Como toda conmemoración, el Bicentenario induce a mirar el pasado, particularmente las transformaciones culturales que se han producido en el último siglo y en las últimas décadas. Desde la celebración del primer Centenario, el país ha cambiado, lo muestran las cifras, el paisaje sociocultural y la tonalidad de la vida. En 1910 la población alcanzaba apenas a 3 334 613 habitantes,1 en el año 2010 llegaremos a 17 094 270.2 Mientras la ciudad de Santiago tenía para entonces apenas un 10 % de la población total del país, para el Bicentenario alcanzará al 40,3 %.3 En 1910 éramos una sociedad rural de tono oligárquico, con una población agraria de 43,4 % y una urbana de 56,6 %. Para el 2010, la población urbana alcanzará a un 87 % y la que vive en el campo, sólo a un 13 %, y será una población rural crecientemente urbanizada, que ve teleseries, usa celular y anda en bicicleta. También se han producido cambios en la educación: en 1910 la población analfabeta llegaba a un 60 %, y en el 2010, a menos del 4 %.4 Son datos que —desde la base hasta la cúspide de la pirámide— revelan un aumento notable de la cobertura escolar: mientras en 1910 solo existían dos universidades con un total de alrededor de 1000 alumnos,5 en el Bicentenario la educación superior, considerando las tasas de crecimiento de la última década, alcanzará a cerca de 800 000 estudiantes universitarios.6 Reveladoras también resultan las variables de género y social: en 1910 las mujeres que cursaban estudios superiores eran menos del 2 % y en el 2010 el porcentaje de mujeres en la Universidad será casi de un 50 %, el mismo que el de hombres.7 La posibilidad de que una mujer de sectores medios llegará a ser Presidenta de la República ni siquiera formaba parte, en 1910, de la fantasía.
Otras transformaciones tienen que ver con el tiempo libre y las comunicaciones. En 1910 no había radios y sólo una multitienda para la elite: Gath y Chaves. En el 2010 habrá más de 5 000 000 de aparatos de Televisión,8 más de uno por vivienda; alrededor de 7 000 000 de receptores de radio alimentados por más de 1100 estaciones AM y FM,9 y sobre 14 000 000 de teléfonos móviles,10 que hoy tienen cámaras fotográficas, radio y correo electrónico, y pronto tendrán televisión. El 28 % de los hogares cuenta con videojuegos;11 hay cerca de 3 000 000 de computadores12 y más del 50 % de la población ha usado Internet.13 A lo largo del país llegaremos a 70 malls,14 visitados por sectores populares (que ya no se autoperciben como pueblo), por sectores medios (que casi no leen) y por la elite (que lleva apellidos de origen croata, árabe e italiano, y sólo unos pocos vinosos). En las carreteras (con peaje) circulan hileras de automóviles conducidos por médicos, gasfiters, abogados, profesores, bedeles, taxistas, torneros, jueces (con chofer), vendedores de multitienda, feriantes, diputados (también con chofer), empleados bancarios, monjas (sin chofer), laboratoristas dentales, jardineros, obreros, señoritas, chóferes (de asueto), secretarias, jóvenes y adultos de la tercera edad.
Son transformaciones que apuntan a la cara integradora de la modernización, pero también a un proceso que tuvo y sigue teniendo —aunque de modo más morigerado— su lado oscuro. Ya no, como en 1910, en la mortalidad infantil, en el alcoholismo o en obreros del salitre amarrados al cepo, pero sí en las subculturas de la droga, de la delincuencia, en el aumento de las enfermedades mentales y del estrés, y también en los indicadores de desigualdad, los que nos ubican —según estudios de la CEPAL— entre los países más inequitativos en la distribución del ingreso de América Latina. Los conventillos de ayer son los campamentos, las viviendas populares y la marginalidad urbana y rural (sobre todo mapuche) de hoy. Son también los peruanos que viven hacinados en el bajo centro de Santiago.
La massmediatización u organización audiovisual de la cultura —que tiene su base en la publicidad y en la industria del entretenimiento— incide y afecta a todas las actividades, desde la política a la educación, desde el teatro y la literatura hasta el lenguaje, la religión y el tiempo libre. Los medios, sobre todo la TV, han dejado de «mediar», pasando a constituirse en mediaciones socioculturales de sí mismos, en co-constructores de las representaciones de la realidad. En política las campañas y el posicionamiento comunicacional son más decisivos que las ideas o que lo efectivamente realizado. Quien tiene los focos y las cámaras tiene también los votos. Las grandes figuras de la TV son candidatos virtuales a todos los cargos. Bajo el influjo de lo audiovisual, la política se ha convertido en espectáculo, importan las gestualidades, el carisma electrónico y evitar a toda costa el tedio de las audiencias. La política se ha distanciado de lo político, erosionando el interés ciudadano. La TV abierta y los medios juegan también un rol fundamental con respecto a la lengua: autorizan neologismos e inciden en la aceptación de ciertos usos coprolalicos. Son a la vez la caja de resonancia y de difusión de la situación lingüística y del habla nacional.
En casi todos los barrios del país hay espacios globalizados: niños que en sus casas o en el negocio de la esquina o en algunas de las casi 400 bibliotecas públicas que cuentan con Internet (gracias al apoyo de Microsoft),15 pasan tiempo jugando a Spiderman, al Football, a Red Alert, a Guitar Hero o la nueva versión de Mario para Nintendo Wii, el best seller de la compañía japonesa; niños que están más al tanto de las alternativas del Play Station que del pasado de sus propias comunas. Niños que vibran con unos monitos japoneses en que la sangre y la violencia corren a raudales; niños que se manejan mucho mejor con los bit que con la palabra, y que chatean con el compañero de curso o con alguien que está a miles de kilómetros de distancia, utilizando un lenguaje —como dicen ellos— «bacán». La tecno y video cultura ocupa un espacio cada vez más importante en la educación informal, promueve una ética y una actitud de impaciencia, que convierte a la lectura en un soberano aburrimiento. «Hazla cortita» es una de las frases de moda entre los jóvenes. Ampliando su sentido a la educación implica un no a los libros, un no a la lectura («que la hace larga»), un no al conocimiento que implica hábitos de estudio, de procesamiento y de graduación en el aprendizaje.
