Llevo ya cuarenta años como amante de España, de su cultura y de su lengua, o más bien de sus culturas y de sus lenguas, porque España no sólo es plurilingüe sino pluricultural. He presenciado los enormes cambios que han tenido lugar en España durante estos cuarenta años, desde la tímida apertura económica de la época franquista hasta la incorporación de España dentro de una nueva comunidad europea. Por otra parte, mis investigaciones académicas se han centrado, desde hace más de veinte años, en el empleo de la informática para el estudio de la literatura española medieval.
Así que, para hablar de las «Las nuevas fronteras del español en la Sociedad de la Información» voy a explorar tres ejes centrados en mis propios conocimientos: mi punto de vista desde fuera, concretamente desde Estados Unidos; mis conocimientos de España (y en menor medida de la América hispánica) y mi simpatía para con su cultura y su lengua (vuestra cultura y vuestra lengua) y, por fin, mis experiencias con la informática y la difusión de sus productos.
Debo añadir que gran parte de esta ponencia la escribí antes de los infames acontecimientos del 11 de septiembre. No creo que cambien la sustancia de lo que digo, pero sí el tono, que sería tal vez más elegíaco y menos triunfalista.
Voy a predicar un sermón, porque mi fin no es el análisis, sino la acción; y el texto de este sermón lo voy a tomar del evangelio según san Antonio de Nebrija, o sea, la Gramática castellana.
En la introducción a ese texto, dirigida a la reina Isabel la Católica, Nebrija relaciona la sociedad y la lengua en estos términos: «siempre la lengua fue compañera del imperio: & de tal manera lo siguió: que junta mente començaro<n>. crecieron. & florecieron. & después ju<n>ta fue la caída de entrambos». En 1492 Nebrija no pudo saber lo proféticas que iban a ser estas palabras; porque, en efecto, la lengua española acompañó el imperio español, extendiéndose por todo el mundo en los siglos xvi y xvii; y en el siglo xviii llegando hasta la remota California. La extensión actual del español corresponde precisamente a los límites geográficos del imperio español de comienzos del siglo xix.
Da la casualidad de que el imperio español arranca justamente con el desarrollo de la imprenta. Ya la Gramática castellana de Nebrija se aprovecha de la innovación, como lo harán los misioneros, catequistas y gramáticos españoles en los lugares más apartados del mundo. Según ha señalado Anthony Grafton, estudioso de la historia del libro, Internet no es nada nuevo. La invención de la imprenta en Alemania en el siglo xv y su internacionalización posterior (con un asombroso paralelismo cronológico con la internacionalización de la informática en el siglo xx, dicho sea de paso) proporciona el instrumento perfecto para extender la influencia del español al Nuevo Mundo.
Vemos algo semejante hoy día con el inglés. Se ha dicho, y creo que acertadamente, que el siglo xx fue el siglo norteamericano. En estos momentos, Estados Unidos es la única superpotencia del mundo, aunque estamos viendo, después de los horrores de Nueva York y Washington, que ser una superpotencia tiene su precio, como España supo en Flandes. No viene al caso trazar los elementos históricos que condujeron a Estados Unidos al lugar que ocupa hoy día. Sí quisiera señalar algunas de los que actualmente caracterizan su posición. Y, aunque el ciberespacio no tiene límites geográficos sino virtuales, su colonización obedece a las mismas reglas que la colonización geográfica.
Tradicionalmente, el elemento más importante de un imperio ha sido su superioridad militar, desde la falange de los griegos a los tercios españoles, de Carlos I a la marina inglesa de las guerras napoleónicas. En estos momentos, las fuerzas armadas de EE. UU. sobrepasan con mucho las de cualquier otro país. Pero, como ha demostrado el historiador Paul Kennedy, lo que mantiene un imperio a la larga es su potencia económica, una potencia que permite sostener las fuerzas armadas necesarias para mantener la paz; y es la paz la que a su vez proporciona las condiciones económicas necesarias para sostener la superioridad militar, en una relación circular.
