En la actualidad existe un marcado interés mundial por los aspectos económicos inherentes a actividades culturales y artísticas. Con base en análisis formales basados en información estadística oficial, han sido desarrollados estudios de economía aplicada a la medición de dichas contribuciones.
Los resultados han sido sorprendentes, por la alta contribución directa y por la vía de multiplicadores indirectos que estas actividades generan, si bien a la luz de las evidencias hoy esos mismos resultados lucen como lógicos y razonables. Por ejemplo, en México el sector de agentes y unidades económicos dedicados de manera directa e indirecta a la cultura contribuyen con 6,7 % del producto interno bruto, que lo ubica como uno de los sectores de actividad económica más importantes en términos de generación de valor, empleo y comercio exterior, sólo superado por la industria maquiladora, la del petróleo, y en un nivel comparable al del sector turístico.
Conviene aquí dejar claros dos elementos centrales.
Primero, que las actividades económico-culturales constituyen en sí mismas un sector de actividad económica, con personalidad propia, pero que comparte características semejantes a otros y, por lo tanto, requieren de condiciones para su operación, semejantes a las que gozan los demás sectores económicos. El hecho de que constituyen un sector económico es, en principio, una regla de aplicabilidad universal.
El segundo elemento por considerar es la alta productividad de sus numerosos trabajadores, y con todo, que finalmente brinda a cada país ó nación ventajas competitivas en su interacción comercial con el resto del mundo debido a que la cadena de valor se detona a partir de un insumo omnipresente, la creatividad, y que tiene como recurso esencial la lengua española, en nuestro caso.
El reto entonces es aprovechar al máximo este potencial económico de crecimiento y desarrollo de la actividad económica derivada de la cultura, en un marco de respeto a la identidad y a la diversidad cultural de cada pueblo ó sociedad.
Los castellanohablantes solemos sentir que nuestra lengua es de segunda categoría y muchas veces resignamos la riqueza de nuestro idioma abusando en el uso de anglicismos en lugar de recurrir a algún término en castellano. Pensamos que así expresamos mejor lo que queremos decir o sencillamente sentimos que el uso de palabras en inglés tiene mayor jerarquía o estatus social. Así, en las calles vemos carteles anunciando Delivery en lugar de entrega a domicilio, sale en lugar de liquidación o saldos, off en lugar de descuento entre tantos otros ejemplos. Pronunciamos en spanglish palabras como devedé, cedé o Microsoft, sin tener conciencia que nuestro idioma, el castellano o español, es una de las lenguas más habladas y estudiadas en el mundo después del inglés. Lo hablan 441 millones de personas; es la única lengua oficial en 18 países y en tres más es cooficial, que incluso en Estados Unidos, centro de expansión del inglés, cada vez son más quienes tienen como lengua materna el español. El impulso de nuestro idioma en Estados Unidos por el empuje demográfico de los emigrantes latinoamericanos ha hecho de este país el segundo con más hispanohablantes después de México (según estimaciones se prevé que los 44 millones de personas de origen latinoamericano que vivían en EE. UU. en 2006 se multiplicarán hasta 132 millones en el año 2050).
El español es una magnífica y poderosa herramienta de comunicación que no podemos ni debemos desdeñar.
Las lenguas son expresión de determinadas visiones del mundo. Defender el castellano es defender nuestra memoria, nuestro presente y nuestro futuro, quienes fuimos, quienes somos y quienes podemos ser.
En el tema de la diversidad cultural o etnodiversidad se incurre en el biologismo simplista cuando se afirma, como hace Clément (1999),2 que «El aislamiento geográfico crea la diversidad. De un lado, la diversidad de los seres por el aislamiento geográfico, tal es la historia natural de la naturaleza; del otro, la diversidad de las creencias por el aislamiento cultural, tal es la historia cultural de la naturaleza». Esa asociación entre diversidad y aislamiento es, desde el punto de vista cultural, cuestionable: pensemos que la vivencia de la diversidad aparece precisamente cuando se rompe el aislamiento; sin contacto entre lugares aislados solo tenemos una pluralidad de situaciones cada una de las cuales contiene escasa diversidad y nadie puede concebir (y, menos, aprovechar) la riqueza que supone la diversidad del conjunto de esos lugares aislados.
Por la misma razón, no puede decirse que los contactos se traducen en empobrecimiento de la diversidad cultural. Al contrario, es el aislamiento completo el que supone falta de diversidad en cada uno de los fragmentos del planeta, y es la puesta en contacto de esos fragmentos lo que da lugar a la diversidad.
