Dirijo un programa de radio desde hace más de 10 años. Se llama No es un día cualquiera y se emite los fines de semana de 8.00 a 13.00 para toda España a través de Radio Nacional. Tiene casi un millón de oyentes. («Escuchantes», los llamamos nosotros; porque imaginamos una audiencia de calidad que sigue con atención nuestros contenidos).
Durante este tiempo, el público se ha venido comunicando con nosotros a través del teléfono principalmente. Hemos dado paso en antena a los participantes en algunos concursos y también hemos leído algunas cartas que nos llegaban a la redacción del programa a través del correo postal.
En los últimos años, la comunicación con nuestros seguidores ha cambiado de soporte: llegan ya miles de cibercorreos cada semana, y hace poco más de un mes abrimos un espacio propio en Facebook. En apenas cinco semanas más de 5000 personas se hicieron nuestros «amigos» en el ciberespacio.
Aquellas esporádicas llamadas de hace 10 años han dado paso a la expresión multicolor y multicultural de miles de comunicantes que han viajado desde el lenguaje oral al escrito.
El equipo del programa conversaba en otro tiempo con quienes llamaban por teléfono, y mis compañeros podían hacerse una vaga idea sobre su interlocutor. Las opiniones, por la escasez de tiempo, debían ser necesariamente breves, y disponíamos de poco margen para identificar los rasgos culturales o sociales de quienes nos telefoneaban.
Hoy en día, las posibilidades de recrear el trayecto personal de cada comunicante han crecido exponencialmente. ¿Por qué? Porque ahora leemos lo que nos escriben.
En los textos de correo electrónico o en sus mensajes en el Facebook apreciamos su estilo y su sintaxis, su ortografía y su capacidad para la abstracción lingüística. Sin querer, sin pretenderlo en absoluto, nos hemos convertido en unos analistas de la escritura después de haber pasado muchos años analizando la voz.
Les puedo asegurar que se trata de una experiencia gratificante.
La voz dice mucho de nosotros, la modulación transmite algo de la personalidad y del carácter de cada cual. Siempre digo que la voz no engaña porque incluso refleja fielmente nuestros estados de ánimo: desde la euforia a la desolación. Pero para detectar todos esos matices es necesario conocer a la persona, reconocer esa voz. En cambio, y en contra de lo que a menudo se piensa, la escritura lo dice casi todo de aquellos a los que no conocemos de nada.
Así, hemos comprobado que el público de nuestro programa se parece mucho a lo que deseábamos.
«No es un día cualquiera» pretende ser un programa cultural, pero sin que se note. En nuestros fines de semana no caben la política, ni el fútbol, ni los chismes. Sin embargo, cabe la vida entera. Porque, sí, sí… la vida es más que política, fútbol y chismes (aunque a veces nos hagan creer lo contrario). Nuestras tertulias hablan de los asuntos más cotidianos, pero en ellas intervienen filósofos, científicos, escritores, psicólogos o comunicadores de amplia base cultural. Nuestras entrevistas muestran el lado más humano de personas muy relevantes de la creación artística (literatura, música, cine…), de la investigación…
El programa dispone también de varios espacios relacionados con el lenguaje: la historia de las palabras, un juego con las definiciones del diccionario, una sección dedicada a recuperar palabras casi olvidadas («moribundas» las llamamos), un inventario de insultos y elogios tradicionales, jeroglíficos verbales… Y procuramos siempre tratar con respeto a la gramática y la lengua españolas.
¿Qué tipo de público podríamos esperar de un programa así?
Antes, cuando escuchábamos a nuestros escuchantes, cuando los atendíamos por teléfono, los imaginábamos atentos y cultos. Ahora sabemos que lo son.
Nuestros seguidores nos preguntan y nos corrigen. Debo reconocer que nos ha sorprendido gratamente el enorme interés que existe por el lenguaje.
Los cibercorreos y las aportaciones al Facebook nos dejan ver una mayoría de personas que escribe bien, que se expresa con propiedad, que sabe analizar con precisión la realidad a la que se refiere. Ahora sabemos que nuestros buenos escuchantes son además buenos escribientes. Y por lo tanto, gente con capacidad para razonar y para convencer.
Con todo esto quiero llegar a un punto que les propongo para el encuentro. Hoy en día, nos preocupamos de nuestra apariencia personal, de la ropa que vestimos, el maquillaje que a veces nos mejora, el bigote que a algunos aporta seriedad y a otros simpatía. Elegimos los colores adecuados a nuestra personalidad, los complementos que nos adornan, el peinado que nos favorece. Nos mostramos externamente y cuidamos la impresión que vamos a producir en los demás.
Pero hay un factor mucho más descriptivo de nosotros mismos: la escritura. Hoy en día, enviamos correos electrónicos a los amigos, respondemos con ellos a nuestros jefes o a nuestros colaboradores, participamos en foros sociales, enviamos currículos a mansalva, y lo hacemos con uno solo impulso digital (del dedo índice generalmente)… Y nos relacionamos más que nunca con un teclado y, por tanto, con la palabra escrita.
Ésa es nuestra nueva vestimenta. Los adjetivos son las blusas; los adverbios, las corbatas; las comas, los pendientes; los pronombres son nuestros abrigos; las tildes, nuestros pelos peinados o despeinados; las conjunciones, el cinturón con hebilla plateada; las perífrasis, una bufanda cromática.
Pero no son prendas cualesquiera. La ropa define nuestro gusto y nuestro estilo. El lenguaje escrito va más allá: define nuestro interior, lo que sabemos y lo que ignoramos, lo que somos capaces de entender y de explicar, lo que hemos leído y lo que jamás habíamos encontrado impreso porque lo hemos reproducido mal. Esos mensajes que teclean nuestros escuchantes los retratan mejor que nada, y podemos apreciar ahí la media alta de sus conocimientos.
Los estudios de audiencia nunca reflejarán nada de eso. Se quedan en los números y en las zonas geográficas donde se agrupan o se dispersa nuestro público. Pero no pueden ver más allá como ya hacemos nosotros cuando leemos sus mensajes.
Estamos en la era de la explosión audiovisual y no somos conscientes de cuánto nos delatan sin embargo las palabras, sobre todo si se dibujan en la pantalla de la computadora. Gracias a los nuevos soportes y a las comunicaciones utrarrápidas, en nuestro programa sabemos muy bien qué hay detrás de cada persona que conecta con nosotros los fines de semana.
El viejo Gutenberg no habría imaginado nunca que la letra impresa iba a estar tan al alcance de cualquiera, para desnudarlo por dentro y mostrarlo tal como es, exactamente como la sociedad y su voluntad le han hecho.
Creo que debemos rendir un tributo al teclado, ese instrumento que ya está al alcance de millones y millones de personas que en otra época sólo habrían podido mostrarse con su voz. Y que con su voz apenas llegaban cada día a unas decenas de conciudadanos. El teclado proyecta ahora a cada cual hacia una comunidad virtual inmensa que recibe por escrito la radiografía interior de cada uno y puede juzgar sus rasgos con más certeza que nunca.
Ojalá todas nuestras comunidades del español sean conscientes de que las letras tejen ya su nueva ropa. Y de que se trata precisamente de una ropa identificable por todos, puesto que la ortografía es la auténtica unión de nuestro idioma, la gran nación cultural que compartimos.