DISCURSO DE CLAUSURA Rafael Rodríguez-Ponga, secretario general del Instituto Cervantes

Corría el año de 1513 cuando un español, extremeño de nacimiento, Vasco por nombre y con apellido gallego, Balboa, llegó a estas costas de Panamá en la expedición internacional que encabezaba, con europeos, algunos africanos y, sin duda, con americanos. Y aquí, en esta tierra, dio su vida por haber logrado comunicar al mundo lo que había visto y por haber logrado que el mundo se pudiera comunicar entre sí.

Quinientos años después, estamos aquí reunidos precisamente por esto. Precisamente porque aquel avistamiento que hizo Balboa en el golfo de San Miguel se convirtió, en el sentido literal y científico de la palabra, en un des-cubrimiento. Descubrió aquello que estaba cubierto o que solo era conocido por unos pocos, evidentemente, los habitantes de Panamá.

Estamos aquí por el mismo motivo por el que han estado todos los gobiernos de los países iberoamericanos, reunidos en Panamá, en la Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado, que se ha celebrado recientemente.

Estamos aquí por unos hechos que tuvieron unas consecuencias históricas que, quinientos años después, seguimos viviendo: unas consecuencias que —podemos decir— fueron universales, desde luego, para orgullo de todos los panameños, pero también para orgullo de muchas más personas. De igual forma, también es un orgullo para todos los panameños el canal que, por cierto, ya fue previsto por aquellos visionarios del siglo xvi que pensaron que se podrían unir el Atlántico y el Pacífico, precisamente por Panamá.

Aquellos españoles trajeron su lengua. Y lo interesante es que aquella lengua triunfó más en la costa del Pacífico que en la costa del Atlántico.

La costa americana del Atlántico está más cerca de España y, sin embargo, si ustedes se fijan, resulta que es en la costa del Pacífico donde ha triunfado la lengua española, en el sentido de que desde California hasta Tierra del Fuego es una línea ininterrumpida de hablantes de español. Sin embargo, no estamos aquí ni hemos estado en este congreso para hablar de triunfalismos. Es verdad que el español avanza en Iberoamérica y en Estados Unidos… También es verdad que el español retrocede —todos lo sabemos— en otras áreas y lugares muy queridos, en el uso familiar o en el espacio público.

La lengua, la palabra es lo que nos configura, nos reúne y nos une, como hemos visto estos días.

He preguntado varias veces estos días a varias personas: «¿Será verdad que la lengua nos une?». Y todos me han contestado: «Sí, claro, la lengua nos une».

Sí, la lengua nos une… y nos desune, porque la lengua también sirve para enfadarnos y para insultarnos. El contenido ya no depende de la lengua en sí: depende de lo que cada uno quiera hacer con ese instrumento que es la lengua, que sirve para amarnos o para odiarnos, pero eso ya depende de cada uno.

La lengua nos permite todo eso y mucho más, porque, como dijo san Juan Evangelista, «al principio era la palabra» y, por tanto, es la palabra la que nos configura, es la palabra la que nos da la existencia como seres humanos, la que nos crea, la que nos da ese rasgo distintivo de humanidad y, por eso, el estudio de la palabra y de las letras se llama «humanidades» y, por eso, los que se dedican a ello siempre han sido «humanistas».

Aquí no hemos hablado de la lengua en sí: fonemas y morfemas, lexemas y sintagmas… Hemos hablado de los usos, del contexto social, político, económico o cultural y de la importancia de la lengua, con un eje central que ha sido el libro.

Hemos hablado de literatura, de historia del libro y de la imprenta, de bibliotecas nacionales, de propiedad intelectual y derechos de autor —por cierto, incluidos en los Derechos Humanos—, de la producción y distribución del libro, de la edición digital o electrónica, de la sociedad de la información, de educación, de políticas educativas y culturales y de formación de profesores.

