Por otra parte, muchos países demuestran su gran interés en el estudio de este idioma: tal es el caso del Brasil que ha hecho obligatoria su enseñanza como segunda lengua y de de los Estados Unidos, donde cada vez se le da más importancia y es mayor el número de personas que lo estudian; en la actualidad hay 35 millones de hablantes de lengua española que residen en este país. El Japón tiene también un gran interés en esta lengua y ha realizado una investigación denominada «Proyecto Internacional: Español del mundo», que tiene como principal objetivo «conocer el léxico moderno urbano de los países y regiones hispanohablantes y realizar la dialectología dinámica de la lengua española». Sin embargo, esta lengua hablada en países separados entre sí por cientos de kilómetros y poseedores de características socioculturales tan diversas, es una totalidad, con un núcleo común que garantiza su unidad dentro de su necesaria diversidad. (Parra, 1999:11).
Es un hecho real que el español como todas las lenguas del mundo, presenta variaciones; y como lo afirma el gran estudioso de esta lengua, José Joaquín Montes:
La lengua española es un extenso conjunto dialectal en que se entrelazan y contienen numerosas normas dialectales locales, regionales, nacionales y panhispánicas, niveles socio-culturales y estilos o diafasias que varían de un lugar a otro y de una situación a otra.
(Montes, 984:87)
Como lo plantea la teoría variacionista, «la lengua no es un sistema autónomo sino que, por el contrario, está sujeta a alteraciones permanentes motivadas por variables de índole social, cultural, geográfica y temporal, entre otras» (Caicedo, 1990:28). Estas variaciones son la expresión simbólica de la variación de las sociedades que utilizan esta lengua; son creadas por ellas y son signo de riqueza y vitalidad del idioma.
Pero pese a esa real diversidad lingüística, el español, como ya se dijo, presenta un fondo lingüístico común que garantiza su unidad. «Este fondo o núcleo lingüístico común nos permite hablar un español que es la lengua materna de todos los hispanohablantes, nos comunica a todos y nos garantiza una intercomprensión relativa y aceptable. Esa lengua es de todos nosotros y no de un solo grupo geográfico o social. Entre todos lo hemos hecho, la cultivamos, la transmitimos, la conservamos y mantenemos su unidad esencial, no obstante las distancias que nos separan, los diez siglos de tradición lingüística que posee esta lengua y la diversidad socio-cultural de sus usuarios» (Parra, 1999:13).
Estas variantes que presenta el español y todas las lenguas, se han denominado tradicionalmente, como dialectos. Para José Joaquín Montes el dialecto es una variedad o variante de una lengua histórica, determinada por un conjunto de normas lingüísticas e incluidas en un conjunto mayor y sujeto al dominio de este conjunto. Este conjunto mayor es, como lo expresa Montes, el dialecto normativo literario:
Los idiomas de extenso desarrollo temporal y espacial, como el español, llegan a formar un dialecto normativo literario que no coincide exactamente con ningún dialecto territorial aunque sus rasgos fundamentales si sean los de uno de ellos; es un tanto artificiosos en cuanto sus normas no se realizan, generalmente, en el habla real de ningún lugar, sino que son el patrón ideal a que aspira todo usuario de la lengua como modelo de máximo prestigio. Una lengua histórica es un conjunto de dialectos subordinados a un dialecto literario normativo común que se usa para algunas formas exigentes de la comunicación: administración, educación, literatura (Montes, 1984:86).
Este dialecto se impone sobre los dialectos regionales y nacionales y, por esta razón, puede ser catalogada como una lengua superpuesta. Algunos autores lo denominan dialecto estándar y es un dialecto que ha alcanzado una posición distintiva. Este es un dialecto ideal y elimina marcas de edad, grupo social, lugar de origen o nivel educacional; es trans-regional y trans-social. Pero la aspiración del dialecto estándar es el resultado de una intervención directa y deliberada de la sociedad, intervención llamada «estandarización», por lo tanto, el concepto de dialecto estándar es un concepto institucional: la lengua como vehículo de comunicación y como símbolo de estructura social.
En el dialecto estándar o dialecto normativo literario se apoya la unidad lingüística, puesto que cada individuo que lo use debe aprender una serie de normas impuestas por la sociedad para diferenciar su lengua de la de otras comunidades lingüísticas y poder así conservar una lengua que, pese a sus variedades, posee un fondo lingüístico común. No olvidemos que nuestro comportamiento lingüístico tiene condicionamientos sociales y, como lo afirma Gaetano Beruto.
