El tratamiento de un tema como el de la norma lingüística es sumamente complejo y multifacético, según puede advertirse en los numerosos estudios que lo respaldan a lo largo del siglo xx1.
Las referencias y precisiones del término en la lingüística hispánica constituyen sólo un ejemplo del gran caudal existente a nivel internacional: norma académica, norma ejemplar, norma lingüística, norma idiomática, norma lingüística culta, norma lingüística castellana, norma hispánica, norma nacional, norma regional, norma local, norma social, norma sociolingüística, norma escolar, norma informática, etc.
Sin embargo no puede hablarse de estas denominaciones taxativamente; los límites son flexibles y alternan según dónde, cuándo y en qué situación se supone ubicada la acción lingüística (Zamora Salamanca [1985:227-249]). En su determinación específica intervienen factores lingüísticos, pragmalingüísticos, socioculturales, histórico-políticos, psicológicos, por lo cual debemos tenerlos en cuenta al estudiar el problema en relación al español.
Las variaciones en el enfoque del tema se deben, fundamentalmente, a la extensión geográfica de la lengua, a la diversidad de las formas correspondientes, a la variedad de modalidades lingüísticas, a quiénes escriben sobre ella y a la necesidad general de fortalecer la lengua según lo establece el ideal político de unidad.
Para poder deslindar los alcances del concepto de norma lingüística, partamos de la propuesta de Coseriu (1992:86) respecto del hablar:
El hablar es una actividad humana universal que es realizada individualmente en situaciones determinadas por hablantes individuales como representantes de comunidades lingüísticas con tradiciones comunitarias del saber hablar.
Además, «cada uno habla por sí y también en los diálogos se asume, alternativamente, el papel de hablante y de oyente» (p. 87), lo cual nos lleva a insistir en que normalmente se habla para ser oído por otro, para llegar al prójimo, para dar lugar a la comunicación de unos con otros. De aquí que es conveniente que los interlocutores tengan conocimiento no sólo del idioma que empleen, sino también del mundo en que ambos actúan, para una mejor interpretación mutua.2
Hace algunos años, un grupo de investigadores argentinos3 realizó una investigación sobre Actitudes lingüísticas, en un significativo número de hablantes cultos de ambos sexos y de distintas generaciones, con el propósito de conocer cuál era el ideal de lengua que predominaba en el país.
Las preguntas giraron en torno de si ese ideal lo representaba algún tipo de norma, el modelo académico hispánico o el argentino, la expresión lingüística de los medios de comunicación, la de los escritores consagrados, la de alguna región del país o la de una generación determinada.
Sin embargo, la mayoría de los informantes se inclinó, en primer lugar, a favor de la norma que dicta la Academia Argentina de Letras y, en segunda instancia, por la norma de la Real Academia Española, valorándolas como entidades rectoras del uso. Por otra parte dejaron claro que el ideal lingüístico del buen uso responde al nivel cultural de los hablantes, no al lugar geográfico (Rojas, 1991:265-283), por lo que los hablantes cultos de todo el país respondían a una norma culta argentina, si bien el habla de la Capital Federal ejerce un fuerte atractivo sobre la población del resto del país,4 como suele ocurrir por lo general en relación a las capitales.
M.ª Beatriz Fontanella, como coordinadora de su obra póstuma El español de la Argentina y sus variedades regionales, ofrece una visión actualizada de las variedades lingüísticas de la Argentina5 dentro de la unidad del español en este país. La actitud común de las investigadoras que participan en la obra conjunta es mostrar las distintas peculiaridades correspondientes a normas estandarizadas y subestandarizadas que componen la norma argentina de acuerdo a la norma culta de cada región. Observa E. Rigatuso (2000:27):
… esta explicitación y formalización de la realidad idiomática actual del español de la Argentina se constituye en un punto de consulta insoslayable para la implementación y aplicación de futuras políticas lingüísticas en nuestro país (a nivel nacional y regional), dando el necesario marco de referencia general para la constitución de las mismas sobre la base de la realidad lingüística de la comunidad nacional.
En toda sociedad se requieren normas lingüísticas de distinto tipo para lograr una comunicación adecuada a cada situación. Son convocadas por la necesidad de regulación que impone la heterogeneidad de la lengua en sus modalidades oral y escrita, si bien la norma prescriptiva, debido a sus características, demanda mayores exigencias.
