El español es una lengua de comunicación internacional que refleja un crecimiento ascendente en relación con su presencia en el campo de la ciencia y la tecnología. Fiel reflejo de este fenómeno son las redes de cooperación científica en Iberoamérica que han hecho uso de la Internet para aumentar su capacidad de difusión e impacto en el mundo científico global.
Las publicaciones científicas y tecnológicas en lengua española comienzan a presentar un índice de crecimiento y referencia que puede catalogarse como provechoso para el avance del conocimiento en ámbitos no hispanos de nuestros trabajos científicos y de nuestros avances en tecnología aplicada.
Este desarrollo en la divulgación científica plantea grandes retos a los docentes e investigadores en la enseñanza de la lengua española. Entre ellos, podemos mencionar el aspecto relacionado con el léxico científico y tecnológico en los procesos de aprendizaje; la homogeneización de los vocablos especializados del inglés al español en el ámbito hispanohablante; el nivel de lectoescritura del texto científico en nuestros adolescentes; la lucha constante contra el atractor de un supra sistema de prestigio en estos ámbitos: el idioma inglés y, no por último menos importante, el índice de los niveles de apropiación y valor de la ciencia en lengua española que justifique su traducción en otras lenguas.
Las redes de cooperación científica son un excelente espacio para analizar la importancia de una lengua común y para afianzar los lazos de construcción individual y colectiva del acervo científico en el espacio iberoamericano del conocimiento.
En esta ponencia deseo plantear cómo una política lingüística de aprendizaje en lengua materna española, en el sentido más amplio del término, puede integrarse a las políticas de avance de la ciencia como un factor decisivo en la proliferación y consolidación de una voz autorizada ya sea científica o tecnológica en el orbe internacional.
Podemos empezar con definir qué es una red de cooperación científica. Para ello tomo la voz de Alhim Adonaí Vera Silva, quien identifica algunas características de este modelo de agrupación intelectual:
El trabajo entre los investigadores de una red se sustenta en las relaciones de participación, colaboración, corresponsabilidad, gestión y decisión. El trabajo se organiza con relación a una agenda de investigación que por lo regular se consensa entre los investigadores. Las redes son los escenarios de comunicación entre los investigadores en donde las interacciones, colaboraciones y transferencias contribuyen a generar multitud de productos y resultados científicos, tecnológicos e innovativos.1
En esta misma línea de pensamiento se encuentra la reflexión de Jaim Royero al referirse a las cualidades que distinguen a las redes sociales del conocimiento:
- Las redes de conocimiento son expresiones de la interacción humana en un contexto social propio e íntimamente ligado al desarrollo de las civilizaciones.
- El propósito de tales redes, es producir, almacenar y distribuir conocimiento científico por medio de cualquier método de transmisión tecnológica.
- El objetivo de dicha transmisión no es sólo el hecho de informar y difundir, sino de transformar el entorno en la búsqueda constante del enriquecimiento intelectual del ser humano en su quehacer innovativo y creativo a través del estudio sistemático que ofrece la investigación científica pluridisciplinaria.
- Tales redes se encuentran en un ámbito histórico, espacial y territorial determinado, es decir, que las mismas han existido desde la propia creación del hombre y funcionan en contextos locales, regionales, nacionales e internacionales muy concretos.
- Su desarrollo ha estado a la par del saber producido e íntimamente relacionado con la ciencia en el contexto económico social del capitalismo como su máxima expresión y vía de expansión más inmediata.
- Las redes sociales de conocimiento tienden a expandirse y a virtualizarse en el dinámico mundo de la sociedad del conocimiento y la globalización.2
Estas breves referencias al papel de las redes de cooperación científica y a las redes sociales del conocimiento nos enfrentan a un entorno de diálogo académico que no puede acotarse solo con la producción intelectual de los grupos, o con la difusión de sus productos, sino que debe abarcar el impacto positivo en sus lectores, la consolidación de un discurso en lengua española y la inserción de ese conocimiento en el ámbito global.
Al ser una actividad dialogada es posible hacer extensiva a las redes las características del diálogo que menciona María del Carmen Boves Naves:
- El dialogo es un proceso semiótico interactivo en el que concurren varios sujetos, lo que le da un carácter social y le impone una normativa que regula la actividad de los diferentes sujetos.
