La creación de las Academias Americanas correspondientes de la EspañolaJosé Antonio Pascual

1. Los autógrafos cervantinos y su aspecto lingüístico

Hubiera querido leer mi participación en esta mesa redonda, en ese Valparaíso al que al final no pude llegar, mientras su aire claro se iba convirtiendo —lo diré con palabras de Gonzalo de Rojas escritas con otro propósito— en «una lágrima».1 Pretendía haber expuesto allí cómo se fue recorriendo uno de esos trechos del largo camino por el que nos hemos movido los hispanohablantes para levantar nuestra Asociación de las Academias de la Lengua Española; necesario recorrido al que se refería hace setenta y cinco años alguien a quien Gabriela Mistral tomó como modelo de la atención que los españoles debíamos prestar a América, Enrique Canedo-Díez. Este escribió en su discurso de ingreso en la Academia Española que, entre otras muchas actuaciones en que nuestra institución supo mirar hacia América, una de ellas —y no la menos importante— fue la creación en «las diversas naciones de Academias filiales que, en correspondencia con la Española y siguiendo su inspiración, cooper[a]n a sus fines y ensanch[a]n el círculo de su autoridad».2

Esto ocurrió además en unos momentos en que, como ha señalado Fernando Lázaro Carreter, las tentaciones de ruptura de los países americanos hubiera sido lo más normal de mundo, con lo que se hubieran consagrado «como propias en cada país las divergencias populares, difundidas por la pujante literatura costumbrista. La acción fragmentadora más clara podía afianzarse erigiendo una o varias Academias frente a la Española».3 Decidida a conjurar este peligro la Real Academia Española contribuyó a recomponer las relaciones nada fáciles entre la Metrópoli y sus antiguas colonias, con habilidad e inteligencia.4 Este juicio, que podría tomarse como un recurso retórico bienintencionadamente orientado a anudar con mas fuerza los lazos que nos unen a españoles y americanos, se basa en datos muy concretos, contenidos en las Actas de las Juntas de la Real Academia de los siglos xix y xx. En las más cercanas a los años en que se preparaba la Independencia y se crearon las primeras repúblicas americanas sobrecogen los silencios de aquellas actas, por otra parte, lacónicas en la información, como si faltara la fuerza y la convicción de que pudiera hacerse algo para remediar los peligros que pudieran acechar a nuestra lengua con respecto a su futuro.5 Tras estos largos silencios van poco a poco apareciendo alusiones a América, en las que no he encontrado un solo caso de encono y ni siquiera de tristeza, como si la corporación, una vez aceptada la nueva situación política, hubiera decidido salvar solo aquello que verdaderamente merecía la pena: la unidad lingüística de los hispanohablantes. Ciertamente, como ha señalado Juan Gutiérrez, no faltaron las discusiones internas en la Academia, pero supo esta mantener con América los contactos que otros habían cortado, creando unas relaciones que «encerraban un enorme potencial político o social, al no ser la Academia una institución del Estado español. Por ello, todos los responsables procuraban reducirlas a cuestiones técnicas o gramaticales, a preocupaciones por la lengua castellana, lengua que todos —americanos y peninsulares— consideraban, como propia, digna de atención».6

