El español de América es producto no sólo de su herencia europea y de la evolución interna, sino también de una variedad de contactos con lenguas autóctonas, de inmigración forzada (la trata de esclavos) y de inmigración voluntaria. En la mayoría de los casos, estos contactos no han dejado huellas permanentes, con excepción de una que otra incursión léxica, pero en su totalidad, la gama de modalidades bilingües ha ejercido una influencia decisiva sobre la diversificación del español americano. El presente trabajo explora una faceta poco estudiada del bilingüismo hispanoamericana, es decir la compenetración de la lengua española y las lenguas de inmigración reciente, es decir, durante el siglo xx y en algunos casos las últimas décadas del xix. En trabajos anteriores hemos enfocado los efectos lingüísticos de la esclavitud africana en las Américas, así como las huellas de otras lenguas pidgins y criollas sobre el español antillano en siglos pasados: el papiamento, el negerhollands, el chino cantonés y el portugués criollo de Macau, el inglés pidgin de África occidental (p. ej. Lipski 1993a, 1996a, 1998a, 1998b, 1998c, 1999a, 1999b, 1999c, 2000a, 2000b). La presente investigación se concentra en el estudio de algunas posibles repercusiones lingüísticas de los principales escenarios de contacto bilingüe que se encuentran en la actualidad o que han dejado de existir en las últimas décadas. Por razones de tiempo, hemos escogido una selección pequeña pero representativa de las decenas —tal vez centenares— de casos ejemplares de microbilingüismo y sus efectos sobre los dialectos locales del español. Una versión más extensa de este trabajo, y una bibliografía ampliada, se encuentra en la siguiente página de Internet: http://www.personal.psu.edu/jml34/papers.htm. Con pocas excepciones, los casos que se mencionan a continuación han influido sólo en la microdialectología de los respectivos países, y sus efectos son desconocidos fuera de los pueblos y aldeas donde viven las comunidades de habla bilingües. Es probable que algunos de estos microdialectos bilingües desaparezcan sin mayores repercusiones, pero dada la masiva emigración de las áreas rurales a los centros urbanos que se produce por toda Latinoamérica, los efectos lingüísticos de estas pequeñas comunidades bilingües a veces sobrepasan los límites territoriales para llegar al conocimiento de amplios sectores de la población nacional.
El Paraguay ha recibido muchos grupos de inmigrantes europeos y asiáticos a lo largo de su historia, y sobre todo en el período que se extiende desde la segunda mitad del siglo xix hasta la primera mitad del xx se fundaron varias colonias estables donde la lengua predominante no era ni el español ni el guaraní (Fretz 1962). Debido al aislamiento geográfico de muchas colonias así como al deseo de mantener las bases étnicas y lingüísticas, las lenguas de los inmigrantes sobrevivieron por varias generaciones después del cese de las corrientes migratorias, y pueden haber dejado huellas en las hablas locales de las respectivas zonas paraguayas. Los japoneses empezaron a llegar al Paraguay después de 1924, cuando se levantó la prohibición de la inmigración asiática; se fundó la primera comunidad japonesa en 1936, y se establecieron otras comunidades en 1955 y 1956. En 1959 venció el convenio bilateral que facilitaba la inmigración japonesa, y desde entonces la llegada de colonos japoneses ha disminuido drásticamente. No se conoce la cifra exacta de la inmigración japonesa al Paraguay, pero se calculan en más de 50 000 los japoneses asentados en suelo paraguayo. Hoy en día hay unos 2500 japoneses étnicos y hasta 10 000 descendientes de japoneses reconocidos en el Paraguay.
También era muy cuantiosa la inmigración alemana al Paraguay, y se fundaron varias decenas de colonias alemanas por todo el país. A los alemanes se sumaron menonitas europeos y canadienses de habla alemana y holandesa, que hasta ahora han mantenido su autonomía lingüística y cultural en el Chaco paraguayo. Llegaron los primeros menonitas al Paraguay en 1926, después de haberse fugado de Rusia y Polonia y de haber vivido una temporada frustrante en el Canadá. En la actualidad viven más de 10 000 menonitas en el Chaco, de ascendencia rusa, ucraniana, polaca, alemana y canadiense, y se han mantenido la lengua y las costumbres con mucho vigor y tenacidad. En total, el Paraguay cuenta con más de 160 000 hablantes del alemán y 19 000 hablantes del plattdeutsch, un dialecto germánico del norte de Alemania y los Países Bajos. En estas colonias alemanas, el español local —ya matizado por el guaraní— también adquiere las características transitorias de las lenguas germánicas.