- El diálogo es un proceso que se desarrolla con la alternancia de turnos regulada por una normativa social y, en consecuencia, tiene la forma de un discurso fragmentado.
- El diálogo es un proceso semánticamente progresivo que se dirige hacia la unidad de sentido en la que convergen todas las intervenciones.3
Como es natural, todo proceso social se enmarca en unas coordenadas geográficas e históricas que no es posible desconocer, sin embargo, las coordenadas del ciberespacio son diferentes a las del espacio geográfico real en el que nos desenvolvemos.
Manuel Castells ha definido esta nueva geografía de la siguiente manera:
La era de Internet ha sido anunciada como el fin de la geografía. De hecho, Internet tiene una geografía propia, una geografía hecha de redes y nodos que procesan flujos de información generados y controlados desde determinados lugares. La unidad es la red, por lo que la arquitectura y la dinámica de varias redes constituyen las fuentes de significado y función de cada lugar. El espacio de los flujos resultante es una nueva forma de espacio, característico de la era de la información, pero que no es deslocalizado: establece conexiones entre lugares mediante redes informáticas tele comunicadas y sistemas de transporte informatizados. Redefine la distancia pero no suprime la geografía. De los procesos simultáneos de concentración espacial, descentralización y conexión, continuamente reelaborados por la geometría variable de los flujos globales de información, surgen nuevas configuraciones territoriales.4
Esta forma de construcción social contemporánea del conocimiento ha motivado a nuestros gobiernos a proponer un espacio iberoamericano del conocimiento que se conforme por estas redes y nodos de que habla Castells al servicio de la consolidación de un discurso iberoamericano de la ciencia que nos hermane y nos identifique ante el mundo como un espacio alternativo de comunicación científica internacional.
Entre los campos acotados por las redes de cooperación científica iberoamericana encontramos una taxonomía diversa: Ciencias sociales, ciencias naturales, ingeniería y tecnología, humanidades, ciencias agrícolas y ciencias médicas, brillan por su ausencia redes en el campo de la lengua y de estudios idiomáticos vinculados con el desarrollo de la ciencia y la tecnología.
De igual forma, y a pesar de los esfuerzos de los países del orbe iberoamericano por fomentar la lectura y la escritura, no se encuentran estudios sistemáticos en red sobre el tema de la conformación del discurso científico en lengua española o el fomento de la comprensión lectora del texto científico en español. Lo anterior no desconoce esfuerzos aislados y valiosos por dar respuesta a los vacios antes mencionados.
En medio de este panorama, cabe preguntarse por las acciones que permitan apoyar el crecimiento y consolidación de las redes de cooperación científica en Iberoamérica mediante el planteamiento de políticas lingüísticas que favorezcan su crecimiento y la difusión de resultados que se deriva de su acción.
Inicio esta propuesta con el tema del aprendizaje de la lengua materna, tema que no puede desligarse de las políticas de enseñanza de segunda lengua, tradicionalmente el inglés.
Es necesario adelantar investigaciones científicas que permitan identificar en Iberoamérica ciertos insumos necesarios para la implantación de un discurso científico maduro en nuestros adolescentes y adultos jóvenes que se encuentran en su proceso de formación en educación superior o de inicio de su carrera profesional en la vida laboral.
Entre ellos vale la pena señalar los siguientes:
En segundo lugar, es importante reconocer los esfuerzos de organismos internacionales para fomentar el desarrollo de la ciencia y la tecnología mediante la construcción de bibliotecas virtuales y espacios de construcción de recursos consultables en ciencia y tecnología en lengua española:
La labor de estas entidades y proyectos comprende un inmenso esfuerzo por poner al alcance de todos la bibliografía especializada que en materia de ciencia y tecnología producen los científicos e investigadores el denominado espacio Iberoamericano del conocimiento.
En tercer lugar podemos reconocer el interés por brindar control y calidad a la producción científica en lengua española a organismos como:
Entidades que tanto en el ámbito nacional como internacional sirven como filtros de calidad para valorar la producción científica de las redes y centros de investigación en Iberoamérica.
