El contacto entre dialectos es una de las motivaciones más importantes en el desarrollo de cambios lingüísticos. Se ha llegado a proponer que todos los cambios se deben al contacto entre variedades (Kerswill 1996, p. 179). A fin de cuentas, de ningún cambio fónico se ha demostrado que surja realmente por generación espontánea (Milroy 1999, p. 24). La idea de que el contacto desempeña una función importante en la historia y la dialectología del español es central en el reciente libro de Penny (2000), en parte apoyado en las ideas de Milroy y Milroy (1985) sobre el papel de las redes sociales en la innovación y difusión lingüística. La ventaja de estudiar materiales sociolingüísticos contemporáneos es que el acceso a los datos es, en principio, ilimitado. Las inferencias a partir de los hechos históricos son interesantes, pero cernidas por naturaleza, pues obligan a suponer que las cosas debieron ocurrir de tal o cual manera, sin que muchas veces haya un registro empírico indudable. La exploración de las hipótesis sobre el papel del contacto lingüístico en el mecanismo más general de los cambios puede ser mucho más detallada cuando se parte de materiales actuales. Si conseguimos entender mejor lo que ocurre hoy día, es posible que tengamos ideas más claras acerca de lo que pudo ocurrir en el pasado (cf. Labov 1996, pp. 41-69).
Los procesos de contacto dialectal tienen dos dimensiones, una individual y otra comunitaria. Se ha propuesto que los individuos, en contacto con hablantes de otros dialectos, experimentan procesos de acomodación lingüística, lo cual propicia la aparición de fenómenos interdialectales (Trudgill 1986, p. 126).2 Tal acomodación explicaría la percepción que cualquier hablante tiene de andar tomando y dejando ciertos rasgos al trasladarse a un nuevo lugar. La idea central es que las personas aproximan su modo de hablar al de otros cuando quieren identificarse con ellos y, a la inversa, alejan su modo de hablar si quieren diferenciarse. La sugerencia de que los rasgos lingüísticos se difunden básicamente en los contactos cara a cara adquiere más entidad si uno se instala en las propuestas de los Milroy sobre innovación y difusión lingüística (1985, 1997, 1999), que a fin de cuentas son los mecanismos sociales básicos del cambio (Martín Butragueño, en prensa). Los innovadores suelen pertenecer a redes difusas, es decir, entablan contactos con individuos que a su vez no se conocen entre sí, pues se mueven en diferentes ámbitos. Los innovadores típicos tienen gran movilidad personal y social. Los difusores, en cambio, suelen ser personas que gozan de prestigio o de poder dentro de la red a que pertenecen, por lo regular densa y bien establecida. Bortoni-Ricardo (1985), por ejemplo, ha estudiado la inmigración rural en Brazlândia3 en términos de la desintegración de las antiguas redes sociales y la formación de nuevos lazos.
El índice más obvio para medir el grado de adaptación individual es la cantidad de tiempo que una persona haya pasado en contacto con otra variedad lingüística. En apariencia, habría una franja inicial de unos dos años donde las cosas suceden relativamente rápido. Después de ella, sin embargo, los procesos parecen tender a estabilizarse y las transfusiones lingüísticas son mucho menos prominentes. ¿Cómo podríamos saber qué rasgos se difunden con más facilidad que otros o, en otras palabras, cómo establecer cuáles son los límites del contacto lingüístico? La cuestión es muy importante, pues parece razonable hacerse la misma pregunta en general, para cualquier cambio lingüístico. Si el contacto es en sí mismo un buen testimonio del cambio, los testigos más confiables son los individuos involucrados en procesos de adquisición lingüística. Esta idea se ha estado explotando bastante en los últimos veinte años, aunque parece que no entre nosotros. La desarrolló Payne (1980) al estudiar la adquisición de un segundo dialecto por parte de niños foráneos en Filadelfia. En aquel caso, la mayoría de los niños adquirió al menos parcialmente las variables fónicas. La edad de llegada fue crítica, y el punto de inflexión se presentó alrededor de los 8 años. Aunque la influencia de los padres fue dominante, también fue obvia la influencia de los otros niños de su edad. Además, los niños migrantes no sólo se sirvieron de reglas para acomodarse a los patrones fónicos locales; emplearon también diferentes mecanismos léxicos y gramaticales. Estos mecanismos fueron confirmados en lo fundamental en estudios realizados en las dos décadas siguientes (como los de Guy y Boyd 1990, Roberts y Labov 1995, Roberts 1997). Quedaba clara la importancia de estudiar el aprendizaje dialectal (cf. Chambers 1992)4. En años recientes, algunos investigadores han propuesto jerarquías muy detalladas que estiman la dificultad de adquirir los rasgos de un segundo dialecto, desde las reglas fonológicas léxicamente impredecibles a los préstamos de vocabulario, poniendo en los niveles inferiores los procesos más difíciles, que serán antes opacos al contacto, y en los niveles superiores los más transparentes, que pueden llegar a extenderse por toda la vida (Kerswill 1996). Por otra parte, la verdad es que al intentar extender este tipo de propuestas a lo que sabemos para casos del español, que no es mucho, surgen más dudas que convicciones (véase Martín Butragueño en prensa b). A mi juicio, una buena hipótesis de partida debería ser por el momento un poco más general. Propongo ésta:
(1) Cambios individuales debidos al contacto. Las reglas fonológicas preléxicas, estables o variables, se fijan desde temprana edad, mientras que las reglas postléxicas quedan abiertas durante mucho más tiempo.
