Inicio esta presentación con mi agradecimiento a los organizadores, por invitarme a participar en esta mesa redonda. Tener la oportunidad de compartir algunas ideas en torno a un tema central. «Lenguaje y Educación», es un verdadero privilegio. Quiero en segundo término, reconocer públicamente a tres colegas de la Universidad Nacional Autónoma de México, por acercarme ideas, datos y argumentos para elaborar esta ponencia. Que no quede duda: los aspectos positivos de este ensayo derivan de las aportaciones de los doctores Lourdes Arizpe, Elizabeth Luna Traill y Humberto Muñoz. A todos ellos, ¡muchas gracias!
Pocas cosas tan distintivas de lo humano, como el lenguaje. Se trata sin duda de una expresión que traduce el alma y el pensamiento. En razón de que manejamos los lenguajes, sabemos, sentimos, interactuamos, conocemos y comunicamos. Se habla para que se escuche, se escribe para que se lea. En la palabra está el secreto de nuestra especie. Es el verdadero código de la cultura. No extraña entonces, que Pedro Salinas haya señalado que «las palabras poseen doble potencia: una letal, y otra vivificante. Un secreto poder de muerte, parejo con otro poder de vida que contienen inseparables, dos realidades contrarias: la verdad y la mentira, y por eso ofrecen a los hombres, lo mismo la ocasión de engañar, que la de aclarar, igual la capacidad de confundir y extraviar, que la de iluminar y encaminar».
En los tratados de los eruditos, en las obras maestras de la literatura, en la voz de los poetas y en la sabiduría de los pueblos antiguos, el lenguaje ha tenido un espacio muy particular. Se puede sostener que para muchos, el habla articulada representa la línea que divide al ser humano de otras formas de vida animal. No extraña entonces que para Aristóteles el hombre sea «el ser de la palabra», o que Charles Bally haya sostenido que «el lenguaje no se limita a expresar ideas, también es, y todavía más, el eco de la imaginación y de la sensibilidad».
Con la paráfrasis del pensamiento de Roman Jakobson, es posible sostener que el gran salto que representa el lenguaje, encarna el paso de la biología a la filosofía o la evolución de la genética a la cultura. George Steiner por su parte hizo notar lo que el lenguaje es al hombre cuando escribió: «Poseedor del habla, poseído por esta, cuando la palabra eligió la tosquedad y la flaqueza de la condición humana como morada de su propia vida, el ser humano se liberó del gran silencio de la materia».
El mundo no es otra cosa que un escenario en el que se amalgaman objetos, situaciones y estímulos que los seres humanos, en particular los niños y los jóvenes, tienen que aprender a clasificar y evaluar, para forjar una forma de reaccionar frente a ellos y en su caso transformarlos. El lenguaje es el instrumento que permite manejar ese entorno continuo que no tendría sentido, si no existiera la comprensión de los significados que acarrean las palabras y los sentimientos.
La lengua es en todo caso el archivo de los conocimientos acumulados por una sociedad a lo largo de los siglos. Es por esto entre otras cosas, que las lenguas deben ser entendidas como un patrimonio cultural, inmaterial pero vivo, de la humanidad, ellas responden a un historicismo que las hace dinámicas y por tanto cambiantes.
El lenguaje tiene tal alcance que para muchos autores representa la forma de adueñarse del mundo; la manera de darle sentido al pensamiento; la ocasión de expresar las emociones: el amor, la ira, la tristeza, el resentimiento y la alegría entre muchas otras, al igual que los anhelos y las esperanzas. Su fuerza es tal, que la palabra cordial e inteligente es antídoto de la violencia. Entre mayores sean los niveles de educación y manejo del lenguaje, mayores serán las posibilidades de resolver en paz, con diálogo y uso de la razón, cualquier tipo de diferendo.
La educación, en especial la universitaria, tiene la responsabilidad de asegurar que los estudiantes sepan, hagan y sean, que se informen a plenitud y que se formen de tal manera que sean capaces de hablar y de permitir hablar; que estén preparados para escuchar y para hacerse escuchar; que estén calificados para manejar la palabra escrita y defender con argumentos sus opiniones, pero también para que lean y comprendan lo que otros sostienen, conocen y desean.
La relación entre lenguaje y educación es muy intensa. Por medio del lenguaje enseñamos, transmitimos conocimiento, compartimos la importancia de un sistema de valores laicos y en buena parte formamos a las nuevas generaciones. No hay duda de que sin un buen manejo de la lengua el proceso educativo se dificulta. La palabra crea seres reflexivos, desarrolla la conciencia de la historia y la cultura, forma hombres y mujeres mejor dotados.
El lenguaje posibilita el primer paso para construir escenarios futuros y deseables. La educación por su parte desarrolla nuestras potencialidades y abre nuevos horizontes. La educación nos permite ser mejores. Lenguaje y educación hacen factible la construcción de nuevos proyectos colectivos para el desarrollo de la sociedad. Son esos, los núcleos a partir de los cuales se potencian la inteligencia y el hacer. Sin ellos imperan la ignorancia, el oscurantismo y la violencia.
