Escribir español en Estados UnidosJulio César Ortega
Jefe del Departamento de Estudios Hispánico de Brown University. Providence RI (Estados Unidos)

Si al comienzo de la Modernidad, la lengua castellana fue la fuerza de unidad del naciente imperio español, en este nuevo siglo de un mundo globalizado por la fuerza económica, nuestra lengua adquiere una función sorprendente y fundamental: la de ser un principio de pluralidad. En Estados Unidos, en efecto, el castellano es muchas lenguas, pero sobre todo es el idioma de la cultura, la lengua franca se diría, del futuro. El ensayo social que hoy vive el mundo hispano en Estados Unidos tiene como historia el proceso conflictivo de las negociaciones entre las naciones del español y la fuerza de asimilación norteamericana; lo que se llama, desde el siglo xix, la americanización. Pero tiene también, como horizonte, las poderosas olas migratorias, que, a pesar de la legislación, la desigualdad e incluso la discriminación, han demostrado su capacidad de resistencia y de respuesta, y ha logrado establecer su territorio cultural como una práctica de diferencias. La lengua española ya no es extranjera y se convierte en un instrumento de construir el futuro.

Al comienzo de la independencia americana, el venezolano Andrés Bello se alarmó de que el español pudiese fragmentarse en lenguas nacionales, tal como el mismo latín se había disgregado en las lenguas romances; y creyó que su monumental Gramática preservaría la unidad lingüística. Su temor fue infundado. Las diferencias sostuvieron los procesos de formación de las nacionalidades y, en los lenguajes de identificación, los hombres del xix descubrieron los varios idiomas que traman la cultura. La Modernidad, en América Latina, fue el laborioso producto de la comunidad nacional.

En este fin de siglo, esas lenguas nacionales han excedido las fronteras al expandirse como nuevos umbrales, entre espacios de sanción. Con su capacidad de responder, han gestado su propia historia social, hecha en la intemperie del exilio, en el albergue de la memoria, en su gusto formal y en su regusto irónico. Esa vocación de pertenencia da al español en los Estados Unidos el papel extraordinario de la intermediación. Contra todos los temores y las censuras, esta lengua promedia entre los migrantes y el sistema, y negocia la escena de la interlocución, donde los hispanos disputan su turno en el diálogo. Capaz de humanizar el espacio contrario, el español abre pasajes de concurrencia y celebración. Veinte, incluso diez años atrás, era una marca del origen marginal; hoy es la segunda lengua del país y la primera en la preferencia de los estudiantes norteamericanos. Es también un instrumento de trabajo, y hoy cualquier estudiante sabe que una parte de su vida profesional futura tendrá que ser hecha en español.

Algunos se alarman por la suerte de la lengua en el territorio del inglés, pero olvidan que su capacidad de adaptación y de incorporación es parte de su libertad nomádica. Ninguna otra lengua ha demostrado ser más durable y resistente, y a la vez más abierta y audaz. En los Estados Unidos, el español adquiere nuevas e imprevistas funciones sociales. Frente a la normatividad del inglés, cuya economía demanda el intercambio estricto de una palabra por una cosa, el español propicia el ligero exceso de un intercambio de equivalencias, donde nombra y sobrenombra, derrocha y celebra. El español es aquí una plaza reciente.

Entre España, América Latina y Estados Unidos —en esta triangulación del español futuro—la novela latinoamericana ha hecho fecundo camino adelantado. Cada hispano que lee un cuento de Borges o de Rulfo, una novela de Gabriel García Márquez o de Carlos Fuentes, adquiere la ciudadanía cultural de su idioma. Cada muchacho norteamericano que aprende a leer en nuestros clásicos españoles y a hablar con nuestros contemporáneos de ambas orillas es mejorado por un lenguaje que lo torna en criatura del diálogo. La cultura hispánica, desde las varias vertientes del idioma, es hoy parte de la educación y la imaginación norteamericana. El futuro de los Estados Unidos será hecho en la hibridez de las mediaciones hispánicas.

No sorprende, por ello, que más recientemente, la lengua española sea también capaz de ocupar el inglés. Escritores cubano-americanos, mexicano-americanos, pero también escritores hispanos afincados en este país, narran en un inglés enunciado desde el español. Precisamente, hace falta dialogar mejor con estas corrientes de creación literaria y de construcción cultural. La geografía literaria de esta producción reciente es un mapa de extremos, bordes, fronteras, umbrales y cruzamientos. Pero en todos los casos parece posible comprobar que el escritor hispano se sitúa en un lugar de intermediación, entre su origen hispano y su cotidianidad norteamericana, entre su español nacional y familiar y su inglés adquirido, entre su público español y su público anglosajón… Muchos de ellos escriben sólo en inglés, otros alternan los idiomas, otros son bilingües en el mismo texto, y no pocos, en fin, escriben solamente en español. Pero en todos los casos, se diría que su espacio nomádico es el inglés y que su término de referencia es el español. En esas mediaciones se produce una nueva literatura como un acto de diferencia, rico de texturas y poderoso de apelaciones. Estos nuevos objetos culturales rebasan las clasificaciones y exceden los orígenes: poseen la fuerza procesal de lo nuevo, que se proyecta hacia un debate en formación. Tal vez, la convergencia de España y de América Latina sea capaz no sólo de demostrar las excelencias de nuestra tradición sino de apoyar, en este escenario, la formidable capacidad creativa de esos migrantes elocuentes.

En esta sesión del II Congreso Internacional de la Lengua Española, dedicada a escritores hispanos de los Estados Unidos, que me ha tocado en privilegio organizar, participan el más importante editor de la nueva «literatura latina», Nicolas Kanellos (Universidad de Houston), puertorriqueño, experto además en la historia cultural de esta corriente; la profesora Norma Klahn (Universidad de California, Santa Cruz), la más calificada experta en la narrativa de mujeres hispanas, especialmente las mexicano-americanas; Roberto Fernández (Universidad de Brandeis), cubano-americano, novelista de la comedia social migrante y los contrastes culturales; Alicia Borinsky (Universidad de Boston), novelista y poeta argentina, que escribe en español narraciones irónicas y desmitificadoras; Gustavo Pérez Firmat (Universidad de Columbia), también novelista de sagas amorosas y de ensayos autobiográficos de reconocido valor; Isaac Goldemberg (Hostos Community College), poeta y narrador peruano, que ha explorado la diáspora judía con humor; Graciela Limón, narradora y escritora mexicano-americana, cuyas novelas han sido recibidas con vivo interés; y Tomás Eloy Martínez (Universidad de Rutgers), ampliamente conocido novelista argentino. Ésta es la primera vez que este grupo se reúne en una mesa para hablar de su experiencia de escribir en los Estados Unidos.