El español de los territorios del noroesteJosefina Martínez Álvarez
Catedrática de Lengua española en la Universidad de Oviedo. Directora de la cátedra Emilio Alarcos Llorach. (España)

El español en España se extiende constitucionalmente, como lengua oficial que es, a todo el ámbito de la nación. Coexiste en ciertos territorios autonómicos con otras lenguas, cuestión a la que aquí no aludiremos, de acuerdo con el título de esta comunicación.

Nos vamos a referir sólo a los dominios donde el castellano, por el occidente de su solar primitivo, absorbió los dialectos romances originarios, como consecuencia de factores políticos y culturales.

El castellano, nacido en la antigua Cantabria, se desarrolló aproximadamente desde las tierras situadas al este del curso del Sella hasta los límites junto al Ebro con los pueblos que conservaban la lengua antecesora del vascuence actual. Advirtamos, como vengo señalando hace tiempo, que el llamado leonés oriental (que abarca las tierras orientales de Asturias y León y las de la provincia de Santander) debe adscribirse al castellano como su dialecto occidental, puesto que esas zonas presentan el rasgo diferencial fonético más importante del dialecto castellano, es decir, la sustitución, mediante un proceso que ahora no importa, de f- inicial latina por una aspiración mantenida todavía precisamente en esas comarcas entre el Sella y la Montaña santanderina.

Llevado el castellano con la reconquista más allá del Duero, hasta llegar a fines del siglo xi al Tajo, con la ocupación de Toledo, adquiere pronto un cultivo literario. En el siglo xiii Fernando III lo eleva, en lugar del latín, a lengua oficial de la cancillería real, y su hijo Alfonso X, que intenta fijar su ortografía (o normalizarla, como se dice ahora), lo convierte en vehículo de la cultura libresca.

Paralelamente a lo que sucede al otro confín del dominio con el aragonés, los límites lingüísticos con el vecino dialecto leonés se fueron retrayendo paulatinamente por el constante influjo del castellano, de manera que a finales de la Edad Media, la lengua hablada desde León hasta Zaragoza no difería demasiado, salvo en algunos particularismos de léxico y de fonética. No digamos nada de la lengua culta y literaria, que era ya muy unitaria, como atestiguan los textos y las afirmaciones de los escritores.

A principios del siglo xx, si tenemos en cuenta el rasgo más persistente (la conservación de f- inicial), el territorio en que se mantenían con cierta vigencia las hablas de origen leonés se había reducido a Asturias (centro y occidente), norte y oeste de León, y noroeste de Zamora. Más al sur del antiguo reino de León, las hablas estaban muy castellanizadas, aunque tuviesen rasgos propios y muchos relictos del leonés llevado por la reconquista.

Estas zonas han conservado para el uso familiar las variedades locales, bastante diferenciadas entre sí, tanto en lo fonético, como en lo gramatical y en el léxico. En Asturias, por ejemplo, hay muchas isoglosas que fragmentan el asturiano central y el occidental en diferentes variedades. Los miméticos proselitistas de las llamadas señas de identidad regional (o nacional) pretenden hoy recuperar una supuesta lengua propia asturiana que unifique todas las variedades, sin darse cuenta de que no hace ninguna falta, pues, desde fines de la Edad Media, esa coiné ya existe y es el español común. A pesar de los esfuerzos de estos ingenuos restauradores, constituidos en academias de la llingua, con la protección económica absurda de las autoridades autonómicas, no puede triunfar el propósito de instaurar al lado del español otra lengua ficticia o facticia para el uso general en el Principado, sobre todo porque no es rentable en la práctica, salvo para los dedicados a su proselitismo. Algo parecido intentan —la mentecatez es muy contagiosa—, los leoneses occidentales y aun centrales sacándose de la manga una lengua opuesta al español, como si fuese posible encontrar desde León a Burgos un límite lingüístico de entidad suficiente.

La realidad de la lengua de hoy en todos esos territorios del antiguo dominio leonés es que el castellano, en la época medieval, y el español, en los tiempos modernos, a través de la literatura, de los contactos con las otras regiones (y la forzosa necesidad de utilizarlo fuera de los límites del valle o del pueblo propios), y la obligatoriedad en la enseñanza, ha ido desplazando a los vernáculos, reducidos al círculo familiar. Lo que se habla hoy, en diferentes grados de mestizaje1, como ya señalamos hace tiempo, es un castellano que conserva con mayor o menor arraigo ciertas particularidades del habla originaria. El español es en el Principado de Asturias, desde hace siglos, el vehículo de comunicación, no sólo para la expresión escrita, sino también para la oral. Un observador sin prejuicios extralingüísticos que se ponga en contacto con el habla corriente deberá reconocer que las peculiaridades del español hablado en estas zonas son en su mayoría simples vulgarismos propios de todas partes, mezcladas con tres o cuatro rasgos conservadores procedentes del dialecto primitivo.