De hecho, la diversidad de lenguas y formas de vida es vista por muchas personas como un inconveniente, cuando no como una amenaza, como un peligro. La conocida expresión italiana traduttore-traditore (traductor-traidor) refleja bien esta desconfianza en la comunicación inter-lenguas, que se traduce en la imposición política de lenguas oficiales únicas como supuesta garantía de la unidad de las poblaciones de un estado. A esta desconfianza se une el rechazo de la «pérdida de tiempo» que supone, por ejemplo, aprender varias lenguas. Sin embargo todos los expertos, nos recuerda Mayor Zaragoza,3 coinciden en reconocer que los bilingües suelen poseer una maleabilidad y flexibilidad cognitivas superiores a los monolingües, lo que supone una importante ayuda para su desarrollo mental, no una pérdida de tiempo.
Pensar en varias lenguas supone una mayor flexibilidad mental. En ese sentido, la sesión plenaria de mayo de 2007 Naciones Unidas declaró el año 2008 Año Internacional de las Lenguas, reconociendo que el multilingüismo promueve la unidad en la diversidad y el entendimiento internacional.
Pero las ventajas de la diversidad cultural no se reducen a las de la pluralidad lingüística. Es fácil mostrar que la diversidad de las contribuciones que los distintos pueblos han hecho en cualquier aspecto (agricultura, la cocina, la música…) constituye una riqueza para toda la humanidad. Como señala Sen (2007, p. 36),4 «la principal fuente de esperanza en la posible armonía en el mundo contemporáneo radica en la pluralidad de nuestras identidades».
La puesta en contacto de culturas diferentes puede traducirse (y a menudo así ha sucedido, lamentablemente) en la hegemonía de una de esas culturas y la destrucción de otras; pero también es cierto el frecuente efecto fecundador, generador de novedad, del mestizaje cultural, con creación de nuevas formas que hacen saltar normas y «verdades» que eran consideradas «eternas e incuestionables» por la misma ausencia de alternativas. El aislamiento absoluto, a lo «talibán», no genera diversidad, sino empobrecimiento cultural.
Como indican los estatutos de la Académie Universelle des Cultures, con sede en Paris, se debe alentar «cualquier contribución a la lucha contra la intolerancia, contra la xenofobia…». Pero ha llegado el momento de dar un paso más e introducir el concepto de xenofilia —que aún no existe en los diccionarios— para expresar el amor hacia lo que nos pueden aportar los «extranjeros», es decir, las otras culturas, como un elemento básico de la construcción de un futuro sostenible.
Esta importancia dada a la diversidad cultural quedó reflejada en la Declaración Universal de la UNESCO sobre la diversidad cultural-2001 adoptada por la 31 reunión de la Conferencia General de UNESCO, celebrada en París el 2 de noviembre de 2001. Como se señala en la presentación de dicha declaración, «Se trata de un instrumento jurídico novedoso que trata de elevar la diversidad cultural a la categoría de “Patrimonio común de la humanidad” y erige su defensa en imperativo ético indisociable del respeto de la dignidad de la persona». Como seguimiento a esta Declaración, la Asamblea General de Naciones Unidas (Resolución 57/249) proclamó el 21 de Mayo como Día Mundial de la Diversidad Cultural para el Diálogo y el Desarrollo.
Un alto porcentaje de lo que hoy conocemos como cultura se difunde gracias a una producción industrial que fluye por circuitos comerciales, en algunos casos, masivos. En actividades como la televisión, la radio, la fonografía, el cine, el libro y las publicaciones periódicas existen empresas que tienen un carácter industrial. Las industrias culturales presentan formas específicas de producción industrial para artefactos culturales en una perspectiva que aproxima a la cultura no sólo como un bien sujeto a una producción, sino como una «forma de vida» significativa por el valor intrínseco que poseen dichas piezas.
Los primeros en utilizar el término de industrias culturales fueron Theodor Adorno y Max Horkheimer, quienes argumentaron que la manera de producción de los objetos culturales era análoga a la forma en que otras industrias manufactureras se abastecían de bienes consumibles. Los autores consideraron solamente a las industrias musical, editorial y cinematográfica dentro de esta categorización.5
Los autores ligaron el concepto de industria cultural al de «producción masiva», en donde la producción cultural se convierte en una operación estandarizada, repetitiva y rutinaria que genera bienes culturales menos exigentes como resultado de un tipo de consumo cada vez más pasivo y estandarizado.
