El Diccionario de voces americanas del panameño Manuel José de Ayala (siglo xviii) Miguel Ángel Quesada Pacheco

1. Palabras introductorias

Creo que no ha existido, ni existirá en un futuro a mediano plazo, una oportunidad más acertada y justa para exaltar el nombre del ilustre jurista Manuel José de Ayala (1728-1805), originario de esta ciudad donde se lleva a cabo el presente congreso, y su contribución a la historia del conocimiento del léxico americano, como en esta ocasión.

Gracias a su singular esfuerzo, hoy en día la lexicografía histórica americana puede acercarse a los usos lingüísticos de muchas regiones del Nuevo Mundo durante el siglo xviii. Ayala es, vale decir, el autor del primer diccionario de americanismos, cuyo manuscrito original se halla en poder de la Biblioteca del Palacio Real en Madrid, bajo el título de Diccionario de América.1

El Diccionario de América, título con el cual actualmente se conoce el manuscrito, se compone de dos tomos, inscritos bajo las siglas II-884 y II-885, y figura en el catálogo Manuscritos de América (Domínguez Bardona, 1935; Moreno, 2009). Hasta hace algunos años era desconocido entre los lingüistas y filólogos hispanistas.2 Pero, dada la importancia histórico-lingüística que el manuscrito encierra para el español de América, solicité en la década de los noventa permiso a la Biblioteca del Palacio para su publicación (Ayala, 1995; Quesada Pacheco, 1995).

Con esta presentación se persigue dar a conocer la obra lexicográfica de Manuel José de Ayala, situarla en su contexto histórico y cultural, y rendir un justo homenaje al primer lexicógrafo del español americano y de ultramar.

2. Manuel José de Ayala, autor del Diccionario de voces americanas (DVA)

Hay dos criterios que apoyan a Manuel José de Ayala como autor del DVA: uno lingüístico y el otro, filológico.

Respecto del criterio lingüístico, hay indicios fonéticos, morfosintácticos y léxicos que permiten afirmar, con bastante certeza, que el origen del autor del DVA era de las tierras bajas de América.

En cuanto al nivel fonético, el autor del DVA da muestras de ser seseante, ya que alterna indistintamente el uso de los pares de grafías s, ss y z, ç: Arisona (tomo I, folio 68), olandezes (tomo I, folio 83), balza (tomo I, folio 92), cituada (tomo I, folio 144), fraylesillo (tomo I, folio 299), mesclas (tomo I, folio 145), extinsión (tomo I, folio 339), contribusión (tomo I, folio 451), babasa (tomo II, folio 25), docis (tomo II, folio 38).

El manuscrito presenta continuas omisiones de la grafía s, lo cual se puede interpretar como un indicio de que el escritor no pronunciaba s, o bien, la aspiraba: matar a su enemigos (tomo I, folio 10), la fiestas (tomo I, folio 78), en las sierra (tomo I, folio 88), poco años (tomo I, folio 172), los mismos efecto (tomo II, folio 30 v), la hembras (tomo II, folio 42 v), betias por bestias (tomo I, folio 28 v). Lo mismo se observa en las hipercorrecciones juzgo por jugo (tomo I, folio 431 v) y espasote por epazote (tomo II, folio 119 v).

En el DVA se hallan indicios de intercambio de los fonemas líquidos: reverdes por rebeldes (tomo I, folio 98 v), arfiler por alfiler (tomo I, folio 148), álboles por árboles (tomo I, folio 171), y en un caso omite la l: buebe por vuelve (tomo I, folio 158 v).

En el DVA hay dos pasajes de yeísmo: jagüelles (tomo I, folio 371) por jagüeyes, y yamas (tomo II, folio 116) por llamas.

En lo pertinente a /d/ hay dos casos de hipercorrección como reflejo de la pérdida de dicho fonema en las terminaciones /-ado, -ido/: vijado por bijao, cierta planta tropical (tomo I, folio 6), y tardido por tardío (tomo I, folio 257 v).

Por último, se registra una diptongación en la palabra poliada por poleada (tomo I, folio 78), además de las hipercorrecciones carroaje por carruage (tomo I, folio 408) y punteagudas por puntiagudas (tomo II, folio 31 v), motivadas por la deshiatización, fenómeno característico de casi toda América.

Dentro de los aspectos morfosintácticos registrados, dos son los más relevantes hallados en el manuscrito, que apuntan a un americano como el autor del DVA: el uso etimológico de los pronombres átonos (lo ~ la con valor de objeto directo y le con valor de objeto indirecto) y el voseo. En cuanto al primero, se nota que el autor manejaba los pronombres le, la y lo etimológicamente, aunque empleaba el leísmo o laísmo como recurso estilístico.3 Respecto al voseo, que es un paradigma de tratamiento pronominal típicamente americano (Quesada Pacheco, 2002: 104-107), figura una sola vez: «Uteri: esta expresión entre los naturales del Cavo de San Lucas significa lo mismo que siéntate o sentate, que es la seña de paz más cierta y segura que entre sí usan» (tomo II, folio 107).

Si bien no es posible verificar si el autor era voseante, al menos da muestras de conocer el paradigma, lo cual es más de esperar en un escritor americano que en uno peninsular.