La presencia galesa en la Argentina empezó alrededor de 1865, con la fundación de la primera colonia galesa en la Patagonia argentina, en la provincia actual de Chubut. A partir de ese momento, la emigración galesa continuó constantemente hasta 1914 (Rhys 2000, Jones 1993, Matthews 1995, Martínez Ruiz 1997), alcanzando una cifra final de más de tres mil colonos. Hacia finales del siglo xix, el porcentaje de la población de la colonia galesa que hablaba el idioma galés (y que a veces ignoraba la lengua castellana) oscilaba entre 87 % y 98 %. En el censo de 1972, entre la población joven de menos de 20 años, sólo un 5 % de los hombres y un 3,5 % de las mujeres poseían amplios conocimientos de la lengua ancestral, mientras que entre la población mayor de 60 años las cifras eran 25 % para los hombres y 41 % para las mujeres (Williams 1991). Estas cifras revelan la rápida erosión de la lengua, debido a la integración social y económica del enclave galés, la falta de inmigración nueva, los matrimonios mixtos y el alcance del sistema educativo y los medios de comunicación masiva. Aunque el idioma galés ha desparecido prácticamente de la Patagonia, quedan algunos residentes ancianos que recuerdan los tiempos en que el castellano era lengua minoritaria en el ámbito rural, dotada de características de una segunda lengua.
Uno de las corrientes migratorias que más impacto lingüístico produjo en Hispanoamérica fue la llegada de centenares de miles de italianos a Buenos Aires y Montevideo en las últimas décadas del siglo xix y las primeras del xx. Para dar una idea aproximada de la magnitud demográfica de la inmigración italiana a la zona del Río de la Plata, se estima en más de 2,3 millones los italianos que llegaron a la Argentina entre 1861 y 1920; más de la mitad de esta cifra llegó después de 1900. En efecto, la inmigración italiana a la Argentina constituye el 60 % de la cifra total de inmigrantes a esta nación sudamericana (Bailey 1999:54). La mayoría de los italianos se quedaba en el área metropolitana de Buenos Aires, donde alcanzaban entre el 20 % y el 30 % de la población total. Como resultado directo de la inmigración europea, la población de Buenos Aires y sus alrededores creció de 400 000 habitantes en 1854 a 526 500 en 1881 y 921 000 en 1895 (Nascimbene 1988:11; Cacopardo y Moreno 1985). Debido a las semejanzas entre el español y los dialectos italianos llevados al Río de la Plata se formaron variedades de contacto híbridas, que eran la base de las parodias literarias conocidas como cocoliche (Meo Zilio 1955a, 1955b 1955c, 1956, 1958, 1959, 1989; Montoya 1979; Rosell 1970). En realidad, los híbridos italo-hispanos no eran tan cómicos ni tan consistentes que los estereotipos literarios (Lavandera 1984:61-75), pero la contribución italiana al español rioplatense constituye el caso más dramático de la reconfiguración del español de América bajo los efectos de la inmigración europea reciente.