Según un estudio del año 2007, el 46 % de los jóvenes que ingresan a la Universidad no entiende lo que lee y casi el 32 % no cuenta con la capacidad para asociar contenidos de más de una disciplina.16 Es frecuente encontrarse con alumnos de todos los niveles que tienen serias deficiencias tanto en la lecto-escritura como en el pensar abstracto, pero que son extraordinariamente diestros en el manejo computacional, ya sea de imágenes o de sonidos.
¿Está el homo videns reemplazando —como sugiere Sartori— al homo sapiens?17 Sería necesario investigar hasta qué punto la massmediatización de la cultura infanto-adolescente incide en los fenómenos de anomia y matonaje escolar, o en los problemas de lecto-escritura, o —para ponerlo en términos extremos— en una desestabilización gnoseológica y epistemológica que podría estar afectando al seno de nuestra cultura.18
En la religión, como en el deporte, como en el arte, como en la política, la legitimación y la valoración social están vinculadas de modo creciente a la variable audiovisual. Y tras esta variable, están las industrias culturales, con la TV a la cabeza, que es —con su férrea lógica mercantil— la industria audiovisual hegemónica, implacable en su voracidad de mercado, lo que redunda en una hiperinflación de la cultura de masas, y en el riesgo —gracias a la invisible censura que ejerce el mercado— de una creciente homogeneización cultural. Tal como afirma Santiago Castro Gómez, hoy día la cultura medial «reemplaza a la cultura letrada en su capacidad para servir de árbitro del gusto, los valores, el pensamiento y el lenguaje. La ventaja de la cultura medial sobre otros aparatos ideológicos radica, dice Castro Gómez, en que sus dispositivos son mucho menos coercitivos. Diríamos que por ellos —señala— no circula un poder que vigila y castiga, sino un poder que seduce».19
En cuanto al tiempo libre, la televisión es para las mayorías el medio preferido de entretenimiento y descanso. Con las pantallas de plasma, el advenimiento de la televisión digital, y el perfeccionamiento vivencial de las imágenes es muy probable que lo siga siendo. Se trata, como señala Álvaro Cuadra, no de la «paleotelevisión» (que era el modelo antiguo de la TV civilizadora) sino de la «neotelevisión», el modelo de TV que interactúa con la cultura de masas20 y repele a todo aquello que no cuenta con la complacencia del mercado. La organización audiovisual de la cultura y las posibilidades o peligros que ello implica, camina a la par con una permanente posta de cambios tecnológicos. De la televisión al video, del video al cable, del vinilo al casete, del casete al compact disc, del compact disc al MP3, al pendrive, al iPod y al celular; de la carta al fax, del fax al correo electrónico y al mensaje de texto por celular; del cable submarino a la fibra óptica, y en la punta los adelantos que permiten la interacción entre lo textual, lo visual y lo auditivo, abriendo el horizonte de lo multimedial. Son cambios que en cada rubro están incentivados por el mercado, por la promoción de nuevas demandas. Cambios que también inciden en las relaciones y en los imaginarios interpersonales, alimentando la estética del zapping y del videoclip, esa estética en que priman los significantes por encima del significado, una estética que fomenta la impaciencia y el hazla cortita, el dato visual y la información «urgida» que reniega de lo denso y a veces incluso del conocimiento y del intelecto, todo lo cual suele identificarse con el libro. Son cambios que sobre todo comprimen y afectan nada menos que a las vivencias del tiempo y del espacio. La diferencia (económica) entre comunicarse local, nacional o internacionalmente se está anulando. La palabra, la imagen y lo que es más complejo, los flujos de capital, pueden volar en segundos de un país y hasta de un continente a otro.
La producción y circulación de la cultura y la información están hoy día interrelacionados con estos cambios tecnológicos y espacio-temporales. Ellos constituyen de modo creciente el contexto de producción, circulación y recepción de la cultura. Las tecnologías multimediales e Internet son herramientas que sirven para un «barrido y un fregado». En educación pueden utilizarse para generar información y cumplir con la tarea escolar o universitaria, pero también para googlear y presentar como propio un trabajo ajeno bajado de la red y pegado con «ctrl-alt, edición». Son tecnologías que pueden cumplir roles —como de hecho los cumplen— en las actividades de los movimientos sociales, ayudando a la reivindicación del patrimonio de los pueblos originarios o a las luchas medioambientales; pero también son tecnologías funcionales al capitalismo especulativo y bursátil, o para armar una red de trata de blancas. Son indicios de que ni la nación —ni el Estado— pueden controlar los flujos comunicativos y culturales. De allí que el ciberespacio tenga connotaciones de territorio libre, de una democracia universal (en inglés). No se trata empero de demonizar, ni de mitificar o fetichizar a las nuevas tecnologías y a Internet, a fin de cuenta son solo instrumentos que si bien pueden contribuir ¡y mucho! a la educación, al acceso comunicativo y cultural, también pueden obstruirlo.
Desde la recuperación de la democracia se ha producido un incremento de la cultura artística. Aunque no hay estadísticas pormenorizadas por año, los datos parciales y la información disponible permiten constatar un crecimiento en cuanto a obras y películas estrenadas, a grupos musicales, a exposiciones y a instalaciones de arte, y en el caso de películas chilenas, a asistencia de espectadores a salas. En cuanto a temas y contenidos un sector importante de esta actividad artística refleja un malestar por el estado de cosas imperantes. Un malestar frente a la excesiva dirección económica de lo social y frente a lo que se percibe como síntomas de neoliberalismo. Temática y estilísticamente las figuras de de la ironía, de la parodia, de la hipérbole y de la crítica satírica a las características de la modernización que estamos viviendo, y a la reorganización de la cultura gestionada por lo audiovisual, la publicidad y el mercado son, en esta producción artística, motivos y temas recurrentes. También lo son la anomia familiar y social.