En Asturias no ha habido nunca, a pesar de lo que digan los iluminados y miméticos recuperadores de la llingua, ningún problema por la coexistencia de dos registros idiomáticos: el español y los restos de los bables. Las dos lenguas en contacto —el español y las variedades bables— son dialectos romances no demasiado dispares. Su contacto no ha producido enfrentamiento —como fue, por ejemplo, el caso del árabe y el romance en el medievo andalusí—, sino convivencia de dos aspectos diversos muy afines de la misma lengua de origen, el latín. Las circunstancias culturales y sociales, con el apoyo de los medios modernos de comunicación, han reducido los bables a la intimidad, a los contactos locales, mientras el español permite un radio de acción mucho más amplio. A pesar de la independencia histórica con que se forjaron el romance castellano y las hablas asturianas, a pesar de sus arranques divergentes, éstas no son hoy más que una variedad local del español, una desviación válida sólo para relaciones de corto alcance, para andar por casa. Carecen además los bables de rasgos diferenciales suficientes, en cantidad y calidad, para establecer con ellos una modalidad románica totalmente autónoma respecto del español. La comprensión recíproca entre los que utilizan la norma española general y los que siguen las diversas variedades asturianas se consigue sin ningún esfuerzo, pues sus correspondencias son muy simples. La mayoría de los hablantes ingenuos y no demasiado cultivados pasa, con mínimos matices y sin ningún esfuerzo, de una expresión asturiana más o menos castellanizada a otro registro español en que perduran rasgos asturianos.

Esta fluctuación depende de varios factores y puede observarse desde diferentes puntos de vista. La mayor porosidad en la hibridación de lenguas2 se aprecia en el léxico. El vocabulario es, sin duda, la zona de la lengua más mudable a lo largo del tiempo. Las palabras que se utilizan siguen a los cambios que afectan a la manera de vivir de la sociedad. Las palabras tradicionales se abandonan al caer en desuso lo que ellas designaban, y se adoptan otras nuevas que, como es lógico, penetran desde el español (y también hoy desde el inglés) a través de la prensa, de la radio, de la televisión. Mayor resistencia oponen los rasgos gramaticales, algunos de los cuales persisten aunque el léxico empleado concuerde plenamente con el del español. Por ejemplo, persiste el masculino con ciertos sustantivos femeninos del español (el sartén, el sal), y el empleo casi exclusivo de los perfectos simples (vine, dije, comí, canté) o el uso indebido del perfecto compuesto, que es ajeno a todo el occidente (el año pasado he ido a Madrid por fui); los usos de los personales átonos (dices-y que venga por le dices). También se mantiene en el español hablado de estas zonas el uso de la aparente forma masculina de los adjetivos y de algunos pronombres en concordancia o anáfora con sustantivos de cualquier género: se dice la sopa (es)tá frío como el café (es)tá frío, la leche lo traen en camiones igual que el vino lo traen en camiones. Son restos persistentes del llamado neutro de materia en que aquí no podemos detenernos. En el plano fonético y fonológico, los rasgos autóctonos son a veces reacios a desaparecer, e incluso penetran en el español regional. Hay algunos rasgos fonéticos (o fonológicos) en el español del noroeste difíciles de desarraigar incluso entre personas cultivadas. Todo el mundo recordará la reducción de los grupos de consonantes cultos que practican o practicaron algunas figuras relevantes de la política: diretor por ‘director’, ato por ‘apto’, benino por ‘benigno’.

En resumen, el español occidental, aunque mantenga en cada comarca ciertas preferencias de léxico, sólo se diferencia —y eso en las zonas más conservadoras de los dialectos originarios leoneses— del español coloquial de otras regiones por un par de fenómenos gramaticales que, en general, quedan inadvertidos, y ciertas particularidades de la combinatoria fonemática.

Si tenemos en cuenta los niveles diastráticos, también hay disparidad dentro de este mestizaje, según las generaciones, según la formación cultural de los hablantes. Pero la proporción entre rasgos conservadores asturianos, por ejemplo, y rasgos de la lengua general también depende, en cada uno de los estratos cronológicos y culturales, de factores diafásicos, del registro que el hablante considera oportuno utilizar en cada situación lingüística. Los hablantes antiguos, aunque no sean cultos, saben ajustar sus productos de habla a las expectativas de su interlocutor. Así, son más refinados, es decir, más proclives a adoptar las normas del español cuando habla(n) con gentes desconocidas o de otras zonas, y más conservadores si el oyente es de casa o de confianza. Las generaciones jóvenes en general, están más castellanizadas y sólo recurren conscientemente a los rasgos bables con intención expresiva de suerte varia o por obediente y calculada disciplina. En esta postrera disposición anímica incluimos a las minorías alienadas por la propaganda de los pseudoprogresistas, esos nostálgicos pero interesados restauradores del supuesto paraíso perdido de una época idílica de dorada mediocridad autóctona.

Nos interesa sobre todo atender a la distribución diatópica de los rasgos asturianos. Lo que hoy es Principado de Asturias, producto de la partición provincial de 1833, abarca territorios no homogéneos3. Se extiende desde la desembocadura del Eo hasta la del Deva, y, de norte a sur, desde la costa cantábrica hasta la cadena montañosa que lo separa de la provincia de León. Ninguno de estos límites administrativos constituye frontera lingüística. El extremo occidente, desde las estribaciones a la derecha del río Navia hasta los límites provinciales con Lugo, no es más que una prolongación del dominio lingüístico gallego. El confín más oriental, desde el río Purón hasta el Deva, comparte los rasgos lingüísticos de la Montaña, o, al decir de ahora, de Cantabria. Y por el sur, la mayoría de los rasgos asturianos penetra por la ladera leonesa de la cordillera. En todo este territorio, las hablas autóctonas no son uniformes. Ya en 1906,4 distinguió don Ramón Menéndez Pidal tres variedades fundamentales: el bable occidental, el central y el oriental, determinados por varias isoglosas que corren grosso modo de norte a sur.

