Víctor Manuel Ramos

De bibliófilos, lectores y editores Víctor Manuel Ramos

Honduras es un pequeño país de unos 112.000 kilómetros cuadrados, montañoso, con algunos pequeños valles centrales y una llanura costera en el litoral del Atlántico. Fue descubierto por Colón en su cuarto y último viaje a América y luego conquistado por Hernán Cortés y Pedro de Alvarado.

Su desarrollo cultural fue muy rezagado por las dificultades de comunicación. Tegucigalpa, a finales del siglo xix, apenas contaba con cinco calles y tres avenidas, más bien cinco calles de norte a sur y tres de este a oeste. Las carreteras llegaron tarde por las dificultades que ofrecían las montañas, y las comunicaciones eran por vía aérea. A La Esperanza, ciudad en donde yo vivía, el avión llegaba dos veces por semana y transportaba los diarios de Tegucigalpa, que pedíamos por suscripción, y los libros que solicitaba la librería. Óscar Acosta me enviaba libros y revistas por esa misma vía, desde la capital.

Se considera a Francisco Carrasco de Saz, nacido en Trujillo (Honduras) a finales del siglo xvi, como el autor del primer libro publicado por un hondureño. Este compatriota se formó en Lima en donde fue rector de la Universidad de San Marcos. Su obra Comentarios sobre algunas leyes de la recopilación o compilación de Castilla, que se imprimió en Sevilla en 1620, se reeditó en Madrid en 1648. Héctor Leyva ha descubierto dos obras de otro de los primeros escritores hondureños, Antonio de Paz y Salgado, nacido en Real de Minas de San Miguel de Tegucigalpa a finales del siglo xvii, y formado como abogado en Guatemala donde realizó una exitosa carrera literaria. Sus obras Las luces del cielo de la iglesia y El mosqueador añadido se consideran los primeros libros de literatura escritos por un hondureño. Rafael Heliodoro Valle menciona a fray Francisco de Espino como otro hondureño que publicó, en 1674, otro libro en Guatemala: Relación verdadera de la reducción de infieles de la Provincia de la Taguzgalpa, llamados jicaques, en la imprenta de José Pineda Ibarra.

Otros escritores hondureños de esa época son los jesuitas Juan Cerón, que se ordenó y vivió en México, en donde publicó su obra De Virtutibus Theologicis; Juan Ugarte, nacido en Tegucigalpa en 1662, que vivió en México en donde falleció en 1730 y escribió, entre otras, la obra Diario y cartas de las cosas de California, y José Lino Fábrega (1746-1797), ordenado en Tepotzotlán, autor de Interpretación del Códice Borgiano, editado por Lord Kingsborough en 1848 (luego por el duque de Loubat y Alfredo Chavero, quienes lo tradujeron al español y lo editaron en México en 1981).

José Cecilio del Valle (1780-1834) fue, sin lugar a dudas, el más prestigiado sabio de las postrimerías de la colonia. Nació en Choluteca (Honduras) y estudió Derecho en la Universidad de San Carlos de Borromeo de Guatemala, fue discípulo de José Antonio Liendo y Goicoechea, uno de los humanistas más famosos de esa época en Centro América… Valle era —según Ramón Oquelí— poseedor de «la biblioteca más grande de Centroamérica». El diplomático británico George Thompson, durante una visita a Centroamérica, vio a Valle en Guatemala el 5 de junio de 1825 y lo calificó como el «Cicerón de los Andes». Lo que más le impresionó fue la biblioteca de Valle. El mismo Thompson relata que Valle se sentó frente a una pequeña mesa llena de libros y papeles impresos y que su biblioteca estaba atestada de libros a lo largo de las paredes y amontonados en el piso. En su tesis de grado Valle defendió las teorías de Isaac Newton y los experimentos de Benjamín Franklin.

Valle enfrenta la pobreza de la oferta de libros en Guatemala e importa libros desde Europa y América a través de sus contactos intelectuales, entre quienes se contaban George Thompson, Jacobo Haekfen, Jeremías Bentham, Alexander von Humboldt, el conde Giuseppe de Pecchio, Álvaro Flores Estrada, Manuel Mier y Terán y Bernardo Monteagudo. Su espíritu investigador penetró en los estrados del conocimiento y su poderosa inteligencia lo llevó a cristalizar enseñanza, pensamiento y ciencia. Escribió sobre matemáticas, filosofía, geografía, historia, botánica, mineralogía, religión y derecho. Próspero Herrera, su primo, viajó a Europa con el fin de formar una empresa para explotar una mina de oro, y Valle le encargó el envío de libros y revistas así como el de establecer contactos con los eruditos del Viejo Continente. Cuando Flores Estrada publicó en Londres su libro sobre economía política, Herrera le hizo llegar a Valle un paquete con 40 ejemplares que Valle distribuyó y vendió entre los interesados en Centroamérica. Bentham ordenó que, en caso de morir, enviaran a Valle cualquier libro que él solicitara y el conde de Pecchio envió sus propias obras.