La idea de que focalización y difusión se van alternando, lo que viene a ser el encogerse y el estirarse del arco de variedades en los casos de contacto lingüístico, está en la base del cambio comunitario. La focalización está asociada a la conciencia de grupo e implica compartir las normas de habla y los patrones de variación. Lo difuso, en cambio, es el resultado de mezclar elementos variados. En un proceso típico de inmigración urbana, los migrantes parten de variedades focalizadas, pero al mudarse pasan a formar parte de una situación de contornos imprecisos, difusos. Con el paso del tiempo, la población se reorganiza, por abajo, en nuevas variedades focalizadas y, por arriba, se tiende al espacio neutro de la lengua estándar.5 La nueva focalización consistiría, en lo básico, en un proceso de reducción de variantes (Trudgill 1986, p. 126). A veces se ha hablado incluso de koinización, proceso que tendría lugar a través de mecanismos de nivelación y simplificación (Penny 2000, pp. 38-57). En lo personal, creo que es prematuro hablar de koinización6 como etapa común a todos los casos de contacto dialectal. En las situaciones modernas de contacto debido a la presencia de migrantes en áreas urbanas, la impresión más patente para el analista es la desdialectalización de los fuereños. Pensando en ese caso, que seguramente es el más documentado y el mejor observable, propongo la siguiente hipótesis:
(2) Cambios comunitarios debidos al contacto. Hay un salto relativamente abrupto entre los inmigrantes y sus descendientes. Los inmigrantes de primera generación cambian a través de procesos de difusión léxica; en los descendientes aparecen nuevas reglas de distribución de variantes.
Como puede verse, los tipos de mecanismos lingüísticos y las edades en que se pueden aplicar, ponen en relación (1) y (2).
La siguiente sección expone lo observado en varios entornos urbanos donde entran en contacto varios dialectos del español. Los dos últimos apartados perfilan algunos aspectos de un estudio de caso, el contacto dialectal al sur de Madrid, al tiempo que se propone una medida del proceso de estandarización experimentado en la zona.
