He aprovechado esta sesión para desarrollar un tema que, de un tiempo a esta parte, me interesa. Se trata del español como lengua de cultura internacional.
Es cierto que poseemos un idioma rico y móvil, mezclado y combinador, atravesado por el sincretismo y que, en nuestro siglo veintiuno, ese idioma ocupa el cuarto puesto en el mundo. Es cierto, también, que con más de veinte países y 350 millones de personas que lo recrean y lo inventan diariamente, ese idioma abarca superficies abrumadoras. Es cierto, igualmente, que a lo largo de esas superficies y dentro de esas variaciones nacionales sobre un mismo tema hemos logrado seguir imaginando y creando palabras y pensamientos, sin perder, a lo largo de los siglos, la posibilidad de seguir entendiéndonos, contrariamente a otros idiomas que, como el árabe, por ejemplo, se han babelizado.
Sin embargo, si bien es cierto todo lo anterior, y lo es, y si pensamos que forja nuestras mentes y que reside en nuestras lenguas, labios y bocas uno de los más variados y densos idiomas del mundo, entonces, ¿por qué en el ámbito de la cultura mundial y del periodismo cultural internacional no ocupa el español el lugar que le corresponde?
Hubo, sin embargo, un tiempo en que nuestro idioma desempeñó un papel central en la cultura del mundo. Comenzó, luego de los viajes de Colón, cuando en el idioma de los monjes y los cronistas de la conquista se inventaron los primeros textos de etnografía occidental, una suerte de protoetnografía, y se convirtió el español en la fuente exclusiva de conocimientos sobre América que describía sin apelación a los europeos cultos de la época, las costumbres de los indígenas, la fauna, la vegetación y los frutos del mar Caribe y de este continente americano, pasando ese Nuevo Mundo por sus cedazos lingüísticos, soslayando o suprimiendo cualquier otra versión de aquella conquista.
Gracias a otras victorias políticas en el continente europeo, un siglo después del primer viaje de Colón, se leía y se hablaba el español como la gran lengua pensante y culta de Europa.
Es sabido que en el reino de Francia los nobles contemporáneos de Cervantes veneraban y leían directamente en castellano a Don Quijote. Sabemos, también, que Shakespeare leyó las aventuras del Ingenioso Hidalgo en una traducción de 1612 al inglés, la primera a cualquier otro idioma europeo, y que, bajo la influencia directa de la novela de Cervantes, el dramaturgo inglés escribió y estrenó una obra de teatro basada en una de las aventuras que componen el libro, la historia de Cardenio.
Por su parte, en la misma Inglaterra, John Donne, el gran poeta metafísico, escribía en 1623 a un amigo, desde su residencia en Londres, informándole de que su biblioteca particular comprendía, desde el campo de la poesía y la historia hasta el de la teología, más autores españoles que de cualquier otra nación, incluyendo la suya.
Y es que nuestro idioma cubría entonces, con mucha ambición, territorios que abarcaban la poesía, el arte del buen gobierno, el teatro, las andanzas novelescas de los pícaros, las disputas teológicas de actualidad sobre la existencia del alma en los indios y en los negros y los tratados sobre música o filosofía o derecho internacional.
Hoy constatamos que el español no ejerce ya, ni de lejos, la influencia mundial que tuvo en aquellos tiempos lejanos. ¿Podríamos saber cuáles son las razones?
Intentemos, entonces, en los pocos minutos que me quedan, esbozar una respuesta. Una respuesta que formaré con la ayuda de varias preguntas. Y esas preguntas nos harán sospechar múltiples razones económicas, políticas, de mentalidad, ideológicas. Y acaso concluiremos que no nos comportamos como si poseyéramos un gran idioma con una gran cultura que lo conforma y apuntala.
Para comenzar, ¿por qué dos o tres de nuestros países siguen disputándose, abierta, implícita o inconscientemente, la supremacía cultural del idioma?, si, contrariamente al caso del idioma inglés, ninguno logrará imponerse ante los otros. ¿No sería más razonable reunir y compartir lo que cada uno ya posee?
Siguiendo esa línea de reflexión, ¿por qué es difícil encontrar en español, para el manejo fácil de nuestros periodistas y lectores, calendarios o agendas amplias de las grandes actividades culturales del mundo? Así, por ejemplo, nos enteraríamos de las exposiciones de arte actuales o por venir en el Museo del Louvre, pero también de las de El Prado, del Museo de Antropología de México, del Museo del Oro en Bogotá o del MALBA en Buenos Aires, y así sabríamos lo que ocurre en nuestro propio ámbito.
¿Por qué los grandes museos del mundo, como el Louvre o el Metropolitano de Nueva York, logran organizar y montar exposiciones de mayor alcance mundial, de mayor proyección y, sobre todo, de mayor ambición, que las de nuestros países, exposiciones que intentan explicar la historia del mundo y la historia del arte?, y, ¿por qué nosotros no? Más precisamente, ¿por qué estos museos del mundo han organizado magníficas exposiciones sobre el arte de México o sobre los incas o sobre los indios del Caribe que nunca han llegado a la mayoría de nuestras propias capitales?, ¿no las pudimos haber originado nosotros? Si el presupuesto no existía en nuestros museos para organizarlas, en ese caso, ¿no las pudimos haber ideado nosotros mismos? Si pensar no es caro.