Abramos ya las Actas de las Juntas de la Academia y empecemos por la que se refiere a la celebrada el 24 de noviembre de 1870,7 en que se aprueba el informe hecho por la «Comisión nombrada para proponer las bases sobre la creación de Academias Correspondientes de la nuestra en los Estados americanos». Ese acuerdo aparece impreso tres años más tarde en las Memorias de la Academia, documento en el que podemos leer la autorización del «establecimiento de Academias correspondientes suyas en las repúblicas americanas españolas, hoy independientes, pero siempre hermanas nuestras por el idioma»,8 partiendo de la idea de que la condición de extranjeros de los ciudadanos americanos, solo lo es desde el punto de vista político, pero no respecto al idioma.9 Del hondo pragmatismo del acuerdo dan fe las palabras siguientes: «Los lazos políticos se han roto para siempre; de la tradición histórica misma puede en rigor prescindirse; ha cabido, por desdicha, la hostilidad hasta el odio entre España y la América que fue española; pero una misma lengua hablamos, de la cual, si en tiempos aciagos que ya pasaron, usamos hasta para maldecirnos, hoy hemos de emplearla para nuestra común inteligencia, aprovechamiento y recreo»,10 pues corre el riesgo de fragmentarse «en virtud de circunstancias, sobrado notorias y dolorosas […], en las más de las repúblicas [americanas]; si pronto, muy pronto, no se acude al reparo y defensa del idioma castellano en aquellas apartadas regiones, llegará la lengua en aquella tan patria como la nuestra a bastardearse de manera que no se de para tan grave daño remedio alguno».11 Como consecuencia de todo ello «va la Academia a reanudar los violentamente lazos rotos vinculados a la fraternidad entre americanos y españoles; va a restablecer la mancomunidad de gloria y de intereses literarios, que nunca hubieran debido dejar de existir entre nosotros y va, por fin, a oponer un dique, más poderoso tal vez que las bayonetas mismas, al espíritu invasor de la raza anglo-sajona en el mundo por Colón descubierto».12 No voy a entrar en más detalles sobre el contenido de este documento, pues puede encontrarse una oportuna valoración de él en la conferencia con que Fernando Lázaro inauguró el Primer Congreso de la Lengua Española, del año 1992.13 

La idea de la creación de las Academias Correspondientes —para la que hay detalles interesantes en distintas Juntas14— dio pronto sus frutos, pues a menos de un año de la primera de esta, se constituye la Academia colombiana —en mayo de 1871— a la que le siguen en 1874 la ecuatoriana, en 1875 la mexicana, en 1876 la salvadoreña. Otros países reaccionaron con más lentitud, como Venezuela, que se constituyó en 1883, Chile en 1885, el Perú y Guatemala en 1887. Probablemente la guerra de Cuba fuera la causa del retraso en la creación de las demás Academias: hubo que esperar a 1912 para que la Academia Argentina diera el primer paso —si bien fue sustituida en 1931 por la Academia Argentina de Letras, asociada a la Española—. La espera aumentó en una decena de años hasta que se crearan las restantes Academias: la costarricense —en 1923—, la filipina —en 1924—, la panameña y la cubana —en 1926— y la paraguaya, la dominicana y la boliviana —en 1927—, la nicaragüense —en 1928— la Nacional de Letras del Uruguay —en 1943—, la hondureña —en 1948—, la puertorriqueña —en 1955— y, ya en 1973, la norteamericana.

Las actas dan prueba de la buena acogida que tuvo la idea. Baste como ejemplo la junta de 31/5/1871, en que «Se leyó una comunicación del Sr. D. Lorenzo Montúfar, Ministro de Instrucción Pública en Costa Rica en la cual felicita a los Srs. Escosura, Ochoa, Hartzenbusch, Puente y Ferrer por su proyecto (aprobado ya) para la creación de academias Correspondientes en las Repúblicas Hispanoamericanas».15 A partir de ese momento se van desgranando poco a poco noticias sobre la conveniencia de crear academias, como es el caso de la mexicana, cuya constitución proponen los correspondientes de México en un escrito leído en la junta de 10/6/187116 y para la que hay muchas referencias en otras juntas; o de la puertorriqueña, de cuya conveniencia se habla mucho después;17 o del nombramiento de correspondientes;18 así como de algunos hechos de interés sobre la Academia venezolana19 o sobre la guatemalteca.20