Voy a postular dos parámetros para ordenar el tipo de contactos que es posible encontrar
(i) | a. Ciudad de Panamá b. San Juan de Puerto Rico c. Ciudad de México: inmigrantes de la zona central |
(ii) | a. Dialectos meridionales en Getafe, Madrid b. Lima c. Ciudad de México: sonorenses, costeños, yucatecos |
(iii) | a. Dialectos septentrionales en Getafe b. Españoles en el suroeste bonaerense c. Españoles en la ciudad de México d. Cubanos en la ciudad de México |
Cuadro 2. Ejemplos sociolingüísticos de contactos dialectales |
Las tres situaciones, (I) a (III), se describen por medio de la cercanía lingüística y la comunidad, o no, de norma de referencia para los dialectos en contacto. Este último factor puede abarcar, hasta cierto punto, el problema del prestigio de las diferentes variedades. En cuanto al número de dialectos en juego, el esquema podría aplicarse por pares. Pueden mencionarse varios ejemplos de casos específicos clasificables en el marco de cada una de estas tres situaciones generales:
En Panamá (I.a, Cedergren 1973) y en San Juan de Puerto Rico (I.b, López Morales 1983) el índice de procedencia distinguía nativos, llegados antes de los 6 años, entre los 6 y los 12 años, entre los 13 y los 20 años, y de 21 años en adelante.7 En ninguno de los dos casos el eje capitalino-rural es totalmente decisivo. En Panamá las soluciones más extremas se asocian al origen rural, en particular la elisión de -s, -d y -r. En San Juan los venidos de fuera tienen un peso demográfico específico, pero su dialecto no está fuertemente diferenciado, al parecer, del de la zona receptora. La elisión de -s y la lateralización de r tendrían origen capitalino allí, mientras que la velarización de rr, la elisión de -d- y la fricativización de ch vendrían de fuera.8
En el intenso período que va de 1959 a 1970, la zona metropolitana de la ciudad de México (I.c) recibió casi la mitad de todos los migrantes interregionales del país (el 49,7 % en el período), y de esos migrantes la inmensa mayoría (el 90,28 %) procedía de las regiones circundantes (Stern 1983, p. 142).9 Desde los años cuarenta la ciudad de México ha crecido extraordinariamente,10 debido al desarrollo industrial y en buena medida por la inmigración de campesinos procedentes de áreas cercanas. Para 1990, en tal región vivían unos 15 millones de personas (55 % en el D. F. y 45 % en el estado de México). Aunque en las últimas décadas la migración hacia la zona metropolitana se ha ido reduciendo,11 en 1990 vivían en el Estado de México 4 millones de personas foráneas, lo que lo convertía en el área de mayor atracción en toda la República. El proyecto de cambio y variación lingüística en la ciudad de México (cf. Lastra y Martín Butragueño, 2000) incluye varias redes de informantes procedentes de zonas cercanas, que hablan variedades poco diferenciadas de las del valle de México.12 Este tipo de inmigrantes suele ocupar la parte inferior de las escalas social y educativa, de modo que las clases populares de la ciudad son en parte un panorama de las variedades centrales del país.
El segundo conjunto de ejemplos se refiere a los casos en que no hay tanta cercanía lingüística, pero sigue habiendo una misma norma de referencia, un mismo ideal estándar. Me referiré a tres casos, el de los dialectos meridionales en Getafe, Madrid, el de Lima y el de los inmigrantes venidos de zonas lejanas, lingüística y geográficamente, de la ciudad de México (como los sonorenses, los costeños y los yucatecos)
El 93 % de los residentes en Getafe hacia 1987 había venido de fuera del municipio (II.a)13. La población pertenece al área metropolitana de Madrid, y puede ser representativa por lo menos del grupo de poblaciones situadas al suroeste de la capital14. La inmigración ha sido muy intensa en toda la zona. La población en el área no llegaba a las 50 000 personas en 1960, pero superaba ya el medio millón en 1981. En Getafe se distinguió dos grupos principales, madrileños e inmigrantes, correspondientes cada uno más o menos a la mitad de la población. Entre los madrileños se cuentan la minoría autóctona, personas procedentes de Madrid ciudad, de comunidades semejantes a Getafe, y de áreas semirrurales y rurales de la provincia de Madrid. Varios límites dialectales tradicionales atraviesan la provincia, dividiéndola en dos mitades (por ejemplo, con respecto al tratamiento de -s).15 Cuatro subgrupos inmigrantes sobrepasaban el 5 % del total:16 las personas de Castilla-La Mancha (26,03 %), Extremadura (10,35 %), Andalucía (7,85 %) y Castilla-León (7,16 %).17 El ideal normativo es Madrid o, muy vagamente, el habla al norte de Madrid. Las variedades inmigrantes meridionales carecen de prestigio y están fuertemente estigmatizadas. El perfil de los inmigrantes es relativamente homogéneo.18 No habrá propiamente un proceso de nivelación dialectal, sino una ruta rápida hacia la desdialectalización, en parte individual pero sobre todo comunitaria, que conduce al emparejamiento lingüístico de los inmigrantes más jóvenes con los madrileños de su edad.