Respecto al nivel léxico-semántico, hay ciertas palabras en las explicaciones que da el autor, cuyos usos remiten a hablas americanas. Entre ellas están cuncho ‘pozo, sedimento’ (tomo I, folio 147), cholo ‚‘indio aculturado’ (tomo I, folio 339), palo ‘árbol’ (tomo I, folio 314), papa (tomo I, folio 418), y miel de palo ‘miel silvestre’ (tomo I, folio 158 v). Además, el único hipocorístico registrado en el manuscrito (Cucha para Nicolasa, tomo I, folio 169), era empleado, según el autor, en Tierra Firme, es decir, Panamá.

De todo lo anterior se puede inferir que hay buenos indicios para suponer que el autor del DVA manejaba un dialecto americano, y más específicamente de las tierras bajas o costeras. Esta conclusión favorece la teoría acerca del panameño Manuel José de Ayala como autor del DVA.

Respecto del criterio filológico, el DVA no consigna ningún título ni el nombre de su autor. Al abrirse los folios, lo que aparece en primer plano es el contenido del trabajo; no tiene, pues, título, ni página introductoria, ni está firmado bajo ningún nombre. Pero, en vista de que el manuscrito se conserva en la Biblioteca del Palacio Real, es muy probable que su creador fuera una persona que trabajaba en la Corte, donde tenía a su cargo algún archivo, y según se desprende de la entrada anaquine:

[…] es la fruta de un árbol, porte y semejanza a la avellana mondada. Con abundancia se halla en la ysla de la Trinidad de la Guayana; de la qual, sin otra confexión, trabajan una pasta que se consolida, linpia y blanquea al veneficio del sereno, y queda en especie de cera para el uso de la que han menester sus moradores. Esta noticia comprobé en los papeles del Archivo de mi cargo, en carta de aquel govern[ad]or d[o]n Jossep L Antonio Gil de 26 de sep[tiem]bre de 1763, escrita al ex[elentísi]mo S[eñ]or Bo. F. d[o]n Julián de Arriaga remitiendo un cajonzito con 14 belas de ella que tube en mi mano.

(tomo I, folio 49 v).

Como es sabido, el panameño Manuel José de Ayala ocupó de 17634 a 1793 el cargo de archivero de la Secretaría de Estado y del Despacho Universal de Indias (Manzano, 1935: 65-66; 158-185).5 Además, fuera de las grandes similitudes entre los rasgos gráficos o el estilo de redacción del DVA y los de manuscritos bien conocidos de Ayala (por ejemplo el Cedulario Indico y la Miscelánea), hay un pasaje del DVA en la entrada laboríos que reza:

[…] dan en el r[ei]no de Guatemala este nombre a los Yndios e Yndias prófugos de unas prov[inci]as a otras, los quales y sus descendientes usan de él para pagar solo un corto reconocim[ien]to o tributo, a más del daño de no satisfazer al Rey lo que los Yndios en general, se traen consigo las mugeres apenas con el pretexto de propias, el remedio se propuso el año de 1739. Vide tom[o] 3 de mi Miscelánea.

(DA, tomo I, folio 399. El subrayado es mío).

También se sabe que Ayala redactó la Miscelánea. Y en efecto, en el tomo 3, folio 125-127 v, se halla el pasaje al cual hace referencia;6 además de que concuerda con su costumbre de remitir a otras obras suyas, como se puede apreciar, por ejemplo, en las Notas a las leyes de Indias (leyes LI título 7.º, libro Iº y L, título 7.º, libro Iº, respectivamente).7

Otro argumento a favor de Ayala como autor del DVA se encuentra en su relación de méritos y servicios, fechada el 3 de enero de 1794 (Fernández Guardia, 1906),8 donde Ayala hace un recuento de sus obras.9 En la relación escribió Ayala:

En el año de 1776 presentó el exponente [es decir, Ayala] al augusto padre de V. M. [es decir, al rey Carlos III, padre de Carlos IV], por el Ministerio de Indias, la colección y número de obras que contenía el cuaderno y ascendieron entonces a 30 los tomos de cédulas, decretos, etc., 12 de consultas y pareceres, 16 del Diccionario de Gobierno y Legislación de Indias, que contenían los extractos de los anteriores 42 y sólo eran entonces unos 24.000; 24 tomos con el nombre de Miscelánea, con mapas y planos de proyectos, descripciones de provincias, manifiestos sobre privilegios y regalías, etc. Cuatro de la Recopilación de Indias con adiciones y notas que en aquel año conceptúa el exponente no llegarían a la cuarta parte que en la actualidad, y multitud de obras sueltas en folio y en 4o manuscritas […] de diccionarios de voces americanas, de descripción general de todos los dominios de América pertenecientes a V. M., del estado de los comercios de España, Tierra Firme y Nueva España…

(Fernández Guardia, 1937: 419. El subrayado es mío).

Por lo tanto, si Ayala se proclama padre de un tal diccionario, y este se encuentra en la Biblioteca de Palacio, así como muchas de sus otras obras, donde las hubo de redactar, juzgo muy poco probable que haya otro archivero de la época a quien se le pudiera atribuir esta obra.10

3. Fecha y lugar de redacción

Tampoco aparece expresamente en el DVA la fecha en que fue redactada la obra. En algunos pasajes del diccionario se consigna el año cuando se introdujo una palabra, como se puede apreciar en la siguiente cita:

Panamá: ciudad conocida en 9 graados [sic] de latitud, y 28 de longitud del meridiano de Toledo. Es la capital del R[ei]no de Tierra Firme en la costa del Mar del Sur de las Yndias Occidentales, situada en el presente año de 1768 a los 297 grados…

(tomo II, folio 29).