México ha recibido una inmigración italiana considerable,1 pero la mayoría de los inmigrantes italianos se han integrado rápidamente a la vida mexicana, sin dejar huellas lingüísticas y culturales. En algunas áreas rurales, se han establecido colonias de inmigrantes italianos; por ejemplo un grupo de colonos trentinos fundaron la cooperativa La Estanzuela en 1924. Aunque esta colonia no prosperó tanto como se había esperado, su existencia creó una situación de contacto lingüístico que reproducía en miniatura otros encuentros italo-hispánicos, por ejemplo en el Río de la Plata. Otra colonia de italianos era Villa Luisa en el estado de Veracruz, fundada a partir de 1858. (Zilli Manica 1997) Todavía existen algunas aldeas italianas en los estados mexicanos norteños sostenidas por la agricultura y la ganadería, y donde aún se encuentran vestigios de las lenguas regionales de Italia. Por ejemplo, la aldea de Chipilo, en el estado de Puebla, todavía conserva el dialecto del véneto italiano más de cien años después de fundación (MacKay 1984, 1992, 1993, 1995; Meo Zilio 1987; Romani 1992; Sartor y Ursini 1983; Ursini 1983; Zago Bronca 1982).2
A lo largo del litoral centroamericano, desde Belice hasta la zona del Canal de Panamá, la población mayoritaria es de origen afroantillano y de habla criolla, empleándose variedades lingüísticas derivadas del inglés. Así es que en Belice, el inglés criollo compite con el inglés estándar (lengua oficial del país), el español y el quiché-maya, y se produce una amplia gama de compenetraciones lingüísticas. Los pequeños puertos caribeños de Guatemala, Livingston y Puerto Barrios, contienen poblaciones de habla inglesa criolla, y esta población se extiende de manera continua a lo largo de la costa vecina de Honduras hasta llegar a la zona de la Mosquitia, donde el inglés criollo compite con el idioma miskito, lengua que a su vez se extiende por casi todo el litoral oriental de Nicaragua, aunque el inglés criollo predomina en las poblaciones principales (Puerto Cabezas y Bluefields). En las Islas de la Bahía, departamento insular de Honduras con profundas raíces británicas, predominan variedades no acriolladas del inglés antillano, semejante a los dialectos de las islas Caimán; en estas islas, existe una considerable población de raza blanca, mayoritaria en muchas zonas, cuyas características lingüísticas apenas se diferencian de las de los pobladores afroantillanos. En Costa Rica, la población de habla criolla se concentra en Puerto Limón, donde el español está ganando fuerza para reemplazar eventualmente el idioma afroantillano. En Panamá, el dominio del inglés criollo empieza en Bocas del Toro, y continúa esporádicamente en varios enclaves de la costa noroccidental del país, pero su resguardo principal es el puerto de Colón, en la desembocadura del canal interoceánico. En todas las repúblicas centroamericanas el inglés criollo se ha compenetrado con las variedades regionales del español, aun entre los hablantes de mayor dominio del castellano, y aunque los dialectos del inglés centroamericano difieren entre sí, su impacto sobre el español es bastante uniforme.
Los orígenes de las poblaciones centroamericanas de habla anglocaribeña son tan variados como las comunidades donde residen, aunque la mayoría de los grupos llegó durante el siglo xix y comienzos del xx. En Costa Rica, obreros antillanos fueron importados en las últimas décadas del siglo xix para la construcción de un ferrocarril; a medida que crecía la producción bananera en esta zona seguía el reclutamiento de trabajadores afroantillanos, aunque el gobierno costarricense les negaba ciudadanía nacional a los negros nacidos en el país, y los confinaba a una estrecha franja del litoral. En Bocas del Toro, la costa de Honduras y Guatemala los afroantillanos también laboraban en las estancias fruteras y en los ferrocarriles, mientras que en Colón, Panamá los afroantillanos son descendientes de los trabajadores que construían el canal transístmico y que participaban en la administración del canal a lo largo del siglo xx. La población de habla inglesa en las Islas de la Bahía tiene orígenes muy diversos, incluyendo colonias de pescadores y agricultores ingleses y escoceses, así como inmigrantes de otras islas caribeñas, sobre todo las Islas Caimán, lo cual explica la enorme variación idiolectal del inglés hablado en el departamento insular. Belice (la antigua Honduras Británica) y la Mosquitia hondureña y nicaragüense siempre eran territorios de aventureros, corsarios, piratas, pescadores y náufragos desaventurados, y renegados de toda índole. Los dialectos del inglés criollo hablados en estas zonas figuran entre los más antiguos del Caribe, aunque en Belice convive con el inglés estándar y las variedades contemporáneas del Caribe anglófono, mientras que en la Mosquitia de Honduras y Nicaragua se han establecido varios grupos de misioneros de habla inglesa, de los Estados Unidos y Gran Bretaña, con las inevitables consecuencias lingüísticas para el inglés criollo. Véanse Holm (1983a, 1983b), Escure (1983), Warantz (1983), Herzfeld (1983), Graham (1997). En todas estas regiones el español es o ha sido hasta hace poco la lengua minoritaria, y posee reconocidos rasgos de la adquisición de una segunda lengua.
La presencia —en Cuba y la República Dominicana— de braceros de Jamaica y otras islas de habla inglesa comenzó hacia mediados del siglo xix, pero la presencia del angloantillano llegó a su auge en las primeras décadas del xx. En Santo Domingo, el antillano de habla inglesa recibe el nombre de cocolo, y sus esfuerzos por hablar el español de los bateyes (haciendas de producción azucarera) han sido imitados por varios escritores dominicanos. Está documentada la presencia del criollo afroinglés de Jamaica en Cuba, a partir del siglo xx (p. ej. Serviat 1986: cap. VI), y es probable que hayan existido grupos de obreros azucareros de habla jamaiquina a lo largo del siglo xix. En la Isla de Pinos (hoy Isla de la Juventud), existían comunidades de habla inglesa, aparentemente derivada del inglés (blanco y posiblemente negro) norteamericano (Carlson 1942). En la actualidad han desaparecido estos grupos, aunque quedan hablantes vestigiales del inglés afrocubano (Perl y Valdés 1991; Martínez Gordo 1985). En los ingenios azucareros la importación de obreros antillanos llegó a su auge en el siglo xix y comienzo del xx (Alvarez Estévez 1998), y podemos postular una presencia tangible del criollo jamaiquino, tal vez al lado de otras variedades del inglés.
En Puerto Rico, han llegado millares de negros angloparlantes de las vecinas Islas Vírgenes, cuyas contribuciones al patrimonio afropuertorriqueño no han sido estudiadas todavía.3 Más recientemente ha surgido una importante colonia de inmigrantes de las islas angloparlantes en Santurce, barrio obrero del área metropolitana de San Juan. En un amplio sector de Santurce, conviven nativos de Santo Tomás, Jamaica, San Cristóbal (St. Kitts), Santa Lucía, Antigua, Barbuda, y muchas otras islas, casi todos sin la documentación migratoria requerida para legitimar su presencia en Puerto Rico. En este barrio el inglés antillano es la lingua franca, y cada individuo emplea su propia variedad, reduciendo al mínimo los elementos criollos de difícil comprensión por personas no adeptas. La mayoría de los residentes anglófonos hablan unas palabras del castellano, y algunos lo hablan con soltura, aunque siempre sobresalen las características de la adquisición parcial.
El inglés negro norteamericano (variedad semi-acriollada) llegó a Santo Domingo en las primeras décadas del siglo xix, parte del ambicioso plan del entonces presidente de Haití, Joseph Boyer, quien pretendía crear un estado libre poblado de negros ex esclavos de todas las Américas (Rodríguez Demorizi 1973, Poplack y Sankoff 1980, 1987; Puig Ortiz 1978, Tejeda Ortiz 1984). Hoy en día, sólo sobreviven remanentes del inglés norteamericano en la remota península de Samaná, pero antes existían núcleos de negros estadounidenses en Villa Mella, considerada la aldea de mayor influencia africana en la República Dominicana. El español hablado por los descendientes de americanos lleva todas las características de un idioma criollo, aunque nunca llegó a conformar una variedad estable. Ferreras (1982) ofrece unos ejemplos tempranos del español hablado por los americanos (hablantes del inglés negro norteamericano) en Samaná. En años recientes han llegado hablantes de variedades caribeñas del inglés a Samaná, sumándose a los descendientes de negros estadounidenses, y el dialecto local del español suele manifestar características que delatan su estatus de segunda lengua entre algunos sectores de la población.
