Rafael Ruiloba Caparroso

El ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha como punto de encuentro para la cultura de raigambre hispánica Rafael Ruiloba Caparroso

En 1905 Rubén Darío señaló que el encuentro cultural entre España y América Latina era posible en torno al Quijote de Miguel de Cervantes Saavedra. No obstante, en la historia este encuentro fue tortuoso porque desde el principio del periodo colonial el emperador Carlos V, el 4 de abril de 1531, prohibió la exportación de libros de romances que tratasen de materias profanas y fabulosas. En América solo se podía vender libros de rezos y oficios divinos. La orden se reitera el 3 de septiembre de 1543, cuatro años después de haberse instalado la primera imprenta en México, después se hace en 1556, 1641, 1647 y 1668 y en 1742. Por otra parte «no podía imprimirse o exportarse libro alguno que tratase de materias de indias sin tener licencia expresa para ellos».1 Cabe destacar que las obras literarias vinieron a América ocultas en barricas de vino y toneles de fruta seca, nos recuerda José Toribio Medina en su libro Historia del Tribunal de Santo Oficio de la Inquisición en México.2

Estas permanentes reiteraciones de la prohibición eran parte de la política de privilegios editoriales para las librerías católicas, además, esta no era solo política de España, sino de todos los reinos de Europa.3 Estos autores señalan que, para esa época en Europa, la publicación de libros religiosos había decaído en favor de los libros humanistas, incluso, el espíritu empresarial empezaba a subvertir las barreras ideológicas de las religiones en pugna, pues las editoriales de las ligas protestantes publicaban libros católicos; existían, además, muchas falsificaciones, y la piratería editorial era algo normal porque los derechos de autor no se habían regulado, pero fue en aquella época cuando empezó aparecer el libro como mercancía, y con esta mercancía venía de contrabando el humanismo (Febvre y Martin, 2005: 281).

No obstante, no fue así en América. La Inquisición intentó mantener una estructura de control predominantemente medieval, basada en la escolástica, nos dice Mauricio Beuchot en su Historia de la filosofía en el México colonial.4 Por eso la Inquisición española en América decía que «el libro era tan peligroso como un hereje».5

En este contexto, el 21 de mayo de 1590, Miguel de Cervantes Saavedra, le envió una carta al Consejo de Indias en Sevilla solicitando ser el gobernador de una apartada región en la provincia de Soconusco en Guatemala; aspiraba a ser contador del Nuevo Reino de Granada, o contador de las galeras de Cartagena o en su defecto corregidor de la ciudad de la Paz, los tres lugares citados para la fecha. Las guerras de conquista se mantenían a todo vapor; pero el relator de la entidad, el doctor Núñez Marquecho, le dio una respuesta mordaz y contundente para sus aspiraciones: «Busque por acá en qué se le haga merced».6

Si bien Cervantes no vino a América, el comerciante Juan de Sarria, oriundo de Alcalá de Henares, lugar donde nació Cervantes, envió a su hijo Juan de Sarria, el mozo, 66 ejemplares del Quijote, los cuales arribaron a Portobello unas semanas después de su publicación en España. Es importante destacar que Alcalá de Henares era una ciudad humanista y, durante el reinado de Felipe II, fue un gran centro editorial; allí se publicó la Biblia Políglota y es donde Antonio de Nebrija publica la primera Gramática de la lengua española (Febvre y Martin, 2005: 220).

La publicación y exportación del Quijote a América fue posible porque en El Manual de los inquisidores la locura no era considerada una fuente de herejía (Peña y Eimeric, 1996: 150).

Pero la locura de Cervantes es una forma de oponerse a la locura del poder y a sus efectos perturbadores en la conciencia de los personajes representados. En el siglo marcado por las guerras de religión, para el poder colonial la otredad no existe; son excluyentes los hombres de otra religión, como fueron excluidos en América los indígenas. Esto se evidencia en dos libros importantes en la historia de la España colonial; los de Juan de Cárdenas y Bernardo Machuca, obras representativas del poder español, las cuales nos hablan de la realidad americana, distorsionada por la ideología y el poder; en cambio, en el Quijote como caballero cristiano, interactúa la España de las tres culturas que da origen al marco dialógico y al pensamiento crítico que está tras el ideal de la hispanidad y que busca el impacto de la verdad en el lector.

