Excelentísimos directores de la Real Academia Española y del Instituto Cervantes, señores Víctor García de la Concha y Jon Juaristi, queridos compañeros de este panel, estimados congresistas:
En primer lugar, quiero manifestar mi profundo agradecimiento por la amable invitación de que he sido objeto para participar en este congreso. No puedo, por otra parte, dejar de manifestar mi extrañeza por tamaño honor. De hecho, no soy escritor, no soy profesor, ni poseo ninguna competencia específica que me habilite especialmente para dirigirme a tan distinguida audiencia, ni para sentarme en tan honrosa compañía, a la que aprovecho para saludar y para desearle el buen desarrollo de sus trabajos y el éxito de nuestro panel, que me atrevo a anticipar.
Como ya digo, no soy nadie. Tan solo soy un pequeño editor independiente generalista, esto es, un especialista en nada y, simultáneamente, en todo y en quizá alguna cosa. Sin embargo, una carrera de quince años al frente de una editorial que publica, con resultados positivos, que exceden en mucho lo que se podía esperar de las reducidas dimensiones de una casa cuya independencia me enorgullece, cerca de 45 títulos por año en materias que van desde la poesía o la historia a la filosofía, la antropología, la psicología o la medicina, de los diccionarios a la literatura infantil, algo me tiene que haber enseñado.
Supongo que fue este capital de experiencia, unido a la circunstancia de ser, ciertamente, el editor portugués que más autores españoles y latinoamericanos publica, lo que llevó a la organización de este Congreso a imaginar que yo podría tener algo interesante que decirles.
Habituado como estoy a trabajar en una actividad de elevado riesgo que no dispone de instrumentos científicos objetivos que permitan evitar, o compensar de algún modo, los escollos a que se expone, me veo forzado a orientarme, en el día a día, por un empirismo no exento de sentido común, y por un feeling, tantas veces engañoso, que los editores tenemos respecto al mercado. Por ello, les ruego que no esperen de mi intervención verdades absolutas, ni conclusiones objetivas, ya que por su propia naturaleza no podría encontrarlas. Les hablaré en todo caso de mis convicciones personales que, en algunos casos, se confunden casi con actos de fe.
Comenzaré por trazarles un breve esquema de la edición en Portugal que permitirá percibir la enorme diferencia cuantitativa que existe entre ella y el restante mundo de la edición latinoamericana.
Para ello, voy a utilizar datos referentes a 1998 que, siendo los últimos disponibles, aunque poco creíbles, indican desde luego una de nuestras debilidades estructurales.
Así, y de acuerdo con esos datos, en 1998 se publicaron en Portugal 25 millones de volúmenes que correspondieron a un total de 9196 títulos; de ellos, cerca de 6500 fueron títulos nuevos, y los restantes, reediciones y reimpresiones. De los 9196 títulos, 1473 corresponden a libros escolares. Esta producción representó una facturación global de cerca de 10 000 escudos, lo que, para la pequeña dimensión de nuestro mercado, parece francamente positivo, ya que, en el mismo período, las exportaciones no excedieron los 50 000 000 escudos, de los cuales apenas 6 700 000 tuvieron como destino países de la Unión Europea; de esta cantidad, me temo en ausencia de datos, solo una cantidad insignificante se quedó en España.
De los primeros números presentados se infiere que las tiradas medias rondan los 2500 ejemplares por título. Sin embargo, si tenemos en cuenta el hecho de que las tiradas de los libros escolares, son, normalmente, bastante superiores, es forzoso concluir que las tiradas de libros no escolares son ciertamente mucho más bajas.
Continuando con esta brevísima panorámica de la edición portuguesa, analicemos ahora un dato que resulta de más interés para este panel. De los 9196 títulos publicados, siempre en 1998, 5941 eran originales en lengua portuguesa, lo que da un total de 3255 títulos traducidos de las más diversas lenguas. De ellas, ocupa un inevitable primer lugar, en esta era de globalización, el inglés, con 1560 títulos, seguida del francés, con 905 títulos. En un honroso tercer lugar, aparece el español, que, con 229 títulos, duplica al italiano y triplica al alemán. Si a estos números sumamos las traducciones del catalán y del gallego, no cuantificadas en estas estadísticas pero que comienzan a adquirir alguna importancia, veremos que en Portugal se constata una cada vez mayor atención a los autores de España y de América Latina, lo que de ninguna forma ocurría hace veinte años, y no ocurre aún hoy ni en España ni en América Latina respecto a los autores portugueses.