Un cuarto punto para motivar este análisis lo hayamos en las políticas de enseñanza de segunda lengua en Iberoamérica. Nos abocamos a unas políticas importadas y sin una mayor valoración científica o de pilotaje que nos permitan entender cuál debe ser la mejor metodología más adecuada para formar en una segunda lengua y en condiciones de éxito a nuestra juventud profesional o a nuestros jóvenes investigadores para acceder a la información que aporta el inglés a nuestra sociedad de la información y del conocimiento.
En quinto lugar, deseo mencionar el interés de medios de prensa e instituciones científicas o particulares que se esfuerzan por apoyar políticas de normalización del uso adecuado de la lengua española; lo observamos en ejemplos de diversos manuales de estilo y software idiomático:
Como un sexto aspecto, podemos señalar el trabajo de la Asociación de Academias de la Lengua y su política panhispánica que se ha reflejado en obras de estandarización y consenso como el Diccionario Panhispánico de Dudas, el Diccionario práctico del Estudiante, el Diccionario esencial de la lengua española, el Diccionario de Americanismos y más recientemente la Nueva Gramática de la lengua española.
En séptimo lugar no debemos olvidar el esfuerzo de entidades como el Instituto Cervantes, la Fundación Comillas, SICELE (Sistema de certificación del español como lengua extranjera) interesadas por la difusión y normalización de la enseñanza del español como lengua extranjera en los entornos geográficos de habla distinta al español como lengua materna o nacional.
Una octava tarea que merece nuestra atención y cuidado es la conexión y contacto entre las lenguas indígenas de América y las lenguas alternas oficiales de España en su conexión con el castellano para conformar un verdadero espacio Iberoamericano del conocimiento que reconozca la producción científica y tecnológica de estos pueblos en igualdad de condiciones que los hispanohablantes para aportar un caleidoscopio de valor cultural y científico inigualable a la multiculturalidad y diversidad etnográfica que el mundo Iberoamericano aporta al exterior; no debemos olvidar que el plurilingüismo es un patrimonio y no un problema político de aculturación, fórmula que se ha propuesto en múltiples ocasiones para solucionar el aparente caos que produce este fenómeno idiomático y, por sobre todo, humano y cultural.
Esta enumeración de temas y esfuerzos por apoyar el buen uso y la formación idiomática adecuada del hispanohablante debe trasladarse a la formación lingüística del investigador desde ámbitos tan diversos como el aprendizaje de la lengua propia y la enseñanza de la misma como segunda lengua hasta el proceso resultado de la indexación de publicaciones científica en español, imbricados en un proceso de formación ligado al nacimiento de redes de cooperación científica fuertes en Iberoamérica.
Como es natural, esta reflexión no suplanta la tarea de nuestros pueblos por formar investigadores de alto nivel mediante la formación doctoral y el aseguramiento de la calidad en todos los niveles de educación formal e informal, ni deja de lado el apoyo económico y social que debe existir en todos los sistemas educativos del área por fomentar el espíritu científico en nuestros niños, jóvenes y adultos escolarizados. Sin embargo, si estos esfuerzos encomiables no van acompañados de una formación coherente y sistemática en lengua propia y un apropiado manejo de la formación en segunda lengua, el raquitismo de la producción científica será el magro resultado de una visión de la formación científica centrada exclusivamente en el desarrollo de competencias matemáticas, de ciencias básicas y de tecnología con un desprecio o indiferencia por el idioma que las cobija, interpreta y da forma.
Thomas Davenport y Laurence Prusak nos recuerdan que: «informar» significa «dar forma a» y la información está destinada a formar, a modificar a la persona que la obtiene, a influir sobre su punto de vista o internalización. En sentido estricto, entonces, «se deduce que el receptor, y no el emisor, decide si el mensaje que recibe es verdaderamente información —es decir, si realmente lo informa».5
Al trasladar este comentario a las redes de cooperación científica debemos señalar que el verdadero valor de las mismas no radica en quienes integran su nómina, ni cuantas publicaciones indexadas han producido, incluso no radica en sus descubrimientos por su valor intrínseco, sino que este reside en el nivel de distribución del conocimiento en todos los niveles de la población que acepta su autoridad como generadora de información valiosa que es otra de las definiciones del conocimiento.
Esta distribución se realiza por distintos canales de comunicación y está mediada por el idioma que, como un sistema axiológico cultural, aporta a quienes la reciben la opción de decidir si esta información es útil e importante para incorporarla en su acción cotidiana o especializada de descubrimiento de la realidad y adaptación exitosa al entorno.