Pero son muy pocas las entradas con datos cronológicos, de modo que no se sabe con exactitud el tiempo empleado por su autor para escribir el manuscrito. Por consiguiente, para calcular el período de redacción de la obra habrá que valerse de la primera y última fechas apuntadas, de donde se infiere que fue compuesto aproximadamente entre 1751 (entrada bejuquillo, tomo I, folio 98) y 1777 (entrada holpatan, tomo I, folio 359). Obviamente, existe la posibilidad de que se introdujeran palabras antes de 1751 y después de 1777,11 pero no hay manera de comprobarlo. Lo único seguro es que el DVA se escribió a largo plazo y poco a poco, a manera de una base de datos y con el fin de quizás publicarse en un futuro.

Respecto del lugar de redacción, no se dice explícitamente, pero todo apunta a que fue escrito en España, a juzgar por las siguientes referencias:

Copalchí:… Emfin, es un sánalo todo, los boticarios hazen rissa de esta cáscara de copalchí, no sin fundam[en]to, pues dejan de vender sus medizinas, y con la experiencia se solicita p[o]r las naciones d[ic]ha cáscara, y se trae también a España.

(tomo I, folio 159).

Marquetas: son unos panales de cera de media vara en quadro que se llevan a la América arpilladas en lienzo crudo, y según reglam[en]to de 20 de abril de 1720 q[ue] mandó S[u] M[ajestad] observar para el cobro de este género, y otros q[ue] fuessen a Yndias a los puertos de Cartagena y Portovelo, toca su foro de cada arroba, 75 r[eale]s y la contrib[uci]ón es 1 r[ea]l y medio.

(tomo I, folio 427 v).

En otras entradas el autor utiliza el adverbio acá para indicar España: «Cuzatlh: es una ave nocturna que se cría en la Nueva España, como acá las lechuzas» (tomo I, folio 170). Que el adverbio acá se refiere a España, se puede comprobar cotejando las entradas chili y uchú, que se refieren al pimiento, donde en la última se sustituye España por dicho adverbio: «Chili: este nombre dan en Nueva España al axí, o pimiento de acá» (tomo I, folio 148). «Uchú: assí se llama en el Perú lo que en las yslas de Barlovento llaman axí, y en España pimiento…» (tomo II, folio 97).

En todo caso, España es para el autor del DVA el punto central de donde parten sus descripciones y comparaciones en lo pertinente a los objetos y cualidades del Nuevo Mundo, con lo cual se puede concluir afirmando que el DVA fue redactado en la Península Ibérica12 y muy probablemente en un sitio donde el autor tenía fácil acceso a documentos históricos y legislativos.

4. Marco histórico y cultural del DVA

El DVA fue escrito a mediados del siglo xviii, cuando España, dentro de la dinastía borbónica, era el imperio más grande de Occidente. Precisamente, el DVA es un espejo del poderío español de la época, pues da a conocer y describe, geográfica e históricamente, casi todas las colonias que eran dominadas por la Corona, además de las regiones con las cuales mantenía lazos comerciales. Por eso se explica la inclusión de términos procedentes del Oriente, no solo de las Islas Filipinas, parte de España entonces, sino de Indonesia, la China y el Japón, amén de la gran cantidad de topónimos de todas esas regiones.13

Las potencias europeas, como Holanda, Francia e Inglaterra, comienzan a enfrentarse con España, en un deseo por apoderarse de los territorios controlados por esta. El DVA no deja escapar estas vicisitudes, tal como se puede apreciar en la entrada Bahía, y Puerto de Santa María de Galbe:

[…] está situada en el seno mexicano a los 30 grados y 30 min[utos] de latitud n[orte] 299 grad[os] 25 min[utos] de longitud, distante de el Puerto de Veracruz 220 leguas N. E. S. E. 158 leguas N. O. E. S. S. O. E. del Puerto de La Habana; N. S. con el de Campeche distante de 200 leguas. Tiene confinantes al N. distintas naciones de yndios; por la parte de O. el Fuerte de Conde o Villa de la Novilla, distante 15 leguas, y en el mismo paralelo el Nuevo Orleans, provincia de Luisiana. En la parte del E. está el Fuerte de Apalache distante 80 leguas e igualmente están los yngleses en la parte superior de la Florida, bajando al Río Almirante, que entra en la bahía a distancia de 70 leguas N. de San Miguel… En el año de 1718 fue atacado y tomado por los franceses que con una escuadra de quatro fragatas y algunas embarcaciones y tropa de desembarco e yndios lo atacaron por tierra y mar; y en 5 horas de fuego se rindió… En el año de 1722, hecha la paz con Francia, de orden del Rey se le entregó al capitán de fragata d[o]n Alejandro Wauchop, y trasladó el fuerte en la isla de Santa Rosa, donde se ha mantenido en continuos sustos pasando falta de víveres, llevándose los franceses con su comercio los caudales señalados de dotación.

(tomo I, folios 94-95).

Pero los encuentros no siempre fueron hostiles o belicosos, sino que también se presentaron en forma de lazos económicos, aunque no fueran reconocidos por la Corona española, según se aprecia en la entrada bastimentos:

[…] dizen en la Ciudad de Panamá aquel lugar cercano a la Ciudad de Portovello en que vienen a juntarse las embarcaciones ynglesas, olandesas y de Curazao para la celebración y venta de los géneros illícitos de su comercio.