Algunos de los tipos de norma de nuestro interés son:
La norma académica responde especialmente a las reglas gramaticales y ortográficas mediante las cuales proceden las Academias a través de diccionarios, tratados de gramática, guías sobre ortografía. Tiende a garantizar la unidad de la lengua7 al estimular su aceptación entre los hablantes, que tácitamente convienen en respetarla en pro de una mayor eficacia en la comunicación. En el caso del español peninsular, su norma lingüística responde —en principio— a la norma académica, la que es considerada ejemplar por la comunidad panhispánica. Justamente en un párrafo del «Prólogo» de la Ortografía (1999:XVII-XVIII) dice:
Lo que la Real Academia cree, con todas las Academias asociadas, es que un código tan ampliamente consensuado merece respeto y acatamiento, porque, en última instancia, los hispanohablantes hemos de congratularnos de que nuestra lengua haya alcanzado con él un nivel de adecuación ortográfica que no muchos idiomas poseen. Pueden existir dudas para un oyente en el momento de elegir el signo que corresponde a tal sonido en una voz determinada, pero no existe prácticamente nunca problema a la hora de reproducir oralmente el sonido que le corresponde a cada letra, en cada situación, según las reglas establecidas.
Para evitar confusiones en la recepción y retribución de los mensajes, conviene que los hablantes no sólo compartan la lengua, esto es, la norma lingüística, sino también las normas que rijan en cada lugar geográfico y en la situación en que se desarrolle la interacción comunicativa, respondiendo al «saber lingüístico expresivo», a la competencia lingüística.8
La norma lingüística expresiva o idiomática se impone en los casos de variación histórico-geográfica, sociocultural y estilística. Sería la modalidad que Coseriu (1989:90) reconoce como «la norma objetivamente comprobable en una lengua, la norma que seguimos necesariamente para ser miembros de una comunidad lingüística».
Es decir, que se trataría de la realización tradicional de la lengua en determinado lugar, aprobada cotidianamente por sus hablantes, con formas cuyos rasgos pueden ser los mismos que aparecen total o parcialmente en otra variedad o hasta coincidir con los que dictamina la norma académica, pero que se sienten propios por disponer de ellos todos los días. Esta afirmación estaría en consonancia con la que hiciera Víctor García de la Concha en su visita del 15 de junio del corriente año a Buenos Aires, en cuanto a que «la lengua es la patria».
De cualquier manera, pese a emplearse la misma lengua en España y en los países hispanoamericanos, la realización no es homogénea y muchas veces varían los lexemas para decir lo mismo o se utiliza la misma forma para distintos significados, lo cual puede provocar confusiones en los hablantes. Así, por ejemplo, si un español visita una provincia argentina, no obstante ser usuario normal de la lengua, puede desconocer el léxico usado en este país, por lo que necesitará información lingüística previa (diccionario de argentinismos, lecturas sobre esta variedad en libros o revistas) o —por lo menos— la cooperación de un hablante nativo para comprender la realidad lingüística que le es ajena. De lo contrario podría tener inconvenientes si desconoce, por ejemplo, el léxico correspondiente a la alimentación y, dentro de él, que se llama empanadillas a los pastelitos que llevan exclusivamente como relleno dulce de cayote (‘cabello de ángel’) o de batata (‘tubérculo de gusto similar al de las castañas’) y que nunca contienen carne o pescado como en España. A dichos pasteles, en la Argentina, se les llama empanadas y su diminutivo es empanaditas.
Igualmente, entre tantos otros casos, pueden producirse desentendimientos en situaciones como la que protagonizara un joven español que desconocía la norma lingüística argentina, cuando le dijo a una estudiante porteña que visitaba Madrid y se dirigía a él con el pronombre vos como es habitual en su país: «No me trates con tanto respeto. Puedes tutearme», con la convicción de que el vos implicaba una formalidad extrema y que debía usarse sólo para dirigirse a Dios, a los santos y a los reyes.
Como dice Graciela Reyes (1888:11): «Aprender a escribir textos exige más que dominar algunas técnicas de redacción y algunas normas gramaticales». Ello es cierto, pero no sólo para escribir, sino también para hablar y por ello existen otras normas que se imponen sobre la actuación del hablante y lo orientan en cuanto a lo que le conviene decir en cada oportunidad9.