La primera de ellas, que deja al oeste el dominio del gallego, y a donde llega la diptongación de las vocales tónicas abiertas del latín vulgar /eì oì/, discurre por los cordales a la derecha del Navia hasta entrar, por entre los concejos de Ibias y Degaña, en León: de lat. terra, corpus, al oeste persisten te|rra, co|rpo; al este ya aparecen los diptongos de tierra, cuerpu.

La segunda isoglosa separa el bable occidental de la variedad central y discurre aproximadamente desde el este de la boca del Nalón hasta las zonas orientales del concejo de Quirós y la zona leonesa de Babia; a su occidente, se han mantenido, como en gallego, los diptongos decrecientes /ei, ou/, que al este se redujeron temprano a /e, o/, diciendo veiga<*ibaika y cousa<causa, frente a vega y cosa, cantéi<cantaµuiµ y cantóu<cantaµuit, frente a canté y cantó.

La tercera isoglosa, que remonta más o menos el curso del Sella hasta León (según determinaron Rodríguez Castellano e, independientemente, Galmés y Catalán),5 divide el bable central del oriental, dejando a poniente el área de conservación de la /f/ inicial latina, y a levante los territorios en que fue sustituida por la /h/ aspirada, la cual, eliminada pronto por el castellano, se mantiene hasta hoy en estas zonas: de lat. fariµna y ferru, frente a farina y fierru centrales, aquí tenemos jarina y jierru (-o).

La cuarta isoglosa, establecida por F. García González,6 une el extremo oriente de Asturias con las comarcas santanderinas; asciende el curso del Purón y separa los concejos de Cabrales y Peñamellera Alta; hasta allí perdura la distinción del bable central entre los resultados de /l+yod/ y /s+yod/: muliere>muyer y ouicula>oveya; pero coxu>coxu [kósSu] y axe>exe [ésSe], mientras al este ambas combinaciones, al ensordecerse la primera, se han confundido y, como en castellano, han retraído luego su articulación palatal, confluyendo con la /h/ aspirada procedente de /f/ inicial latina: mujer y oveja igual que cojo y eje.

Sin embargo, las tres áreas del bable tampoco son unitarias. En cada una de ellas, otros fenómenos permiten establecer variedades bastante divergentes. En el área occidental, delimitada entre la isoglosa de la diptongación de /eì oì/ tónicas y la de la conservación de los diptongos decrecientes /ei, ou/, quedan determinadas por otros rasgos las cuatro zonas (con islotes aberrantes: las brañas) que estudió D. Catalán: A. tierras bajas del este (con los concejos de Castrillón, Soto, Muros, Pravia, Cudillero; Illas, Candamo, Salas, occidente de Oviedo, Grado, norte de Belmonte, occidente de Santo Adriano, franja norte de Quirós y Proaza y la mitad septentrional de Tameza); B. tierras altas del este (suroeste de Lena, casi todo Quirós, mitad sur de Proaza y Tameza, Teverga); C. tierras bajas del oeste (extremos occidentales de Cudillero y Salas, Luarca o Valdés, mitad oriental de Navia; occidente de Belmonte, Tineo, Villayón; extremo norte de Cangas de Narcea, mitad levantina de Allande), y D. tierras altas del oeste (sur de Belmonte, Somiedo, Cangas de Narcea, Degaña, extremo oriental de Ibias, y brañas situadas en las tierras bajas).

En las zonas C y D, contiguas al gallego, se prolonga el tratamiento que éste da a los grupos iniciales latinos de /p f k/+/l/ (es decir, /cD/, el cual no se confunde con el sonido proveniente de /l/ inicial o /ll/ geminada latinas: flamma>chama, pero luna>thuna)7. En cambio, ambos sonidos latinos confluyen entre sí (al igual que en el dominio contiguo del bable central) en las zonas A: llama, lluna, y B: thama, thuna.

Perpendicular a esta isoglosa, otra separa las tierras bajas (zonas A y C) respecto de las altas (zonas B y D): en aquéllas, la solución de los grupos /l+yod/ es la palatal /y/ (como en la mayor porción de los otros bables), mientras en las zonas altas B y D su representante es hoy /cD/, como se ve en mucher frente a muyer, fichu frente a fíu.

Reuniendo las tres zonas C, D y B, corre otra isoglosa que, mientras segrega la zona A, se interna en el bable central, sobrepasando hacia el este el límite de los diptongos decrecientes. En esta área, común en parte al occidente y al centro, aparecen los resultados ápico-palatales para los sonidos latinos /l/ inicial y /ll/ geminada: luna>thuna, *calla>catha, en lugar de lluna y calla, propios de los otros bables, incluida la zona A occidental. Resumiendo estas particularidades del occidente y oponiéndolas a los resultados del castellano y el gallego, tendríamos el cuadro 18.

Cuadro 1: Resumen de las particularidades del oriente y su oposición a los resultados del castellano y el gallego.
Latín Ly PL L LL
Castellano mujer llama luna calla
Central muyer llama lluna calla
Zona A muyer llama lluna calla
Zona B mucher thama thuna catha
Zona C muyer chama thuna catha
Zona D mucher chama thuna catha
Gallego muller chama lua cala

Otros fenómenos coinciden con esta distribución. No se palataliza la /nn/ geminada en las zonas B, C y D frente al resultado /ñ/ de la zona A: pinna>pena/peña (ni tampoco la /n/ inicial, que en los demás bables es /ñ/ muchas veces). Los resultados de los grupos /kt/ y /lt/ mantienen la yod (como el gallego) en las zonas C y D (multu>muito, o ctoµ>oito), mientras las otras dos zonas la han embebido en la consonante: la zona A presenta el resultado /cD/ del central y el castellano (mucho, ocho); pero la B ofrece una solución africada diferente /ts/ (mutso, otso), con lo cual aquí coexisten tres africadas diferenciadas (la de mucher, predorso-alveolar igual que la castellana; la de thuna, ápico-palatal, y la de mutso, dental y con fricción muy prolongada). Las generaciones más jóvenes tienden a perder estas distinciones9.

El bable central, extendido desde el límite occidental de reducción de los diptongos decrecientes (/ei, ou/ > /e, o/), hasta la frontera oriental del mantenimiento de la /f/ inicial (falce>foz, y no fouz como al oeste, ni joz como al este), tampoco es unitario. Aunque es rasgo muy característico en la mayor parte de esta área la distinción de las vocales finales absolutas /u/ y /o/ (munchu/muncho, rayu/rayo), sus concejos más al este (Caravia, Colunga, Parres, Piloña, Cabranes, Caso y Ponga) las confunden en /u/ como en el oriental (munchu, rayu, mayu).

Este rasgo central tiene repercusiones: permite distinguir con la terminación /o/ los sustantivos continuos (colectivos, de materia), como el fierro o el pelo, respecto de los sustantivos discontinuos o numerables caracterizados por /u/ final cuando son masculinos, como un fierru o un pelu; además, introduce en los adjetivos una moción genérica triple: malu, mala, malo (paralela a la que existe en los referentes átonos de tercera persona: lu, la, lo). De este modo, la concordancia del adjetivo con el sustantivo está condicionada no sólo por su género masculino o femenino, sino por la calidad continua o discontinua del sustantivo; así, con sustantivo discontinuo, el adjetivo (y lo mismo el referente pronominal) se adapta al género masculino o femenino: el perru ta rabiosu, la perra ta rabiosa (‘el perro está rabioso; la perra está rabiosa’), al perru vilu, a la perra vila (‘al perro, lo vi; a la perra, la vi’). Pero con sustantivo continuo, sea de un género u otro, el adjetivo adopta la terminación /o/: el café ta frío, la sopa ta frío; el café comprélo, la sopa salólo desmasiao. Este comportamiento de los sustantivos continuos persiste por las zonas que, como el bable oriental y las hablas de la Montaña, han identificado /o/ y /u/ finales: allí, los ejemplos citados serían el café ta fríu y la sopa ta fríu.

Aunque hoy en regresión, tuvo otra consecuencia la distinción central entre /o/ y /u/ finales: la metafonía de la vocal tónica por impulso del carácter cerrado de /u/ final10. El fenómeno se presenta hoy en dos áreas que anteriormente se suponen unidas: una en los concejos de Gozón y Carreño, al norte; y otra más amplia al sur, con dos variedades, la del valle del Nalón (desde Langreo y Bimenes hasta Sobrescobio) y la de los valles del Lena y el Aller que confluyen en el Caudal (desde el sur de Morcín y Mieres, con Riosa, Lena y Aller). En esa área dividida se dice el pirru frente a los perros, el rapusu frente a los raposos, y frente a los gatos se dice el gotu (en el sector del Nalón) o el guetu (en los demás territorios). El fenómeno tuvo que estar extendido por todo el dominio central, según demuestran las reliquias toponímicas y algunos ejemplos en documentos medievales.11 Probablemente, el habla de los grandes centros de población (Oviedo, Gijón y Avilés), más influida por lo escrito, relegó tan singular fenómeno a las dos zonas marginales.

El área meridional de la metafonía queda dividida por otra isoglosa ya mencionada. La penetración desde occidente de los resultados ápico-palatales de /l/ inicial, /ll/ geminada y de los grupos iniciales con /l/ sólo alcanza a los concejos de los valles del Aller y el Lena, y deja en territorio de /lv…/ a los del Nalón: thuna, catha y thama, frente a lluna, calla y llama.

En fin, son características del bable central las terminaciones /es/ y /en/ para los plurales de sustantivos y adjetivos acabados en /a/, y para las segundas y terceras personas verbales en /as/ y /an/: la vaca y les vaques, él mira y tú mires o ellos miren. Este comportamiento penetra en la banda oeste del bable oriental. En cambio, las zonas altas del central, en los concejos de Lena y Aller, siguen diciendo las vacas, miras, miran.12

Se distinguen, pues, en el bable central las siguientes variedades:

  1. La más amplia (concejos de Avilés, Corvera, Llanera, Las Regueras, Oviedo, Ribera de Arriba, Siero, Noreña, Gijón, Villaviciosa, Sariego y Nava) reúne con los rasgos generales del centro (/f/ inicial mantenida, /e, o/ resultado de los diptongos decrecientes) el cambio /as/>/es/, la distinción /o/ y /u/ finales (sin metafonía) y la conservación como palatales de las geminadas latinas -LL- y -NN-. Contiguos al oeste, Castrillón e Illas ya no modifican las finales /as/, /an/.
  2. La franja este (con los concejos de Colunga, Caravia, Piloña, Cabranes, Parres, Ponga y Caso) no distingue las finales /o/ y /u/, pero mantiene las concordancias de los sustantivos continuos y discontinuos (vinu blancu, agua fríu).
  3. Al norte, Carreño y Gozón participan de los mismos rasgos de a), pero con metafonía inducida por /u/ final (sentu/santa, pirru/perra, puzu/pozos).
  4. Los concejos de la cuenca del Nalón (Sobrescobio, Laviana, San Martín, Bimenes y parte de Langreo) se distinguen de a), por conservar la metafonía (pero con el paso de /a/ tónica a [o] y no a [e]: sontu/santa, pirru, truzu) y por presentar en parte la no palatalización de -NN- (cana<canna, pena<pinna).
  5. Abarca parcialmente el concejo de Morcín, el de Riosa, gran parte de Mieres y las tierras bajas o norteñas de Lena y Aller, y se caracteriza por los resultados no laterales de L- inicial y -LL- semejantes a los vecinos bables de occidente (thuna, thama, catha), y, como en d), la reducción de -NN-, junto con la metafonía (tipo c): sentu/santa.
  6. Las franjas media y meridional de los concejos de Lena y Aller reúnen esos mismos rasgos, pero conservan las terminaciones /as/ y /an/ (vacas, cantan).

Es discutible la estimación de las hablas asturianas del este como modalidad del bable. En efecto, su rasgo más característico frente a los otros bables (y al gallego), consiste en la sustitución de /f/ inicial latina por /h/ aspirada (confundida en algunos puntos con el fonema velar /x/ del español). Si este fenómeno es el más peculiar del romance cantábrico que dio origen al castellano, ¿no sería mejor agrupar las hablas orientales asturianas con las cantábricas? Es cierto que algunos rasgos del asturiano central, como la palatalización de la /l/ inicial latina (llamber, llargu), penetran en la zona oriental e incluso se atestiguan en las hablas de hoy y en documentación medieval de la Montaña (llar, llambrión, llavazas). Pero también el grupo secundario /m’n/, reducido a /m/ por los bables central y occidental, es en esta zona, como en castellano, /mbr/ (feµmina y *famine>jembra y jambre, como hembra y hambre, y no fema, ni fame), mientras la metafonía vocálica propia del bable central se reproduce con ciertas particularidades en comarcas de Cantabria, como el valle de Pas13.

Todo ello nos impulsaría a considerar el conjunto de comarcas norteñas desde el Sella hasta al menos el río Asón como un área cantábrica más conservadora que la de los altos cursos del Ebro y del Pisuerga en que se fraguó el castellano primitivo. Son un dominio único en que se produjo la sustitución de la /f/ inicial latina. Sería mejor atribuir al llamado bable oriental la etiqueta de romance cántabro occidental.

De todos modos, el asturiano oriental tampoco es homogéneo. En primer lugar, los plurales en /es/, propios del centro, se dan en la banda entre el Sella y el Aguamía, y separan aproximadamente los concejos de Cangas de Onís y Onís. Después, vimos que el río Purón (al este de Llanes) y el límite entre Cabrales y Peñamellera Alta dejan a occidente la diferencia entre /sS/ procedente de /s+yod/ y /y/ proveniente de /l+yod/ (coxu frente a muyer), mientras, al este, ambas soluciones se confundieron como en castellano y se velarizaron, confluyendo además con la /h/ aspirada originada por la /f/ inicial latina (cojo y mujer como jarina).

Tenemos, pues, el territorio del Principado de Asturias subdividido en un mosaico de variedades románicas con mayor o menor vitalidad. De oeste a este:

  1. Las hablas gallegas entre Eo y Navia (mejor dicho, las estribaciones a la derecha de este río).
  2. Las cuatro modalidades fundamentales del bable occidental: las zonas C y D con rasgos análogos al gallego; las zonas A y B con rasgos comunes a los territorios vecinos del centro.
  3. Los seis subdialectos del central, que conservan todos, con notable vigor, pero con particularidades, las repercusiones de la distinción entre sustantivos continuos y discontinuos.
  4. Las tres modalidades orientales, progresivamente hacia el este más semejantes al castellano cantábrico.

Las isoglosas más importantes que segmentan el dominio asturiano deben de ser antiguas. Los datos que poseemos de la situación lingüística prerromana, más o menos fehacientes y recogidos de los historiadores y geógrafos griegos y romanos, o los testimonios epigráficos o toponímicos, nos aseguran que estos territorios se distribuían entre las etnias de los Gallaicos, de los Ástures y de los Cántabros, separadas entre sí por los cursos del Navia y del Saelia (hoy Sella) respectivamente. Es tentador suponer que las diferencias lingüísticas entre Gallaicos y Ástures determinaron el límite romance entre /eì oì/ abiertas conservadas y su diptongación, y que la conservación de la /f/ inicial desde el Sella hacia occidente frente a su sustitución por /h/ aspirada hacia levante, se deba a la diversidad de las lenguas de Ástures y Cántabros.

Los testimonios de la antigüedad consignan entre los Ástures dos etnias: la de los Pæsicos (término todavía conservado en documentos medievales: in territorio Pesgos) al oeste, y al este la de los Luggones (o Lungones), designación que parece pervivir en el topónimo Lugones. Los límites casi coincidentes de los rasgos que separan el bable occidental del central (a saber, conservación de diptongos decrecientes al oeste; distinción de /o/ y /u/ finales, con sus consecuencias mencionadas, en el centro) hacen pensar que por ahí discurriría la frontera entre Paesicos y Lugones.

¿Por qué se ha mantenido tanta diversidad? No hubo durante la Edad Media ningún motivo para que la dispersa población asturiana se sintiese atraída hacia un centro rector con continuado prestigio. Pronto, en el siglo x la corte de los monarcas se desplazó a León, y los territorios asturianos quedaron más bien marginados y recluidos en un tipo de vida muy localista. Cada habla siguió su desarrollo ajena a las demás, ya que ninguna ostentaba razones de supremacía.

Por otra parte, hasta el siglo xiii, la lengua escrita era (o pretendía parecerlo) el latín; dominado sólo, y relativamente, por curiales y eclesiásticos, y demasiado alejado de las hablas orales, no podía servir de modelo unificador para la mayoría analfabeta. Cuando se difunde el castellano, adoptado por la cancillería regia de Fernando III, y contagiado entre los notarios y escribanos, ese romance ya fue un modelo más accesible para los hablantes de Asturias. Desde la Edad Media, pues, se fue convirtiendo el castellano en el vehículo común de las diferentes comarcas de Asturias, cuando era preciso relacionarse con gentes ajenas a la propia comunidad. No fue necesario crear una coiné asturiana, pues el castellano la suplió con ventaja y fue la lengua escrita (a veces teñida con rasgos autóctonos), mientras las modalidades asturianas se relegaron al uso coloquial en cada uno de sus dominios. Probablemente, en el uso oral, las clases acomodadas y obligadas a relacionarse fuera del Principado fueron adoptando más y más la lengua general.

Parece reflejar esto lo que comenta Juan de Valdés en su Diálogo de la lengua: «la lengua castellana se habla no solamente por toda Castilla, pero en el Reino de Aragón, en el de Murcia, con toda el Andaluzía, y en Galizia, Asturias y Navarra y esto aún hasta entre la gente vulgar, porque entre la gente noble tanto bien se habla en todo el resto de Spaña».

Los asturianos con inquietudes materiales o espirituales rehuían la penuria y el arrinconamiento y emigraban a las zonas activas del país, mientras en Asturias permanecía la simple vida rutinaria en ambientes restringidos y rurales, bajo el dominio de los señores y la tutela eclesiástica. No hubo imprenta estable hasta muy tarde y su actividad se limitaba a publicaciones religiosas o administrativas. La Universidad comenzó en 1608 y, por sus propósitos teológicos y jurídicos, no irradió cultura fuera de los ambientes eclesiásticos. El pueblo, en su mayoría analfabeto, no sintió necesidad de poner por escrito sus hablas vernáculas. Los cultos escribían en castellano. Sólo en el siglo xvii, algún espíritu cultivado, como Antonio González Reguera (Antón de Marirreguera), tuvo la ocurrencia de vestir con léxico bable composiciones de tema culto (Dido y Eneas, Hero y Leandro, Píramo y Tisbe) en octavas reales o sucedidos rurales de poca trascendencia y problemas sociales de fácil demagogia en tradicionales romances. Estos autores hablarían con sus feligreses el bable cotidiano, pero su verso es artificioso, aunque a veces refleje la socarronería y la taimada desconfianza de los ambientes rústicos. Tiene razón Santiago Melón al prologar una edición moderna de Pepín Quevedo, cuando escribe: «algunas gentes cultas o semicultas gustan de vestirse lingüísticamente de aldeanos para ofrecer al exterior la imagen de una personalidad regional que en las ciudades no existe». Y ya es hecho sintomático que Jovellanos, que confiesa haberse criado hablando la lengua vernácula y cuya hermana compuso versos en bable, no empleó jamás en sus obras sino el castellano (salvo algunas cartas cuando estuvo preso en Bellver, con objeto de ser peor entendido por sus vigilantes). Sin embargo, estuvo interesado por recoger un diccionario de las hablas asturianas y fomentar su estudio.

El cultivo escrito del bable ha persistido comedidamente. Hoy, por puro mimetismo autonómico, mezclado con la romántica nostalgia de un pasado ficticio, se ha recrudecido con el apoyo de grupúsculos insurgentes y por la desmesurada ayuda económica derivada de lo establecido en el artículo cuarto del Estatuto de Autonomía, el cual, aunque reconoce la necesidad de proteger todas las variedades, parece imaginar que existe un bable único que debe gozar de protección y cuyo uso y difusión en los medios de comunicación y en la enseñanza debe promoverse. Utópicos objetivos que algunos toman al pie de la letra. Si respecto al primer cultivador hemos hablado de lengua artificiosa, con mayor razón podemos repetirlo al referirnos a los recientes constructos literarios. Suscribimos las siguientes palabras de Carmen Díaz Castañón en su Literatura asturiana en bable (Salinas, 1976, p. 21):

…Creemos que el escritor de literatura bable escribe en una lengua que no habla (…) en una lengua que la mayoría de los asturianos no entiende, una lengua que, si entienden, no usarían en determinados mensajes (…) Desde siempre, las antologías y hasta los libros individuales de versos han llevado un pequeño diccionario o vocabulario al final. Este es el gran problema de la literatura bable (…) Necesita acercarse lo más posible a una norma que no tiene vigencia, falsamente creada (…) En nuestra lengua podemos decir una misma cosa de muy diversas formas, vamos creando mientras hablamos; pero esto no ocurre en las lenguas artificiales. Lo mismo pasa a quienes escriben en una lengua que no es la suya propia. El autor bable piensa en castellano, traduce al bable (buscando no el término más usual o más idóneo, sino el más alejado del castellano, el más dialectal). El lector (…) debe recorrer el camino opuesto: lee en bable, va traduciendo al castellano y al fin comprende, porque ésa es precisamente la lengua en que piensa. Parecemos olvidar que la literatura se crea partiendo de una lengua, no al revés.