En estos momentos, la economía estadounidense es la más pudiente del mundo, aunque tambalea un poco. Esta superioridad económica no es una casualidad. Se debe a factores bien conocidos, como una riqueza de recursos naturales y un sector laboral inteligente, bien educado y activo, y el hecho de que pudo beneficiarse del largo período de crecimiento después de la segunda guerra mundial. Pero tal vez más importante aún, sobre todo en los últimos años, ha sido una política consciente de quitar las trabas al funcionamiento del mercado, de reducir en lo posible la intromisión del Estado, o sea, el neoliberalismo.
Otro factor económico que ha llegado a ser cada vez más importante es la tecnología. A raíz primero de la segunda guerra mundial y, luego, de la guerra fría, EE. UU. ha invertido una proporción significativa de su producto nacional bruto en el apoyo de la investigación científica básica, principalmente en las grandes universidades, tanto privadas como públicas. Es clara la consecuencia para el inglés de estas inversiones científicas: hoy en día el inglés, si no es la lengua materna, es la segunda lengua que aprenden los científicos; es la lengua de los congresos científicos internacionales; es la lengua de la física nuclear, de la biología genética, de la aviación internacional y, sobre todo, de la informática. En campos científicos donde los conceptos básicos se deben a científicos o técnicos de habla inglesa, es completamente normal que la terminología básica también sea inglesa. Si la lengua internacional de la ciencia en el siglo xix era el alemán, en el siglo xxi es el inglés.
Un colega mío mayor me contó lo impresionado que quedaba en los primeros congresos internacionales a que había asistido, a finales de los años cuarenta, donde todos los científicos europeos parecían hablar tres o cuatro lenguas. Cada participante hacía preguntas en su propia lengua, y se le contestaba en la misma lengua. Ahora, la lingua franca de los congresos científicos es el inglés; y al mismo colega le parece muy bien que sea así, que el inglés llegue a ser una lengua internacional de facto.
A raíz de esta superioridad económica y tecnológica, la cultura de EE. UU., sobre todo la cultura popular, ha llegado a ser avasalladora. En la moda, la televisión, el cine, el fast food… EE. UU. lleva la pauta en todo, sobre todo para los jóvenes. Si bien todas las modas no comienzan en EE. UU., todas parten de allí. ¿A dónde quieren ir a estudiar los jóvenes? ¿Cuál es la lengua que quieren aprender? ¿Cuál es la lengua que aparece en sus camisetas? Estamos presenciando una monocultura global.
El norteamericano medio y hasta culto encuentra esto perfectamente normal. En la conversación, puede lamentarse de su monolingüismo, pero en la práctica no ve ninguna necesidad de hablar otra lengua. Habita un espacio geográfico de más de 5000 kilómetros de extensión donde ni siquiera tiene que percatarse de la existencia de otras lenguas.
Todo esto se puede resumir en una palabra: globalización. Para muchos, la globalización significa el acercamiento económico, político, cultural y desde luego lingüístico, a la norma norteamericana. La globalización lleva una etiqueta, y esa etiqueta reza «Made in USA». Para mucha gente esta globalización de signo norteamericano es anatema y evoca una resistencia fuerte, testigos otra vez Nueva York y Washington y las manifestaciones cada vez más violentas en contra de la Organización Mundial del Comercio y de otras instituciones internacionales afines.
Donde esta globalización de signo norteamericano nos afecta tal vez más llamativamente es en el espacio virtual de Internet. Según la organización Global Reach, que mantiene la estadística desde 1995, el 45 por ciento de los que utilizan Internet actualmente lo hacen en inglés: un total de 218 millones de personas; mientras que el 55 por ciento lo hacen en otras lenguas: unos 266 millones de personas; pero en el caso del inglés, estos 218 millones de personas representan casi el 44 por ciento de la población total anglohablante, que suma 500 millones de personas. Por otra parte, los 266 millones de personas que acceden a Internet en otras lenguas representan menos del 5 por ciento de unos 5600 millones de personas. Mirado desde otra perspectiva, en EE. UU., en el año 2000, había unos 135 millones de usuarios de Internet, que representan casi el 49 por ciento de la población. Sólo Canadá y Suecia, con un poco más de 49 por ciento en los dos casos, lo sobrepasan; pero los usuarios canadienses son sólo unos 15 millones, mientras los suecos son menos de cuatro millones.
¿Cuáles son los números para España y la América de habla española? Global Reach calcula un público hispanohablante en Internet de unos 26 millones de personas, de las cuales casi siete millones en España y México, y ocho millones en los mismos EE. UU., de un total de unos 332 millones de hispanohablantes mundialmente hablando; lo cual constituye aproximadamente un 5,4 por ciento de los usuarios, frente al 45 por ciento de los usuarios angloparlantes.1 Esto coloca al español en quinto lugar en cuanto a número de usuarios, detrás del inglés, japonés (casi 10 por ciento), chino (8,4 por ciento) y alemán (6,2 por ciento).
Si se considera Internet desde el punto de vista de su contenido, se calculan unos 313 000 millones de páginas actualmente, de las cuales más de las dos terceras partes están en inglés, seguidas «y muy de lejos— por el casi 6 por ciento de las páginas en alemán y japonés, casi 4 por ciento en chino, 3 por ciento en francés y sólo unas 2,4 por ciento en español. Esto quiere decir que el español es la sexta lengua de Internet, pero hay casi treinta veces más páginas en inglés que en español.
La extensión del inglés, desde luego, no parte de su superioridad lingüística, que no la tiene, sino de su importancia como vehículo de una cultura de prestigio y de la tecnología producida por esa cultura. Tampoco se debe esta pujanza lingüística a la protección oficial del inglés por los organismos estatales. El inglés no es la lengua oficial de EE. UU., porque EE. UU. no tiene una lengua oficial; aunque sí ha habido intentos en varios de los estados, como California, de imponerlo como lengua oficial de ese estado. Tampoco existe ninguna Academia de la Lengua en ninguno de los países de habla inglesa.
A falta de estas instituciones protectoras, ¿puede el inglés desmoronarse, perder su esencia? No creo. El inglés, lenguaje germánico, empieza a sufrir la influencia del francés masivamente después de la invasión de los normandos en el año 1066. Sin embargo, sigue siendo una lengua germánica, pero con una asombrosa flexibilidad y capacidad de aceptar préstamos de otras lenguas, inclusive el español. El inglés sigue conservando este carácter esencialmente germánico después de 1000 años de mescolanza.
¿Cuáles son las lecciones que podemos extraer de estas observaciones un poco inconexas sobre el inglés? Al repasar las ponencias y comunicaciones del Congreso de Zacatecas, amén de escritos posteriores, es notable el reconocimiento casi unánime del problema del lugar del español en Internet; y también notable la gran unanimidad en las medidas que se deben tomar para remediar ese problema. Aquí intentaré resumir estas medidas, señalar lo que se ha hecho o no se ha hecho y adelantar algunas propuestas concretas.
De inmediato la respuesta a esta pregunta es contundente: poco o nada. Ni el español ni ninguna lengua puede mantener su influencia, ni menos su vitalidad o pureza, a base de impulsos oficiales. Es impotente el proteccionismo lingüístico, llámese política lingüística o lo que sea, para extender la influencia del español. Al asumir la dirección del Instituto Cervantes, Jon Juaristi señaló que «las lenguas tienen una enorme vitalidad y se desarrollan con independencia de su estructura. El español no corre riesgo inmediato de perder su unidad como lengua». Añadió que «los nacionalismos han manipulado siempre las lenguas, incluso internamente. El purismo como fenómeno ideológico y la necesidad de depurar la lengua de elementos exóticos ha sido una constante en el comportamiento de los nacionalismo culturales. Y pienso que son fenómenos muy negativos para la vida de las lenguas» (Ortega Bargueño).
Así, mi primera recomendación es negativa: dejar de preocuparse por la pureza de la lengua. Los solecismos, barbarismos y extranjerismos no cambiarán en nada la esencia del español. Las academias deben abandonar, oficialmente, el prurito de vigilar por el buen español, cesar de debatir si se debe admitir tal o cual palabra en el Diccionario de la Real Academia Española.
No; el apoyo al español tiene que ser indirecto. En este sentido las apreciaciones del anterior director académico del Instituto Cervantes, Francisco Marcos Marín, siguen siendo exactas, y cito: «La palabra clave para el incremento de la presencia del español en Internet es contenidos. El uso de una lengua depende del volumen de información que transmita y la información tiene una carga de utilidad: se usa porque se necesita. […] Sería sabia una actitud política que impulsara los contenidos en español, porque es notable el número de centros de investigación que publican electrónicamente en inglés. No se cuestiona la necesidad de publicar en la lengua común de los científicos contemporáneos, pero es necesario incentivar a quienes también presenten sus investigaciones y propuestas en la lengua común de los hispanoamericanos» («La lengua española en Internet», publicado en El español en el mundo. Anuario del Instituto Cervantes 2000). Tal actitud política sería, más que sabia, imprescindible.
El apoyo más importante que pueden prestar los organismos oficiales es de dos tipos: (1) a la investigación aplicada y (2) a la investigación básica en determinados campos científicos (cfr. Pagliai).
En cuanto a la investigación aplicada, la Oficina del Español en la Sociedad de la Información, creada por el Instituto Cervantes el primero de enero de 2000, es un buen primer paso. Sus objetivos están totalmente en la línea que voy preconizando, y cito:
«Servir de plataforma a las industrias culturales y de las Tecnologías de la Información.
»Lograr que las Tecnologías de la Información estén al alcance de todos los ciudadanos.
»Utilizar intensivamente las Tecnologías de la Información en la educación y la formación.
»Proyectar en el exterior la lengua española, su patrimonio y su cultura.
»Promover la innovación y el desarrollo tecnológico en las industrias de la Sociedad de la Información.
»Desarrollar y difundir las actividades del sector empresarial español de las tecnologías lingüísticas en Internet».
Sin embargo, es de notar que los resultados de las colaboraciones de esta Oficina con las instituciones europeas se presenten sólo en inglés. Que yo sepa, no se han traducido al español. Noto también que gran parte del trabajo de la Oficina ha sido recopilar información sobre los grupos y proyectos que hacen ingeniería lingüística en España. Es de lamentar que varios de los vínculos ya no funcionen. Tal vez más eficaz sería establecer concursos para llevar a cabo o proyectos concretos o investigaciones básicas y dejar que los grupos o proyectos se autoidentifiquen. Una muestra de lo que se debe impulsar es la convocatoria RILE, Recursos para el desarrollo de la Ingeniería Lingüística en España.
De todas las metas de la Oficina, creo que las más importantes son la de «lograr que las Tecnologías de la Información estén al alcance de todos los ciudadanos» y «promover la innovación y el desarrollo tecnológico en las industrias de la Sociedad de la Información». Muy significativo para impulsar la telaraña —que no web— mundial, será la creación de una infraestructura robusta que facilite la innovación y el empleo de las tecnologías puntuales. Ya estamos vislumbrando una web semántica, de segunda generación, en la que se codificarán las características estructurales de las hojas con el lenguaje XML a la vez que se añadirán los metadata necesarios para facilitar el acceso automatizado. La web será un espacio dinámico, no estático (cfr. Yee). Pues bien, será imprescindible que la documentación técnica y la tecnología misma de esta web de segunda generación esté accesible en español y que existan herramientas baratas y fácilmente asequibles para permitir a la comunidad hispánica creadora, en el más amplio de los sentidos, la posibilidad de preparar unas web state-of-the-art.
El profesor Marcos Marín también señala la importancia de la «I[nvestigación]+D[esarrollo] en el sector de las telecomunicaciones: estudio de los accesos a la información, módem, RDSI, cable, satélite, Internet e Intranet, Internet-2, seguridad y cifrado». Añadiría yo que lo fundamental es el desarrollo de las tecnologías conocidas: es imprescindible agilizar el acceso al Internet por banda ancha, sobre todo módem de cable o Línea de Suscripción Digital (LSD), eliminando si es necesario las trabas legales. Es la manera más eficaz de aumentar la demanda de contenidos en español.
Es también imprescindible coordinar unas herramientas básicas para la ingeniería lingüística, como bases de datos lingüísticos, programas que faciliten la lematización de textos en español, el análisis gramatical, la traducción automatizada, los diccionarios electrónicos, etc. En este sentido es modélico el Nuevo Tesoro Lexicográfico de la Lengua Española de la Real Academia en formato DVD. Hay una muestra en la web (http://www.rae.es/nivel1/buscon/ntlle.html), pero debería montarse la base de datos entera. También deben acabarse de una vez las dos masivas bases de datos lingüísticos de la RAE, el Corpus Diacrónico del Español (hasta 1975) y el Corpus de Referencia del Español Actual (desde 1975), y dotarles de instrumentos de búsqueda realmente útiles. Desde hace años se ha parado en «servicio en desarrollo» (cfr. http://www.rae.es/nivel1/corpus.htm). Lo mejor es enemigo de lo bueno.
Estos corpus son un tipo de contenido. Otro tipo, y tal vez el más tradicional para la enseñanza del español, son los textos literarios. Me parece absolutamente necesario proporcionar ediciones electrónicas fidedignas de las obras más importantes, sobre todo las obras completas de los grandes escritores. En este sentido, la Fundación Ignacio de Larramendi ofrece un patrón excelente, con su plan de publicar las obras completas de los polígrafos españoles. Han salido ya las de D. Marcelino Menéndez y Pelayo. Sólo una advertencia: deben cargarse a la web estas ediciones además de publicarse en cederrón. Subrayo también la necesidad de preparar estas ediciones con un trabajo filológico al estilo antiguo; sigue siendo importante el rigor científico. No basta digitalizar una edición cualquiera, ni tampoco limitarse a las ediciones con más de 75 años para evitar los problemas de derechos de autor. En este sentido el modelo que se debe imitar es la nueva edición del Quijote que el Instituto Cervantes encargó a Francisco Rico (http://cvc.cervantes.es/obref/quijote/indice.htm).
Un problema grave para la enseñanza del español en el extranjero, pero de orden completamente diferente, es la casi imposibilidad de encontrar buenas ediciones escolares que estén en el mercado más de dos o tres años. Tampoco funcionan con la agilidad necesaria las cadenas de distribución para encargar los textos de clase: pedir un libro a la librería de la universidad, que a su vez lo pide a un distribuidor en EE. UU., que a su vez lo pide a un distribuidor en España, que finalmente lo pide a la editorial. Y demasiadas veces sale la respuesta negativa agotada sólo pocos días antes de que empiece el curso, sin que haya tiempo para pedir un sustituto.
Para remediar este problema, se debe estudiar muy en serio la edición sobre demanda, es decir, la salida de un texto electrónico, con su introducción, notas, glosario, sobre papel, con sus tapas y todo, en una tirada de sólo un ejemplar si así lo pide el cliente. La tecnología existe; y utilizándola se evitaría para siempre el problema de las ediciones agotadas.
Hasta ahora he enfocado el problema de los contenidos desde la óptica del hispanismo, pero se extiende a todas las ramas del saber. En términos del mercado, hace falta ampliar la oferta de contenidos de alta calidad científica en español. Por ejemplo, deben proporcionarse uno o varios foros para la publicación científica en lengua española. Para ello se debe adherir a la propuesta de la Biblioteca Pública de la Ciencia (Public Library of Science), una iniciativa de las ciencias biológicas para permitir el acceso gratis a los artículos en este campo (cfr. Millán, La revuelta de los científicos). Es más, deben crearse revistas electrónicas de alto rango internacional para publicar sólo los artículos que han pasado por una evaluación rigurosa. La fama de la ciencia española se perjudica con la publicación de centenares de revistas locales, tanto de instituciones culturales como de universidades, que sólo sirven para publicar los estudios de eruditos y científicos locales. Todos estos esfuerzos deben dirigirse hacia la web, pero con un rigor no visto hasta ahora. Desde luego, hay que aceptar la publicación en Internet como tan válida como la impresa a efectos del ascenso académico.
Paradójicamente, la política que más eficazmente puede impulsar el uso del español en Internet no es la que se concentra en el español como objeto directo de esa política, la llamada política lingüística, sino la que impulsa la innovación científica y tecnológica, o sea, la investigación básica. La literatura está bien; pero es sólo eso, literatura.
Aún más paradójicamente, este tipo de innovación ya no se puede centrar en un país determinado. Cada vez más será un contrasentido hablar de ciencia española o ciencia norteamericana. La web ha hecho posible la colaboración cotidiana de equipos científicos en diferentes partes del mundo. Sería muy de desear que este tipo de colaboración llegara a ser la norma en las instituciones españolas. En la informática, concretamente, se deben llevar a cabo investigaciones conjuntas con los centros de informática más prestigiosos en EE. UU., como Berkeley, Stanford, el MIT. También deberían intentar el mismo tipo de colaboración las bibliotecas y los museos para coordinar la investigación sobre la digitalización y la creación de normas internacionales. Conozco la historia de varios intentos de este tipo que jamás han llegado a cuajar.
