Introducción al panel «El español de América»Emma Martinell Gifré
Catedrática de Filología Española de la Universidad de Barcelona. Barcelona (España)

En memoria de don Manuel Alvar López.

El año 1992 quedó ya muy atrás. Fue un año de conmemoración que favoreció manifestaciones, encuentros, coloquios, debates y publicaciones de todo tipo. A la vez, estimuló nuevas interpretaciones de la realidad americana, tanto en la revisión como en la prospección. Dio pie, el transcurso de ese año, a la divulgación de logros de la investigación en historia, en lingüística, o en arte. Además, gracias al alcance de la difusión de la información elaborada y, sobre todo, transmitida por los medios de comunicación, se produjo un aumento de la publicidad de obras caracterizadas por nuevos enfoques o elaboradas de acuerdo con ideologías en auge. Se produjeron, y no han dejado de producirse hasta hoy, casi diez años después, la aparición de personajes controvertidos, las manifestaciones contundentes, las apropiaciones de hechos históricos en beneficio de posturas personales; es decir, siguió la historia su curso, y han seguido las versiones de la historia, y las historias sobre la historia…

Por encima de todo ello, en mi opinión, prevalece el valor de múltiples trabajos que invitan a seguir reflexionando sobre la entidad del español llevado a América, sobre su difusión, sobre su enseñanza, su utilidad, su prestigio y su poder. Invitan a replantearse una y otra vez la entidad de los hechos de diglosia y bilingüismo en los territorios virreinales, a determinar el alcance de los préstamos de las lenguas indígenas, canalizados por el español y por otras lenguas, a conocer el proceso de formación de un español con rasgos americanos y el de la conciencia de ese proceso, a aventurar, desde el alcance significativo de los términos unidad y diversidad, si habrá divergencia o habrá nivelación, qué papel desempeñarán en ello los hablantes o los organismos, y en qué medida factores económicos, sociales, culturales y políticos neutralizarán esas tendencias.

Como expresa a las claras el título de la obra que ha editado el Dr. Julio Calvo, Teoría y práctica del contacto: el español de América en el candelero (Vervuert-Iberoamericana, Frankfurt a. M.-Madrid, 2000), el investigador no dejará de responder al reto.

A continuación propondré cuatro obras publicadas en los últimos tres años, sólo para ejemplificar con alguna cita de un fragmento extraído de cada una de ellas direcciones en las que se está investigando, con frutos que, a lo mejor por lo inesperados, obligan una vez más a que nos replanteemos lo que damos por sentado —a partir de lo cual construimos teorías y avanzamos conclusiones—, conclusiones susceptibles de revisión, desde luego.

En primer lugar, destaco la obra de Nora Catelli y Marietta Gargatagli, El tabaco que fumaba Plinio. Escenas de la traducción en España y América: relatos, leyes y reflexiones sobre los otros (Ediciones del Serbal, Barcelona, 1998). Reproduzco un fragmento del capítulo titulado «El diccionario enterrado en las dunas» (pp. 379-380):

En 1816, en el momento de la Declaración de la Independencia, Argentina apenas llegaba al sur de Buenos Aires. Más allá se extendía la Patagonia, tierra de los mapuches. El cacique del linaje de los Huilliche-Pehuenche, Callvucurá o Calfucurá, había sentido la afrenta de que la Declaración se tradujese al quechua, al aymara y al guaraní, pero no al mapuche. La república recién instituida empieza en 1820 las campañas contra el indio. […] El cacique está en el apogeo de su poder y emplea embajadores y espías, blancos e indios, de otras tribus amigas y enemigas. Usa los servicios de lenguaraces, escribientes y secretarios blancos […].

