Es poco conocido en el mundo, incluidas España e Hispanoamérica, que, pese a la insistente leyenda negra, la española fue la primera cultura, y acaso la única, que implantó la mezcla de razas mediante disposición legal.
Ya Alonso de Ojeda, que sería gobernador de la Nueva Andalucía, contrajo matrimonio en 1499 con la indígena Guaricha, tras bautizarla con el nombre de Isabel, y tuvo con ella tres hijos; y de los amores de Hernán Cortés con su intérprete nativa —doña Marina, la Malinche— nació un hijo al que se le dio el nombre de Martín, que no pudo heredar a su padre por su condición familiar de ilegítimo, pero que fue educado como cualquier español de alto linaje y nombrado caballero de la Orden de Santiago.
Pero en la legalización del mestizaje fueron pioneros los Reyes Católicos. Hay que señalar que ya la Real Cédula de 20 junio de 1500 prohibió llevar indios a España y someterlos a esclavitud, e hizo devolver a su origen a quienes habían sufrido tal proceso, como los cuatro que trajo Colón. Pero, sobre todo, algo inédito e insólito en un mundo de apartheids y segregaciones raciales: la Real Cédula de 14 de enero de 1514 autorizó los matrimonios mixtos, que ya la reina Isabel I había propiciado considerando los casamientos con habitantes de la Nueva España «legítimos y recomendables».
Y así como los signos de la presencia española se encuentran todavía presentes en muchísimos símbolos de lugares de los Estados Unidos —como en las banderas de los estados de Alabama, Arizona, Arkansas, Florida, Montana y Nuevo México; o los escudos de Los Ángeles, Santa Fe, San Diego, Pensacola, Cupertino y muchos otros lugares—, y que incluso el símbolo del dólar / $ / proviene de las columnas con el «plus ultra» del escudo español, en lo que toca al mestizaje hispanoamericano, la prueba de su naturalidad está en las llamadas «pinturas de castas» que realizaron autores como Miguel Cabrera, Andrés de Islas, José Joaquín Magón o Cristóbal Lozano, que se conservan en museos mexicanos, peruanos y españoles, y que han dado origen a denominaciones etnográficas, procedentes de «mulato» y «mestizo», como «albino», «zamba», «zambaigo», «morisco», «albarazado», «cambujo», «cuarterón», «coyote», «tornatrás»...tal como fueron denominándose las sucesivas progenies, según sus orígenes.
Al aspecto plástico —el padre, la madre, cada uno de una «casta», y el vástago resultante, retratados con esmero, raramente en caricatura— una peculiar hispanofobia ha intentado quitarle su evidente sentido integrador, aludiendo a supuestos «encasillamientos» discriminatorios. Pero ¿qué cultura con dimensión colonial ha dejado testimonios semejantes, resultado de una legislación racial incluyente? En esta sesión, el tema los mestizajes raciales tendrán lugar destacado.
Comenzará interviniendo doña Luisa Elena Alcalá Donegani, de la Universidad Complutense (España), con la ponencia titulada «De los varios significados y usos del concepto de mestizaje en el arte virreinal».
En ella, como me ha señalado la sra. Alcalá, expondrá que el término «mestizaje» se ha usado de distintas maneras y en diferentes momentos del siglo xx y XXI para describir y analizar variadas manifestaciones artísticas virreinales, a veces ambiguas o contradictorias y, a menudo, difíciles de definir. En su ponencia, la sra. Alcalá revisitará algunos de los momentos de gestación y transformación del término en la historiografía del arte hispanoamericano y planteará hasta qué punto dicho término, en sus usos actuales, enmascara o incluso invisibiliza ciertas realidades sociales y étnicas del contexto virreinal. Analizará, por ejemplo, el contraste entre una mirada contemporánea celebratoria hacia la originalidad del arte novohispano del siglo XVI y las preocupaciones que planteaba alguien como Felipe Guaman Poma de Ayala al abordar el tema. Entre medias, se abre un espacio, el de la responsabilidad del historiador del arte actual para representar el pasado de la manera más completa posible, fiel a sus complejidades y sin caer en generalizaciones.