En el campo de la crítica y de la historia del arte, ¿por qué logramos citar hoy comentarios, por ejemplo, sobre Las señoritas de Aviñón de Picasso escritos en inglés por críticos o historiadores de arte estadounidenses y ni un solo texto sobre el mismo cuadro escrito en español? Una respuesta parcial a esta pregunta es porque se debe a la mayor y mejor difusión y facilidad de acceso a la información de los textos en inglés o a sus traducciones que a la que proviene de nuestro propio idioma. Pero también se debe a que la mayoría de los libros especializados de conjunto sobre el arte español o precolombino o afrocaribeño no han sido escritos en nuestro idioma.
Introduzco aquí, por lo demás, la siguiente pregunta, ¿por qué conocemos tan poco sobre nuestra rica historia precolombina del arte y no logramos pensarla aún como un todo, como una totalidad regional y no como entidades exclusivamente nacionales? Los europeos ya lo hacen con el arte antiguo y el moderno, tan variados, de su continente.
Y en el campo de lo escrito y de la literatura, el balance es casi desastroso. ¿Por qué nuestros editores hacen traducir tantas mediocridades de otros idiomas? La vida es demasiado corta como para pasarla leyendo cosas de segunda y, por lo demás, traducidas.
Y si nos acercamos a la gran literatura mundial, encontramos que existen allí lagunas enormes, casi vergonzosas, como si el nuestro fuera un idioma de editores y lectores poco exigentes. ¿Por qué no existen a estas alturas traducciones directas de centenares de grandes novelistas y poetas extranjeros? ¿Por qué seguimos leyendo a muchos de los grandes escritores rusos, como Dostoievski, Chéjov o Tolstoi, o japoneses, como Tanizaki, o chinos o árabes en traducciones aguadas y desenfocadas, realizadas a partir del inglés o del francés? ¿Cuántos nos hemos sentido profundamente estafados al caer en la cuenta de que la versión de Guerra y Paz que teníamos en las manos era una abreviada y traducida del francés? Es cierto que existe una traducción reciente hecha directamente del ruso de la gran novela de Tolstoi, pero esta es solo la excepción que confirma la regla; además de ser ejemplar, pues esa traducción fue un proyecto realizado con muchos esfuerzos y reducido dinero por una pequeñísima casa editora sin muchos medios.
Para excusar esta inaceptable condición de los intraducidos, no podemos admitir el argumento editorial de la falta de dinero para adquirir los derechos de autor, ya que la obra de Tolstoi se encuentra en el dominio público desde hace décadas. ¿Se deberá meramente a una falta de visión y de ambición?
Además, ¿cuántos cientos de libros indispensables de filosofía, de historia, de política, clásicos o contemporáneos, en otros idiomas esperan su traducción al nuestro? Más triste aun es preguntarse ¿cuántos hispanohablantes los exigen o los reclaman?, o, peor, preguntarse ¿cuántos editores tienen en mente conseguirlos y hacerlos traducir?
En cuanto a proyectos editoriales originales en español, falta muchísimo por hacer. ¿Por qué las casas editoras no lanzan o apoyan un proyecto de autor similar al que realizó en francés el historiador Fernand Braudel con su excelente libro sobre el Mediterráneo aplicando la misma idea a la políglota región del Caribe, entre otros muchos ejemplos?
Y sigo de paso, sin detenerme mucho en la execrable distribución del libro que existe en nuestros países, donde se hace más fácil comprar en una librería digital con almacenes ubicados a miles de kilómetros de distancia de donde se encuentra uno que intentar comprar un libro publicado en el país vecino.
Y si hablamos de la distribución en el cine, ¿por qué el buen cine mexicano, argentino, colombiano o español no se difunde más que a cuentagotas fuera de sus respectivos países?
En el campo de la creación cinematográfica, ¿por qué las películas Los hijos de los hombres o Babel, dirigidas por mexicanos, tienen que, para encontrar acogida mundial, rodarse en inglés? O, en el caso de El laberinto del fauno, para hacerse reconocer, ¿hacerse premiar en los Estados Unidos?
No olvido la televisión y la música, pero el tiempo no me daría.
En el campo periodístico, ¿por qué permitimos que muchas de las noticias, las crónicas y los reportajes culturales sobre otras regiones fuera de las españolas o iberoamericanas nos lleguen de segunda mano, traducidas de otros idiomas? Una crónica crea y establece narración, agrupa hechos y les imparte sentido, alinea causalidades e impone historia, y el hecho de que dé fe de esas causalidades y de esa historia es lo que logrará convencer. ¿Por qué, entonces, le hemos dejado el campo del convencimiento y de la convicción a otros idiomas, claudicando ante ellos, para que estos nos digan lo que debemos pensar sobre ese mundo ancho y ajeno?
Aquí me detengo. He presentado solamente unas cortas preguntas que en este brevísimo espacio he querido agrupar con la intención de provocar y, espero, de comenzar un debate, aunque sea silencioso y subliminal, en sus mentes. Con eso me conformo y mejor es cortarles el alimento ahora, con poco, pues prefiero dejarlos con ganas que crearles saturación e indigestión. El hambre motiva, hace pensar y hasta desplaza montañas. Gracias.