Señor Presidente.
Señores Ministros.
Autoridades Nacionales.
Señoras y Señores participantes.
Amigas y amigos:
Quiero agradecer al Gobierno de Colombia, a la Real Academia de la Lengua Española, en la persona de su Director y amigo Víctor García de la Concha, y al Instituto Cervantes, en la persona de su director, mi amigo Cesar Antonio Molina, el honor de invitarme a participar en este importante evento, el IV Congreso Internacional de la lengua Española.
Quiero asociar mis primeras palabras al merecido homenaje de este Congreso a mi querido y admirado amigo Gabriel García Márquez en su aniversario y en el de su Cien años de soledad, gloria de la literatura iberoamericana que tanto ha aportado a nuestra lengua, a nuestra cultura y a la imagen de una narrativa iberoamericana creativa, mágica y universal.
Quisiera comenzar refiriéndome a la perspectiva desde la cual habré de ubicar mis palabras ya que no soy, un especialista de nuestra lengua. Las mías no pueden ser sino las palabras de un practicante de la economía, de formación humanista que quiere y defiende nuestro idioma y se preocupa por su futuro. Pero además, porque me cabe el gran honor de estar al frente de la Secretaría General Iberoamericana que tiene entre sus dos lenguas oficiales al idioma español. Mi única aspiración es compartir con ustedes algunas de las reflexiones generales sobre el tema de este encuentro y asimismo discurrir sobre el papel que el español juega —y habrá de jugar aún más— en el futuro de la construcción de una Comunidad Iberoamericana de Naciones. Soy consciente que me dirijo a un auditorio mucho más calificado en estos temas que este servidor internacional del desarrollo económico y social, por lo cual confío en vuestra benevolencia para oír mis comentarios.
Permítaseme comenzar diciendo que para el economista que les habla, el español es ante todo un bien en varios sentidos. Es un bien en tanto que modo de expresión y de comunicación, y es un bien precioso en la medida que forma parte de nuestro ser más profundo, de nuestra profunda identidad. El mundo, la vida, nuestros semejantes, se nos aparecen —o mejor dicho los moldeamos— de una determinada manera por ese bien por el cual aprendemos y aprehendemos. Creo que de reconocer desde el inicio esa dimensión afectiva en nada afecta la seriedad de esta tarea, sino que más bien la coloca en su justo marco: a nadie puede exigírsele que aborde desde la neutralidad afectiva su relación con su país, su familia o su ciudad. ¡Algo similar ocurre con el idioma!
Siempre he visto en nuestro idioma un pilar sobre el cual nos asentamos, algo así como un modo de pararse y de estar en el mundo. Pero también como una manera de ir hacia los otros y un vehículo mediante el cual gente de otros horizontes, otras culturas y otros idiomas pueden conocernos mejor. Se trata de un bien que debe ser preservado, defendido y promovido como lo postula este encuentro, no a expensas de nuestra apertura al mundo, sino como modo de volcarnos a él, enriqueciéndolo y enriqueciéndonos. Se trata pues, de practicar una defensa abierta y generosa del español que nos proyecte y ayude a afirmarnos e insertarnos en el mundo, en lugar de aislarnos o embarcarnos en estériles combates de retaguardia.
No podemos perder de vista que nuestro idioma es hijo de una historia más que milenaria en el curso de la cual ha evolucionado, ha cambiado y se ha enriquecido de los más variados aportes. Los desafíos que enfrenta hoy no son nuevos, aunque nuevas puedan parecer ser las formas que revisten. El encuentro de España con las culturas originarias, el contacto con realidades geográficas, sociales, culturales y lingüísticas totalmente desconocidas, colocó nuestra lengua ante un escenario totalmente inédito al que respondió con creatividad, flexibilidad e imaginación. Nuestra América aporta al español, una dimensión mestiza al ensanchar el horizonte con la incorporación de vastos legados indígenas y africanos que ampliaron su masa demográfica, su extensión geográfica, su vocabulario y la gama de sus acentos.
El laboratorio histórico-social que fue la América Española primero y la América independiente después, generó nuevas demandas que se reflejaron en nuestro idioma, en particular los derivadas de los procesos acelerados de urbanización y de corrientes migratorias que llegaron a nuestras tierras con otros idiomas y otras realidades.