Estas normas tienen bastante relación con la competencia lingüística del hablante, quien conoce, por ejemplo, las formas de cortesía y de atenuación del lenguaje que deben emplearse en cada situación. Por lo tanto sabe, por ejemplo, cuándo y en qué situación corresponde decir por favor, señor, señora, Su Merced, querido, don, doña, gracias, muchísimas gracias, sentido pésame, etc. Dichas expresiones funcionan dentro de contextos determinados y pueden variar según las actitudes lingüísticas, la modalidad discursiva, así como la procedencia geográfica y social de los hablantes y la situación dialogal. De aquí que, entre las consideraciones sobre el tema, conviene hablar de una norma pragmalingüística, que regula la interacción cotidiana de los hablantes de un lugar, en los distintos tipos de contexto.
Para conocer los orígenes de las concepciones del pueblo argentino sobre la lengua en el siglo xx, debemos considerar en primer lugar los factores históricos y sociales que motivaron a los usuarios hispanoamericanos a oponer resistencia a la aceptación de una norma lingüística hispánica, si bien no debemos desconocer la fuerza que operaron los factores antes mencionados en el proceder de los hablantes y los aspectos cognitivos y afectivos que aún influyen.
Es fundamental observar dónde y cómo se originan las actitudes de los hablantes argentinos y medir a partir de allí su importancia en la construcción de los textos en los que participan.10 En relación a ello conviene tener en cuenta algunas incidencias:
Sin duda estas circunstancias se vinculan a las actitudes propias de los hablantes del siglo xx, si bien para comprenderlas necesitamos citar algunos antecedentes histórico-lingüísticos que tuvieron lugar en el siglo xix y que —por lo general— llegan a nosotros a través de la prensa. Así, por ejemplo, gracias a las notas en los periódicos nos enteramos de que la preocupación argentina por la norma ofrece antecedentes en este siglo cuando comienza a actuar la generación del 37.
Es la época en que tiene lugar el conflicto lingüístico-cultural entre el español peninsular y las distintas modalidades hispanoamericanas, en la que la Argentina defiende los usos de su comunidad y cuestiona la autoridad de España sobre el idioma.
Se advierte en esta postura el peso del factor ideológico marcado por el nacionalismo de la época que aspiraba a desarrollar una nueva identidad. Ello movió a los hablantes nativos a marcar diferencias entre su modalidad lingüística y la de los españoles, después de la etapa colonial en que se había puesto de manifiesto la tendencia a despreciar las variantes hispanoamericanas frente a la lengua española, tanto de parte de los españoles como de los criollos.
En este período que Guitarte (1991:67) llama «de divergencia», Juan Bautista Alberdi, José María Gutiérrez y Domingo F. Sarmiento intervienen en acaloradas polémicas en contra de los defensores del neoclasicismo y del purismo. Entre sus desvelos está presente, por ejemplo, el propósito de conservar la lengua española, pero sin los rasgos fonéticos que la caracterizan. No obstante, entre otras pronunciaciones menos nítidas toman cuerpo el seseo y el yeísmo rehilado.
Sarmiento, amante de la educación y de las letras, y conocedor del valor informativo y de la vena combativa que representaba la prensa, en 1839 funda en San Juan el periódico El Zonda junto con Quiroga Rosas. Pero es especialmente de nuestro interés su participación en la redacción de los diarios chilenos El Mercurio y El Nacional, y en 1942 en El Progreso, que funda con Vicente F. López. Por diez años se dedica al periodismo produciendo artículos que revelan su sentido crítico sobre distintos temas y preocupación sociocultural. Dentro de este marco inicia el accionar combativo contra Andrés Bello, quien a través de un artículo denominado «Ejercicio de lengua castellana», propone corregir el mal uso de esta lengua; al que Sarmiento responde aduciendo que la creatividad de la lengua no debía ser cercenada por una norma gramatical. Bello, tras el seudónimo «Un quidam», expresa su temor por la degradación de la lengua que va llenándose de extranjerismos, por lo que desde su punto de vista debía ser controlada por autoridades conocedoras en la materia.
Entonces se inician, a través de la prensa chilena, las duras polémicas por diferencia de ideas11 de Domingo Faustino Sarmiento y Andrés Bello, quienes propusieron sendas reformas ortográficas de acuerdo a cómo se pronunciaba en América.12 Los lectores siguieron esta disputa con interés, pero la información surgida de esta publicación sópo logró alargar la polémica.
En una época en que las comunicaciones no se habían desarrollado aún, la difusión de la norma lingüística más cara a los argentinos, la del español, ocupa ya su lugar en la prensa y, por medio de ella, en la Sociedad de la Información.
Luis Alfonso (1963:180-181) advierte acerca de la situación en los años que siguen:
… el habla común, cuajada de voces arcaicas y campesinas primero, de barbarismos, especialmente de origen francés, y de lunfardismos, en su mayoría italianos, después, predominó hasta el último tercio del siglo xix.13
Hacia fines del siglo xix la escolarización avanza notablemente y «culmina en la alfabetización masiva, ocurrida a partir de 1884 con la aprobación de la ley 1420 de educación obligatoria» (Fontanella de Weinberg, 1999:201). Ésta legisla sobre una población que crece numéricamente con un acentuado multilingüismo y multidialectalismo que franquearía los límites del siglo xix, en especial en Buenos Aires14.
De esta manera llegamos al siglo xx, con el español compartiendo espacios con el francés como lengua de cultura y de elegancia burguesa, y el italiano incorporado a la vida cotidiana. Ambos se muestran de esta manera en las páginas de los periódicos: los franceses inspirando la introducción de vocablos propios y de textos más o menos extensos en francés, lengua que era leída por la mayoría de la población culta y que había constituido una elite cultural lectora de revistas literarias como el Tucumán Literario o El Porvenir.
Y los italianos, constituyendo las redacciones de los diarios más importantes de Buenos Aires: La Nación, La Prensa, Crítica, El Mundo y de gran parte de la prensa masónica, liberal o de izquierda. La publicación de diarios bilingües alcanzó hasta el norte del país. Ello hace presuponer un número abundante y regular de lectores aptos para leer en las dos lenguas. Ésa es la realidad del idioma italiano que se extiende por todo el país. En Tucumán, por ejemplo, entre fines del siglo xix y comienzos del XX se cuenta con dos periódicos bilingües: el Rigoletto, periódico de redacción familiar que llega hasta los primeros años del siglo xx e Il Sofietto, que se publica hasta finalizar la primera década, aunque en los últimos años abandona el italiano y se redacta totalmente en español, probablemente en la búsqueda de más lectores.
Sin duda el periódico bilingüe cumple una función importante de preservación lingüística, que aspira a alcanzar el mismo prestigio que la lengua oficial, a la vez que constituye un excelente órgano de difusión, capaz de informar a toda la colectividad al mismo tiempo (Rojas/Chervonagura, 1991:90-102).
Pero la composición étnica variará en 1914 ante el ingreso de un gran número de inmigrantes españoles, cuyo porcentaje duplicará el de los italianos, por lo que el español refuerza su presencia en la prensa y toma el carácter de medio informativo esencial.
Una vez superado el conflicto de identidades lingüísticas y culturales que tiene lugar en la Argentina de principios del siglo xx, puede deslindarse qué tipo de norma o normas respetan los hablantes a lo largo de la centuria, así como sus actitudes en relación a la realidad hispánica.
Sin duda el contexto sociocultural tiene un peso determinante tanto en las actitudes personales como en las colectivas de los argentinos, tanto en cuanto a las realizaciones lingüísticas orales como a las escritas. El emisor puede elegir el tipo de formas y de registros que le convenga emplear en cada circunstancia, siempre condicionado por sus conocimientos previamente adquiridos y por el contexto en el que actúa.
Al respecto se hace necesario aclarar que este país ofrece un entramado de características diversas en el siglo xx, muchas de las cuales evolucionan a lo largo de la centuria. Entre ellas podemos establecer las variedades regionales, cada una con peculiaridades que responden a normas propias que se han establecido con atención hacia la norma hispánica.
Las normas que observamos se ajustan no sólo a las regiones, sino a los niveles sociolingüísticos que pueden apreciarse en cada una de ellas, algunas de las cuales ofrecen características comunes entre dos o más niveles, o diferencias dentro del mismo nivel en cualquiera de las variaciones posibles: diatópica, diastrática, diafásica, diacrónica, con sus complicaciones propias.