La hispanidad era entendida como una formación cultural del humanismo; esto es significativo en un siglo donde los pobres, como dice Gregorio Marañón en su libro Vida e Historia, eran condenados a las galeras solo por serlo, pues Carlos V en 1530 decretó pena de galera para los criminales y posteriormente «se cazaba por los pueblos y los caminos a quienes no tenían trabajo y a los pobres gitanos para llevarlos a las galeras» (Marañón, 1955: 108). Tenemos que los pobres son declarados culpables y llevados a las galeras, que la investigación de la verdad se sustituye por la confesión bajo tortura (pero en la ficción un loco los libera en nombre de la justicia) y las instituciones de justicia son sustituidas por las necesidades del poder (pero en la ficción un loco las restaura).

Cervantes utiliza la locura para describir las virtudes de la loca verdad; para representar las necesidades de la vida, como la justicia, la verdad, el amor, la libertad y la dignidad. Esto lo escribe Cervantes antes de que la locura sea excluida por el poder; a mediados del siglo xvii.7 Pero en el Quijote son liberados por el caballero andante, que en medio de su enajenación, sí distingue la verdad en favor de la justicia. La Justicia es su loca verdad de las apariencias contrarias. Las apariencias contrarias entre la ficción y la historia madre de la verdad.

Como contraparte al discurso humanista del Quijote, cito dos libros considerados importantes, el de Bernardo Vargas Machuca, quien fungió entre 1602 y 1608 como alcalde mayor de Portobello y publicó un extraño libro de caballería, Milicia y descripción de las Indias (1599). Paradójicamente, el libro fue publicado por Juan de la Cuesta, el mismo editor que publicara la primera edición del Quijote (1605). Vargas Machuca concibe la obra como un manual de instrucciones para formar a los nuevos caballeros indianos, como la punta de lanza de los conquistadores de América. En su obra considera que los indígenas son herejes porque supone que los evangelistas vinieron a América y por eso los indios, remisos y levantiscos, no hacen caso de la fe.8 De esta manera, pedía que se les tratara como enemigos de la fe.

Otro libro relevante para la cultura hispánica es el famoso libro del doctor Juan de Cárdenas Problemas y secretos maravillosos de las Indias (1591), el mejor testimonio sobre cómo impacta la realidad americana en la conciencia española, donde el misterio y la maravilla afectan a la función referencial de las palabras del idioma español, las cuales tienen que adaptarse a la nueva realidad, ya sea enriqueciéndose con nuevas palabras surgidas de los lenguajes indígenas, haciendo comparaciones hiperbólicas o creando palabras híbridas, para dar cuenta de la realidad. Sin embargo, en un libro que actúa como discurso del poder, había en su discurso omisiones inquietantes, por ejemplo: si bien Cárdenas explica las causas por las cuales se perdía el azogue en las minas de plata, lo cual hacía mermar la producción del precioso metal (Cárdenas, 1988: p. 61) y, a pesar de que era médico, nunca mencionó la pérdida de vidas de los indios. Por la misma época fray Toribio de Motolinía, en sus Memoriales o Libro de las cosas de la Nueva España y los naturales de ella, aseguraba que los indígenas caminaban 60 leguas cargando el azogue, y que en las minas era tal la pestilencia por la putrefacción de sus cuerpos, que hacía imposible trabajar en ellas, esta era la verdadera causa de la baja producción de oro y plata que no veía Juan de Cárdenas.9

Menciono estos ejemplos para destacar la paradoja que surge frente al texto del Quijote; ellos describen la realidad que cuenta para el poder; marcan la diferencia entre el poder de los conquistadores españoles y los conquistados; tienen la determinación de usar la guerra como fuerza civilizatoria, por tanto, refuerzan la moral del poder en la cual todo acto por excesivo y violento que fuera estaba justificado por el empeño civilizatorio de la fe.

