Dice Erasmo en su elogio de la estupidez que
el espíritu humano está hecho de tal manera que llega con mayor facilidad a la ficción que a la realidad.
De modo, añade, que si en un sermón
se habla de algo trascendental y profundo, la gente bosteza, se aburre, y acaba durmiéndose; pero si el orador comienza contando un cuento de viejas, todos se espabilan, atienden, y siguen el sermón con un palmo de boca abierta.
Mi inolvidable amigo y maestro Gabriel García Márquez combatía ese miedo escénico al aburrimiento del auditorio iniciando sus no muy frecuentes intervenciones públicas con este aviso: ruego a quienes decidan ausentarse de la sala, lo hagan con cuidado y en silencio para no despertar a los que duermen. Hago mía la advertencia antes de adentrarme en algunas divagaciones sobre un tema tan confuso y difuso como es «lengua, comunidad y diálogos transculturales» epígrafe que no es de mi autoría, pero acato gustoso el deber de desarrollarlo.
Haciendo caso a Erasmo comenzaré relatando un cuentecillo indio, no sé si de viejas, que dio pie al título de un ensayo mío publicado hace más de cuarenta años. Narra la historia de unos invidentes que fueron llevados a presencia de un elefante y aceptaron el desafío de describir qué era aquello utilizando el sentido del tacto. Uno tocó la trompa y dijo: «esto es un tubo». Otro agarró un colmillo y pensó que se trataba de una estaca. El que asió el rabo supuso que era una cuerda y quien palpó una pata la confundió con un tronco de árbol. El último sentenció al darse de bruces con el cuerpo: «estamos ante un muro». Las dificultades que tuvieron para reconocer al elefante en su conjunto, calcular sus dimensiones y su peso, no son diferentes a los diagnósticos parciales de los sucesos de nuestro entorno. Tras los últimos acontecimientos que hemos vivido, la revolución tecnológica, el despertar del sentimiento bélico en Europa, los interrogantes sobre el futuro de la globalización, las previsiones sobre el cambio climático y el crecimiento de la población mundial necesitamos una nueva narrativa que explique la evolución del mundo como es, no como les gustaría que fuera a unos u otros, incapaces de atender a nada que no sea sus propios intereses. La declaración universal de derechos humanos es cada vez menos universal y ante la creciente inseguridad de las poblaciones crecen las tendencias neofascistas, proliferan las democracias iliberales y resucitan los mitos del socialismo real.
Pero no hemos venido aquí a hablar de política (aunque algunos políticos hayan pretendido asumir protagonismo en este trance de nuestro congreso), aprovechando que estamos en tiempo electoral, sino de un escalón superior de la condición humana, que es la cultura. Empezaré por decir que en la construcción de esa nueva narrativa las imágenes y aun los jeroglíficos, vienen jugando un papel importante, pero no hay narración posible que prescinda de las palabras. El logos se define ya en la Biblia como el origen de la Creación y al paso que vamos es bien probable que protagonice también el fin del mundo. Ese logos no es simplemente la palabra, sino el lenguaje articulado, que distingue al hombre del resto de la especie animal, y enseñorea no solo la tarea de pensar, sino también el impulso de los sueños. Las personas lo utilizamos para ejercer el raciocinio y expresar lo que pensamos, pero también para decir, y aún gritar, lo que sentimos. En su ambivalente condición de herramienta comunicativa, utilizada para entenderse con los demás, y espejo o anhelo de nuestra identidad, solo posible de descubrir mediante el diálogo con nosotros mismos, se resume el brillante experimento de la construcción del lenguaje. La palabra constituye de este modo el centro de nuestra existencia y es bien probable que sea la deseada residencia del alma. Ya decía Machado que «quien habla solo espera hablar a Dios un día». Se refería a ese mismo Dios que en Babel castigó a los humanos precisamente con la confusión de lenguas, cuando sucumbieron al ensueño de construir una torre que les condujera hasta el cielo. De manera coherente, en el camino de la redención, la visita del Espíritu Santo a los apóstoles en Pentecostés fue para devolverles la habilidad del diálogo gracias al don de lenguas, sin el cual la historia del conocimiento habría sufrido hasta el punto de perdernos en el camino de la sabiduría.
