No debe parecer extraño que un congreso dedicado a la lengua española tenga cabida para una colaboración relacionada con el judeoespañol. Como la mayoría de los hispanistas, nosotros pensamos que el sefardí1 es una variedad lingüística hispánica y que para poder entender su compleja realidad hay que estudiarla dentro del universo que constituyen las diferentes variedades del español; la filiación hispánica del ladino es un hecho palmario: su norma gramatical tiene más que ver con la española que con la de cualquier otra lengua, su léxico forma parte del thesaurus hispánico, enriquecido paulatinamente con términos procedentes de distintas lenguas, y su ortografía deber ser también lo más cercana posible a la española para que pueda ser leído sin provocar extrañeza por un público de aproximadamente cuatrocientos millones de hispanoparlantes. Haciendo nuestras las palabras de I. Hassán, el sefardí sería la judeolengua del español.2
La trayectoria de los judíos españoles y la de su lengua constituye una de las páginas más singulares de nuestra historia tanto desde el punto de vista lingüístico como desde el cultural en general. Para poder situar lo que aquí brevemente queremos esbozar, es necesario aludir al término Sefarad, como nombre que en hebreo designaba a la España natal de los judíos desterrados en 1492. Siguiendo la terminología ya clásica de la escuela de Weinrreich, hablaremos de Sefarad 1 para referirnos a la etapa medieval de la historia de los judíos anterior a su expulsión; Sefarad 2 alude a todo aquello propiamente sefardí, a las zonas de asentamiento de los judíos expulsados de la Península a partir de 1492; Sefarad 3 es la denominación convencional para las zonas de dispersión secundaria —que no eran de Sefarad— a las que accedieron los sefardíes a raíz de la fragmentación política de la desmembración del Imperio Otomano y de las corrientes migratorias de la población sefardí desde finales del siglo xix.
La llamada diáspora secundaria o éxodo sefardí comprendido entre finales del siglo xix y la segunda guerra mundial tuvo una serie de consecuencias de diferente signo que en lo lingüístico dan lugar a la aparición de una lengua estandarizada a partir de la mezcla de sefardófonos procedentes de diferentes orígenes geográficos y de adscripción social también distinta que eliminó los rasgos distintivos de cada sector. Además, y éste es el punto en el que se centrará nuestra exposición, el sefardí transportado a los países hispanohablantes sufre un proceso de rehispanización como consecuencia de los parecidos estructurales entre el español y el sefardí, y esto conducirá paulatinamente a su desaparición.
Si desde el punto de vista histórico los sefardíes en América han merecido cierta atención por parte de los estudiosos del tema, no ha sucedido lo mismo desde la perspectiva lingüística: son muy escasos los trabajos dedicados específicamente a la realidad de la lengua judeoespañola en el continente americano. Sabemos que en Hispanoamérica, de acuerdo con las noticias que Paloma Díaz-Mas nos proporciona desde la revista Sephardi World,3 en 1982 había unos 200 000 sefardíes: en Venezuela cerca de 10 000; en Argentina, a pesar de lo numeroso de su población judía, sólo unos 30 000 son sefardíes; en Uruguay cerca de 7500 y en México alrededor de 13 000.
En estas páginas centraremos nuestro estudio en un solo país: México, para dar una pequeña muestra de la historia lingüística interna y externa del judeoespañol en este país centroamericano que se engloba dentro del área que más arriba denominábamos Sefarad 3. Para poder trazar estas líneas nos hemos servido de dos tipos de fuentes: por un lado los datos extraídos de un trabajo elaborado por R. Karina Revah Donaht y Héctor Manuel Enríquez Andrade en 19944 a partir de la información de diferentes hablantes de la Ciudad de México, y, por otro, de tres textos literarios de Rosa Nissán,5 escritora mexicana descendiente de judíos sefardíes que recrea en sus obras la lengua ladina que sus familiares o amigos todavía conocen o practican entre sí.
