¡Viven en los Estados Unidos donde el inglés es la lengua nacional! Entonces, ¡hablen en inglés! ¡Olviden esa tontería de hablar en una lengua que nadie entiende! ¿Son americanos, o no? ¿Quieren avanzar como los demás? Entonces, ¡hablen como todo el mundo! ¡No se queden atrás! ¿Te llamas Graciela? ¡Que va! ¿Quién puede pronunciar tantas letras? Ahora te llamas Grace.
Así crecí en Los Ángeles, cursando mis estudios, siempre oyendo esas voces de maestros y maestras que diariamente me inculcaban el abandono del la lengua que se hablaba en el hogar de mi familia, inmigrantes de México. No llega de sorpresa saber que esas lecciones pudieran haber tomado raíz con muchos de nosotros, y que poco a poco se olvidara la lengua de los padres. Y así pasó con muchos de mis familiares y compañeras de estudios, produciendo toda una generación desconectada de sus raíces; una generación tan cerca a su tierra hispana pero tan lejos de su lengua y cultura.
Sin embargo esto no pasó siempre, ni con todos. Muchos nos rebelamos ante ese movimiento que tenía como intención borrar toda una lengua y con ello toda una cultura. Se nos decía que en los Estados Unidos éramos un Melting Pot, la olla en cual todos los ingredientes de lengua y cultura se derriten y mezclan para producir una magnífica y uniforme receta. Pero ocurrió un fenómeno lingüístico entre nosotros los hispanos, especialmente a través del sudoeste de los Estados Unidos: No nos derritimos.
A lo largo de comunidades separadas por incontables kilómetros, desde San Diego en el sur de California, hacia el norte hasta San Francisco y Sacramento, y de allí hacia Alburquerque en Arizona, y más allá hasta Las Cruces, Nuevo México, y todavía más distante hasta Amarillo, Texas, y de allí al sur hacia El Paso, y entre todas esas ciudades, unas medianas, otras grandes, el español como lengua siguió vivo y vibrante. En ciudades como Chicago, Nueva York, Washington, D.C. y Miami, esas voces hispanas también han tomado lugar principal en el discurso de cada día.
Esto no quiere decir que no hablamos inglés. Al contrario, el bilingüismo es lo que prevalece; una lengua influyendo a la otra, un proceso que ha resultado en una expresión híbrida, una mezcla de español e inglés, un cuerpo de comunicación amplio que se pudiera considerar una expresión trilingüe. Ahora, en el sudoeste de los Estados Unidos especialmente, el inglés se encuentra enriquecido por vocablos y frases que le han llegado directamente del español. Esto se ve en nombres de ciudades, calles, apellidos, alimentos, ropa, deportes, y notablemente, en la literatura escrita y publicada por hispanos, nativos de los Estados Unidos. Y lo mismo se puede decir del español que ahora, en esas partes, ha tomado una nueva expresión, repleta de términos y ritmos que se derivan del inglés.
—Me puse muy nervous cuando la teacher me llamó today en la school. Especialmente porque I didn't know la respuesta.
—¿Qué es esta revoltura de palabras? ¿Quién puede entender? Niños, ¡no mezclen sus palabras! Hablen un lenguaje u otro.
Oigo todavía la voz de mi madre o de mi padre que advertía no revolver el inglés con el español. Difícil tarea para niños de siete, ocho, o nueve años de edad, aún en los principios de su desarrollo lingüístico, y que apenas salían del aula con las palabras de sus maestros grabadas en la mente: Only English! Only English! Qué difícil llegar a casa donde lo contrario era la regla: ¡Sólo español! ¡Sólo español! Pronto descubrimos que lo más fácil era usar palabras tomadas de ambas lenguas aunque hacer esto manifestaba una insurrección en contra de esas leyes.
De esa resistencia nació nuestro diálogo, nuestra identidad, y más que todo, nuestra diferencia como escritoras y escritores hispanos en los Estados Unidos. Cuantas veces no se oye el comentario: ¿Qué es esto que oigo, qué siento, qué percibo cuando leo la obra de un Rodolfo Anaya, de una Ana Castillo, de una Pat Mora? ¿Cuál es esa peculiaridad que hace esa literatura americana pero que al mismo tiempo la aparta de la corriente haciéndola diferente? La respuesta se encuentra en nuestra expresión lingüística que intrateje el español e inglés.
Y aun más: Nuestro lenguaje nos lleva hacia un mundo temático, a veces paralelo a la experiencia estadounidense pero que con más frecuencia se define por asuntos típicamente nuestros: el patriarquismo; el papel de la mujer en la familia/fuera de ella; el machismo; nuestro misticismo; nuestra ideología. Lo mismo ocurre en la creación de personajes en cual se elaboran inolvidables personajes que reflejan el «otro lado» de la vida en los Estados Unidos. Nuestros escritores revelan el mundo de campesinos en los valles de California, Arizona y Texas; de costureras en las fábricas de Los Angeles y Chicago; de la servidumbre en hoteles y residencias de lujo en Miami, Las Vega y Beverly Hills; de inmigrantes que se atreven a cruzar desiertos y ríos para volver a lo que fue México.