The Clinic, probablemente el único periódico que no depende del avisaje y por lo tanto del mercado, sino de sus lectores, es una viva expresión de este malestar. Malestar de la cultura frente a la política, al modelo económico y social, al consenso con el autoritarismo del pasado y con las tentaciones autoritarias del presente, malestar sobre todo frente a las líneas editoriales que permean los grandes medios. De allí que los modos de referencia que utilice este periódico sean de preferencia la ironía, la parodia, el pastiche, el humor sarcástico y la polisemia, en una perspectiva casi siempre irreverente e iconoclasta, cruzando géneros y transitando —sin mediaciones— desde la cultura artística a la cultura de masas y viceversa. Aunque los contenidos y los guiños sarcásticos se repiten, parece no cansar a sus lectores, sobre todo a los jóvenes. Su éxito refleja bien el malestar de la cultura.21
Pero el malestar obedece también a ciertos procedimientos a que se ha visto llevada la producción artística para poder sobrevivir. En determinadas circunstancias quienes producen bienes y servicios culturales se han visto obligados a privilegiar proyectos que tienen una venta asegurada por estar ya consagrados en el rating massmediático. Los productores y directores teatrales buscan con frecuencia montar sus obras con algún actor que tenga un nicho de mercado asegurado en la industria televisiva. Lo mismo ocurre con otras industrias culturales, incluida la industria editorial. Las microeditoriales y otras manifestaciones de tono contestatario —como la estampida de Tunick, grupos de rock o de hip-hop— también suelen expresar el malestar de la cultura.22
El peso de Santiago como mercado ha contribuido a centralizar la producción y circulación artística, sobre todo en las comunas de mayor poder adquisitivo. Si se hiciera un catastro y un mapa de las salas de cine, galerías de arte, librerías (de libros), bibliotecas, museos y teatros del país, con toda seguridad un altísimo porcentaje estarían ubicados en las 6 comunas más pudientes de la Región Metropolitana.23 A los desequilibrios del gran Santiago se suman los del país. El espacio comunitario de cultura y expresividad artística local, vinculado a los más de 350 municipios que hay a lo largo de Chile, ha sido en cuanto a actividades de arte muy desigual, debido a la disparidad de recursos financieros e infraestructura con que cuentan los municipios.
En términos generales, como sector, el área de elaboración artística ocupa un lugar restringido en la totalidad cultural del país, entendida ésta como un espacio diverso de prácticas de significación, de elaboración y circulación de bienes y sentidos simbólicos. Un espacio más desmejorado aun ocupan la cultura de espesor étnico y la cultura popular de raigambre campesina. La política cultural de la Concertación ha intentado corregir estos desequilibrios por la vía de fondos concursables, bibliotecas públicas, bibliometros e iniciativas como el maletín literario, entre otras. El aumento considerable de los fondos en concurso y la política de beneficiar a las audiencias mas vulnerables han tenido logros importantes, han sido, sin embargo, más bien logros puntuales y no sistémicos, en parte debido a la inequidad y diferencia de capital cultural acumulado que existe en la sociedad chilena, y en parte, también, debido a la amplitud de la cultura de masas y al hecho incontrarrestable de que el acceso a ésta es mucho más democrático y abierto que el acceso a la cultura artística. Tal como señala un informe del PNUD «donde los bienes y servicios culturales se transan en el mercado, las barreras de la disponibilidad de ingresos constituye una brecha insalvable entre quienes pueden y quienes no pueden hacer efectivas sus demandas de consumo cultural. O bien entre aquellos que están conectados y aquellos que no lo están».24
El neopopulismo cultural —que acata y valora al mercado como una especie de plebiscito cultural permanente— parece aceptar estos desequilibrios. Dentro del espacio restringido que ocupa la cultura artística, se constata, incluso, que la relevancia y valoración que tiene para el conjunto de la sociedad cada sector del arte está en directa relación con los vínculos y la presencia que este tiene en la cultura massmediática. Se destacan, en ese sentido, el cine, el teatro y la música popular. Las instancias de formación en las áreas mencionadas se han incrementado notablemente, sean éstas academias, institutos, universidades, centros de perfeccionamiento o escuelas. Paralelamente áreas tradicionales vinculadas a la palabra y a la cultura ilustrada, como la del libro, la literatura y la industria editorial, han perdido capital simbólico y disminuido su presencia y relevancia tanto en los medios de comunicación como en la sociedad.
Considerando el panorama cultural descrito, las posibilidades de crecimiento del mercado del libro en Chile son escasas; con la excepción del mercado del libro universitario (siempre que se logre abordar con creatividad el problema de las bibliotecas universitarias y de las fotocopias). Por otra parte, sin embargo, la massmediatización de la cultura y el rol que desempeña la TV abierta, abren grandes posibilidades para el bestseller globalizado vinculado a los formatos audiovisuales (ya sea cine o serie de TV), nicho que ha sido aprovechado por transnacionales del libro con productos que se integran a la cultura de masas, como El Señor de los Anillos, Crónicas de Narnia, Crepúsculo o la saga que entendemos como símbolo del fenómeno: Harry Potter.
En sus siete volúmenes la saga del niño mago ha vendido en todo el mundo más de 400 millones de copias, transformándose —con toda la parafernalia del merchandising— en un fenómeno social y mediático. El último tomo fue comercializado en Chile durante el año 2008 por el grupo Océano.25 Se trata de un fenómeno editorial que operó en el mercado-mundo, una obra que ha sido traducida a 65 idiomas, incluso al griego antiguo. El tomo final de la saga, Harry Potter y las reliquias de la muerte,impreso en España, vendió en Chile casi 50 000 ejemplares durante los dos primeros meses, dando lugar a un fenómeno editorial inédito. Vale la pena reproducir una noticia de una agencia de prensa argentina para dimensionar sus características, noticia que circuló cuando se preparaba la salida de la versión en español:
1,3 millones de copias de Harry Potter and the deathly hallows fueron adquiridas en las primeras 24 horas a la venta en Gran Bretaña, Estados Unidos y Alemania
(Noticiascadadía/Agencias) El final del último libro sobre Harry Potter podía ser una incógnita para sus millones de fanáticos en todo el mundo, pero no lo fue el éxito de ventas: récords en Estados Unidos y Gran Bretaña y decenas de miles de ejemplares vendidos en América Latina.
La ruptura del embargo mundial antes del lanzamiento, realizado un minuto después de la medianoche del viernes, no impidió que más de 11,3 millones de copias del esperado Harry Potter and the deathly hallows fueran adquiridas en las primeras 24 horas a la venta en Gran Bretaña, Estados Unidos y Alemania, según sus editores.
Con 8,3 millones de ejemplares en Estados Unidos y 2,3 millones en Gran Bretaña, el séptimo y último libro de la saga sobre el joven aprendiz de mago se convirtió en esos países en el más vendido de la historia en las primeras 24 horas.