El individuo hablante siempre es miembro de una comunidad parlante; por lo tanto, la libertad lingüística del individuo tiene sus límites en las normas derivadas del conjunto de hábitos y valores lingüísticos típicos de la comunidad y sentidos por ésta, en forma implícita o explicita, como cauterizantes (Beruto, 1979:135)
Además del dialecto estándar, existen otros dialectos o variaciones lingüísticas que puede ser diatópico aquella que es propia de los hablantes de una región o país determinado; por ejemplo, el español, hablado en Colombia presenta diferentes variedades diatópticas como son la variedad de la costa Caribe o la variedad paisa. La variedad diastrática se refiere a las variaciones de una lengua según la clase social a las que pertenecen sus hablantes y de ahí se originan subdivisiones como las de lengua culta, semiculta, vulgar, etc. La variedad diafásica tiene que ver con los niveles estilísticos que utiliza el hablante de una lengua en las diversas situaciones comunicativas (familiar, coloquial, formal, literario, solemne). Estos tipos de variaciones no están separados unos de otros, pues toda diatopía o variedad territorial se acompaña de diastratías y de diafasias.
En los últimos años se ha organizado una toma de conciencia sobre la necesidad de realizar investigaciones con el propósito de conocer no sólo lo diverso, sino también lo común que posee nuestra lengua: pues como lo hemos dicho, son los fenómenos comunes los que sostienen la unidad lingüística y mucho más en el caso de un universo lingüístico tan extenso como es el hispanohablante. Sobre esta necesidad se pronuncia el conocido hispanista alemana Haensch Günther, quien reconoce que existen marcadas diferencias entre el español, especialmente en el nivel léxico-semántico. Estas variedades de la lengua hay que describirlas en forma exacta y completa, y en este campo hay un gran déficit investigativo. A este respecto Günther afirma lo siguiente:
Con más datos correctos sobre el español, será más fácil objetivamente el verdadero grado de convergencia y de divergencia que existe entre el uso lingüístico de los países hispanohablantes. Existe una rica diversidad dentro de nuestra unida lingüística, unidad cuya conservación y consolidación debería ser el deseo y la preocupación de todos los hispanohablantes (Günther, 1991:61)
También el lingüista mexicano, Fernando Lara, hace hincapié en la necesidad de este tipo de estudios y afirma:
Hacen falta conjuntos grandes de datos de toda la lengua española, sin discriminación de usos provenientes de Latinoamérica y de España para ver las características lingüísticas que nos diferencian y las que nos unen. Desde el punto de vista práctico así se puede definir una lengua internacional que constituirá objeto de educación en nuestros sistemas escolares, de enseñanza a hablantes de otras lenguas y de eficiencia en la comunicación entre todos nuestros países (Lara, 1991:87).
Es, por lo tanto necesario, realizar esfuerzos para identificar los elementos que pertenezcan al fondo lingüístico común y aquellos propios de las diversas variedades. Estos esfuerzos son necesarios porque todos los hablantes de la lengua española constituimos una unidad lingüística internacional y utilizamos una lengua de una riqueza incomparable, que ha evolucionado y se ha transformado con la contribución de todos sus usuarios. Esta lengua tiene como característica una gran variedad de usos, que son manifestación de la gran variedad de nuestra cultura hispánica, que son manifestaciones de la gran variedad de nuestra cultura hispánica. Y como lo afirma el lingüista mexicano, Fernando Lara:
Casi doscientos años de independencia americana debían ser prueba suficiente de que la verdadera lengua española de cada uno de nosotros, se volvió, desde la colonización de nuestro continente, seña de identidad cultural, cuna y habitación de nuestros sentimientos de comunidad, pero también de libertad.
(Lara,1991:94)
Se puede concluir que aunque esta lengua tiene incontables dialectos, sin embargo, posee una gran tendencia integradora y conserva una gran unidad dentro de la necesaria diversidad. Presenta un fondo lingüístico común pero también variedades que los hablantes del español usan en las situaciones que así lo exigen.
Es necesario tener en cuenta que con el descubrimiento de América, el español llega al Nuevo Mundo en boca de soldados, navegantes, sacerdotes y colonos y se encuentra con centenares de lenguas aborígenes muy diferentes entres sí. Estos idiomas no pudieron resistir la invasión española que se preparó con relativa facilidad pero no eliminó las lenguas indígenas. Por el contrario, se nutrió y se enriqueció con ellas durante los periodos de la conquista y de la colonia.
A lo largo de la época colonial la lengua española se extendió y se arraigó y en Hispanoamérica fue la única dominante y prestigiosa. Los indígenas la aprendieron porque la necesitaban como vehiculo de comunicación por ser lengua franca. (Lengua general de comunicación en regiones en donde se hablan varias lenguas). Sin embargo, en la actualidad el español sigue viviendo en América con una gran cantidad de lenguas indígenas que son muestra de la diversidad de etnias y culturas que todavía existen en nuestros países hispanoamericanos. Esta situación se presenta a pesar de que con la llegada de la lengua española al territorio americano se inició un proceso de mortandad lingüística que redujo notablemente el número de idiomas y dialectos indígenas hablados en estas tierras (Patiño, 1991:225).