Comunicación e identidad son los atributos de la palabra en los que se funda y de los que se nutre la elaboración de la cultura. La historia del mundo se ha desarrollado a lo largo de los siglos a través del empeño en crear comunidades sociales basadas en la comunicación entre las gentes. Las invasiones, las migraciones, las colonizaciones, las guerras, los acuerdos de paz, los imperios, las luchas de independencia, los viajes, las religiones, los grandes inventos y descubrimientos, las doctrinas filosóficas, los poderes de la Tierra y los mensajes del universo han contribuido a la formación de culturas diferentes que al chocar y mezclarse entre ellas, al dialogar o combatir unas con otras, al confrontarse, al humillarse o desafiarse, al confundirse o distanciarse, han generado nuevas corrientes del pensamiento y el arte. En ese devenir confuso, no pocas veces agitado, se han sucedido los conflictos entre la defensa de la diversidad de las culturas que viven en un mismo territorio o bajo una misma administración y el anhelo de conseguir una auténtica igualdad de los derechos de todos sus habitantes. Pasamos así del derecho a la diferencia, y la protección de las lenguas minoritarias, del multiculturalismo que propicia la convivencia de los distintos, al interculturalismo primero, que promueve los intercambios entre ellos, para acabar zambulléndonos en el mestizaje y la transculturación, que pese a la simetría de su enunciado nada tiene que ver con la cultura trans, hoy tan de moda. Según nuestro diccionario la transculturación equivale a la recepción de un pueblo o grupo social de formas de cultura procedentes de otro que sustituyen de un modo más o menos completo a las propias. Esta definición podría estar inspirada por la memoria de la conquista y la historia de la colonización y no parece tanto evocar el diálogo entre culturas como la imposición de una cultura dominante sobre el resto. En el marco de este congreso evoca muy a las claras la evolución del castellano en las tierras americanas y nos introduce de lleno en el tema de esta sesión plenaria.
El lenguaje no es la única herramienta o instrumento de la socialización de las gentes, pero su uso es central en la creación de las comunidades humanas. Menéndez Pidal aseguraba que
todos los grupos sociales que hablan un mismo idioma dependen de una tradición común que supone una trayectoria vital y una estructuración psicológica de tipo análogo ... los hombres que hablan otro idioma pertenecen a otro orbe histórico; la diversidad de lenguas divide a la humanidad en naciones apartadas, poniendo entre unas y otras una tajante frontera de incomprensión1.
Puede decirse así que la verdadera patria de las personas no es el territorio donde nacieron o en el que viven, ni la nación o estado político del que son ciudadanos o súbditos, sino su lengua y singularmente su lengua materna, la que aprendieron en la cuna. De ahí que en todos los procesos de globalización, por limitados que fueran, el poder dominante haya tendido de un modo u otro a imponer su propia lengua sobre las autóctonas de los territorios invadidos, ocupados o colonizados. Cuando ese poder declina, en ocasiones los diversos dialectos del idioma del poder, lo que ahora se llama idioma oficial, comienzan a experimentar un proceso de individualización creciente hasta convertirse en idiomas distintos, aunque guarden cuando menos un aire de familia, como es el caso de las lenguas romances del latín. Con la creación de los estados nación y la implantación o el reconocimiento de lenguas oficiales en cada uno de ellos, los nacionalismos lingüísticos cobraron una importancia singular en la obtención y sustentación del poder político y puede decirse que en gran parte fueron responsables de las guerras mundiales que asolaron Europa en el siglo pasado. Las imposiciones de los poderes políticos sobre el uso de los idiomas por parte de los ciudadanos no son exclusivas de los regímenes dictatoriales aunque obviamente los métodos empleados para ello difieren respecto a su rudeza. El hebreo ha jugado un papel esencial en la formación del Estado de Israel, por ejemplo. Y Ronald Reagan, siendo gobernador de California, promovió, aunque sin ningún éxito, el english only en la Administración de su estado y en los planes de educación. Franco reprimió las lenguas vernáculas de la península Ibérica. Pero quizá el ejemplo más impresionante es el de Stalin, que procedió a deportar a millones de personas en función de su identidad étnica y cultural y a prohibir por decreto el uso del alfabeto latino por parte de los rumano-hablantes en la República de Moldavia cuando esta pasó a formar parte de la Unión Soviética, sustituyéndolo por el cirílico. No siempre se puede cambiar la realidad de los pueblos desde el poder. Cuarenta y cinco años más tarde, tras la caída del muro de Berlín
se aprobó una nueva ley y se rompieron las antiguas reglas. Casi de la noche a la mañana Moldavia recuperó el alfabeto latino, y en pocas semanas aparecieron carteles con letras latinas2 en la capital Chisinau, que durante la dominación soviética también vio transformado su nombre por el de Kishinev. Los políticos olvidan con demasiada frecuencia que el auténtico creador del idioma es el pueblo.
