Ciencias, lenguajes técnicos y lengua cotidiana. Gramáticas y diccionarios como mediadores Pablo Adrián Cavallero
Academia Argentina de Letras (Argentina)

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Resumen

Se hace referencia a diversas ciencias con ejemplos de sus términos técnicos que suelen ser incomprendidos. Pero también ejemplos de usos populares (canciones, medios de comunicación) que los emplean no siempre con claridad. Reflexión sobre cómo las gramáticas y diccionarios, comenzando por los pioneros de Nebrija, intentan salvar la distancia y orientar el uso cotidiano.

Es sabido que el término «ciencia» deriva del latín scientia y éste del participio sciens —con el sufijo nominal femenino -ia— del verbo scio, cuyo valor es 'saber' (Ernout y Meillet, 1951: 1062-4). De ahí que el sustantivo scientia significa «conocimiento cierto» por oposición a la mera «creencia»; es el tener entendimiento en algún área y, de ahí, «erudición» (OLD, s.v.). Es el equivalente al griego ἐπιστήμη, correspondiente al verbo ἐπίσταμαι que, si bien en Homero se refiere a un «saber» de orden práctico, luego pasa a significar «estar seguro de, comprender, saber»; de modo que el sustantivo ἐπιστήμη, a partir del significado «conocimiento práctico», se transforma en la «capacidad para» y designa el «conocimiento científico», la «ciencia» «Chantraine, 1960: 360b; Beekes, 2010: 445).

Es lógico, pues, que si los conocimientos prácticos, como pueden ser el cocinar, el pescar, el cazar, tienen su propio léxico1, también lo tenga cada una de las ciencias que el intelecto humano ha desarrollado. Así tenemos los llamados «lenguajes técnicos» que, si bien por su nombre derivado de τέχνη refieren al «arte» o a la «artesanía», corresponden a las diversas áreas específicas del saber en las que hay conceptos propios que designan sus realidades.

Esa especificidad de cada ciencia genera entonces un amplio vocabulario que no siempre ingresa al lenguaje cotidiano, entendiendo por éste no sólo lo «diario, correspondiente a todos los días» (DLE) sino lo coloquial popular. Pues es posible que los científicos empleen a diario ese léxico, pero no así el hablante general de la lengua. Por otra parte, el rango culto que necesariamente tiene el lenguaje científico hizo que se formara a partir de voces latinas y/o griegas, ingresadas a nuestro español de modo directo o a través de alguna otra lengua moderna que las adaptó; para dar un ejemplo, al primer caso corresponde «metatarso» (μετά + ταρσός lit. 'más allá de la planta del pie' o 'junto con la planta del pie') y, al segundo, «peroné», que fue tomado del francés péroné y éste del griego περόνη 'gancho, broche' que en español debería haber dado «pérona».

A diferencia de los léxicos de artes y artesanías, que suelen emplear vocablos tradicionales, el origen grecolatino de los vocablos científicos suele colaborar en que resulten abstrusos. Si los ejemplos que acabo de mencionar correspondientes a la anatomía y medicina pueden ser cotidianos y más o menos comprensibles, hay otros que no lo son. Si un médico nos dice que tenemos un problema en el esternocleidomastoideo, poca gente entenderá que se trata de un músculo y no sabrá por qué se llama así; el especialista seguramente tendrá que explicar que es un músculo que va del esternón (< στέρνον, 'hueso extendido') y la clavícula (< κλείς, -ιδός 'llave, clave') hasta el hueso mastoideo (μαστοειδής) que se encuentra en el cráneo y 'se parece a un seno', músculo que permite la torsión del cuello y de la cabeza. Algo similar podría ocurrir en el ámbito de la retórica. Es posible que la gente en general entienda de qué se trata una metáfora, pero es más difícil que sepa qué es una sinécdoque o una hipálage. En el campo de la gramática se entiende qué es una «oración», pero si se menciona un predicativo objetivo, un lexema, un alomorfo, un deíctico, la comprensión se dificulta. Todo dependerá del grado de acercamiento que el hablante tenga con la ciencia en cuestión.

Pero hay casos en que el lenguaje científico se vuelca en el popular. Así tenemos una canción de Juan Luis Guerra que dice:

Me sube la bilirrubina,
¡ay!, me sube la bilirrubina,
cuando te miro y no me miras,
¡ay!, cuando te miro y no me miras.

Y no lo quita la aspirina,
no, ni un suero con penicilina.
Es un amor que contamina.
¡Ay!, me sube la bilirrubina.