En un fenómeno que no ha cesado de crecer desde que en 1997 Boomsbury, entonces una pequeña editorial londinense, lanzara Harry Potter y la piedra filosofal, millones de fans —de Irán a Argentina, pasando por Tokio, México, Río de Janeiro y Nueva York— se precipitaron emocionados sobre la flamante versión en inglés, sin esperar la traducción a su propio idioma.
La primera que tuvo el libro en sus manos en Londres fue Amber de Jager, una holandesa de 19 años que había dormido dos noches frente a la librería. El segundo fue Rui, también de Holanda. Había llegado el miércoles temprano y tan pronto como tuvo el ansiado tomo de 607 páginas en sus manos corrió a un pub con unos amigos para leerlo. «Estoy exhausto, pero emocionado», dijo a la AFP.
Al otro lado del Atlántico, en Montevideo, la espera fue menor pero no menos emocionante. Cecilia Arregui, de 15 años, llegó con más de una hora de anticipación a la librería donde ya había reservado su ejemplar. «Yo tenía el número 16, así que esperé poco. Recibí el libro y me fui rápido a casa para empezar a leerlo. No sé a qué hora me dormí, pero era muy tarde, y a las seis de la mañana ya me había despertado para seguir leyendo, porque no me podía aguantar», el sábado por la noche ya había devorado el libro. «Es exactamente como me lo había imaginado. Es el mejor de los siete. Ya lo quiero volver a leer, pero ahora lo está leyendo mi madre», agregó.
Miles de brasileños tampoco quisieron esperar la versión en portugués, está prevista para fin de año: ávidos lectores se quedaron con más de 17 000 ejemplares en el primer fin semana de venta en tres grandes redes de librerías de Brasil, donde los libros de la serie ya vendieron más de 2,5 millones de ejemplares.
El frenesí fue similar en Ciudad de México, donde más de 3000 personas —muchas vestidas con las capas características del joven mago y sus amigos— se congregaron en tres librerías en la noche del viernes. Solo en la preventa, se reservaron más de 7000 ejemplares, según Alberto Achar, gerente de mercadotecnia de la librería Gandhi.
«Estoy feliz por saber el final, lo mejor de todo fue que Harry Potter no se murió», comentó Ana Rendón, una estudiante de 14 años que tras comprar el libro leyó inmediatamente las últimas páginas.
Hasta el martes, las ventas del último tomo de Harry Potter sumaban cerca de 4000 ejemplares en Chile, mientras que en Argentina las cadenas de librerías Yenny y El Ateneo vendieron 2000 ejemplares en las primeras 48 horas.
Perú aprovechó en tanto la Feria Internacional del Libro para lanzar el último tomo de las aventuras del joven mago, que vendió en ese país más de 2000 ejemplares, según la importadora Zeta Book Store.
Las cifras prometen multiplicarse en América Latina cuando llegue la versión en español, prevista para febrero de 2008, cuyo título aún se desconoce (pero que literalmente sería Harry Potter y las reliquias de la muerte).
Faltan además las dos últimas películas de la serie, la inauguración de un parque temático en Estados Unidos… Harry Potter promete seguir hechizando a generaciones de niños y jóvenes durante bastante tiempo. Y aunque su autora, la escocesa J. K. Rowling, aseguró que este es el último libro de la serie, hace pocas semanas dejo entrever que quizá, sólo quizá, no sería el último libro sobre el pequeño mago. «Nunca digas nunca», dijo.
La serie de Harry Potter se ha transformado en una saga de culto; un fenómeno complejo en que lo literario —tal como revela esta noticia— está envuelto por lo massmediático, en que adolescentes fanáticos expresan su identidad de sujetos y de agentes culturales a través de un libro en que el protagonista es también un adolescente como ellos. Se trata además de un fenómeno que plantea una serie de interrogantes: ¿Estamos ante lectores de un solo libro o ante lectores sin más, que potencialmente podrían pasar de Harry Potter a otros textos en que también hay magia y fantasía, como por ejemplo Don Quijote? ¿Puede hablarse de la muerte del libro y del fin de la lectura después de la harrypottermanía, fenómeno que se da precisamente entre adolescentes, entre jóvenes que las encuestas indican como no interesados en la lectura? ¿Se traspasará esta avidez de leer a otros títulos que carezcan del envoltorio massmediático? ¿No estamos acaso ante un tipo de lectura colectiva, ruidosa y de masas, muy distinta a la lectura íntima, extensiva y silenciosa, que caracteriza a la modernidad? ¿No sería acaso posible productivizar lo ocurrido con esta saga en el campo educativo, para entusiasmar a los alumnos con el valor de la palabra y el placer del libro? ¿Qué incidencia tiene un hecho editorial de esta envergadura con respecto al paisaje editorial local, en sus diversas expresiones?
De las interrogantes anteriores la única que puede abordarse con antecedentes, indicadores y datos mas o menos confiables es la última ¿Qué ha ocurrido en términos de producción y de mercado editorial local en los últimos diez años? ¿Dejó acaso alguna secuela el fenómeno Harry Potter? Haciendo un diagnostico de los primeros años de la década del 2000, un estudio del editor Juan Carlos Sáez y de Juan Antonio Gallardo, citado y complementado por la Asociación de Editores Independientes, Universitarios y Autónomos de Chile, señala que: «la recuperación de la industria del libro iniciada en 1989 con el retorno a la democracia y con los mejores niveles de ingreso por persona que se alcanzaron durante la década del 90, se detuvo y retrocedió en todos sus aspectos, a partir de 1997. La leve recuperación observada en el 2000 y 2001 terminó en una caída adicional en el 2003 y 2004». Entre los factores que incidieron en este retroceso y estancamiento de la industria, los autores señalan razones estructurales y razones económicas, de circunstancia. «Son sin embargo —dicen— los factores estructurales los que más pesan, entre estos podemos distinguir: niveles pobrísimos de comprensión de lectura en la población; debilidad financiera en casi todas las etapas de la cadena de valor de la industria del libro; insuficiencias en las instituciones públicas y privadas ligadas al libro; ausencia de una política de compras significativas de libros chilenos por parte de bibliotecas; invisibilidad del libro en los medios de comunicación; hábito masivo e inveterado de reprografía (fotocopia) en universidades, colegios e instituciones privadas y públicas».26 Pero sobre todo —señalan— en la base de este subdesarrollo de nuestra industria del Libro, «está la falta total de comprensión por parte de los principales actores de nuestra sociedad (gobernantes, universidades, intelectuales, etc.) del papel fundamental que la lectura, el libro y su industria desempeñan en el desarrollo social, político, económico y democrático de una sociedad de ciudadanos que no son simples consumidores».27
Las cifras avalan este diagnóstico de estancamiento, aun considerando los títulos publicados por año registrados en el sistema ISBN.
