Las diferencias léxicas que tanto gusta comentar a los hispanohablantes cuando se reúnen personas de distintos países se pueden encuadrar en cuatro grupos: 1) vocablos ajenos que se entienden porque se relacionan con otros propios; 2) vocablos ajenos que se comprenden aunque no se usen o no se relacionen con otros propios; 3) vocablos desconocidos por completo en la propia variedad que no se relacionan con ningún otro; 4) vocablos conocidos en la variedad propia pero que tienen otro significado en la ajena.
Y a pesar de todo ese lío, nos entendemos.
Las intervenciones de este coloquio no deben sobrepasar los 10 minutos. Intentaré ser más breve aún.
Mi papel de moderador me obliga a moderarme.
El título de esta mesa redonda (ahora se le llama «panel») se refiere a la lengua y el periodismo interculturales. Y al ver esta última palabra, pensé de inmediato en que las diferencias léxicas que tanto gusta comentar a los hispanohablantes cuando se reúnen personas de distintos países se pueden encuadrar en cuatro grupos. Con ellas debemos manejarnos los periodistas en el mundo digital de hoy, que es global.
A mi entender, estas diferencias interculturales se dividen en cuatro apartados, que complementaré con breves ejemplos. Un buen periodista que se dirija a un público panhispánico debe tenerlos en cuenta si desea establecer una comunicación rica y eficaz.
Por ejemplo, la pileta de los rioplatenses (porque se relaciona con «pila» o «pilón», recipientes de agua), el trancón colombiano, ecuatoriano o uruguayo (que vinculamos con «atrancar», «tranco», «tranquera») o el platicar de los mexicanos (con el que establecemos la analogía a partir de «plática»).
Se trata de palabras de uso pasivo, pero no activo. Las conocemos pero no las pronunciamos. Los intercambios culturales de tantos años han favorecido este conocimiento. Por ejemplo, un español difícilmente pedirá una banana en una frutería, pero sabrá perfectamente de qué se trata si se la ofrece un cubano, pongamos por caso.
Estoy pensando en la patota que un rioplatense, por ejemplo, usaría para referirse a lo que un español llamaría «piquete». O en el mexicanismo achichincle, que viene a significar ‘ayudante de poca monta’. En esos casos de términos desconocidos, solamente nos quedan dos opciones a los interlocutores de distinta variedad del español: o deducir el significado por el contexto (algo fácil, porque el contexto se construye en nuestra misma lengua) o preguntar directamente: ¿Y eso qué es?
Aquí es donde viene el lío. Pienso por ejemplo en la palabra polla, que en España se puede entender como equivalente de «pene» y que en gran parte de América significa ‘apuesta’ o ‘carrera de caballos’. No pondré más ejemplos facilones. Tampoco con el verbo coger.
Esos cuatro apartados veo yo.
Y a pesar de esta diversidad léxica, nos entendemos. El léxico compartido por todos supera el 98 %; y las pequeñas divergencias se superan con buena voluntad y con arreglo al contexto.
Las divergencias, en efecto, no superan nunca el 2 %, según los estudios elaborados, con distintos métodos, por el mexicano Raúl Ávila en 1994, el hispanomexicano Juan Miguel Lope Blanch en 2000 y la norteamericana de origen dominicano Luana Ferreira en 2015. (Por cierto, vendría bien añadir más trabajos a esta lista).
Por eso fue un despropósito que Netflix decidiera en 2018 añadir subtítulos en el español de España a la maravillosa película mexicana Roma, de Alfonso Cuarón, en sus proyecciones en las salas de cine. Nunca Cien años de soledad necesitó traducción al español de cualquier otro lugar. Ni las tiras de Mafalda, ni el humor de Les Luthiers, ni los chistes de El Chapulín Colorado. Ni siquiera las películas de Cantinflas.
Tenemos diversidad cultural y también identidad intercultural. Y además nos entendemos muy bien, si queremos.
Todos sabemos que es una pendejada andar traduciendo del español al español. Y los españoles sabemos que en esta frase no hay que traducir la palabra pendejada: Forma parte del grupo 2: «Vocablos ajenos que se comprenden aunque no se relacionen con otros propios».
Finalmente, tomaré como ejemplo una chirigota de Los curas de pueblo, cantada en el carnaval de Cádiz. La letra dice:
Surgió una noche cenando.
A Isabel la Católica
De repente un bastinazo se le escapa.
«Estoy hasta el coño, Fernando,
De comer huevos sin papas.
Corre, ve y dile a Cristóbal
que coja tres carabelas
y hombres y mapas,
y que vaya a donde quiera,
¡pero que no vuelva sin papas!
Y si hace falta yo empeño las joyas,
pero tenéis que zarpar de inmediato,
porque yo estoy ya jartita...
de comerlo todo con boniato.
Ahí vemos la palabra «papa», que muchos tienen por solamente americana, perro que es común en Cádiz y también en buena parte del sur de la península, además de Canarias. Con razón el Diccionario de la lengua española no le pone marca alguna, porque la considera parte del español general.
Sin embargo, la palabra «bastinazo», del tercer verso, es propia casi exclusivamente de Cádiz capital y se usa para nombrar algo que produce sorpresa o que es exagerado.
«Papa» se encuadra en el apartado 1, el de los vocablos ajenos que se comprenden aunque no se usen; y para los no gaditanos, «bastinazo» se integra en los vocablos desconocidos por completo en la propia variedad que no se relacionan con ningún otro.
Para conocerlos es bueno viajar.
Así que ha valido la pena venir a Cádiz y enterarse de primera mano.
Muchas gracias.