Benditas palabras que vuelanJesús Ruiz Mantilla

Nací en una generación que tuvo la mala suerte de caer en manos de cenizos y aguafiestas. Puede que fueran las malas digestiones de 40 años de dictadura moribunda, puede también que fuera la mala bilis genética del español circunspecto y malencarado. De todo aquel pesimismo instalado en el destino fatal, de todo lo que emprendiéramos contra ello para derribarlo no se libraba nada ni nadie.

Tampoco el lenguaje. El español, recuerdo entonces que nos decían, estaba en crisis, acechado por diferentes peligros, moribundo. Tal era nuestra cerrazón, nuestra miopía —hoy todavía muy mal recuperada en algunos ámbitos—, tal era el miedo implantado, la ceguera, el pesimismo acrítico e ignorante que embobaba a las cabezas caducas y en teoría pensantes.

En la universidad dominaban los discursos apocalípticos y los escritores no se libraban de ese dengue. El discurso oficial quedaba en manos de narradores, poetas y académicos que habían desarrollado su carrera en la ínfima España nacionalcatolicista y el exilio apenas se pronunciaba con aire fresco.

Estábamos presos del casticismo apestoso, de la boutade despreciativa, de los arranques de ira y el mamporro pseudointelectual de quienes escribían todavía a mano sobre el folio tachando, emborronando espacios en blanco a la misma velocidad que nublaban sus mentes.

El tiempo fue pasando y los pobres y traumatizados chavales que aprendimos en la estrechez educacional de los colegios de curas desarrollamos un intenso sentido de culpabilidad también relacionado con eso. Vivíamos de espaldas, sin oído ni sensibilidad, hacia el mundo. Hasta que sin comerlo ni beberlo nos ha inundado la realidad.

¿Cuál es? Pues una muy distinta a la que tanto preconizaban los agoreros. La de un idioma rico, expansivo, en pleno y constante proceso creador por sus propios ámbitos. Un idioma que, además, cuenta con el revulsivo de una sociedad de la información tan rica, tan extensa, tan ilimitada, que multiplica todos sus efectos.

La palabra clave hoy es «clic». Por más que muchos se empeñen en imponer correcciones, un clic a tiempo nos desmonta reglas, observaciones, cánones. Más en un territorio tan vasto, tan imprevisible como el del español. En Madrid nos vamos aclimatando cada vez con más gozo, con más placer, al oído de nuestro idioma cantado en diferentes acentos. Bendita sea la inmigración.

Pero también la emigración. En este caso la que cada uno de nosotros puede hacer cómodamente sentado en sus casas, de arriba abajo del territorio de La Mancha, que llamaría Carlos Fuentes. Si empezamos por Chile y vemos la fotografía del teatro de Valparaíso donde se iba a celebrar este congreso, podemos adentrarnos como dirían los chilenos «entretelones» a observar el chasquido y el bramido de la lengua viva.

Cruzamos a Argentina y leemos por ejemplo en Clarín sobre el faltazo (la ausencia) de Menem al congreso, algo que justifica ante los peronistas indignado: «No soy una cosa que se pone y se saca».

Por Paraguay llama la atención en Crónica la historia de La ricachona. Una mujer que fue rajada (despedida) de un programa por aparecer en un video porno. «Primero se había metido en un bolonqui con la aparición de una fotos en un opovi de Internet». La película se las trae, según el periódico. Al parecer, muestra a la cuerona sacándose la remera en medio de un desfile. ¡El acabose! Más cuando los responsables del programa justifican la acción con una explicación muy simple: «Buscamos un perfil más familiar y ella no cumple con eso».

Por Uruguay me aterra una noticia que leo en el diario Hoy Canelones: «¡Atacó el chupacabras!». Mientras que en Bolivia quedo literalmente abducido por la historia de El mago Byron que me cuenta La prensa: «Se partirá en dos y se sacará la cabeza en la función de tanda (la de tarde) y en la de matiné. Son conocidas sus decapitaciones y cercenaciones de piernas».