Aquí quiero detenerme precisamente en homenaje a los profesores, porque somos lo que somos cada uno de nosotros por aquello que hemos recibido de nuestros padres y abuelos, es evidente, pero también por aquello que los profesores nos han enseñado. He ahí la importancia de los profesores de lengua española, porque, con permiso de los demás, los profesores de lengua española enseñan mucho más que los demás, porque, bien a los niños hispanohablantes o bien a niños o adultos de otras lenguas, enseñan a acceder a todo un mundo de conocimiento, a todo un mundo de cultura, de literatura y de ciencia, ¡nada menos! Les enseñan a usar un instrumento: un instrumento que les servirá para toda la vida, para todos y cada uno de los días de su vida.

Quiero dar un saludo especial a quienes aquí son representantes o profesores de los centros acreditados por el Instituto Cervantes: de la Universidad de Panamá y de «Habla Ya».

Todos los saberes, de forma oral o escrita, se comunican a través de la lengua, a través de la palabra. Por eso, los profesores de lengua tienen una enorme responsabilidad, porque, en gran parte, el aprendizaje y el éxito de los niños dependerá de cómo hayan aprendido a manejar la lengua, no solo la lengua oral, habitual en casa, con los vecinos, con la familia… no, sino la lengua en toda su extensión, para comprender, para entender lo que oyen y lo que leen, para saber leer, para saber escuchar, para saber escribir y hablar, para hacerse entender, para expresarse, para explicarse. Por eso, mi sinceras felicitaciones a todos los profesores de la Red Nacional de Docentes de Español (Rednade). ¡¡Felicidades a todos ustedes!!

Hemos hablado de academias, claro, hemos hablado de los trescientos años de la Real Academia Española, hemos hablado de las academias y de los académicos; y con los académicos de cada uno de los países de Hispanoamérica, incluyendo, por supuesto, Puerto Rico, incluyendo Estados Unidos, incluyendo Filipinas, incluyendo Guinea Ecuatorial. Académicos, nada menos, que de cuatro continentes.

Hemos rendido homenaje a la Real Academia Española, hemos aplaudido a la Asociación de Academias y hemos visitado la Academia Panameña, nuestra anfitriona, para hablar de Balboa.

Hemos aprendido de los académicos sobre ortografía, sobre gramática y sobre el sentido del trabajo de las propias academias.

Hemos hablado de política lingüística panhispánica, expresión que tanto le gusta repetir a mi director, con tanto acierto, que refuerza una lengua común y compartida, pero que, a la vez, es propiedad de todos y cada uno de nosotros.

Hemos colaborado, juntas, para organizar este congreso cinco instituciones. Y ya ven que el resultado ha quedado bastante bien. Hemos trabajado con el Ministerio de Educación, con el Gobierno de Panamá. Quiero dar las gracias, pero de verdad, sinceramente, de corazón y expresamente, al Gobierno panameño, como gran anfitrión, por su generosidad; a la ministra de Educación, que nos ha acompañado en muchos momentos de este congreso; al director de Protocolo, el embajador Lecaro, que ha trabajado mucho en este congreso; y a la directora del Instituto Nacional de Cultura. También hay que mencionar a la Real Academia Española y, evidentemente, a su director, el profesor Blecua y, si me permiten, a Pilar Llull. A la Asociación de Academias y a su secretario general, el profesor López Morales, profesor mío que fue en un momento dado. A la Academia Panameña, que ya la hemos mencionado, anfitriona. Y al Instituto Cervantes con nuestro director, don Víctor García de la Concha, académico también, un lujo de director; y, permítanme, aunque sea muy brevemente que mencione también, evidentemente, al profesor Francisco Moreno, secretario general de este congreso; y me van a permitir, muy brevemente, citar a Enrique Camacho, Luis Prados, Julio Martínez Mesanza, Hernando Fernández Calleja, Beatriz Rodríguez, Yolanda Ríos, María José Romero, José María Martínez y Richard Bueno, porque han trabajado muchísimo y creo que se merecen, aunque sea rápidamente, una mención.

Hemos hablado aquí de los congresos anteriores, evidente. Hemos hablado de Zacatecas, de Valladolid, de Rosario, de Cartagena, de Valparaíso.