La historia del castellano en América tiene sin embargo características propias. Son muchos los estudiosos que coinciden en que la idea de Nebrija de que la lengua fuera compañera del imperio no se vio del todo completada. En el siglo xvi había más de cien familias lingüísticas diferentes en la América española y al menos mil dialectos de las mismas. Los misioneros aprendieron las lenguas indígenas de sus localidades para que su mensaje fuera más permeable a las comunidades autóctonas y en no pocos casos los enviados reales eran reacios a enseñar el castellano a los indios porque consideraban que podía ser un arma poderosa en manos de las poblaciones ocupadas. El que fue director de la Academia Mexicana de la Lengua, José Moreno de Alba, aseguraba que al comienzo de las independencias no había más de un diez por ciento del total de los habitantes de lo que hoy es América Latina que tuvieran el castellano como su lengua propia. Las cifras censales de la época son confusas, pero de lo que no cabe duda es de que fue el impulso y el liderazgo de don Andrés Bello los que lograron la extensión y la unidad del español, respetando sus variedades locales, como la lengua vehicular sobre la que se asentaron las nuevas Repúblicas. En las notas preliminares a su Gramática explica que la gran utilidad de esta es hacer que se comprenda lo que decimos y sobre todo que comprendamos nosotros lo que otros dicen «lo cual abraza nada menos que la acertada enunciación y la genuina interpretación de las leyes y los contratos»3 . ¿Puede haber descripción más exacta de en qué consiste la utilidad y la necesidad de un lenguaje reglado en la vida comunitaria? Sobre todo cuando no existen lenguas puras como tales, pues todas son el fruto de apareamientos, ataques y contraataques, mestizajes, victorias y derrotas de miles, millones de individuos que van creando y modificando sus propios idiomas, nutriéndolos de préstamos lingüísticos que a veces son simplemente robos, y así van configurando una cultura, unas formas, unos valores y unas creencias o descreencias que conforman la vida de las sociedades.
Lo interesante del fenómeno hispanoamericano es que la independencia se basó en la lengua, pero ésta trascendió a lo diferentes estados. En palabras de Germán Arciniegas el español
fue el idioma en que estuvieron redactadas las proclamas de Bolívar, los discursos de Santander, lo periódicos de Nariño, la constituciones del Orinoco y de Cúcuta.
Lo que nos devuelve a la reflexión de Menéndez Pidal sobre la estructuración psicológica análoga de aquellos que hablan la misma lengua, definición ciertamente abstrusa para explicar el hermanamiento que el uso de un mismo idioma produce entre las gentes, rebasando fronteras físicas o ideológicas. Pocos idiomas globales, me atrevería a decir que ningún otro salvo el español, han sido capaces de mantener una unidad básica, capaz de respetar y aun de potenciar al tiempo los inevitables localismos y de multiplicar la diversidad que el mestizaje cultural propicia. Frente a los nacionalismos lingüísticos, tan peligrosos para la convivencia política por benignos que sean, los hablantes del español hemos sido capaces de edificar y desarrollar un internacionalismo cultural que es el mayor tesoro de nuestros pueblos.
No hay lengua que no se vea enriquecida por el contacto con otras lenguas, aunque en determinados momentos de esas relaciones surgen oportunidades que se convierten en auténticos desafíos. Intentaré en los próximos minutos señalar algunos de los que enfrenta nuestro idioma, antes de comentar el cambio revolucionario que las nuevas tecnologías digitales suponen para el empleo y la nueva configuración de prácticamente todas las lenguas existentes.