La biblioteca de Valle contenía libros de la más variada naturaleza y de muchísimos temas, desde los clásicos de la literatura grecolatina hasta los más eminentes autores de la Ilustración. Fue electo presidente de las Provincias Unidas de Centroamérica, pero murió en el trayecto de su hacienda a la ciudad de Guatemala cuando iba a posesionarse del cargo.

Dionisio de Herrera (1781-1850), el primer Jefe del Estado de Honduras, fue otro de los eruditos patriotas del país. Poseía una biblioteca incomparable. Al igual que Valle adquiría los libros a través de sus amigos en el extranjero, que le informaban sobre las novedades y le enviaban los libros que solicitaba. En una misiva enviada por Herrera a José Antonio Márquez, sacerdote y patriota hondureño que residía en Guatemala, le dice que está enterado de que en Belice se venden buenos libros y que ha encargado algunos de los mejores; le pide que le informe sobre buenos libros que haya en Guatemala y le advierte que los comprará a cualquier precio. La biblioteca de Herrera fue quemada por las tropas federales que invadieron Comayagua.

Francisco Morazán (1780-1842), el más grande héroe de la unidad centroamericana, se instruyó y adquirió su vocación liberal en la biblioteca de Herrera. Morazán gobernó la Federación Centroamericana y fue derrocado, suceso que condujo a la disolución de la Federación. Francisco Morazán introdujo la imprenta en Honduras (1828 -1829?) y se sostiene que el primer libro publicado en Honduras, en esa imprenta, fue escrito por el italiano Domingo Dárdano, en 1836: Primeros rudimentos de aritmética…

A finales del siglo xix, un grupo de intelectuales, encabezados por Marco Aurelio Soto y Ramón Rosa, impulsaron una reforma en Honduras, en el ejercicio de la Presidencia y la Secretaría General del Estado, respectivamente, que condujo, principalmente, a un fomento importantísimo de la cultura y la educación. Unos años atrás se había fundado la Universidad de Honduras bajo el rectorado de José Trinidad Reyes, quien era poseedor de una destacada biblioteca. Soto y Rosa transformaron la universidad que pasó de ser una institución clerical a otra liberal basada en el positivismo de Comte. Rosa era un intelectual de grandes méritos, se había formado en Guatemala en la Universidad de San Carlos, junto con Soto, su primo, y ambos habían participado como ministros en el Gobierno de Justo Rufino Barrios, quien impulsaba también una reforma en Guatemala.

Soto (1846-1908) y Rosa (1848-1893) se hicieron rodear de lo más granado de la intelectualidad hondureña y de los destacados exiliados cubanos que luchaban por la independencia de su país. De esta suerte José Joaquín Palma (1844-1911) se convierte en el maestro de los primeros poetas hondureños y es el autor del primer libro de poesía publicado en Honduras. El sacerdote y abogado Ramón Antonio Vallejo (1844 – 1914) fue uno de los más ilustres colaboradores del gobierno reformador, y entre sus obras está la fundación y organización de la Biblioteca y Archivo Nacional. Fue además el autor de innumerables libros, entre ellos, la primera Historia de Honduras, el Primer Anuario Estadístico —una verdadera joya para bibliófilos— y de la defensa de los derechos territoriales de Honduras con sus países vecinos: Guatemala, El Salvador y Nicaragua, en sendos tomos. Vallejo poseía una biblioteca muy amplia y gozaba de mucha fama por su talento y erudición.

En opinión de Rafael Heliodoro Valle, tanto Rosa como Soto fueron los estadistas que dirigieron la transformación material e intelectual de Honduras de 1876 a 1883. Rosa creía en la libertad en función del progreso. Afirmó Valle que: «Rosa fue, sobre todo un hombre de estudio, un orador que se valía de la tribuna y un escritorio que utilizaba a la prensa para diseminar ideas y dar credenciales de su vocación de pensador». Al respecto, ha escrito Medardo Mejía: «Ramón Rosa fue quién penetró con más decisión en las vísceras de la realidad hondureña y hasta hoy no han sido superadas la dignidad de su estilo y la limpieza meridiana de su pensamiento. Tenía fe en el progreso constante y en el valor de las instituciones como norma de bien. Su ideario era el de civilizador que busca en la tolerancia el aire claro».