Concretamente, la modalidad argentina comienza a construirse en el siglo xx sobre una situación multilingüe y dialectal, debida —como vimos— a la fuerte inmigración sufrida, con diferencias entre las hablas provincianas. Al respecto se funda sobre un complejo número de actitudes lingüísticas, en cuya determinación influyeron factores histórico-sociales y pragmáticos.15
Desde los primeros años del siglo xx, el argentino culto exhibe su orgullo por la fuerza y expresividad de algunas voces particulares, con cabida en la incipiente norma argentina. Jorge Luis Borges (1928:17), por ejemplo, dice:
Nuestras mayores palabras de poesía arrabal y pampa no son sentidas por ningún español. Nuestro lindo es palabra que se juega entera para elogiar; el de los españoles no es aprobativo con tantas cosas. Gozar y sobrar miran con intención malévola aquí. La palabra egregio, tan publicada por la Revista de Occidente y aún por don Américo Castro, no sabe impresionarnos. Y así, prolijamente, de muchas.
La actitud nacionalista va acentuándose cada vez más en el correr de las primeras décadas del siglo xx y da lugar al separatismo. Las palabras de Oliverio Girondo (1925:5) se llenan de soberbia en boca de un amigo:
… es imprescindible tener fe, como tú tienes fe, en nuestra fonética, desde que fuimos nosotros, los americanos, quienes hemos oxigenado el castellano haciéndolo un idioma respirable, un idioma que puede usarse cotidianamente y escribirse de americana con la americana nuestra de todos los días.
El sentimiento que separa la norma argentina de la norma hispánica se define a partir de 1930, época en que decrece el número de inmigrantes españoles (Fontanella de Weinberg; 1999:204) y el hablante argentino acrecienta su orgullo de considerarse dueño de la palabra surgida o adaptada a su contexto.
Cambours Ocampo (1983:16) transcribe lo dicho por Juan Francisco Giacobbe (1948), donde se advierte la actitud prejuiciosa predominante de la época hacia los españoles y su lengua:
… el criollo, queriéndose disasociar de su inherente elemento hereditario, comienza a separarse, en forma intrínsecamente mental, del primer gran connubio de la herencia, que es la lengua. El criollo hereda la lengua madre, sí, pero no la acepta con todos los elementos tal cual es. La transformará hasta el extremo de que, pareciendo la misma, no es la misma lengua original. […] El criollo detesta la expresión de lo inútil, la expresión de lo pintoresco en lo paisajístico y la expresión de la crónica entendida como medio de propaganda.
Pero no sólo de parte de los americanos se produce el ataque localizado en la lengua, sino que el rechazo a la variedad argentina, de parte de los españoles, también es duro. En realidad, se observa en esta época un gran número de disputas verbales, con ataques mutuos, recelo y desprecio de ambas partes. Participan, en esa época, Américo Castro, Giacobbe, Abeille,16 Costa Álvarez y otros.
Pero no sólo se centró el problema en el léxico. La Argentina mantuvo también una lucha importante a favor del voseo pronominal-verbal, verbal o pronominal según su modalidad de realización. Opinaba Américo Castro (1961:130-131) en 1941, ubicando el fenómeno en Buenos Aires, «la ciudad más importante y más culta del mundo hispano»:
Precisamente por ser ello así, deja estupefacto al lingüista y al no lingüista, el que los porteños de alto rango social e intelectual se hablen de vos, hecho que no acontece en ninguno de los países hispanos, a poca que sea la altura de su vieja tradición.
Pese a las controversias17 originadas en torno al uso del pronombre vos y las formas verbales correspondientes en la primera mitad del siglo xx, éste gana la batalla finalmente y los argentinos de todos los niveles socioculturales lo sentirán como el tratamiento más propio y natural para hablar con sus interlocutores en situaciones informales o íntimas y hasta en algunas circunstancias formales.
Es importante detenerse a considerar algunas de las actitudes de aprobación o desaprobación ante la norma lingüística hispánica, puestas de manifiesto por los hablantes argentinos del siglo xx, las cuales evidencian predisposiciones personales o colectivas que ponen a descubierto los conceptos que sobre la realidad de una lengua tienen sus hablantes.
Por un lado se observa que —en general— la población muestra preferencia por el uso de las variedades lingüísticas regionales. Sin embargo los hablantes de nivel sociocultural medio y alto exteriorizan una actitud predominante de respeto hacia la norma académica, particularmente en relación a la ortografía y a las reglas gramaticales.
La prensa constituye una excelente aliada de las normas lingüísticas en sus secciones atendidas con esmero y cuando da participación al público a través de las «cartas de lectores». Aquí, con cierta frecuencia, algún lector expresa su preocupación por el «buen uso» de la lengua, ante las faltas gramaticales atribuidas a los redactores periodísticos y a los ciudadanos que escriben en ella, mediante opiniones fundamentadas en consultas de diccionarios y gramáticas acreditadas por la Real Academia Española.
