El sábado 7 de mayo de 1904 se publicó en el periódico de Valencia Las Provincias, una carta abierta escrita por José Enrique Serrano y Morales1, dirigida al Sr. Marqués del Bosch, y titulada «Libros españoles reproducidos en facsímile por Mr. A. M. Huntington». La prominencia dada a la carta, publicada en la primera página del periódico, entre las noticias sobre la visita del rey a Cádiz y del primer ministro español a Cuba, subraya la importancia atribuida no solo a las publicaciones patrocinadas por Archer Huntington, sino a la edición de textos en general. En la carta, Serrano y Morales lamenta la pérdida de estos tesoros bibliográficos para España, pero también alaba a Huntington por haber dejado «copias tan perfectas y facsímiles tan exactos […] que se conservarán, seguramente, como verdaderas joyas por su importancia bibliográfica». También nota que estos «raros y preciosos libros que, con insuperable primor y riqueza, […] no se ponen a la venta». Tal vez, inspirado por don José Sancho Rayón y don Manuel Pérez de Guzmán, Marqués de Jerez de los Caballeros (cuyas propias colecciones llegarían a parar en la Hispanic Society) —quienes habían editado facsímiles y ediciones de textos pertenecientes a sus propias colecciones en 1895—, Huntington dio a luz las primeras de sus ediciones facsimilares. Para empezar esta serie de publicaciones (denominadas posteriormente las «Reimpresiones Huntingtonenses» (Huntington reprints), Huntington eligió cuatro ediciones de índices de libros prohibidos españoles, todos pertenecientes a su propia biblioteca.2 Luego, después de una pausa de unos años durante los cuales aparecieron su edición del Poema de Mio Cid,3 en 1902 empezó en serio con la campaña de publicar ediciones facsimilares. Entre 1902 y 1904 publicó 42 ediciones facsimilares de textos impresos, todos, con la excepción del Ars moriendi (incunable, perteneciente a la Biblioteca Colombina en Sevilla), procedentes de sus propias colecciones. Cada edición apareció en una tirada de 200 ejemplares, de la más alta calidad tipográfica, con una asombrosa atención a detalle (papel verjurado, encuadernaciones en vitela): «intachables y modelos de elegancia», en palabras de Manuel Serrano y Sanz. En más de una ocasión, parece haber engañado a algún coleccionista que las ha adquirido pensando que son originales, cosa que ocurre aún hoy en día.4
Hay que tener en cuenta que los libros citados por Serrano y Morales en su carta fueron publicados todos antes de la fundación de la Hispanic Society (en octubre de 1904) y representan, tal vez, la primera manifestación de la «generosidad y bizarría» (en palabras de Serrano y Morales) que iban a caracterizar a la figura de Archer M. Huntington. Por cierto, entre sus congéneres norteamericanos, Huntington se destaca casi como un revolucionario en el mundo de los museos y coleccionistas.
Aunque fundada en 1904 («sin torbellino de aplausos», como apuntó el mismo Huntington en su diario el 27 de octubre de 1904), la Hispanic Society of America fue el fruto de una semilla que le fue plantada en la mente del joven Huntington, después de una visita al museo del Louvre en París cuando tenía 12 años, según escribió (el 12 de julio de 1882): «Pienso que un museo es la cosa más grandiosa del mundo y me gustaría vivir en uno» («I think a museum is the grandest thing in the world and I should like to live in one»). Unos años después, en 1889, ese sueño inocente de niño vuelve a tomar una forma más concreta, cuando, durante una visita a México, experimenta «una extraña epifanía» («a strange awakening», Diario, 1889, p. 232) y describe su estancia en México como «una revelación» («a revelation»), y declara con aún más convicción: «Si alguna vez llego a construir un museo, será un consuelo pensar que tenía que ser así […] porque ese es el camino que “tenía” que tomar».5
Fue durante su visita a Europa, en 1882, que Huntington leyó por primera vez el libro de George Borrow sobre los gitanos en España (The Zincali) y dio sus primeros pasos en el mundo del coleccionismo al obtener algunas monedas.6 Pocos años después, este afán por coleccionar monedas cedió el paso a otra pasión aún más consumidora: la bibliofilia. En 1891, en una carta a su madre, Huntington escribe:
Otra bandada de relucientes ediciones ha caído en mis redes: me senté a la orilla, tuve el anzuelo cebado durante algún tiempo con certificados dorados, lo eché donde las había visto la última vez ¡y de repente picaron! Ahora doce preciosos ejemplares con sus lomitos de vitela amarilla me miran de reojo desde el estante tres. […] No te voy a aburrir con sus títulos de los siglos xv y xvi pero haz el favor de hacer una reverencia mientras te susurro que ¡tres de ellos son únicos!7
En esta manía norteamericana por coleccionar obras de arte y libros europeos que vio la luz en la última década del siglo diecinueve y la primera del siglo veinte, Huntington no andaba solo. Entre los otros coleccionistas figuran los nombres de John Pierpont Morgan, quien empezó su colección en los noventa del siglo xix (la Biblioteca Morgan se abrió al público en 1924); Isabella Stewart Gardner, también activa en la adquisición de arte en la misma época que Morgan, quien fundó su museo en 1917, y Henry Clay Frick, cuya colección privada se abrió al público después de su muerte en 1919. Huntington se distingue de este grupo de coleccionistas en varios aspectos:
Pero para él, también fue imprescindible que los conservadores de la Hispanic Society conocieran a fondo la literatura y cultura españolas: «Si llego a crear un museo, los empleados conocerán palabras y refranes y los animales con los que viven en estrecha relación los hombres, desde la mula hasta la chinche. […] Sólo entonces podrán escribir sobre su España».10 Él mismo se había sumergido en la literatura española y había escrito en su diario el 30 de enero de 1892: «Acabé de leer Don Quijote por segunda vez» («Finished reading Don Quixote once more»); y el 3 de febrero de ese año: «Terminé los tres tomos de Lope […] Terminé mis apuntes sobre Ticknor» («Finished 3 vols. of Lope […] Finished notes on Ticknor»). Para Huntington, los libros eran algo vivo, tanto que, en su primera visita a la biblioteca del Marqués Jerez de los Caballeros, describe la escena así:
Mientras estábamos sentados en la biblioteca, yo y los amigos de Jerez, discutiendo los libros, me parecía que el héroe de cada novela de caballería que jamás había leído yo salió flotando de alguna edición temprana y se reunió con la tertulia. […] En esta biblioteca tan maravillosa, los libros no eran el único tema de la conversación, sino también discutíamos la pintura y mirábamos las fotografías que se circulaban por la mesa grande. […] Pero eran los libros que, como un tragaluz, dejaron entrar el sol en la sala. 11
Dada la importancia que Huntington atribuyó a los libros y a un profundo conocimiento de ellos, no es nada sorprendente su deseo de compartir los tesoros bibliográficos de su biblioteca por medio de sus ediciones facsimilares. Y aunque él mismo declaró en una carta a don Juan F. Ferraz (el 18 de marzo de 1903), « […] he hecho un solo esfuerzo, y esto fue poner los originales en cuanto me fue posible en manos de los investigadores que los podían utilizar», sospecho que Huntington también tuvo otros motivos. Primero, para obtener para él mismo una copia lo más exacta posible de una obra única o de extraordinaria rareza: de entre las primeras ediciones facsimilares que publicó, encontramos el Mandament der Keyserlijcker Maiesteit, ejemplar único perteneciente al antiguo British Museum,12 el Ars moriendi, incunable alemán con las anotaciones en mano de Fernando Colón (Biblioteca Colombina), y la supuesta primera edición de la Celestina, facsímil publicado por Huntington antes de que Pierpont Morgan le regalara el incunable a Huntington. Además, publicó cuatro facsímiles más de obras manuscritas procedentes de otras instituciones: la Crónica rimada (de la Bibliothèque Nationale de France), el Libro de los tres reyes de Oriente (de la Biblioteca del Escorial), y el catálogo de la biblioteca de Fernando Colón, Catalogue of the library of Ferdinand Columbus (Biblioteca Colombina, Sevilla). En 1926 añadió a esta lista una edición de Juan Alfonso de Baena, Cancionero de Baena (de la Bibliothèque Nationale de France). Todas hechas con la misma atención al detalle que caracterizó los facsímiles de sus propios libros.