Cuadro 1: títulos registrados en ISBN año 2000-2008 | |
Año | N.º de títulos |
---|---|
2000 | 2420 |
2001 | 2582 |
2002 | .835 |
2003 | 3420 |
2004 | 3151 |
2005 | 3565 |
2006 | 3541 |
2007 | 3723 |
2008 | 3908 |
TOTAL | 29 145 |
La estadística anterior ha sido esgrimida como un indicio de crecimiento sostenido de la producción editorial en Chile, sin embargo no considera el hecho de que el ISBN (administrado por la Cámara Chilena del Libro) registra un número significativo de proyectos de libros que no logran materializarse, también folletos impresos, anuarios, publicaciones en Braille y hasta libros en casetes. En el período 2000 a 2008 el sistema registró un total de 29 145 títulos, de los cuales el 86 %, vale decir 25 089 títulos, corresponden a la región metropolitana, dato que indica una centralización casi absoluta de la actividad editorial.
Cuadro 2: títulos por rango de tirada | |
Rango de tirada | N.º de títulos |
---|---|
1-500 | 8972 |
501-1000 | 5952 |
1001-1500 | 5525 |
1501-2000 | 1358 |
2001-2500 | 1544 |
2501-3000 | 445 |
3001-3500 | 1768 |
3501-4000 | 229 |
4001-4500 | 321 |
4501-5000 | 171 |
5001 y más | 2860 |
TOTAL | 19 145 |
Como se desprende del cuadro anterior, del total de títulos nuevos registrados por año, el 31 % corresponde a tiradas de 1 a 500 ejemplares y el 78 % a tiradas menores de 1000 ejemplares, porcentaje que se incrementa año a año. Con respecto a las autoediciones en el período 2000 a 2008 se registraron 4201 títulos autoeditados, lo que equivale a un promedio de 14,41 % del total de títulos registrados, porcentaje que en la década también aumenta año a año. En el año 2008 del total de 3908 títulos registrados en el sistema ISBN, 653 títulos —vale decir el 16,71 %— corresponden a obras autoeditadas con el esfuerzo de sus propios autores. Dentro de la categoría de literatura chilena la poesía se consolida —según datos del ISBN— como el género mas editado en el período 2000 a 2008, con un 33 % del total, la nula presencia de ese género en las editoriales trasnacionales y su presencia bastante menor (comparada con el ensayo y la narrativa) en las editoriales independientes, indica que un alto porcentaje de las autoediciones son de poesía. A pesar de los problemas que presenta el ISBN, sus estadísticas constituyen un indicador con respecto al carácter precario del mercado editorial local. Mientras en Chile en el año 2006 se registraron solo 3541 títulos por el sistema ISBN, en España ese mismo año se registraban 66 270 títulos, en Argentina 18 663 y en Colombia 10 815.28 Resulta significativo el número de títulos con tirajes menores a 500 ejemplares, también el 16,71 % de obras autoeditadas. Son cifras que implican costos elevados de producción, escasos niveles de lectura, perspectivas muy limitadas de venta, un mercado local de tamaño reducido con dificultades para publicar obras y géneros que implican algún nivel de riesgo, con autores que optan, en consecuencia, por la autoedición o por microeditoriales alternativas.
De hecho uno de los aspectos más interesantes de la década es el surgimiento de numerosas microeditoriales alternativas de gestión independiente, y en algunos casos artesanal, vinculadas, a colectivos de jóvenes tanto de la capital como de regiones. Varias de ellas son posibles gracias a una combinación paradojal entre la manualidad artesanal, por un lado, y nuevas tecnologías de escaneado, digitación y policopiado, por otro. En junio del 2009 se realizo en Santiago un encuentro titulado Furia del Libro, que reunió a un conjunto de estas iniciativas editoriales, entre otras, a Punto Ciego Ediciones, Lanzallamas Libros; La calabaza del Diablo; Micro Editorial Lingua Quiltra, Rabiosamente Independientes, Canita Cartonera, Ediciones del Temple, Animita Cartonera, Corriente Alterna, Ripio Editores, La piedra de la locura, Revista Contrafuerte, Sangría Editores, Ediciones Luciérnagas, Das Kapital Ediciones. También estuvieron en el encuentro editoriales similares de Argentina y Perú.
Animita Cartonera, formada por ex alumnos de la carrera de literatura de la Universidad Diego Portales, se autodescribe como sigue: «Somos una editorial con un fin social, cultural y artístico. Confeccionamos libros hechos de manera artesanal por jóvenes que lideran la producción del taller. Compramos cartón a recolectores independientes y lo reutilizamos como soporte (tapa) del libro que, posteriormente, es intervenido a mano. De esta manera, el libro se transforma en un objeto de arte único y exclusivo».29 Probablemente varias de estas microeditoriales ni siquiera están formalmente constituidas como empresas, editan de uno a diez libros al año, y en ocasiones ninguno. Pero hay algunas, empero, cuyas ediciones son altamente significativas en términos del valor estético de lo editado, por ejemplo las ediciones de Lanzallamas o de Animita Cartonera, y otras lo son en términos sociales, como el proyecto editorial Canita Cartonera, iniciativa contracultural carcelaria de la comuna de Alto Hospicio, en el norte del país. Son pequeñas editoriales autogestionadas que publican fundamentalmente poesía, pero no sólo este género. Habría que agregar a este tipo de iniciativas a las editoriales anarquistas,—estamos pensando en Editorial Desde Abajo, Acción Directa Ediciones, Subamérica Ediciones, Editorial Espíritu Libertario, Editorial Primera Vocal, editoriales que venden sus producciones en casas OKUPA y trabajan en general con fotocopias (salvo la editorial Espíritu Libertario que inscribe sus producciones en el sistema ISBN y ha editado obras de Chomsky, Foucault y Bakunin); editoriales que tienen como lema Copia, Piratea y Difunde.30 Todo este grupo de microeditoriales son contraculturales, libertarias o cuando menos progresistas, y dan lugar a una bibliodiversidad (concepto que apunta a la diversidad de sensibilidades y saberes expresados en el soporte libro), pero a una bibliodiversidad alternativa, que no tiene presencia ni visibilidad en el mercado, pero que representa una contribución y una vía de expresividad creativa, social y política para una juventud que no encuentra canales de salida —y que a veces en actitud contracultural ni siquiera los busca— en el campo editorial mas establecido. Estas microeditoriales se autoperciben incluso como alternativas a las editoriales independientes, a Cuarto Propio, Lom y otras. Reconociendo esta nueva y variopinta realidad, el Fondo del Libro del Ministerio de Cultura en su convocatoria para el año 2010 incluyó una modalidad de apoyo a microeditoriales.