Hace ya décadas que los procesos migratorios y el aumento de la población hispana en Estados Unidos han potenciado el crecimiento del spanglish en dicho país. Este término no aparece en nuestro diccionario hasta la edición número 23 del mismo, la más reciente, que vio la luz en 2014 y es conocida como la edición del tricentenario. Espanglish, con una e antes de la s, en cursiva y como extranjerismo crudo, es definido así:
Modalidad del habla de algunos grupos hispanos de los Estados Unidos en los que se mezclan elementos léxicos y gramaticales del español y el inglés.
Pero hay lingüistas y sociólogos que piensan que es algo más que eso, e incluso más que las definiciones que lo presentan como un lenguaje híbrido fruto de la fusión del inglés y el español. La realidad es que hay una cultura espanglish, diccionarios, libros, medios de comunicación (periódicos, televisiones y radio), cine y teatro en espanglish, pero la Academia tradicionalmente ha menospreciado el fenómeno aduciendo que no se trata sino de una jerga o en todo caso, como dice la definición citada, un modo del habla. Hace ya más de veinte años que Ilán Stavans, uno de los principales estudiosos del fenómeno, nos visitó en la Real Academia Española y varios de sus miembros insistimos en la necesidad de tener en cuenta el futuro del español en Estados Unidos incorporando también a nuestros trabajos la cuestión del espanglish, pero no logramos que la iniciativa cuajara. Con 60 millones de hispanohablantes en aquel país, de los cuales al menos la mitad son prácticamente bilingües esta aparente jerga es considerada por muchos de ellos como la expresión más evidente y feliz de la identidad latina. Y he de decir que los españoles comienzan a sentir una cierta discriminación por parte de la comunidad latina norteamericana, algunos de cuyos líderes les niegan esa condición de latinos por mor de ser blancos y europeos. Por lo demás no tenemos que ir a América para encontrarnos con una modalidad europea de espanglish: en Gibraltar se da un fenómeno similar, en este caso con acento andaluz. Se llama «llanito», y aunque el inglés sigue siendo la única lengua oficial del peñón, la que se estudia en la escuela y en la que se desempeña la administración pública, aquel es el habla que utilizan según las ocasiones casi a diario miles de sus habitantes. No ha llegado pues a originar una cultura que yo sepa pero está muy extendida, aunque en el Diccionario no se identifica la palabra «llanito» sino como un adjetivo sinónimo de «gibraltareño». El lenguaje gibraltareño es en realidad el inglés y por lo mismo ese vocablo no puede ser en absoluto sinónimo de «llanito».
Luego está el portuñol, hablado por los habitantes de las zonas fronterizas de Brasil y la América hispanohablante, pero también por cientos de miles de portugueses en sus relaciones con los vecinos españoles. En Uruguay lo utilizan casi medio millón de personas. La decisión del presidente Lula, durante su anterior mandato, de impulsar el aprendizaje del español en las escuelas de su país respondía a su convicción de que Brasil no podría convertirse en uno de los líderes de la región sin emparentar de algún modo con el uso del castellano. Lo que pone de relieve la importancia de nuestra lengua en las relaciones internacionales, comerciales y políticas de todo el subcontinente americano. Aunque ya se han editado algunos libros en portuñol su importancia lingüística no es equiparable aún a la del espanglish, y todavía muchos consideran que es simplemente lo que los ingleses llaman pidgin, un habla improvisada por los usuarios de dos lenguas diferentes para intentar entenderse entre ellos. La traducción formal de dicho término al castellano sería algo así como «lengua franca», aunque también a mí me gusta más la de «lengua macarrónica».
No falta también quienes buscan distintas aventuras de este género, protagonizadas por nuestro idioma en compañía de otros, como sería el caso del frañol, entre el francés y el castellano. Habría emergido durante la invasión napoleónica, pero apenas quedan ejemplos de él, como no sea la invasión de galicismos que el diccionario soportó durante el siglo XIX.