Se buscaba con la creación de todas estas Academias no solo el acercamiento entre las personas y el intercambio de sus ideas, sino la participación de todos los hispanohablantes de acá y allá en el trabajo académico, pues «sin el concurso de los españoles de América, no podrá formar el grande y verdadero Diccionario Nacional de la lengua».21 No estamos ante una muestra de buena voluntad, sino ante un claro deseo de colaboración que reflejan las propias actas: así el 27/3/1877 se lee a la Junta la carta en la que el secretario de la Academia Mexicana anuncia «el envío de los trabajos hechos para nuestro diccionario»,22 de los que se reciben más adelante «dos pliegos con enmiendas propuestas por la Academia mejicana para el Diccionario Vulgar»;23 en la junta de 28/6/1877 de la colombiana y en la del 31/11/1878 de la ecuatoriana.24 Son solo unos cuantos ejemplos, entre muchos, que muestran que los académicos correspondientes no tenían esa condición solo ad honorem, sino por su disposición a implicarse en las tareas del diccionario, como lo muestra, por otro lado, un oficio en que el Sr. D. José Milla y Vidaurre da las «gracias por su nombramiento de académico correspondiente de Guatemala y [acepta] el encargo de proponer adiciones y enmiendas para el Diccionario de Autoridades y para el vulgar».25

La Academia Española, aparte de recabar datos de las Academias de ultramar, hace suyos los argumentos de esas mismas Academias, como el que se utiliza para proponer una grafía a la voz ajolote: así, «Se discutió acerca de si el vocablo ajolote debería escribirse con j o con  x y teniendo en cuenta que la Academia Mejicana la escribe con la primera de estas dos letras, lo cual prueba que en Méjico [donde] vive el animal así llamado se pronuncia con el sonido de que jota es signo representativo, acordose emplear en él esta letra».26

Hay un aspecto distinto, referente a la recepción de libros americanos, que me parece digno de consideración. Hoy, con los medios bibliográficos, en papel y on line, con que cuentan las Academias puede sorprendernos que en el siglo xix la Española se proveyese de libros, en gran medida, gracias a los que donaban los propios académicos. De ahí ha surgido la tradición de que estos entreguen en los Plenos sus propias obras para la biblioteca de la corporación. En ese momento de finales del siglo xix era un bien escaso en España tener libros y revistas americanos, difíciles de encontrar aquí. Las actas saludan «con aprecio» este tipo de entregas, entre las que tenemos —tómense como meros ejemplos— el discurso «sobre los elementos constantes y variables del idioma español» del académico correspondiente mexicano D. Rafael Ángel de la Peña,27 varias obras gramaticales de D. Leopoldo J. Arozamena, de Lima,28 los Reparos al diccionario de chilenismos de D. Zorobabel Rodríguez, publicado en Santiago de Chile29 o una obra, precisamente de Valparaíso, El agua de Peñuelas como fuerza motriz y su esterilización por el ozono, informe dado a la municipalidad de Valparaíso por D. Luis E. Mourguez.30 También se reciben revistas americanas, como La Colonia Española de México31 o «el primer número de un periódico satírico de Bogotá titulado El Mochuelo»32 o «un nuevo número de la revista de Valparaíso titulada La semana religiosa».33 Algunos libros se envían para el disfrute de los propios académicos, como ocurre con «treinta  y cuatro ejemplares de un "Canto a la memora de García Moreno" escrito por nuestro correspondiente en la república del Ecuador, D. Juan León Mora, el cual en carta que acompaña de 20 de agosto dice ser treinta y seis ejemplares los que acompaña»,34 o con los veinticinco ejemplares de las Tradiciones del Perú y de los Verbos y gerundios de don Ricardo Palma, correspondiente en Lima.35

De América viene a veces la propuesta de que la Academia publique una obra, como es el caso de «un manuscrito de D. Miguel Antonio Caro, correspondiente de Bogotá, titulado "una obra apócrifa. ¿Es genuina la traducción en verso y completa de las Geórgicas de Virgilio atribuida a Fray Luis de León?"». Siendo claro el interés de la Academia por este trabajo de don Miguel Antonio, habiéndose suspendido las Memorias, intenta publicarla en el Seminario Ilustrado de la Academia.36 A lo que no se aviene, en cambio, la Academia es a valorar las obras que recibe: cuando don Amenodar Urdaneta envía las suyas recabando la opinión de la Academia sobre ellas, se da una justificación que quizá fuera real, o quizá se tratarse de una mentira piadosa para ahorrar problemas: «Acordose decirle que la Academia no puede informar acerca del mérito de una obra sin expreso mandato del Gobierno de Su Majestad».37

