Estados Unidos se encarama como el segundo país de habla española en el mundo.
México trepa a los 110 millones de habitantes.
Colombia, 44 millones.
España, 42 millones.
Argentina, 40 millones.
Los Estados Unidos ostentan la incierta cifra de 50 millones de hispanohablantes, una estimación que seguramente queda tímida ante la realidad; son infinitas las dificultades para persuadir a los inmigrantes indocumentados de que se dejen contar.
La población «hispana» de los Estados Unidos ha escalado desde los meros 22 millones y medio que constaban en el censo de 1990. O sea, un crecimiento de prácticamente el doble en 20 años.
Según las proyecciones, el año 2050 verá a la población «hispana» de los Estados Unidos instalada en unos 132 millones.
Actualmente, 25 % de los «hispanos» transitan su infancia.
La edad promedio es de 28,7 años, contra 36,8 de la población general de los Estados Unidos.
45 % de la población censada y censable reivindica orígenes mexicanos. La verdad podría estar más cercana al 60 %, según estudios indirectos.
Los últimos datos oficiales, del 2002, indican que los negocios propiedad de «hispanos» generaban por entonces 2200 millones de dólares anuales. Se estima que ya sobrepasaron los 3000 millones al año.
Sin embargo todavía somos una comunidad pobre.
El ingreso promedio por hogar, no por persona, era de tan sólo $38 000 en el año en el 2008, contra $50 mil para la población general. Y existen evidencias de que habría descendido debido a la crisis.
El índice de pobreza se ubicaba en el mismo año 2002, en un 28 % contra 15 % en la población general. Todo apunta a que los guarismos han empeorado desde esa fecha.
30,7 % de los «hispanos» no disfrutaba de ningún tipo de cobertura médica en el 2008, contra 16 % de la población general.
Al presente, sólo 62 % completa la educación secundaria.
Un magro 12 % está actualmente cursando la universidad.
Un solitario millón ha obtenido grados universitarios como masters o doctorados.
Y un indicador que probablemente se relaciona con todo lo anterior: de esos 50 millones sólo 20 millones son ciudadanos. Y menos del 50 % de los que son ciudadanos, 9 millones 700 mil, se tomaron el trabajo de ir a votar en las últimas elecciones.
En octubre de 2009 el líder de la mayoría del Senado, Harry Reid, introdujo e hizo aprobar una ley declarando las fechas del 25 al 31 de octubre como «Semana Nacional de la Media Hispana».
La resolución destaca que en el país hay más de 800 periódicos «hispanos», con una circulación combinada de 17 millones 800 mil ejemplares, y más de 550 revistas con una circulación combinada de 31 millones 600 mil ejemplares. También reza que una de cada ocho personas en los Estados Unidos lee esas publicaciones, y acota que entre todas generaron un beneficio de $1400 millones de dólares en el último año.
Como dato curioso cabe agregar que el Senador Reid no pudo conseguir que ningún senador republicano co-auspiciara la resolución.
Y sin embargo, hasta Gutenberg estaría orgulloso. La primera «hoja volante», antecesora de los periódicos, en territorio de los que hoy conocemos como Estados Unidos fue publicada por Juan Rodríguez y en idioma español, en el lejano año de 1541. O sea, ciento cincuenta años antes de la aparición del primer periódico colonial en lengua inglesa.
Pero el honor de haber marcado el nacimiento de una prensa en español al norte del Río Bravo tradicionalmente se le asigna al periódico El Misisipí (sin letras dobles y con tilde en la i final), acontecido en la ciudad de Nueva Orleáns y en 1808.
La pluma inflamada de José Martí militando en los periódicos del exilio cubano en Nueva York a finales del xix, y los periódicos maderistas y luego villistas instalados en la zona fronteriza con México en los años de la Revolución Mexicana, escribieron otros tantos capítulos imprescindibles en esta historia.