La sociedad hispanoamericana pastoril o atenuadamente urbanizada dio paso a otra, altamente concentrada, industrializada y urbanizada que generó modos de expresión peculiares, reflejadas en el español de las calles latinoamericanas, pero también en la música, la literatura, el periodismo, todo lo cual ha confluido en lo que es hoy nuestra rica lengua.
¿Cómo se percibe el papel de esta rica lengua en la construcción de una Comunidad iberoamericana de Naciones? ¿Cómo puede contribuir aún más a su consolidación y particular identidad? ¿Qué es en definitiva Iberoamérica hoy?
No es el caso en esta ocasión de incursionar en el tema de la naturaleza de Iberoamérica o aún de su vocablo, concepto que ha ocupado por muchas décadas a intelectuales, historiadores y escritores.
Partimos de una realidad: Iberoamérica existe. Es una colectivo político de 22 naciones que integran su comunidad. Representa el 9,2 % de la población mundial con casi 600 millones de personas, ocupa el l5 % de la superficie del planeta y ya alcanza a casi el 9,2 % de la economía mundial medida en términos de Producto Bruto Interno.
En esta comunidad, el español cuenta con más de 400 millones que usan su lengua para comunicarse, para constituirse en la cuarta lengua más hablada en el mundo, luego del chino, el inglés y el hindi. Y la segunda como medio de comunicación internacional.
Lengua oficial en 20 países en tres continentes y extendida a otras regiones como los Estados Unidos habitada por 40 millones de hispanos de los cuales más de la mitad utiliza el español como su primera o segunda lengua. El Instituto Cervantes nos dice además, que el número aproximado de estudiantes de español que no son de lengua española ronda los catorce millones de personas viviendo en Estados Unidos, en Europa, en Asia y en el miembro más grande de esta Comunidad, el Brasil.
En definitiva, aproximadamente el 6 % de la población mundial ya es hispanohablante y de acuerdo con las actuales tendencias demográficas, antes de mediados del presente siglo, el español será la segunda lengua internacional más utilizada en el mundo, después del chino.
El primer rasgo de esa Comunidad es pues su identidad lingüística. Uno de sus cimientos es el español. El otro, es la lengua portuguesa, hablada en Brasil y Portugal. Las Cumbres Iberoamericanas han reconocido a ambos idiomas, conjuntamente —y en un sentido hasta cierto punto unitario—, como la base lingüística común iberoamericana. Lenguas que por lo demás son las dos grandes lenguas internacionales habladas por más de cien millones de personas, que son al mismo tiempo y en líneas generales, recíprocamente comprensibles. Esta realidad, a veces desapercibida, supone el reconocimiento de un formidable bloque lingüístico iberoamericano de cerca de seiscientos millones de personas, con una inmensa potencialidad y actualidad en su ámbito geográfico y en el escenario mundial. Hace poco más de un año, en ocasión de la XV Cumbre Iberoamericana celebrada en Salamanca, los Jefes de Estado y de Gobierno dejaron expresa constancia de su complacencia por la decisión de Brasil de establecer la lengua española como materia de oferta obligatoria en el currículo escolar de la enseñanza secundaria del país, afirmando que esta medida contribuiría muy positivamente a una consolidación de los procesos de integración iberoamericana y al fortalecimiento del espacio iberoamericano.
Ambas lenguas contribuyeron pues a vertebrar naciones y sociedades a lo largo del proceso independentista americano y que en pocos años habrá de conmemorar el bicentenario de su iniciación, realidad que habrá de profundizarse en el futuro. Pero esa realidad no puede convertirse en un obstáculo para que dentro de ese espacio, se fomente el desarrollo armonioso de una enorme diversidad lingüística indígena y afro-descendiente, vehículo de comunicación de culturas originaras hoy patrimonio de todos. Riqueza lingüística que —como ya lo reconoció nuestro Gabriel García Márquez en el Congreso de la Lengua de Zacatecas— era tan grande, que hasta los mayas tenían un dios especial para las palabras. Como individuos y como pueblos nos sentimos unidos desde esta rica diversidad.
Así pues, esta Comunidad Iberoamericana constituye hoy un gran espacio multinacional fundamentado en principios y en valores, y en una identidad cultural y lingüística compartida.
El gran factor que caracteriza a esta Comunidad ha sido el gran mestizaje —quizás el primer gran producto de la integración de sus sociedades—. Mestizaje integral y creador, verificado a lo largo de una historia cinco veces centenaria, factor decisivo en la común y plural identidad iberoamericana; identidad que se asienta en los valores y tradiciones que transmite nuestra lengua. Iberoamérica constituye hoy una de las comunidades de naciones más naturales, verdaderas y espontáneas del planeta. Una Comunidad habitualmente considerada como pre-existente a cualquiera de sus formulaciones políticas e institucionales contemporáneas como nuestra propia Conferencia Iberoamericana.
