Nélida Piñón

Los lazos entre las lenguas portuguesa y española1Nélida Piñón
Escritora (Brasil)

En el tejido de la cultura brasileña, hecha de mil hilos narrativos, la lengua española se funde con nuestra historia. Está presente en la psique de Brasil, envía símbolos y representaciones a lo largo de los intersticios históricos. De tal forma marca su presencia, que es difícil rastrear sus influencias. El hecho es que, por donde pasó el castellano, difundió una materia mítica, una cultura, y posibilitó alianzas históricas. El castellano, cuya intensa presencia en Portugal dio lugar a que algunos estudiosos proclamasen, con notable exageración, que existía en el país un cierto bilingüismo, es un fenómeno cultural y político que se inicia en el período conocido como Cuatrocientos, pero se consolidó dos siglos más tarde, antes de la Restauración, en torno a 1640.

Las circunstancias históricas, que en una época vincularon a las dos lenguas, ya fuera en la disputa del poder político, como en las querellas poéticas, hicieron que el castellano se conviertiera en una lengua de prestigio, ampliamente adoptada por la elite portuguesa. Una aparente simbiosis social y lingüística permitió al imaginario portugués abastecerse lentamente de autores como Calderón de La Barca, Garcilaso de La Vega, Cervantes o Lope de Vega. Este hecho ocurría en un periodo en el que en Portugal surgían creadores de la magnitud de Camões y Gil Vicente.

Ya en los comienzos brasileños, gracias a la muerte trágica del rey don Sebastián, en las costas africanas, acontemiento que hundió a Portugal en una intensa melancolía, Felipe II se convierte a partir de 1580 en dueño de Portugal. Con escritura y bula papal, se siente señor de aquellas tierras ultramarinas a lo largo de sesenta años, cuando se forma la Unión Ibérica. Pero, a pesar de ese poder, aquella flora y fauna inusitadas no atraen al monarca. Encerrado en El Escorial, nada le dice la luz del trópico. No le apatece ver de cerca esas tierras, lo cual no quiere decir que su aparente indiferencia traduzca una visión política desatenta o distraída. Al contraro, el monarca, pendiente de los conflictos que intervenciones radicales pudieran provocar en la colonia brasileña, se abstiene de cancelar las ordenanzas portuguesas, de imponer a los nativos el español como lengua oficial. Al contrario, el hijo de Carlos V mantiene a autoridades brasileñas y portuguesas al frente de la administración y no interfiere en las decisiones que pudieran poner en riesgo la normalidad jurídica vigente. En si restistencia a anexar Brasil a la corona de su imperio, y dividir aquellas tierras, lo que habría dificultado en un futuro la unificación nacional, éste favorece la expansión territorial del país e indica que se dirija hacia el oeste.

Esta y otras iniciativas, no solo establecen vículos afectivos entre los dos reinos, posibilitando que más tarde los españoles colaborasen con Brasil en el sostenimientos de las bocas del río de la Plata, como en facilitar una expasión de tierras que termina por confluir hacia las bandeiras, verdadera epopeya nacional. Expediciones así conocidas son emprendidas por hombres temerarios que en flagrante irrespeto hacia el Tratado de Tordecillas, expanden las fronteras brasileñas con el pretexto inicial de buscar piedras preciosas, especialmente las esmeraldas.

En un momento dado, al inventariarse los escasos bienes de un determinado pionero o bandeirante, se encontró en su equipaje algún arrugado folleto con poemas de Quevedo, lo que indicaba que estos poemas habían sido arrastrados a lo largo de la selva por alguien que leía poesía mientras exploraba el corazón profundo de Brasil.

