Las lenguas antiguas a las que me refiero son la griega (especialmente la clásica) y la latina (también clásica).
Por «traducción moderna» entiendo versiones al idioma actual. En el caso del español, al que se habla en la época presente, con particular atención a la modalidad de América.
Las obras clásicas grecorromanas tienen como cualidades esenciales la permanente actualidad y la universalidad. En ellas, por lo tanto, se reconoce a sí mismo e identifica a los demás el hombre de todos lo tiempos y de todas las latitudes.
Por lo tanto, dichas obras se constituyen en eficaces facilitadoras de la comunicación, puesto que ellas atesoran aquella civilización surgida en torno al mar Egeo, el Mare Nostrum, civilización cuya vida perdura a través de los siglos como el común sustrato de todas las modalidades de la cultura occidental. Más aún, no existe sobre el planeta cultura alguna que no sea, en mayor o menor grado, influida por aquella.
Y aquí viene la importancia de las traducciones, puesto que el acceso a los escritos originales de los antiguos griegos y romanos está reservado a minúsculos grupos de helenistas y latinistas. El gran público solo puede conocerlas y zambullirse en ellas a través de versiones a las lenguas modernas, con preferencia a la materna de cada comunidad lingüística.
Quinto Horacio Flaco, refiriéndose a su obra poética, sentenció en su oda trigésima del libro tercero:
Exegi monumentum aere perennius […] Quod non imber edax, non Aquilo impotens
Posit diruere, aut innumerabilis
Annorum series, et fuga temporum.(Od. III, xxx)
Cierto, la realidad confirma que las obras clásicas son más duraderas que el bronce, que ni la voraz tormenta ni el desenfrenado Aquilón las destruyen, como tampoco se extinguen con la nórica sucesión estacional ni con el paso del tiempo. Las traducciones, empero, son perecederas. No resisten a los cambios lingüísticos que en el espacio y con los años inevitablemente se producen. La vigencia de una traducción, sea cual fuere su calidad, no traspasa los límites que la diacronía, la aloctonia y la alolalia idiomáticas le imponen, pues, volviendo a Horacio, «así como en el bosque los árboles cambian las hojas, cayendo las primeras en el transcurso del tiempo, del mismo modo los términos antiguos caen en desuso y entran en vigencia vocablos nuevos de plena actualidad».
Lo que sigue está referido a la traducción del griego clásico, como lengua fuente (L F), al español de América en su norma culta, como lengua receptora (L R). Se desarrolla en el marco de la experiencia personal de traducir los poemas homéricos, en especial la Ilíada.
Si admitimos con Nida y Taber que «la traducción consiste en reproducir en la lengua receptora el mensaje de la lengua fuente por medio del equivalente, más próximo y más natural, primero en lo que se refiere al sentido y luego en lo que atañe al estilo», hemos de reconocer que en el proceso de la traducción se suceden dos fases imprescindibles. La primera consiste en la comprensión del texto objeto de la versión en la L F y la segunda, en la expresión de ese texto en la L R, apellidadas, la primera, semasiológica y la segunda, onomasiológica.
En la fase semasiológica, la lectura tiene que ser extraordinaria, de modo que quien la realice se acerque lo más posible a la comprensión total del poema, sin que se le escape la infinidad de sus matices. Eso le exige hacer un análisis semántico, que en ocasiones puede ser muy detenido, integrado por un análisis léxico-morfológico, otro morfosintáctico y aun uno óntico, que ya sale del ámbito de la lingüística.
En el proceso semasiológico, el lector de la Ilíada ha de encontrar con relativa frecuencia una misma estructura gramatical pero con distintos sentidos. Es lo que ocurre con el genitivo referido, en función modificadora o complementaria, a otro sustantivo. Van solo tres ejemplos:
Estos ejemplos ilustran el fenómeno de la polisemia sintáctica, consistente en que un mismo sintagma puede tener varios sentidos.
La explicación de la polisemia sintáctica así como las respectivas identificaciones se hallan en la existencia de cuatro categorías semánticas fundamentales: el Objeto (0), que «se refiere a las clases semánticas que designan cosas o entidades que participan en eventos; el Evento (E), que es la clase semántica que designa acciones, procesos, sucesos; lo Abstracto (A), que «se refiere a la clase semántica de expresiones que tienen como referentes únicamente cualidades, cantidades y grados de objetos, eventos y otros abstractos; las Relaciones (R), que son los elementos o signos que señalan «las múltiples conexiones que se dan entre los demás términos.
El lector traductor de la Ilíada encuentra, en el proceso semasiológico, diferentes tipos de combinaciones que se dan en una sola palabra, fenómeno del cual resultan palabras de estructura compleja. Y hay que notar que en este aspecto la lengua griega es particularmente rica, sobre todo gracias a su sistema de afijación y composición, que ofrece múltiples posibilidades. Un par de ejemplos:
Le es de gran ayuda al lector traductor de la Ilíada identificar, mientras se halla en el proceso semasiológico, los objetos, eventos y abstractos en las estructuras de la cadena del habla (habla en la nomenclatura de Saussure). Este cometido le es más fácilmente alcanzable mediante una operación que lo conduzca a la estructura profunda o nuclear de la lengua, planteada por Chomsky en su gramática tranformacional. Los núcleos son los elementos estructurales básicos a partir de los cuales se construyen las complejas estructuras superficiales. Lo importante de este planteamiento o descubrimiento es que en todas las lenguas hay entre una docena y media docena de estructuras profundas o nucleares que, sometidas a determinados procesos de transformaciones, producen una enorme e ilimitada variedad de expresiones con diverso grado de complejidad. El proceso inverso, consistente en reducir, mediante el análisis, las estructuras superficiales a sus respectivos núcleos, se llama retrotransformación.
