El nacimiento en México de la lexicografía americana1 Rodrigo Martínez Baracs
Academia Mexicana de la Lengua (México)

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Resumen

Es bien conocida la importancia del vocabulario español-latín de Antonio de Nebrija, de 1495, para la elaboración de los vocabularios español-lenguas indígenas en América. El primero en aprovechar la lista de palabras castellanas del vocabulario de Nebrija (eliminando muchas y agregando algunas) fue fray Alonso de Molina en la primera versión de su Vocabulario, sólo castellano-mexicano, de 1555 (que antecede a su vocabulario bidireccional de 1571). El siguiente vocabulario que se publicó, de fray Maturino Gilberti en 1559, este ya bidireccional, en su parte español-lengua michoacana igualmente aprovechó la lista de palabras españolas de Nebrija, pero no lo hizo directamente, sino a través de la selección del vocabulario de Molina de 1555 (eliminando a su vez algunas). La reciente aparición de la edición de Manuel Galeote y Miguel Figueroa-Saavedra del primer vocabulario de Molina permite examinar con más cuidado la relación con Nebrija de ambos primeros vocabularios americanos y apreciar la comunicación de significados entre el latín, el español, el náhuatl y la lengua michoacana.

El Encuentro de Dos Mundos, trajo un cambio radical en el Nuevo Mundo, y no sólo por la imposición del dominio europeo y de la religión cristiana, sino por la catástrofe demográfica provocada por las desconocidas epidemias y por la revolución tecnológica que trajo el encuentro de dos mundos con diferentes desarrollos ecológicos y tecnológicos.

En esta revolución tecnológica jugaron un papel fundamental dos invenciones: el alfabeto, que permitía representar el lenguaje hablado por escrito de manera sencilla (el fonetismo maya ciertamente no era sencillo); y la imprenta, que permitía producir múltiples ejemplares de un mismo escrito o dibujo en papeles encuadernables. Ambos inventos jugaron un papel decisivo en América, donde los europeos se encontraron pueblos civilizados que hablaban una gran cantidad de lenguas. Los primeros franciscanos percibieron esta peculiaridad del Nuevo Mundo, la dispersión lingüística, aunque había lenguas más generales, como el náhuatl o el maya, por las que se podía comenzar. La escritura alfabética produjo una conmoción en los pueblos de indios de la Nueva España, al poder transcribir por primera vez su habla, que quedó registrada en vivaces documentos judiciales a la española, redactada en varias lenguas indígenas hasta comienzos del siglo XIX. Para los frailes la escritura fue vital para aprender las lenguas, transcribirlas, sistematizar sus gramáticas en artes y sus léxicos en vocabularios, y escribir doctrinas, confesionarios y cartillas, lo cual realizaron con el apoyo de sus jóvenes alumnos/maestros indios. Pronto intervino la segunda invención, la imprenta, traída a México hacia 1540, que permitió la impresión de vocabularios, artes y doctrinas en varias lenguas, mismos que registró en su Bibliografía mexicana del siglo XVI (1886) don Joaquín García Icazbalceta (1825-1894), de la Real Academia Española y fundador de la mexicana, que por cierto pasó sus años juveniles en esta ciudad de Cádiz de 1829 a 1836, viviendo en la calle Ancha, como lo investigó mi amiga y colega Emma Rivas Mata. Ambos inventos, la escritura y la imprenta, y el encuentro de lenguas, provocaron desde mediados del siglo XVI un torbellino de creatividad literaria, dentro del cual quisiera considerar el nacimiento en 1555 de la lexicografía americana, con la impresión por Juan Pablos (ca. 1510-1560/1561) del Vocabulario en la lengua castellana y mexicana (náhuatl) de fray Alonso de Molina (1510-1579).

Alonso llegó chico a la Nueva España, aprendió náhuatl con los niños de Tezcoco y se lo enseñó a los franciscanos. Ya ordenado, se dio a la tarea de elaborar vocabularios, gramáticas y doctrinas en lengua náhuatl. El primer resultado fue el Vocabulario de 1555, castellano-mexicano, solamente unidireccional, y también el primer vocabulario impreso en América —antecedido por los intentos de fray Andrés de Olmos (1485/1491-1571) y de fray Bernardino de Sahagún (1499-1590). Como primer paso en su estrategia, Molina comenzó con el vocabulario castellano-mexicano, como es bien sabido, tomando como base de su selección de palabras al Dictionarium ex hispaniense in latinum sermonem, castellano-latín, de Antonio de Nebrija (1441-1522) de 1495, omitiendo muchas voces, pero agregando también no pocas, siempre con el afán de transmitir la riqueza de la lengua mexicana. Como es sabido, sólo en 1571 Molina consiguió imprimir un Vocabulario bidireccional, no sólo castellano-mexicano (ahora muy ampliado), sino también mexicano-castellano. Y en ese mismo año de 1571 Molina imprimió su Arte de la lengua mexicana, con segunda edición en 1576, editado por Ascensión Hernández Triviño.