Esta es la tesis del teólogo Francisco Peña en 1578, cuando actualiza el Manual de los inquisidores de Nicolau Eimeric, cuyas normas le aplican a don Quijote para apresarlo al final de la primera parte.

Debido a El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha, la novela española en América devino en un modelo de literatura humanista, el cual se convirtió en el símbolo más preciado de nuestra raíz hispánica, como lo promulgó Rubén Darío en 1905, a pesar de que en América solo se publicaron libros religiosos y, en la mayoría de los casos, los libros que no eran religiosos defendían el poder.

Ortega y Gasset en sus Meditaciones del Quijote nos recuerda que el Quijote puede entenderse como un personaje y como un libro. Como libro este contiene un ideal de hispanidad como «un saber pensativo» (Ortega y Gasset, 1914: 39). Del Quijote como libro Ortega y Gasset toma el concepto de las apariencias contrarias como parte del ideal de la hispanidad, lo que equivale en Cervantes al discreto entendimiento que hay tras las apariencias contrarias donde por medio del saber pensativo se descubre la verdad detrás de las apariencias contrarias.

También Manuel García Morente en su libro Idea de la Hispanidad (1938), que da continuidad a la tesis de Darío e introduce como valor de hispanidad los valores del caballero cristiano, «tiende a preferir el valor de la persona sobre cualquier cosa» (García Morente, 1938: 109); entre ellos sobresale el concepto de las apariencias contrarias que encontramos en el Quijote. Uno puede preguntarse por este ideal al ser asumido como ideal de la hispanidad. Si analizamos el Quijote en el capítulo de los molinos de viento, veremos eso de las apariencias contrarias.

La aventura de los molinos de viento, el epítome de la locura de don Quijote en la primera parte, y el emblema más recordado de su obra, también se rige por el código de las apariencias contrarias. Don Quijote se topa con ellos y los ve como monstruos. ¿Qué sucedió en España con los molinos de viento para que don Quijote los viese como si fueran demonios devoradores de hombres? La respuesta es sencilla. Fueron el foco de infección de la peste que asoló España entre 1596 y 1602, que azotó con gran virulencia las zonas centrales de Castilla. Esta peste, según A. Thompson, en España en los tiempos del Quijote, «supuso la crisis de mortalidad más intensa de la que se tiene constancia en España» (Feros, Gilabert, 2002: 166), pues terminó con la tercera parte de la población. Entonces, la analogía de Cervantes en el Quijote tiene un fundamento en la realidad, ¿como todo el texto del Quijote? Sí, porque los molinos de vientos eran monstruos devoradores de hombres, tal como los veía don Quijote. «Y es gran servicio a Dios quitar tan mala simiente sobre la faz de la tierra», le dice don Quijote a Sancho. La mala simiente de los molinos fue la que contagió a los españoles la peste. ¿Quién es el loco, entonces? ¿Don Quijote de la Mancha o quienes no son capaces de ver la realidad, enmascarada por la ideología y el poder, como le sucede a todos los personajes?

En cambio la novela de Cervantes, a pesar de que era la historia de un loco caballero andante, enfrenta los ideales con la realidad al tratar de restaurar los valores del cristianismo, corrigiendo los entuertos del poder y, por eso, su discurso alude a la realidad que cuenta, para la vida. El diálogo, el amor, la verdad, la tolerancia, la condición humana y los poderes de la virtud para la vida cotidiana.