(tomo I, folio 92).

Junto a la gran riqueza que representaba el Imperio español, existía la pobreza extrema, la escasez y la delincuencia, tanto en la Península como en las colonias (Fernández et al., 1981: 219-220). Estas contradicciones se describen en el DVA, en varios artículos que ponen de manifiesto las consecuencias económicas que el sistema acarreaba, según se aprecia en la entrada bandola:

[…] es un vastidor más ancho que largo forrado en lienzo crudo, con unas bolsas en grados estendidas todo su ancho, manifestando estrecham[en]te sus vocas por fuera, en las quales los merchachifles entran encages, listonerías, galones, medias y otros géneros ligeros, dejando sus muestras pendientes de d[ich]as vocas p[o]r lo exterior para que se vean sus surtidos. Las portan p[o]r un extremo a el otro al modo de las vandoleras, y p[o]r el contrario llevan pendientes en la misma comformidad unas petaquillas cortas, con todo lo qual andan las calles de las ciudades amuralladas mañana y tarde de 9 a una, y de 3 a 5 para vender, gritando falte, u algo de tienda, salen a practicar esta misma diligencia, a los arravales, cuya salida contemplo p[o]r la esperiencia ser perjudicial mediante a que no se les reconoze los géneros con que salen por sí al regresso de d[ic]hos arravales introduzen (como pueden sin el menor recelo, los de contravando, que se depositan en ellos). Y aunque algunos governadores se han opuesto a esta franca salida, el com[erci]o ha logrado se les continúe, con el fríbolo pretexto de que muchas señoras p[o]r su pobreza, no tienen la decencia para venir a comprar de día a la ciudad, o no t[i]enen criados que embiar, lo qual fuera justo quando no tubieran abiertas las tiendas de sus mercancías hasta las nuebe de la noche, que se cierra la puerta de la ciudad.

(tomo I, folio 93).

Las ideas de la Enciclopedia se afianzan en España durante el siglo xviii y, según palabras de E. Fernández et al.: «los esfuerzos realizados por Diderot y D‘Alambert, al mismo tiempo que por todos los grandes escritores de la época, tienen una repercusión decisiva a partir del reinado de Carlos III» (1981: 363-364).

El autor del DVA no escapó a estas influencias y se apoya en ellas para montar un marco metodológico concreto de aplicación donde ofrece, en forma de diccionario razonado y lo más completo posible, la historia, la geografía y diversos aspectos culturales, indígenas o importados, de las colonias españolas.

Con la entrada del rey Carlos III al trono, en 1759, las ideas de la Ilustración14 cobran fuerza, se implantan medidas económicas que reactivan la economía y se reforma la educación. En palabras de G. Anes: «el período comprendido entre los años de 1759 y 1789 fue, en su conjunto, un período de expansión y de relativa prosperidad» (1985: 361-362).

La emancipación religiosa se extendía en España durante la misma época, y los pensadores, asumiendo ideas progresistas, toman una posición crítica de la sociedad y del sistema imperante (Herr, 1988: 3-8). No obstante, todos estos postulados parecen estar muy lejos de Ayala, el cual mantiene un concepto medieval de la teología, donde solo el cristianismo tenía validez como religión salvadora, y todo lo demás era idolatría, burla o efectos del demonio, de la hechicería o del engaño, como se nota en las siguientes entradas:

Hucllachacuita: assí llamaban los yndios del Perú alla [sic: a la] comunión de los santos, que es lo mismo que burla y mofa de este santo misterio.

(tomo I, folio 362 v).

Reducciones: son las parcialidades o rancherías en que viven los yndios quasi juntos al rededor de un cacique por la conveniencia del parage, por que en las mismas reducciones viven según sus ritos y supersticiones, sin conocim[ien]to alguno sobrenatural… Mantienen las imbocaz[ion]es de el demonio con círculos y cantos supersticiosos para curarse en sus enfermedades, y cada yndio se casa con quantas mugeres puede mantener.

(tomo II, folio 56).

Teucales: assí llaman los yndios de Nueva España a los templos que lebantaban para honrrar al demonio…

(tomo II, folio 77 v).

Por el contrario, no deja de manifestar cierta satisfacción cuando los indígenas demuestran adoptar costumbres o patrones católicos, y entonces sus tradiciones son bien vistas y aceptadas:

Piros: es una nación de yndios que habitan la provincia del Nuevo México, los quales, como todos los de las demás naciones de ella, tanto hombres como mugeres, andan vestidos y calzados, son tan dóciles y aplicados que el que menos tiene lo necesario para vivir, y lo que es más, tienen la particularidad de no conocer la embriaguez y la laudable costumbre de saludarse, quando se encuentran, con el Dulce Nombre de Ave María.

(tomo II, folio 38 v).

Consecuentemente, Ayala hereda el concepto antiguo y renacentista de «pueblos bárbaros» en oposición a los «cultos» o «cristianos», y todas las prácticas culturales de los primeros son vistas como tales, en cuanto se aparten de las costumbres cristianas:

Borraques: es una nación de yndios infieles y bárbaros, que en el ysthmo o lengua de tierra que se deja ver entre los dos mares de Sur y Norte desde el R[ei]no de Guatemala al de Panamá, ocupan sus tierras.