Otros intelectuales poseedores de extraordinarias bibliotecas fueron don Rómulo E. Durón (1865-1942), varias veces ministro de Estado, rector de la universidad, cuya biblioteca fue heredada por su hijo Jorge Fidel Durón (1902-1995), también rector de la Universidad y quien hizo una extraordinaria labor bibliográfica comentando cuanto se publicaba en Honduras y haciendo recuentos anuales de las ediciones hondureñas; y el profesor y abogado don Estaban Guardiola, presidente de la Sociedad Hondureña de Geografía e Historia, director de la Biblioteca Nacional y fundador de la Academia Hondureña de la Lengua, quien publicó ininterrumpidamente, por varias décadas, la Revista de la Biblioteca y el Archivo Nacionales y era dueño de una extraordinaria biblioteca.

Bibliófilos fueron también Froylán Turcios, escritor, poeta y editor de exquisitas como famosas revistas. Su Revista Ariel tuvo fama continental, y en Europa, a tal grado que Rafael Cansinos-Assens la menciona en La novela de un literato. En sus páginas publicó muchísimas cartas con lo más granado de la intelectualidad americana y europea, entre ellos José Enrique Rodó, Gabriela Mistral, Rubén Darío y muchísimos más. Impulsó la vida intelectual en Tegucigalpa, en donde además era dueño de una imprenta y de una librería. En sus revistas se publicitaban los títulos de su librería y hacía envíos por correo a las ciudades del interior del país. A veces incluso atendía los pedidos de consejos de los lectores sobre qué leer y qué libros comprar. Muchos de los libros de Turcios fueron editados en París.

Pero, indudablemente, el más grande bibliófilo de Honduras es Rafael Heliodoro Valle (1891-1959), llamado con justa razón el Humanista de América. Se formó en México en donde entabló relación con lo más distinguido de la intelectualidad mexicana y continental. Alternó su vida entre México y Tegucigalpa y fue el impulsor de la fundación del Ateneo de Washington y de la Academia Hondureña de la Lengua en su segunda etapa, pues anteriormente había funcionado con el nombre de Academia Literaria de Honduras. Publicó muchísimos libros de investigación bibliográfica y miles de artículos en muchos periódicos del continente y de México. Su biblioteca es uno de los más valiosos legados que alberga la Biblioteca Nacional de México, institución a la que donó su acervo de libros y periódicos. En esa colección se guardan miles de cartas que han sido indexadas por Ludmila Valadez Valderrábano. La directora del Fondo, doctora María de los Ángeles Chapa Bezanilla, escribió un libro sobre la obra de Valle que fue editado por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y reimpreso por el Instituto Hondureño de Antropología e Historia, en una edición bajo mi cuidado. Cuando se hizo la primera edición de El Canto General de Neruda, en México, con ilustraciones de Diego Rivera, Rafael Heliodoro Valle aparece como Suscriptor de Honor.

Hondureños que poseen afanes bibliófilos son Óscar Acosta (1933), nuestro director emérito, dueño de una magnífica biblioteca, con grandes fondos de literatura y de publicaciones hondureñas, a quien acompañé varias veces a las librerías de viejo y Jesús Evelio Inestroza, historiador, también dueño de una casi completa colección de libros escritos por hondureños quien es, además, autor de varios libros de historia sobre temas hondureños.

La Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH) posee una magnífica biblioteca que se ha visto un poco desatendida por la crisis económica por la que atraviesa el país. Pero cuenta con una muy completa colección hondureña.

Ha habido muy pocas librerías de viejo y también muy pocas librerías con adecuados fondos. No se puede dejar de mencionar la librería universitaria José Trinidad Reyes cuando era dirigida por el poeta Juan Ramón Funes, ni la librería Atenea que atendía su dueño Julio Andrade Yacamán. Este atendía a los jóvenes universitarios revolucionarios para venderles libros marxistas prohibidos y perseguidos por el Estado mediante decreto firmado por el presidente Villeda Morales (1908-1971). Mientras que Guillermo Emilio Ayes, yerno del dictador Carías, dirigía la imprenta familiar La Democracia donde Ayes daba lecciones de marxismo leninismo a los operarios y publicaba los panfletos y libros clandestinos del Partido Comunista.