Como ya apuntábamos en un trabajo anterior,6 el éxodo sefardí hacia zonas de emigración de habla española tuvo, entre otras consecuencias, la de un proceso de rehispanización, de neodialectalización, que conduce irremediablemente a la desaparición del judeoespañol, como ya sucediera con la jaquetía —judeoespañol del Norte de África— hace más de un siglo. En el caso de México, como muestran R. K. Revah y H. M. Enríquez, los sefardíes que llegaron procedentes de Oriente hablaban, además de las lenguas de sus lugares de origen, el judeoespañol, que apenas tiene presencia ya en este país por circunstancias estrictamente lingüísticas (sus parecidos estructurales con el español) y por razones socioculturales: la necesidad de integrarse en todos los ámbitos de la vida cotidiana en la nación de acogida y, en algunos casos, el deseo de no ser identificados como judíos dado que muchos de ellos llegaron huyendo de las persecuciones que en Europa había provocado la segunda guerra mundial.
De los datos que hemos podido obtener de las fuentes que citábamos arriba merece destacarse un hecho fundamental que explica, en parte, la progresiva desaparición del sefardí como lengua de uso en México: son los mayores de 65 años los que todavía se sirven del ladino para comunicarse entre ellos; la generación siguiente conoce esta lengua, la entiende, pero no la practica; las generaciones más jóvenes no la hablan y tienen un escaso conocimiento de la misma: apenas dichos, refranes o frases idiomáticas que se han consolidado socialmente. Es importante en este sentido anotar una serie de testimonios que Rosa Nissán nos muestra en su libro Las tierras prometidas, que constituye una especie de diario de su viaje a Israel. A propósito de su identidad mexicana, aunque su origen sea judío dice: «estoy hecha en México, hablo español» (p. 11); o cuando nos permite constatar la progresiva desaparición del sefardí como sistema lingüístico de comunicación habitual: «En la mesa de al lado una familia habla ladino, apunto palabricas que no conozco o tenía olvidadas, creo que mi mamá está deshando de hablar en este estilo» (p. 126).
Rasgos morfosintácticos del sefardí en México
Es un hecho innegable que la lengua judeoespañola, a pesar de la existencia de personas conocedoras de la misma, está en franco proceso de desaparición como sistema de comunicación social. A pesar de ello, desde las noticias que nos proporciona el corpus que hemos analizado podemos dar cuenta de una serie de rasgos que dibujan la morfosintaxis del sefardí de estas tierras mexicanas7.
1.1. Las formas mos ‘nos’, mosotros ‘nosotros’, mosotras ‘nosotras’, muestro ‘nuestro’ son las habituales, como ocurre también en los registros dialectales o vulgares hispánicos, aunque en sefardí este rasgo es especialmente visible y el cambio m- por n- se da en palabras ajenas a los mencionados registros hispánicos. Lo interesante es constatar cómo en nuestros textos hay también cabida para la forma del español general con n-, cuestión esta que, como veremos más adelante, permite documentar duplicidad de formas: unas pertenecientes al sefardí más castizo y otras idénticas al español estándar.
1.2. Dingunos es la forma utilizada para el indefinido ‘nadie’, que tiene, con variantes, presencia en zonas dialectales españolas: «No puede quedarse sola, a veces tocan o quiere ir al baño y si no hay dingunos, guay de mí, la pasa muy mal».
1.3. Cuálo se usa como pronombre interrogativo o exclamativo: «¿Cuálo que haga?» ‘¿Qué puede hacer?’.
1.4. Para expresar la posesión se prefieren las formas de pronombre personal precedido de preposición a las propias del sistema de los posesivos: «Una foto de ti» ‘tuya’.
2.1. Sin duda uno de los rasgos más característicos de la morfología del verbo en sefardí es la forma terminada en -í para la primera persona singular del pretérito indefinido de la primera conjugación; rasgo que se documenta ya en esta lengua desde el siglo xvii: lleguí, comprí, llení, me soflamí, preparí, peguí, me murí de risa, probí. Asimismo, la persona nosotros se hace en -imos; como consecuencia todo ello de la extensión analógica de las desinencias verbales de las otras conjugaciones: nos acodrimos, lleguimos, nos quedimos, nos bañimos, tomimos, mos criímos yuntos.