El 8 de marzo de 1872 el cacique Calfucurá es vencido. En 1879 un soldado descubrió algo en la ladera de un médano, en la provincia de La Pampa. Vuelvo al texto:

Lo que los soldados desenterraron no era oro, ni piedras, ni armas, sino el testimonio de una vida verbal ‘institucional’ americana con el típico dispositivo lingüístico invertido, característico de todo el continente: un diccionario de la lengua castellana, con el que Calfucurá y sus consejeros estudiaban los documentos que debían firmar con los cristianos.

En segundo lugar, destaco la obra de Serge Gruzinski, La pensée métisse (1999; traducción al español en Ediciones Paidós Ibérica, Barcelona, 2000, con el título El pensamiento mestizo). La lectura de los capítulos 3, «El choque de la conquista», y 4, «Occidentalización», suscita una reflexión del lector sobre los procesos de interpretación y de adaptación, sobre el alcance de las agresiones y de los desafíos, sobre la confrontación de unos y otros con otras técnicas y saberes, pero, sobre todo, sobre el esfuerzo de amerindios y europeos. Dice el autor:

Se hace necesaria una movilización constante de las capacidades intelectuales y creadoras. Los individuos y los grupos deben tejer analogías más o menos profundas, o más o menos superficiales, entre las pizcas, los fragmentos y las astillas que consiguen recoger.

Y dice al final:

Hemos de considerar, por tanto, los mestizajes americanos como un esfuerzo de recomposición de un universo pulverizado y, a la vez, como una adecuación local a los nuevos marcos impuestos por los conquistadores. Estos dos movimientos son inseparables. Ninguno de los dos se escapa del medio profundamente perturbado que hemos descrito.

En tercer lugar, menciono la investigación de Paloma Albalá Hernández, Americanismos en las Indias del Poniente. Voces de origen indígena americano en las lengua del Pacífico (Vervuert-Iberoamericana, Frankfurt a.M.-Madrid, 2000). Cito un fragmento de la introducción:

La lengua que llegaba a las islas del Poniente —Filipinas y Micronesia— no era ya el español de la Península, sino que había vivido la experiencia americana y había asumido algunos rasgos peculiares. […] El presente libro estudia precisamente esta parcela del léxico: las voces de origen indígena americano que perviven en lenguas del Pacífico, a las que llegaron, fundamentalmente, a través del español.

El proceso lingüístico que se estudia aquí es complejo: empieza en territorio americano con la adopción por parte de la lengua española de palabras de las lenguas indígenas. Una vez adaptadas al español, las voces se transmiten, cruzando el Océano Atlántico, a otras lenguas europeas (italiano, alemán, inglés, francés…); y, cruzando el Océano Pacífico, a las lenguas autóctonas de las posesiones oceánicas españolas. A éstas se incorporan a través del español o de alguna otra lengua europea o, en ocasiones, por medio de alguna lengua vecina.

No me resisto a privar de un cuarto lugar a la obra del mexicano Juan Miralles Ostos, Hernán Cortés. Inventor de México (Tusquets Editores México, Barcelona, 2001). No por sacar a relucir la práctica de la antropofagia de los aztecas —lo que ha entusiasmado a la prensa sensacionalista—, sino por la descripción lingüística de Cortés:

Llegó a Santo Domingo a los veinte años, y tendría sobre cincuenta y seis cuando retornó a España definitivamente, de manera que habría vivido en Indias treinta y ocho años o treinta y seis […]. Treinta y seis años son muchos años, pero en su caso no parece que le hubieran hecho mella. La cerrazón al pronunciar las voces indígenas, así como otras tantas cosas, vienen a evidenciar que ya por dentro se encontraba blindado. Nunca llegó a pronunciar bien el nombre de Tenochtitlan, el cual escribía de tres maneras diferentes, así como tampoco se pone de acuerdo con el de Motecuhzoma que, de semejante manera, escribe de distintas formas. Si se observa el número de nahuatlismos que emplea, para contarlos sobran dedos de las manos: tianguez, maceguales, tamemes, calpixques, tequitato… En cuanto al año y medio que pasó en zona de habla maya, durante el viaje a Las Hibueras, no se detecta que se le haya pegado una sola palabra […]. Esta dureza de oído pone de relieve su escaso interés por la lengua y religión indígena. Y de igual manera permaneció totalmente ajeno a la sensibilidad del mundo conquistado, lo cual evitó, en buena medida, que se produjera una mezcla de culturas. Lo que a él le interesaba era la creación de un país a imagen y semejanza de España. No resultaría exagerado decirse que murió tan español como nació.