Ha quedado bastante claro en este congreso que prácticamente la mitad de los habitantes del mundo son bilingües y desde el luego el bilingüismo es un fenómeno que se da tanto en Estados Unidos como en España, donde el ejemplo de Cataluña es epónimo. Me gustaría sin embargo poner de relieve que un mal manejo de esta situación por los sistemas educativos puede acabar en diglosia, cuando una lengua adquiere o reclama más prestigio social que la otra con la que convive, y que acaba produciendo no pocas veces el efecto perverso de que el hablante bilingüe se exprese mal en los dos idiomas. Un inciso a propósito del castellano y la política lingüística de la Generalitat de Cataluña. La decisión de no aceptar el castellano como lengua vehicular en la educación vulnera los derechos de aquellos estudiantes que tienen el castellano como lengua materna y se inscribe en la corriente de políticas que tratan de utilizar el idioma para construir nacionalismos lingüísticos que han constituido como he explicado instrumentos fundamentales de muchas políticas totalitarias. Es simplemente una vergüenza que el Gobierno español ignore las decisiones del Tribunal Superior de Cataluña a este respecto.
Todos los eventos que he comentado constituyen fenómenos transculturales y quizás con el tiempo, en ocasiones las lenguas híbridas, y aun las macarrónicas, dejen de serlo para pasar a integrar las filas de los idiomas reglados. Todos ellos han contribuido también y siguen haciéndolo a la formación de comunidades sociales de relevante importancia. Nacieron para comunicarse entre las gentes y han acabado o acabarán progresivamente formando parte de su identidad, tanto individual como colectiva. Pero ninguno de esos efectos es comparable al cambio copernicano anunciado por la sociedad de la información: a su influencia en el lenguaje hablado y escrito, en los intercambios culturales y los movimientos sociales tanto como en el comportamiento individual. En anteriores conferencias y ensayos repetidas veces he comparado el surgimiento de internet y la revolución digital con el impacto social creado por la invención de la imprenta. No es este el momento ni el lugar para aventurarse en esa discusión. Baste decir, que estoy convencido de que la sociedad digital marca una frontera, un antes y un después en la historia del mundo. Nos encontramos ante una nueva civilización. Los cambios que ya ha producido y los que previsiblemente le seguirán tendrán un mayor impacto en la vida personal y colectiva de las gentes que los generados por el invento de Gutenberg o por el advenimiento de la sociedad industrial. Naturalmente las lenguas se han visto afectadas ya de manera extraordinaria en ese proceso. No solo en su morfología, sintaxis, reglas gramaticales y ortográficas que las rigen; o en la multiplicación de los préstamos lingüísticos, el maridaje y la procreación de nuevas criaturas de esa especie; sino sobre todo en su capacidad de comunicación entre las gentes y en su contribución a la creación de comunidades virtuales de todo género cuyo denominador general es que son, por primera vez en la historia, genuinamente planetarias. Y lo que es más revolucionario aún: han propiciado la desaparición de dos nociones claves en el ordenamiento de nuestras vidas: el tiempo y el espacio.
Todo de lo que hemos hablado sobre el espanglish y otros cruces lingüísticos y culturales palidece se si se contempla la incidencia directa de internet en el ámbito comunicativo. El inglés se ha convertido en la lengua franca universal quizás de manera definitiva. Las masas no alfabetizadas se han incorporado al lenguaje de los símbolos, los emojis, los troles y los memes. Más de cinco mil millones de personas enganchadas a la red conviven en un nuevo universo que ni dominamos ni comprendemos, y en el que vivimos aún en su prehistoria, esperando a que la implantación generalizada de la inteligencia artificial permita a los robots competir con las personas y a estas convertirse en robots. Los intentos de sustituir al inglés en la herramienta básica del lenguaje informático, después de décadas de su reinado casi en situación de monopolio parecen destinado al fracaso. No me extenderé en fenómenos por todos conocidos sobre los que en otras mesas de diálogo ya se ha debatido en este congreso. Bastará con explicar que recién me incorporé a la Academia, hace ya más de un cuarto de siglo, propicié la elaboración de un manual ortográfico que incluyera las abreviaturas y los símbolos de los mensajes sms, entonces muy de moda porque