(tomo I, folio 113 v).

Palabra: llaman los yndios de S[an]ta Marta la embajada que embía el pr[incip]al de la parcialidad, pidiendo a el agraviante aquel d[e]r[ech]o, razón o restitución de que pretende, y negada introduze la guerra, su forma de publicarla aunq[ue] en lo ensencial se aparta las más vezes de la razón, en lo substancial la guardan según su bárbara política.

(tomo II, folio 25).

Por otra parte, las comunicaciones entre las colonias y la Metrópoli se intensifican, pues, tal como afirma Valentín Moreno:

Carlos III, en efecto, produce una nueva máquina administrativa para Indias basada en la mayor seguridad de las mismas y que tiene su origen en 1763, al crearse una junta interministerial formada por los ministros de Estado, Hacienda e Indias, paralela a una junta técnica de especialistas. Se impulsaron entonces los servicios regulares marítimos con itinerarios estables y fechas fijas y en 1764 se establece un correo mensual promulgado mediante un Reglamento. La Real Instrucción de octubre de 1765 permitía salidas y llegadas desde diversos puertos, agilizándose las comunicaciones y el comercio, en una liberalización portuaria que generó un volumen comercial muy grande y una nueva fiscalidad. Esta realidad produjo por un lado mucha documentación pero por otro las instituciones y también la Corona demandaban mayor información y conocimiento de lo americano a través de documentación ya generada, no sólo administrativa, sino histórica, mediante relaciones, obras de estudios, etc., de ahí la necesidad de la Corona de hacerse con alto número de manuscritos americanistas.

(Moreno, 2009: 7).

En conclusión, Ayala vive una época de grandes reformas hacia las colonias de parte de Carlos III, y de los consiguientes cambios tanto en lo jurídico como en lo administrativo, en lo económico como en los social; todo lo cual, aunado al cargo que tenía este ilustre panameño en el Palacio Real, donde podía consultar las obras más recientes y los documentos más nuevos, sirve de trasfondo para la confección de su obra lexicográfica.15

5. Contenido del DVA

El DVA se compone de aproximadamente 2.800 entradas, distribuidas de la siguiente manera, según número de unidades y porcentajes, puestas en orden descendente.

gráfico 1

5.1 Topónimos

Con cerca de 1400 entradas (50 % del total) es el rubro que contiene más acepciones. Se compone de topónimos (1200 entradas), entre los que destacan nombres de ciudades, puertos, islas, reales de minas y pueblos de menor importancia. Además, se halla una buena cantidad de hidrónimos (171 entradas) y de algunos orónimos, todos precedentes de América y, en bajo número, del Oriente.

En cuanto al continente americano, los nombres de los numerosísimos sitios se refieren tanto a lugares famosos como desconocidos, por ejemplo Almaguer, Andes, Antequera, Antigua, Bahama, Cabo Blanco, Cartagena, Chacayuga, Nueva Córdoba, Fuerte de San Mateo, Guatemala, Matajambre, Morro de los Diablos, Portete, Quito, Tarapaca, Tucacas. También se encuentran algunos sitios de América del Norte, como Apalaches (Canadá) y, según el autor, en Groenlandia, el volcán Hecla (Islandia).

El hecho de que aparezcan en gran número los topónimos se puede tomar como indicio de un enorme interés del autor del DVA por los asuntos geofísicos, lo cual a la vez justifica la inclusión de palabras comunes y generales relativas a los accidentes geográficos, tales como archipiélago (tomo I, folio 68), isla (tomo II, folio 129), istmo (tomo II, folio 131, escrito ysthmo), península (tomo II, folio 35 v) y otras. Todo lo anterior es producto de la mentalidad encicolpedista de la época.

En la mayor parte de las veces, el autor del DVA se contenta con especificar la ubicación exacta del sitio, dando grados, minutos y, con poca frecuencia, segundos, o bien, toma un sitio como base y da la distancia en leguas. Algunos de los lugares que se consignan no solo vienen con su ubicación exacta, sino también acompañados de datos históricos, geográficos, políticos, económicos y culturales, como sucede con las entradas Panamá (tomo II, folio 29), Bahía y Puerto de Santa María de Galbe (tomo I, folio 94) y Tucumán (tomo II, folio 91).

5.2 Indigenismos

Es el subgrupo más grande, después de los topónimos, pues comprende 630 entradas (23 % del total). Con ellas el autor deja constancia de muchos aspectos culturales e históricos de los indígenas americanos con sus respectivas palabras. En este grupo se hallan voces comunes y etónimos (tanto exónimos como autónimos).

Respecto a las palabras comunes, las lenguas indígenas más representadas en el DVA son:

  • náhuatl o azteca: atole, ayate, cacao, cacastle, calpixque, camote, chalchihuilt, chichigua, chile, chiquizapote, cocolmecath, copal, copalchí, cotochtli, maxtlatl, mecasuchil, nacascolote, nahuadato, uipeles,etc.
  • lenguas antillanas: ají, baqueanos, barbacoa, bejuco, bihao, cabuya, caimán, caimito, cazabe, cocuyo, guacamayo, guácima, guayaba, hicotea, iguana, jobo, loro, maguey, majagua, manatí, mangle, maní, mapurite, papaya, etc.
  • quechua: ayllu, biracocha, camarico, cancha, cóndor, chácara, chamico, choclo, chuspa, llapa, oca, pacae-pacay, papa, uchú, ujuta, yanacona, etc.
  • mapuche: canchalagua, culén, laulau (escrito llaullau), madi, pangue, patí, ulpo (escrito también hulpo), etc.
  • otras lenguas: hebecacuana, mandioca, yacaré, zurubí (tupí-guaraní); coca (aymara), henequén (escrito xeniquén, maya o antillano).

