificarse. Al haberse convertido los medios en un nuevo espacio público, la visión clásica heredada de la Ilustración pierde vigencia, así como la de la Escuela de Chicago, revivida por Lefebvre y Richard Sennett, que hace del topos urbano el meollo del espacio público predilecto para la comunicación y la convivialidad. Caracteriza a esta nueva comunicación reticular por hacer posible que la vida social transcurra a través de sus flujos, lo cual proviene, es cierto, de los dispositivos de los medios masivos, aunque transformados por la digitalización y los nuevos recursos de la banda ancha y la velocidad de tratamiento de los datos construidos en Internet o en torno a ella. Frente a quienes mantienen la idea de que los nuevos espacios de comunicación en la red son ajenos a las experiencias locales personales, otros afirman que se trata de formas distintas que agregan y suman posibilidades de relación y de vínculos.
El argentino Alejandro Piscitelli, uno de los pioneros en entender el fenómeno de Internet, la identificó desde sus primeros trabajos en los años noventa como un nuevo soporte intelectual, a semejanza de lo que en su momento lo fueron la inscripción en piedra, el papiro, el papel y hoy los soportes electromagnéticos. En su libro Internet, la imprenta del siglo xxi (Piscitelli, 2005), sostiene que Internet se ha convertido en el espacio donde se enseña, se aprende, se negocia y se vende, se disfruta, se establecen relaciones de muchos a muchos. Empero, añade, es indispensable mantener una mirada crítica y que evite la la tecnofobia y la tecnofilia.
Internet es una tecnología de relación, de comunicación, en la cual están presentes el cerebro y el corazón, el pensar y el sentir. Puede acompañar el desarrollo y la apertura a nuevas formas de relación, de carácter personal, profesional y científico. Hay quienes alertan sobre su peligro si substituye las formas de relación presenciales, el diálogo y la experiencia. Pero en la red se modifican muchos patrones culturales del pasado. Las jerarquías tradicionales que encargaron a las instituciones formales la producción y distribución del saber y centralizaron su distribución se modifican velozmente, instalándose espacios de saberes compartidos. Las relaciones entre autor y público se redefinen, así como los vínculos generacionales.
La novedad más evidente son los géneros discursivos nuevos: el chat, la web, el fórum. Pero quizá la transformación más trascendente se encuentre en la organización de las comunicaciones: en los interlocutores y sus roles, los propósitos y el contacto intercultural. La literacidad electrónica altera substancialmente las prácticas (Cassany, 2006). Es difícil ofrecer información cuantitativa porque ésta se actualiza y modifica cada día. Por ello ofreceré solamente algunos datos:
Según un último reporte de la ONU, en 159 países 700 millones de personas navegaron por el ciberespacio el 2009, es decir el 26 % de la población mundial y más de la mitad de los habitantes del mundo tienen teléfonos celulares (diario La República Lima, 24 de febrero de 2010).
Información proporcionada por Facebook (http://www.checkfacebook.com/):
Sin embargo, se mantiene una distribución geográfica de privilegiados en el acceso al llamado ciberespacio. No disminuyen las brechas entre las regiones más ricas y más pobres del mundo y tampoco al interior de los países. Alrededor de un 80 % en América Latina aún no tiene acceso a Internet.
Continuando.
Para Paula Sibilia (Sibilia, 2008) los nuevos modelos de enlace conllevan un tránsito del correo electrónico hacia otras formas conversacionales, mediante el chat, la mensajería instantánea y posteriormente las redes sociales que vinculan a las personas gracias a ventanas siempre abiertas y conectadas, extendiéndose esto a miles de sujetos en cualquier lugar del mundo. Surgen por ello muchos interrogantes sobre los efectos de medios que exaltan la intimidad y en los cuales los usuarios han pasado a ser co-auspiciadores de situaciones y de productos. Se pregunta, «¿qué implica este súbito enaltecimiento de lo pequeño y de lo ordinario, de lo cotidiano y de la gente común? (…) ¿qué significa esta repentina exaltación de lo banal, esta especie de satisfacción al constatar la mediocridad propia y ajena?». Las narrativas biográficas en Internet, en la prensa y en la televisión propician la necesidad de seguir vidas ajenas. Antes fue a través de la ficción literaria y los medios audiovisuales, hoy a través de las herramientas que los propios usuarios han desarrollado en Internet. A propósito del tema escribe Mario Vargas Llosa: «… Corín Tellado, la escribidora asturiana que murió el mes pasado, a sus 82 años de edad, fue probablemente el fenómeno sociocultural más notable que haya experimentado la lengua española desde el Siglo de Oro. Aunque esto parezca herejía (…) ni Borges ni García Márquez ni Ortega y Gasset ni cualquier otro de los más originales creadores o pensadores de nuestra lengua ha llegado a tanta gente ni influido tanto en su manera de sentir, hablar, amar, odiar y entender la vida y las relaciones humanas como María del Socorro Tellado López, apodada Socorrín por su familia y amigas (…) Gracias a ella, cientos de miles, acaso millones de personas que jamás hubieran abierto un libro de otra manera, leyeron, fantasearon, se emocionaron y lloraron y por un rato o unas horas vivieron la experiencia maravillosa de la ficción. Ella no podía sospecharlo, pero fue probablemente la última escribidora popular, en el sentido más cabal de la palabra, la que llevó una variante (fácil, elemental, sensiblera y truculenta, ya lo sé) de la literatura al vasto pueblo, ese que no entra jamás a las librerías y pasa como sobre ascuas por las secciones culturales de las revistas, y piensa que la literatura seria es larga y soporífera» (Vargas Llosa, 2009).
