Basándonos en las enciclopedias más importantes, podemos calcular que la población afro-americana en los países hispanohablantes en América y en el Brasil alcanza unos 107,8 millones, de los cuales 69 millones viven en el Brasil y alrededor de 38,80 millones en Colombia, Venezuela, Cuba, Ecuador, República Dominicana, Panamá, Perú y Puerto Rico. Los habitantes afro-americanos de los países centroamericanos, en la mayoría de los casos, no son hablantes nativos del español.
Por su bajo prestigio social, estos grupos poblacionales no han recibido la atención necesaria por parte de los investigadores de las ciencias sociales.
De los 271 antropólogos colombianos graduados entre 1936 y 1978 (según una información personal de Nina S. de Friedemann) sólo cinco dedicaron su trabajo de investigación a los problemas de la población negra. Las variedades lingüísticas de los afroamericanos, al igual que las variedades no estándares de otros grupos poblacionales, no fueron, por muchos años, objeto del interés de los hispanistas hispanoamericanos. En Cuba, sólo el grupo de hispanistas de la Universidad de Las Villas en Santa Clara (entre ellos José García González y Gema Valdés Acosta, ambos ex-alumnos de Ruth Goodgall de Pruna), ha basado sus artículos sobre los resultados de su trabajo de campo. En Santiago de Cuba, sólo en los últimos siete años Jesús Figueroa Arencibia se fue a los barrios pobres de Santiago y de Guantánamo para hacer grabaciones (Figueroa 1999). Otro trabajo excepcional, en este país, es el libro de Luis Ortiz (alumno de John Lipski): Huellas etno-sociolingüísticas bozales y afrocubanas, fundamentado en grabaciones realizadas en el este de Cuba. Casi ninguna de las demás publicaciones aparecidas en Cuba se basan en material lingüístico auténtico, sino en textos literarios, religiosos o etnológicos o en la interpretación de comentarios metalingüísticos.
El comercio de esclavos existió en África desde antes de la llegada de los europeos. Pero con la inmensa demanda por esclavos como trabajadores en los territorios americanos colonizados por los españoles, portugueses, ingleses, franceses y holandeses, para mencionar solamente las naciones más importantes, empezó una migración forzada no conocida hasta aquel entonces. Así, ya en el año 1441, el portugués Nuno Tristão hizo prisioneros en Cabo Blanco a los primeros africanos. Tres años después desembarcaron 230 esclavos (negros y moros) en la ciudad portuaria de Lagos, al sur de Portugal. A partir de 1460, se poblaron por vez primera las islas de Cabo Verde, y en 1470 se fundó el primer asentamiento portugués en la futura Guinea-Bissau. De 1471 a 1473, João de Santarem y Pedro Escobar descubrieron las islas de São Tomé, Annobón, Príncipe y Fernão do Póo —islas en el Golfo de Guinea donde pronto se establecerían factorias para la exportación de esclavos hacia América—. En 1482 Diego Cão hizo erigir un padrão en la desembocadura del Congo para señalar la toma de poder por parte de la Corona portuguesa. En 1498, Vasco de Gama tocó tierra en las cercanías del actual puerto de Inhambane (Mozambique) en su segundo viaje a la India.
Con el Tratado de Tordesillas en 1494, que trazó la línea de demarcación entre las futuras posesiones de España y Portugal de polo a polo a 370 leguas al oeste de Cabo Verde, los españoles perdieron el derecho de participar activamente en el comercio de esclavos en territorios africanos.
Los portugueses creaban bases comerciales por todas partes a lo largo de las costas africanas, y utilizaban un portugués simplificado que, debido al intenso tráfico comercial, pudo extenderse con tal facilidad que luego dificultaría notablemente la implantación de lenguas europeas traídas al África colonial por comerciantes subsiguientes (para un sinnúmero de fuentes históricas que aluden a la existencia de este portugués pidgin, véase Perl 1989b). Este portugués comercial simplificado llegó, a través del comercio de esclavos dominado por portugueses, a muchos lugares del mundo.