Como en otros lugares, en Lima el centralismo ha propiciado el traslado de población (II.b).19 Surge entonces un nuevo estilo de vida y de comunicación, en el que los migrantes son el vínculo entre los mundos rural y urbano. La gran cantidad de inmigrantes ha reducido la proporción de población limeña autóctona. Los migrantes proceden de regiones con condiciones críticas de vida; muchos de ellos vienen de zonas andinas y tienen el quechua como primera lengua. Por supuesto, ocupan en la capital la posición socioeconómica inferior. Los limeños jerarquizan y tipifican a los inmigrantes: provinciano o serrano son peyorativos y lo andino es lo último. Lo característico del primer contacto son las diferencias. Después, un proceso de estabilización puede hacer constitutivo lo diferencial. Existe estratificación entre los inmigrantes, cuyo origen es variado: costeños, serranos, selváticos. El contacto horizontal se da entre los inmigrantes y los grupos populares limeños. Verticalmente, la relación puede intentar acentuar las diferencias. Al parecer, rasgos como la asibilación de rr suelen atribuirse a grupos andinos o no costeños, quienes tratan de evitarla en entrevistas formales.
El estudio de la ciudad de México está incluyendo varias redes de personas procedentes de áreas dialectales bien diferenciadas (II.c). Aunque numéricamente su peso no es tan grande como el de los migrantes de los valles centrales, su interés cualitativo es evidente. La previsión es estudiar los procesos de contacto lingüístico experimentados por sonorenses —tomados como muestra de los dialectos norteños—, costeños —guerrerenses y veracruzanos— y yucatecos.20 Como en otras latitudes, los inmigrantes de primera generación mantienen, aunque atenuados, muchos de los rasgos originales. Los hijos de los inmigrantes han perdido buena parte de los rasgos de sus padres, aunque pueden conservar algunos fragmentos del dialecto original, a veces de manera consciente. Salvo rastros en las actitudes lingüísticas, la tercera generación parece haber perdido casi por completo el dialecto de sus mayores. El trabajo de Serrano con los sonorenses parte de la hipótesis de que los cambios fónicos en la primera generación se deberán a difusión léxica, mientras que los cambios en la generación siguiente estarán asociados a mutaciones en las reglas fónicas, recuérdese (2). Entre las variables fónicas que estudia se encuentra la ch, que tiene el interés adicional de ser un estereotipo.21 Probablemente debido a ello, el tiempo de estancia en la ciudad de México no es un factor decisivo en su articulación. La variante sonorense tiende a ser debilitada o incluso fricativa, y así permanece básicamente en informantes que pueden tener de 2 a 20 años de estancia en la ciudad, siempre y cuando hayan llegado en la preadolescencia o después. En general, el estereotipo es mejor conservado entre los hombres y entre las personas que se desenvuelven en actividades más o menos formales, incluso académicas, mientras que el debilitamiento se deja de producir entre las mujeres con actividades más bien informales, como amas de casa. Da la impresión de que las realizaciones estereotípicas de la variable se mantienen precisamente para señalar el lugar de origen, como marca identificadora del dialecto de procedencia.
Por fin, hay casos en que no sólo hay distancia entre los dialectos puestos en contacto, sino que además la norma de referencia a que se podrían adscribir no es la misma. Mencionaré aquí cuatro casos: la presencia de dialectos septentrionales en Getafe, los españoles en el suroeste bonaerense, los españoles en la ciudad de México, los cubanos en la ciudad de México.
Resultó cualitativamente interesante, el caso de algunos informantes que mantienen la distinción ll/y en Getafe (III.a). Se trata de mujeres inmigrantes, de edad media o madura, procedentes de Castilla-León.22 La frecuencia de ll aumentaba en las partes más formales de la encuesta.23 Lo más interesante es la diferencia de normas de adscripción. Para la mayoría de los demás hablantes, la norma madrileña queda vagamente fundida con las normas peninsulares septentrionales. Para estas personas, en cambio, es claro que se trata de dos normas diferenciadas, donde la suya propia es más prestigiosa que la de Madrid, a la que a su vez tienden a agrupar con las hablas meridionales. Como en el caso de la /c-/ en los sonorenses en la ciudad de México, el mantenimiento de /l/ se vuelve marca distintiva del origen, por fragmentario que sea su uso. Aquí, además, la posesión del sonido, entre otros rasgos lingüísticos, otorga un prestigio especial. Pero aun contando con el peso de ambas razones, se trata de un rasgo recesivo incluso en este subgrupo de inmigrantes, esporádico en el uso individual y ausente en las personas del entorno inmediato a quienes se pudiera haber transmitido cuando menos el uso variable.