Hay que decir que nuestra expresión corre riesgos porque suele tropezar con reglas y fórmulas que gobiernan ambas lenguas, inglés y español, y por lo tanto se expone a la crítica severa del convencionalismo. Ser escritor hispano es ser rebelde. Sin embargo, tenemos modelos de esta rebelión lingüística, una de ellas fue la formidable autora afro-americana, Zora Neale Hurston. En la década de los treinta Hurston produjo Their Eyes Were Watching God (‘Sus ojos miraban a Dios’) en donde la escritora introdujo el argó de su gente, descendientes de esclavos en los estados del Sur. Cuando se publicó la novela, la crítica fue severa, irónicamente aun más intensa dentro del círculo afro-americano de es época. Se le acusó a la escritora de perpetuar el estereotipo del negro servil y despreciable, de devaluar el personaje de la mujer negra, y otras críticas negativas tan intensas que en efecto se hundió la novela, casi olvidándose. Pero el transcurso del tiempo ha servido para desacreditar esas perspectivas estrechas, y cuando Alice Walker, formidable escritora afro-americana, inició el redescubrimiento de la Hurston durante la década de los ochenta, fue unánime el discurso sobre la riqueza de esos diálogos que en efecto son un inglés empapado con vocablos y expresiones híbridas de africanismos e inglés.
Sin duda, el asunto del uso de un lenguaje híbrido en nuestra literatura es tan controversial entre nosotros así como lo fue en la época de los treinta entre los escritores afro-americanos. Se presenta una considerable contienda, especialmente cuando la mezcla de lenguas ocurre, no estrictamente en boca de personajes, mas aún en la misma narrativa; en extendidas descripciones y párrafos en cuales el inglés resulta salpicado de español, y hasta con palabras híbridas: marqueta (‘mercado’), swéta (sweater), queque (‘pastel’), yarda (‘jardín’), por ejemplo.
Por un lado decimos que tal estilística es rica, que fluye y tiene sabor porque refleja el alma de un pueblo dentro de otro pueblo; una gente dentro de otra, un grupo dueño de su propia lengua. Pero existe otro lado de la misma cuestión: Esta narrativa abre camino a una expresión esotérica, exclusiva, en cual aquellos lectores que hablan solamente español o inglés se quedan afuera; pierden el sentido, el hilo, al no poder captar el pleno sentimiento de la narrativa.
Entonces la escritora/el escritor hispano se pregunta: ¿Qué hacer?
No cabe duda que el diálogo es la identidad y que las diferencias dentro de ese hablar es lo que recalca nuestra singularidad, nuestra originalidad. Sin embargo, ¿vale la pena perder aunque sea un solo lector al excluirlo con incomprensibles palabras y expresiones? De esta pregunta se ha ido formando una dialéctica que examina hasta qué medida debemos incluir al español así como aquellas palabras que son una mezcla de ambas lenguas en nuestra narrativa.
Por un lado algunos de nosotros decimos que escribir de esta manera refleja nuestra verdadera realidad porque así hablamos, así nos expresamos entre nosotros, entre familia, en la sobremesa. Además —y quizás de máxima importancia, (o peligro, depende de la perspectiva)— una literatura que reconoce una manera de hablar hace legítimo ese lenguaje, dándole autoridad y verosimilitud. La respuesta a esta argumentación es contraria y vinculada en el deseo de elevar el lenguaje, pulirlo, rescatar nuestra narrativa de cualquier alteración o defecto. Es volver al la prohibición de no mezclar el lenguaje. En efecto se repite el desafío que se le presentó a Zora Neale Hurston: ¿Para que perpetuar la imagen del chicano servil e inculto?
Este debate es continuo y se repite diariamente en conferencias, congresos, ferias, en el café o restauran, en donde quiera que dos o más escritores hispanos se reúnan. Es una cuestión abierta, una que quizás nunca alcance una respuesta definitiva. Es un asunto, sin embargo, que gira alrededor del singular deseo, muy genuino, de ambas perspectivas de recrear la realidad y misterio del mundo hispano que existe dentro de la corriente anglosajona de los Estados Unidos. Ambos mundos son contradictorios en sensibilidad, cultura y lengua. Sin embargo, esas realidades contradictorias descubren, al entrecruzarse, una zona maravillosa en cual esas sensibilidades diferentes y distintas se mezclan, recreado una realidad híbrida, y por lo tanto, interesante, atractiva, y —algunas voces dicen— seductiva.
Son numerosos los escritoras y escritores hispanos que actualmente están produciendo una obra que refleja estas diferencias; una obra que resulta una armonía de lengua, tema y personaje entre el mundo lingüístico español e inglés. Cada escritor contribuye su experiencia personal tocante tiempo y lugar, ya sea la realidad urbana, así como la rural. Cada uno de ellos se envuelve en asuntos de género, de sexualidad, de política abiertamente, siempre haciendo hincapié en la experiencia de ser hispano/a en los Estados Unidos. Es difícil hacer una lista breve, concisa de escritoras y escritores hispanos estadounidenses simplemente por razón de lo amplio que es ese grupo, pero vale la pena hacer nota de algunos ejemplos.