En este texto, la aspirina y el suero resultan conocidos, quizás también la penicilina, pero no todos los oyentes saben qué es la bilirrubina, aunque puedan suponer que se trata de algún elemento cuyo ascenso resulta dañino. Hay que consultar a un médico, a un bioquímico o a un farmacólogo para asegurarse de que es un «pigmento biliar de color amarillo» (DEL). Asimismo, durante la reciente pandemia que azotó al mundo, muchos términos pasaron del lenguaje científico al cotidiano porque eran mencionados a diario por los medios de comunicación: desde «pandemia» mismo hasta «hisopado» o la sigla PCR eran explicados por los especialistas y utilizados por la gente aun sin saber exactamente qué designaban2.

Si ejemplificamos con el campo del derecho, recientemente la Argentina se vio sacudida por dos crímenes cuyas sendas víctimas fueron un joven de veinte años y un niño de cinco. Los medios de comunicación dieron amplia cobertura a los juicios que se desarrollaron casi simultáneamente, de modo que surgieron de ella algunos términos específicos. El que más circuló es el adjetivo «preterintencional» que los defensores usaban para alegar un atenuante y que los mismos periodistas explicaban como referido a una acción que había provocado efectos más graves que los pretendidos. En este adjetivo el prefijo preter- deriva del latín praeter que significa 'además, más allá de', de modo que el adjetivo califica a lo «que fue más allá de la intención».

Y así podríamos tener muchos ejemplos de otras ciencias.

Pero es claro que, cuando los hablantes/oyentes nos encontramos en la situación de no conocer los tecnicismos del lenguaje científico, podemos recurrir al instrumento habitual que ilustra sobre el léxico de una lengua: el diccionario. Por una parte, es posible utilizar diccionarios o glosarios específicos de un arte o ciencia, como el Glosario de términos gramaticales (RAE-ASALE, 2019), el Diccionario de retórica y poética de Helena Beristáin (Beristáin, 1995) o los Elementos de retórica literaria de Heinrich Lausberg (Lausberg, 1966), el Diccionario de bioquímica y biología molecular de F. Widmer (Widmer, 2000), el Diccionario de términos médicos (Real Academia de Medicina, 2012) o el muy reciente Diccionario panhispánico del español jurídico (DPEJ). Por otra parte, es posible recurrir al Diccionario de la lengua española (DLE) que, en general, recoge también el léxico científico.

Estos diccionarios, como de algún modo también las gramáticas, son las herramientas que permiten salvar la brecha entre los tecnicismos de las ciencias y el lenguaje cotidiano, poniendo en términos más coloquiales los conceptos específicos de esas voces técnicas. El diccionario nos «traduce» en una expresión más asequible el significado de esos términos.

El mundo moderno ha ido desarrollando estos instrumentos cada vez con mayor acribia. Sin duda ha sido un pionero en esa labor Elio Antonio de Nebrija (1444-1522), a quien estamos honrando con motivo del quinto centenario de su muerte. Como filólogo que fue, no sólo compuso la primera Gramática castellana o Arte de la lengua castellana que hizo el maestro de la latina Antonio de Nebrija (1492), primera de las románicas, sino que también redactó el primer Diccionario latino-español (1492) y el Vocabulario español-latino (1494). A esto se suma un diccionario latino-francés (1519) y un póstumo Diccionario médico en latín (1545). Si tenemos en cuenta que en su época el latín era todavía la lengua de la ciencia y de la cultura en general, su obra pretendió «explicar» la lengua a los hablantes y hacer una conexión entre el lenguaje culto-científico y el usuario general.

Otra figura ejemplar en estas intenciones ha sido la del humanista venezolano naturalizado chileno Andrés Bello (1781-1865), quien además de redactar el Código civil de Chile y el de Colombia y de escribir opúsculos gramaticales, jurídicos y científicos, obras filosóficas, literarias e históricas, compuso una Gramática de la lengua latina (Bello, 1838), consciente el autor de su importancia para la ciencia, pero también una Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos (Bello, 1847), cuyo título denota el interés práctico de acercar la ciencia al hablante: muchos capítulos o apartados incluyen en sus epígrafes el término «uso»3 para indicar que se enfocan en el empleo concreto de ciertos rasgos de la lengua. Ella se complementa con obras previas como Análisis ideológica de los tiempos de la conjugación castellana (Bello, 1841), los Principios de la ortología y métrica de la lengua castellana (Bello, 1835) e Indicaciones sobre la conveniencia de simplificar i uniformar la ortografía en América (Bello, 1823)4, similares estas últimas a la propuesta aún más audaz de Domingo F. Sarmiento5. Si bien son todas estas obras trabajos científicos, están pensados no sólo para los especialistas y docentes sino también para el usuario general, como lo revela también la propuesta ortográfica.