La presencia del inglés estadounidense en las repúblicas centroamericanas remonta al siglo xix, con la participación de soldados mercenarios y filibusteros que intervenían en guerras internecinas e intentos de anexión a los Estados Unidos, pero la fundación de comunidades estables de norteamericanos se produce a partir del siglo xx, con la expansión de las empresas agrícolas multinacionales, sobre todo las compañías bananeras y los ferrocarriles. En Honduras, Costa Rica y Guatemala y posteriormente en otras naciones, la United Frui, la Standard Fruit y otras empresas estadounidenses establecieron comunidades de funcionarios norteamericanos que convivían con los obreros locales, dando lugar a la introducción de muchos anglicismos en los dialectos. Además de estos contactos anglo-hispanos transitorios, se han fundado colonias religiosas estadounidenses en varias partes de México y Centroamérica, siendo la más numerosa la comunidad de Monteverde en Costa Rica, fundada por cuáqueros de los Estados Unidos en los años después de 1950, cuando un puñado de familias de la Sociedad de los Amigos (Cuáqueros) abandonaron el estado sureño de Alabama para establecerse en Monteverde (Masing 1964, Watts 1999). Esta comunidad tiene apenas medio siglo de existencia, y el bilingüismo limitado de los fundadores ha sido reemplazado por el dominio completo del español entre las generaciones nacidas en los enclaves angloparlantes. Los efectos lingüísticos de estas comunidades bilingües son mínimos en comparación con otras zonas de contacto de lenguas, pero contribuyen a la microdialectología de los respectivos países. En Costa Rica, el área de Monteverde se ha convertido en un sitio turístico de fama mundial, debido a la adquisición del bosque tropical por la comunidad religiosa y la promoción del ecoturismo en esta zona de belleza virginal; el contacto con millares de turistas, muchos de los cuales hablan inglés, ha de fortalecer el idioma inglés en Monteverde, y facilitará la incursión de esta lengua en los dialectos vecinos del español4.
La única lengua criolla que se habla en territorio mexicano es el gullah o inglés afrocriollo de los Estados Unidos, en la pequeña comunidad de Nacimiento de los Negros, cerca de Múzquiz, Coahuila. Los residentes de esta aldea son casi todos descendientes de los afro-seminoles de la Florida y Carolina del Sur, una comunidad de cimarrones formada de negros esclavos escapados a los pantanos del sureste norteamericano durante el siglo xix, quienes se mezclaron con grupos indígenas de aquella región. Aunque la mayoría de los seminoles hablan la lengua creek, los afro-seminoles eran portadores de una variedad arcaizante del gullah, lengua criolla afro-inglesa ubicada en la costa de Georgia y Carolina del Sur, y con fuertes vínculos con los criollos afro-caribeños y de África occidental. Antes de la guerra civil estadounidense (1860-1865), muchos afro-seminoles fueron desterrados a los remotos territorios de Oklahoma y Texas, donde todavía subsisten pequeños grupos que poseen conocimientos de la lengua gullah. Desde Bracketville, Texas, en la frontera con México, un grupo de afro-seminoles se trasladó al estado vecino de Coahuila, donde fundaron la comunidad de Nacimiento hacia finales del siglo xix. Esta comunidad está aislada geográfica y culturalmente de las áreas urbanas de México, y hasta hace una generación la lengua gullah así como el inglés de Texas —mantenido por las frecuentes visitas entre familias de afro-seminoles— sobrevivían intactos en Nacimiento. Hoy en día sólo un puñado de los residentes más ancianos tienen una competencia activa en gullah, mientras que el conocimiento pasivo es más extendido. El español de Nacimiento es casi idéntico al habla rural del norte de México, pero hay algunas ligeras discrepancias, por ejemplo la erosión de las consonantes finales de palabra (Gavaldón 1970), que pueden derivarse del bilingüismo gullah-español que duró por muchas décadas (Hancock 1980, 1986).
Existe amplia evidencia del uso del créole haitiano en Santo Domingo, a lo largo de la historia del sector español de La Española (Lipski 1994 y las referencias citadas en dicho trabajo). En el oriente cubano, está documentada la presencia del criollo haitiano a partir de las últimas décadas del siglo xviii, aunque es probable que haya estado en suelo cubano aun antes. Con el éxodo de los españoles dominicanos a raíz de la revolución haitiana y la expropiación francesa de la colonia española mediante el tratado de Basilea en 1795, llegaron a Cuba hablantes del criollo haitiano, tanto esclavos como soldados negros libres que luchaban contra los ejércitos franceses. En el siglo xix, y hasta bien entrado el siglo xx, eran ampliamente conocidas en el oriente cubano muchas frases y expresiones del criollo haitiano.5 En el siglo xx, la importación de braceros haitianos representaba la inmigración antillana más importante, y quedan todavía poblaciones cubanas de habla haitiana que se derivan de estos desplazamientos demográficos.