En cuanto a los nombres de pueblos o grupos indígenas americanos, estos figuran catalogados en el DVA como naciones, según la costumbre en la colonia, y hay en total 111, entre los cuales se podrían mencionar abypones, amulalaes, asinais, arohuacos, borrasques, butucos, cacoletes, caribes, chichimecas, chizos, choras, cunas, gairas, hiaquis, huiliches, iztaes, mataras, mochis, moscas, niguaraas, ojotaes, oromisas, otomancos, pacasmayos, picuríes, simirinches, tarahumares, tonocotes, yanaconas, zapitalaguas, zipibos.

5.3 Americanismos de base castellana

Se incluyen aquí palabras procedentes de España que adoptaron nuevos contenidos en América. Es el tercer grupo y comprende 600 entradas (21 % del total), con voces pertenecientes a la flora y a la fauna americanas, así como un buen grupo de palabras referentes al léxico minero (154) y a aspectos etnográficos.

Palabras referentes a la flora son, entre otras, bálsamo, cañafístola, contrayerba, corozo, culantrillo, drago, escobilla, frailecillo, frutilla, fustete, manzanillo, matapalo, níspero, vergonzosa. Entre las palabras relacionadas con la fauna están calzoncito, cardenales, chupamirtos, cochinilla, emperador, gallinazos, leones, leopardos, pavón, sardinas bravas, soldado, temblador, tigre. Cabe destacar la precisión con que están descritos los animales y, sobre todo, las plantas medicinales, las cuales muchas veces van acompañadas de recetas para su empleo, y donde figuran nombres técnicos, específicos de las enfermedades.

Del vocabulario minero se extraen archipiélago, asientos, camino, casilla, cortar sogas, derrumbe, despensa, fuerte, grasas, jaboncillos, lazadores, mojarras, quebradilla, sol. Referentes a aspectos etnográficos están abarrotes, bodegas, bodoqueros, calentadura, chapetón, cotones, doctrinas, estancias, galera, ladinos, machete, mandón, mazamorra, mulatos, muleque, obrajes, orejanos, reducciones.

En este sentido, el DVA es un precursor de los diccionarios panhispánicos modernos, donde se incluyen todas las palabras, no importa su procedencia regional. Esto sucede en una época cuando el Diccionario de Autoridades (1726) solamente incluía palabras de origen indígena, referentes a la flora y a la fauna, y no tomaba en cuenta voces de origen peninsular. Habrá que esperar hasta la edición del Diccionario de la lengua española de la Real Academia, de 1884, para ver, aunque de manera tímida e incipiente, el inicio de la apertura hacia voces americanas generales, y no un tanto exóticas (Congosto y Quesada Pacheco, 2009: 204).

5.4 Voces de procedencia oriental

Dentro de las aproximadamente 2800 entradas que forman el DVA, se consignan 175 voces que tienen que ver con topónimos, hidrónimos y aspectos culturales de Oriente, principalmente del Japón, de las Filipinas y de la China (6 % del léxico total). Con esto el autor no solo deja constancia de su interés por lo americano, sino también por lugares que guardaban gran importancia para las relaciones comerciales y culturales de España durante la época cuando se redactó el diccionario. La Corona española contaba con las Islas Filipinas, y desde Manila se entablaba el comercio con China y Japón, sin excluir las visitas que hacían los misioneros españoles a esas regiones (Céspedes del Castillo, 1983: 299 y 471-475). Algunas de las palabras registradas son, en orden descendente, las siguientes:

  • originarias del Japón: amida, bicunis, bonrrucu, bonzos, bupo, caguaro, cambo, catanas, chancheos, chingocu, choros, come, congo, cumy, doyu, finichi, fotoqui, gent, guaquizaxi, lequios, nippon, quambacuo, quimon, saymatzu, theras, tonguri, tzuqui, zacana, zate;
  • originarias de las Filipinas: abuyo, ambagan, atelite, bagontaos, baranguy, calaincobrorejo, cavite, dalagas, masbat, tanor.
  • originarias de la China: Abarda, Abeniga, Canchinchina, carahayes, Chincheo, cuapangebion, Nanquí, Paquín [Beijing, Pekín].

Otro grupo de palabras aparece simplemente como originario de Oriente, y casi todas son topónimos, sin que se especifique el lugar de procedencia. Entre ellas tenemos Bandan, Burney, cha, Firando, Gilolo, hac-chic, Java (mayor y menor), Masolo, Patian, Puluan, Samatra, Serola, Tidore.

No obstante, respecto de las entradas americanas (94 % del total), el número mencionado de palabras que provienen de Asia es muy bajo (6 %) como para influir en el título que se ha dado al manuscrito. Algunos ejemplos son:

Gent: nombre que dan los naturales del Japón a una moneda de cobre, que corre en todo aquel Reyno, aunque en algunas partes la dan más valor que en otras.

(tomo I, folio 319).