Desde una orilla muy crítica, Alessandro Baricco emprende un agudo —ciertamente discutible— examen de la lectura, de los nuevos lenguajes y de un mundo bárbaro que nos asola y pone en riesgo a la humanidad. Sostiene que hoy en día la lectura está en crisis y que quienes compran libros no son en realidad lectores propiamente dichos, sino personas atrapadas por el mercado. Observa que una cantidad muy significativa de los libros vendidos provienen de una película, de novelas escritas por personajes de la televisión o gente famosa, temas conocidos o de autoayuda: «el valor del libro reside en ofrecerse como un abono para una experiencia más amplia: como segmento de una secuencia que empezó en otro lugar y que, a lo mejor, terminará en otra parte (…) los bárbaros utilizan el libro para completar secuencias de sentido que se han generado en otra parte». Los libros que se venden masivamente son aquellos escritos —en lo que Baricco denomina—, la lengua del mundo, la lengua del imperio, cuyo origen está en la televisión, el cine, la publicidad, la música y el periodismo y que contienen una idea de ritmo, de secuencias emotivas estándar y una geografía de caracteres, que forman parte de una secuencia (Baricco, 2008: 83 y 90).
Baricco es muy crítico de la web porque establece nuevos valores frente al conocimiento y la información. Es más importante un tema, un caso, un nombre, según el lugar haya sido más visitado o, por la velocidad con la que se le encuentra en la web. Es decir, se redefinen la calidad y la importancia. El sentido se ha desplazado a la secuencia entre los saberes y definiéndose por su movimiento. Anteriormente, agrega Baricco, la comprensión y el conocimiento estaban en la profundidad de los temas, en su esencia, ahora se encuentran en su trayectoria, ubicada no en el fondo, sino en la superficie. En el mundo de la red a esto se le llama el surfing. «Navegar en la red. Nunca han sido más precisos los nombres. Superficie en vez de profundidad, viajes en vez de inmersiones, juego en vez de sufrimiento» (Baricco, 2008: 111). Señala que se surfea en la cresta de la ola en la cual la espectacularidad domina. «La espectacularidad es una mezcla de fluidez, de velocidad, de síntesis, de técnica que genera una aceleración (…) El bárbaro piensa menos, pero piensa en redes indudablemente más extensas. Efectúa en horizontal el camino que nosotros estamos habituados a imaginar en vertical» (Baricco, 2008: 159). Finalmente alerta sobre la necesidad de emprender una política cultural que preserve a las inteligencias del azar del mercado puro y simple, porque la formación colectiva pasa hoy día por la escuela y la televisión.
Son éstas algunas de las situaciones de las que somos parte hoy. En medio de intensos debates y conflictos de interpretación, hoy más que nunca no es fácil guardar distancias críticas, pues tenemos que pensar y actuar casi al mismo tiempo, con compromisos concretos por hacer más humana la vida de todos.
Quiero terminar señalando que desde nuestras sociedades latinoamericanas, fragmentadas y desiguales como en ninguna otra parte del mundo, necesitamos enfrentar el inmenso repertorio de posibilidades de creación que la lengua y la comunicación en esta era audiovisual y tecnológica permite. Es arriesgado asumir un discurso moralista y de auto-victimización que nos ubique en una condición de marginalidad. Hay que impulsar una propuesta que desde el análisis de la complejidad proponga soluciones. Se requiere saber distinguir y escoger entre las decisiones hegemónicas propias de la comunicación en los países más opulentos, y aquellas adecuadas a nuestros países. Buscar soluciones creativas para la expresión de nuestras culturas en la literatura y el arte, en el cine y la televisión y a través de Internet. Soluciones inteligentes y arriesgadas. Así también, el acceso de todas las sociedades latinoamericanas a la sociedad del conocimiento deberá hacer compatibles las exigencias de propiedad intelectual con la escasez de recursos, lo cual evitará que brillen únicamente las artes y saberes provenientes de la Ciudad Letrada, para que adquieran legitimidad las creaciones que dimanan del mundo no académico y haya también una democratización del espíritu. He ahí los grandes retos que tenemos por delante.