Insistamos en ello. El estado actual de las hablas asturianas en cuanto a su distribución geográfica, no ha variado mucho desde hace siglos. Lo que sí ha cambiado es la difusión del español desde el punto de vista diastrático. Los bables se han castellanizado, sobre todo en su vocabulario; se mantienen mejor los rasgos gramaticales y fonéticos de cada habla, aunque algunos (los más extraños al castellano, como la metafonía) se han ido abandonando. Con este predominio y generalidad del español para todas las actividades que no sean las de escaso radio de acción de la aldea y del valle, es inútil pretender la propagación de la nueva variedad artificial que llaman llingua, no hablada en parte alguna, que terminaría por hacer desaparecer las hablas vivas y espontáneas.

Se ha cumplido un siglo largo desde que, en 1887, el sueco Munthe, autor de la primera monografía dialectal asturiana, se expresara así: «el dialecto asturiano no es unitario, sino que está constituido más bien por múltiples hablas, que varían de valle a valle, de concejo a concejo (…) Aunque existe, como se sabe, una literatura en bable, no singularmente abundante, la lengua que utiliza en general es notablemente artificiosa y no se corresponde con el habla de ninguna comarca concreta de la provincia».14 Palabras éstas que los acérrimos defensores de la unificación no han atendido ni han analizado. Obsesionados con la falsa idea de la recuperación de lo que nunca ha existido, se han embarcado en la empresa de fabricar una llingua con el peregrino intento de imponerla como lengua única y sacrosanta encarnación de la asturianía a todos los ciudadanos del Principado. Y han conseguido cegar a las autoridades responsables, a tal extremo que existe una ley autonómica de promoción y uso del bable, entendiendo éste como lo que llaman llingua, en que se pormenorizan los procedimientos para enseñar lo que no existe, difundirlo y elevarlo a lengua cooficial en el Principado, con pintorescas secuelas como la creación de un cuerpo oficial de traductores. No se comprende bien la utilidad de tan compleja y costosa operación, puesto que sólo serviría para aislar culturalmente más a los sectores sociales menos favorecidos económicamente, condenándolos a un vivir de campanario, y sólo beneficiaría a los listos inventores de este nuevo retablo de las maravillas.

En conclusión, en el Principado, salvo la banda occidental de lengua gallega, la expresión oral no puede estimarse más que como una variante del español general, en la que perviven, según las zonas y los estratos culturales, rasgos más o menos fuertes de las antiguas modalidades del romance asturiano. Pretender a estas alturas recomponer arbitrariamente una lengua que nunca se hablado en ninguna parte e imponerla por la fuerza administrativa, es un disparate lingüístico. Las lenguas se difunden insensiblemente, por la voluntad inconsciente de sus usuarios, pues, como dice Alarcos, «las lenguas no se difunden ni se extinguen por decreto, sino por decisión mayoritaria y tácita de los que las hablan o dejan de hablarlas». Y previamente a su difusión, deben contar con un requisito indispensable: que existan, que se hablen espontáneamente en algún lugar.

Queremos terminar con unas palabras exactas del profesor Alarcos, tan recordado en este congreso: «Las lenguas vernáculas, cuando están vivas de verdad, no es necesario aprenderlas desde sus rudimentos en la escuela. Se aprenden en casa. Lo que se pretende con la enseñanza de la llingua es sustituir lo que está vivo por lo que no se habla en ninguna parte. Igual que se escribe en esperanto, o como, con mayor fundamento, los eruditos escribían los siglos pasados en un latín aprendido, es cierto que puede escribir cada uno como le venga en gana, artificialmente; pero sin duda alguna sólo entenderán lo que así se escriba los cofrades del mismo cotarro. Recuérdese, si no, cómo se expresan oralmente los defensores del invento: empiezan con mucho rigor y oscuridad y terminan, por cansancio, por inhabilidad o por incompetencia, y sobre todo por comodidad, recayendo en el castellano tinto de cuatro rasgos fónicos obvios. Como ha repetido Jesús Neira, no hay más lengua común de Asturias que el castellano. No es necesario difundir otra, imponiéndola a los que no la hablan y reprimiendo la modalidad que en cada zona se ha venido hablando desde siempre y cada vez menos Si todos mis esfuerzos por estudiar las hablas asturianas y su historia desde la romanización desembocasen en aprobar la existencia de una lengua asturiana, me sentiría verdaderamente culpable de lesa traición al quehacer científico. Pero, como la estupidez y la incongruencia son virus de desarrollo y contagio incontenibles, nunca puede descartarse que un día funesto se consuma el dislate. Ojalá los intereses pragmáticos no impongan a nuestros ojos, como de costumbre, la radical y arbitraria transmutación del negro en blanco, y no se instale a perpetuidad la validez del retablo de las maravillas que se intenta ofrecer a la gente».

