La división del español de América en zonas dialectales posee una larga historia que comienza, prescindiendo de intentos anteriores superficiales y esquemáticos, en 1921 con el conocido estudio de Pedro Henríquez Ureña, basado fundamentalmente en criterios referidos a las variantes del español con las lenguas indoamericanas. En 1964, José Pedro Rona propuso una división dialectal del Español de América con base en isoglosas, centradas en tres ejes fundamentales: el yeísmo, el zeísmo, y las modalidades del voseo.
Posteriormente, en 1975, Melvyn Resnick da a conocer su tesis doctoral, inspirada por el magisterio de Delos Canfield en la que, con base en 16 rasgos lingüísticos, se propone una división del español americano que puede llegar al establecimiento de 272 unidades dialectales.
Pocos años más tarde, en 1979, Juan C. Zamora Munné, tras criticar, en buena parte con poderosas razones la selección de variables utilizadas en 1964 por Rona, propone establecer la división del español americano partiendo de 3 rasgos lingüísticos (el voseo, la pronunciación velar o glotal de x y el debilitamiento de -s final).
Un año más tarde Philippe Cahuzac ensaya un nuevo método, que él denomina semántica dialectal, para proponer la distinción de áreas territoriales en el Español de América. Para ello se basa en el reparto geográfico de 600 unidades léxicas, que dan lugar a una propuesta de división del español americano en 4 zonas que, curiosamente vienen a coincidir en lo fundamental con las establecidas en 1921 por Pedro Henríquez Ureña.
En los últimos años se han realizado consideraciones muy críticas sobre la totalidad de los intentos de basar en un sistema de isoglosas bien de naturaleza fonética o morfosintáctica o de carácter léxico una estructuración territorial diferenciada del español americano. Son especialmente interesantes en este sentido los puntos de vista presentados por O. Alba en 1992, por Francisco Moreno Fernández en 1993 y, posteriormente, por G. De Granda en 2001 (en su publicación limeña Estudios de Lingüística andina).
Estos últimos autores coinciden en considerar como lo había hecho ya en 1976 Beatriz Fontanella, que no poseemos aún una visión adecuada de la complejidad diatópica del español americano, por lo que, coincidentemente, tampoco poseemos criterios adecuadamente justificados para seleccionar isoglosas concretas que permitan, con base empírica suficiente, su consideración como criterios primarios para dividir partiendo de ellos, la totalidad del territotrio americano de lengua española. En este sentido, es evidente que, como afirman de modo coincidente, las diferentes voces críticas que han tratado este problema, la selección de determinados rasgos para centrar en ellos áreas de carácter diatópico tiene un fuerte carácter personal, carece de justificación epistemológica y podrían ser sustituídos por criterios diferentes que darían lugar a esquemas de clasificación diatópica (geográfica) totalmente diferentes.
Posiblemente, la problemática que acabo de presentar pueda ayudar a solucionarse, al menos desde un punto de vista relacionable con la geografía lingüísitica pura, cuando sean publicados la totalidad de los materiales del Atlas Lingüístico de Hispanoámerica que está llevando a cabo A. Quilis en colaboración, hasta su muerte, con M. Alvar.
Me permito, no obstante, presentar otra posibilidad de establecer áreas lingüísticas del español americano empleando, para ello, otro tipo de criterios clasificadores.
Me refiero, en concreto, a la utilización para ello de parámetros clasificadores de base diacrónica en la línea que ha propuesto en 1994 G. De Granda. Este autor esboza, sobre la base de la actuación deferencial en el territorio de la América Hispánica de diferentes factores de carácter socioeconómico, cultural y político, zonas territoriales caracterizables por resultados sociológicos y también lingüísticos comunes. Bien es verdad que este esquema clasificatorio de áreas geográficas hispanoamericanas se refiere, básicamente, a la época colonial que finaliza en 1825 y que, por ello, debe ser completado tomando en cuenta reestructuraciones socioeconómicas y, sobre todo, políticas nuevas, referidas a los siglos xix y xx. Pero, no obstante, considero factible una aplicación de dicho esquema clasificatorio a los factores causales que están en la génesis de una parte, muy mayoritaria, de la actual estructura diatópica del español americano. En mi opinión, este cambio de enfoque, por el que la agrupación completa de isoglosas actuales se relaciona con factores diacrónicos actuantes en la génesis de las sociedades americanas de lengua española puede ser, al menos, apreciado como una hipótesis de trabajo perfectamente justificable desde el punto de vista histórico, de las modalidades actuales, que presenta nuestra lengua en América.