Varios trabajos de Fontanella de Weinberg (entre ellos 1978, 1979a, 1979b, 1987) son esenciales para entender el papel de los inmigrantes españoles, y de otros orígenes, en Argentina (III.b). La inmigración fue especialmente intensa a fines del xix y principios del xx. En 1914 había en el país 829 701 españoles, lo que suponía el 10,5 % de la población:24
«Esta situación multidialectal se resolvió a través de un lento proceso de asimilación dialectal de los inmigrantes al habla bonaerense, que en muchos casos se produjo durante la vida del propio inmigrante y en los restantes en el habla de sus hijos. En la mayor o menor asimilación de los propios inmigrantes españoles incidieron múltiples factores, tales como el distinto grado de apartamiento étnico, el nivel sociocultural de los hablantes y, especialmente, la edad de llegada de los inmigrantes al país. En este sentido… nuestras investigaciones… revelan que los hispanohablantes llegados a la región bonaerense antes de los ocho años asimilaron totalmente las pautas del español local» (1979a, p. 27, n. 9).
En la zona de Bahía Blanca, donde la proporción de españoles era aún mayor (el 21,6 % de la población hacia 1914), no parecen haber influido en rasgos bonaerenses, como el voseo o el yeísmo rehilado, acentuados incluso en las décadas posteriores, por la regularización de las formas voseantes y por el yeísmo ensordecido (1978, p. 32, n. 12). Es más, el ensordecimiento de [s] y [z] parece coincidir con el apogeo del proceso inmigratorio (1987, pp. 163-164). Tendríamos aquí un buen ejemplo de las repercusiones del contacto entre dialectos locales y foráneos. El multidialectalismo impide la presencia unitaria de una variedad alternativa. Además, el prestigio lingüístico de los inmigrantes es escaso, dado su origen humilde. El flujo migratorio europeo se cortó con la primera guerra mundial y, aunque reanudado a su término, fue mucho menor, y prácticamente nulo después de 1950.25
Aunque no tan importante en términos cuantitativos, sí es cualitativamente muy interesante la presencia de españoles en la ciudad de México (III.c). Falta todavía un estudio riguroso, pero la observación asistemática de un número relativamente amplio de personas, de diferentes edades y características sociales, y pertenecientes a la primera, la segunda y la tercera generación de inmigrantes, permite hacer algunas reflexiones generales. A diferencia del caso argentino, la inmigración española a la ciudad de México no suele estar asociada a razones económicas, sino al exilio tras la guerra civil. La comunidad española tiene un peso cultural y económico específico, es influyente, y mantiene hoy día un contacto bastante vivo con España y sus instituciones. Con todo, para que algunos de los rasgos más característicos del dialecto original pervivan, es necesario que la llegada se haya producido con posterioridad a los 7 u 8 años de edad (aproximadamente). El sistema fonológico mexicano está presente desde la segunda generación y desde luego ya en la tercera. Aunque no falte algún grupo especialmente endógeno, lo normal es el seseo entre los descendientes, se trate de inmigrantes antiguos o recientes, en los casos en que sólo el padre es español, pero también en el caso de que el padre y la madre sean españoles. Los miembros de la segunda generación parecen disponer de cierta competencia dialectal pasiva, que les permite reconocer las formas del dialecto inmigrante, aunque no las empleen o no sepan emplearlas apropiadamente. Aunque los viajeros fugaces o sin voluntad de permanencia, aunque lleguen a residir períodos de tiempo relativamente prolongados, parecen ser bastante refractarios, las personas asentadas y con cierto número de años de residencia en la ciudad de México experimentan procesos amplios de difusión léxica, lo que tiene consecuencias a nivel fónico en elementos aislados: [posóle], escrito pozole, etc. El contacto dialectal tiene también efectos sobre variables lingüísticas específicas. Así, he podido documentar casos llamativos de no debilitamiento de (-s) en hablantes pertenecientes en origen a dialectos debilitadores.26