En una ocasión, cuando regresaba de México de un encuentro estudiantil universitario, fui requerido, en la aduana del aeropuerto Toncontín, por la policía que me incautó los libros que traía; sin embargo tuvieron un gesto de generosidad y me devolvieron un volumen cuyo título era La Sagrada Familia y sus autores, nada menos que Marx y Engels.

Personalmente compraba libros en mi ciudad natal, La Esperanza. Había ahí un librero, el profesor Jesús Mejía Paz, que pedía a España los libros que le solicitábamos. Había librerías en casi todas las ciudades del país en donde se podrían adquirir buenos libros. De esas compras aún conservo muchísimos ejemplares de la Colección Crisol de la Editorial Aguilar de España, que costaban apenas dos lempiras, equivalentes a un dólar, cada ejemplar, y muchos otros tomos de sus más connotadas colecciones. Entre ellos las obras completas de Miguel Hernández y de León Felipe. También comprábamos libros de Grijalbo y de UTHEA y luego del Fondo de Cultura Económica, y por supuesto de Kapeluz y de las editoriales Losada, Austral y Nacimiento. En una ocasión me enteré de que en Puerto Cortés, en la Costa Atlántica, había un prostíbulo en donde se vendían ejemplares viejos de la Colección Crisol y hasta ahí fui, en busca de los libros, por supuesto.

Hubo un director de la Biblioteca Nacional que consideró que los libros de la biblioteca eran muy viejos y decidió tirarlos a la basura. Conservo algunos ejemplares que rescaté de un barril de basura en una de las calles de Tegucigalpa.

No hemos tenido verdaderas editoriales. Durante el siglo pasado la imprenta Aristón, confiscada a los alemanes por el Estado, fue la principal editora de libros literarios de Honduras, durante la dictadura de Carías. Eso sí, los autores todos eran afectos al régimen tiránico. Algunos audaces hicieron intentos editoriales muy fugaces con obras de autores que no comulgaban con el régimen. Claudio Barrera (1912-1971) publicó algunos de sus libros en Japón en donde actuaba como diplomático.

El profesor Ibrahim Gamero Idiáquez, quien fungió como director general de las Escuelas de la United Fruit Co. para los hijos de los empleados de la compañía, dirigió un poderoso programa cultural entre los profesores y los alumnos de las escuelas primarias urbanas y rurales a su cargo. Las escuelas poseían magníficas bibliotecas y los alumnos eran dotados de libros de texto para todas las asignaturas que provenían de Cuba, de la editorial Cultural S. A., desde donde también llegaban las revistas Bohemia y Caretas. Me tocó trabajar durante cuatro años bajo su dirección y todas las mañanas recibía en mi aula su visita, que siempre iba acompañada del obsequio de un libro que debía leer porque luego era mandatorio comentar con don Ibrahim cada uno de aquellos valiosos obsequios. Era poseedor de una extraordinaria biblioteca personal que luego donó a las escuelas de San Pedro Sula. Fue autor de dos libros importantes: Las voces de los animales y La fauna de Honduras.

Actualmente la editorial más sólida es Guaymuras, que tiene un catálogo muy respetable. La Universidad Nacional Autónoma de Honduras manejó su editorial pero sus publicaciones eran de muy mala calidad en presentación y en contenido. La Universidad Pedagógica Nacional Francisco Morazán inició un proyecto editorial llamado Fondo Editorial que fue inaugurado por el poeta Rigoberto Paredes (1948); como este fuera nombrado en un cargo diplomático, asumí la conducción de la editorial e impulsé una labor editorial muy intensa, autosostenida, que incluyó la publicación de una revista cultural llamada Revista de la Universidad, de la cual se hicieron 23 números monográficos con muy buena aceptación entre el público; y la Revista pedagógica, de la cual solo se imprimieron tres números. La editorial fue cerrada sin explicaciones y la universidad dejó de publicar los libros y las revistas.

El Instituto Hondureño de Antropología e Historia, bajo el mandato de Darío Euraque (1959), también impulsó un proyecto editorial que me tocó en suerte dirigir. Se produjo una buena cantidad de títulos de muy alto nivel y se reestructuró la revista del instituto llamada Yaxkin. Luego del golpe de Estado de 2009 este proyecto editorial cesó.

Mi amigo Miguel Barahona, profesor de español de la Universidad Nacional, es un caza textos antiguos, sobre todo de los cronistas y viajeros que escribieron sobre Honduras. Es dueño de una valiosa y magnífica colección de estos textos y ha escrito algunos ensayos sobre esos textos.