Notas

  • 1. Josefina Martínez Álvarez, Bable y castellano en el concejo de Oviedo, Oviedo, 1967.Volver
  • 2. U. Weinreich, Languages in Contact, Nueva York, l953.Volver
  • 3. Como libro de conjunto de las hablas asturianas, cf. Jesús Neira, El bable, estructura e historia, Oviedo, 1976. Véanse también Alonso Zamora Vicente, Dialectología española, Madrid, 1967; M.ª Josefa Canellada, El bable de Cabranes, Madrid, 1944; L. Rodríguez-Castellano, La variedad dialectal del Alto Aller, Oviedo, 1951; L. Rodríguez-Castellano, Aspectos del bable occidental, Oviedo, 1954; M. Menéndez García, El Cuarto de los Valles (Un habla del occidente asturiano), 2. vols., Oviedo, 1963-65; Jesús Neira, El habla de Lena, Oviedo, 1955; Joseph Fernández, El habla de Sisterna, Madrid, 1960; J. Álvarez-Fernández Cañedo, El habla y la cultura popular de Cabrales, Madrid, 1963; M.ª Carmen Díaz Castañón, El bable del Cabo de Peñas, Oviedo 1966; Josefina Martínez Álvarez, Bable y castellano en el concejo de Oviedo, Oviedo, 1968; R. J. Penny, El habla pasiega, Londres, 1970; J. L. García Arias, El habla de Teverga: sincronía y diacronía, Oviedo, 1975; M.ª Victoria Conde Sáiz, El habla de Sobrescobio, Mieres, 1978; Celsa C. García Valdés, El habla de Santianes de Pravia, Mieres, 1979; Ana M.ª Cano, El habla de Somiedo, Santiago de Compostela, 1981; O. Díaz González, El habla de Candamo, Oviedo, 1986; M. T. C. García Álvarez, El bable de Bimenes (en prensa); etc.Volver
  • 4. R. Menéndez Pidal, El dialecto leonés, RABM (1906), pp. 128-172 y 294-411. 2.ª ed., (pról. y notas de Carmen Bobes), Oviedo, IDEA, 1962.Volver
  • 5. L. Rodríguez-Castellano, La aspiración de la ‘h’ en el oriente de Asturias, Oviedo, IDEA, 1946; Álvaro Galmés y Diego Catalán, «Un límite lingüístico», RDTP, 2 (1946), pp. 196-237.Volver
  • 6. F. García González, «La frontera oriental del asturiano», BRAE, 62 (1982), pp. 173-191.Volver
  • 7. Notamos con th las diferentes realizaciones fónicas de tipo ápico-palatal que se dan en estas zonas occidentales: fricativas, africadas, oclusivas, sordas y sonoras (cf. Catalán, p. 71).Volver
  • 8. Ahí, Ly vale también para /y+l/, y PL para los grupos iniciales de oclusiva sorda o /f/ seguidas de /l/.Volver
  • 9. Josefina Martínez Álvarez, «Datos espectrográficos sobre las consonantes africadas del bable de Quirós», Archivum, 19 (1969), pp. 343-347. L. Rodríguez-Castellano, Aspectos del bable occidental, Oviedo, 1954.Volver
  • 10. Sobre la metafonía, ya señalada por Menéndez Pidal en 1897 («Notas acerca del bable de Lena», en O. Bellmunt y F. Canella, Asturias, II, p. 332), véanse Diego Catalán, «Inflexión de las vocales tónicas junto al Cabo Peñas», RDTP, 9 (1953), pp. 405-415; Jesús Neira, El habla de Lena, Oviedo, 1955; L. Rodríguez-Castellano, «Más datos sobre la inflexión vocálica en la zona centro-sur de Asturias», BIDEA, (1959); Dámaso Alonso, «Metafonía y neutro de materia en España (sobre un fondo italiano)», ZfRPh, 74 (1958), pp. 1-24; Dámaso Alonso, La fragmentación fonética peninsular, (suplemento de Enciclopedia Ling. Hispánica), Madrid, 1962, pp. 105-154; L. Rodríguez-Castellano, «Algunas precisiones sobre la metafonía de Santander y Asturias», Archivum, 9 (1959), pp. 236-248; Emilio Alarcos Llorach, «Remarques sur la métaphonie asturienne», Mélanges… à E. Petrovici. Cluj, 1958, pp. 19-30; M. T. C. García Álvarez, «La inflexión vocálica en el bable de Bimenes», BIDEA, 41 (1960), etc.Volver
  • 11. Cf. Rafael Lapesa, Asturiano y provenzal en el Fuero de Avilés, Salamanca, 1948, p. 25. mancibu/manceba; Emilio Alarcos Llorach, Archivum, 12 (1962), p. 332.Volver
  • 12. L. Rodríguez-Castellano, La variedad dialectal del Alto Aller, Oviedo, 1952, pp. 65-68; L. Rodríguez-Castellano, Aspectos del bable occidental, Oviedo, 1954, pp.100-106; L. Rodríguez-Castellano, «La frontera oriental de la terminación -es (< -as) del dialecto asturiano», BIDEA, 39 (1960), pp. 106-118.Volver
  • 13. L. Rodríguez-Castellano, «Algunas precisiones sobre la metafonía de Santander y Asturias», Archivum, 9 (1959), pp. 236-248. R. J. Penny, El habla pasiega, Londres, 1970.Volver
  • 14. Å. W. Munthe, Anteckningar om folkmålet i en trakt af Vestra Asturien, Upsala, 1887, p. 2.Volver