Para ilustrar el tema de la lengua española y su utilización (o su subversión) por otros pueblos dominados por la Corona española, he escogido presentar algunos aspectos de los libros mayas de Chilam Balam de Yucatán, y en particular los de Tzizimin y de Chumayel. Esos textos, fueron redactados a partir del último tercio del siglo XVI por los sacerdotes mayas y completados por sus sucesores, hasta el inicio del XX. Esos libros constituyen un testimonio de la extensión del idioma castellano entre los mayas. Ese pueblo autóctono fue el único de todo el continente americano en inventar una escritura glífica fonética. También fue probablemente el único en «mayanizar» los conceptos de la lengua española, sometiéndolos a las reglas matemáticas ineluctables de los ciclos temporales, estudiados por ellos desde épocas muy tempranas. No se trata de un simple efecto de «aculturación», un término demasiado impreciso para describir ese proceso, sino de la incorporación o de la «fagocitación» de lo ajeno por los mayas yucatecos (aunque también lo encontramos en la región Quiché de Guatemala, que no trataremos aquí). Los libros en cuestión narran la historia profética de Yucatán y sus entornos, basada en similitudes y recurrencias significativas. Nosotros también tenemos concepciones similares, que abandonamos a la ficción literaria y cinematográfica, cuya influencia sobre el público es muy superior a la de los historiadores.
Presentaremos ejemplos sacados del Chilam Balam de Tizimin y del de Chumayel. El primero está centrado en la historia de los itzá, desde el siglo VII al siglo XIX. El de Chumayel relata la historia de los xiu, un grupo instalado al oeste de Yucatán y Campeche. Itzá y xiu son los nombres de dos dinastías rivales, siendo los xiu los más influenciados por los mexicanos toltecas. El poder de esas dos dinastías se afirma después de la caída de las ciudades clásicas mayas. Sin poder extendernos en el contexto general, es fundamental tener en cuenta que la llegada de los españoles en Yucatán, una tierra dividida por las luchas entre esos dos linajes principales, desestabilizó la península y muchos grupos se desplazaron y se refugiaron en las tierras que hoy pertenecen a Belice o a la jungla de Petén.
Los libros de Chilam Balam fueron escritos por sacerdotes alfabetizados, conocedores de la doctrina cristiana, para dar cuenta de los nuevos acontecimientos e integrarlos a la tradición antigua, es decir, a las cronologías astrales. Veintisiete códices antiguos, pintados y glíficos, fueron quemados en el auto de fe organizado por Diego de Landa en Mani, el 12 de julio de 1562, en represalia contra las prácticas idolátricas y sacrificios humanos descubiertos en ese lugar. Landa fue el destructor de la cultura maya, pero también el primero en brindar una traducción de la escritura glífica antigua. Cuatro códices se salvaron de la hoguera. Uno de ellos fue el celebérrimo Codex de Dresde. Otros textos glíficos fueron ocultados por los balam y se sabe que los alfabéticos, en todo caso los más antiguos, transcribieron el contenido de esos viejos códices. Los sacerdotes fueron agregando e integrando hechos nuevos, cuyo sentido original ya estaba inscrito en los textos antiguos. Esos letrados, educados por los franciscanos, fueron llamados «ladinos» (es decir, latinos).
La principal función de los libros de Chilam Balam fue la articulación de los calendarios mayas (circulares, cíclicos) con el calendario de la cristiandad (lineal y, en ese sentido, comparable a la Cuenta Larga Haab). Esta, que también conocían los antiguos mayas (es decir los sacerdotes y no la gente "del común") comienza exactamente con la creación de los hombres por los dioses el 13 de agosto de 3114 a.C., fecha que corresponde al cómputo del «trece baktun», un período determinado escrito así: 13.0.0.0.0. En virtud de la circularidad del tiempo, esa fecha se repetirá inexorablemente en el año 2012 de nuestra era, y marcará el fin del mundo. Ese año, efectivamente, hubo gente tanto en América como en Europa que se reunió para esperar el momento fatídico, que afortunadamente no se cumplió...En todo caso, según la Cuenta Larga, el mundo maya durará solo 5.125 años, y eso los balam lo tenían por un final ineluctable.
Materialmente, los libros de Chilam Balam son «españoles» porque fueron redactados en caracteres alfabéticos y no glíficos. Están fabricados en papel europeo y los textos, o «capítulos», están encuadernados con tapas de cuero. Contienen también pequeños bocetos de diversas figuras humanas de estilo europeo que representan entidades o personajes mayas.
Esos libros parecen salir de una disquisición de Jorge Luis Borges: no tienen fin puesto que periódicamente fueron rehechos y completados con nuevos datos. Si los ciclos tienen su lógica prehispánica, muy compleja y de gran exactitud, los escribas sucesivos tienen que integrar nuevos episodios, singulares aunque regidos por las lógicas de los ciclos, estudiadas y reinterpretadas por los sacerdotes. La información contenida está presentada por temas: metafísicos, históricos (la llegada de los españoles, etc...), astronómicos e incluso anecdóticos. Chilam significa «el que es boca», el que profetiza, es decir, el profeta. Balam es otro de sus nombres y significa «jaguar», un animal humanizado muy importante en la iconografía mesoamericana. Indudablemente la llegada de los españoles constituye un hito mayor precedido por las guerras entre los distintos linajes mayas, que destruyeron las ciudades magníficas del Petén y de Yucatán. Podríamos decir que se trata de una literatura del apocalipsis, inscrita en las cifras abstractas del tiempo.
Contrariamente a lo que sucedió en México, donde los miembros de la élite mexica tuvieron por interlocutor a un hombre de la magnitud intelectual de Bernardino de Sahagún, los escribas y matemáticos yucatecos carecieron de teólogos españoles de esa importancia. Landa hubiera podido desempeñar ese papel de no haber organizado el auto de fe. Pocos sacerdotes querían instalarse en Yucatán, un territorio apartado, difícil de pacificar y cuyo clima tropical resultaba insufrible. Por eso, en las regiones más apartadas o más inhóspitas, en donde fueron redactados los libros de Chilam Balam, los «ladinos» (es decir, los latinos, los que sabían escribir) ocuparon cargos religiosos para suplir la falta de curas. Ellos redactaron los libros, recuperando la memoria de los antiguos y confrontándola con la cristiana.
Los sacerdotes mayas (los balam) desempeñan un papel fundamental porque sus conocimientos matemáticos, aplicados a la observación del cielo y de los astros, les permiten predecir los acontecimientos venideros. Los hechos, aparentemente únicos, así como los nombres propios de algunos personajes, las guerras, las sequías, las revueltas campesinas..., se repiten inexorablemente a lo largo del tiempo, como también sus consecuencias. Pero esa recurrencia sólo es advertida por aquellos que saben combinar los distintos ciclos temporales. Además de la observación de la posición de los astros, el manejo de los distintos calendarios solares, lunares, venusianos, a los cuales se suma la Cuenta Larga de los años, con un principio y un fin, no son sólo operaciones intelectuales complejas, como se puede apreciar hoy, cotejando los logros astronómicos de los mayas con los de los astrofísicos actuales. El manejo de los calendarios no es únicamente un estudio sagrado del tiempo, sino también una operación política, puesto que el derecho de una ciudad a inaugurar un nuevo ciclo, es el signo de su supremacía.
Mapa de Yucatán (Roys, 1943). La línea de demarcación entre los xiu, a la izquierda, y los itzá, a la derecha, pasa por Chumayel y Mayapán. Tizimin está situado en la zona Noreste, la más agreste, una región de «refugio» preservada de la burocracia española.
Los calendarios mayas estaban establecidos por la ciudad dominante, fundada por una nueva dinastía. Los itzá de Yucatán, por ejemplo, inauguraron en 1539 el calendario de Mayapán, un poco diferente del de Mérida, dominada por los xiu. Los «sacerdotes del jaguar», los chilam balam, se adaptaron también al calendario cristiano, lo cual les resultó muy sencillo puesto que el cómputo de 365 días les era conocido desde siempre (calendario solar). Los escribas convirtieron el orden lineal establecido a partir de la presencia de los españoles (dzules) en Yucatán. El orden lineal e irreversible de la cristiandad no escapó a la lógica del pensamiento cíclico, expresado en los tres calendarios básicos, el lunar, de 260 días, el solar, de 360 + 4 +1, y el venusiano. Estos tres cómputos de los movimientos astrales coincidían en determinados momentos temporales. El orden irreversible de la cronología cristiana no desconcierta a los sacerdotes mayas, que han concebido la Cuenta Larga, una cronología con inicio y fin muy concretos.
Los escribas registran los hechos acontecidos desde la llegada de los dzules (españoles) antes de la entrada de Cortés (Hernández de Córdoba en Cozumel), un episodio único que tiene que ser explicado necesariamente en relación con los ciclos temporales, establecidos por la observación precisa de los movimientos astrales y su expresión matemática.
La primer entrada de los españoles en Yucatán fue la del capitán Francisco de Montejo, fundador de las ciudades de Mérida y de Campeche en 1542. Algunos sacerdotes resistieron, otros se adaptaron rápidamente a la nueva situación, porque algo semejante, acaecido en una época remota, estaba ya codificado en los textos antiguos. Aprendieron muy rápidamente el alfabeto —para ellos, un juego de niños—, y sus conocimientos matemáticos unidos al manejo de la escritura de los dzules (los españoles), les valieron gran consideración. La escasez de párrocos —cuando los hubo, aquellos no poseían el bagaje abstracto intelectual de los «ladinos»— acrecentó el poder de los señores tradicionales, los batab, convertidos al cristianismo; éstos fueron los principales organizadores de la doctrina cristiana. Esa élite supo rápidamente que para conservar su estatus tenía que controlar la administración de los asuntos religiosos y profanos. Sus conocimientos y su prestigio les abrieron las puertas de las nuevas instituciones: las alcaldías, sus registros, su contabilidad, la organización de las celebraciones cristianas, las cofradías, es decir, la reorganización de la República de los Indios. El batab tradicional (el señor) ocupó el rango más elevado de los consejos municipales: el de Alcalde-Gobernador. Disponían de una jerarquía de alguaciles; los cargos menores eran desempeñados por gentes «del común». En la jerarquía establecida por la Iglesia, el batab asumía también el cargo de Cantor o Maestro de Capilla, y nombraba a un sacristán con instrucción que se ocupaba del coro y de los músicos, todos mayas por supuesto. El batab tenía bajo su poder a los sacerdotes mayas que pertenecían a su linaje.
Los libros de Chilam Balam contienen un mosaico original de palabras castellanas y también latinas. Encontramos también vocablos en náhuatl, o «lengua mexicana». Los sonidos del maya pueden ser reproducidos alfabéticamente, a pesar de que algunos sean aproximativos, como la «g», ausente de la fonética maya y reemplazada por «h» o por «s». El manejo del alfabeto permitió a los balam corregir el libro más importante de la cristiandad: la Biblia o su compendio, la Historia Sagrada, imponiendo su propia versión crítica que obedece a la lógica matemática, la cual es irrefutable y que los sacerdotes mayas, astrónomos excelentes, dominaron perfectamente. Recordemos que estas élites —no los campesinos que estaban a sus órdenes— conocieron el cero, como los árabes, y contrariamente a los romanos.
Sin entrar en la complejidad de los distintos calendarios y dejando de lado el venusiano y la Cuenta Larga, citemos los más frecuentes: el lunar, de 260 días, muy útil para la agricultura; y el solar, de 360 días + 5. Por razones aritméticas, esos 5 días se descomponen en 4 + 1. Los 4 días tienen cada uno un nombre: son los que encabezan el año, cada uno por su turno. Es fundamental conservar la estructura cuádruple. El quinto es un día muerto que tiene que ser compensado por los cálculos de los sacerdotes, que introducen o borran duraciones mínimas que llamaremos «horas» o fracciones. El cómputo es muy riguroso y sólo fracciones temporales distinguen esos calendarios de los nuestros.
La base aritmética es la veintena y no la decena (o decimal). La unidad o día se dice kin, y los hay fastos y nefastos. 20 días forman un «mes» o uinal. Cada día tiene un número, de 1 a 13; la serie se repite.
Un año de 360 días (calendario solar) es un tun, que contiene 18 uinal (meses) de 20 kin (días) cada uno. El katun representa una unidad temporal mayor, cuya duración es de 7.200 días, es decir 20 tun; el baktun, a su vez, corresponde a 20 katun est decir: 144.000 días. Las dos últimas unidades solo se utilizan para evocar hechos muy antiguos.
El mes lunar va desde la luna nueva a su desaparición.
El katun es para los mayas lo que para nosotros es el «siglo», es decir, un concepto que nos permite situar fácilmente los hechos en un marco temporal y que corresponde en gran parte a la vida de un ser humano. Como los katunes obedecen al tiempo circular, es necesario, para no confundirlos, ordenarlos en series y atribuirles un nombre (fijo) y un número que cambia hasta regresar a su orden primero. Como 7.200 días son divisibles por 20, todos los katunes finalizan con el último signo de la veintena, llamado ahau, acompañado por un numeral que va del 1 al 13, como una relojería perfecta.
Ahau o ajaw es por lo tanto un concepto fundamental para ordenar los ciclos y es también el nombre dado al día 20 y al del «dios sol» (sustentador de energía, vida, salud, abundancia). Jesucristo nace necesariamente un 4 ahau. Los españoles, como lo señala Landa, aparecen en el primer año de Buluc Ahau, que corresponde a la Natividad de 1541. Como él mismo señala «Si no hubieran españoles, ellos habrían adorado a Buluc Ahau durante diez años». Ahau significa por extensión «el que domina»: rey, emperador, Felipe II y sus sucesores, gran señor.
Fueron las élites mayas, cristianizadas desde la ocupación de Yucatán por los españoles, quienes retomaron la cuenta de los katunes, es decir, del «tiempo» de los calendarios. Estos relatos son los llamados libros de Chilam Balam. Cada centro urbano tiene los suyos. ¿Por qué lo hicieron?
Escribir es en sí un acto de poder que distingue a las élites de la gente común (y también de la mayoría de los conquistadores que no son letrados). El conocimiento de los ciclos permite entender los hechos del presente y quizás, anticiparlos y compensarlos mediante ritos. Otro de los propósitos de esos escritores fue de índole política: denunciar a los «usurpadores», que no eran los «españoles» sino los mayas que se aprovechaban de la confusión colonial y de la ignorancia de los dzules respecto a las jerarquías de los linajes locales, para pretender títulos nobiliarios que no les correspondían y obtener así beneficios de la Corona.
Desde la destrucción de Mayapán, antes de la llegada de los españoles, se hizo necesario restablecer el orden de la sociedad para evitar las revueltas de los campesinos. Estos son llamados «huérfanos» en los libros de Chilam Balam, porque no pertenecen a ningún linaje y, por lo tanto, carecen de ancestros: «Los que no tienen padre, los miserables, los que no tienen esposas ni parientes, los que no tienen corazones, empiezan a pudrirse al borde del mar» (Tizimin, pp. 47, 903-911).
¿Cómo funciona la lengua castellana en ese conjunto, heteróclito para nosotros, pero perfectamente lógico para los mayas? ¿Cuáles son las palabras o los temas introducidos en los nuevos códices alfabéticos e integrados a la única lógica posible: la de los calendarios mayas? ¿El Dios cristiano es «único», como lo aseguran los textos bíblicos?
El texto de estos libros es extraño y desconcierta; el estilo es complicado y corresponde al lenguaje zuyuá, que utiliza retruécanos y otras formas metafóricas o criptadas para oscurecer el sentido general, que sólo los sacerdotes y sus discípulos son capaces de entender. Se trata de un código lingüístico que el iniciado tiene que aprender a descifrar.