Lo singular es que Cervantes, en el Quijote, enfrenta a esta moral del poder de Francisco Peña la siguiente máxima que pone en boca de don Quijote: «mis intenciones siempre las enderezo a buenos fines». La pregunta es «¿por qué?». Podríamos responder diciendo que esa novela contiene la manifestación más lograda del idioma que hablamos, porque es en sí misma literatura, un compendio humanista, una novela escrita por medio de la parodia, la risa y el doble sentido. No era solo la mejor forma de darle vida al idioma español, sino que se trata de un libro capaz de crear conciencia sobre la realidad de la vida y, por medio de la ironía y la diversión, podía llevar al lector a pensar en los ideales humanistas de la cultura hispánica. De esta manera el lector puede comprender el contraste que hay entre la razón de la fe, y el dogma del poder; entre el doble sentido de la ironía; entre la verdad conveniente para el poder y la verdad conveniente para la vida; entre los valores de la condición humana y las limitaciones de la fe y el poder. El arte rescata la verdad de las mentiras de la historia, ha dicho Carlos Fuentes. Sin duda es así. Porque el mismo Cervantes hizo lo posible por caracterizar la función de la literatura desde su perspectiva. Como dice Michel Foucault «en Cervantes la experiencia trágica y cósmica de la locura se ha encontrado disfrazada por los privilegios exclusivos de una conciencia crítica».

Quizás por eso el libro de Cervantes, dice Jorge Luis Borges, representa a España, a pesar de ser el escritor que menos representa al Imperio español. Esto es así porque el Quijote, si bien no representa al poder del Imperio español, sí representa lo mejor de la cultura de raigambre hispánica y por eso Rubén Darío decía que la única fórmula de encuentro cultural con la madre patria era la obra de Cervantes, como epítome de la hispanidad entendida como humanismo. Por eso quiero destacar el humanismo de Cervantes, como modelo de la hispanidad.

Los escritores contemporáneos, nos recuerda Juan Carlos Onetti, somos deudores de aquel hombre desdichado y de su mejor novela… Borges, en «Pierre Menard, autor del Quijote», lleva a extremos hiperbólicos la idea de imaginar y escribir nuevamente el Quijote en la literatura contemporánea. Carlos Fuentes hace que Cervantes sea el narrador de su novela Terra Nostra. Pero, en realidad, esto es lo que han estado haciendo algunos escritores reescribiendo el Quijote. Creando a partir de su códigos estéticos que son parte de la naturaleza de la novela. La literatura como crítica, como escenario fundamental del lenguaje y la imaginación frente a las paradojas del poder. La novela cuya función no es la anécdota sino indagar sobre la condición humana.

Lo cierto es que este libro expresa con toda plenitud la idea básica que nos reúne en este congreso porque es el primer libro que crea el vínculo cultural más fuerte y duradero que hay entre las civilizaciones que florecen entre el Atlántico y el Pacífico, como dijo Rubén Darío.

De esta manera la novela moderna como heredera del Quijote es un instrumento para comprender la condición humana, condición que se juega sus sentidos entre el ser y el parecer, en el doble sentido; la exigencia del disimulo; en la relación absurda que hay entre las palabras y los hechos: entre lo que se cree ser y lo que se es; entre lo que es y lo que debe ser; entre lo que se quiere vivir y lo que se vive. Por eso el Quijote es una de las más conmovedoras parábolas de la existencia humana, como ha dicho Ernesto Sabato, es un ambiguo mito sobre el choque de las ilusiones contra la realidad, y la esencial frustración a la que ese choque conduce.

El crítico alemán Frédérick Beigbeder elaboró una lista de los cincuenta mejores libros del siglo xx, de acuerdo al criterio de los lectores franceses. Y llamó la atención sobre el hecho porque todos tienen una cualidad: heredaron los temas que Cervantes desarrolla en El Quijote de la Mancha; por eso son quijotescos. Mencionaré algunos, para justificar la analogía. Entre ellos, muchas novelas que le producirán un sobresalto al lector y le exigirán no ser receptor, sino cocreador por medio de la lectura.

Podemos destacar a Nadja de André Bretón. El escritor tropieza con una mujer en la rue Lafayette y se da de bruces contra sus senos, resulta ser que era una prostituta desquiciada, pero poseedora de poderes extrasensoriales que le inspira nada menos que el surrealismo. La novela es una apelación contra lo racional; ella le dice que no nos basta la realidad y que podemos partir de lo real para desembocar en lo irracional, porque la realidad le repugna; ella vive en esa cloaca de sangre y barro, en esa locura que fue la Primera Guerra Mundial. La novela no critica la locura del personaje, sino la locura de la civilización dominada por la estupidez humana, como en Cervantes.