El vínculo entre lengua y educación forja el repertorio y las estructuras analíticas con que cuentan los seres humanos. Esa asociación nos permite abordar y mejorar el mundo. De hecho, avances recientes de las neurociencias nos hacen ver que la capacidad innata para crear o aprender una lengua disminuye con la edad. Esta es una razón fundamental para valorar debidamente la relación entre los dos campos, para mejorar la estimulación temprana de los niños y para superar la calidad de la educación elemental. De igual manera, la evidencia apoya la idea de que un mayor aprendizaje de fonemas y vocabulario adicional, tiene como efecto la ampliación y mejoría de las capacidades de una persona, en especial en la juventud.
Por definición, la sociedad del conocimiento debe estar formada por ciudadanos educados que dominen varios lenguajes, entre ellos los idiomáticos, en especial la lengua materna. Pero la tarea no acaba ahí. También se deben manejar lenguajes como el numérico, el computacional, el ético y el estético entre otros. La sociedad actual tiene nuevas exigencias que en caso de no cumplirse cobra con la exclusión.
No es extraño entonces que Hugo Assman haya escrito que: «la sociedad de la información contiene nuevas amenazas de exclusión… Información y conocimiento se han transformado en el factor productivo más relevante en el contexto de la mundialización de la economía… (por tanto), irrumpe en el escenario pedagógico una verdadera oleada de lenguajes nuevos».
Para las universidades y la educación que imparten, el buen manejo de los lenguajes es una de las vías más eficaces para que sus egresados contribuyan a ampliar el espacio público y los derechos ciudadanos. Sin el lenguaje que se adquiere en las universidades, se dificulta la participación del individuo en los procesos de socialización colectiva y la consolidación de valores fundacionales como la soberanía, y la autonomía. En pleno siglo xxi, las deficiencias en el lenguaje son un obstáculo para la cultura ciudadana, una traba para la democracia, un impedimento para la cohesión social e incluso una dificultad para elevar la productividad social.
El español es el cuarto idioma más hablado del mundo con cerca de 450 millones de hispanoparlantes. De las naciones que lo manejan, México es el país con mayor número de hablantes con más de cien millones. Esto significa que uno de cada cuatro hispanohablantes radica en México. Para México y la región entera, existe una enorme responsabilidad para cuidar y acrecentar ese patrimonio.
La región de América Latina enfrenta algunos problemas que afectan el manejo adecuado del lenguaje. A cuatro de ellos haré referencia en esta ocasión:
No es poco decir que en nuestra región se cuentan por veintenas los millones de personas que no tienen un manejo apropiado del lenguaje. En su mayoría se trata de grupos vulnerables que se debaten en la pobreza, la ignorancia y cerca de la exclusión, en parte por sus carencias ancestrales. Junto a ellos llaman la atención otros dos grupos. El de los hablantes de lenguas indígenas que en América Latina suma a más de 30 millones de personas, con frecuencia ignorados por decir lo menos. Es necesario plantear de nueva cuenta el destino de los pueblos originarios, saldar con ellos de inmediato la deuda que tenemos con su porvenir y respetar sus lenguas y culturas más allá de la declaración.
El otro grupo es el de los jóvenes entre los 12 y los 29 años que alcanza una alta proporción en nuestra región y que enfrenta un problema delicado. Se trata de una doble condición que los hace vulnerables y que les genera una enorme incertidumbre. Me refiero al grupo que algunos han dado en llamar el de los «NiNis», es decir el de quienes ni estudian ni trabajan, cuando deberían hacerlo pero no encuentra forma de conseguirlo. Su condición los aleja de la comunicación y del desarrollo, además de que los arroja a la incertidumbre, la informalidad y con frecuencia al lenguaje de la violencia. Esto es no sólo riesgoso, si no éticamente inaceptable.
No son pocas ni menores las amenazas a la palabra. Una tiene que ver con la corrupción del lenguaje. Con esa enfermedad que alienta la descomposición de la palabra, la fractura de las frases o la degradación del argumento. Otra está en relación con la sustitución del contenido por la imagen. En una sociedad tan voyerista como la nuestra, el riesgo está presente todo el tiempo. Una tercera es la que deriva de una gran cantidad de excluidos en el manejo de los lenguajes. Desde quienes son analfabetas, hasta los que se paralizan frente a un ordenar. Desde quienes tienen ceguera para el pensamiento abstracto o numérico, hasta aquellos incapaces de disfrutar del lenguaje musical o de las bellas artes.
Pero no todo termina ahí, una vez más las amenazas de la globalización se ciernen sobre la sobrevivencia de las sociedades originarias en todas las regiones del mundo. Uno de esos peligros es el que desafía a las lenguas. Se estima que en el mundo se hablan entre seis mil y ocho mil lenguas y que muchas de ellas están en vías de desaparición en virtud de que sus hablantes ya no logran transmitir su idioma a las nuevas generaciones.
Cerca del 97 por ciento de la población del mundo habla el cuatro por ciento de los idiomas, en tanto que el restantes tres por ciento de los habitantes se comunica en cerca de 6700 lenguas. La amenaza a la que se hace referencia es de tal magnitud, que algunos han señalado la posibilidad de que en un siglo el 90 por ciento de las lenguas haya desaparecido.
Por todas las razones esgrimidas y muchas otras más, es urgente hacer un alto en el camino para valorar nuestra situación, en especial para pensar, diseñar y discutir un nuevo modelo de desarrollo fundado en la educación y los valores laicos. Un modelo destinado a que todos los integrantes de una nación puedan progresar con toda dignidad, formarse como seres humanos plenos.
Junto a ello, hay algunas acciones que considero se deben poner en práctica: