Sobre variedades y normas del español en el marco de una cultura lingüística pluricéntrica José Luis Rivarola

A la memoria de Guillermo L. Guitarte

1.

Las lenguas de cultura (al. Schriftsprachen) —y el español entre ellas— se caracterizan, entre otros rasgos, a) porque ellas poseen un alto grado de desarrollo funcional; b) porque en ellas coexisten variedades diversas: regionales, sociales, estilísticas, y porque, entre estas variedades, existe una que puede llamarse variedad estándar o culta; c) por la conciencia concomitante de los hablantes de que son hablantes de esa lengua en alguna o algunas de sus variedades; d) por la existencia de una norma codificada que atañe a dicha variedad estándar, y de un soporte ideológico-metalingüístico que expresa y también crea dicha conciencia.

Comentarios.

La caracterización de las lenguas de cultura (expresión en la cual la cursiva, que abandono en lo que sigue, denota el carácter terminológico que le asigno) fue establecida por el funcionalismo praguense (cf. Havránek 1936, 1971; Dokulil 1971; Vachek 1971). El término alemán indicado podría traducirse como lenguas literarias, pero esta traducción tiene el inconveniente de que literario puede ser entendido de modo restrictivo como de la literatura. La existencia de variedades diversas en una lengua de cultura fue razonada y dotada de expresión terminológica por Flydal (1951) (quien habló de diferencias diatópicas y diastráticas) y luego por Coseriu (1981), quien agrega la dimensión diafásica. Mioni (1983) añade la dimensión diamésica, que permite tener en cuenta las variedades oral y escrita.

Con respecto a la variedad —de límites más bien fluidos— aquí llamada estándar o culta cabe aludir a las dificultades que existen para caracterizarla, dificultades que se reflejan en los varios nombres que recibe. Entre estos están, por ejemplo, fuera de los ya mencionados, variedad (o lengua) general, variedad común, variedad ejemplar. Esta pluralidad terminológica es expresión del diverso peso que se da a alguno de los criterios de definición (cf. Heger 1980). En cualquier caso, aunque se hable de variedad o lengua general, etc., está claro que se trata siempre de una variedad dentro del conjunto variacional. En cuanto al soporte ideológico-metalingüístico, se trata de un conjunto de discursos (emanados de personas o instituciones) que atañe a la clasificación y valoración de los usos idiomáticos.

2.

Formado históricamente —como muchas otras lenguas de cultura— a partir de un dialecto o variedad regional, el español adquirió ya en el curso de su temprana historia medieval algunos de los rasgos mencionados en 1, por ejemplo, funcionalidad amplia y normalización en el plano ortográfico. Su difusión tardomedieval —en parte a costa de otros dialectos hermanos— fue configurando un espectro de variación en todos los niveles y echando las bases de la peculiaridad del futuro transplante americano. Difundido rápidamente en el Nuevo Mundo, el español dio origen paulatinamente a otras nuevas variedades regionales y sociales, surgidas, por un lado, de la reestructuración del elemento patrimonial y, por otro, de influencias aloglóticas. Como el español transplantado contaba, por definición, con una variedad de lengua culta, también en América existió ab origine tal variedad, la cual se constituyó —no obstante las modificaciones, aunque menores, que se fueron produciendo en ella— en el más sólido puente de la lengua entre uno y otro lado del océano.

Comentarios

Junto a variedad he empleado en este apartado dialecto como alternativa terminológica, pues no quiero entrar en esta ocasión en las delicadas cuestiones irresueltas que implica el uso de uno u otro término con alcances distintos. Me interesa subrayar, sí, el carácter relacional del concepto —cualquiera sea su definición intensional—, pues todad variedad o dialecto lo es siempre de una lengua (más allá de las dificultades que supone la definición teórica del par dialecto (variedad/lengua). Ahora bien, este carácter relacional lleva a considerar que en el caso de las lenguas romances, y antes de la constitución de las respectivas lenguas de cultura, se pueda hablar de variedades o de dialectos sólo en un perspectiva histórico-genética, es decir, por referencia al latín (la lengua madre), pues es evidente que antes de formarse una lengua romance de cultura no existe un punto de referencia sincrónico que permita hablar de variedades o dialectos. Sobre el origen del término dialecto cf. Rivarola 1998.

En lo que respecta a la normalización en tiempos de Alfonso X y a sus antecedentes en la época de Fernando III cf. Ariza (1998). Y sobre la vigencia más bien débil del patrón de referencia alfonsí véase Sánchez Prieto (1996). Para la historia de español como designación de la lengua véase Alonso (1938) y Lapesa (1984), y asimismo la bibliografía que se cita en ambos trabajos. Sobre la formación del andaluz, que se constituyó en variedad fundamental para el desarrollo americano de la lengua, cf. Frago (1993).