Una comunidad que proviene de ese sustrato de identidad común, pero también de una laga y rica historia de intercambio y cooperación. Es bueno que lo señalemos en estos momentos de la historia de la humanidad caracterizada por tantos desencuentros sociales y de civilizaciones: no existen en este espacio grandes fracturas religiosas o culturales ni disputas geopolíticas de la dimensión y gravedad que se producen en otras regiones. Hay, ciertamente, discrepancias y a veces tensiones, pero no los conflictos o desencuentros que se observan en otras latitudes. Los intercambios culturales, humanos y económicos como lo que se han dado en América Latina en su conjunto y en sus subregiones, tienen siglos de historia y con los altibajos inherentes a estos procesos de cooperación se afianzan y agrandan permanentemente.
En ese espacio de lenguas valores y tradiciones compartidas, se han abierto nuevas vías de comunicación y de cooperación en todo el espacio iberoamericano. Me estoy refiriendo a los aspectos económicos. Los intercambios comerciales se han multiplicado y con ello también las oportunidades y las inversiones. España y Portugal se convierten en activos actores de la inversión en Iberoamérica. España acerca en las dos últimas décadas más de 150 000 millones de dólares en inversiones en empresas que van desde las energéticas y financieras a las de las comunicaciones y de infraestructura económica y social. Pero otro tanto está aconteciendo con las empresas latinoamericanas. Chile, Brasil, México, Argentina, Venezuela, Colombia, se convierten crecientes exportadores de capital con inversiones en el resto de América en cantidades crecientes y con áreas cada vez más diversificadas.
Los esquemas de integración regional avanzan con los altibajos propios de la cooperación comercial. América Latina es la región del mundo en desarrollo con mayores, más variados y más antiguas experiencias de integración económica. Pero se agrandan las iniciativas y sobre todo se movilizan formas de cooperación específica en distintos sectores como la energía, los transportes o las comunicaciones. En todo ello idiomas, tradición y culturas han sido fertilizantes de este quehacer que esta uniendo a las comunidades a partir de los intereses económicos y la creación de las empresas iberoamericanas.
¿Cómo no descubrir también la presencia de la lengua en la economía de los 40 millones de hispanos que viven en los Estados Unidos? En esa creciente realidad económica, social y política el español constituye una importante y creciente impronta en la cultura, las comunicaciones, el consumo y las inversiones. Cada vez son más las empresas que realizan publicidad en español para los consumidores latinos en Estados Unidos. Cada vez son más las radios y cadenas de televisión en español. Así pues, este polo hispánico de contornos cambiantes y todavía imprecisos, diversos en varios puntos de Estados Unidos, ilustra en forma muy vigorosa el vínculo entre lengua y actividad económica.
Otra dimensión muy importante la constituye las corrientes migratorias dentro del espacio Iberoamericano. Entre la Península Ibérica e Iberoamérica, y dentro de Iberoamérica donde las corrientes migratorias siempre han tenido las puertas abiertas a todos los destinos. Más de cinco millones de migrantes se han desplazado en Iberoamérica, de las cuales casi dos están en la Península Ibérica.
Problema de creciente significación, las migraciones de ayer y de hoy constituyeron valiosos aportes a los países de acogida llevados por las ansiedades económicas o por la expulsión de los acontecimientos políticos. ¿Cómo no reconocer que la lengua juega un papel central y determinante no sólo en el estimulo a las corrientes migratorias, pero también a la facilidad con que esas corrientes se integran a sus países de destino donde comparten una lengua común?
Así pues, Iberoamérica es en la actualidad un espacio vivo, basado en la confianza, la tolerancia y el pluralismo. Hay diferencias y diversidad de tamaño, de nivel de desarrollo y hasta de madurez de sus democracias, pero hay un diálogo fluido y no hay desequilibrios hegemónicos.
Quizás vale la pena recordar a ese ilustre mexicano Alfonso Reyes cuando nos recordaba que
si el orbe hispano de ambos mundos no llega a pesar sobre la Tierra en proporción con las dimensiones territoriales que cubre, si el hablar en lengua española no ha de representar nunca una ventaja en las letras como en el comercio, nuestro ejemplo será el ejemplo más vergonzoso de ineptitud que pueda ofrecer la raza humana.