Lo que más debe importarle al traductor es la reacción del receptor, que, en la medida de lo posible, debiera ser la misma que tuvieron los originarios receptores de aquel texto original. Para que esto ocurra, es necesario respetar los rasgos distintivos de la L R, que le dan un carácter peculiar, que sin duda son distintos de los de la L F Así, en el siguiente verso de la Ilíada
(10, 530) μἀστιξεν δ´ ἳππους, τὸ δ´ οὐκ ἀἐκοντε πετἐσϑην
se encuentra una serie de rasgos peculiares del griego: la partícula pospositiva δέ, el número dual, la doble negación, el uso del participio activo con valor adjetival. El intento de trasladar todos estos elementos a la traducción al español daría como resultado una construcción poco menos que ininteligible. En relación con el léxico, tomemos un ejemplo. El español cuenta con una sola palabra, sueño, para designar dos realidades distintas, en tanto que el griego tiene dos vocablos, ὓπνος y ὔναρ (también ὔνειρος). El primero es simplemente dormir; el segundo, soñar, ὔνειρος.
Otro aspecto que también debe considerar el traductor es que su trabajo ha de apuntar a la equivalencia, no a la identidad. Y la equivalencia debe ser lo más exacta posible.
Para que exista equivalencia dinámica, es necesario, como acaba de decirse, que el mensaje de la L F produzca en los receptores de L R la misma reacción (o lo más parecida posible) que produjo en quienes lo recibieron en la lengua original, siendo esta su idioma materno.
Hay que tener en cuenta, por otra parte, que la comunicación transmite, además de ideas, sentimientos y mandatos. En consecuencia, el texto de la L R debe, fuera de dar la información inteligible, producir las emociones que produce el texto original y mover a las mismas respuestas activas a las que mueve el mensaje que fue traducido. El lenguaje tiene función informativa, expresiva e imperativa. En el caso de la Ilíada interesan las dos primeras.
Esta función tiene que ver con la inteligibilidad. La traducción debe llevar a los receptores a entender lo mismo que entendían los destinatarios del texto original. Así, una traducción que se atuviera solo a la correspondencia formal no sería del todo inteligible para los receptores. Vale la pena comparar estas traducciones y ver cuál cumple mejor la función informativa:
(I, 218) ὅς κε ϑειοῑς ἐπιπείϑηται, μἀλα τ᾿ ἔκλυον αὐτοῡ.
La primera es de correspondencia formal. Está hecha palabra por palabra y aunque en apariencia es muy exacta en verdad no lo es, porque carece de inteligibilidad.
La segunda está entre dinámica y de correspondencia formal, pues eso de «muy atendido» no queda del todo claro.
La tercera es de equivalencia dinámica. Gracias al pronombre «quien», traducción no ad verbum sino ad sensum del término, ὅς reproduce mejor el carácter de sentencia o proverbial del mensaje en la L F. A lo mismo contribuye la no traducción (innecesaria) de μἀλα y «escuchado» en vez de «atendido».
Los epítetos asignados a los dioses y a lo héroes en el estilo homérico tienen mucho que ver con la función expresiva del lenguaje. Por eso mismo, es importante que la traducción de ellos sea dinámica y no de correspondencia formal. Veamos algunos.
La diosa Atenea es ϑέα γλαυκῶπις. La traducción ad verbum dice la diosa de ojos de lechuza o también de ojos azules. Estas traducciones empero no expresan ni de lejos el atributo con el que los griegos concebían a aquella deidad. Atenea era una diosa tutelar, protectora de los héroes más valerosos y abogada de las causas justas. Era la diosa de las artes y de la sabiduría. Su animal preferido, era ciertamente la lechuza, porque esta ve en la oscuridad. La inteligencia de Atenea penetraba con luz propia en las profundidades del mundo de los hombres y de los dioses como la mirada chispeante de la lechuza penetra en la densidad de la noche. Por eso Atenea es γλαυκῶπις, es decir la diosa de los ojos siempre luminosos.
El héroe Aquileo aparece caracterizado como el πόδας ὠκὺς ᾿Αχιλλεύς, que suele traducirse como «Aquiles el de los pies ligeros». Pero πόδας ὠκύς es algo más: da la idea de agilidad y velocidad para la carrera, como, comparativamente, las del futbolista que, dueño del balón, penetra en el campo contrario, burlando toda defensa, y en segundos anota un tanto. Πόδας ὠκύς hace también referencia a los inmediatos reflejos de Aquileo. En todo caso, «el veloz y ágil Aquileo», podría ser una traducción más dinámica. Solo la traducción dinámica, en el caso de los epítetos, sobre todo de dioses y héroes, es capaz de lograr, hay que insistir en ello, que los lectores de la Ilíada en la L R tengan una reacción, en lo que corresponde a la función expresiva del lenguaje, algo más cercana a la que el texto griego de la Ilíada produjo en sus primeros destinatarios.
Concluimos afirmando que las traducciones con sello de actualidad de las obras del legado grecorromano son un significativo y muy valioso aporte a la comunicación.