Rodríguez Cadena (2001) ha estudiado la pronunciación de (-r) y (-l) entre cubanos residentes en la ciudad de México (III.d). Sus resultados preliminares muestran una vez más cómo los inmigrantes tienden a aproximarse a los rasgos de la comunidad receptora. El estudio es particularmente útil para entender en qué grado puede producirse el cambio individual. El arco de variación estilística reveló claras diferencias, con un amortiguamiento de los rasgos autóctonos en los contextos más formales. De esa manera, cabe esperar que situaciones formales como la escuela o el trabajo refuercen la adopción de los nuevos rasgos. Otro índice muy revelador fue el número de años de residencia. En líneas generales, el número mayor de años favorece el abandono de los antiguos patrones27. Veámoslo para el caso de (-r):
Menos de 1 año | 2 años | 4 años | |
---|---|---|---|
Plena | 0,304 | 0,537 | 0,629 |
Relajada | 0,471 | 0,605 | 0,446 |
Asimilada | 0,641 | 0,516 | 0,380 |
Elidida | 0,645 | 0,405 | 0,454 |
Lateralizada | 0,706 | 0,483 | 0,348 |
Cuadro 3. Variación de (-r) en cubanos en la ciudad de México, según el número de años de residencia (tomado de Rodríguez Cadena, 2001) |
Como puede apreciarse, la probabilidad de que los cubanos residentes en la ciudad de México favorezcan el uso de variantes estigmatizadas, como las asimilaciones, las elisiones y las lateralizaciones, es bastante alta cuando llevan menos de un año, pero la probabilidad de su aparición disminuye rápidamente según aumenta el tiempo de residencia. En contrapartida, la probabilidad de emplear la forma plena de (-r) se ha duplicado a la derecha del cuadro.
Me voy a referir en particular al caso ya mencionado de Getafe. El estudio se llevó a cabo, principalmente, por medio de 17 variables consonánticas, la mayoría de ellas involucradas, en diferentes grados y de diferentes modos, en procesos de cambio lingüístico. Se incluyeron datos de dos estilos, el de conversación, producto de una encuesta sociolingüística semiinformal, y el de preguntas, en el que se inquiría por una lista de palabras aisladas, al modo de las encuestas geolingüísticas. Se trabajó con cuatro grupos de edad: <4> (56 años en adelante), <3> (36-55), <2> (20-35), <1> (14-19), y con dos grupos según el origen, madrileños (personas procedentes de la localidad, de Madrid ciudad y de Madrid provincia) e inmigrantes (castellano-manchegos, extremeños, andaluces y castellano-leoneses).
A pesar de la dispersión de orígenes, la evaluación subjetiva de la variación lingüística resultó bastante homogénea. Veamos un ejemplo.28
(3a) presenta algunos datos sobre actitud promedio ponderada. Por su parte, (3b) y (3c) desglosan los índices para los tres subgrupos de madrileños, y los cuatro subgrupos de inmigrantes. Las escalas de conservación y elisión son muy semejantes, y apenas puede señalarse un cambio de orden entre Castilla-León y Madrid, cuyas proporciones difieren, por lo demás, en bastante poco. Lo interesante al comparar estos datos con los de actitud es advertir que tanto la realidad como su evaluación subjetiva son entidades complejas y matizadas. Llama la atención la casi coincidencia entre unas y otras escalas;29 algunas variedades son valoradas muy negativamente, como ocurre con las de los extremeños. Muchos informantes insistieron explícitamente en que «los extremeños hablaban peor que los andaluces». Esta opinión puede ser relativamente independiente de lo que ocurra en concreto con las proporciones documentadas de las variantes más y menos prestigiosas, como muestra el caso de (-s), en el que los extremeños conservan más <s> y presentan menos <ø> que los andaluces.30
Parece haber habido tres tipos principales de cambios (obsérvese que, en cualquier caso, lo patente es que los inmigrantes terminan por tener un patrón de variación semejante al de los madrileños):
(I) Los madrileños no están involucrados en un proceso de cambio, pero los inmigrantes, que parten de un punto distante para llegar a soluciones parecidas, sí lo están (por ejemplo, el caso de -l, -n, -q):
Como puede observarse, la línea correspondiente a los madrileños es prácticamente horizontal, mientras que la que representa a los inmigrantes muestra un rápido incremento.