La novela Lolita de Vladimir Nabokov es la historia de Humbert Humbert, el cincuentón seducido por una adolescente: el tema aparece como algo virtual en tres novelas ejemplares de Cervantes. Humbert Humbert es una versión del personaje Ricardo que aparece en El amante liberal, que se desvive por la niña Leonisa. También es el poeta Clemente de La gitanilla, que le escribe el soneto del deseo a la niña gitana (cuando Preciosa toca el panderete, versión que inmortalizó Federico García Lorca en el Romancero Gitano). Otra versión de este personaje es Ricaredo, de la novela ejemplar La española inglesa. Una niña es raptada por piratas y llevada a la Corte de la reina de Inglaterra. Ella es una extranjera objeto de deseo, pero, a diferencia del ruso, los personajes de Cervantes no transgreden la moral. La metáfora de Cervantes surge cuando la niña es envenenada por envidia; esta queda flaca, macilenta y calva, pero de su pureza renace su belleza seductora, a la par de su virtud.

Al principio de las novelas ejemplares el personaje acometido por la locura del deseo se consuela con el «mírela bien ahora, de manera que le queden estampadas todas las señales en la memoria, muera sin la culpa»; o es la belleza que enloquece o la belleza inocente de la cautiva, pero los personajes de Cervantes resisten la locura del deseo y no actúan como Humbert Humbert, el cincuentón de Nabokov. Por eso su Lolita no se salva: queda embarazada y pierde su belleza cuando madura. Las tres Lolitas de Cervantes son virtuosas víctimas de los prejuicios por ser extranjeras. Al final, el héroe motivado por el deseo se casa para tenerlas por medio del matrimonio.

No podemos olvidar que las obras eran autorizadas por la Inquisición. Se trata de tres novelas ejemplares para vencer el deseo, porque era necesario el ejemplo. ¿Acaso porque la realidad histórica funcionaba de otra manera: la descrita por Nabokov?

Otra novela es El asesinato de Roger Ackroyd, donde Agatha Christie descubre la locura escondida, la velada violencia reveladora que se oculta tras la apariencia educada de la sociedad, que recurre al asesinato para preservar sus valores. Aquí opera una loca verdad propuesta en el discurso de las armas y las letras: la transgresión (en este caso el crimen) no niega una interdicción (no matarás) porque el crimen opera en lo personal de la misma manera que la guerra en lo social. Hay una paradoja moral. El crimen personal está prohibido, pero no el crimen social. El piloto que lanzó la bomba atómica en Japón no es culpable de nada. La novela es narrada por un asesino que se justifica de esta manera.

El desprecio, de Alberto Moravia, no es más que la historia de El curioso impertinente del Quijote, cuyo personaje obliga a su esposa a estar con otro para tratar de escapar de la locura de la conformidad conyugal: estar en una bonita casa, tener un bonito coche, una bonita tranquilidad y una bonita mujer para vivir una bonita vida aburrida, sin moral, ni perdón.

Lo mismo podemos decir de George Orwell y 1984, donde este describe un mundo controlado por el poder penitenciario y sombrío, creado por la locura del totalitario absoluto, que reeduca, somete e intoxica el alma, como la Inquisición en la época de Cervantes. Pero, ¿cuál es su salida? La conciencia de la verdad, que es el primer paso para preservar la utopía personal, que es sobrevivir, como lo postula Cervantes, pero nadie podrá sobrevivir sin la verdad, sin el amor y sin conciencia de la realidad.

Esta es la misma locura que describe Un mundo feliz, de Aldous Huxley, que narra un viaje a un centro de incubación de los bebés probeta. Es el paraíso del poder absoluto. Sobre la tierra ya no hay familia, ni razas, ni países, ni utopías, ni siquiera derecho a la vida personal, solo existe el poder.

En Archipiélago de Gulag Aleksandr Solzhenitsyn describe las torturas mentales psicológicas, los trabajos forzados, los castigos, el hambre, el frío siberiano, que son instrumentos de un poder enajenado que asume que los locos son los otros, que luchan contra la idea benemérita de expandir la felicidad comunista sobre la tierra.