Hemos hablado de Panamá, por supuesto. Hemos hablado, ya lo he dicho, de un rasgo específico y novedoso de este congreso, que es contar con tantísimos profesores que son, que van a ser los multiplicadores, los misioneros de este congreso por todo el país.

Hemos ido algunos de nosotros —seis, si mi cuenta no falla—, por cierto, en aviones militares del Servicio Nacional Aeronaval, a la ciudad de Santiago de Veraguas, para hacer una actividad también novedosa de descentralización del congreso y tener también allí un encuentro amplio con cientos de estudiantes adolescentes y con sus profesores, para hablar de la lengua española.

Hemos pasado muchas horas aquí, en Atlapa. Hemos pasado muchas horas con mucho calor humano y con un poquito de fresco, hemos estado aquí disfrutando de su hospitalidad tantas horas que nos hemos sentido, permítanme la palabra, verdaderamente «atlapados» por la hospitalidad panameña y por el calor humano de todos ustedes. Así que, a partir de ahora, yo me siento «atlapado» en un país situado entre el Atlántico y el Pacífico. Miren el mapa: no hay tantos que tengan dos océanos al mismo tiempo.

Hemos tenido el honor de contar en este congreso con S. A. R. el Príncipe de Asturias, hemos contado con Su Excelencia el Presidente de la República y con Su Excelencia la Primera Dama, con el Secretario General Iberoamericano, que dio un mensaje tras la Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno. Hemos contado con mandatarios y con expresidentes: Arístides Royo, Belisario Bentancur y Julio María Sanguinetti.

Hemos escuchado con atención a grandes escritores. Permítanme los escritores que no pueda mencionarles, uno a uno, pues son muchos y muy ilustres, pero tengo que mencionar a un Premio Nobel como Vargas Llosa. Creo que también en un balance así es necesario.

Hemos transmitido también este congreso de forma virtual por Internet a todo el mundo.

Y les voy a dar algunos datos porque impresionan. Hemos estado aquí doscientos doce ponentes de treinta países, ha habido setecientos inscritos, cincuenta por ciento panameños, cincuenta por ciento de fuera. Profesores, bibliotecarios, editores, traductores, estudiantes… y ciento treinta periodistas, entre ellos de grandes agencias de prensa como la Agencia EFE, Notimex, Associated Press, la alemana DPA o France Press.

Hemos contado, lo saben ustedes muy bien, con mil doscientos cincuenta profesores panameños del Ministerio de Educación.

Ha habido que hacer doscientos gafetes para las veintitrés entidades expositoras, editoriales, librerías e instituciones en esta Feria del Libro que se ha incorporado en este congreso. En total (sí, yo soy de letras… pero si la suma está más o menos bien…), salen unas dos mil trescientas personas, que no está nada mal.

Hemos disfrutado estos días también del folclore panameño, de la música de Panamá, con grupos de todo el país, con autenticidad, con ritmo, con color, con su diversidad. Hemos contado con el cuarteto Osus, que nos deleitó con música de Albéniz y de Falla. También a todos ellos les damos nuestro agradecimiento.

Hemos dado cumplimiento en este congreso a lo acordado durante la visita del presidente de la República de Panamá a España, el año 2011. En aquel momento, el Gobierno de Panamá invitó a que el VI Congreso Internacional de la Lengua Española se celebrara aquí, en esta ciudad. De entonces a hoy, cambió el Gobierno de España, cambió el equipo directivo del Instituto Cervantes, pero las instituciones prevalecen, los compromisos se cumplen y, por eso, con satisfacción, el Instituto Cervantes, su director y todo el equipo podemos decir que hemos cumplido con lealtad hacia Panamá y con lealtad a este V Centenario del Descubrimiento del Pacífico.