¿Cómo responder a ese desafío de Alfonso Reyes?
¿Cómo transformar ese enorme potencial es una realidad pujante, haciendo pie en su identidad lingüística, de valores y tradiciones?; ¿Cómo hacer de la cooperación un instrumento efectivo para el desarrollo económico y social y la consolidación de sus democracias? ¿Cómo hacer que una Iberoamérica más fuerte tenga una presencia internacional más activa y vigorosa?
En 1991 en México, Iberoamérica se constituye formalmente en un espacio de diálogo y concertación. Las Cumbres Iberoamericanas han sido un espacio de diálogo y de aproximación de posiciones, de dialogo en la diversidad y también de espacio idóneo para identificar principios comunes. 16 Cumbres de Jefes de Estado y de Gobierno han servido a esos propósitos. De ellos han partido proyectos de cooperación entre grupos de países, 14 reuniones anuales de Ministros en las más variadas ramas que sostienen múltiples proyectos de cooperación; Foros de diálogo de parlamentarios, empresarios, representantes de la sociedad civil, cientistas sociales. Y desde hace un poco más de un año, una Secretaría para apoyar todos estos esfuerzos de poner en marcha proyectos e iniciativas convergentes para la profundización de la cooperación iberoamericana.
Permítaseme evocar aquí alguna de las áreas adonde se dirigen los esfuerzos en favor de la integración y la cooperación entre los países de Iberoamérica.
En primer lugar estamos procurando aprovechar las bases de nuestras lenguas comunes para potenciar un gran esfuerzo en materia educativa. Este objetivo no es nuevo. Desde 1948 que opera en Iberoamérica la Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación y la Cultura. No es el caso de recordar aquí algo sabido como es el papel determinante de la Educación en el crecimiento económico, en la justicia social y en la profundización y la madurez de nuestras democracias.
Pero con las modernas técnicas de comunicación se abren campos riquísimos para Iberoamérica. Hay 110 millones de personas que no han terminado su educación primaria y que con poco esfuerzo seria posible integrarlos a la alfabetización plena. Hace pocos días junto con la Organización para la Educación y la Cultura anunciamos un programa para liberar de analfabetismo a la región: el Plan Iberoamericano de alfabetización y Educación Básica de Personas Jóvenes y Adultas 2007-2010, para devolverles a esas personas la autoestima y la dignidad que merecen como seres humanos y para convertirlos en un elemento trasformador de sus vidas y de sus sociedades. Con el mismo espíritu partieron los esfuerzos por diseñar un Espacio Iberoamericano del Conocimiento concebido como un ámbito para promover la integración y fortalecer la generación, difusión y transferencia de conocimientos sobre la base de esfuerzos compartidos. Hay hoy en Iberoamérica 15 millones de estudiantes universitarios y eso cifra se estima que llegará a los 20 millones en 2012. Esta masa de jóvenes se suma a la gran cantidad de Institutos de Investigación en todas las ramas de las ciencias y las humanidades. Es preciso alentar y promover la mayor interacción posible de este esfuerzo entre todas las Universidades y Centros de Investigación de Iberoamérica.
En esa linea, los Jefes de Estado impulsaron la iniciativa de crear un programa de intercambio de estudiantes al estilo del programa europeo Erasmus para fortalecer la formación de los jóvenes pero también para fortalecer el conocimiento de Iberoamérica para los jóvenes e impulsar su incorporación al proyecto de construcción de una auténtica comunidad Iberoamericana.
En el ámbito de la cultura, el español constituye el soporte básico de muchas de nuestras manifestaciones literarias musicales o artísticas. De aquí se deriva algo muy tangible como la contribución económica de las industrias culturales basadas en la lengua común, al producto, el empleo y el ingreso. Las industrias editoriales, musicales de artes plásticas o escénicas, realizan una aportación relevate al Producto Interno Bruto que en varios países ya supera el 6 %. La propia industria de enseñanza del idioma es un factor de empleo significativo.
De ahí que los Jefes de Estado hayan aprobado en Montevideo el año pasado, una Carta Cultural Iberoamericana en consonancia con los principios de la UNESCO recientemente aprobados, reconociendo a la cultura como un elemento básico para la cohesión social. La cultura es el rasgo que mejor define a la comunidad Iberoamericana. La aplicación de los principios de la Carta va a contribuir al desarrollo integral de nuestros ciudadanos y al aumento de la cohesión social.