Tomemos algunos ejemplos de la mayanización del castellano:
Conviene recordar que las piedras, tan importantes entre los mayas, mexicanos, incas y otros pueblos americanos, no fueron creadas por Dios: la Biblia no lo indica; el mundo mineral siempre existió y precede a la Creación. Como lo escriben los letrados mayas: «El único hijo de Dios, ese que abrirá su hermosura, es el Señor de la Piedra, padre»; o bien: «Cuando se fue a crear el cielo del cielo, se abrió «una gracia y una piedra»». Algo que no fue creado por Dios y que preexistía, podemos preguntarnos, ¿es idolatría?
«Allí no había cielo, la palabra nació por si misma dentro de lo oscuro. He aquí que las piedras fueron creadas y fueron las montañas». Al mismo tiempo nació de su Piedra el Espíritu de las Estrellas (Chumayel, edición mexicana, p. 111).
El tipo de dibujo que encontramos en los libros de Chilam Balam es semejante, en el estilo, al que aparece en una de las ediciones de Sacrobosco y no corresponde con el estilo gráfico maya.
Varios temas aspecto de los Chilam Balam nos llaman la atención, porque sugieren una influencia entre los sacerdotes mayas del siglo XVII y xviii de la literatura hermética, tan en boga en el Renacimiento. Uno de ellos es la descripción de los profetas mayas: cuando se preparan a «profetizar», se echan de espaldas sobre la tierra virgen. «Así fue escrito por el Profeta y Evangelista Balam, lo que vino de la Boca del Señor del cielo y de la tierra (...) manifestaron la carga de sus penas en presencia de Dios Nuestro Padre, para cuando venga a entrar el cristianismo» (Chumayel, edición mexicana, p. 181). Curiosamente, esa imagen del contacto telúrico la encontramos en la literatura del hermetismo: «La tierra descansa en el centro de Todo, acostada de espaldas como un hombre que contempla el cielo» señala el gran especialista del tema, el Padre Festugière.
Los textos y los nombres de varios «profetas» que aparecen en el Yucatán colonial, son diversos y aún no hemos podido adjudicarles una identidad precisa. Por ejemplo: «Dentro del cristianismo llegarán Saúl y don Antonio Martínez, para que los hijos de sus hijos reciban justicia. Y entonces despertará la tierra» (Chumayel, p. 182). El misterioso Antonio Martínez, no identificado concretamente y que los Libros consideran como una de las personificaciones de Jesucristo, se erige en defensor de la cristiandad contra los franceses y contra «el rey de La Habana» (virrey), porque acepta la sexta bula sobre la supresión del tributo de los indígenas.
La influencia del hermetismo se manifiesta también en este esquema:
Veamos rápidamente las características de ese extraño diseño que contiene 9 cruces.
En la parte de arriba aparecen varias siglas: Ept, S (por Espíritu Santo); sk1: «santo ik Hun». En la línea de abajo aparecen bi pilil 2, «bibililca, «como espíritu dos». Un agregado interesante es reproducido en mayúsculas en la edición de Mediz Bolio, y en minúsculas en la de Ralph Rohrs: la palabra MESISTER, anunciada por la leyenda «TRES ROSTROS» (la Trinidad) y «TRES VECES». Teniendo en cuenta que el sonido de la /g/ no existe en la lengua maya y que está reproducido a veces por la «s», la palabra que se impone a la mirada es MEGISTER, es decir Hermes TRISMEGISTO.
No solamente el Trismegisto, cuya celebridad culminó en la Europa renacentista, desempeña un papel importante en el contexto profético de los libros de Chilam Balam, sino también el dibujo que lo acompaña. Los sacerdotes que compusieron esos libros no pueden haber ignorado las discusiones renacentistas en torno a la prisca theología, una noción que no los integra al mundo de los idólatras sino a las formas primeras o esbozos de lo cristiano. Como lo afirma el profeta san Juan en el Apocalipsis, ellos, inventores de la Cuenta Larga pueden identificarse también con el Alfa y el Omega, el principio y el fin de todas las cosas.