Para poblar São Tomé trajeron los negreros portugueses africanos procedentes de África occidental y Angola. Las islas de Cabo Verde, inicialmente deshabitadas al igual que São Tomé, fueron pobladas al mismo tiempo de la colonización del Brasil y de las posesiones hispanas en América. Ya antes del siglo xvii, para los portugueses, el comercio de esclavos se convirtió en el negocio más importante y lucrativo. Ya tempranamente el número de esclavos extraídos de territorios controlados por los portugueses era elevado. Así, alrededor de 1580, Angola ya había proporcionado a Europa y Brasil aproximadamente 1,5 millones de negros (Quintana Alberni 1979: 116, cf. también Curtin 1969, Rawley 1981, Klein 1986). Entre los siglos xvi y xviii el comercio de esclavos se extendía desde Senegal y Gambia (costa de Guinea) hasta Angola.
En 1503 se hace mención por primera vez de la presencia de esclavos negros en Cuba (De la Riva 1961). Estos esclavos tuvieron que pasar al principio por un país católico (Portugal, España) antes de llegar a Cuba, para que hubiese garantías de que recibirían la formación católica requerida por la Corona española. En 1511 comenzó el comercio directo de esclavos entre Guinea y la Hispaniola. En 1526 llegaron los primeros esclavos negros a Cuba procedentes de las islas portuguesas de Cabo Verde. De la Riva (1961) menciona los siguientes acuerdos de la época con negreros portugueses, a los que les estaba permitido llevar negros a Cuba directamente.
1600 — Asiento con Juan Rodríguez Coutinho, gobernador de Angola, en las mismas condiciones que el anterior (4250 negros anualmente por 9 años, M.P.), pero mediante el pago adelantado de 162 000 ducados.
1616 — Tres asentistas portugueses se reparten el privilegio de introducir 9500 esclavos anuales mediante el pago de 330 000 ducados.
1697 — Asiento con la Compañía portuguesa de Guinea para introducir en América durante 6 años 10 000 toneladas anuales de negros.
Al mismo tiempo, pero en particular después de 1697, otras naciones empezaron a participar en el comercio de esclavos. Si bien otros países europeos tomaban una parte cada vez más activa en el comercio de esclavos, la mayor parte de los esclavos procedía de zonas que por más de dos siglos habían estado bajo influencia portuguesa. En todas estas zonas costeras se utilizaba una variedad del portugués simplificado en los contactos comerciales entre europeos y africanos.
En el año 1580, ya se habían trasladado un millón y medio de esclavos a América (Quintana Alberni 1979:116). En total, se habían transportado entre diez y quince millones de esclavos a América, de uno a dos millones murieron en la travesía. Los españoles no participaron en el comercio de esclavos hasta fines del siglo xviii.
El criollista sueco, Mikael Parkvall, ha podido mostrar en su publicación Out of Africa. African Influences in Atlantic Creoles (Parkvall 2000:119) que la distribución de las lenguas africanas en el tiempo del comercio de esclavos (a partir del siglo xvii) no era muy diferente de la actual y que la gran mayoría de los esclavos procedía en los primeros siglos del comercio (xvii y xviii) de una zona costera de alrededor de 200 hasta 300 km que iba desde Senegambia hasta la región del Congo, hoy Angola (gráfica 1). Esta importante observación de Parkvall basada en un gran número de estudios especializados permite delimitar el territorio de origen de las lenguas africanas que llegaron a América (figura 1). Con sus investigaciones, el lingüista sueco ha podido rebatir las críticas del grupo de criollistas que no aceptó la posibilidad de influencias sustráticas de las lenguas africanas en las lenguas criollas que surgieron en las costas africanas, o en variedades lingüísticas utilizadas por hablantes afroamericanos.
Existían disposiciones exactas de la Corona española que regulaban el empleo de los idiomas de los indios, pero no de los esclavos negros por su condición de mercancía. De esta manera, el reconocimiento del legado indígena era una parte integral en el desarrollo de una identidad criolla, como deslinde de la madre patria en la formación de muchos estados latinoamericanos. Incluso un país como Cuba, en el que la población india se aniquiló en poco tiempo y en el que se trajeron mucho más tarde de nuevo indios como mano de obra de otras partes del Caribe, de México y de la Florida, el pasado indio era el pilar de una nueva identidad, como sucede con el siboneyismo, por ejemplo. Aún hoy en día se utilizan preferentemente nombres indios como marca comercial para productos de diferente índole (p. e., Caney —ron—; Taíno —camión—; Hatuey —cerveza—).
La posición con respecto a los africanos era completamente distinta. Se partía de la base de que los esclavos, con el tiempo, dejarían de hablar su idioma y que aprenderían el español para comunicarse con los esclavos criollos que habían nacido en América. En el año 1789 se preveía en el Código Negro Español que los esclavos negros participasen regularmente en los oficios divinos. Pero la realidad era completamente diferente, ya que no había clérigos seculares en las plantaciones que pudiesen celebrar estos oficios. En los Reglamentos de esclavos del año 1843 se fijaron 16 horas de trabajo laboral para la época de la cosecha del azúcar, pero muchas veces no se les concedía más de tres horas de descanso nocturno (véase Perl 1984:46, con muchos ejemplos).
Una visión de la vida de los esclavos en Cuba nos la dan, sobre todo, descripciones de viajes del siglo xix hechas por viajeros europeos. Alfred Beneke, un comerciante de Hamburgo, que vivió en Cuba entre 1842 y 1844, relata que en las plantaciones de café trabajaban alrededor de 50 negros y un blanco, y en un ingenio 180 negros y 12 blancos (cf. Hauschildt-Thiessen [1971: 94-95], Bossü [1771], Engelbrecht [1779] y Meinicke [1831]). Las plantaciones de café estaban muy dispersas y casi no había contactos entre los negros de una plantación y otra. Estas descripciones comprueban que existían muchas dificultades en el campo para que los esclavos aprendieran, en breve tiempo, la lengua española.
La situación de los esclavos domésticos en las ciudades era completamente distinta. Mientras la mayoría de los esclavos en las plantaciones eran negros bozales, es decir, nacidos en África, había en las ciudades casi siempre negros criollos, es decir, esclavos nacidos en Cuba. Los negros criollos tenían más éxito para alcanzar la posición de un negro libre pagando una cierta suma de dinero o por la gracia del amo. Ortiz escribe que en 1855 vivían 65 539 esclavos en las ciudades y 311 245 en las plantaciones (Ortiz 1964:279). Estos esclavos estaban distribuidos desigualmente de ciudad en ciudad. En 1855, había mayoría de negros en las siguientes ciudades: Guantánamo (72,9 %), Santiago de Cuba (71,2 %) y Bahía Honda (60,8 %). Solamente unos pocos negros vivían en Holguín (22,0 %), Jiguaní (30,0 %), Remedios (31,6 %) y La Habana (32,5 %) (cf. Ortiz 1964:228).
Los esclavos negros de las ciudades tenían un contacto muy estrecho con sus dueños. La movilidad social de las personas de color libres era muy grande, porque podían, por ejemplo, ocupar muchos puestos de trabajo. Solamente para ellos (negros y mulatos) tenía validez la declaración de que para la posición social no valía tanto el color de la piel, sino las condiciones económicas. No era una excepción encontrar a personas de color que habían logrado asegurar su promoción social.
Estas personas de color exitosas adoptaron en breve tiempo la forma de vivir de los blancos y se esforzaron por hablar como la capa superior de los blancos. Solamente para los que alcanzaron una posición social, y miraban a los esclavos negros en las plantaciones con desprecio, se pueden aplicar las palabras de Esteban Pichardo (1977:12), muy generalizadas y sobre todo citadas por los lingüistas de orientación eurocentrista:
Los Negros Criollos hablan como los blancos del país de su nacimiento o vecindad, aunque en La Habana y Matanzas algunos de los que se titulan Curros, usan la i por la r y la l, v.g. “poique ei niño puee considerai que es mejoi dinero que papei”.
En nuestra opinión, esta posición de Pichardo es demasiado generalizadora y no exacta, porque no había formas de hablar o variantes del español para todos los negros. Tampoco era posible fijar dos variantes, una de los negros bozales y una de los negros criollos. La condición esencial para aprender y emplear la lengua española era la situación socio-económica de cada esclavo negro o persona de color libre.
Para aclarar esta situación, proseguimos con algunas explicaciones. Ortiz (1964:45) habla de 100 regiones de origen de los esclavos negros cubanos en África. Aunque esta cifra no es idéntica al número de lenguas y dialectos que los esclavos llevaron a Cuba, muestra muy bien la multitud de las lenguas que había. Aunque en Cuba, como en otras regiones del Caribe, se otorgaron calidades positivas y negativas a algunas etnias africanas, no hay informaciones de que se pudieran formar grupos étnicamente homogéneos. Los dueños siempre insistieron en formar grupos de esclavos étnicamente mezclados para impedir las insurrecciones. Ortiz pone de relieve que hasta la lengua, que sirvió de medio de identificación para una tribu o un determinado pueblo, perdió su papel preponderante en la conciencia del esclavo negro, pues ellos se vieron forzados, cuando se reunían varias etnias y lenguas, a emplear la lengua española como lingua franca. También las dotaciones de obreros en los ingenios eran constituidas por esclavos de diferentes agrupaciones étnicas. Muchas veces, las agrupaciones eran enemigas entre sí, lo que impedía que se desarrollara una lengua como medio de comunicación (Valdés Bernal 1978:85).
Por otra parte, puede constatarse una situación lingüística muy variada con respecto a las lenguas utilizadas por parte de los africanos en los territorios hispánicos de América.
En las regiones aisladas, como por ejemplo en el este de Cuba, pudieron sobrevivir lenguas africanas sobre todo en contextos religiosos como fue el caso del famoso lucumí, una lengua de origen nigeriano utilizado sobre todo en las prácticas del culto de los santeros. Sin embargo, hemos podido ver personalmente en los barrios de La Habana, en 1989, que los practicantes del culto mencionado no solamente dominan bien el léxico de su religión, sino que tienen conocimientos léxicos abundantes del mundo que los rodea que se evidencia en los nombres de animales, plantas, comidas, etc. Es decir, que gracias a las libretas con informaciones escritas en sus respectivas lenguas y gracias a la tradición oral en aquellos grupos, han podido sobrevivir lenguas africanas, como es el caso del lucumí. Eso no significa, sin embargo, que los hablantes y miembros de los grupos religiosos tengan un dominio in toto de la lengua.
Según la distribución demográfica se dan variedades del español caribeño más o menos marcadas por el nivel social y cultural de sus hablantes. Estamos de acuerdo con los hispanistas que opinan que no existe un Black Spanish o un español de los negros, pero en muchas regiones del Caribe y en los territorios costeros de Colombia y Venezuela, el color de la piel corresponde al nivel social que tiene un hablante. Debido a esta correlación, encontramos también variedades muy marcadas y muy divergentes del estándar del español caribeño, en regiones como el este de Cuba, sobre todo en las ciudades de Santiago de Cuba y Guantánamo, en la región de Matanzas en el norte de Cuba, en algunas regiones cerca de la capital de la República Dominicana, y sobre todo en Villa Mella y en las aldeas al este de Santo Domingo, donde se emplean variedades del español con los fenómenos típicos de los hablantes de nivel cultural muy bajo y de pocos ingresos económicos.
Hemos podido visitar todos estos territorios y hoy en día —gracias a investigaciones de colegas hispanistas de EE. UU., Cuba y de la República Dominicana— tenemos descripciones exactas de las variedades del español utilizadas en estas zonas. En muchas de ellas, nunca hubo una presión hacia los hablantes de mejorar su español porque no tenían ni siquiera la posibilidad de estudiar, ni la de poder obtener un trabajo que hiciera necesario hablar una variedad más elaborada de su lengua. Por esta razón, no se puede tampoco hablar ni del español de Cuba, ni del español de la ciudad de Guantánamo, quizás del español de un cierto barrio. Las informaciones acerca de la presencia de elementos africanos, p. ej. en el español hablado en Cuba, no tienen ningún valor práctico si no se hace una correlación con el estatus de los hablantes y su región de residencia. En las regiones mencionadas la gran mayoría de la población nunca estuvo en condiciones de mejorar su variedad de lengua. Han podido sobrevivir influencias de sus lenguas maternas llevadas al Caribe con sus antepasados.
No deberían explicarse, con los modelos teóricamente existentes en la Romania, los fenómenos lingüísticos de las variedades del español utilizadas por los hablantes afro-americanos en estos barrios pobres. Precisamente la evolución del latín vulgar nos ha mostrado que las influencias de las lenguas habladas por los hablantes, desde el Mar Negro hasta el Atlántico, han cambiado y transformado el latín, pero siempre como resultado de procesos demográficos muy concretos. En nuestra opinión, debería asumirse esta única posición en la explicación de fenómenos lingüísticos de los hablantes de las variedades del español encontradas en las regiones anteriormente mencionadas.
Hay, sin duda, procesos lingüísticos que resultan de tendencias universales de la lengua, pero un hablante de una lengua que no distingue entre el fonema r y l y realiza un sonido más cerca a l no necesita un modelo de la Romania para orientarse en su pronunciación. Siempre ha habido el fenómeno de causación múltiple, es decir, que hay una mayor probabilidad de que se arraigue un sonido de una variedad del español en desarrollo, cuando ese sonido también se encuentra en la lengua nativa del hablante. Por esta razón, por ejemplo, la doble marcación del plural no tuvo posibilidades de sobrevivir en las variedades habladas por hablantes que no conocían la marcación al final de la palabra, en construcciones con numerales; es decir, que la -s como marca de pluralidad no se puede establecer como norma después de los numerales. Es asombroso que estos fenómenos, llamados fenómenos semi-criollos, no sean importantes para la lingüística, a pesar de reconocerse que hay un cierto número de fenómenos típicos del español, que hablan sobre todo las personas de color, con un nivel social bajo, en regiones muy pobres y aisladas.
En la región del Caribe siguen hablando lenguas criollas con base lexical española los habitantes (alrededor de 4000 personas) del pueblo de San Basilio de Palenque, en el estado de Bolívar, en Colombia: (el palenquero), y también los cerca de 240 000 habitantes de las tres islas de las Antillas Neerlandesas Aruba, Bonaire y Curaçao (papiamento).
Estas dos variedades de un criollo de base lexical iberorrománica surgieron del contacto lingüístico entre el español y lenguas africanas en el caso del palenquero y entre el español, el portugués, lenguas africanas, el holandés, el inglés y el francés en el caso del papiamento. Pero mientras el número de hablantes del palenquero está bajando debido a la presencia cada vez más fuerte del español caribeño en esa variedad de la costa colombiana, el papiamento recibe influencias cada vez más fuertes por parte del español venezolano y de otros países del Caribe, aunque esta influencia no hace reducir el número de hablantes, sino que produce una hispanización del papiamento a costa de la presencia —sobre todo en el léxico— del holandés.
También el reconocimiento legal de los grupos no amerindios en algunos países caribeños y centroamericanos es muy reciente.
El artículo 7 de la constitución de Colombia de 1991 (edición de 1996) dice:
El Estado reconoce y protege la diversidad étnica y cultural de la Nación colombiana.
(Constitución Política de Colombia 1991, Bogotá 1996:6).
Y el artículo 10:
El castellano es el idioma oficial de Colombia. Las lenguas y dialectos de los grupos étnicos son también oficiales en sus territorios. La enseñanza que se imparta en las comunidades con tradiciones lingüísticas propias será bilingüe.
(Constitución Política de Colombia 1991, Bogotá 1996:6).
La ley n.º 70 —que el presidente César Gaviria Trujillo decretó el 27 de agosto de 1993— reconoce por primera vez los derechos territoriales, culturales e históricos de los afrocolombianos.
El reconocimiento de los derechos de las minorías no indígenas (indias) en América se manifestó casi al mismo tiempo también en otros países, como muestra la enmienda de la Constitución nicaragüense en el año 1995. La Ley de Reforma Parcial a la Constitución Política del artículo 121 dice:
El acceso a la educación es libre e igual para todos los nicaragüenses. La enseñanza primaria es gratuita y obligatoria en los centros del Estado. La enseñanza secundaria es gratuita en los centros del Estado, sin perjuicio de las contribuciones voluntarias que puedan hacer los padres de familia. Nadie podrá ser excluido en ninguna forma de un centro estatal por razones económicas. Los pueblos indígenas y las comunidades étnicas de la Costa Atlántica tienen derecho en su región a la educación intercultural en su lengua materna, de acuerdo con la ley. (versión en Internet).
El comienzo de la década de los noventa significó para la población afrocolombiana en Colombia —que, según los datos demográficos de 1991, representa el 30 % de la población colombiana, de los cuales el 23 % son mulatos y 6 % negros, con una población total de 33,6 millones— un nuevo statu quo como ciudadanos, gracias al cual salen de su invisibilidad cultural, económica y también lingüística.
Tras la abolición de la esclavitud en Colombia en 1851, los afrocolombianos se fueron integrando de forma vacilante en la sociedad colombiana. Las zonas periféricas de la costa del Pacífico, en las que vivían el 95 % de los negros, quedaban muy lejos de Bogotá, la sede del poder estatal centralista de Colombia. Por eso, hasta bien entrado el siglo xx, se consideraba a la población afrocolombiana como parte de las posesiones de sus dueños. La toma de conciencia hacia los temas afrocolombianos, a partir de 1993, es un esfuerzo tardío en aceptar a los colombianos negros como parte integrante de la población. A diferencia de la glorificación paternal del legado indio existente en Colombia como parte de la cultura nacional, la población negra apenas reivindicó el reconocimiento de su identidad específica hasta 1980.
Es interesante la observación de que todas las actividades de la población negra colombiana se limitaban prácticamente a la región de la costa del Pacífico. La ley del 27 de agosto de 1993, mencionada antes, hacía referencia, en primera línea, a las comunidades negras de esta zona. Los motivos para la aprobación de esta ley son quizás más bien de índole económica, si se tiene en cuenta que esta zona adquiere cada vez más interés para las multinacionales asiáticas, ya que se cree que existen allí riquezas minerales y probablemente hay interés en explotarlas.
Pero aún hoy se puede constatar que la atención estatal y paternal va dirigida en primer lugar a los indios y que la búsqueda de una identidad negra es un proceso largo y complicado. Hay que subrayar el interés de la población negra por la vida cultural. Los temas negros son hoy en día parte integrante de la formación universitaria y posuniversitaria. A la revista América Negra se la considera internacionalmente como una publicación líder para la difusión de la cultura negra en los países de habla hispana.
Los primeros impulsos para la investigación de las variedades lingüísticas afrocolombianas y de las lenguas criollas que se hablan en el país (en San Basilio de Palenque y en las islas San Andrés y Providencia) llegaron desde fuera. Uno de los primeros investigadores que clasificó el palenquero como lengua criolla fue un antropólogo colombiano (Escalante 1979 [1954]), pero la revisión e interpretación del material recopilado estuvo a cargo de hispanistas extranjeros (Bickerton, Granda, Lewis, Megenney), ya que en la década de los cincuenta «se le adjudicaban al negro las peores cualidades humanas (incluso la del ‘habla mala y corrupta’)». (Perl/Schwegler 1998:239). Más adelante serían los lingüistas colombianos Carlos Patiño y Nicolás del Castillo quienes describirían en detalle la clasificación del palenquero como lengua criolla. Entretanto, no sólo existen numerosos estudios sobre el palenquero (Schwegler /Perl/Schwegler), sino también sobre las variedades del español en la costa del Pacífico colombiano (Granda 1977). Los colombianos José Montes (1974) y Max Caicedo (1994) describieron cómo el español en la costa del Pacífico tomó un camino propio. Aunque el español de Bogotá es indiscutiblemente la variedad que predomina, estos estudios deberían llevar a un reconocimiento de la variación lingüística en Colombia.
El congreso «Cartagena-Palenque-Afrocaribe», realizado en 1996 en Cartagena de Indias, mostró claramente el interés por temas afrocolombianos y los progresos obtenidos tanto en Colombia como en otros países. La presencia de representantes oficiales del país y de diplomáticos españoles residentes en Colombia mostró que las decisiones que se habían tomado en 1993 se iban a proseguir perseverantemente.
El descubrimiento de la existencia de una población afrocolombiana es un proceso relativamente joven, en un país en el que a las zonas de la periferia no se les prestó mucha atención, ya que el centro político y cultural del país fue durante siglos casi exclusivamente la ciudad de Santa Fe de Bogotá. Ciudades como Cali, Medellín y Barranquilla adquirieron relevancia política y cultural sólo hace unas cuantas décadas. Hasta hoy en día, casi ninguna de las zonas de residencia de los afrocolombianos recibe el interés deseado y previsto por las leyes. El proceso de su integración en la vida nacional sólo acaba de comenzar.
Siguen existiendo en los países hispanohablantes de América variedades de un español socialmente marcado y hablado por grupos poblacionales con pocas posibilidades de acercar su variedad al estándar. Por razones muy diversas no disponemos de estudios lingüísticos abundantes sobre estas variedades.
Siguen existiendo dos lenguas criollas con base lexical iberorrománica (el papiamento y el palenquero), las dos surgieron de contactos lingüísticos entre el español y otras lenguas, entre ellas lenguas africanas.
También siguen existiendo restos de lenguas africanas —sobre todo en contextos religiosos— que han recibido la influencia del español.