Reconocimiento especial merece en este campo iniciativa como el trabajo que desde 1961 viene realizando el CERLALC, Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe, organismo interamericano con sede en Bogotá que viene contribuyendo con eficacia la construcción de sociedades lectoras. También lo hacen proyectos como IBERMEDIA para la promoción del cine o la reciente aprobación del proyecto IBERESCENA para la promoción de las artes escénicas. Con igual objetivo estamos avanzando hacia la promoción de la Música en el área cultural Iberoamericana.
Viajan las palabras pero también viajan las personas. Como mencionamos anteriormente las migraciones son un componente esencial del espacio iberoamericano. El factor migratorio ha determinado la historia compartida de Iberoamérica hoy como en el pasado es un hecho de gran relevancia social, económica, política y cultural. La comunidad de lengua constituye uno de los primeros criterios orientadores de los flujos migratorios. Pero también contribuye a facilitar la integración del inmigrante, su inserción laboral y social y facilita su retoro a sus sociedades de origen.
La contribución del inmigrante a la sociedad de acogida se agranda con un idioma común. La contribución económica a partir de las remesas, el comercio nostálgico de los productos de sus países de origen, su creciente bancarización y el acceso al crédito, inversiones en viviendas y en pequeñas empresas hablan de un fenómeno de creciente significación económica.
Por eso, los Jefes de Estado y de Gobierno adoptaron en Montevideo una plataforma de principios y compromisos para abordar el tema migratorio que apuntan a dar un ejemplo al mundo de un tratamiento humanizado del tema que comience por reconocer la contribución del migrante a la sociedad de acogida y coloque el respeto de los derechos humanos —cualquiera sea la condición del migrante—, en el centro de todas las políticas de los países emisores y receptores.
El otro frente es el de seguir profundizando la cooperación económica iberoamericana. Comenzando por comprometer a esa cooperación con los esfuerzos integradores que se realizan en la región, tanto en forma de esquemas formales de integración como en las que se perfilan en el caso de las cooperaciones sectoriales o las inversiones de empresas iberoamericanas.
El papel de la inversión española a partir del descubrimiento del potencial iberoamericano por parte de las empresas españolas deberá continuar. No me cabe duda en el papel que las perspectivas de negocio determinan estas inversiones. Pero tampoco están ausentes las afinidades culturales y el factor estimulante de una lengua compartida. Pienso que la próxima frontera de las comunicaciones de los intereses económicos habrá de fluir hacia las pequeñas y medianas empresas. En estos sectores la comunidad de culturas y de lengua juegan un papel aún más determinante. No debemos olvidar el papel creciente que el capital social de una sociedad constituido por su cultura, sus valores y sus tradiciones, unidos por un cordón umbilical que es la lengua común tienen en materia de cooperación económica e inversiones empresariales. Estos factores no pueden ser ignorados cuando se apela a los factores que determinan el progreso de las sociedades. Tampoco lo pueden ser cuando están detrás de los procesos de inversiones empresariales. Podríamos afirmar que la comunidad iberoamericana en un sentido amplio comparte un capital social común que puede servir para apoyar un crecimiento dinámico y compartido.
En este contexto quisiera mencionar la importancia de trabajar en el Valor Económico del Español. Un conjunto de distinguidos especialistas españoles vienen promoviendo un trabajo de investigación y discusión sobre el tema con el auspicio de esta Secretaria y de la Fundación de Telefónica. Sus análisis están siendo debatidos con especialistas iberoamericanos en distintas localidades de la región. El tema es relevante para nuestro espacio iberoamericano. No resulta sencillo establecer unos criterios de valoración económica de un bien con tantos y tan complejos aspectos y que permea toda nuestra realidad social, cultural y política. Pero en el camino de la construcción de una Comunidad Iberoamericana de creciente proyección internacional debemos perseverar en el esfuerzo de nuestra integración lingüística en esfuerzos especialmente dirigidos a los jóvenes, crecientemente educados y con ganas de ganar.
Pero aún tenemos muchas carencias. En la actual sociedad de la Información la presencia relativa del español es inferior al 10 % de los contenidos, por debajo de la participación de lenguas mucho menos habladas. Nuestra presencia en sectores estratégicos como la ciencia y la tecnología son débiles. Importa poner en marchas políticas deliberadas y concertadas para avanzar en nuestra presencia en Internet y poner en marcha una gran puerta iberoamericana para el desarrollo de la ciencia y la tecnología. La enseñanza superior debe merecer un apoyo especial como a esta ocurriendo en las crecientes vinculaciones de cooperación auspiciadas por las propias Universidades y la cooperación privada. Tenemos que tentar con determinación que el español se acerque en estos ámbitos a los niveles relevantes que ha logrado en la literatura o en la música.