En esta investigación en curso, surgida gracias a la invitación que me fue hecha por este Congreso de la Lengua Española, y que esbozamos aqui, no podemos aún saber cómo llegaron esas ideas a Yucatán, aunque pensamos que, probablemente, los franciscanos, muy activos en la península, transmitieron esas ideas: dos de ellos, Annibale Rosselli y su colaborador Francisco Petrizi, editaron en Ferrara una edición comentada del Corpus Hermeticum en 1591, en el que se insiste sobre la relación estrecha entre el Génesis y Pimandro (Poïmandres), primer texto hermético de la Antigüedad tardía.
En el gráfico del Trismegisto, la trilogía cristiana se funde en el espacio cuatripartito antiguo, representado por los 4 pauahtuns, quizás cuatro formas de Chac, dios de la lluvia, como lo indica Nancy Farriss (1984, p. 288), y sus cuatro orientes. Esas divinidades nunca desaparecieron. Nos llaman la atención algunas analogías gráficas: los cuatro niveles del gráfico del esquema reproducido en el libro de Chilam Balam y la forma curva.
Otro tema que no podemos desarrollar aquí es el de los astros. Edmondson comenta que la curiosidad de los mayas les llevó a integrar, con sus nombres de origen europeo, otros astros, que sirvieron también para dar nombre a los 7 días del calendario cristiano. En 1620 del calendario juliano, y en 1752 del gregoriano fueron años en que Año Nuevo era sábado, una coincidencia que pasó desapercibida por los sacerdotes. Estos «portadores de año» inauguran el tiempo de los cristianos. Están asociados a los astros, como se desprende de la lectura de los textos mayas: Sol (Domingo), Luna (Lunes), Marte (Martes), Mercurio (Miércoles), Júpiter (Jueves), Venus (Viernes), Saturno (Sábado). Esa representación corresponde a la de Paracelso, que reproducimos aquí.
El cosmos de Paracelso es también un zodíaco asociado al temperamento. Como para los mayas, la Tierra es el centro del Universo, y en la imagen de Paracelso, está antropomorfizada (como aparece en otros mundos de América Colonial). El eje de la rueda está formado por la oposición del Sol y de la Luna. A la derecha del sol (izquierda en el gráfico) se suceden Marte, Jovis (Júpiter), Saturnus (sábado) y, siguiendo la rueda, tenemos a Mercurio, Venus y el Sol. Los mayas de la época colonial reconocieron dos tipos de «semana», la de 7 días, es decir 6 + 1 (cristiana), y la veintena (la sagrada y tradicional).
Otros documentos, que no podemos introducir aquí, muestran que las conexiones herméticas no pueden ser descartadas. Contrariamente a una opinión general, los escribas de Yucatán prosiguieron sus especulaciones intelectuales, introduciendo elementos ajenos que mayanizaron.
Una dificultad mayor fue la adopción de la trilogía cristiana, incompatible con la división cuatripartita del Universo, que corresponde a los «Cuatro» orientes. Tres es una cifra que no cuaja bien en la veintena, un número entero rebelde.
La existencia de profetas y de profecías en América está atestada en numerosos documentos. En México y en Perú la Inquisición persiguió y condenó a los españoles y extranjeros que inculcaban esas ideas. Paracelso, por ejemplo, fue una figura de gran importancia, que transmitió también.
Personalmente, en tanto que antropóloga, he recogido en Ecuador indígena muchos ejemplos de «antimonios» cuyo origen está en la alquimia, y que los campesinos presentaban como elementos antiguos de sus antepasados, los «gentiles».
Los mayas crearon algoritmos para pensar el tiempo, integrando la memoria lineal (Cuenta Larga y cómputo cristiano) a la memoria circular de los profetas. Lo que era en aquellos tiempos un cálculo idolátrico es hoy considerado como el lenguaje de la hipermodernidad. Los mayas, anticipándose a nosotros por varios baktunes, controlaron la ciencia de los algoritmos. Hoy, en cierto modo, son los precursores de la posmodernidad.