El fenómeno del creciente interés por la literatura de nuestros vecinos, que, como ya he dicho, es muy reciente, tiene sin duda mucha relación con la evolución política de los dos países, tras décadas de aparente buen entendimiento entre dos regímenes autocráticos, pero, en realidad, de sistemática desconfianza no solo entre ellos, sino también entre los pueblos, privados de las libertades, sin las cuales ninguna cultura pueda desarrollarse y florecer plenamente.
¿Y qué ocurre en Brasil, que a priori nos parecería a todos un enorme mercado potencial para el libro portugués?
Tengo el placer de estar sentado en esta mesa al lado de cuatro brasileños, a pesar de los apellidos dispares, casi mis paisanos —la excelente escritora Nélida Piñón, con quien ya tuve el honor de convivir algunos días aquí en España en el Salón Iberoamericano de Gijón, y los ilustres profesores Mariluci Gubermann, Clarinda de Azevedo Maia y Mario González— y por eso no podría dejar de referirme, aunque muy brevemente, al deplorable y casi dramático estado de las relaciones editoriales y culturales entre mi país y Brasil, las que, a pesar del optimista discurso oficial, y salvando los esfuerzos individuales de muchos escritores y el empeño de varias universidades de uno y otro lado del Atlántico, tantas veces poco apoyadas por los respectivos gobiernos, son prácticamente inexistentes.
Desde luego, un número que no podrá dejar de hacer sonreír a todos nuestro colegas: las exportaciones de libros portugueses hacia Brasil totalizaron en 1998 el irrisorio montante de 17 900 000 escudos y, en el sentido inverso, la situación no es sustancialmente diferente. Ante estos datos, no nos puede extrañar que gran parte de los autores portugueses contemporáneos, salvo honrosas y raras excepciones, sean prácticamente desconocidos en Brasil. Lo mismo ocurre con los autores brasileños en Portugal: la obra de la propia Nélida Piñón, cuya calidad literaria me excuso de enaltecer, reconocida como es por todos nosotros, hace tan solo unos pocos años que ha comenzado a ser divulgada en mi país, a través de la edición de sus libros por editores portugueses. Yo mismo, impenitente frecuentador de librerías, no recuerdo haber encontrado nunca una edición brasileña de ninguna de sus obras.
Entre tanto, hablamos una misma lengua, que compartimos con Mozambique, con Angola, Cabo Verde, Guinea y Sto. Tomé y Príncipe, totalizando más de 200 millones de personas, lo cual hace del portugués la tercera o la cuarta lengua más hablada del mundo.
Por eso, tenemos la responsabilidad histórica y la oportunidad, que puede ser irrepetible, de transformar este universo lingüístico tan vasto en una realidad cultural que, respetando nuestras diferencias y nuestras fortísimas identidades nacionales, afirme definitivamente a la lengua portuguesa y a nuestras culturas en el mundo. Debemos ser conscientes, sin embargo, de que para que logremos alcanzar este objetivo es absolutamente imprescindible una conjugación de esfuerzos de todos los agentes culturales afectados y un empeño de los gobiernos que exceda la acostumbrada retórica y la ritual entrega anual del premio Camões —cuya importancia no quiero de manera alguna desmerecer— a un escritor de lengua portuguesa.
¿Conseguirá entender algún editor u hombre de cultura español o latinoamericano el hecho de que no existe en Brasil ninguna editorial portuguesa? ¿Será posible aceptar que en los demás países que hablan nuestra lengua apenas hace dos o tres años que se ha instalado una editorial portuguesa en asociación con empresas locales y que, aún habiéndolo hecho, su actividad tiene más que ver con el militantismo que con un verdadero interés empresarial? Inversamente, ¿cómo puede entenderse que solamente una editora brasileña se haya instalado en Portugal, y además con una actividad muy reducida?
Ya que estamos en España tal vez podamos aprender con el ejemplo de este gran país y de sus socios latinoamericanos. Intentemos desarrollar las asociaciones entre editores y distribuidores de los distintos países y lograr la apertura de filiales de editoriales de unos países en otros —como hace tanto tiempo se viene haciendo en el espacio latinoamericano de lengua castellana y en el mundo anglosajón— so pena de perder definitivamente la oportunidad de construir un vasto espacio de afirmación de nuestra lengua, un espacio hoy extendido por cuatro continentes —no nos olvidemos nunca de que Timor es también un país de lengua oficial portuguesa—.
Una vez hecho un retrato, en parámetros cuantitativos, de la realidad de la edición portuguesa que les permitirá compararla con las de sus respectivos países, no quiero de forma alguna que de aquí salga una visión pesimista del sector al que me enorgullezco de pertenecer.
En realidad, por el contrario, es bien gratificante, y nos permite abordar el futuro con optimismo. Los números, aparentemente bajos, de títulos publicados y del volumen de facturación, tomados en 1998, representan, por ejemplo, un aumento de casi un 50 % en relación a los números registrados en 1994, y estoy convencido de que, en los dos últimos años, se han tenido que registrar progresos significativos. Tenemos, pues, un sector en expansión que, si no ha crecido más ha sido por las reducidas dimensiones de un mercado de cerca de 10 millones de habitantes, con índices de lectura semejantes a los de España, es decir, muy bajos comparados con los de los países del Norte de Europa. Creemos, sin embargo, que el enorme esfuerzo político que los sucesivos gobiernos han llevado a cabo a lo largo de los últimos veinticinco años en el área de la educación —esfuerzo que está ya dando claramente sus frutos— contribuirá indudablemente al aumento firme y progresivo de los referidos índices de lectura y, consecuentemente, al crecimiento efectivo del mercado del libro, al cual ayudará sobremanera la Red de Bibliotecas Públicas, proyecto en fase de finalización que pretende dotar a todos los municipios portugueses de una biblioteca.
Y sobre la calidad de la edición portuguesa solo hay que decir que hoy está, sin lugar a dudas, al nivel de sus congéneres europeas, tanto en lo que concierne a sus aspectos materiales, como en lo que respecta a sus aspectos culturales. Basta entrar en cualquier librería para verificar que los libros portugueses presentan una excelente calidad gráfica: en sus capas, en el papel utilizado, en la paginación y calidad de impresión, etc. Desde un punto de vista cultural, que es obviamente el que más nos interesa, Portugal y su edición cuentan hoy con un conjunto de escritores y ensayistas, algunos de los cuales son felizmente muy conocidos en España y en muchos países de América Latina, cuyo altísimo nivel ha sido claramente reconocido con la concesión, en 1998, del Premio Nobel a José Saramago; y es que, como todos sabemos, la calidad literaria de un autor no nace nunca de la nada; es siempre producto de la historia y del ambiente cultural en que se genera y desarrolla. Esta calidad está claramente atestiguada, también, por el cada vez mayor número de traducciones de autores portugueses van apareciendo por todo el mundo.
Pasando al dominio de la edición en portugués de autores extranjeros de las más diversas materias, creo poder afirmar, sin ninguna vacilación, que lo más importante que se va publicando por el mundo es rápidamente traducido al portugués con una calidad, en la mayoría de los casos, indiscutible. Pero, con igual certeza, debo confesar aquí el lamentable déficit que continúa registrándose en la edición de los clásicos, no solo extranjeros, sino, lo que es más grave, también nacionales. Felizmente, también en esta área, las editoriales portuguesas, con o sin apoyo del Estado, están haciendo un notable esfuerzo de recuperación, sacando regularmente a la luz reediciones de obras agotadas o publicando otras que nunca fueron editadas.
Esta otra cara de la moneda, tanto o más optimista que la primera que presentamos en términos secamente cuantitativos, es la que explica, sin duda, el reciente y creciente interés de las editoriales extranjeras por el mercado portugués.
Así, en los últimos años, hemos asistido en Portugal a la implantación del Grupo Bertelsmann, el primero en llegar y que hoy mantiene su Círculo del Lectores, una editorial para librerías, del Grupo Planeta, directamente, por un lado, pero también a través de la adquisición de una gran editora portuguesa, del Grupo Santillana, en el libro escolar, de varias distribuidoras españolas, de la FNAC, que con cinco grandes espacios inaugurados en tres años ha conseguido unas enormes cifras de ventas, y finalmente de El Corte Inglés, que abre en noviembre de 2001 sus primeras instalaciones en Lisboa y que ha anunciado que dedicará al libro un gran espacio, semejante a como funciona en España.
