Señoras y señores:
Cada vez que nos reunimos en estos Congresos de la Lengua podemos constatar un hecho que en el día a día, unas veces de forma intuitiva y en otra ocasiones con las evidencias que proporcionan los datos de diversos estudios e informes, debería llenarnos de satisfacción: el español goza de muy buena salud, es una lengua que goza de gran vitalidad y dinamismo; cada vez es hablado por mayor número de personas, es objeto de estudio en los lugares más diversos del mundo y su presencia en el ciberespacio es cada día más firme y abundante.
Pero, bajo esa realidad incuestionable, aparece siempre la sombra de una cierta decepción: nuestra lengua no ocupa el lugar que le correspondería como idioma para la transmisión del conocimiento ni de intercambio, aunque también hemos avanzado algo y empiece ya a hablarse en distintos ámbitos del valor económico del español, de nuestra lengua como materia prima fundamental para multitud de sectores de actividad.
Nos encontramos en un estadio de desarrollo conocido como Sociedad de la Información y del Conocimiento, caracterizada por la capacidad de sus miembros para crear, procesar y comunicar cualquier tipo de información, que naturalmente se expresa en cualquier lengua. Cualquiera de ellas puede ser trasmisora de la herencia cultural, de la identidad de un pueblo, del pensamiento y del conocimiento por complejos que sean sus contenidos.
Reivindicar la importancia que el español ha tenido y tiene como vehículo de comunicación de la creación intelectual, poética, literaria y cultural es innecesario, especialmente en un foro como este, en que, entro otras cuestiones, se conmemora el aniversario de una obra emblemática como es Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez. Obras compuestas a uno y otro lado del océano, en momentos distintos, con motivaciones diferentes, pero todas en nuestra lengua común, han alcanzado cotas difícilmente superables y se han incorporado por derecho propio a la historia de la literatura universal.
Sin embargo, frecuentemente se olvida que el español fue, salvadas las lenguas clásicas, el primer idioma de comunicación científica y de que mantuvo este carácter durante cientos de años, apoyado en la capacidad del Reino de Castilla para atraer a sabios de todo el mundo, para incorporar la herencia cultural del pasado y, con esos mimbres, amparar nuevas creaciones.
En el siglo xii Castilla se convirtió en un lugar de convivencia entre las religiones cristiana, islámica y judía y muchos sabios encontraron en ella refugio. La llamada Escuela de Traductores de Toledo hizo posible la difusión del saber grecolatino que había sido volcado al árabe o al hebreo y que, a partir de estas versiones, fueron traducidos unas veces al latín, utilizando como puente la lengua vulgar y otras muchas directamente al castellano.
Así nuestra lengua sirvió como vehículo de comunicación del buena parte del saber, no sólo humanístico y filosófico, sino también científico: obras de medicina, astronomía, botánica, aritmética, cartografía, etc. encontraron en el castellano su medio de expresión y comunicación. En castellano son conocidos estos textos por los estudiosos que, desde distintos puntos de la Península y Europa, se trasladan a Castilla y a Toledo para profundizar en el conocimiento y estudio de las distintas materias.
La llamada Escuela de Traductores cumplía, perdóneseme la licencia, una función similar a la que hoy desempeñan los grandes centros de documentación y las bases de datos científicas y bibliográficas.
Además la creciente pujanza del Reino de Castilla, unida a la tolerancia de sus monarcas, la convierten en un foco de atracción para estudiosos y sabios árabes, hebreos y también europeos. Al tiempo Alfonso X el Sabio se adelanta a todos los demás países en la utilización y dignificación de una lengua romance —el castellano— en textos jurídicos, filosóficos y científicos.
Tiempo después, en 1492, Antonio de Nebrija nos ofrece su obra capital Arte de la lengua castellana, primera gramática creada para una lengua romance y expresada en esa misma lengua. Ese mismo año, Colón navegaba hacia América y la obra de Nebrija tenía entre sus propósitos facilitar a los nuevos pueblos el aprendizaje del castellano, que, con el Descubrimiento, se convertiría en español. Esta intencionalidad derivaba del convencimiento —según expresaba el propio Nebrija— de que siempre la lengua fue compañera del Imperio, afirmación que formula la correlación que siempre ha existido entre poder político y económico y lengua.
Y, evidentemente, mientras el Imperio español fue poderoso existía en su territorio creación científica que se expresaba y comunicaba en la lengua del Imperio y así, por ejemplo, el primer tratado anatómico de Europa está compuesto en nuestro idioma.
Pero, además, existía una clara voluntad política y un patente orgullo en el uso de la lengua en todo momento y en toda ocasión como ilustra una anécdota del emperador Carlos V, quien en la Corte Pontificia , desobedeciendo el protocolo lingüístico de la época que imponía el uso del latín, se expresa en castellano. La intervención del emperador suscita las protesta del embajador de Francia y provoca una réplica de aquel que, de forma categórica, dice: «Entiéndame si quiere y no espere de mí otras palabras que de mi lengua española, la cual es tan noble que merece ser sabida y entendida por toda la gente cristiana».