Lo mismo encontramos en la locura de El extranjero de Albert Camus, la historia de un hombre inocente que pierde sus valores personales hastiado por la maldad, y que es víctima de los prejuicios de su época. Su felicidad consiste en resignarse a todas las catástrofes de su tiempo como Alonso Quijano, derrotado por la realidad. En la obra de Cervantes el extranjero es un tópico literario: extranjeras son las niñas de las novelas ejemplares, víctimas de los prejuicios. Extranjero es el cautivo. En Shakespeare el extranjero es Otelo, Sylock o Calibán, víctimas de los prejuicios sociales. Este es el mismo drama de El extranjero de Albert Camus; «Todas las religiones oficialmente reconocidas corren el riesgo de estrangular lo sagrado en el hombre», dijo este, al recibir el Premio Nobel. Y es esa sacralidad la que Miguel de Cervantes Saavedra viene defendiendo desde 1605.

El hecho es que estas novelas establecen la misma relación del Quijote con la realidad y la locura de los hombres, locura que es el mejor termómetro para el entendimiento de nuestra época, época donde el Gran Hermano de Orwell vigila y castiga, con criterios al margen de la ley.

De esta manera, la novela moderna como heredera del Quijote es un instrumento para comprender la condición humana, condición que se juega sus sentidos entre el ser y el parecer; en el doble sentido y la exigencia del disimulo; en la relación absurda que hay entre las palabras y los hechos: entre lo que se cree ser y lo que se es; entre lo que es y lo que debe ser; entre lo que se quiere vivir y lo que se vive. Por eso el Quijote es una de las más conmovedoras parábolas de la existencia, como ha dicho Ernesto Sabato, es un ambiguo mito sobre el choque de las ilusiones con la realidad y de la esencial frustración a la cual ese choque conduce.

Por eso Cervantes es un novelista contemporáneo, porque su lectura nunca ha perdido el contacto interior con los hombres y su novela sigue siendo la más reciente, la que acaba de llegar a Portobello. Porque narra una historia sobre los atributos últimos de la condición humana. Por eso, cuando Cervantes dice: «en un lugar de la Mancha», también dice Comala, de Rulfo; Macondo, de García Márquez; Santa María, de Onetti; el Paraguay, el Paraguay utópico de Roa Bastos; el México tormentoso de Carlos Fuentes y la isla mágica de Sinán.

Por eso, cada vez que nos referimos a la función de la literatura en la sociedad, el ejemplo de Cervantes, «preso por deudas, fatigado de cárceles y miserias», está con nosotros; es nuestro contemporáneo. Por eso, al margen de los avatares de la historia y las necesidades del poder o las modas literarias, al único a quien debemos rendirle cuentas los escritores es a Miguel de Cervantes Saavedra y a su obra máxima, la cual sigue encendiendo la imaginación creativa por medio de los esplendores del idioma español.

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Notas

  • 1. Véase: J. T. Medina (1958), Historia de la imprenta en los antiguos dominios españoles de América y Oceanía, pp. 6-42. Volver
  • 2. Véase: J. T. Medina (1958), Historia del Tribunal de Santo Oficio de la Inquisición en México[1905]. Volver
  • 3. Véase: L. Febvre y J. H. Martin (2005), La aparición del libro, pp. 279-287. Volver
  • 4. M. Beuchot (1997), Historia de la filosofía en el México colonial, p. 24. Volver
  • 5. P. Guibovich Pérez (2000), La inquisición y la censura de libros en el Perú Virreinal (1570-1813), p. 22. Volver
  • 6. A. Miró Quesada (2001), Obras Completas, tomo I, p. 61. Volver
  • 7. Véase: M. Foucault (1993), Historia de la locura [1964]. Volver
  • 8. B. Vargas Machuca (1892),Milicia y descripción de las Indias [1599], pp. 43-44. Volver
  • 9. T. de Motolinía (1971), Memoriales o Libro de las cosas de la Nueva España y los naturales de ella, Edmundo O’Gorman (ed.), p. 15. Volver