Por su parte, la Academia envía libros a América con distintos fines: a propuesta de la Comisión de Academias Americanas, un ejemplar de las Cantigas y otro de las obras de Lope de Vega para premiar «la mejor composición que "sobre la importancia de la conservación de la lengua castellana en toda su pureza como persistente y superior lazo de unión de las Repúblicas de América entre sí y con la antigua metrópoli" se presente a los Juegos Florales que en febrero del año próximo se celebrarán en el Instituto Americano de Adrogué».38 Y naturalmente se envían ejemplares del diccionario a las Academias americanas y a sus miembros, aunque se aplaza el envío a los individuos de número, hasta que las Academias manden la relación de estos;39 lo que estas irían haciendo poco a poco.40

Se percibe en las actas el exquisito cuidado en facilitar la convivencia entre las Academias, aunque reconozco que no falta una pizca de paternalismo. Una pequeña anécdota41 lo muestra mejor que cualquier explicación: un académico mexicano había pedido una copia de un texto de Fray Luis de León para el bibliotecario de la institución. El Sr. Tamayo y Baus, secretario, se refirió a que estaba ya hecha la copia y propuso que no se le cobrasen los 400 reales que había costado. El Sr. Cañete se adhirió a la idea y pidió que la propia Academia Española se hiciera cargo del gasto, al «ponderar los servicios que debemos a las Academias Americanas». Matiza el Marqués de Valmar, como era de esperar del tesorero, distinguiendo entre el trabajo que solicita un académico y el que pide la institución: «la generosidad de la Española […] no debería tener límites cuando a ella recurrieran sus hermanas de América»… Vamos a dejar las cosas aquí y decir que al final la Academia Española se hizo cargo del coste de la copia. Aunque, elegancia por elegancia, la Academia mexicana envió varios libros, posiblemente como agradecimiento.42

No querría dejar de señalar, antes de terminar estos apuntes provisionales sobre los primeros pasos que se dieron para la construcción de la actual Asociación de Academias, que hubo, junto a los mejores deseos de colaboración, algunos malos momentos en la vida de las Academias, como los que llevaron a la colombiana a suspender la celebración de Juntas y la publicación de su Anuario, a causa de los trastornos políticos del país,43 o el de la española, ante «la tremenda situación en que se encuentra nuestra patria con la guerra, declarada ya, a los Estados Unidos», en una de esas contadas ocasiones en las que las palabras del director lograron arrancar los aplausos de los académicos.44

Para no deformar la realidad, es imprescindible señalar que del lado de allá existía una preocupación compartida por mantener la unidad de nuestra lengua.45 El caso de Bello sirve de ejemplo, por cuanto habiendo sido un activo adversario de la Corona española, su actuación resultó decisiva para la creación de una conciencia unitaria entre lo hispanohablantes.46 Quienes vivían a uno y a otro lado del Atlántico trataban de propiciar esa conciencia de la unidad, con un impulso que ha seguido latiendo a lo largo de toda esta larga historia en que se ha dado cuerpo a la idea de lo panhispánico formulada, hace ya tiempo, por don Américo Castro.

Mi participación en esta mesa redonda tenía el único objetivo de congratularme por ello, en este lugar al que hace tiempo los compañeros de mi Academia Chilena me animaron a regresar. La dura naturaleza no hizo posible esta vez estar aquí con ellos, aunque sí compartí con todos vosotros, en la distancia, el dolor de aquellos días en que no se hicieron realidad las palabras de Ángel González de que «cuando es invierno en el Mar del Norte / es verano en Valparaíso».47

Al enviaros el texto de mi participación en la mesa quiera desearos que sintáis el verano en  vuestro corazón, más cálido incluso de lo que puedan expresar mis palabras.