En términos parecidos se expresa Gracián que en el Criticón califica la lengua española de universal como su Imperio.
Sirvan estas breves referencias históricas para insistir una vez más en que ninguna lengua es mejor que otra y que no son razones lingüísticas ni históricas, sino políticas, económicas, de reputación y prestigio, lo que transforma a una lengua en preferida para la comunicación de ideas, pensamiento y conocimiento y para el intercambio y el tráfico comercial y económico. El inglés no presenta característica alguna que le haga especialmente útil para la transmisión de contenidos científicos, tecnológicos, políticos o diplomáticos.
Bien es cierto que los progresos y avances de la ciencia y de la técnica han dado lugar a la aparición de un léxico concreto y específico que, al tener su origen mayoritariamente en Estados Unidos, se expresan en inglés, haciendo de este idioma una especie de lengua franca, especialmente a partir del fin de II Guerra Mundial y de la toma del liderazgo científico y tecnológico por Estados Unidos, desbancando a Alemania, Francia y a otros países europeos, cuyos mejores científicos fueron atraídos y reclutados por centros americanos.
En todo caso, creo que desde los países hispanohablantes tenemos que enfrentar la situación y definir estrategias y políticas activas que impulsen el desarrollo de la lengua, no solo en términos cuantitativos, sino también cualitativos. Hay que prestigiar el español no solo como vehículo de identidad y de cultura, sino también como activo económico.
El español tiene la gran fuerza que le proporcionan los 480 millones de hablantes distribuidos por el mundo y el ser la lengua oficial de una veintena de países que, además, están avanzando con paso firme en la senda del desarrollo. Este gran volumen de hablantes representa indudablemente una gran ventaja y una gran oportunidad. Está claro que los hispanos constituimos un gran mercado y cada vez más quienes nos ofrecen productos y servicios recurrirán a la lengua nativa de sus potenciales clientes para realizar sus transacciones comerciales. De hecho, en Internet las páginas en español y la referencias a España y a otros países hispanos es abundantísima, si bien muchas de esas referencias no tienen su origen en nuestros países sino que son producidas y difundidas desde otros ámbitos y, a veces, en otros idiomas.
Nuestro reto es pasar a desempeñar un papel activo y ser capaces de asumir el protagonismo en las comunicaciones y en las transacciones, asumir el papel de emisores y generadores de contenidos en toda la amplia diversidad de campos, pero sabiendo que ni el origen en un determinado territorio ni la lengua en que se comuniquen constituyen un argumento relevante ni suponen valor añadido alguno. Lo realmente importante es que los contenidos en cuestión sean de calidad e interés, que tengan relevancia y significado por sí mismos para la persona y el público al que se dirigen.
Por ello, la oportunidad teórica que representa el gran número de hispanohablantes y la amplitud territorial en que se ubican tiene que concretarse mediante acciones concretas de las administraciones públicas y de la sociedad civil, muchas de las cuales van a requerir esfuerzos, tiempo, generosidad, amplitud de miras y, sobre todo, perseverancia.
Tal vez la primera acción debería dirigirse a intensificar los recursos y medios que nuestros países dedican a lograr una educación y una enseñanza de calidad, así como para asegurar la equidad en el acceso a la formación con el fin de que no se desperdicien talentos por causas económicas o sociales.
Bajo las mismas circunstancias y condiciones, pero aún con mayores niveles de exigencia y rigor, debería reforzarse e impulsarse la enseñanza universitaria, potenciando además su capacidad de investigación e innovación, en conexión con el mundo empresarial y con otros centros de investigación públicos y privados.
Probablemente la investigación concertada entre universidades, centros de investigación públicos y privados y empresas permita configurar un clima y en un entorno propicio para que nuestros investigadores puedan desarrollar su carrera profesional y contar con los recursos y medios necesarios para desarrollar su trabajo y evitar así que tengan que desplazarse a otros países para cumplir con su vocación investigadora.
En cualquier disciplina que consideremos, científicos de origen hispano ocupan lugares destacados, pero, salvo excepciones, la mayor parte de ellos se encuentran trabajando en centros universidades que no corresponden a su país de origen y normalmente su lengua de comunicación profesional y de transmisión del contenido de sus trabajos a la comunidad científica se realiza en inglés.