En esta alborada histórica surge la mítica figura de José Anchieta, jesuíta canario, enviado al Brasil en 1549, a raíz del proyecto colonizador de los portugueses, iluminado por la exaltación religiosa, e indiferente a los preceptos impuestos por el Concilio de Trento, éste se ocupa de catequizar a los indios y de recoger sus registros poéticos en las lenguas lusa, castellana y tupi-guaraní. Sin duda, obedeciendo a los preceptos de la Compañía de Jesús que defendía un aprendizaje en la lengua nativa, cuando la nueva lengua demostraba ser más útil que la propia. Este jesuíta sigue la norma con tanto rigor que llega a dominar con maestría el tupi-guaraní y escribe la primera gramática de esa lengua. Al tratarse de un poeta de gran finura verbal, cuyo latín guardaba un sabor renacentista, Anchieta inyecta en el imaginario brasileño una noción estética original.

Tenido como el primer escritor brasileño, el canario inculca en los indios una poética del simulacro. Promueve entre ellos, con el pretexto del cristianismo, espectáculos teatrales rudimentarios, de precaria imitación. Mediante meros artificios se empeña en crear un mundo alabado por su Dios, para apropiarse, por tanto, de la ilusión como tema. Y en cuanto mezcla sus autos con enredos bíblicos y romanos, intenta familiarizar a los espectadores con fragmentos de la historia universal. Tal vez con ello hacía creer a los indios, que hasta hacía poco tiempo guardaban entre sus dientes restos de carne humana, que esta catequésis teatral emergía no de sus creencias, sino de su propia fantasía. De este modo, él manifiesta, por medio de un tenue equilibrio entre la realidad y la invención, sus principios morales y literarios, gracias a los cuales introduce en el sustrato brasileño una especie de estética de la carencia y de la magia, predispuesta a valorar lo cotidiano tan desvalido en sí. Tal combinación sugiere el sentimiento de ser los primeros brasileños que participan de una inclinación anti-realista, capaces de elaborar en el porvenir un sistema social menos rígido, menos jerarquizado.

Anchieta, aunque de temperamento medieval, vive una rara fusión histórica: al enlazar las tres lenguas sienta las bases de un ecumenismo que se apresta para anunciar la futura propensión sincrética del pueblo brasileño.

Pero gracias a ese juego verbal tan persuasivo, que alimenta su fantasía religiosa, Anchieta se integra definitivamente a los momentos que forjan la sensibilidad brasileña.

Con la vigencia de la Unión Ibérica, el castellano refuerza su presencia en la colonia gracias a la llegada de los españoles, de los judíos expulsados de España, a la inexistencia de la empresa en Brasil, lo que obligaba a leer en español y portugués los libros traídos de Europa. Y gracias tambén al género epistolar, a la correspondencia que se intercambiaba en portugués y castellano, se refuerza esta presencia. Acciones que en conjunto impulsaban una absorción del español, pero que, en contrapartida, provocaban en la comunidad portuguesa de la colonia un antiespañolismo. Hasta el punto de que cierto colono portugués arremetió contra un español, según el libro Confesiones de Bahía: «antes moro que castellano», provocando con ello la siguiente respuesta del castellano: «antes moro que portugués». Como vemos, era una guerra con sordina que se llevaba a cabo entre los dos bandos.

No es de extrañar, por tanto, que en la Bahía setecentista, el célebre poeta satírico, Gregorio Matos, se confesase apasionado por Cervantes, maestro del ridículo humano, que leyó del original. Y que el extraordinario orador sacro, Antonio Viera, cuya nacionalidad es disputada apasionadamente por brasileños y portugueses, escribiese algunas composiciones en castellano. Y que el brasileño Manuel Botelho de Oliveira, poeta del siglo xvii, escribiese poemas y comedias en español.

Tales conjunciones lingüísticas e históricas son la causa de que se reconozca, al margen del latín, origen común, la existencia en el sustrato brasileño vestigios de la presencia de la lengua española. Es esta una suposición cultural y antropológica que enriquece sobremanera el repertorio brasileño y refuerza el conocimiento de en qué medida España hace parte de la poderosa matriz civilizadora de Brasil.

Notas