Hay pues razones para alimentar un optimismo que se contradice con la mera lectura de los números, a menos que tengamos en cuenta las dimensiones de un mercado que, siendo pequeño todavía, no ha parado nunca de crecer. Y este crecimiento significa cultura, ya que como afirma Antonio Barreto, conocido pensador portugués, en el I Congresso dos Editores Portugueses, realizado en Lisboa, en 2001: «Atrás de tudo, ou depois de tudo, está um livro. Antes e depois da música, do cinema, da televisão, da arquitectura, da pintura, da informação e da ciência da natureza, está um livro».2
En este panorama de desarrollo de que vengo hablando, ha sido finalmente posible convertir en accesible para el público portugués, en portugués, culturas y literaturas que prácticamente desconocía, como la española o la de América Latina. Así en los últimos veinte o treinta años, aunque con más incidencia en la última década, han sido publicados todos los autores del que convencionalmente se ha llamado boom sudamericano, y el lector tiene acceso, si lo quiere, a los nombres más conocidos de la narrativa, de la poesía y, todavía en menor medida, del ensayo español, y este movimiento parece ir acentuándose cada vez más. Lejos, muy lejos, estamos de los tiempos bien recientes en que nombres como Pardo Bazán, Valle-Inclán, o Miguel Delibes, Torrente Ballester o Eduardo Mendoza estaban vedados al lector portugués que no dominase el castellano.
Hoy, es muy rara la editorial que no traduzca y publique autores de España y de América Latina y, curiosamente, el fenómeno se ha extendido también a la literatura brasileña, hoy mucho más presente en Portugal que hace cinco o diez años. Paralelamente, hay un intercambio cada vez mayor entre los escritores de los distintos países y no son raros los casos de autores españoles que escriben sobre Portugal o sobre temas portugueses, como no son raros los portugueses que escriben sobre España. Al mismo tiempo asistimos también a asociaciones entre varias instituciones para la edición de diversas publicaciones y existen hasta premios literarios cuyo fin es galardonar a escritores de ambos países, como acontece el premio Eixo Atlântico de Narrativa Galaico-Portuguesa o el Aula de Poesia de Barcelona, uno y otro ganados ya en dos de sus ediciones por autores portugueses.
Personalmente y sin falsas modestias quiero comentar aquí el papel de la editorial que dirijo en este intercambio de culturas. Siendo una editorial que publica sobre todo traducciones, prestamos particular atención a los autores de España y de América Latina, de tal forma que, en un catálogo que cuenta con unos cuatrocientos cincuenta títulos, podemos encontrar más de cincuenta autores y cerca de cien títulos de narrativa, poesía, ciencias humanas y literatura infantil, castellanos, gallegos, vascos, andaluces, catalanes, peruanos, chilenos, colombianos o argentinos, como Borges, cuyas Obras completas me enorgullece haber publicado. Me parece importante subrayar también que la casi totalidad de estos autores nunca habían sido publicados en Portugal, en un vasto abanico que recoge desde Emilia Pardo Bazán, Miguel Delibes y José Luis Sampedro a Javier Tomeo, Jesús Ferrero y Cuca Canals, pasando por el caso, casi escandaloso, del portugués Jorge de Montemor, cuya Diana, opera prima de la novela pastoril del siglo xvi, nunca se había visto, hasta este año 2001, en una edición integral en portugués.
En este esfuerzo estamos acompañados por muchas y buenas casas editoriales y con gran satisfacción constato que los editores españoles han trabajado, como nosotros, en los últimos años, a favor de la literatura portuguesa. Sírvame la referencia que he hecho a la Diana de Jorge de Montemor para encaminarme hacia el final de esta intervención, recordando aquí que el bilingüismo fue en el pasado y hasta el siglo xvii, ampliamente practicado por nuestros escritores, que escribían, casi indistintamente, en portugués y en castellano; sírvame también para lanzar al debate, de forma provocadora, una serie de cuestiones presentadas por mi amigo Eduardo Moura en el ya mencionado Congresso dos Editores Portugueses: ¿Qué ocurriría si en las escuelas españolas el portugués fuese disciplina obligatoria y en las escuelas portuguesas fuese obligatorio el castellano?, ¿mejoraría el bienestar de los ibéricos? ¿Los portugueses y españoles, e incluso los sudamericanos, se conocerían mejor? ¿Habría más lectores de libros en portugués o en castellano, o menos? ¿Las lenguas portuguesa y española se enriquecerían o no? ¿Sería bien aceptada esa imposición?
El futuro se encargará de dar respuesta a esta provocación ciertamente mucho menos utópica de lo que hoy nos puede parecer.