(pp. 579-580)

Junto a esas investigaciones están las que aportan los participantes en los dos paneles que me corresponde coordinar. ¿Parecen menos llamativas que lo que muestran los fragmentos anteriores? No, en modo alguno: precisamente su brillantez reside en constituir eslabones de una tarea que, con su solidez y rigor, permite pensar en qué fue la lengua española en su historia, en su asentamiento en territorio americano y en su progresivo desarrollo como lengua hablada a mucha distancia del lugar del que habían partido sus hablantes.

A continuación resumo el contenido de las ponencias de los especialistas que intervienen en la sesión dedicada a La dimensión fonética:

En primer lugar, el Dr. Miguel Ángel Quesada. Su propósito es mostrar cómo el proceso globalizador afecta a la lengua: aumentan los contactos entre hablantes gracias a una más fluida comunicación. Este contacto interdialectal lo favorecen también productos culturales de éxito, como las telenovelas. Así pues, en el continente americano se experimenta una tendencia a la uniformización lingüística que, caso de avanzar, volvería irrelevante la distinción tradicional entre dialectos conservadores y dialectos radicales. Para plantear esta hipótesis, el Dr. Quesada se centra en la observación de la realización de diez rasgos fonéticos.

Puede que sea cierto que, por lo que respecta a la fonética del español de América, estemos ante un nuevo proceso de estandarización lingüística. Esto no debe extrañar al lingüista, que ya sabe que el trasiego de pasajeros y de mercancías justificó el paso de rasgos lingüísticos del Caribe a Tierra Firme, y cómo, con las independencias de los estados latinoamericanos, cesó la influencia de los dialectos costeros sobre los de tierra alta, por el naciente peso de algunas capitales.

El Dr. Quesada se pregunta, en suma, si estamos ante una nueva etapa en el desarrollo de la fonética del español de América.

A continuación, la Dra. Rocío Caravedo defiende las ventajas de adoptar una nueva perspectiva en la descripción y el análisis de la fonética del español de América. Según expone, la relación concordante / no concordante entre la producción objetiva del hablante y los moldes de referencia está conectado con el proceso de percepción. Una investigación futura debería analizar la percepción de la proyección de los patrones variables en el cambio. Además, el hablante puede percibir determinados fenómenos y asignarles una valoración respecto de los ideales lingüísticos. Propone el ejemplo del seseo, fenómeno que, de atenerse a su percepción y al juicio que la sustenta o que se deriva de él, resulta en dos fenómenos.

Según lo que expone, hay una valoración que resulta de la percepción social. De una percepción positiva puede derivarse la consolidación de una norma no académica (¿caso del yeísmo?). También los actuales movimientos migratorios comportan percepciones de las que se derivan valoraciones que pueden hacer avanzar o retroceder un fenómeno, con independencia de su carácter modélico o estandarizado.

El Dr. Juan Antonio Frago invita a la reflexión: la variación es uno de los resortes más operativos en la vida de las lenguas. La evolución de las lenguas va de una situación de variación a otra situación de variación. Si se piensa en el español llegado a América, en el que no actuaban factores uniformadores, hay que reconocer que era uno y diversos, pero próximo a la lengua de la zona meridional de España, por lo que respecta a fenómenos de innovación fonética. Este andalucismo fonético se debilita a mediados del s. xvii, con el aumento de la emigración norteña.

