A partir de América, la lengua española se puso de moda. El sueño eclosionó en vocablos que cantan: ají, chocolate, ananás, guayaba, aguacate, quetzal, guanábana, caimán, copihue, jacarandá, tomate, tabaco, colibrí, mamey, cenzontle, marañón, piragua…
Desde su nido en las montañas santanderinas de Cantabria, largo trecho ha recorrido. Tanto, que si un campesino panameño convida a amigos a construir su nueva casa, suelta al aire la metáfora del abolengo atesorado en su sencillo hablar: Al fin, sábado.… Muchachos, quítense las camisas, no se acobarden, nadie se irá al charco, cruzaremos en la balsa grande. Si alguno se cae a propósito por chanza, la madre que lo parió, lo monto a aguachinche y vadeo el río. Ayúdenme a cargar tierra pa’l embarre de la choza. Luego, nos ponemos mudas domingueras, tomamos el sancocho y un sabroso guarapo que hizo mi mujer. Enseguida clavamos las estacas de la tarima pa’la mejorana. Ajo, ojalá no llueva… Si nos mojamos con aguacero después de la sudada, no hay cataplasma que valga, nos llevará el diablo. Del latín, nuestro campesino tomó: al fin, quitar, nadie, irá, cruzar, grande, alguno, caer, propósito, madre, parir, vadear, río, ayudar, cargar, tierra, luego, poner, muda, dominguera, sancocho, sabroso, mujer, clavar, llover, mojar, aguacero y sudar. Del acadio, sábado. Del celtolatino, camisa. Del aragonés aguachirle, el panameñismo aguachinche. Del gallego antiguo, choza. Del italiano del s. xvii, chanza. Del francés, montar, cobarde y estaca. Del árabe, mejorana, tarima y ojalá. Del africano, guarapo. De origen remotísimo, muchacho. Del, probablemente, hispanoárabe carajo, el eufemismo ajo. De Grecia, tan lejanos que casi se pierden en el Olimpo: cataplasma y diablo. De la era prerromana, vocablos que usaron con iguales motivos allá en Ampurias por el año 230 a. J. C.: barro, balsa y charco.
El español nació de labios del pueblo. Se nutrió de cantares con misterios árabes. De hidalguía, en cruzadas que impusieron el signo bendito. De ciencia y tradición, por la juglaría. Y por sus presagios, un marinero le soltó ataduras en el mar virgen y se llenó de colores con flores imposibles, frutos paradisíacos que desconocían el pecado, y voces de dioses pétreos. Luego, colmándolo de humanidad, don Miguel nos narró el alma. Su preeminencia se mantiene, linaje europeo y eufonía americana le bastan, derrama vocablos mágicos por las esquinas del orbe y se remoza la literatura universal con el idioma más hermoso del mundo.