Con el propósito de articular dimensiones abstractas como la cultura, el arte y la creatividad con otras tan concretas como la industria, la economía o el mercado, los autores vincularon la definición de industria cultural con el derecho de autor. Por lo tanto, las industrias culturales reproducen a escala industrial, utilizando como materia prima creaciones protegidas por derechos de autor y produciendo bienes y servicios culturales sobre soportes tangibles o electrónicos. Los subsectores que constituyen estas industrias son desde pequeñas empresas hasta grandes conglomerados.
La UNESCO retomó el concepto de Adorno y Horkheimer para explicar a las actividades culturales alrededor del mundo como productos que ejercen una influencia creciente en las grandes compañías de medios y comunicación. Esta organización las define como «…aquellas industrias que combinan la creación, producción y comercialización de contenidos que son intangibles y culturales en su naturaleza. Estos contenidos están típicamente protegidos por los derechos de autor y pueden tomar la forma de bienes y servicios».6
La estructura del mercado de las industrias culturales se caracteriza por ser un pequeño número de grandes corporaciones (oligopolio) que producen la gran mayoría de los productos culturales comerciales distribuidos al resto del mundo.
Las industrias culturales principalmente tienen que ver con la producción industrial y la difusión de textos según David Hesmondhalgh.7
Sus características principales a diferencia de las productoras de otros bienes manufacturados son:
Este autor considera la siguiente clasificación de industrias culturales:
Sin embargo, para efectos del comercio exterior Canadá ha propuesto otra definición donde estipula que las industrias culturales incluyen a toda persona que lleve a cabo cualquiera de las siguientes actividades:
Como se ha mencionado hasta ahora, la noción actual de las industrias culturales generalmente incluye la impresión, publicación y multimedia, audio-visuales, producciones fonográficas y cinematográficas. Algunos autores consideran también las artesanías y el diseño dentro de este rubro. En otros países incluso incluyen a la arquitectura, el mercado de arte, las artes escénicas, los deportes, la manufactura de instrumentos musicales, el turismo cultural y la publicidad.
A pesar que todas estas actividades están relacionadas con el derecho de autor, no todas ellas pertenecen a industrias culturales. Tal es el caso de los programas de cómputo o la publicidad, cuyo contenido no necesariamente implica un orden cultural aunque presentan un elemento creativo, el primero de ellos en realidad está más cerca del área de investigación y desarrollo. Tampoco pertenecen a estas industrias los productos culturales que no son elaborados masivamente como las artes visuales o una producción escénica. Por otro lado, las creaciones de artes aplicadas son principalmente objetos de uso cotidiano cuyo principal objetivo nunca fue ser una creación artística, estos objetos se convierten en antigüedades con el paso del tiempo, hecho que les genera un valor artístico importante.
Tomando en consideración todas las definiciones mencionadas anteriormente, para efectos de este trabajo se entenderá a las industrias culturales como aquellos agentes económicos, unidades económicas o empresas productoras de bienes y servicios que provienen de la creatividad de algún individuo, pero que son producidas en forma masiva y en serie.
Finalmente, es importante aclarar que una industria se diferencia de una empresa en que la primera está conformada por un grupo de empresas que producen bienes similares; mientras que la segunda simplemente es una unidad de producción básica en la economía que contrata trabajo, compra o alquila otros factores, y los organiza con el fin de producir y vender mercancías. Por lo tanto, agrupaciones de ciertas empresas conforman industrias.
Una de las teorías más interesantes que interrelaciona los aspectos culturales con la lengua es la expuesta por Edward Sapir, es decir, la teoría del relativismo lingüístico, según la cual «un pueblo tiene una cognición del mundo dependiente de la lengua que habla y por lo tanto a cada lengua o sistema lingüístico correspondería una visión diferente del mundo».8
Visto de este modo, la lengua no es solo un vehículo para trasmitir mensajes, sino que todos los otros códigos culturales están insertados en su estructura y en su uso. La lengua es uno de los elementos distintivos de una cultura y, al mismo tiempo, es uno de los instrumentos de expresión de la misma.9
La idea fundamental que atraviesa nuestra reflexión es la importancia del binomio lengua-cultura. En nuestro caso hacemos hincapié en la importancia del español como lengua no sólo de comunicación, sino también de intercambio cultural entre los más de 400 millones de personas que lo hablan en casi todo el mundo.
Es importante considerar que la lengua española representa el recurso esencial para el desarrollo de toda la cadena de valor detonada por la creatividad. Incluso, en el caso de la literatura y la música, puede representar el bien cultural mismo. Todo esto sin considerar que los procesos creativos colectivos se desarrollan a partir de la comunicación de ideas entre los participantes, lo cual se dificultaría si no existiera un idioma común.
Así, es fácil considerar a la lengua española como un insumo transversal sin el cual no habría producción de ningún tipo, mucho menos cultural.