En la actualidad cada uno de los autores que publica un libro, casi siempre con sus propios fondos, y crea una editorial que generalmente no llega a ampliar su catálogo o apenas llega a cinco publicaciones. Estas publicaciones no reúnen los requisitos internacionales editoriales, pero al menos se registran en el ISBN.

El Centro Cultural Español en Tegucigalpa, con la dirección de Álvaro Ortega, se ha convertido en el más importante polo de desarrollo cultural de la capital. Hay ahí una buena biblioteca para pequeños lectores; se hacen exposiciones permanentemente, se puede leer la prensa diaria y muchas revistas culturales; además, se convocan concursos de arte y literatura, se publican y se presentan libros.

El joven poeta Rolando Kattán acaba de hacer una edición para bibliófilos de las poesías completas de Juan Ramón Molina, el poeta modernista insignia de Honduras. Se hizo un número de ejemplares que no conozco, empastados en piel y con letras repujadas en plata, para suscriptores de honor, entre los que se encuentra don Víctor García de la Concha.

El 13 de mayo de 2013 el diario El Heraldo comentaba esta feliz iniciativa del Congreso Nacional:

[…] al aprobar el Decreto N.º 218-2012 (Gaceta 23 abril 2.013), contentivo de la Ley de Fomento para la Lectura y el Libro, cuyos objetivos son: propiciar la generación de políticas, programas, proyectos y acciones dirigidas al fomento y promoción de la lectura; fomentar y estimular la edición, distribución y comercialización del libro y las publicaciones periódicas; fomentar y apoyar el establecimiento y desarrollo de librerías, bibliotecas y otros espacios públicos y privados para la lectura y difusión del libro; establecer mecanismos de coordinación interinstitucional con los distintos órganos de gobierno y la vinculación con los sectores social y privado, para impulsar las actividades relacionadas con la función educativa y cultural del fomento a la lectura y el libro; hacer accesible el libro en igualdad de condiciones a todo el territorio nacional para aumentar su disponibilidad y acercarlo al lector; fortalecer la cadena del libro con el fin de promover la producción editorial hondureña para cumplir los requerimientos culturales y educativos del país; estimular la competitividad del libro hondureño y de las publicaciones en el campo internacional; estimular la capacitación y formación profesional de los diferentes actores de la cadena del libro y promotores de la lectura. (Artículo 4). Corre a cargo de las Secretarías de Cultura, Educación, Consejo Nacional de Fomento para el Libro hacer funcionar estos nobles propósitos. A diferencia de otros pueblos, el nuestro no posee la práctica cotidiana de la lectura, lo que se constituye en una severa barrera mental que le impide ampliar sus cosmovisiones para desarrollar un juicio a la vez crítico y propositivo. Así, oscila entre la credulidad y la desconfianza, la aceptación o el rechazo de mensajes ideológicos sin que medie un proceso analítico-reflexivo.

La creación del Consejo Nacional de Fomento para el Libro y la Lectura tiene como propósito contar con «un órgano consultivo de la Secretaria de Educación y un espacio de concertación y asesoría entre todas las instancias públicas, sociales y privadas vinculadas al libro y la lectura».

Entre sus funciones están: «crear catálogos y directorios colectivos de autores, obras, editoriales, industria gráfica, bibliotecas y librerías, disponibles para la consulta en red desde cualquier país, traducción de textos de literatura nacional y universal a las diferentes lenguas habladas en Honduras».

Benéfica labor han desarrollada algunos promotores de nuestra producción intelectual a lo largo del tiempo: Julio Andrade Yacamán, Leticia de Oyuela, Óscar Acosta, Víctor Manuel Ramos, Isolda Arita, Víctor Meza, Ramón Oquelí, monseñor Raúl Corriveau, Julio Escoto.

Hay, indudablemente, una menor demanda de libros en las librerías por parte de nuestros jóvenes, más interesados en encontrar sus conocimientos en los artefactos mediáticos, las computadoras, el Internet, la televisión, el cine, la música de moda y el abuso del teléfono celular, también por los altos precios que alcanzan los libros. Es sorprendente el aflojamiento en la disciplina escolar para el aprendizaje, lo que se extiende a los colegios de secundaria y al mismo sistema universitario. Son, principalmente, los viejos lectores, que quedan muy pocos, quienes acuden a las librerías para la compra de libros o para buscar rarezas bibliográficas o hacer pedidos especiales. Pero hay una pléyade de jóvenes que hacen libros, y, como dije antes, mientras haya quien escriba habrá siempre quien lea.

Bibliografía

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