Ana Castillo, prolífica escritora que abarca asuntos socio-antropológicos así como culturales se destaca como excelente ejemplo de la estilística que refleja ambas lenguas, ambos mundos. En su novela So Far From God (‘Tan lejos de Dios’), Casitillo mezcla religión, una mística que combina creencias indígenas con un catolicismo ortodoxo. Sus personajes son curanderos y curanderas que cruzan camino con doctores y sacerdotes; locas con oficinistas; la madre tradicional que aspira ser alcalde de su pequeño pueblo. La elección de nombres indica el destino de los personajes de Castillo: Fe la Gritona; Caridad la Santera; Esperanza la Loca; Francisco el Penitente; Domingo el espose que va y viene. Y toda esta galería de vidas se desenvuelve en un lugar desconocido en el estado de Nuevo México. En sus temas, Castillo elabora un mundo tan diferente a lo anglosajón como lo es la noche del día: milagros, curaciones, santeros. El lenguaje recreado por Castillo es un revoltijo el palabras y expresiones, algunas estrictamente en inglés, otras en español, otras una combinación de ambas lenguas. Leer esta novela de Ana Castillo es entrar al corazón de lo que es la literatura chicana.
Francisco Alarcón, poeta, novelista, escritor de literatura infantil incluye todo un panorama de temas, personajes, costumbres y tradiciones chicanas en su obra. Para la atención infantil, Alarcón ha escrito varias obras en cual se destaca Smiling Tomatos (‘Jitomates sonrientes’). En formato bilingüe, el autor explica la procedencia del jitomate en México, nuestros platillos que provienen desde ancestros mexica (azteca). Naturalmente, Alarcón intercala español con inglés, dándoles a sus jóvenes lectores un sentido de orgullo e identidad a través de algo tan sencillo como los alimentos que sus madres confeccionan. En una manera más sofisticada ya que su audiencia es una de lectores mayores de edad, el mismo escritor nos ha dado Snake Poems (‘Poemas serpientes’) en cual traza, en lengua nahuatl, español e inglés, la sabiduría mexica constantemente perseguida por la sospecha y desdén del temible misionero español. De esa colección resulta el mismo sentido de identidad y orgullo de ser hispano dentro de la tradición indígena.
Arturo Islas, que lamentablemente falleció mientras aún en su plenitud, alcanzó darnos tres novelas de la cual se distingue The Rain God (‘El dios de la lluvia’). Situada en la frontera entre México y os Estados Unidos, la novela revela temas y lenguaje representante de esa experiencia. En capítulos nombrados Chile, Compadres y Comadres, y otras partes, Islas se atreve a arrimarse a temas que son tabú en el mundo méxico-americano: homosexualidad, divorcio, suicidio, la mujer adúltera. Aunque en comparación otros escritores chicanos, Islas usa poco español, sin embargo, el sentimiento es chicano, el dolor es el del desterrado, del enajenado.
Elena María Viramontes, hija de campesinos que trabajaron en las huertas del Valle de San Joaquín en California recreó esta experiencia en su novela Under the Feet of Jesus (‘Bajo los pies de Jesús’), dándonos la triste historia, muy conocida en estas partes, de jóvenes que dejan sus pueblos mexicanos en busca de la tierra prometida. Viramontes proyecta la opresión, el desengaño, el dolor de ese trabajo que expone a la gente a químicas, abandono, hambre. La escritora usa con abundancia, y sin explicaciones, una mezcla de español con inglés. Ejemplo: «Te vengo a decir adiós. No quiero verte llorando, Petra whispered the lyrics under her breath…» ¿Lenguaje exclusivo? Quizás. Sin embargo, cualquier persona que lee estas palabras entiende el dolor y protesta del sentimiento.
La lista de escritoras y escritores hispanos en los Estados Unidos es extensa: Cristina García, Virgil Suárez, Gloria Anzaldúa, Víctor Villaseñor, Julia Alvarez, Rolando Hinojosa, Alicia Gaspar de Alba, Marcos Villatoro, Sandra Cisneros, Rodolfo Anaya, Pat Mora … y muchos más. Las voces que hasta hace poco han callado, ahora proclaman nuestra identidad y diferencia. Editoriales mayores que antes rehusaban aún la posibilidad de publicar nuestro trabajo empiezan a tomarnos en serio. Esto ha resultado al ser impulsadas por editoriales (como Arte Público Press, University of Houston, Texas) dedicadas a la literatura de escritoras y escritores hispanos. Ahora congresos y conferencias en México, Colombia, Venezuela y España demuestran un marcado interés en nuestra expresión que incluye principalmente un lenguaje nuevo, rebelde, mestizo.