(II) Los madrileños parecen estar involucrados en un proceso de cambio lento, y los inmigrantes se suman a ese proceso, sea que partan de soluciones distantes (así -y-, -s) o no (sea -r).
El patrón es ahora muy diferente. No sin titubeos, los madrileños van ascendiendo en la proporción de <s>. Pero el aumento en las articulaciones plenas de los inmigrantes es abrupto.
El paralelismo en los datos es casi total. Hay una tendencia ascendente que podría interpretarse como indicio de cambio lingüístico. Los inmigrantes van siguiendo de cerca a los madrileños y en un momento determinado los superan.
(III) Tanto madrileños como inmigrantes están involucrados en un proceso de cambio rápido (como es el caso de -d-)
Como la gráfica deja ver, el cambio es rápido y decidido en ambos subgrupos.
¿Dónde se está produciendo entonces el salto crítico entre los inmigrantes? Quizá una de las mejores maneras de averiguarlo sea fijarnos en qué ocurre con las soluciones más extremas de algunas variables.
4 | 3 | 2 | 1 | |
---|---|---|---|---|
Elisión de (-d-) | 0,966 | 0,766 | 0,775 | 0,500 |
Rehilamiento de (y-) | 0,258 | 0,079 | 0,044 | 0,025 |
Aspiración de (x-) | 0,166 | 0,050 | 0,025 | 0,000 |
Elisión de (-s) | 0,205 | 0,075 | 0,062 | 0,024 |
Lateralización de (-r) | 0,093 | 0,036 | 0,015 | 0,055 |
Rotacismo de (-l) | 0,099 | 0,050 | 0,008 | 0,000 |
Elisión plena de (-n) | 0,084 | 0,012 | 0,011 | 0,000 |
Elisión de (-?) | 0,312 | 0,041 | 0,086 | 0,038 |
Aunque una representación apilada de este tipo puede resultar algo tosca, no deja lugar a dudas. El salto más abrupto, en conjunto, se da entre la 4.ª y la 3.ª generación de inmigrantes. Esto es natural si se atiende a las historias y a los modos de vida típicos de las personas del grupo inmigrante. Se llega a la misma conclusión cuando se consideran gráficas como la 6, a propósito de la distribución de las variantes de (-s) entre los inmigrantes. Además de un descenso abrupto de las elisiones, se observa un punto de corte entre las variantes plenas y las variantes aspiradas, corte que se produce precisamente entre las generaciones 4 y 3.
Si se intentara fonologizar algunas de las dimensiones evolutivas del cambio, la discusión podría empezar por atender al cumplimiento o no de dos constricciones. Por un lado, la de «identidad» [+C], que es una condición de fidelidad, que básicamente supone pedir que tanto en el input como en el output aparezca el mismo material, en este caso la misma consonante. A efectos prácticos, esta constricción se respetaría siempre que apareciera la forma plena de la consonante, que es la que coincide con el estándar ideal convenido por los hablantes. Por otro lado, la constricción de «llene coda» (*sincoda). Esta condición pide que haya alguna clase de material ocupando la coda silábica; en los datos aquí discutidos, es pertinente para las variables implosivas32. Infringirían esta constricción los casos de elisión. Aunque la discusión fonológica debería ir mucho más allá, veamos en algunos ejemplos qué pasaría al poner en juego estas dos constricciones.
4 | 3 | 2 | 1 | |
---|---|---|---|---|
Identidad [+C] | 0,198 | 0,481 | 0,573 | 0,689 |
Llene Coda | 0,795 | 0,925 | 0,938 | 1 |
Como puede apreciarse en el cuadro 5 y la gráfica 7, resulta interesante proyectar los datos sobre las dos constricciones fonológicas. El comportamiento de ambas líneas es semejante. Ambas parten de un punto más bajo en la generación de más edad, que las infringe más veces, y van creciendo con relativa rapidez. De hecho, la condición de «llene coda» resulta ser incluso categórica entre los más jóvenes, pues siempre se cumple. No puede decirse lo mismo de la condición de «identidad» [+C], que aunque va siendo cada vez más respetada, está lejos de tener un comportamiento categórico.