Notas

  • 1. Gonzalo de Rojas, Concierto, Barcelona: Galaxia Gutemberg, 2004: 156. Volver
  • 2. Enrique Díez-Canedo, Unidad y diversidad de las letras hispánicas. Discurso leído  el 1 de diciembre de 1935 en su recepción en la Academia Española. Madrid, 1935: 15. Volver
  • 3. Fernando Lázaro, «La Real Academia y la unidad del idioma», Actas del Congreso de la Lengua Española de 1992, Madrid: Instituto Cervantes, 1994, 7-21: 8. Un peligro que se daba a partir de una situación en que a juicio de Juan Antonio Frago: «las cosas no diferían mucho en España y América hasta el momento de a independencia», de forma que el autor piensa que no hubiera existido riesgo con respecto a la fragmentación del idioma, salvo de haber sido inducido, motivo por el que «el logro de unas normas unificadas y por todos aceptadas sin duda ha sido muy beneficioso para la cultura hispánica» («Tradición e innovación en el español americano de la Independencia», Romance Philology, 61, 2007, 147-191, p. 156); vid. del mismo autor «Unidad lingüística y conciencia normativa entre España y América». En Luis Santos Río (ed.), Palabras, norma y discurso. En memoria de Fernando Lázaro Carreter, Salamanca: Ediciones de la Universidad de Salamanca, 465-479. Volver
  • 4. Juan Gutiérrez Cuadrado, «La lengua y las relaciones hispanoamericanas alrededor de 1900: ideología y trabajo lingüístico». En José Luis Peset, coord. Ciencia, vida y espacio en Iberoamérica, I, Madrid: CSIC, 1989, 465-497, p. 472. Cf. , sin embargo, C. M. Rama, Historia de las relaciones culturales entre España y la América Latina, siglo xix, Madrid: Fondo de Cultura Económica, 1982, 172-176. Volver
  • 5. Lo cual no significa que nuestros antepasados porque las heridas de la independencia no afectaran al cuerpo ––y al alma, si quiere–– del español. A ello nos hemos referido hace tiempo Juan Gutiérrez Cuadrado y José A. Pascual, « [Prólogo] A propósito de las Actas del Congreso Hispano-Americano de 1892». En Asociación de Escritores y Artistas Españoles, Congreso Literario Hispano-Americano. IV Centenario del Descubrimiento de América, Madrid 1892. Edición facsímile, Madrid: Instituto Cervantes, 1992, ix-xxxi. Volver
  • 6. Juan Gutiérrez Cuadrado, Op. cit., p. 474. Volver
  • 7. Actas de los Plenos de la Real Academia Española [en adelante Actas],  libro 26, f.º 276 r. Agradezco a D.ª María Elvira Fernández del Pozo su ayuda en la consulta de los fondos del archivo de la Real Academia Española. Volver
  • 8. Memorias de la Academia Española [en adelante Actas ], IV, Madrid, 1973, 274-289: 274. vid. Fernando Lázaro, Op. cit., 13-15. Volver
  • 9. Memorias: 275. Volver
  • 10. Memorias: 275. Volver
  • 11. Memorias: 276-277. Volver
  • 12. Memorias: 279. Volver
  • 13. Fernando Lázaro, Op. cit., 15-19. Volver
  • 14. Juntas de 19.1.1871, Actas libro  27: f.º 12 v. y 13 r., de 10/6/1871, Actas libro 30: f.º 115 r., y de 26/6/1871, Actas libro 30: f.º 119 v., 120 r.; y, más tarde, en la junta del 14/7/1887; Actas cuya referencia alibro y folio he perdido. Volver