La lengua, entonces, ocupa un lugar central en la formación del investigador que conforma una red de cooperación científica; de su uso apropiado depende la economía en la transmisión, diseminación e incorporación del conocimiento colectivo al servicio de la ciencia y la tecnología. Igualmente, al reconocer que la escritura es un factor central de la fijación del pensamiento humano, el conocimiento de su potencial para hacer uso del mínimo de espacio para el máximo entendimiento es una virtud que un investigador debe procurar alcanzar para, de esta forma, llegar al máximo auditorio posible.
Finalmente, es necesario señalar que las competencias argumentativas, descriptivas y expositivas en lengua española son indispensables para valorar el nivel profesional de un investigador. Resulta descorazonador observar la legión de investigadores que necesitan de un lazarillo idiomático que no solo corrige el estilo gramatical o la ortografía de su producción científica, sino que prácticamente debe rehacer sus textos originales para hacerlos legibles tanto a públicos especializados como legos.
La madurez idiomática de un investigador, unida a sus calidades como científico o tecnólogo son pieza fundamental para hablar de un científico verdaderamente autónomo, capaz de interpretar sus descubrimientos, plasmarlos en su idioma nativo, precisar su posición epistemológica y facilitar su traducción a otros niveles de comprensión y a otros idiomas que puedan valorar en justa medida su producción intelectual.
La tarea no es fácil, en un entorno cambiante, en donde la ciencia y la tecnología avanzan de manera vertiginosa, en donde la producción científica se multiplica exponencialmente y en donde la respuesta de expertos en el idioma resulta a veces muy lenta para los retos que se les impone en este campo, es indispensable unificar esfuerzos, reducir repeticiones infructuosas y consolidar la investigación en este ámbito de la formación idiomática para contribuir positivamente al desarrollo de ese Dorado que hemos acordado en llamar espacio Iberoamericano del conocimiento.
En el informe sobre el estado de la ciencia 2009, elaborado por el Centro de Estudios sobre Ciencia, Desarrollo y Estudios Superiores (REDES) se debe reconocer el esfuerzo por generar los indicadores económicos y de inserción en publicaciones indexadas de la producción científica de la región. De este estupendo trabajo deseo destacar este comentario sobre la revolución digital:
La revolución digital movió la frontera entre el conocimiento tácito y el codificado, hacia una mayor presencia de este último, sin que por ello la sobreabundancia de información disponible implicara una mejora per se, sino por el contrario un desafío mayor para resolver qué hacer con esa mayor información, resignificando así el conocimiento tácito y las habilidades intrínsecas propias de los individuos y corporaciones.
Esto incrementa la importancia de adquirir ciertas habilidades y competencias que permitan acceder y manejar la información, para convertir a ésta en conocimiento. El conocimiento tácito proporciona las habilidades para manejar eficientemente el conocimiento codificado, interpretando y distinguiendo la información relevante, dela prescindible. El aprendizaje es la vía para acumular el conocimiento tácito necesario para aprovechar al máximo el conocimiento codificado que nos proveen las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (TIC), por lo que la educación será el centro de la economía del conocimiento, y el aprendizaje la herramienta para el avance individual y social (OCDE, 1996).6
Como es natural, esas «habilidades y competencias que permitan acceder y manejar la información, para convertir a ésta en conocimiento», están firmemente conectadas con la formación especializada en manejo del idioma altamente especializado. Hablamos entonces de incrementar el valor de la escritura científica, la exposición de ideas plenamente argumentadas y bien elaboradas idiomáticamente, y por sobre todo la capacidad el sistema escolar por incorporar esta «sobreabundancia de información» en la mente de nuestros estudiantes, docentes e investigadores en Iberoamérica.
El panorama presentado nos lleva a preguntarnos por el papel que debe tener la investigación idiomática en cada uno de los temas propuestos. Aun no hemos llegado a una masa crítica de estudios y trabajos que permita a todos los actores que participamos en el proceso de formación idiomática de los científicos y tecnólogos realizar una propuesta integrada que contribuya al aumento de los mecanismos ágiles y adecuados de lectura científica, producción intelectual depurada e inserción de los productos bibliográficos tradicionales y en formato digital al mundo inconmensurable de la ciencia y la tecnología internacional.