Luego advinieron la radio y la televisión «hispanas» cuyos respectivos caminos, sembrados de triunfos y vicisitudes han culminado, casi abruptamente, en el actual y desesperante estado de cosas. Ya se verá el cómo y el por qué.
El cenit de los medios en español no se produciría hacia finales del siglo pasado y comienzos del presente.
La masa crítica alcanzada para ese entonces por la población llamada «hispanic» por el gobierno de EE. UU. explica con naturalidad esa explosión mediática.
La creación de organizaciones como la NAHP, National Association of Hispanic Publications, que aglutina a los propietarios de esos medios, y la NAHJ, National Association of Hispanic Journalists, respondió a una necesidad del momento historico, y a una visión por entonces optimista del fenómeno en su conjunto.
No obstante, dos elementos han venido a sembrar algunas dudas. Por su orden histórico de aparición éstos son:
En español cuando decimos que un Sr. es liberal queremos decir que es mas bien de derecha (o de derechas). En Estados Unidos están queriendo decir que ese Sr. es más bien de izquierda (o de izquierdas).
En Estados Unidos en vez de despedir a obreros o empleados, «se los deja ir». We need to let you go, operación semántica que transfiere la responsabilidad del despido hacia quienes lo sufren: no te echo, te dejo ir.
También es sabido que el fútbol lo juegan mayormente con la manos…
En este reino del eufemismo, donde deberían decir «concentración», e incluso «monopolio», prefieren el término «consolidación».
«Consolidación» significa que una compañía se asegura el dominio o hegemonía de su mercado, negocio o área de actividad, o tiende a ello.
«Consolidación» mediante, los medios masivos en español que hasta los años 70’s y 80’s para la radio y TV y los 90’s para la prensa, fueron esencialmente pequeñas y medianas compañías independientes en manos de «hispanos», dedicadas muy específicamente al servicio de las comunidades en que estaban localizadas, hoy están completamente en manos de corporaciones para nada «hispanas».
En Estados Unidos actualmente no hay ningún canal comercial de TV en manos «hispanas».
No hay ninguna cadena radial en manos «hispanas».
Todos los principales periódicos (diarios), semanarios y revistas en Nueva York, Los Ángeles, Chicago, Miami, Houston y San Francisco pertenecen a tres corporaciones no «hispanas».
En el caso específico de los medios escritos, Hoy y el Diario/La Prensa, ambos de Nueva York, así como La Opinión de Los Ángeles, La Raza de Chicago, El Mensajero de San Francisco y Rumbo de Houston, pertenecen a Impremedia, el actual Gulliver de la prensa en español en Estados Unidos.
Impremedia, basada en Nueva York, es propiedad de la corporación canadiense Knight-Paton Media, una empresa de bajo perfil pero que controla más de cien publicaciones en diferentes países.
Las publicaciones propiedad de Impremedia tienen presencia en los 7 mercados donde se concentra el 64 % de la población hispano-hablante de los EE. UU.
El diario Hoy de Chicago es propiedad del Chicago Tribune.
El Nuevo Heraldo de Miami, como es fácil imaginar, es propiedad del New Herald.
No queda ninguna publicación independiente y en manos «hispanas» que pueda competir o que siquiera se compare con los medios en manos de estas corporaciones.
Arduo trabajo para las miríadas de pequeñas publicaciones alternativas y radios comunitarias es representar la voz «hispana», inmigrante o de los nacidos en Estados Unidos en desigual competencia.
El Diario/La Prensa de Nueva York, fundado en 1913, y que durante 90 años fue una empresa familiar (al igual que La Opinión de Los Ángeles, fundada en1926) fue comprado por Impremedia en 20 millones de dólares.
Por La Raza de Chicago, la misma corporación pagó una cifra que no ha sido divulgada.
La historia del semanario La Raza es muy típica. Fue fundada a comienzos de los 70 como una pequeña publicación artesanal, comunitaria, de periodicidad dudosa o irregular, de tono extremadamente combativo y apenas 12 páginas.