  • 15. Actas libro 27: f.º 91 r. Volver
  • 16. Actas libro 30: f.º 115 r. Volver
  • 17. Junta del 4.10.1900, Actas libro 36: f.º 240 r. y v. Volver
  • 18. Vid. las juntas de 30/3/1871, Actas libro 27: f.º: 56 v.; de 5/4/1871, Actas libro 27: f.º 58 v.; de 4/5/1871, Actas libro 27: f.º 76 v.; y muchas más. Volver
  • 19. Como ocurre con las juntas de 18/10/1900, Actas libro 36: f.º 245 v.; y de 29/11/1900, Actas libro 36: f.º 254 r. Volver
  • 20. Junta de 4.10.1900, Actas libro 36: f.º 240 r. y v. Volver
  • 21. Memorias: 288-289. Volver
  • 22. Actas libro 31: f.º 29 v. Volver
  • 23. Junta de 24/5/1877, Actas libro 31: f.º 47 r. En las juntas de 4/10/1877, 22/11/1877 y 16/5/1878 siguen las referencias a otras adiciones y enmiendas de esta Academia, Actas libro 31: he perdido la referencia al folio en que consta la referencia a la primera de estas Juntas, la de la segunda aparece en el f.º 69 v. y la de la tercera en el f.º 102 v. Volver
  • 24. Junta de 28/6/1877, Actas libro 31: f.º 59 r. y 85 v. Volver
  • 25. Junta de 1/2/1877, Actas libro 31: f.º 11 v. Volver
  • 26. Junta de 1/2/1877, Actas libro 31: f.º 56 r. Volver
  • 27. Junta de 14/2/1877, Actas libro 31: f.º 13 v. Volver
  • 28. Junta de 27/12/1877, Actas libro 31: f.º 77 r. Volver
  • 29. Junta de 28/2/1878, Actas libro 31: f.º 89 v. Volver
  • 30. Junta de 8/3/1900, Actas libro 36: f.º 176 r. Volver
  • 31. Junta de 8/3/1877, Actas libro 31: f.º 23 v. Volver
  • 32. Actas 6/12/1877 libro 31: f.º 72 v. Volver
  • 33. Actas 14/3/1878 libro 31: f.º 92 r. Volver
  • 34. Junta de 7/3/1877, Actas libro 31: f.º 22 v. Volver
  • 35. Junta de 8/5/1878, Actas libro 31: f.º 100 v. Volver
  • 36. Junta de 7/3/1878, Actas libro 31: f.º 91 r. Volver
  • 37. Junta de 16/5/1877, Actas libro 31: f.º 36 v. Volver
  • 38. Junta de 30/11/1899, Actas libro 36: f.º 148 v. Volver
  • 39. Junta de 2/11/1899, libro 36: f.º: 142 r.-143 v. Volver
  • 40. Así lo hacen las Academias de Venezuela, México, Guatemala, Ecuador, vid. junta de 4/10/1900, Actas libro 36: f.º 240 r. y v. Volver
  • 41. Junta de 24/5/1877, Actas libro 20: f.º 47 r. y v. Volver
  • 42. Junta de 4/10/1877, Actas libro 31: f.º 57 r. Volver
  • 43. Junta de 4/10/1877, Actas libro 31: f.º 58 v. Volver
  • 44. Junta de 28/4/1898, Actas libro 31: f.º 26 v. Volver
  • 45. Es una matización que hace con toda oportunidad Juan Gutiérrez Cuadrado, Op. cit., pp. 474-475. Recientemente ha recordado Juan Antonio Frago, con toda oportunidad, las relaciones entre los independentistas y los españoles vinculadas a la lengua, que pone de relieve Bolívar y aparece en el Acta de independencia de Venezuela, así como la preocupación del propio Bolívar por «Conciencia lingüística del criollo en la independencia: hablar castellano-colombiano», en prensa. Volver
  • 46. Fernando Lázaro, Op. cit. : 8, 9. Volver
  • 47. Ángel González, «Canción de invierno y de verano». Volver