Se trata, en síntesis, de un mundo que se encuentra en las antípodas de los fenómenos editoriales globalizados y transnacionales, y de la parafernalia del merchandising que acompañó a la saga de Harry Potter. Un mundo que ni siquiera se roza con esa realidad, una franja que alimenta su alternativismo privilegiando la expresividad estética y social local, frente a ese otro sector que releva el mercantilismo y la industria del entretenimiento, y que opera —como ocurrió con la saga literaria y audiovisual de Harry Potter— en el mercado-mundo. El abanico de microeditoriales es también un síntoma, de las limitaciones del mercado y, del malestar de la cultura.
Hay también un grupo de editoriales pequeñas con mayor trayectoria y formalización empresarial, estamos pensando en Uqbar Editores, editorial creada en el año 2006, especializada en cine y poesía, iniciativa de pocos títulos pero de ediciones muy cuidadas; también en Mosquito Editores, editorial que viene publicando desde la década anterior, sobre todo en los géneros de microcuento y policial; en Akhilleus editores, surgida el año 2008, que publica títulos dedicados al mercado universitario; en Palinodia, que opera, según su página Web, desde el 2006, editorial que se especializa en teoría crítica y cultural con traducciones y producción nacional; también en Metales Pesados, librería del mismo nombre que desde el año 2005 opera como editorial; en Tajamar Editores, creada en el año 2002, editorial especializada en poesía, que ha publicado a autores significativos como Diego Maqueira. Se trata de editoriales que publican entre uno y diez títulos por año, que carecen de un sistema propio de distribución, que no tienen personal permanente dedicado a las tareas editoriales, que responden más bien a un esfuerzo individual o de grupos, que privilegian la calidad estética o académica de lo que publican sobre los resultados comerciales, y que muy ocasionalmente, cuando coincide con su línea editorial, aceptan encargos o ediciones con aporte, como ocurre, por ejemplo, con Mosquito Editores. Hay también algunas editoriales pequeñas que sí se especializan en autoediciones con aporte del autor, sobre todo de poesía, como Mago Editores, que viene operando desde el año 2004.
Entre las empresas nacionales está, por último, la franja de lo que en un capítulo anterior llamamos editoriales independientes: editoriales de tamaño mediano que publican entre 30 y 80 libros por año, la mayoría de las cuales operaban ya en la última década del siglo pasado, editoriales de tonalidad cultural progresista que rescatan la concepción ilustrada de la industria, que privilegian al libro como bien cultural, pero que intentan también mantener un equilibrio económico que les permita continuar funcionando. Estamos hablando de Cuatro Vientos, Lom, Cuarto Propio, Ril Editores, Pehuen y Dolmen, entre otras. Todo lo señalado en un capítulo anterior sobre estas editoriales (con excepción de la quiebra de una de ellas) sigue siendo válido en vísperas del Bicentenario, lo nuevo es que en el año 2000 se organizan legalmente como Asociación de Editores Independientes de Chile y luego, en el año 2003, con la incorporación de otras editoriales —Universitaria, Andrés Bello, Aun creemos en los sueños, y Universidad de Santiago— amplían la denominación a Editores de Chile. Asociación Gremial de Editores Independientes, Universitarios y Autónomos.31 Se trata de una asociación gremial de editoriales comprometidas con la bibliodiversidad, que se arriesgan con géneros como la poesía y el ensayo, que se abren al pensamiento crítico o a mensajes creativos nuevos, produciendo libros de venta lenta y no garantizada; editoriales, en definitiva, que buscan mantener vivo el pensamiento y la memoria y que ponen en primer lugar la función cultural y social de su quehacer.
En los últimos años esta agrupación ha llevado a cabo una intensa labor de lobby ante el poder ejecutivo y legislativo, y también ante la sociedad civil. Su propósito ha sido alimentar el debate de las políticas públicas frente al libro y lograr una serie de medidas que les permitirían cumplir en mejor forma su labor. Al mismo tiempo la agrupación ha establecido vínculos con otras asociaciones de editores independientes de América Latina y del mundo, que viven problemas similares. La lucha fundamental apunta a lograr por parte del Estado mas que medidas puntuales, un compromiso más activo e integral con el mundo del libro, entendiendo que el libro constituye un soporte fundamental en los mecanismos de producción y reproducción del conocimiento y creatividad, y que es por lo tanto un tema central para encarar la crisis de la educación que vive el país. Un compromiso que se exprese en políticas sistémicas y coordinadas que incidan en toda la cadena del libro.32
Cabe señalar que en el período que estamos analizando hay editoriales que si bien no forman parte de esta nueva asociación gremial, en los hechos sí actúan editorialmente con una perspectiva prácticamente similar a la que anima a la Asociación. Estamos pensando en editoriales que publican obras significativas y que claramente contribuyen a la bibliodiversidad. Iniciativas institucionales como la Editorial de la Universidad Diego Portales, que ha tenido —liderada por Matías Rivas— una labor destacada en la última década, completando un catalogo de 150 títulos, que incluye una excelente colección de poesía con obras de Nicanor Parra, Claudio Bertoni, Alberto Rubio, Gonzalo Millán y Enrique Lihn y otra de pensamiento contemporáneo, con autores como Raúl Ruiz, Roberto Torretti, Pablo Oyarzun y Carla Cordua. Estamos pensando también en la editorial de la Universidad de Talca, que rescata y publica obras con una perspectiva regional, rompiendo el centralismo editorial del país. Incluso en editoriales como Catalonia, que siendo una empresa comercial, con el experimentado editor Arturo Infante a la cabeza, se acerca en su quehacer más a la tradicional función cultural y social del editor que a la nueva oleada de gerentes comerciales que lideran varias de las empresas trasnacionales del libro.