Sin embargo, desde 1555 el trabajo lexicográfico de Molina requirió una reflexión gramatical, referida al principio de la composición señalado por fray Andrés de Olmos en su Arte de la lengua mexicana escrito en 1547. Es particular el caso de los verbos, con sus prefijos y sufijos, que Molina decidió escribir en náhuatl no en un infinitivo inexistente en la lengua, sino en primera persona de singular, separando los prefijos adecuados al verbo, para indicar su régimen. Las recientes ediciones del primer Vocabulario de Molina de nuestros amigos Manuel Galeote y Miguel Figueroa-Saavedra, permiten una lectura largo tiempo diferida, opacada por la riqueza infinita de Vocabulario de Molina bidireccional de 1571.

Uno de los primeros lectores del Vocabulario de 1555 fue el franciscano francés fray Maturino Gilberti (ca. 1507-1585), quien también se propuso escribir vocabulario, arte y doctrina christiana en la lengua michoacana (tarasca o purépecha), sin incursionar, que se sepa, en la historia de la tierra. Sus realizaciones fueron notables, porque en solo dos años, 1558 y 1559, publicó un Arte de la lengua de Michuacan y una Grammatica Maturini, latina, las dos primeras gramáticas impresas en América; un Vocabulario de la lengua de Mechuacan, el primero bidireccional; un breve Thesoro spiritual y un extenso Diálogo de doctrina christiana en la lengua de Mechuacan, el libro escrito en lengua indígena más voluminoso impreso en todo el periodo novohispano, y que ocasionó un ataque judicial, teológico, político y visceral del obispo de Michoacán don Vasco de Quiroga (ca. 1470-1565). El ataque se debió a la amistad de Gilberti con el encomendero fraudulento Juan Infante, que afectó el proyecto utópico de integración social y económica del obispo, y a su crítica en el Diálogo al culto idolátrico de los indios a la Virgen María, asociada a la Virgen de la Salud promovida por el obispo en Pátzcuaro. Se replicaba en Michoacán en 1559 el conflicto de 1556 en la ciudad de México por la crítica de los franciscanos al culto a la Virgen de Guadalupe promovida por el arzobispo fray Alonso de Montúfar (1489-1572).

También es un «clásico mestizo» el Vocabulario de la lengua de Mechuacan de Gilberti, por ser el primero bidireccional, superando en esto al primero de fray Alonso de Molina. Deben considerarse, sin embargo, dos condiciones que facilitaron la realización de Gilberti. En primer lugar, para la parte castellano-michoacano, Gilberti hizo su lista de palabras con base no en el Dictionarium de Nebrija, sino en el Vocabulario de Molina de 1555, eliminando varias palabras y agregando algunas. Molina le allanó la tarea a Gilberti, y a otros frailes lexicógrafos después.

Por otro lado, Gilberti prescindió de las indicaciones que dio Molina sobre el uso de los verbos. Lo hizo debido a la complejidad de la lengua michoacana, y porque él mismo acababa de explicarlo en su Arte de la lengua de Michuacan.

En cuanto a la segunda parte del Vocabulario bidireccional de Gilberti, michoacano-castellano, su trabajo se vio facilitado por el carácter «sufijante» de la lengua michoacana, en la que las raíces verbales o nominales no tienen prefijos, sino una multitud de sufijos gramaticales. Así, Gilberti pudo compilar no solo un amplio elenco de palabras michoacanas, sino también un registro de las raíces, como lo harían otros lexicógrafos michoacanos más adelante —fray Juan Baptista Lagunas (¿?-ca. 1604) y el autor del anónimo Diccionario grande.

La proeza de imprimir cinco libros en escasos dos años solo se explica si suponemos que en los años anteriores (desde su llegada en 1543, y particularmente a partir de 1555, cuando se publicó el primer Vocabulario de Molina) Gilberti había estado formando un equipo de trabajo con indios michoacanos, con quienes trabajó los aspectos teológicos, lexicográficos y gramaticales, pero también la impresión y encuadernación de los libros, entrando a la imprenta de Juan Pablos para componer los libros en lengua michoacana con escasas erratas. En cambio, para la impresión de la Grammatica latina no fue necesaria la participación de sus colaboradores, y fue el primer libro que imprimió Antonio de Espinosa (¿?-1578) en 1559, recién roto el monopolio de Juan Pablos.

En el caso de Gilberti, la existencia de un equipo multidisciplinario es necesario para explicar la proeza editorial de 1558 y 1559, pero, si sabemos de los colaboradores nahuas de fray Pedro de Gante (1478/1480-1572) y de fray Bernardino de Sahagún, escritores y pintores, debemos suponer diferentes contextos de convivencia y cooperación cultural en la obra de los demás misioneros lingüistas. Así se compusieron los primeros libros novohispanos, vitales para la formación de lo que somos.

Notas

  • 1. Ponencia presentada el martes 28 de marzo de 2023 en el Congreso Internacional de la Lengua Española de la ASALE,en la ciudad de Cádiz, en la Sesión plenaria 2: «Viaje, tornaviaje y cultura literaria transatlántica», presidida por don Gonzalo Celorio, director de la Academia Mexicana de la Lengua, con una ponencia general de él, y con una mesa de diálogo moderada por Aurora Egido, con la participación de Raquel Chang-Rodríguez, Teodosio Fernández Rodríguez y yo mismo, en el Palacio de Congresos, entre las 13:55 y las 15:25 horas. Volver