El territorio manchado del español. Exilios y desexilios
Gonzalo Santonja Gómez-Agero
De los sos ojos tan fuertemientre llorando
tornava la cabeça e estávalos catando.
Cantar de Mio Cid
Los transterramientos no son impunes. Se resuelvan mejor o peor, casi siempre resultan irreparables. El exiliado o el obligado a emigrar por sinrazones políticas o económicas se va, pero la vida sigue, y él, a su vez, echa nuevas raíces en la tierra de acogida. Fue Mario Benedetti quien acertó a formularlo: los desexilios fijan barreras en la práctica infranqueables. Y entonces es cuando adquiere una dimensión liberadora, ciertamente inmensa, el español universal, lengua sin fronteras.
Frente a la realidad hiriente de las dictaduras y de las injusticias sociales y sus consecuencias, los pueblos que viven, piensan y sienten en español han construido a lo largo de la historia, en respuesta a sus penalidades, un territorio manchado por la solidaridad: españoles de la diáspora republicana recibidos con los brazos abiertos en México, Argentina, Cuba, Chile y también en Panamá, capítulo todavía pendiente de un estudio definitivo; chilenos, argentinos o uruguayos, en sinrazón de cruentos golpes de Estado acogidos en la Península. O sea, los periódicos y los libros como campo de entendimiento. Así fue desde el principio, como demuestra el caso lejano de Mateo Alemán.
Y es que el autor de Guzmán de Alfarache, dejado atrás para siempre en la primavera de 1608, sin demasiada nostalgia, el natural escenario peninsular de sus muchas adversidades, iba ligero de equipaje pero no por eso alcanzado de originales, pues llevaba consigo una Ortografía castellana algo más que mediada, a la postre acabada en México y allí estampada en 1609 por Cornelio Adriano César —un «notable impresor» para Rojas Garcidueñas—,1 en «la emprenta de Jerónimo [o Gerónimo] Balli» —sucesor de Pedro Balli, cronológicamente el cuarto impresor mexicano—,2 y la disposición de ánimo necesaria para afrontar, pocos años después, los estupendos Sucesos de fray García Guerra, puntual crónica, adornada con los aspavientos del panegírico y concluida con la obligada retórica de la oración fúnebre de dicho príncipe de la Iglesia, palentino de Fromista y prelado —al parecer— ejemplar, varón verdaderamente tocado —para su humana desgracia— por el dedo gordo de la mala suerte.
Último rastro de las actividades de nuestro escritor, a partir del año de su publicación (1613) Mateo Alemán se sume en las sombras, siendo lo más probable que su existencia ya no se prolongase demasiado, aunque José Toribio Medina, el gran bibliógrafo chileno, apuntara en La imprenta en México que años después vivía en la villa histórica de Chalco, a orillas del lago del mismo nombre (en la actualidad desecado), donde los emisarios mexicas se encontraron con la expedición de Hernán Cortés, territorio después adscrito a su marquesado (Provincia Real de Chalco).3
Así pues, ahí se nos presentan esas dos obras de Mateo Alemán y las de tantos autores imprescindibles, manifestación incontestable de que al amparo del español se extiende el territorio manchado por la solidaridad. Por lo que dice y especialmente por cuanto descubre, merece mucha atención la vertiente «americana» del autor del Guzmán.
Bibliografía
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Alemán, M. (1981), «Preliminar», Ortografía castellana, J. Rojas Garcidueñas (ed.), estudio de T. Navarro. México: Academia Mexicana.
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Medina, J. T. (1908), La imprenta en México, 1539-1821. Santiago de Chile.
Notas
- 1. M. Alemán (1981), «Preliminar», Ortografía castellana, J. Rojas Garcidueñas (ed.), estudio de T. Navarro. México: Academia Mexicana, p. III.
- 2. El inicial fue Juan Pablos, italiano de Lombardía y cajista, asociado en 1539 con Juan Cromberger, hijo de Jacobo Cromberger, avispado negociante alemán instalado en Sevilla en 1500 (esta casa ostentó el monopolio del comercio del libro con Nueva España entre 1525 y 1550), para establecer en México la primera imprenta americana, apenas dieciocho años después de que Hernán Cortés ocupase Tenochtitlan, puesta de largo con Breve y más compendiosa doctrina cristiana en lengua mexicana y castellana, que salió al amparo del obispo fray Juan de Zumárraga. Tras Juan Pablos, pero muy vinculados a él, surgieron dos impresores: Antonio de Espinosa, contratado durante un trienio por el propio Juan Pablos, y Pedro Ocharte, casado con su hija, al cabo de algunos años asociados los dos (así consta, por ejemplo, en la portada de Graduale dominicale, 1576). Pedro Belli, de origen francés, empezó sus trabajos a mediados de la década de los setenta (fray Alonso de Molina, Arte de la lengua mexicana y castellana, 1576 y Confessionario mayor, en la lengua mexicana y castellana, 1578) y continuaba vigorosamente en activo cuatro y cinco lustros después (Francisco de Alvarado, Vocabulario en lengua mixteca, 1593; Manuel Alvares, De institutione gramatica libri tres, 1594; Antonio del Rincón, Arte mexicana, 1595; Regla de frayles menores, con el testamento de bien auenturado padre Sant Francisco, en latín y en romance, y con las declaraciones apostólicas de Nicolao III y Clemente V, 1595; o de Juan Bautista Balli, Oratio in laudem iurisprudentiae, 1595; Relación historiada de las exequias funerales de la majestad del rey D. Phelipe II, nuestro señor, hechas por el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición, 1600), siendo continuado por Jerónimo Balli y por su viuda, editores ambos del Mateo Alemán americano que aquí nos ocupa, aquel de la Ortografía (1609) y esta de los Sucesos (1613).
- 3. Tradicionalmente fechado su fallecimiento en torno a 1615, José Toribio Medina sitúa a Mateo Alemán en Chalco en 1620 (La imprenta en México, 1539-1821. Santiago de Chile, 1908-12, t. II, p. 43). «Mateo Alemán in Mexico; A document» en Hispanic Review, Universidad de Pensilvania (Filadelfia, USA), tomo XVII, 4, octubre de 1949, pp. 316-30; y «Mateo Alemán en México, (Un documento)» en Thesaurus, 1, 2 y 3, 1949, pp. 356-71 Disponible en: http://cvc.cervantes.es/lengua/thesaurus/pdf/05/TH_05_123_366_0.pdf. Reparando en la figura del adelantado criollo Juan de Oñate, con intereses en las minas de azogue de Usagre, cerca de las de Llerena, cuyas entrañas supieron de los trabajos de Mateo Alemán, Bleiberg apunta que tal vez su pista todavía sin apurar, aclarase algunos de los pasos finales de nuestro escritor (El Informe secreto, Estudios, p. 362).