Hac-chic: es un árbol de este nombre que se cría en Camboya y tierras de Bazain, Manora, Daman y Goa. El palo de esta planta le majan y cuecen, y con arina de cierta semilla negra que llaman nacani, zeniza de otro palo negro, o sin ella, hacen unas tabletas que secan a la sombra, y de estas usan traher en la boca por regalo y medicina. Y a esto suelen también llamar cato o cote.

(tomo I, folio 319).

Nichinguioje: dan este nombre los naturales del Japón a los alguaciles que tienen los othonas, que son como alcaldes de barrio; y les sirven de avisar lo que ocurre en las casas de su distrito.

(tomo II, folio 4 v).

Palo sabuc: se da en las Islas Philipinas, es eficacíssimo contra todas las heridas de armas cortantes; su uso es rasparlo, aplicarlo sobre la herida.

(tomo II, folio 30 v).

6. El DVA: un paso hacia la lexicografía científica

El DVA es un compendio de aspectos históricos, geopolíticos, naturales y etnográficos de América; es, podríamos decir, una especie de fotografía del Nuevo Mundo durante el siglo xviii, organizada alfabéticamente y en forma de diccionario, como producto de una persona que conocía muy bien la historia de las colonias españolas, sus cualidades, geografía, climas y costumbres, lo cual la convierte en una obra indispensable de consulta para la historia del léxico americano. En él se despliegan los métodos y técnicas de la lexicografía de la época. Además, se adelanta al Diccionario geográfico-histórico de Antonio de Alcedo (1786-1789), y al Vocabulario provincial americano de Bartolomé José Gallardo (1812); por consiguiente, data voces con anterioridad a las señaladas en estos dos últimos.

Un rasgo digno de ser mencionado es la total ausencia de juicios normativos en esta obra, cuando se trata de dar opiniones acerca de los usos de las palabras. En este aspecto contrasta el DVA con la metodología seguida por los autores de diccionarios regionales durante el siglo xix, cuando en plena época independiente se editan trabajos lexicográficos lingüísticos con fines puramente académicos, prescriptivistas. El autor del DVA no manifiesta ningún concepto que haga pensar que su obra fuera concebida para mantener la unidad idiomática entre América y la Península, o algo parecido. Por eso, considero que su concepción lingüística es puramente descriptiva y está más cerca de la metodología lexicográfica hodierna, que la empleada por los autores decimonónicos. Es más, Ayala habla de «voces americanas», no de «voces provinciales», como sus sucesores Alcedo (1786-1789), Gallardo (1812) o Pichardo (1836), con lo cual es el primero que manifiesta no compartir la idea de subordinación lingüística a lo peninsular, tan característica de los lexicógrafos americanistas hasta entrado el siglo xx (Guitarte, 1991).

Por otra parte, no sería del todo correcto catalogar el DVA como un diccionario lingüístico, de americanismos, en sentido estricto, porque en él no solo aparecen términos referentes al español americano de la época, sino también voces especializadas, topónimos, hidrónimos, marcas diacrónicas y comentarios, aparte del caudal de entradas referentes al lejano Oriente. Si el autor del DVA logró reunir tantas voces de procedencia americana, no fue porque se hubiera propuesto componer un diccionario de americanismos o de lenguas aborígenes americanas, sino porque, dentro de su concepción enciclopedista, historia, geografía, etnografía y lingüística formaban parte de la representación global del mundo y la cultura que quería describir lexicográficamente. A pesar de lo anterior, el DVA marca sin duda un hito en la lexicografía histórica del español de América.

Para concluir, y tal como afirma Moreno (Moreno, 2009: 21-22), Manuel José de Ayala «despliega una tarea literalmente infatigable, copiando y recopilando, en grafomanía insaciable cuantos documentos sobre el nuevo continente caían en sus manos».16 Es dentro de este marco que se puede comprender lo monumental de su obra, de sus comentarios, de sus recopilaciones y, no menos importante, de su trabajo como primer lexicógrafo del español de América.

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  • Susto, J. A. (1926), «Manuel José de Ayala», Boletín del Instituto de Investigaciones, 29, pp. 62-67.