Valoración económica en ámbitos tan diversos como la promoción de la lengua española en la diplomacia, en las organizaciones internacionales o en los cursos de español como lengua extranjera, en el creciente impacto en los flujos turísticos. Todos estos aspectos ganan en eficiencia y profundidad si son abordados con esfuerzos multilaterales y no solamente nacionales.
La consolidación y profundización de esta Comunidad Iberoamericana y su vertebración reposa en sus lenguas, su cultura, sus valores, sus crecientes intereses económicos.
Esa vertebración le permitirá afianzar mecanismos de cooperación que servirán a los objetivos del desarrollo económico, social pero también el político, a través del fortalecimiento de sus democracias.
A medida que mejoremos avanzando en esa tarea, también se afianzará la presencia de Iberoamérica en la escena internacional como tal; como Comunidad Iberoamericana.
Algo ya está aconteciendo con la aprobación por parte de los Jefes de Estado de principios fundamentales del internacionalismo iberoamericano, basado en el respeto a la ley internacional y el compromiso con los propósitos de las Naciones Unidas.
Una creciente presencia internacional de Iberoamérica nos hará bien como naciones, pero también fortalecerá la presencia activa en la consolidación de la paz y la justicia en el mundo.
En esta edición del Congreso de la Lengua debemos reconocer que precisamos un esfuerzo concertado a nivel iberoamericano para atender la creciente demanda que nos llega desde los cuatro confines del mundo por aprender el idioma español en cuyo esfuerzo el Instituto Cervantes viene cumpliendo un excelente papel.
Acaba de finalizar en Medellín el XIII Congreso de la Asociación de Academias de la Lengua que ha permitido culminar la preparación de una nueva Gramática común a todos los países iberoamericanos. A este esfuerzo pionero se une la adopción de un sistema de certificación del español como lengua extranjera también común a todos nosotros. ¡Qué bueno que esos logros hayan culminado en Colombia, país donde su Academia tiene por divisa «la lengua es nuestra patria»!
La Patria de la palabra y de la lengua. La que siguiendo a Antonio Muñoz Molina, presente en este encuentro
me enseñó a expresarme mediante ese signo supremo de la condición human a, la palabra inteligible, la palabra que significa y nombra y explica. No la que niega y oscurece, no la que siempre a la mentira, la oscuridad y el odio.
Es esa misma lengua española en la que aprendí a ampliar los horizontes de mi vida, en la que me fue trasmitido el culto por la libertad, la paz y la justicia. Ocasión esta para rendir homenaje a los miles de maestros y profesores de toda Iberoamérica que desde sus modestos niveles de vida han hecho de la enseñanza de idioma una misión y nos han permitido apropiarnos de este maravilloso instrumento de trabajo, amor y comunicación que es la lengua española.
Esa lengua integrada de la que nos dice el maestro Gabo «palabras inventadas, maltratadas y sacralizadas por la prensa, por los libros desechables, por los carteles de publicidad, habladas y cantadas por la radio, la televisión, el cine, el teléfono, los altavoces públicos; gritadas a brocha gorda en las paredes de la calle o susurradas al oído en las penumbras del amor».
Las palabras de nuestra lengua española. Una lengua de diversos acentos, colores y sonidos. Un lengua que contiene la sabiduría de Roma, las tradiciones del islam desde el Alcazar al zahori, que contiene el sfaradi jalom de la lengua hebrea, el sueño español. Una lengua que se enaltece con la traducción e ilustración al quechua, por indígenas bilingües, un Don Quijote que ya sabe que la mayor parte de la Mancha reside al otro lado del mar y que sabe con Carpentier que dado que toda la historia de América es una crónica de lo real maravilloso, que el mayo esplendor, nuestro momento de prosperidad, esta todavía por venir.
Termino recordando al maestro Carlos Fuentes cuando nos decía:
revelemos, en el proceso globalizador, la riqueza de las identidades del mundo mediante la defensa de las diversidades del mundo. No temamos a nuestra propia fuerza. No hay discurso sin nuestra voz.
Muchas gracias.