todavía no existía el wasap. Los usuarios jóvenes y los no tan jóvenes habían decidido que la preposición por se escribiera simplemente con una x; si se le añadía una q era porque; lo mismo que Tq quería decir Te quiero, y cosas por el estilo. El ok se generalizó universalmente y un saludo típicamente anglófono como Hi se incorporó a casi todas lenguas. ¿Cómo habría de influir eso, cómo ha de hacerlo todavía, en la gramática y la ortografía castellanas, en un tiempo en que la discusión sobre las tildes se ha llegado a convertir en tema tan crucial? ¿Y qué hacer con el uso generalizado de las uves dobles, una letra apenas incorporada a nuestro abecedario hace poco más de cincuenta años, con lo que las gentes de mi edad no la estudiamos como propia ni en el bachillerato ni en la universidad, mientras vimos en cambio condenadas a la tumba a la ch y la ll? Hay por lo mismo quien se pregunta cuánto durará la ñ en este nuevo mundo, signo del que por lo demás tan orgullosos estamos. ¿Y hasta cuando la transliteración al español de palabras chinas o japonesas, idiomas que no tienen alfabeto sino hanzis y kanjis, o hiraganas y katakatanas, se ha de someter al imperio anglosajón?. Sobre la uve doble por cierto, cuyo nombre ni siquiera está fijado en nuestro idioma, pues es la doble u o la doble be en según qué países americanos, invito a mis colegas, aunque solo sea como provocación, a que echen un vistazo al diccionario y sean capaces de abrir una discusión sobre lo acertado o no de mantener su presencia tal y como ahora está. Pero, en el siglo de la web, el wassap, el wakame y el windsurf, en la moderna civilización de la www.com parece que estamos obligados a reconocer la españolidad de una letra extranjera que se pronuncia de manera diferente si se trata de palabras de origen germánico, polaco o neerlandés, que en el caso de los extranjerismos crudos importados del inglés, y que ni siquiera acertamos a consensuar su nombre en castellano.
Señoras y señores, queridos amigos. Estas han sido algunas consideraciones sobre el presente y el futuro de nuestra lengua española, cuya unidad, que no abomina de la diversidad dialectal y aún de los localismos, nos está encomendada a escritores y académicos. Esa unidad trasciende fronteras e ideologías, sean políticas o religiosas y es lo que nos permite a españoles y latinoamericanos sentirnos parte de una misma cultura, una misma historia y un destino común. De cómo seamos capaces de conquistarlo en el nuevo mundo que comienza dependerá también nuestro progreso en la ciencia, la economía y el comercio, la salud y el bienestar de nuestros pueblos y la defensa de los valores que compartimos.
Permítanme que aporte como colofón dos citas de las actas del Congreso Internacional de Escritores celebrado en España durante la Guerra Civil en defensa de la República. Una es una declaración de un socialista histórico, don Fernando de los Ríos en la que afirmaba que
en este instante lo que hay en la conciencia española es la apetencia de concertar dos opuestos, entre individualismo y comunidad, es el ansia viva de afirmar la idea de una comunidad común, enraizada en la economía, en la participación, en el provecho y en el goce de todos los valores nobles que ha creado la cultura; y al mismo tiempo que esta conciencia de la comunidad no sirva para aplastar la individualidad, sino para potenciarla4 .
Estas palabras siguen vigentes porque don Fernando fue capaz de definir y comprender el tamaño del elefante y no lo juzgó jamás solo por una de sus partes.
Y cerraré con el canto de Rafael Alberti, que describió en esa misma asamblea el significado transcultural y a la vez unitario de nuestro mundo latino. En las sesiones celebradas en el Palau de la Música de Barcelona saludó de esta forma a los poetas del mundo:
Voces de América: verdes
voces del Valle de México:
Mancisidor, Pellicer,
Octavio Paz, compañeros:
...
... Oigo voces de los Andes,
-recógelas tú, mi pueblo-:
Voz de Vicente Huidobro,
cantera, rico venero,
y otra de honda fruta lenta
flotando en un mar eterno.
¡Oh voz de Pablo Neruda
sonando en Madrid, chilenos!
La Perla de las Antillas
en un son triste, moreno,
...
... suena Nicolás Guillén
protestas de su sol negro
Luz blanca de hombre muy hombre
la voz de Juan Marinello,
Voces de América!, oculto
deje de quena y misterio,
de altiplanicie peruana,
la voz de César Vallejo
...
... Raúl González Tuñón,
Voz del Plata Madrileño
¡Salud España os saluda!5
Saludemos hoy también al mundo del español, mestizo y trans, lo mismo que el mundo entero.