No es fácil para un autor de canciones definir cuál es el modo idóneo de escribir y componer sin caer en vaguedades o en excesos formalistas, dado que la creación artística implica una libertad absoluta y un criterio subjetivo.
Es casi obvio decir que cada artista es, en sí mismo, todo el arte, de manera que no existe la música, sino las músicas, y cada compositor tiene un concepto personal para crearla y comunicarla.
Mi concepto de canción sería algo así como un compendio de melodía y texto de tal manera que el texto pueda ser leído como un poema sin necesidad de la melodía y que la melodía en sí pueda ser interpretada sin necesidad de letra alguna.
No entiendo la canción sin una clara vinculación con la tradición poética y con unos mínimos básicos de riqueza armónica. No me contenta una letra a modo de crucigrama que se limite a ser la excusa para construir un pequeño juguete musical que consiga divertir medianamente durante unos tres minutos y que sea perfectamente olvidable, ni una música sonsonete que sirva como mera excusa para cantar un texto. No me parece acertado, en definitiva, el modo en que actualmente se desenvuelve la música.
Para mí lo deseable es que esas pequeñas obras se conviertan en grandes porque permanezcan mucho tiempo en la memoria sentimental de las personas que las oyen, que las eligen y las incorporan a su vida cotidiana, como si fuera la banda sonora de sus días y sus emociones. No me parece digno ni aceptable que en detrimento de una mejor calidad creativa la canción sea manejada por una mercadotecnia que pretende convertir en un gran acontecimiento lo que no es más que un hallazgo oportunista y, en la mayoría de las ocasiones, una mera copia de alguna otra canción que ya fue un éxito de ventas. Poca o escasa sentimentalidad puede haber en los criterios mercantiles en los que grandes ventas significan éxito y pocas ventas fracaso.
Hemos venido a hablar de la canción en lengua española y el efecto que en ella pueda causar la globalización.
Ignoro qué quiere decir exactamente globalizar. Por cierto, en el diccionario de la Real Academia Española que tengo en casa no aparece nada todavía, supongo que en Medellín habrán tomado cartas en el asunto y el término ya estará incorporado al diccionario, lo que sí aparece es global y significa ‘tomado en conjunto’. Esto, aplicado a la música, debe entenderse como que todas las músicas del planeta estén a nuestro alcance y, en principio, el término globalización resulta muy interesante y beneficioso por ofrecernos así, de buenas a primeras, la oportunidad de gozar de toda la cultura musical del mundo. Pero inmediatamente uno se pregunta:
¿Toda clase de música al alcance de cualquiera o toda la música comercial al alcance de cualquiera?
Mucho me temo que es más bien lo segundo que lo primero.
Con toda probabilidad debe de haber en Estados Unidos, país rey en cuanto al negocio de la música, una infinidad de buenos autores e intérpretes de los que jamás vamos a tener noticia, porque exigen al público un poquito de paciencia y de atención, porque hay que escuchar lo que están diciendo, porque hay que pensar un poco en lo que están diciendo y dejarse emocionar por algo que no está en la superficie y, por lo tanto, nunca van a ser un éxito de ventas porque, en definitiva, a las grandes multinacionales del disco solo les interesa la audiencia que consume y olvida fácilmente.
No es un descubrimiento decir aquí que la industria discográfica en lengua española es subsidiaria de la anglosajona y funciona con el criterio que acabo de señalar, así oímos música adocenada, copia de la copia de la última copia, y lo peor es que es una copia en español de una canción inglesa o norteamericana. Y es más que improbable que nuestra copia se venda más que el original.
Esa ligereza que obliga a encontrar el estribillo pegadizo nos aleja muy mucho de mejorar la canción con un lenguaje mínimamente elevado y, por supuesto, nos aleja de la riqueza poética que el español ha llegado a alcanzar a lo largo de muchísimo tiempo gracias al esmero y el tesón de nuestros grandes poetas.
Yo no digo que la canción no tenga que ser breve, directa, sencilla y fácilmente recordable, lo que no debe ser es mediocre y endeble, y a tratar de enmendar eso se dedica una buena cantidad de autores en toda América Latina y en España. Muy probablemente los buscadores de emociones estén al corriente de su existencia, Internet está ahí para facilitárselo aunque habría que dedicar otra larga charla para hablar de la piratería y del robo de los derechos de autor. De cualquier modo se agradece la existencia de dichos buscadores de emociones, pero las mayorías, esas que tanto cuentan en estadísticas y estudios sociológicos, siempre van a quedar a desmano de una canción que, aunque solo sea durante tres minutos, nos haga mejores, más nobles, más profundos y, por qué no decirlo, más cultos y más felices.