Durante algunos años sus sucesivos dueños, primero puertorriqueño, mexicano luego, finalmente uruguayo, vendían la publicidad, escribían, editaban y hasta diseñaban ellos mismos, con la ayuda de equipos heroicos y reducidos.
Sin embargo, para fines del siglo pasado La Raza pasaba los 100 mil ejemplares de circulación y rondaba las ochenta páginas.
En su cenit, La Raza trepó a 200 mil ejemplares, con una cobertura prácticamente total del mercado hispanohablante en Chicago; llegó a lanzar ediciones de 140 páginas, con múltiples suplementos, incluyendo uno cultural inspirado en Babelia, La Maga y los Cuadernos de Marcha; contaba con 12 periodistas a tiempo completo, así como con numerosos colaboradores part time y free lance.
Entre todos sus departamentos, el semanario ocupaba a más de 70 empleados.
Hoy, «consolidación» mediante, y crisis mediante, se hace con cuatro periodistas y 12 personas en total. Su circulación ha sufrido una reducción de más del 70 por ciento.
Obviamente, este proceso de des-hispanización, corporatización, concentración, o «consolidación», como en otros ámbitos de la vida económica (y social, y política) no es positivo más que para las corporaciones que lo protagonizan.
Es completamente legal y legítimo bajo las actuales reglas de juego. Pero eso no quiere decir que sus consecuencias sean positivas ni para las comunidades ni para la salud democrática. Lo cual empieza a conectarnos con el segundo punto al que aludía antes: la crisis de los medios dedicados al mercado general, en inglés, en Estados Unidos.
Está claro que el tema de los llamados subprime loans fue la mecha que detonó esta crisis. (Entre paréntesis, y ya que estamos en una conferencia de la lengua, digamos que la traducción al rioplatense de la crisis de los subprime loans sería «el curro de la hipotecas truchas»).
Toda la economía está, para decirlo en castizo, patas para arriba. La publicidad ha caído, y no es menester haber obtenido ningún posgrado en marketing para entender las implicancias de este fenómeno.
Pero me cuento entre los que creen que el bajón que están sufriendo los medios en Estados Unidos tiene tanto que ver con la crisis económica como con una crisis de credibilidad.
Básicamente, a partir de que la Corte Suprema volvió presidente a Bush y, tras cartón, bajo el shock de Septiembre 11, la TV, radio y prensa corporativas de los Estados Unidos, que son lo único que cuenta a nivel de impacto masivo, renunciaron a sus responsabilidades como «cuarto poder».
Cuando se produce esa renuncia, cuando la tarea de informar se asume más como una labor propagandística, y cuando la noticia se ventila de acuerdo a una agenda política e ideológica, creo yo que la crisis de credibilidad era sólo cuestión de tiempo.
En la última década vimos como esa crisis ocurría ante nuestros ojos, literalmente.
Fox y la otrora respetada CNN se convirtieron en un Ministerio de Propaganda ad hoc para el régimen Bush-Cheney. Cundieron los mussolinis del cable, nombres como Bill O’Reilly, Glenn Beck, Lou Dobbs, Pat Buchanan, Ann Coulter, Tucker Carlson, el ideólogo Bill Kristol, el demencial Rush Limbaugh o el tele-pastor Pat Robertson.
Gente que todavía hoy, a diario, por horas y horas, siembra y pregona el belicismo, el odio, el racismo, la intolerancia, la xenofobia, el machismo, el sexismo, los prejuicios de todo tipo, muy especialmente los prejuicios contra la ciencia y en el plano religioso. Y contra el matrimonio gay, por supuesto.
Las cadenas ABC, CBS y NBC fueron apenas más morigeradas. Un Quijote como Keith Olbermann, la única voz en prime-time opuesta a la guerra, era como una golondrina que no hacía verano, pero que otorgaba cierto respiro.
Humoristas como Stephen Colbert y Jon Stewart, del canal Comedy Central, se erigieron en la principal fuente de información para millones de nuevos escépticos.