A continuación, don Jaime Cuadriello Aguilar, de la Universidad Nacional Autónoma de México, nos expondrá su ponencia sobre «Los cuadros de mestizaje novohispanos y el refranero popular como paratexto en el siglo XVIII». Para el sr. Cuadriello, según me ha comunicado, las abundantes series de castas ejecutadas en la Nueva España entre 1710 y 1790 poseen múltiples intencionalidades, más allá de su intrínseco propósito para ilustrar las relaciones biológicas y culturales de la variopinta población local. Es evidente que son un vívido espejo de la vida cotidiana, las desigualdades sociales, las desavenencias culturales y los prejuicios sociales, si bien formuladas bajo distintos patrones visuales propios del género. La misma temporalidad de su ejecución va modificando el sentido de su discurso: desde la armonía y disfrute en el núcleo familiar, hasta la crítica de las costumbres y sus efectos perniciosos sobre la moral. En su intervención sumará un componente más: la paremiología o el refranero popular de entonces. No en todos los casos, según él, pero sí que puede aplicarse esta intervención semántica en un puñado de ejemplos, donde el refrán funciona como un eficaz paratexto o colofón de la narratividad de las escenas y es parte sustancial en la construcción de un mestizaje cultural, entre la palabra corriente y los usos y costumbres populares.
El tercer participante en esta sesión será don Luis Eduardo Wuffarden, miembro del Instituto Riva-Agüero, del Comité Cultural del Museo de Arte de Lima y miembro honorario del Instituto de Investigaciones Museológicas y Artísticas de la Universidad Ricardo Palma de Perú, con una ponencia titulada «Los lienzos de mestizaje del virrey Amat: descripción étnica y tensiones políticas en el Perú ilustrado». En palabras del sr. Wuffarden, está claro que la sociedad virreinal del Perú, a diferencia de la novohispana, no demostró mayor interés por la representación pictórica de las mezclas raciales propias del país. De ahí que la única serie peruana de castas obedeciera a un encargo específico del virrey Manuel de Amat en 1770, cuyo destino era el futuro Gabinete de Historia Natural en la corte de Madrid. Esa excepcional comisión artística, promovida desde las más altas esferas del poder, coincidía con un momento de profundas tensiones políticas entre el representante del rey de España y las elites locales. Esta presentación intenta poner en evidencia la eficaz interacción de tales imágenes con una taxonomía racial fijada contemporáneamente por el coronel español Gregorio de Cangas en su Descripción de la ciudad de Lima (1770). Asimismo, apelará a otro testimonio literario de la época, el Drama de los palanganas (1776) escrito por el aristócrata limeño Francisco Ruiz Cano, marqués de Sotoflorido, para entrever la agria desazón de la elite criolla frente a tales pinturas. En efecto, la entrelínea de los lienzos de mestizaje encerraba un sutil cuestionamiento a la «pureza de sangre» y por tanto a las pretensiones nobiliarias de un grupo dirigente en pleno proceso de consolidación.
Concluirá las intervenciones en esta sesión el arquitecto don Luis Fernández-Galiano, de España, con una ponencia titulada «Mestizaje mudéjar: un arte de dos sangres». Según el ponente, la identidad mestiza en España está en la arquitectura mudéjar. Esa arquitectura cerámica ha sufrido en la historia muchas mudanzas, pero mantiene intacto el hilo conductor del material humilde y la geometría exacta, que anudan estructura y ornamento para levantar obras lujosas y livianas con barro cocido y óxidos vidriados. Como dice el ponente, siendo el ladrillo el más accesible material de construcción en la Península, su popularidad en el tiempo refleja más bien unas constantes geológicas, climáticas y culturales que una mera moda estilística, por tenaz que ésta haya sido. Así, la arquitectura mudéjar expresa una identidad mixta, fiel a unos procesos constructivos y unos códigos estilísticos donde la alta cultura y la sabiduría popular se enredan. Y añade el ponente que, en contraste con la desnudez exterior de la arquitectura musulmana, los lienzos de las torres mudéjares aragonesas llevan al extremo la exteriorización de lo decorativo mediante la superposición estratificada de planos de fábrica de ladrillo con acentos de cerámica vidriada.
De este modo, de la reflexión sobre la representación pictórica de las mezclas raciales, que a pesar de muchas críticas y miradas insidiosas son imagen clara de esa mixtura étnica defendida institucionalmente y estructurada en lo colectivo que ha sido única en el mundo, se pasa a una concreta mezcla dentro un panorama arquitectónico también inclusivo. Del mundo biológico nos instalamos en otro muy diferente, pero no debemos olvidar que la pintura y la arquitectura, dos muestras incomparables del pensamiento simbólico, son decisivas en nuestra historia artística y social.