En fin, si el lenguaje científico es inabarcable para todos los hablantes, dadas su diversidad y sus especificidades, es posible que él se acerque al lenguaje cotidiano, no sólo mediante obras artísticas que lo empleen o medios de comunicación que lo difundan sino especialmente a través de su incorporación en los diccionarios que, además de registrar los usos, siempre han de ser docentes para el usuario nativo y para el extranjero. El diccionario —y en cierta medida también la gramática— es un mediador entre la ciencia y el hablante general de una lengua.

Bibliografía

  • Barale, J. (2020), «Algunas covetimologías», Ciencia hoy, 29, 170, pp. 10-11.
  • Beekes, R. y van Beek, L. (2010), Etymological dictionary of Greek. Leiden: Brill.
  • Bello, A. (1847), Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos. Santiago: Progreso.
  • — (1841), Análisis ideológica de los tiempos de la conjugación castellana. Valparaíso: Imprenta Rivadeneyra.
  • — (1838), Gramática de la lengua latina. Santiago: La Opinión.
  • — (1835), Principios de la ortología y métrica de la lengua castellana. Santiago: La Opinión.
  • — (1823), Indicaciones sobre la conveniencia de simplificar i uniformar la ortografía en América, en colaboración con Juan García del Río. Londres, Biblioteca Americana.
  • Beristáin, H. (1995), Diccionario de retórica y poética. México: Porrúa.
  • Cavallero, P. (2021), «Academia, pandemia y etimologías», en Homenaje. Academia Argentina de Letras, 90º aniversario (1931-2021). Buenos Aires: AAL, pp. 59-68.
  • Ciapuscio, G (2020), «El habla de la pandemia», Ciencia hoy, 29, 170, pp. 25-28.
  • Chantraine, P. (1968), Dictionnaire étymologique de la langue grecque. París: Klincksieck.
  • DEL - Diccionario de la Lengua Española (en línea). RAE-ASALE.
  • DPEJ - Diccionario panhispánico del español jurídico (en línea). RAE-ASALE.
  • Ernout, A. y Meillet, A. (1951), Dictionnaire étymologique de la langue latine. París: Klincksieck.
  • Lausberg, H. (1966), Elementos de retórica literaria. Madrid: Gredos.
  • OLD = Oxford Latin Dictionary (1968). Oxford: Clarendon Press.
  • RAE-ASALE (2019), Glosario de términos gramaticales. Salamanca: Ediciones Universidad.
  • Real Academia de Medicina de España (2012), Diccionario de términos médicos, Madrid.
  • Widmer, F, (2000), Diccionario de bioquímica y biología molecular. Zaragoza: Acribia.

Notas

  • 1. Véase la colección publicada por la Academia Argentina de Letras «La Academia y la lengua del pueblo», que incluye léxicos del andinismo, del tango, de la cestería, del teatro, del bebé, de las armas criollas, de los dulces caseros, del ciclismo, del automóvil, del telar, del tonelero, de la caña de azúcar, de la política argentina, de la carpintería, del dinero, del pan, del vino, de la carne, del colectivo. Asimismo, el Diccionario de términos de la administración pública. Volver
  • 2. PCR es una sigla inglesa que corresponde a: Reacción en Cadena de la Polimerasa y designa una prueba de diagnóstico que permite detectar un fragmento del material genético de un patógeno. La pandemia suscitó también publicaciones de difusión, como la de Barale (2020), que se ocupó de 'asma', 'barbijo', 'catarro', 'confinamiento', 'corona', 'diagnóstico', 'epidemia', 'fármaco', 'gripa', 'máscara', 'neumonía', 'pandemia', 'protocolo', 'rebaño', 'síntoma', 'testeo', 'tos', 'tratamiento' y 'virus'; la reflexión de Ciapuscio (2020); véase Cavallero (2021), donde me ocupé de 'academia' / 'pandemia' / 'epidemia', 'cepa', 'clínica', 'hospital' 'nosocomio', 'cuarentena', 'hisopado', 'síntoma', 'síndrome', 'vacuna'. Volver
  • 3. Véanse los capítulos 28, 31, 35, 36, 39, 46, 47, 50. Volver
  • 4. El simplificar y el uniformar buscan, claramente, facilitar el uso escrito cotidiano de la lengua. Las letras g y j se unifican en j: 'jénero', 'jerundio', 'pájina'; la y se escribe como la latina en su empleo vocálico: conjunción 'i', adverbio 'hoi'. Conserva, empero, la distinción de z / c / s ('necesidad') y el uso de la h ('habla'). Volver
  • 5. Dejando de lado la etimología, priorizando el uso americano y con el fin de facilitar el aprendizaje de la lectura y la escritura, en 1843 presentó ante la Universidad de Chile su Memoria sobre la ortografía, en la que propuso suprimir la letra h por ser muda; unificar v con b y z/c con s; y representar la x con la combinación cs o gs; conservar la c ante las vocales a, o y u, reemplazar la g por j en combinación con e y con i. Volver