La principal arma en contra de Sarah Palin no fueron los artículos o comentarios de periodistas serios, que en otro país la hubieran hecho trizas, sino las desopilantes parodias de la comediante Tina Fey.
La campaña electoral, arrolladora, de Obama alivió un poco ese sesgo propagandístico y resquebrajó esa hegemonía.
Al presente, los antes nombrados redoblan su furia anti-Obama y xenofóbica, que no para ni en el ultraje, ni el racismo, ni en la difamación, y que es directamente proporcional al fervor bushita de otrora.
Pero junto a Keith Olbermann y los humoristas Colbert y Stewart, se escuchan voces como las de Rachel Maddow, la reconvertida Arianna Huffington o el imprevisible Chris Matthews, que vienen a tironear del péndulo hacia el lado de la civilización y la tolerancia.
Yo diría que así como Wall Street estuvo a punto de cometer suicidio y el gobierno federal debió acudir con el respirador artificial, en una época clave, como lo han sido estos tiempos pos-Septiembre 11, al renunciar al cumplimiento de su función de contrapeso y a su responsabilidad ética y social, los medios corporativos también han sido presa de un instinto autodestructivo.
Lo están pagando muy caro. Como que en Chicago, los dos grandes diarios en inglés, el Tribune y en Sun-Times han declarado bancarrota en los últimos tres años… y el presidente del segundo cumple una condena por estafa.
Ambas corporaciones, además, han estado involucradas en escándalos y demandas judiciales por el inflado espurio de sus cifras de circulación. Las desgracias nunca vienen solas.
El linajudo New York Times, por su parte y como es sabido, ha tenido que recurrir a la generosidad de un magnate mexicano.
La triple crisis, o sea, el desafío de internet, la recesión económica y la falta de credibilidad, por varias razones, afectan en menor a los medios en español que a los medios en inglés.
Durante todo el período de Bush la diferencia en cuanto a objetividad y variedad entre los informativos (o noticieros) de la TV en español y la TV en inglés se fue haciendo abismal.
Un ejemplo: la cadena NBC es dueña de Telemundo. Pero los periodistas de Telemundo podían decir y mostrar cosas que estaban totalmente ausentes en la programación en inglés de la misma cadena, o peor aún, que eran presentadas con sesgo opuesto.
Ese conflicto, o dualidad de criterios, existe también dentro de la programación de las propias cadenas en español. Allí, mientras la programación nacional es como una lobotomía generalizada, compuesta de programas de farándula y telenovelas (que últimamente han tomado como moda hacer la apología del narcotráfico), los noticieros locales se baten denodadamente en los cuatro temas casi excluyentes para la comunidad «hispana»:
El mayor déficit, desolador déficit, se sitúa en el plano cultural, donde el único individuo con ciertos criterios de calidad y buen gusto en toda la TV y radio corporativas en español, parece ser El Verdugo que toca la trompeta en el programa de Don Francisco.
En resumen, si bien a largo plazo el futuro de la lengua, de la comunidad, de la cultura y por ende de los medios en español en Estados Unidos está asegurado, históricamente garantizado por el peso de los números, conviene no perder de vista algunas cuestiones principales:
No existe ningún indicio que permita pensar que este monopolio de los medios en español por parte de las corporaciones se vaya a quebrar a corto o mediano plazo. O en incluso en el largo plazo.
Hay, sí, un desafío inmediato, una asignatura pendiente, que es conseguir el descongelamiento de la anhelada, imprescindible y siempre postergada reforma migratoria, y terminar con la parálisis del presidente Obama a ese respecto. Ese el mayor desafío actual.
Una avance en esta materia permitiría apreciar el verdadero peso específico de los «hispanos» y su capacidad de acción y organización, por un lado. Y por otro ver de qué manera se posicionan en esa campaña los medios de comunicación en español, ya que no «hispanos», de los Estados Unidos.