El francés criollo de las Antillas menores está en contacto con el español en varias partes del Caribe, con las esperadas consecuencias lingüísticas. Por ejemplo en la península de Güiria, en Venezuela, el español está en contacto con el criollo francés de Trinidad; como consecuencia en el español regional de Güiria se da la doble negación del tipo yo no estoy yendo no (Llorente 1994, 1995).6 También se dan en este enclave venezolano —más que en cualquier otra variedad regional del país— preguntas no invertidas del tipo ¿Qué tú quieres?, calcando la sintaxis del francés criollo.7 Como otra indicación de la influencia del francés criollo sobre el español, podemos citar el habla de la costa caribeña de Costa Rica, el enclave antillano de Puerto Limón. Los limonenses son predominantemente de origen jamaiquino, descendientes de braceros contratados para trabajar en las plantaciones bananeras, y en la construcción del canal de Panamá, pero también había contingentes de habla francesa criolla —de Haití, Martinica, Guadalupe, etc.—. Las primeras dos generaciones de antillanos en Limón hablaban un español limitado, idéntico al español bozal del Caribe, y quedan vestigios hasta hoy en día.8
En Venezuela la lengua española goza de una presencia generalizada; sólo en algunos reductos en la cuenca del río Orinoco se encuentran todavía poblaciones indígenas que la hablan poco o nada. A la misma vez, hay varios enclaves dentro de Venezuela donde el español está en contacto con lenguas afroamericanas, idiomas criollos llevados por inmigrantes de países vecinos. A lo largo de la frontera con Guyana es posible encontrar individuos bilingües, que poseen unos conocimientos del inglés criollo, la lengua dominante en la Guyana (Harewood 1985). Es más frecuente el bilingüismo de parte de los guyaneses que viven en la franja fronteriza de Esequibo (territorio reivindicado por Venezuela desde hace mucho tiempo), y algunos hablan un español venezolano muy pasable. En la remota ciudad industrial/minera de El Callao el español están en contacto con el inglés criollo de Guyana y las islas anglófonas del Caribe, así como el francés criollo de Martinica y Guadalupe. El español hablado por los inmigrantes caribeños retiene las mismas características de una segunda lengua que se hallan entre los centroamericanos bilingües en el litoral caribeño, y se han grabado varias canciones en el inglés criollo y un lenguaje mixto que combina el inglés, el español y algunos elementos del francés criollo.
Es notable la presencia hispánica en los Estados Unidos de Norteamérica, gran parte de cuyo territorio perteneció en una época al imperio español y posteriormente a la República Mexicana. En este trabajo sólo podemos mencionar los aspectos más superficiales de un tema tan abarcador, y que incluye el español hablado por más de veinte millones de personas. Hasta la actualidad se ha mantenido el idioma español en diversas zonas del país; en términos cuantitativos, el español es el segundo idioma de los Estados Unidos, y en muchas áreas es la lengua mayoritaria. En gran medida, el perfil dialectológico del español estadounidense es un mosaico que representa la presencia hispánica original, así como las vías de migración posterior. La mayoría de estas variedades son muy semejantes a los respectivos dialectos de origen, debido a la inmigración relativamente constante de determinadas áreas hispanoamericanas. Todas estas comunidades lingüísticas han contribuido a la matización dialectal del castellano hablado en Estados Unidos, y al mismo tiempo estos grupos han experimentado las influencias del bilingüismo anglohispano que caracteriza a la mayoría de los hispanoparlantes nacidos o criados en este país. En el exterior, es generalizada la opinión que los dialectos hispanonorteamericanos se van convirtiendo en híbridos parcialmente acriollados, resultado de una comunidad que habla en español al tiempo que piensa en inglés. En realidad, la situación es muy otra, ya que existen grandes cantidades de norteamericanos hispanoparlantes cuyo dominio del castellano no se distingue en absoluto del habla de los respectivos países ancestrales, salvo en el caso de préstamos léxicos del inglés. Por otra parte, es posible señalar el lenguaje de muchas personas en el que se destacan amplios ejemplos de la descomposición del sistema gramatical y aun fonológico del español de acuerdo con los patrones del inglés, de manera que hay que admitir la eventualidad de una transformación en híbrido bilectal a largo plazo.