Las preocupaciones están vinculadas al empleo excesivo de extranjerismos y neologismos, al uso inadecuado de algunos términos o construcciones gramaticales, etc. (Rojas/Chervonagura, 1991:276-282). Los comentarios se manifiestan a través de reflexiones más o menos profundas de sus lectores, los cuales expresan a veces un sincero respeto por los códigos lingüísticos tradicionales, otras veces manifiestan cierto temor por la incomunicación a que pueden conducir los desvíos reiterados y otras muestran aferramiento a lo que se considera lengua propia, aunque no responda a ninguna norma válida (Rojas, 1988:99.284-285).
Lo cierto es que no obstante el avance de los medios de comunicación del siglo xx: la radio, la televisión, Internet, la prensa representa en la actualidad una de las vías más efectivas para establecer contacto con el público en general. Y si bien la televisión mantiene la atención de los televidentes por un lapso mayor, es el periódico el medio más adecuado para señalar las faltas morfosintácticas más reiteradas.18 Entre ellas, los lectores se quejan por el dequeísmo, por el uso del artículo ante los nombres propios, por la confusión en el empleo de los tiempos verbales, como cuando se dice Pareciera que va a llover por Parecería..., Parece..., y por otras formas frecuentes en el habla de los ciudadanos de menor nivel sociocultural. Pero no sólo son los lectores los que realizan las observaciones acerca de las incorrecciones, sino que también la prensa publica artículos de reflexión lingüística o de información sobre decisiones tomadas por las Academias o sobre actividades de sus miembros en relación a la lengua.
Nos detendremos a evaluar el porqué de las actitudes de protesta contra las desviaciones idiomáticas que manifiestan los lectores, las que muchas veces dan lugar a polémicas, cuando al mismo tiempo se evidencia el orgullo de los ciudadanos por diferenciar el español hablado en la Argentina del español peninsular y del que habla el resto de los hispanoamericanos.19
Acerca de ello creo que —en definitiva— se debe a que los hablantes argentinos están aferrados a una constante búsqueda de autonomía nacional; lo cual no significa un rechazo a la identidad lingüística hispánica, sino que se trata de la concreción del anhelo de una caracterización propia dentro de la unidad panhispánica de la lengua. De allí que el hablante culto atienda con respeto las propuestas académicas sustentadoras de la unificación de la que se considera participante.20
El número de variedades regionales difiere según correspondan al campo de la fonética, del léxico o de la morfosintaxis.
En cuanto a los rasgos fonéticos, la Argentina adoptó el seseo al igual que el resto de los países hispanoamericanos como una variación general, la cual se mantiene en el presente.
También se observan otras peculiaridades como, por ejemplo, el yeísmo rehilado.
En cuanto a la fonética, obviamente la Argentina adopta el seseo como el resto de los países hispanoamericanos. Pero también se observa otro tipo de peculiaridades regionales, como por ejemplo, en Buenos Aires y zona de influencia el yeísmo rehilado y la pronunciación marcada de la /r/ múltiple, mientras en el noroeste se destaca la pronunciación rehilada de la /r/ y la aspiración marcada de -/s/, entre otras tendencias menores.
Desde los años 60 la sociolingüística de carácter laboviano presta atención a los rasgos fonético-fonológicos observados primeramente en la pronunciación de los hablantes de la provincia de Buenos Aires y zona de influencia; es el caso del ensordecimiento de las fricativas /z/21 y /s/.
Más tarde esta modalidad de estudio sociolingüístico desde una perspectiva cuantitativa variacionista22 se extiende a otros aspectos que tienen lugar en distintas partes del país y que estudian la realización de -/s/, el seseo y algunas variaciones relacionadas con las líquidas, como la pronunciación marcada de la /r/ múltiple, mientras en el noroeste se destaca su pronunciación rehilada; la confusión entre -l y -r y la aspiración o realización de -/s/, o la pérdida de -/d/ y -/d/-, entre otras variantes, así como a múltiples aspectos gramaticales y lexicales.
