Carlos Germán Belli

Las palabras como eslabonesCarlos Germán Belli

Hace muchísimos años alguien escribió unos versos, que me permitiré leer  como una suerte de epígrafe, justo o no —no lo sé— de nuestra intervención: «Estos chiles, perúes y ecuadores, que miro y aborrezco…»1. Evidentemente lo que odia aquí el hablante poético no es a Chile, Perú y Ecuador, sino las fronteras geográficas que a dichos países los separan inflexiblemente. Pienso que quien escribió las mencionadas palabras creía a pie juntillas en la unión o integración latinoamericana, y por cierto tácitamente en que la literatura podría ser un hecho integrador.

Como cosa previa quiero poner los puntos sobre las íes en lo que voy a manifestar aquí: todo girará en torno a Hispanoamérica, y solo en relación a su poesía. Y, además, el que va a hablar es únicamente un simple testigo ocular del pasado y del presente de su región, es decir, donde el español constituye el idioma que nos vincula. Pero desde ahora me permito conjeturar que, en fin de cuentas, llevaré agua para mi molino, pues las reflexiones, que me permitiré hacer, estarán referidas mayormente al Perú, que es mi centro geográfico, por haber nacido y vivido casi siempre allí.

Y enseguida me retrotraigo hasta  la segunda mitad del siglo xix, a un momento muy especial de nuestras letras, como es  la corriente modernista impulsada por unos jóvenes escritores diseminados entre México y Buenos Aires, muchos de los cuales nunca se habían visto entre ellos, que habían asumido la escritura con una extrema pasión formalista, hasta convertirse en héroes del arte.2 El rasgo común predominante era la asunción de las resonancias literarias francesas de esos días, primero las maneras parnasianas, y luego las maneras simbolistas. En consecuencia, eran conscientes  del aporte de América a la revolución poética en español, y estaban orgullosos de formar parte de una generación americana independiente.3 Todo ello nos hace pensar que, sin ningún plan preconcebido de por medio,  sin que sus protagonistas fueran unos deliberados propagandistas, el movimiento modernista  resulta como una piedra angular de la integración  hispanoamericana, y que nítidamente pone en evidencia de que la literatura es uno de los medios coadyuvantes de unión. Por la grandeza artística de su obra, que lo convierte en un clásico de la poesía en nuestro idioma, Rubén Darío, el adalid modernista, es considerado como el libertador de nuestras letras, y como tal entonces se convierte en un virtual ciudadano hispanoamericano. Prácticamente, un ejemplo de cómo la literatura —experiencia solitaria ante una página en blanco— puede aunarnos, favoreciendo la interconexión entrañable de los pueblos.

El modernismo, en su temática inspirada en lo exterior, ofrece registros diversos, desde lo helénico, lo francés del siglo xviii, hasta lo americanista. Esto último lo prueban una y otra vez los poemas de José Santos Chocano, para quien la historia y la naturaleza de América Española son unas de las fuentes principales de su fecunda escritura. El fervor con que nos habla de su región natal, Chocano nos ha hecho recordar por contraposición el aborrecimiento  luciferino que profesa el montevideano Conde de Lautréamont, contra toda la creación divina en su libro Los cantos de Maldoror. Pero, en honor a la verdad, la aventura literaria no siempre es inclinada al odio, y en cambio puede expresar amor incluso en todo un poemario, como Alma América, que compuso Chocano, con objetividad fotográfica, en que los animales, las flores, los héroes ancestrales y los hombres simples, como el charro, el llanero y el gaucho,4 se juntan emblemáticamente codo con codo.

La vida y la obra del escritor peruano, caracterizadas por la precocidad, la fecundidad y el éxito fulgurante, constituyen de suyo el anticipo de lo que vivirá  y escribirá Pablo Neruda en el curso del siglo xx. En Canto general, el eje temático es asimismo América, particularmente lo histórico y social. En uno y otro caso, se eslabona de modo fehaciente la palabra poética como rotundo medio integracionista, por encima de las fronteras dejando vislumbrar una realidad  fusionada como un todo por  su inspiración, incesante y torrencial. Allí, en Canto general,  el lector peruano con emoción repasa Alturas de Macchu Picchu, y se alegra profundamente cuando se entera de que se suele decir que esta sección es la más notable del monumental poema. Y, más aún, el homenaje a Tupac Amaru, que también se lee allí, y el que Neruda le tributa a César Vallejo, en Odas elementales, en cuyos versos parece prolongarse los ecos de sus palabras cuando habla acerca de la milenaria ciudad incaica; e igualmente otro poema que lleva como enigmático titulo solo la letra V y que aparece en el libro Estravagario.5

Siempre a la luz del homenaje literario, pienso entonces en el poema de Jorge Luis Borges denominado «El Perú»,6 que encarna una doble exaltación: la del país legendario grabado de modo imborrable en la memoria del lector niño, que fue Borges; y, la otra, cuando de improviso aflora la mención a José María Eguren, en medio de la profunda evocación; y, claro está, que ello nunca deja de conmovernos. Y si seguimos en la misma dirección geográfica, descubrimos que el bonaerense Enrique Molina homenajea al limeño César Moro,7 e incluso en otra composición, tal vez desde su ciudad natal, fija la mirada en el lejano cielo plúmbeo del invierno de Lima.8

No solo el acercamiento de las voces, sino también el de los propios autores, cuando estos se reconocen como verdaderos allegados por la común experiencia de las letras, que es una actividad humana entrañable y ardua, y que por tal razón los une evidentemente con más firmeza. No podemos dejar en el tintero entonces la aproximación de algunos escritores chilenos y peruanos, ocurrida en las últimas décadas, y que ha constituido una suerte de tácita confraternidad literaria, por encima de los avatares históricos, lo cual hace que tal situación sea más apreciada.

Pero volvamos a los mismísimos libros y al ámbito de Hispanoamérica, que por allí iniciamos nuestras reflexiones. Son las antologías de poesía hispanoamericana, donde los escritores quizás se lean por primera vez a causa de la penosa difusión de sus poemarios, y en donde como en un haz de mieses se encuentran sus palabras de sonido distinto, aunque de una misma familia idiomática. Son las palabras que en sí portan la particularidad de la unión sintáctica, cuando se entrelazan con otras para constituir la oración; pero, como aquí hemos visto, también son poderosos eslabones para aunar estrechamente a las colectividades, y vislumbrar así la integración política y cultural. Esto bien lo prueban las antologías, en que los autores allí presentes y los lectores que hasta allí lleguen, tal vez sientan que han asumido una ciudadanía mayor que la habitual, esa que se corona merced a la boda de la pluma y la letra.

Notas

  • 1. Belli, Carlos Germán Belli, 1969. El pie sobre el cuello  (Montevideo: Alfa).Volver
  • 2. Anderson Imbert, Enrique y Florit, Eugenio, 1960. Literatura hispanoamericana. Antología e introducción histórica (Nueva York: Holt, Rinehart and Winston, Inc).Volver
  • 3. Id.Volver
  • 4. Chocano, José Santos,1974.Prólogo y selección de Carlos Germán Belli. Antología (Lima: Peisa) Volver
  • 5. Neruda, Pablo, 1968. Obras completas II (Buenos Aires: Losada)Volver
  • 6. Borges, Jorge Luis, 1976. La moneda de hierro (Buenos Aires: Emecé) Volver
  • 7. Molina, Enrique, 1980. Los últimos soles (Buenos Aires: Editorial Sudamericana)Volver
  • 8. Molina, Enrique, 1989. El ala de la gaviota (Barcelona: Tusquets Editores)Volver