Notas

  • 1. El nombre Diccionario de América, con que figura en la actualidad, parece ser un título posterior, y quienquiera que lo haya bautizado con dicho nombre lo hizo guiándose por las entradas que figuran en él, pues la mayor parte de ellas está relacionada con el mundo americano. Volver
  • 2. No aparece, por ejemplo, citada ni mencionada en el Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico, de J. Corominas y J. Pascual (1980-1991). Por su parte, el lexicógrafo G. Haensch, el cual se dedicó en gran medida a la historia de la lexicografía en América, equivoca la fecha de aparición de este diccionario, afirmando: «Este libro, atribuido a Manuel José de Ayala, existía solo como manuscrito redactado entre 1551 y 1577, hasta que esta valiosa contribución a la lexicografía temprana del español de América fue publicada por Arco-Libros» (Haensch, 1997: 117, nota 268). Desconozco las razones por las cuales Haensch falsea en la documentación.Volver
  • 3. He hallado varios casos de leísmo en manuscritos coloniales de Costa Rica a partir del siglo xvi (Quesada Pacheco, 2009: 266-271). En este país, como en el resto de América, se emplean las formas etimológicas en el habla coloquial hoy en día. Por lo tanto, es muy probable que el uso del leísmo en la lengua escrita estuviera arraigado en el Nuevo Mundo desde la época colonial. Volver
  • 4. Antes de que fuera oficial del Despacho de Indias, secretario del Rey y consejero del Supremo Consejo de Indias, desde 1763 hasta finales del siglo xviii, Ayala visitaba el archivo de Palacio por cuenta propia ya desde 1755, cuando empezó su monumental recopilación documental (Moreno, 2009: 21). Volver
  • 5. Para datos más detallados sobre la vida y obras de Ayala consúltese a J. Susto (1926), a J. Manzano (1935), a J. Fábrega (1986) y a Moreno (2009). De gran importancia es la relación de méritos y servicios de Ayala (Fernández Guardia, 1906), donde el propio autor da detalles de sus trabajos. Volver
  • 6. El texto dice así: «Señor: Pongo en la Real Atención de Vuestra Magestad que los reales tributos de los pueblos de estos reynos se deterioran en gran parte y perjuicio de Vuestra Real Hacienda, por la fuga que yndios e yndias hacen a otras provincias, en donde toman el nombre de Laboríos, ellos y sus descendientes, y con este motivo, como están dispersos en pueblos y haciendas, se les cobra un corto reconocimiento mal recaudado, por cuyo motivo parece podrá convenir que Vuestra Magestad dé y mande dar estrechas providencias para escusar los daños en ambos puntos…» (Biblioteca del Palacio Real, ms 2818, folio 126). Volver
  • 7. Por ejemplo, en los siguientes pasajes: «véase Tomo 16 de mi Cedulario, fol. 170 b. núm. 134» (Manzano, 1935: 102, nota 2). «En mi Tomo 65 de Miscelánea, fol. 36, está el parecer del Señor Don Josef García de León y Pizarro…» (Manzano, 1935: 110, nota 27). Volver
  • 8. El motivo del escritor costarricense Ricardo Fernández Guardia, para publicar este manuscrito de Ayala, fue el genealógico, pues quería probar que Ayala estaba entre sus ascendientes. Volver
  • 9. Dicho sea de paso, esta relación ha servido de base para descubrir una gran cantidad de obras suyas (Manzano, 1935). Volver
  • 10. En vista de las conclusiones a que había llegado en la década de 1990, escribí una carta a la directora de la Biblioteca del Palacio Real, doña María Luisa López-Vidriero, con el fin de consultarle si era posible editar el Diccionario, poniendo a Ayala como autor. Ella me respondió: «Elena Zamora, la persona que ha descrito el manuscrito II-884 y II-885 que va usted a editar me comenta que, según su criterio, la autoría del mismo puede atribuirse a Ayala. Las variaciones de la letra de los manuscritos de Ayala nada significan en cuanto a la autoridad intelectual de la obra, y que haya diferencias en la escritura es lógico porque utilizaría Ayala varios escribientes. Por otra parte, en la ofrenda política con que se pretende dar idea para más fácil y pronto uso del Gobierno Universal de nuestras Indias, figura en el fol. 11v., entre los manuscritos, un Diccionario de las voces americanas para inteligencia de las que los Virreyes y Gobernadores deducen en sus representaciones, dos tomos en folio. Considero que esta indicación aporta otro apoyo más a la atribución. En el volumen I del Catálogo de Manuscritos de la Biblioteca Real, que esperamos editar en este próximo año, figurará el Diccionario bajo el nombre de Ayala» (correspondencia personal, Madrid, 15 de julio de 1994). En vista de lo anterior, he decidido editar el Diccionario a nombre de Manuel José de Ayala. Quiero aprovechar esta ocasión para agradecer a la señora López-Vidriero la atención a mi carta y su disposición de ayudarme en la confirmación de mi teoría.Volver
  • 11. Es muy probable que la entrada holpatan fuera incorporada en el manuscrito después de 1777, ya que el autor se limita a poner la fecha como un hecho pasado y no dice «en el presente año de…» como es normal en escritos de esa época cuando se escribe sobre un evento histórico en el mismo año en que sucedió.Volver
  • 12. Pero es necesario advertir que en otras ocasiones alude a España, como si estuviera escribiendo desde otro país: «Cuspa: árbol de las riberas del Río Orinoco que hecha todas sus ramas muy derechas. Su madera es muy sólida y fuerte a semejanza del box de España» (tomo I, folio 171 v). Volver
  • 13. En este sentido, el título de Diccionario de América en realidad no encierra todo su contenido; debió en principio intitularse Diccionario de Ultramar. Volver
  • 14. De acuerdo con los postulados que ofrece A. Domínguez (1988: 476-494) sobre esa época histórica.Volver
  • 15. Como buen ilustrado, Ayala era un prolífico lector y recopilador de obras de todo tipo, y en su biblioteca se hallaban libros históricos, descripciones geográficas, relaciones de viajes, obras de carácter político, religioso y tratados jurídicos, entre otros (Moreno, 2009: 24-25). Volver
  • 16. De acuerdo con los cálculos de Moreno (Moreno, 2009: 23), Ayala llegó, en 1797, a escribir 288 volúmenes, entre los cuales figuran la Miscelánea (74 volúmenes), el Índice del Diccionario de Gobierno y Legislación de Indias y el Cedulario Índico (130 volúmenes) y Diccionario de Gobierno (84 volúmenes). Y tras su muerte se hallaban en su casa 5000 volúmenes de obras, entre copiadas de otras fuentes y redactadas de su pluma (Moreno, 2009: 24). Volver