Pero aquí no termina. Termina el congreso pero continúan las actividades. Hoy mismo empieza la asamblea del Sistema Internacional de Certificación de Español como Lengua Extranjera (SICELE). El SICELE es un sistema que tiene ciento cuarenta instituciones firmantes, entre universidades y otras instituciones académicas de muchos países. También empieza la reunión de la Asociación de Academias de la Lengua Española. Aquí, en Panamá, hemos presentado la Red Iberoamericana de Formación y Actualización de Profesores de Español como Lengua Extranjera. También se ha presentado el próximo Congreso Iberoamericano de Cultura, que se celebrará en la ciudad española de Zaragoza.

Señoras y señores, voy terminando. Decía el filósofo español Julián Marías que solo unas pocas lenguas, de las seis mil o siete mil lenguas que hay en el mundo, solo unas pocas han salido de su ámbito natural, humano, étnico, geográfico, para traspasar esas fronteras y convertirse en lenguas de personas de distintos orígenes, etnias, razas o territorios. Esas son las lenguas universales. Son muy pocas en el mundo: español, francés, inglés, árabe, portugués… Estos días, aquí, lo hemos constatado.

Hemos podido comprobar que la lengua española no puede identificarse con una etnia, con un grupo racial, con un grupo originario, con una religión, con un grupo determinado, con una nacionalidad, con una nación, con un país, con una religión. No. La lengua española es mucho más, porque es de todos y, por tanto, no pertenece a un grupo determinado específico. Pero al ver toda esta amplitud y esta diversidad, uno se plantea si el español tiene algunos límites como las demás lenguas universales, porque aquí hemos hablado de Internet, de redes sociales, de páginas webs, de blogs, de Twitter, de ediciones electrónicas, es decir, de los retos tecnológicos de la difusión de la lengua.

Hemos hablado de enseñanza a hispanohablantes nativos o de enseñanza como lengua adicional, como segunda lengua o como lengua extranjera, es decir, de los retos didácticos o pedagógicos en torno a la lengua.

Hemos hablado de la ortografía común y de las novedades en la ortografía común y, por tanto, de los retos lingüísticos que plantea la propia lengua.

Pero… yo me pregunto, ¿dónde termina el español? ¿dónde el español deja de ser español?

Esta misma mañana, con la directora de la Academia Paraguaya, decíamos: «bueno, y esa forma mixta que se habla en Paraguay, el yopará, ¿es guaraní?, ¿es español?».

¿Dónde termina propiamente el español? ¿Dónde deja de ser español? ¿En el palanquero de Colombia? ¿En la media lengua del Ecuador? ¿En el lunfardo de Argentina? ¿En el fronterizo portuñol del Uruguay? ¿En el espanglish de Estados Unidos? ¿En el papiamento de Aruba, Bonaire y Curazao? ¿En el chabacano de Filipinas? ¿En el chamorro de las Islas Marianas? Sí, perdónenme, muchos ya lo sabían: tenía que hablar del chabacano y del chamorro necesariamente y mencionar aquí las Islas Marianas, porque el español también cruzó el Pacífico, no solo cruzó el Atlántico. También cruzó el Pacífico, y llegó a aquellas islas remotas donde, de una u otra forma, allí permanece también la lengua española… o el límite. ¿Cómo encontrar el límite de qué es español y qué no es ya tanto español? ¿En las hablas sefardíes, el ladino, la jaquetía? ¿O en nuestras propias calles de Madrid con el caló de los gitanos españoles?

Con todas estas formas entrelazadas y al mismo tiempo con esta lengua común y compartida en la que yo me estoy expresando y ustedes me están entendiendo todas y cada una de las palabras, vemos que hay enormes retos, desafíos, análisis posibles, controversias también.

Esta es la utilidad de estos congresos, porque en estos congresos hablamos de nuestra lengua, de «nuestra lengua» como nuestra y como lengua y por eso solo puedo terminar dando las gracias a todos los que han participado: organizadores, ponentes, expositores, anfitriones, visitantes, técnicos, profesores, guías, informáticos, libreros, periodistas, técnicos de los medios de comunicación social, bibliotecarios, blogueros, empresas de logística, conductores, agentes de seguridad… Y, por eso termino con una palabra española que ya es conocida en todo el mundo, que es universal y que es gracias. ¡Mil gracias! ¡Muchas gracias, Panamá!