No ha habido, según expone el Dr. Frago, generalización de los rasgos de carácter más dialectal, como la nasalización vocálica, culturalmente no aceptados. Su opinión es que la fluidez entre el rasgo que une y el rasgo que diferencia cohesiona el idioma, de modo que la unidad del español en España y en América está asegurada por mucho tiempo.

El tema de estas tres ponencias tiene en común la reflexión sobre movimientos que guardan relación con el español de América en su conjunto, aunque para ello se aporten datos de realizaciones en áreas geográficas concretas. En cambio, las dos siguientes intervenciones, se basan en variedades bien localizadas.

En primer lugar, el Dr. Atanasio Herranz se dedica al español de Honduras, país de 212 000 quilómetros cuadrados, de 5,5 millones de habitantes, con un 60 % de la población que es campesina, y con dos ciudades, Tegucigalpa y San Pedro Sula, donde viven un millón y medio de habitantes. Colonizado entre 1502 y 1550, el territorio hondureño formaba parte del Virreinato de México. En un principio los pobladores andaluces fueron minoría. Posteriormente, se han dado migraciones internas que han alterado el desarrollo que parecían seguir algunos fenómenos fonético-fonológicos. Para comprobar esa hipótesis, el Dr. Herranz ha elaborado un cuestionario fonético de 400 preguntas, que ha pasado a cuatro informantes en cada uno de los 18 departamentos.

A partir de los datos obtenidos del análisis de los resultados de la encuesta, el Dr. Herranz distingue cinco zonas en el español de Honduras, que pasa a localizar y a caracterizar.

La última intervención es la del Dr. Leopoldo Sáez Godoy. Tras recordar que el territorio chileno ocupa, en su extensión geográfica, una distancia que cubriría la que separa la ciudad de Valladolid de la orilla oriental del Mar Negro, menciona que el español de Chile se define con personalidad propia en todos los intentos de establecer zonas dialectales en el español de América.

Expone que no hay ningún rasgo fonético exclusivo del español de Chile. Carece de algún rasgo del español de la Argentina como de algunos rasgos presentes en dialectos peruanos. Por el contrario, el español de Chile presenta rasgos, todos ellos reconocibles en algún dialecto del español.

Con todo, para el Dr. Sáez Godoy, la combinación de esos rasgos, de los cuales analiza doce, sí caracteriza el español de esa zona.

Deseo destacar que cuatro de los cinco ponentes son hablantes de ese español de América que el panel, precisamente en esta sección dedicada a La dimensión fonética, se propone analizar y someter a un debate científico, mediante el resultado de las investigaciones de cada uno.

Por lo que respecta a la sección dedicada a La dimensión morfosintáctica los temas abarcan un campo más amplio.

Interviene, en primer lugar, la Dra. Dolores Corbella. Según el resultado de las investigaciones, las Islas Canarias, desde su anexión a la Corona de Castilla, han conocido un sincretismo cultural, que dio pie a una situación lingüística que se trasladó a América. A través de los siglos se ha dado un incesante movimiento migratorio de Canarias a América y, aunque la modalidad de lengua propia de las Islas sólo es reconocible avanzado el s. xvi, es aconsejable el análisis paralelo de documentación canaria e indiana, por las analogías que es dado reconocer. La noción de español atlántico tiene rendimiento. La Dra. Corbella, para esta ocasión, ha analizado veinte cartas (de los siglos xvi al xviii). Propone un conjunto de rasgos y comportamientos que arrojan luz sobre ese paralelismo que reúne al español canario con el español de América.

Para la Dra. Carmen Hernández, el sefardí es una variedad lingüística hispánica. Con la diáspora secundaria, producida entre finales del s. xix y el término de la segunda guerra mundial, se produce una igualación de las variedades de los distintos sefardófonos. En el caso de los emigrados a países hispanohablantes —se dedica en su ponencia a los que llegan a México—, su lengua conoce una neodialectalización, orientada hacia una rehispanización. La Dra. Hernández se vale de los datos de una investigación de 1994, así como de los textos novelescos de la mexicana Rosa Nissán. De los que llegaron desde Oriente a México, sólo los mayores de sesenta y cinco años conservan el ladino, dado que la lengua desaparece de la comunicación habitual, en aras del uso del español. Como resultado de su análisis, se mencionan los rasgos cuya presencia aún es observable. Con todo, su opinión final es que la evolución de la lengua sefardí en América está por escribir.