Con respecto al léxico, la actitud del argentino en el siglo xx es la de emplear las palabras que impuso el uso en su país, ya fueran originarias de España, de otros países europeos o de América. Así observamos la presencia de un gran número de homónimos entre España y Argentina, de los que citaremos sólo algunos: bombilla: Esp., ‘lamparilla eléctrica’, Arg.: ‘tubo de metal provisto de un colador en la punta, para sorber el mate’; calentador: Esp. ‘termo grande, eléctrico o a gas, que calienta el agua que correrá por las cañerías para uso doméstico en baños, lavadero y cocina’; Arg.: ‘aparato de distintas dimensiones y materiales, sobre el cual se calienta el agua en jarros y cacerolas’; concha: Esp., ‘cobertura de muchos moluscos y crustáceos’; Arg.: ‘órgano sexual femenino’; paro: Esp., ‘desocupación’; Arg., ‘huelga’; pasta: Esp., ‘dinero’, Arg., ‘comida hecha a base de harina, de procedencia italiana’; piel: Esp., ‘cuero liso con que se fabrican bolsos, carteras, etc.’; Arg.: ‘cuero sin depilar, muy apreciado para abrigo’; prolijo/-a: Esp., ‘largo, extenso’; Arg.: ‘cuidado, aseado’; ruedo: ‘redondel de la plaza de toros’; Arg., ‘dobladillo de faldas y bocamanga’; saco: Esp., ‘bolsa para cargar granos u otras cosas’; Arg., ‘chaqueta’; taco: Esp.: ‘pedazo de madera u otro material’, ‘trago’; Arg., ‘tacón’.
Igualmente se advierte el uso corriente de numerosas formas heredadas de las lenguas indígenas, particularmente del quichua y del guaraní. Por ejemplo, entre las primeras, cancha, choclo, chala, chacra, papa, chirip, tambo, palta, humita, locro, etc., de uso generalizado en el país. Otras voces quichuas, usadas solo en el noroeste, son: chanfaina, ‘plato hecho a base de menudos de cabrito, ají y vinagre’, chuschar, ‘tirar el pelo’, chango (chango tucumano, changuito cañero), ‘niño, muchacho’, caschi, ‘perro’, mishi, ´gato’, pallana, ‘juego con cinco piedras pequeñas’, apacheta, ‘montón de piedras’, o chancaca, ‘tableta de miel de caña’, se sienten como propias las provincias del NOA.
Son de origen guaraní: vocablos como ananá, ‘piña’, caracú, ‘tuétano de la médula’, carpincho, ‘roedor de pelo espinoso’, tapera, ‘casa en ruinas’, surubí, ‘pez de río’, maraca, ‘instrumento musical’, vincha, ‘cinta que se pasa alrededor de la cabeza a la altura de la frente’, etc.
Entre las formas léxicas, caracterizadoras del habla argentina, se destaca también el lunfardo, con voces difundidas por la letra del tango. Encontramos: atorrante, ‘persona con malos hábitos de vida, que vaga sin rumbo’, bacán, ‘hombre que vive como nuevo rico’, falluto, ‘jactancioso, hipócrita’, cafishio, ‘proxeneta’, gil, otario, ‘tonto, estúpido’, fiaca, ‘pereza’. Junto a éstas aparecen las clásicas formas del italiano, incorporadas a la vida familiar, como nono/nona, chau, y en la alimentación la pizza y diferentes tipos de pastas: tallarines, agnolottis, ñoquis, ravioles, capellettis, etc., mientras de los franceses, además de denominaciones de comida y postres refinados como el soufflé, creppe, sambayón, de bebidas: champagne, cognac, y de los tipos de vino que se extendieron por gran parte de América, como torronté, sauvignón, borgoña, etc., quedaron nombres de elementos de confort: placard, somnier, toilette, dressoire, de arreglo personal: maquillaje, rouge, corset, etc.
En cuanto a la morfosintaxis, es indiscutible la elección generalizada de los argentinos por el voseo en sus distintas formas.
Sin duda la actitud del hablante argentino ante el voseo (Rojas Mayer:143-165) pone al descubierto un proceso psicológico revelador del peso que tiene en las decisiones lingüísticas el aspecto cognitivo, el sentimiento de nacionalidad y la presión del contexto sociocultural.
Ello puede observarse en relación a la definición de preferencia que se da en la comunidad argentina acerca de su uso. Pues luego de una etapa de reticencia, en la cual los amigos usaban el vos en el trato oral, pero en sus cartas cambiaban al tú, lo mismo que en las obras literarias donde en solo escasas excepciones se empleaba este pronombre, lo cierto es que el voseo se instala no sólo en las situaciones mencionadas, sino en todas las modalidades de habla.
