Es tiempo de que los hispanohablantes, miembros de una de las tres comunidades lingüísticas más extensas del mundo —junto al inglés y al mandarín— tomemos conciencia del importante papel económico que nuestra lengua puede desempeñar en lo que se viene llamando globalización. Esta es la llamada de atención que hace Sila María Calderón, quien fue Gobernadora del Estado Asociado de Puerto Rico (2001-2005). Ella, que dirigió un Estado hispanohablante situado en la frontera misma con la lengua franca de la globalización por excelencia, el inglés, puede decirlo con pleno conocimiento de causa. Las necesidades prácticas de la interconexión económica mundial no implican que el inglés haya de tener el monopolio de los lenguajes empresariales. «En la medida en que la población y el desarrollo económico de los países latinoamericanos aumentan, la potencialidad del español como lengua de los negocios crece». La vitalidad demográfica del español, su trayectoria histórica como lengua de contacto e integración, las características intrínsecas de la lengua que la hacen especialmente amigable y emotiva, son razones de peso para convencernos del afianzamiento del español como lengua de la economía mundial. Y, sobre todo, en el plano estricto de la economía, son motivos suficientes para ello el mercado inmenso que forman los hispanohablantes y el dinamismo de algunas de las economías hispanas, incluyendo la de la minoría latina en Estados Unidos.
La lengua española tiene, por tanto, una función integradora, pues facilita los intercambios y la cooperación entre los países hispanohablantes, y es una vía de conexión con el resto del mundo que habla español. Pero su gran difusión internacional la convierte en una herramienta de integración en otro sentido, el de incorporar a las comunidades de indígenas, que son las minorías más aisladas y marginadas del continente americano, a los mercados exteriores, a la economía moderna. A estas alturas del siglo xxi y una vez reconocido el valor de la diversidad, no es una aculturación impuesta lo que se propone, que llevaría aparejada la desaparición de las culturas indígenas. Al contrario, se trata de poner en valor los valores propios del mundo indígena: su singular patrimonio material e inmaterial, su cercanía a la naturaleza: bienes y valores que despiertan el interés de muchos en los países desarrollados, estimulan el comercio de artesanía y cultura y atraen el ecoturismo. En esta función social se detiene Mary Elizabeth Flores, que fue vicepresidenta del Congreso Nacional de Honduras (2006-2008), quien se refirió a experiencias de educación bilingüe intercultural en varios países hispanohablantes con minorías indígenas significativas; experiencias que han sido refrendadas por organismos intergubernamentales y con las que se intenta hacer compatible el acceso a la instrucción, condición necesaria para reducir la pobreza y la marginación, con la conservación de la riqueza cultural originaria.
Mauro F. Guillén, profesor español que ejerce la docencia en la escuela de negocios Wharton de la Universidad de Pensilvania, tiene una perspectiva privilegiada para evaluar las potencialidades del español en la economía internacional. Él ha descrito en sus publicaciones, y resume aquí, los procesos de internacionalización de la empresa española e hispanoamericana. No ha pasado desapercibido el papel del español en esa expansión empresarial, que según todas las evidencias ha resultado más fácil dentro de la región que comparte la misma lengua: no es que las empresas españolas hayan invertido en otros países hispanohablantes por la afinidad lingüística, pero el español fue un factor coadyuvante que facilitó las inversiones y redujo determinados costes de instalación. Lo mismo puede decirse de las empresas de otros países latinoamericanos que invierten en el exterior, a las que ya empieza a conocerse como «multilatinas». El desarrollo de un tejido de empresas transnacionales con un origen social hispanohablante no puede sino reforzar el papel global del español como lengua de los negocios, especialmente en algunos sectores de actividad en los que pesa particularmente el papel del idioma y la cultura: productos de consumo «étnico», como alimentos y bebidas; empresas culturales como editorales, medios de comunicación o instituciones de enseñanza; o grandes empresas de servicios que exigen una comunicación intensiva con los clientes como bancos o consultoras. Estas empresas se benefician del enorme mercado que les ofrece la comunidad hispanohablante, y a su vez potencian internacionalmente el papel del español y contribuyen a proyectar la cultura de sus países de origen.
Sobre estas cuestiones relacionadas con el valor económico de la lengua cita Mauro Guillén en su contribución un proyecto de investigación co-dirigido por nuestro cuarto ponente, José Antonio Alonso, catedrático de Economía Aplicada de la Universidad Complutense. Este proyecto, titulado El valor económico del español: una empresa multinacional, es el esfuerzo más exhaustivo realizado hasta la fecha por hallar las implicaciones de la lengua española en la economía y el comercio de los países hispanohablantes, y supone una aportación muy valiosa a la economía aplicada. Se trata además, como sus directores han manifestado en repetidas ocasiones y como insistía al principio de este panel María Calderón, de llamar la atención sobre la relevancia de la lengua como activo económico y de contribuir a aumentar la conciencia de la importancia del español entre los propios hispanohablantes.