Un factor clave en la determinación de los desajustes sistemáticos entre los dialectos del español estadounidense y los dialectos latinoamericanos contemporáneos es el dominio idiomático a nivel idiolectal, y el grado de integración sociolingüística de las varias comunidades hispánicas. En cuanto al primer punto, hay que reconocer la existencia de hispanoparlentes vestigiales, los semi-speakers (‘hablantes a medias’ del español); son las personas en cuyas familias se ha producido una dislocación idiomática del español al inglés en el transcurso de una o dos generaciones, y donde existe una competencia lingüística desequilibrada hacia los conocimientos receptivos o pasivos. El caso típico del hablante vestigial es el individuo radicado en una vecindad de habla inglesa, quien suele emplear el inglés como único idioma del hogar y del sitio de trabajo, quien habla español con un grupo muy reducido de parientes mayores (quienes a veces viven en lugares lejanos), y quien posiblemente pasa años sin hablar el castellano, habiendo dejado el ámbito de habla hispana en la niñez o aun en la infancia. El español vestigial manifiesta características muy diferentes de las que definen los dialectos españoles integrados y de uso cotidiano; al mismo tiempo, no se debe confundir el habla vestigial con los esfuerzos titubeantes e inseguros de los extranjeros que comienzan a aprender el idioma español. Dentro de los Estados Unidos, el español vestigial no se limita a determinadas zonas geográficas, sino que surge espontáneamente siempre que, en una familia o una comunidad, tiene lugar el desplazamiento lingüístico del español al inglés, seguido del aislamiento parcial o total de los demás grupos de habla hispana. Por otra parte, hay que hacer constar un fenómeno lingüístico de gran importancia para la dialectología hispánica, la existencia de pequeños grupos de habla castellana, completamente aislados de las grandes poblaciones hispanoparlantes de los Estados Unidos, y cuyo lenguaje contiene rasgos arcaicos además de innovaciones, que en nada se parecen a los dialectos hispanonorteamericanos de mayor difusión. Estos núcleos aislados no han contribuido mayormente a la formación de contornos dialectales del español estadounidense, pero sirven para arrojar un poco de luz sobre los orígenes de los dialectos hispánicos llevados al continente norteamericano, y engloban rasgos significativos para las teorías sobre la evolución y el desarrollo de los pidgins y criollos. Hay que reiterar que los fenómenos del habla vestigial presentarse poco tienen que ver con el habla cotidiana de las grandes comunidades de origen cubano, puertorriqueño y mexicano radicadas en Estados Unidos; provienen de una situación muy especial de rápido desplazamiento idiomático al margen de las principales comunidades hispanoparlantes (Lipski 1986b, 1993b, 1996b, 1996c y las referencias citadas en estos trabajos). A pesar de las diferencias sistemáticas entre los dialectos del español representados en los Estados Unidos, las variantes vestigiales de estos mismos dialectos coinciden en varios aspectos estructurales. Ninguno de los fenómenos define un grupo en particular; se producen a medida que el español deja de ser el principal vehículo de comunicación frente al inglés.
Así concluimos este breve recorrido de las nuevas comunidades bilingües de Hispanoamérica y sus consecuencias para la microdialectología del español de América. Pocas de las áreas mencionadas han recibido análisis lingüísticos adecuados, y algunas sufren de la ausencia total de material bibliográfico y trabajos de campo. Continúan llegando grupos de inmigrantes a los países de Hispanoamérica, de manera que los estudios microdialectológicos sobre las comunidades bilingües de inmigrantes recientes llegará a ser un componente esencial en la descripción y el análisis de las variedades dialectales hispanoamericanas.