Es bien conocida la histórica aportación de la edición, la más antigua y universal de las industrias culturales, desde que irrumpió la imprenta —su soporte tecnológico— en el siglo xvi. La edición, el libro, han permitido el acceso y la difusión del pensamiento, la ciencia y la creación literaria en la historia reciente de la humanidad. Desde el punto de vista de la consolidación, difusión y evolución de la lengua, ha ofrecido modelos de lengua escrita y ha contribuido notablemente a la fijación de patrones de la lengua común, especialmente de la lengua culta, y a su progresiva difusión.
Durante más de tres siglos el libro fue, sin embargo, un bien escaso, cargado eso sí de un alto valor simbólico. Fue de alguna manera la caja depositaria del saber y la cultura. Sólo en la última parte del siglo xx conoció un gran incremento; en obras publicadas, por supuesto, pero también en la diversidad de sus contenidos y lenguajes, y asimismo de sus fuentes, autores que las crean y entidades editoriales que las producen y difunden.
De forma que se pasó de aquellos pocos libros juntos que iluminaron la vida intelectual de próceres y grandes creadores, a una verdadera explosión de la Galaxia Gutemberg. Los títulos que se registran cada año en el ISBN, el International Standard Book Number, alcanzan la formidable cifra de los tres mil diarios. Se escribe más y se acude más a la codificación escrita por diversos impulsos que han coincidido en la transformación de nuestras sociedades, hasta el punto de caracterizar a esta época como sociedad de la información.
El libro ya no alberga solamente la creación cultural, literaria, científica o de pensamiento, como sucedió durante muchísimo tiempo. Hoy recoge, incluso en proporciones mayores, información de los temas muy variados, actualidad, autoayuda, viajes, entretenimiento. A la vez que crecen y se diversifican las ediciones destinadas a múltiples especialidades profesionales, antes englobadas en el núcleo de la edición STM, científica, técnica y médica, más las ediciones legales y jurídicas. En estos campos no se publican sólo obras de formación o consulta, sino que abundan los servicios de información que aportan la actualización permanente o muy diversas aplicaciones, prácticas y próximas, a la actividad profesional de muy diversos campos y especialidades. Es sabido que grandes universidades aportan más ISBNs o títulos que los que publican grandes organizaciones editoriales, pues son muy abundantes las publicaciones académicas, aunque la mayor parte de ellas tengan escasa circulación fuera de ese ámbito.
La extensión de la educación en los niveles anteriores a la universidad, que aspira a la deseable escolarización universal desde los primeros años a la adolescencia, ha multiplicado la demanda de publicaciones ajustadas a sus objetivos, de forma que son miles de títulos que ayudan a las distintas alfabetizaciones y al desarrollo de mayores competencias en lenguajes y en conocimientos. A la vez, éstos millones de gentes jóvenes de un mejor nivel educativo traen la capacidad y el hábito de acudir a la información escrita para sus diversos intereses, desde el desenvolvimiento personal al cultivo de sus aficiones, entre las que figura —no lo olvidemos, aunque sea minoritaria— el disfrute de una oferta cultural, quizá bajo códigos nuevos o transformados.
Esta primera década del siglo xxi ha acentuado la tendencia al incremento de las ediciones. También en el ámbito de nuestra lengua, por supuesto. Con efectos sobre ella, desde el mayor uso del lenguaje escrito a la mayor diversidad de las formas. Antes la lengua escrita respondía principalmente a los modelos de lo que podríamos llamar lengua culta, mientras que ahora se abre mayoritariamente a modalidades que buscan hacer comunicación eficaz, ajustándola a fórmulas habituales en el lenguaje oral, o específicas de la temática que abordan, o sencillamente más populares y próximas a las distintas culturas sociales.
A esta revolución en el seno de la Galaxia Gutemberg se solapa ahora otra, probablemente de mayor calado. Se trata de la edición digital, que aporta un soporte distinto al papel impreso, que puede incorporar elementos audiovisuales y se transporta instantáneamente a cuantos receptores se desee, por alejados físicamente que estén.
Hay diversos receptores, desarrollados y operativos, desde las ya históricas computadoras a los teléfonos celulares, pasando por los e-readers o lectores y tabletas. Todo hace pensar en una evolución de las soluciones tecnológicas, de forma que en plazos no lejanos tengan unas funcionalidades más completas —especialmente en cuanto a la selección y recepción de las obras— y a precios más económicos.
Aunque en los pronósticos de ese futuro de las obras escritas, de la edición y la lectura, abundan tanto las razones para la pervivencia de la edición en papel como su sustitución prácticamente generalizada a medio plazo por los e-books, hay dos conclusiones que suman las mayores probabilidades: habrá coexistencia durante largo tiempo entre el libro y la edición digital y se multiplicarán tanto los usuarios o lectores como la frecuencia de la lectura.
La edición digital vendría a resolver, o a ayudar a hacerlo, determinadas limitaciones estructurales de la edición convencional. Desde las históricas, de hacer llegar las obras en poco tiempo y con costes razonables a un número creciente de lugares donde encuentren lectores potenciales, a las más recientes como es el mantenimiento en los catálogos vivos de un número de títulos que crece extraordinariamente.
No parece utópico imaginar un horizonte en el que convivan cuidadas ediciones en papel, vale decir libros de calidad, quizá para lectores amantes de una lectura a la que se quiere volver, con una multiplicación del acceso y lectura gracias a los e-books. En todo caso el impulso al lenguaje escrito, a la multiplicación de su uso en la creación, difusión y lectura, es el más unánime pronóstico.