La (-r), por ejemplo, se dio en las siguientes proporciones entre los inmigrantes:
4 | 3 | 2 | 1 | |
---|---|---|---|---|
<r> | 0,523 | 0,641 | 0,620 | 0,675 |
<r,-> | 0,256 | 0,283 | 0,352 | 0,255 |
<ø> | 0,126 | 0,038 | 0,012 | 0,015 |
<l> | 0,093 | 0,036 | 0,015 | 0,055 |
En este caso, «identidad» [+C] es respetada tanto por la variante vibrante como por la fricativa, mientras que «llene coda» es respetada por todas las variantes menos por la elisión:
4 | 3 | 2 | 1 | |
---|---|---|---|---|
Identidad [+C] | 0,775 | 0,924 | 0,972 | 0,930 |
Llene Coda | 0,874 | 0,962 | 0,988 | 0,945 |
Como puede observarse en la gráfica 8, los resultados son parecidos a los obtenidos para el caso de la (-s), aunque ahora ambas líneas se mueven mucho más cerca la una de la otra.
Aunque las líneas que muestran el comportamiento con respecto a cada una de las dos constricciones son en sí mismas un indicador del cambio que está teniendo lugar, podría intentarse crear un índice que resumiera en una sola cantidad ambas dimensiones fonológicas, de manera que pudiera estimarse de modo relativo la velocidad y grado de conclusión del cambio, que en este caso consiste en un proceso de estandarización. Dado que el número de casos que cumplen «identidad» [+C] será siempre menor o como mucho igual al de casos que respetan «llene coda», basta dividir uno entre otro para medir el grado en que disminuye su distancia, lo cual dará un índice siempre menor a 1. Siguiendo con los ejemplos de (-s) y (-r) entre los inmigrantes, la tasa de estandarización resulta ser la siguiente:
4 | 3 | 2 | 1 | |
---|---|---|---|---|
(-r) | 0,886 | 0,960 | 0,983 | 0,984 |
(-s) | 0,249 | 0,520 | 0,610 | 0,689 |
Como puede apreciarse, el que afecta a (-s) es un cambio mucho más rápido que el que afecta a (-r). En el caso de (-s), la generación 3 ha duplicado la tasa de estandarización, y el proceso sigue a buen ritmo entre las generaciones más jóvenes. Por su parte, el cambio experimentado por (-r) parece estar cerca de la conclusión, pues la velocidad de aproximación entre las dos curvas va disminuyendo y tiende a estabilizarse.33 Entendido de esta manera, la conclusión de un cambio de este tipo no se estaría produciendo cuando todos los casos disponibles fueran, digamos, de formas plenas, sino cuando la representación de la tasa de estandarización resulte ser una línea horizontal que indica una estabilización del proceso. Sea entonces la representación del movimiento de (-s) y (-r):
La estandarización de (-r) está siendo plena, pues el índice está muy próximo a 1, y permanece ya estable, pues la línea es horizontal. En cuanto a (-s), el proceso está lejos de completarse, pues la estandarización apenas llega al nivel de alrededor de 0,7 entre los más jóvenes, y es un proceso todavía muy vivo, con una línea de desarrollo aún bastante inclinada. De esta manera, se vinculan las observaciones factuales con algunos postulados de la teoría fonológica.
En general, puede describirse lo que ocurre en un proceso como el de Getafe como un ascenso de las constricciones de «fidelidad» sobre las de «marcación». Es decir, en términos fonológicos optimales, la fidelidad significa que habrá un mayor parecido entre el input y el output, y en los términos que vienen al caso, que la producción lingüística estará más cerca del ideal estándar de la lengua. Y ello aun a costa de las formas menos marcadas, como aquéllas en las que aparecen diversos fenómenos naturales, como asimilaciones o reducciones. La idea de contraponer ambas familias de constricciones se ha aplicado ya a otros procesos de cambio lingüístico, y también a la alternancia estilística.34 He ahí cómo el estudio de los procesos de contacto ilumina, en el sentido más amplio, el problema del cambio lingüístico. Ciertamente, es difícil saber si las soluciones perseguidas por las personas de origen inmigrante que entran en contacto con otros dialectos son más útiles (en el sentido de más adaptadas diacrónicamente, siguiendo a Haspelmath 1999), o más simples, pero con seguridad son más apropiadas y ventajosas en la búsqueda de una nueva identidad social.