Sobre las características del español transplantado a América la investigación más reciente muestra que, no obstante el proceso de uniformación en curso a lo largo del siglo xvi, el español llamado clásico está marcado por la variedad de los usos. En la particular reestructuración que se dio en América de ese conjunto plural y heterogéneo hay que ver el punto de partida del nuevo curso de la lengua (cf. Frago 1999; Rivarola 2001). En este proceso de reestructuración la variedad culta fue la menos afectada. Para opiniones diferentes acerca de la cronología de la presencia de esta variedad culta en los orígenes hispanoamericanos cf. Granda (1994 ) y Rivarola (1996).

3.

La codificación del español iniciada por Nebrija al filo de la Edad Moderna continuó por dos siglos de modo abundante y heterogéneo, y siguió teniendo un carácter individual. De modo general, se puede decir que este proceso codificador, y la reflexión metalingüística correspondiente, estuvieron referidos a las variedades peninsulares, particularmente a la discriminación, muchas veces polémica, de los usos cultos y de los modelos de lengua. Sólo con la creación de la Real Academia se inicia la codificación y normalización institucionalizada, proceso que, como consecuencia de factores históricos determinantes, era inevitable que siguiera teniendo un carácter monocéntrico, en el sentido de reconocerse un único centro como irradiador de norma, válido tanto para la Península cuanto para América.

Comentarios

El primero en dar cuenta de la nueva modalidad del español que se había generado en América fue Bernardo de Aldrete a comienzos del siglo xvii. Para Aldrete el español de América: «1. Es una variedad periférica del español; 2. que se identifica en sus regionalismos propios; y 3. es la menos prestigiosa de las modalidades de la lengua» (Guitarte 1991, p. 67).

El hecho de que la codificación del español atendiera por fuerza solo a la variedad peninsular no impidió que ya en el Tesoro de Covarrubias se incluyeran veintitrés indigenismos americanos (Lope Blanch 1977) o que en el xviii la Academia en su primer Diccionario, conocido como de Autoridades, incluyera ciento cincuenta americanismos. Sin embargo, América no era una magnitud relevante en el contexto de los esfuerzos codificadores. Para la historia de la codificación del español cf., entre otros, Marcos Marín (1979) y, más recientemente, Méndez García de Paredes (1999).

4.

La ruptura política entre la Madre Patria y las colonias a comienzos del siglo xix no significó ninguna diferenciación marcada en el ámbito idiomático, al menos una diferenciación mayor de la que probablemente existía ya a fines del xviii. No se produjo tampoco una descentralización normativa explícita, a pesar de la intención de crear academias paralelas a la de la Madre Patria. Es verdad, sin embargo, que muchos aspectos de la realidad lingüística que se había ido constituyendo a lo largo de tres siglos tenía mayor ocasión de salir a la superficie, y que los estímulos externos podían actuar en el ámbito del lenguaje de un modo menos homogéneo. Cabe mencionar, a título de ejemplo, la adopción de préstamos de otros idiomas, adopción a veces divergente, que reflejó los reajustes de las relaciones que las nuevas naciones entablaban con naciones extranjeras, lo cual generaba diferencias no solo entre Europa y América sino también entre las regiones americanas mismas.

Comentarios. En 1825, apenas consolidada la independencia americana en la batalla de Ayacucho, el periódico La Miscelánea de Bogotá lanzó la idea de establecer una academia literaria que llenara el vacío que dejaba la Real Academia por la interrupción de las relaciones entre España y las nuevas repúblicas. Esta iniciativa no estuvo motivada por una idea separatista en el ámbito idiomático, sino todo lo contrario, como lo ha comentado muy acertadamente Guitarte (1991), quien señala, además, otros intentos de crear academias en países hispanoamericanos.

5.

No obstante, la codificación peninsular siguió siendo la codificación del español; cuando hubo codificación en América, como la de Andrés Bello, el punto de referencia fue el modelo europeo central. Las variedades nacionales (o regionales transnacionales) hispanoamericanas de lengua culta se siguieron desarrollando, en lo que podían tener de diverso, sin una normalización explícita autónoma. La codificación del español siguió siendo, pues, fundamentalmente monocéntrica: se puede ejemplificar de modo particularmente ilustrativo este monocentrismo con la reprobación del seseo por parte de la RAE, que solo en los años cincuenta del siglo xx dejó de considerarlo como un «vicio de dicción».

Comentarios

Bello, en efecto, acepta y promueve el modelo europeo de lengua, tanto en el nivel público como en el privado. En este último ámbito, se conocen las correcciones que introdujo en los originales de algunas de sus obras para sustituir elementos léxicos americanos por sus equivalentes europeos. Sobre la historia del seseo en el plano lingüístico y normativo durante el siglo xix cf. Guitarte (1973).

6.