El hecho de que existan dos asociaciones gremiales en la industria del libro, por un lado la tradicional y otrora prestigiosa Cámara Chilena del Libro, y por otro la Asociación Chilena de Editores, en la medida que éstas tengan posturas antagónicas y no consensuadas, resultará perjudicial para el mundo del libro. Por otra parte, sin embargo, se trata de un antagonismo que obedece a intereses diferentes y a una situación que afecta a la producción editorial independiente en el contexto de una globalización y transnacionalización de las industrias culturales. Un contexto en que editoriales que tienen considerable influencia en la Cámara, son filiales de Planeta, Santillana, Grijalbo-Sudamericana, Ediciones B, Random House Mondadori y del grupo editorial Océano. Se trata de filiales que responden a casas matrices y a inversiones que las obligan a priorizar la rentabilidad y la concepción del libro como un bien económico por sobre consideraciones de valor estético o cultural. Ahora bien, se trata de una contradicción que no sólo se da en Chile, sino que opera en otros países, incluso en Estados Unidos, como se desprende de La edición sin editores, la obra del editor norteamericano André Schiffrin. También en Francia, tal como se colige de un diagnóstico reciente de la situación del libro en ese país, realizado por Eric Hazan, director de La Fabrique Editions. Vale la pena reproducirlo:
Dice Hazan: hoy día se trata de «salvar al libro como si fuese una categoría única y homogénea… Todos sabemos que la realidad es otra. Por un lado existe un número de libros que son productos industriales, elaborados siguiendo las reglas del marketing, comercializados con el apoyo de los grandes canales existentes… Estos libros, de lejos los más numerosos tanto en títulos como en ejemplares vendidos, son fabricados por las casas editoras que pertenecen en su mayoría a conglomerados financieros, y cuya razón de ser es la rentabilidad de las inversiones». «Este sector del «libro» se encuentra más bien sano y no necesita por lo tanto operaciones de salvataje… «Si por casualidad tal best seller no se vende, si aquella otra colección es un fracaso, los medios de esta casa editora permiten olvidar rápidamente esa decepción».33
«Por otro lado, están los libros que se clasifican como difíciles; no necesariamente de leer, pero sí de escribir, de editar, de lanzar y de vender. Son las novelas y ensayos, los libros de poesía o de teatro que resultan, de una manera u otra, de una elaboración artesanal» (vale decir no industrial). «En este grupo las casas que los editan son de poca envergadura y no cuentan con inversores foráneos: se les conoce como independientes. Ejemplos de ellas son las Ediciones de Jerome Lindon en Edition de Minuit, las de José Corti o las de Francois Maspero». Los editores y libreros «que mejor defienden estos libros son tenidos por apasionados que trabajan cincuenta horas a la semana para ganar una miseria. Son estos los libros que están hoy en peligro».34
«Aclaro sin embargo —agrega Hazan— que la dicotomía es simplificadora: los grandes grupos editores también publican libros indispensables, y no es cuestión de oponer la mala literatura a la buena. Hay buenas novelas policiales y malos libros de filosofía; hay excelentes vendedores de libros en FNAC y librerías independientes sin interés; etc. Pero la distinción entre el libro producido por la industria del entretenimiento» (con apoyo massmediático) y el libro procedente de la edición independiente» y no industrial, «sigue siendo indispensable para comprender la verdadera situación del libro».35
En el contexto de este diagnóstico —que coincide con lo que ocurre en Chile— hay que entender la casi nula incidencia del fenómeno Harry Potter en la producción editorial local, salvo el hecho de que el volumen número 5 de la saga apareció a la venta en Chile (2005), en versión pirateada, antes de su desembarco oficial.
La distribución, comercialización y circulación de libros refleja también la precariedad del paisaje editorial en vísperas del Bicentenario. Según un estudio de la Cámara Chilena del Libro, en el año 2004 había en el país solamente 99 librerías y 54 sucursales dedicadas exclusivamente al comercio de libros, la mayoría ubicadas en la capital, en comunas de altos ingresos. En el período que estamos analizando si bien han emergido nuevas librerías, muchas —entre ellas algunas no sólo emblemáticas sino que únicas en regiones— se han visto obligadas a cerrar sus puertas.36 Recientemente, a fines del 2009, la cadena de Librerías José Miguel Carrera, con seis sucursales en distintos centros comerciales de Santiago, quebró dejando una deuda impaga de $600 millones, situación que afectó a varias casas editoras. Si bien se aduce como causa de la quiebra una mala administración y un ritmo demasiado osado en la creación de sucursales, no cabe duda que en el trasfondo está una venta más baja y más lenta que la esperada, lo que una vez más apunta a lo precario del mercado.37
En cuanto a la circulación, el envío de libros por correo resulta extremadamente caro, a diferencia de lo que ocurre en países como Francia y Colombia donde opera una tarifa reducida para el envío de impresos. La venta por Internet vía Amazon y otros sitios ha aumentado, pero sólo en un segmento muy especializado de lectores «fuertes» y no en el publico más amplio. Se ha señalado que las librerías carecen de capital de trabajo, que carecen de especialización en sus ofertas, que no siempre tienen personal idóneo, etc. Sin embargo todo indica que si bien estos factores pueden incidir, la piedra de tope sigue siendo la falta de lectores.