Actualmente la mayoría de los países hispanoamericanos tienen una política lingüística: el español es la lengua nacional que deben aprender las demás etnias para integrarse a la nación pero debe haber una educación bilingüe y bicultural o intercultural utilizando su propia lengua como lengua materna y el español como segunda lengua.
De otro lado, es necesario tener en cuenta que desde el siglo xvi hasta el xix existió el comercio entre África y América que permitió introducir millones de esclavos africanos procedentes de distintas etnias y hablantes de diversos idiomas. Estos esclavos transmitieron al español de las distintas regiones una serie de rasgos de sus lenguas nativas que se han conocido con el nombre de afronegrismo y se presentan tanto en la fonética como en la morfosíntaxis y en el léxico. (Patiño, 1991:225). Este aporte de los esclavos africanos también contribuyó notablemente al enriquecimiento del español.
Después de la independencia se pensó en que cada país tuviera una lengua nacional derivada del español. Sin embargo, esta idea se desechó y se reemplazó por la de promover una lengua emancipada de la península, cuya transformación progresiva se haría entre todos los pueblos hispanoamericanos, sin predominio de ninguno, bajo una posición de igualdad, evitando la imposición y promoviendo el consenso.
En el presente siglo, nueve de cada diez hablantes de español, viven en América, y esta lengua internacional se habla en diecinueve países americanos que tiene fronteras comunes en muchos casos. Existen importantes diferencias entre el español peninsular y el español de América, pero también entre el español de los distintos países hispanoamericanos. Como afirma Günther: «No existe una unidad monolítica del español. Hay una evolución diversificada del español hablado en los países hispanoamericanos que corresponde a la vida normal de una lengua circunscrita al territorio de un país con sus instituciones, sus leyes, su sistema de educación y su régimen económico y político» (Günther, 1991:57).
Esos particularismos del español de América se encuentran tanto en el dominio fonético como en el morfológico, el sintáctico y el léxico. Se forman así subsistemas diferenciados del español pero que poseen tantos elementos comunes que permiten la comunicación de todos los hispanohablantes mediante esta lengua internacional «… filológicamente homogénea, geográficamente compacta, demográficamente en expansión» (Marques de Tamarón, p. 73). El español peninsular es uno de esos subsistemas y hoy en día no tiene ninguna superioridad jerárquica sobre las variantes americanas; por consiguiente, todas las variantes están en igualdad de importancia. Por lo tanto, «toda la comunidad lingüística española debe mantener y fomentar la unidad de la lengua, respetando las peculiaridades de cada subsistema» (Gunther, 1.991:58).
Es necesario anotar que principalmente a nivel del léxico, existen grandes diferencias entre el español peninsular y el americano. Estas diferencias no se pueden eliminar, ni minimizar. Es necesario aceptarlas e integrar los elementos léxicos propios del español de América al Diccionario de la Real Academia. No se puede regular el léxico del Español de América desde Madrid. Por eso, los diccionarios tienen que seguir enriqueciéndose con la integración del léxico americano, como se ha venido haciendo en los últimos años.
A pesar de la gran riqueza y diversidad de usos del español, es innegable que podemos entendemos sin gran dificultad todos los hablantes de la lengua española. Esto se logra mediante el español estándar que es el español que comprendemos y usamos todos los hablantes de la lengua española sin distingos de nacionalidad o lugar de origen y que se mantiene en la literatura, en la producción académica y, en general, en la composición escrita. Pero, además, utilizando las variedades lingüísticas y los aportes ya mencionados que han contribuido al enriquecimiento de la lengua española.
Con respecto a Hispanoamérica es cada vez más claro que el único camino es la integración y para lograrla se deben fortalecer las tendencias lingüísticas unificadoras como lo recomienda el reconocido dialectólogo José Joaquín Montes.
Por eso, en su artículo publicado por el diario La República del 24 de mayo de 1992, escribe: «Si los esfuerzos que hoy se hacen por coordinar y unificar la economía, la cultura y la política de Hispanoamérica logran éxito y se crea una comunidad hispánica fuerte y responsable que defienda solidariamente su cultura y su idioma, y que además se logre un desarrollo que haga de nuestras naciones productoras y no simple receptoras de técnicas y ciencia, la suerte del español estará asegurada porque son la política y la economía las que le dan vida».
Como se puede observar, existe en Hispanoamérica una integración lingüística porque en este territorio la lengua española es la única dominante y prestigiosa y es utilizada por una comunidad muy grande tanto demográficamente como geográficamente. Esta unidad lingüística es la defensa de la unidad política del continente hispanohablante y la mejor y más legítima fuerza con la que podemos enfrentar juntos el reto del futuro. Sin embargo, debe quedar muy claro que esta unidad debe respetar la necesaria diversidad lingüística existente en todos los países que son subsistemas de este grande y complejo sistema de países donde se habla la lengua española.