La situación actual del español, como producto de la historia, corresponde a una cultura lingüística pluricéntrica, la cual se define por el hecho de que existen en el territorio de vigencia de una lengua varios centros que constituyen modelos de prestigio y que, por consiguiente, son irradiadores de norma para un país o para una región. Cuántos y cuáles sean exactamente estos centros no se puede determinar hoy por hoy, pues falta la investigación empírica indispensable. Cabe advertir que, por la mayor parte estas normas son de carácter subyacente, para adaptar un término usado en la bibliografía especializada, es decir, que no tienen una codificación explícita, a pesar de lo cual son reconocidas como tales por los hablantes de las correspondientes variedades y tienen un carácter implícitamente prescriptivo. La investigación que puede sacarlas a luz, como paso previo a su codificación, no se agota en la pura investigación dialectológica, ya que lo que interesa es determinar la valoración de los usos y la pertenencia o no de los mismos a los modelos de lengua que tienen vigencia en cada caso.

Comentarios

La noción de cultura lingüística pluricéntrica fue expuesta, si bien en otros términos, por Guitarte (1991), quien se refiere al policentrismo y lo relaciona sobre todo con ámbitos nacionales. En otros contextos idiomáticos tal noción, ha sido utilizada, por ejemplo, con referencia al alemán y al inglés (cf. v. Polenz 1988, Clyne 1992). Una aplicación al español en el ámbito de su teoría del espacio variacional presenta Oesterreicher (en prensa).

Las normas subyacentes (subsistente Normen), como ha señalado Gloy (1975, p. 31), son normas prescriptivas que se basan en un «consenso tácito». El punto de partida de tales normas está en «el uso, el uso reglado de un determinado grupo social que dispone de prestigio» (Mattheier 1997).

7.

A una realidad lingüística pluricéntrica como la descrita debería corresponder una codificación, es decir, una norma explícita también de carácter pluricéntrico. La mayoría de las grandes lenguas de cultura, sobre todo aquellas que tienen vigencia mas allá de los límites de un solo país o de una sola región, tienden a una codificación de este tipo, es decir, a una codificación que admita alternativas en determinados puntos del sistema. Toda lengua de cultura tiene la necesidad de contar con una variedad estándar codificada, pero la codificación, cuando hay una realidad pluricéntrica, no puede pretender la precisión y el rigor absolutos, si no es sacrificando la aceptación de la variedad que se codifica (en este caso la pretendida variedad estándar).

Comentario

Heger (1989) ha señalado los alcances de una codificación en el marco de una cultura lingüística pluricéntrica. Según él, tal codificación se halla permanentemente constreñida a lograr un equilibrio entre la precisión y la aceptabilidad de la norma propuesta. Esto significa que la posibilidad de una codificación rigurosa de una lengua de cultura es menor cuanto mayor es el número de hablantes para el cual dicha codificación debe ser compromisoria. Naturalmente, entre los polos de una codificación monocéntrica-rigurosa y otra pluricéntrica-tolerante hay una escala continua de más a menos en precisión, o de más a menos en tolerancia; sobre los más y menos de esta escala influye una multiplicidad de factores glotopolíticos.

8.

A la trajinada cuestión de si una codificación pluricéntrica puede favorecer la fragmentación contesto negativamente. Creo más bien lo contrario. Una codificación que ignore las alternativas de lengua culta que se manifiestan en el espacio de su vigencia corre el severo riesgo de no ser aceptada y fracasar en su pretensión de ser instrumento de unidad y consolidación idiomática. En cambio, el pluricentrismo normativo puede ser un factor de integración y favorecer en los hablantes el interés por otros modelos de lengua y estimular en ellos una cierta competencia polilectal.

Comentarios

Me permito citar a Guitarte (1991, p. 82): «Lo que importa observar es que el policentrismo no supone forzosamente una fragmentación de la lengua. La lengua se puede conservar fundamentalmente uniforme, con variaciones nacionales que no alcancen la categoría de idiomas diferentes, siempre que se mantenga el sentido de pertenencia a la misma cultura».

Por lo demás, la condición necesaria de una codificación pluricéntrica es la determinación lo más precisa posible de las características de todas y cada una de las variedades cultas que ocupan el espacio global de la lengua de cultura en cuestión. En el caso del español estamos todavía lejos de esta meta. Pero pasos decisivos en esa dirección son, por ejemplo, la reciente y magna codificación lexicográfica del español europeo llevada a cabo por Seco (1999) o los trabajos en curso sobre el léxico del español mexicano que dirige Lara (1982, 1986, 1996). Asimismo, cabe mencionar, entre otras, las publicaciones que registran el léxico culto de las principales ciudades del mundo hispánico, en el marco del proyecto dirigido por J. M. Lope Blanch (1986).

Referencias bibliográficas

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