¿Puede acaso afirmarse —en vísperas del Bicentenario— que Chile es un país lector, como lo fue en el pasado? Diversas encuestas y estudios revelan más bien que no lo es. Apuntan a problemas de arrastre en la educación en todos sus niveles, y también a la massmediatización por la vía de la imagen, la TV e Internet. El Informe «Habilidades para la lectura en el mundo de mañana», conocido como PISA+ 2000, da cuenta de que el 20 % de los estudiantes chilenos evaluados no alcanza un nivel básico de comprensión de lectura; con un promedio más bajo que el de Argentina, alcanzan 410 puntos contra los 500 que promedian los países de la OCDE. A su vez, «el 78 % de los estudiantes chilenos carece del nivel de lectura necesario para insertarse satisfactoriamente en el mundo de hoy», sólo un 22 % de los estudiantes alcanza efectivamente un nivel satisfactorio de comprensión de lectura.38 Una encuesta sobre hábitos de lectura realizada en las 16 principales ciudades del país por Adimark (para la Fundación Lafuente), en mayo y junio del año 2006, determinó que un 45 % de los mayores de 18 años no lee libros en absoluto; y que un 34 % son lectores ocasionales; en el 72 % de los hogares chilenos no se compran libros nunca o casi nunca; consultados los encuestados si están leyendo actualmente un libro el 74,4 % respondió que no. Los que están leyendo algún libro señalan en un porcentaje de 57,2 % que ahora leen menos que lo que leían hace 5 años. Respecto a la compra de libros un 72,6 señala que no compra nunca o casi nunca libros y un 12 % que compra una vez cada dos años o una vez al año. Respecto a préstamos en bibliotecas de cualquier índole un 80,9 % dice no haber visitado una biblioteca en el último año y un 92,1 % no ha pedido prestado algún libro en bibliotecas. Con respecto al uso del tiempo libre, un 90 % de los encuestados lo dedica a ver televisión.39 Dos años mas tarde, en junio del año 2008, la Fundación Lafuente y Adimark repitieron la encuesta, resultando que los no lectores aumentaron a un 49,2 % y los lectores ocasionales bajaron a un 28,1 %; ratificaron también que la variable que mas discrimina la lectura es el Nivel Socio Económico, el mayor número de lectores pertenece al grupo ABC1 y el menor al grupo C3. Entre los no lectores las razones de la no lectura obedecen en un 50,1 % a que no les gusta leer, a falta de interés y a que prefieren otras actividades.40
Por su parte, en el año 2007, el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, en encuesta de consumo cultural a una muestra amplia, detectó que el 59 % de los encuestados no ha leído libros en el último año y que en el rango etario de 15 a 29 años la razón por que no leen es en un 41,3 % por que no les interesa y en un 28,5 % por falta de tiempo. Finalmente una encuesta realizada en diciembre del año 2009, con una muestra representativa de residentes del Gran Santiago, reveló que un 57,3 % no ha leído ni siquiera un libro durante los últimos doce meses.41
Se trata, en todos los estudios y encuestas, de indicadores que muestran a una sociedad predominantemente no lectora (de libros), y desinteresada por esta práctica. Revelan además una muy baja valoración social del libro en comparación con otros medios. Las encuestas muestran también un aumento permanente en el uso de Internet y en el chateo, lo que implica el peligro de que «se acentúe la ya débil comprensión lectora, no sólo porque los alumnos lean cada vez menos libros, sino porque aumentan la lectura de mensajes breves, mal escritos y fraccionados», con la paradoja de que «la alfabetización informática podrá venir de la mano con una creciente analfabetización verbal convencional».42
Sin duda una de las raíces de una sociedad no lectora de libros está en la educación. De hecho cuando la prueba SIMCE (Sistema de Medición de la Calidad de la Educación), realizada el año 2008, evaluó las habilidades de lectura y de escritura de alumnos de cuarto básico, arrojó resultados decepcionantes. «Solo un 24 % de los estudiantes se encuentra en un nivel adecuado, un 38 % presentan sólo algunas habilidades propias de una buena escritura, y se adecúan muy parcialmente a producir textos ajustados al tema, el propósito, la audiencia y utilizan muy esporádicamente las convenciones de la lengua escrita. Finalmente otro 38 % de los estudiantes está en nivel inicial, vale decir imposibilitado de escribir un texto mínimo».43 Los resultados del SIMCE, prueba que se lleva a cabo en todo el país, revelan diferencias por grupos socioeconómicos. Los colegios municipalizados y subvencionados tienen una vez más los peores resultados. «Si no se lee de manera regular en los primeros años, concluye el experto Harald Beyer, las posibilidades de comprensión y de desarrollo de la escritura son muy reducidas».44 Aun más, hay encuestas que ponen en evidencia que incluso un número importante de profesores son poco lectores, lo que se manifiesta a veces en exigencias de lectura a los alumnos completamente inadecuadas para su edad, por ejemplo pidiéndoles a alumnos de 8.º básico que lean La última niebla de María Luisa Bombal. A nivel escolar los estudiantes se relacionan más que con libros, con textos de estudio. Rara vez entran a una librería y menos aun adquieren libros (quienes los buscan y adquieren son sus apoderados). Los textos de estudio son para ellos una suerte de compendio que relacionan con determinado nivel escolar: los que utilizaron en segundo medio ya en tercero no les sirven, o quedan para el hermano chico. Para los estudiantes secundarios los libros encarnan una tarea y una obligación que requiere tiempo y paciencia (que es precisamente lo que Internet les acostumbra a no tener). Leer un cuento o una novela es —con pocas excepciones— casi un castigo. Puede afirmarse, en síntesis, que a nivel escolar, en términos generales de país (considerando también que hay excepciones), no se ha desarrollado una estrategia para promover la lectura a lo largo del proceso escolar, desde el niño, pasando por el adolescente y hasta el adulto. Incluso las propias universidades se están encontrando con el problema de debilidades en la lecto-escritura en los egresados de enseñanza media que ingresan a ellas. «Nuestra hipótesis —dice Jerome Vidal, editor y director de La Revue Internationale de Livres et des idees, refiriéndose a Francia— es que la escuela y la universidad funcionan, a pesar de los esfuerzos de numerosos profesores, como una fábrica masiva de no-lectores».45
Ahora bien, matizando este juicio tan negativo, en una entrevista realizada en el año 2008, Nivia Palma, directora de la DIBAM (Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos) afirmó que en «Chile se está leyendo más».46 ¿Sobre qué bases realizó la directora esta afirmación? Fundamentalmente a partir de indicadores que maneja la DIBAM respecto al aumento de los préstamos de libros en los usuarios del Bibliometro (hay actualmente 14 bibliometros distribuidos en las distintas líneas del tren subterráneo de la capital), como también en el aumento de préstamos de libros en las más de 400 bibliotecas públicas existentes en el país.47 Además en base a la frecuencia de uso y de lectores que acuden a la Biblioteca Nacional y sobre todo a la Biblioteca de Santiago. Hay también un aumento espectacular de la población universitaria que bordea hoy día los 800 000 alumnos, una población que se nutre fundamentalmente por fotocopias, situación que requiere ser abordada de modo creativo para que los lectores de franjas o lonjas del cuerpo del libro se conviertan en lectores de libros libros. Aunque son datos menos significativos que las encuestas llevadas a cabo con una muestra controlada y representativa, son datos esperanzadores que indican que hay un publico lector virtual que acude a las bibliotecas, un público que las instituciones de educación y la industria del libro no han logrado hasta ahora satisfacer adecuadamente.