Otra consecuencia de la publicación de los facsímiles fue que le facilitaron la entrada en algunos círculos de bibliófilos españoles que como estadounidense le hubiera sido difícil llegar a conocer. Estos le sirvieron casi de tarjeta de visita y le abrieron varias posibilidades. En 1898, dice Huntington: «Este año… estoy obteniendo unos resultados muy gratos con el éxito de mis facsímiles. Varias personas, quienes normalmente no se interesarían por nada, me han hablado de ellos, y esto conduce a otros asuntos. Por lo menos dos importantes posibilidades de compras me han llegado de esta manera…».13
En vez de cebar el anzuelo «con certificados dorados» como había hecho en 1891 para atraer a los libreros, para los bibliófilos y estudiosos cebó el anzuelo con sus reimpresiones facsimilares. Puesto que Huntington también padecía de la misma adicción, sabía que la manera más eficaz de capturar la atención a los bibliófilos era ofreciéndoles la posibilidad de adquirir más libros, y don Archer, con sus publicaciones imposibles de conseguir en el comercio, sabía seducir aún a sus más fuertes críticos, entre ellos don Marcelino Menéndez Pelayo quien, a pesar de la «profunda antipatía» que le tenía para Huntington y a pesar de haberle denunciado a Huntington por haber «venido a despojar a España de sus mejores libros», pudo apreciar los esfuerzos de Huntington por producir obras «de una perfección tipográfica insuperable» y aún logró expresar su gratitud, aunque a regañadientes, por el obsequio de los libros que le había solicitado a Huntington: «Pero, al fin, del lobo, un pelo», dice en una carta a Francisco Rodríguez Marín.14
Después de la inauguración de la Hispanic Society, Huntington se vio obligado a cambiar el enfoque de sus publicaciones: por casi quince años había llevado a cabo una intensa campaña de compra de libros y de objetos de arte de toda índole, y había llegado el momento de catalogar sus adquisiciones y de publicar los resultados para el beneficio de los investigadores. Sin embargo, no pudo abandonar por completo su política de publicar ediciones facsimilares y, con las críticas de su serie de reimpresiones todavía sonando en los oídos (tirada demasiado limitada, difícil de conseguir en el mercado), experimentó con dos nuevas formas de publicar facsímiles: en 1927, salió la primera, una edición del Tesoro de la lengua castellana o española de Sebastián de Covarrubias (Madrid 1609), publicada en «edición microfotográfica» (nueve páginas reducidas en tamaño y publicadas en un libro de tamaño octavo que se leía con una lupa —la Fiske reading machine—; resultó difícil de utilizar y nunca fue repetida. Al año siguiente, intentó algo parecido con su edición en facsímil de la obra de Pedro de Alcalá, Arte para ligeramente saber la lengua arauiga (Granada, 1505), esta vez reduciendo el tamaño de la página original y reproduciendo nueve páginas en una página de tamaño folio, pero no recibió la acogida que hubiera querido, y tampoco fue repetido el experimento.
Después de esto, Huntington se dedicó a publicar catálogos de las colecciones de la Hispanic Society pero con dos excepciones notables. Siempre muy aficionado a la poesía (él mismo publicó trece colecciones de poesía entre 1933-1952), en 1917 patrocinó una colección de poesía de Juan Ramón Jiménez, antología que luego fue retirada y nunca llegó al mercado debido a, en la opinión de Huntington, un pecado imperdonable cometido por el gran poeta: el de dedicar la antología a Huntington y su esposa.15 También propuso, y recibió permiso del autor, una traducción al inglés del Campos de Castilla de Antonio Machado. Desafortunadamente, no logró llevar a cabo dicha traducción aunque en 1959 (cuatro años después de la muerte de Huntington) la Hispanic Society publicó un estudio del gran poeta por Alice J. McVan (la secretaria responsable de los archivos institucionales).16 También incluía una antología de la poesía de Machado, con traducciones por varios miembros del personal de la Hispanic Society.
Para Huntington, uno de los deseos que más le motivó fue el de evitar la «petrificación» de los libros en su colección. Quería que la gente tuviera acceso a sus colecciones al visitar la biblioteca o a través de sus ediciones facsimilares. Hablando de los coleccionistas, el crítico alemán Walter Benjamin dice: «para un coleccionista —y quiero decir un verdadero coleccionista, un coleccionista como debe ser— la posesión es la relación más profunda que se puede tener con los objetos. No es que los objetos tomen vida en el coleccionista; sino que es él quien vive en ellos».17 Así fue Huntington: un coleccionista «de verdad».