En tercer lugar, interviene el Dr. Michael Metzeltin. A través de la descripción de lo que él llama potencialidades transfrásticas, comprueba que el castellano posee «todas las estructuras sintácticas adecuadas para formular textos que reproduzcan y transmitan de manera comprensible y legible la complejidad de la vida actual para un público indiscriminado». En efecto, describe cuáles son los elementos que componen las frases simples, para luego describir el esquema que siguen los elementos para su organización en esas frases (nivel intrafrasal), y su concatenación en párrafos en los que la materia semántica resulta distribuida.

El Dr. Metzeltin expone el nivel de desarrollo alcanzado por las estructuras interfrasales y transfrásticas mediante el análisis de un texto de un periódico de Chile, el del 15 de agosto de 2001. Su conclusión es que el texto, allí, se rige por los mismos principios estructurales del español general, y el conjunto de estrategias utilizadas es común.

Los dos ponentes que intervienen a continuación tratan de un tema conocido, pero fuente de incesantes investigaciones: el uso y los rasgos de dos tiempos de pasado de la conjugación, el pretérito perfecto y el pretérito indefinido.

Por su parte, la Dra. María Luz Gutiérrez Araus pasa revista al tratamiento que el uso de esos tiempos conoce en la bibliografía, y se propone localizar si el uso del perfecto es homogéneo en el español de América y en qué aspectos concretos difiere del uso peninsular. Ha analizado materiales del habla de diversas ciudades (México, San Juan, Lima, Buenos Aires, Santiago de Chile, Bogotá y La Paz). Tomando en consideración fenómenos como la temporalidad, el aspecto verbal y la perspectiva discursiva, llega al enunciado de tres grupos de funciones del pretérito perfecto, característica una del diasistema de la lengua española (la función de perfecto resultativo-continuativo); general en América otra, frente a la norma peninsular (el valor de antepresente o pasado de anterioridad inmediata).

En su turno, el Dr. Nelson Cartagena opina que no es necesario postular sistemas diferentes para explicar las semejanzas y diferencias entre el español de España y el de América. Basta la consideración del distinto desarrollo histórico de las diversas variedades. Unas son moderadas, en lo que respecta a la distribución de los tiempos, las otras se manifiestan más extremosas. La convivencia de las del primer tipo con las del segundo no dificulta la «armonía comunicativa interhispánica».

Me permito reproducir una frase de su trabajo: «la lengua histórica española actual es un diasistema plurinormativo, cuya fuerza de cohesión es precisamente la tolerancia razonada de sus naturales divergencias».

Cierra la sesión dedicada a La variación morfosintáctica el Dr. José Gómez Asencio. Muy oportunamente, esta intervención muestra que, aunque en la segunda parte del siglo xix se produjeron discusiones doctrinales entre los gramáticos, filólogos y lingüistas de uno y otro lado del Océano Atlántico, precisamente dos gramáticas publicadas en ese periodo del siglo, la de Fernando Zegers, Tratado de Gramática castellana, dedicado a la juventud americana de los pueblos que hablan la lengua española (1844) y la de Andrés Bello, Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos (1847), acabaron convertidas, sobre todo la segunda, a la que se dedica la ponencia, en gramáticas de utilidad general, centradas en un español común y general.

El Dr. Gómez Asencio resume el ideal de Bello, que se resumía en que la lengua castellana era un bien político inapreciable. Sus rasgos debían ser: una lengua culta, escrita, no afrancesada, deslatinizada y que pudiera constituirse en autoridad, a la vez que basarse en la autoridad.