Maravilloso, no me digan.

No deja de sorprenderme que el país que ahora goza en Europa de la más prestigiosa autoridad culinaria de América Latina, hablo de Perú, sea el pollo asado. Pero hay una razón muy poderosa para entenderlo: «Es rendidor», comentan en El Comercio, es decir que se puede repartir. Y que de cuatro a siete personas que se lo rifen siempre le tocará a alguno una alita.

Por Ecuador, los conceptos militares se me trastocan. Allí las damas también se alistan. Pero en este caso para pasar por el quirófano. Como la actriz Claudia Campuzano, cuenta el diario Metroley, que se alistará, dicen, para realizarse una liposucción y un aumento de senos con los que mostrarse, dice ella, «regia».

En Venezuela, se lo confieso, me llevo un buen disgusto. No porque encuentro una preocupante preponderancia de palabrería chavista, esa que uno daba por enterrada hace más de tres y cuatro décadas, sino porque me topo con el mal absoluto, con el Darh Vader de nuestro idioma. Nuestro reverso tenebroso: el anglicismo. «Franklin Gutiérrez es uno de los mejores outfielders de las grandes ligas, se pone en forma en el springtraining». El lenguaje del imperio dándosela con queso al comandante presidente en su propia casa. Ay…

Subimos hacia Centroamérica sin pasar por alto Colombia. Allí se ha revolucionado el periodismo, la crónica, la autoficción con datos. No en vano es la patria de García Márquez, donde practican el oficio ahora dignos hijos de su estirpe alentados por la fundación Nuevo periodismo.

En Panamá me sorprenden historias tiernas, cercanas que cuenta Día a Día. Por un lado, unos que padres «se embellacan» por culpa de una huelga de profesores en la escuela de la Espigadilla de los Santos. En otra esquina me encuentro con Marilda Maytee Iglesias, «dadora de suerte», que vende lotería en un lugar que se puede ubicar en la gran estación de San Miguelito. La mujer se queja de los tiempos que corren. Quien más quien menos, antes, alguno le venía con alguna «soda» de regalo para agradecerle la suerte. Ahora, ni eso.

Por Costa Rica, ese paraíso real del mundo factible, me harto de delitos leves. La prensa libre me documenta sobre más de 200 multas puestas en 12 horas. «Las autoridades reportan la reducción de boletas», cuentan. ¿Las principales faltas? «El irrespeto a la restricción vehicular, hablar por el celular y el no uso del cinturón». Pero para implantar como es debido la ley y el orden, nada como consultar en la prensa gráfica de El Salvador el blog del Hermano Toby Junior, miembro del tabernáculo bíblico bautista central, que en su reflexión «Las armas, la Biblia y yo» sostiene: «Esta semana algunos medios televisivos y escritos arremetieron en contra de los portadores de armas, publicando estadísticas de los últimos casos y hechos de violencia en nuestro bello El Salvador; con ello los fanáticos de la crítica buscaron en el baúl de los recuerdos fotos históricas de muchos de nosotros quienes en algún momento disfrutamos del tiro deportivo como recreación y motivación a la sana competencia. En lo personal soy un aficionado a las armas como todo un viejo de 41 años de edad producto de la militarización de nuestro corazón a lo largo de la guerra». Amén.

Prefiero los pecados que encuentro en México, aunque sea en diarios tan poco atractivos por su cabecera como el Intolerancia, que me llama la atención sobre el hecho de que «arranca el palomeo priista a candidatos» o la preferencia por la «comida chatarra» que muestran los chamacos, según el Diario puntual. Delante de un bufé libre, lo que eligen son «refrescos, tacos y memelas». Cualquier cosa para hacer la digestión global que les debe ocasionar el Real Madrid. Sus jugadores, según el Tabasa al día, «están tan podridos en lana» que no hay taconcillo de Guti capaz de quitar el sonrojo.

Tampoco fue para tanto, añado yo.