Si los esfuerzos en educación dan resultado y logramos que nuestros científicos e investigadores puedan permanecer en sus países de origen, habríamos cubierto felizmente una etapa, pero aún nos faltaría algo: publicaciones y medios en español, consolidados y prestigiosos en los que publicar, dar a conocer y difundir el resultados de los trabajos realizados e incluso en los que pudieran publicarse trabajos de autores que se expresan en otras lenguas, pero volcados al español. Todo ello es cuestión del prestigio y reputación que tales publicaciones —físicas o digitales— pudieran llegar a alcanzar. En todo caso, es un esfuerzo que creo merece la pena realizar y que posiblemente nuestras industrias culturales. Muchas veces trasnacionales, de gran potencia e implantación, podrían abordar con esperanzas de éxito, pero sabiendo que la prueba del nueve es su aceptación por la comunidad científica.
Somos muchos hablantes, muchos países y entre nuestros connacionales hay personalidades muy relevantes en muy diversas disciplinas y deberíamos hacer valer nuestra fuerza. Deberíamos reclamar que en congresos, seminarios, jornadas, foros internacionales, etc., el español sea reconocida como lengua oficial y lograr que todos los materiales que se generen sean traducidos a nuestra lengua.
Sería conveniente también impulsar la creación de centros de documentación y de repertorios bibliográficos en español, que estructuren y faciliten el acceso a toda la información disponible.
Hay que adentrase sin complejos y con toda la capacidad creativa de la que seamos capaces en el mundo de Internet, con contenidos relevantes y de interés. Como he señalado antes, en estos momentos existen en la Red multitud de contenidos en español, pero lamentablemente en muchos casos no proceden de autores de nuestro ámbito cultural y lingüístico, sino que son ofrecidos por agentes de carácter multinacional o anglosajón y con intereses muy diversos.
En los últimos años de la mano de la evolución tecnológica y de la capacidad de innovación de las personas están surgiendo nuevos patrones de uso de Internet, que pueden tener un gran alcance y significación en un futuro próximo. Tal vez el hecho más relevante sea la adopción del rol de producción de contenidos por parte de los ciudadanos, lo que puede suponer un salto cualitativo de los servicios en los que prima un creador individual, así como la popularización de las redes sociales.
El crecimiento de las weblogs y podcast y las herramientas de promoción social de las informaciones diggs son un claro exponente de este fenómeno y pueden tener un gran efecto dinamizador sobre el conjunto, aunque, en este punto debería pedir disculpas por utilizar una terminología inglesa, pero, como he dicho antes, el léxico específico de la tecnología aún está dominado por el inglés.
De acuerdo con el informe la Sociedad de la Información en España 2006, realizado por la Fundación Telefónica, un 11,3 por ciento de los internautas españoles crea weblogs y un 13,1 por ciento pertenece a alguna red social. Creo sinceramente que estos datos, aunque modestos, son alentadores y nos permiten concebir esperanzas de que muy pronto la producción en español en los distintos hábitos por parte de quienes tienen por lengua el español cobrarán un mayor protagonismo en la Red y solo queda esperar que, entre ellos, abunden las personas que tengan cosas importantes que comunicar.
No quisiera acabar esta referencia al mundo de Internet sin mencionar una nueva forma de entender la Red que puede ser de gran interés. Me refiero a los sistemas de recomendaciones o creadores de gusto, basados en el conocimiento social y construidos a partir del análisis del comportamiento de los usuarios, que aplicados al ámbito editorial y a la difusión del conocimiento pueden ofrecer posibilidades insospechadas.
El español para las empresas del sector de las telecomunicaciones y para las industrias culturales es un activo competitivo, una materia prima de gran importancia y, por ello, resulta especialmente interesante el estudio y el debate hoy en curso sobre el valor económico del español, que puede abrir nuevas perspectivas de trabajo.
Para acabar, me gustaría expresar mi fe en que la situación del español va a seguir mejorando. La presencia de importantes empresas españolas en distintos lugares del mundo está teniendo efectos positivos, tanto en términos económicos, como en aspectos sociales y culturales. En este sentido creo que es reseñable la labor que vienen realizando las empresas del Grupo Telefónica, apoyando, tanto en el mundo real como virtual, el español como lengua de relación, de comunicación e intercambio, impulsando la I+D+I, que se traduce en multitud de patentes, que son comunicadas y difundidas en español, así como el despliegue de nuevos servicios y aplicaciones que tienen como lengua de uso el español.
Para no extenderme más, quisiera concluir diciendo que todos deberíamos sentirnos orgullosos de nuestra lengua por su historia y por su presente, que deberíamos defender y reivindicar sin complejos su uso en todos los foros y organismos internacionales. Pero, sobre todo, tenemos que ser capaces de crear las condiciones educativas, sociales y de desarrollo precisas para que nuestros ciudadanos hispanohablantes sean protagonistas en la construcción del saber en las distintas disciplinas y luego, como no, comunicarlo a través de unas potentes industrias culturales. En definitiva, tener qué comunicar y luego disponer de los medios adecuados para hacerlo.
En todo caso, creo que el tiempo juega a nuestro favor y que la comunidad hispana todavía tiene muchas cosas que decir al mundo y, además, en español.
Muchas gracias por su atención.