A tal punto avanza, que en los últimos cincuenta años ha llegado a tomar también espacios ocupados tradicionalmente por el usted, como en el tratamiento de hijos a padres y de nietos a abuelos; y en la última década del siglo, a sustituir a usted en el tratamiento de los empleados de comercio o de oficinas administrativas a sus clientes.
Respecto del cambio de actitud merece tenerse en cuenta cómo se produce el fenómeno a nivel educativo. Pues hace alrededor de quince años, los maestros y profesores tenían sus prejuicios en cuanto a sustituir el tuteo por el voseo para referirse a sus alumnos en clase, mientras en el recreo y en la calle los voseaban.
Hasta aproximadamente la década de 1980, el paradigma pronominal daba como única forma de tratamiento para la segunda persona del singular el tú en los libros de enseñanza de la lengua. Y ante el prejuicio de traicionar a la norma hispánica, durante largos años se debatió en el Ministerio de Educación, en los centros escolares y en las aulas universitarias argentinas, si se debían enseñar las conjugaciones verbales con el pronombre vos compartiendo el espacio de la segunda persona junto a tú y usted.
En la modalidad argentina se advierten otras formas radicalizadas en algunas zonas del país, como la construcción de ¿nos vayamos?, ¿nos sentemos?, en lugar de vayámonos, sentémonos.
Seguramente la escuela y el medio definen en muchos casos la preferencia del hablante por una u otra modalidad lingüística. Por el contrario, en otros casos, es la actitud del hablante o de su comunidad lo que la determina. El hombre tiene la posibilidad de desarrollar una serie de actitudes23 condicionadas fundamentalmente por su manera de percibir la realidad.
Las consideraciones sobre la variación lingüística en relación con los factores socioculturales se extienden poco a poco a todo el país y se unen a las contribuciones dialectológicas. Ello permite identificar las normas sociodialectales de las distintas regiones de la Argentina.
Así, por ejemplo, el argentino culto utiliza con frecuencia en su modalidad oral: «Recién me doy cuenta», o «Lo he visto recién» , para indicar el carácter inmediato de la acción, pero evita la filtración en la escritura. Otra construcción que se considera en forma similar, es la que lleva la preposición de, como elemento ponderativo. Por ejemplo se dice de alguien: «¡Es de bueno!», «Está de confundido…», formas que por lo general no se encuentran en la lengua escrita.
Ello se relaciona, sin duda, con la misma actitud de respeto hacia la norma académica que tenían los escritores argentinos regionales de hace alrededor de cuarenta años, cuando encerraban entre comillas los vocablos que reconocían como argentinismos. Sin embargo lo particular es que las formas marcadas eran elementos de la naturaleza, de índole vegetal o animal, mientras que no se señalaban muchas formas de nuestro léxico que no podían reconocer como americanismos (Rojas, 1985:33-42).
De acuerdo a las observaciones realizadas sobre el comportamiento de los hablantes a lo largo del siglo xx, la norma lingüística que respetan, sus actitudes y sus antecedentes en el xix, podemos afirmar que la complejidad de la lengua española con su diversidad de formas y la competencia de normas e identidades lingüístico-culturales varias permite —a pesar de todo— que se cumpla el principio de «la unidad en la diversidad», que responde a una norma hispana unificada.
Las actitudes manifiestas por los hablantes argentinos no son homogéneas en todos los tiempos y los criterios de los ciudadanos son distintos. Para muchos contemporáneos la norma más respetada es la nacional, sin que por ello nieguen la orientación de la norma académica hispánica.
Es decir, que la norma argentina responde al afán de los hablantes por alcanzar las pautas necesarias para el mejor uso de la lengua que le sirve de comunicación como modalidad habitual y concreta entre los hablantes argentinos cultos. Pero se ajusta a la modalidad lingüística usual de nivel sociocultural alto de otras comunidades que —por su parte— también respetan la norma académica. Es decir, que previamente a la unificación con el español peninsular, las normas regionales establecen una unificación nacional.
Por lo tanto, esto significa que —por su parte— las normas cultas nacionales, con diferencias más o menos marcadas entre ellas, salvan algunos prejuicios intranacionales y fijan su atención en la norma hispánica o panhispánica como paradigma ejemplar24 que permite un mejor entendimiento en las distintas circunstancias en que requiere de la comunicación.