Una de las grandes diferencias entre el mundo hispánico y el mundo norteamericano es el estatus legal de las instituciones culturales. En España y los países hispanoamericanos, casi todas estas instituciones son organismos del Estado. En EE. UU. hay tantas particulares como oficiales; y hasta las oficiales reciben gran parte de su apoyo financiero de personas privadas. Es necesario facilitar el mecenazgo. Las instituciones públicas no lo pueden todo. En España se puede citar la Fundación pro Real Academia. Ese tipo de ayuda es todavía poco corriente, pero cuando existe puede tener una importancia extraordinaria. Así, dos de los proyectos tecnológicos más fecundos que he conocido han salido de las varias fundaciones creadas por D. Ignacio Hernando de Larramendi, para impulsar el conocimiento de los archivos españoles e hispanoamericanos, y de D. Emilio Botín, en la creación de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. Sin embargo, las instituciones oficiales muchas veces han visto estas aportaciones con recelo o no han sabido aprovecharse de sus iniciativas.
Y esto me lleva a otra advertencia: la necesidad de que todas las instituciones y las personalidades trabajen por el bien común, sin preocuparse por las preeminencias ni el vedetismo. Existe una tendencia a querer hacerlo todo, cuando lo más eficaz es la colaboración. La colaboración, desde luego, requiere cierta estabilidad en la dirección de las instituciones. Cuatro directores del Instituto Cervantes en diez años son muchos. Lo mismo se puede decir de la Biblioteca Nacional. El trabajo colaborativo se hace realmente difícil cuando hay directores de turno, porque imposibilita el trazar planes a largo plazo y darles tiempo para madurar. Vale la pena mencionar que James Billington, director de la Biblioteca del Congreso en Washington, lleva ya más de catorce años en su puesto bajo tres gobiernos diferentes.
Finalmente, una de las lecciones del desarrollo científico y tecnológico en EE. UU. es el papel desempeñado por el azar en los resultados de la investigación básica, o más bien la tensión entre la investigación dirigida y la curiosidad humana. Muchas veces, los resultados más importantes de una investigación no tienen nada que ver con el objeto que se buscaba intencionadamente. Un ejemplo: el inventor del láser, mi colega Charles Townes, buscaba sencillamente un mecanismo para generar microondas como instrumento espectrográfico. No tenía ni idea que el láser podría usarse en la medicina, en los cederrones, en la fibra óptica. Y los que buscaban una alternativa al alambre de cobre o al disco elepé jamás habrían dirigido sus investigaciones hacia la espectrografía.
Es decir, que la búsqueda de resultados de uso práctico resulta con frecuencia contraproducente. El papel del Estado debe limitarse a proporcionar fondos a sus investigadores más inteligentes y trabajadores, dentro de parámetros muy amplios, y dejar que investiguen. Sólo en medida muy pequeña debe sufragar las investigaciones dentro de un aparato estatal, como el CSIC. En EE. UU. la National Science Foundation proporciona los fondos a millares de científicos, pero trabajan en las universidades, privadas y públicas. Es, en cierto sentido, un mercado libre de ideas. La investigación básica, en principio desinteresada, la ciencia por la ciencia, es la que a la larga resulta ser más práctica y más rentable. Ángel Martín Municio señaló exactamente lo mismo hace un año en su discurso en la Real Academia de la Historia en el vigésimo quinto aniversario del reinado de Don Juan Carlos: «Ahora ese provecho económico no se mantendría sin la Ciencia y la Tecnología» (Valdelomar & Astorga).
En toda esta ponencia sobre las nuevas fronteras del español en la Sociedad de la Información, tal vez haya parecido que esas fronteras son las que lo separan del inglés, una especie de Río Bravo lingüístico. Pero no es así. Las fronteras que existen son realmente virtuales. Son fronteras solamente de la imaginación. Y son fronteras que con la imaginación y el trabajo pueden extenderse para hacer del siglo xxi el siglo hispanoamericano.