2.2. Una innovación lingüística del sefardí del siglo xix es el paso de las antiguas terminaciones de segunda persona singular y plural del pretérito indefinido -ste a -tes: tomates ‘tomaste’, abrites ‘abriste’. Sin embargo, como antes comentábamos éste es uno de los casos en los que podemos observar duplicidad de resultados: junto a estas formas genuinamente judeoespañolas aparecen las formas que son características del español: deshaste, guadraste, esposaste, como claro síntoma de la rehispanización del ladino en tierras de la América hispanófona.
2.3. Las formas arcaicas vo, esto se mantienen sin la integración del adverbio y, que resulta ser un rasgo conservador del judeoespañol al tiempo que enlaza con variedades del español no estándar.
3.1. Género
Algunos sustantivos registran en sefardí un género diferente al que tienen en español peninsular no dialectal: un sartencico. Recordemos que en México este sustantivo también es masculino, aunque en el mismo texto encontramos en boca de un hablante de español una sartén junto a el sartén.
3.2. Número
Se construyen algunos plurales a imitación del hebreo: ladronim ‘ladrones’.8 Junto a este ejemplo tenemos otros que corresponden a términos hebreos: morá, morim ‘maestra, maestros’, bajurim ‘novios’.
Las palabras terminadas en -í tónica forman su plural añadiendo una -s: el turquismo maví, mavís ‘azul, azules’ o el adjetivo verdolís ‘verdes’ pueden documentar el procedimiento.
3.3. El grado
Además de los recursos gramaticales habituales para la expresión del superlativo,9 cabe destacar en nuestros textos expresiones como pudridora en grande ‘muy fastidiosa’, Amané gurgusas ‘más que desgraciadas’ o los míos (amores y males) son más muchos.
3.4. Gentilicios
Observamos la presencia de diferentes sufijos para la formación de los adjetivos que indican origen o nacionalidad: sefarditas, idishicas, arabicas, turcanos.10
3.5. Los diminutivos
Como es bien sabido, la presencia de sufijos apreciativos de este tipo es muy profusa en la lengua sefardí. En la mayor parte de los casos su valor no es nocional, sino afectivo. La forma -ico / -ica es la característica para esta función y se une tanto a sustantivos como a adjetivos: bocadico, pepinico, hishica ‘hijita’, oshicos ‘ojitos’, tacica, alica, chiquitica, varica, dulcico, cucharadica, palico, palabricas, Sarica, preciadica, mancebica, sarampionico, bistecicos, chiquitica, solica, sabalica ‘pobrecita’, al ladico, yuselicas cosas ‘cosas bonitas’. Pero junto a este sufijo tan propio del sefardí castizo encontramos la presencia de otros que son de uso más general en el español; nos referimos, sobre todo, a la forma -ito / -ita: preciadita puede ser una muestra; pero es mucho más ilustrativa la siguiente frase recogida en la novela Novia que te veas: «Sube tantito, preciadica de la madre: ¡Anda, chula, macari me ayudarás a mover esta mesita y esta plantita y esta tacita».
El sufijo -eta tampoco está ausente de este elenco de elementos apreciativos que venimos comentando: pobereta es un ejemplo del mismo que se documenta también en zonas dialectales españolas, como Aragón.
3.6. Otros procedimientos de derivación
3.6.1. Para la formación de nuevos sustantivos o adjetivos, con diferentes implicaciones semánticas, nuestros textos registran un amplio abanico de sufijos de los que daremos cuenta a continuación: -osa, saludosa, resbalosa ‘mujer ligera de cascos’, meriquiosa ‘preocupada’; -ora, pudridora ‘fastidiosa’; -ota, mazalota ‘suertuda’; -ez, pesgadez; -orio, yentorio ‘gentío’; -ado / -ada, atavanado ‘loco’, mursanadas ‘porquerías’, aburacada ‘agujereada’, desjashalada ‘descuidada’, entercada ‘empeñada’; -dji de origen turco se utiliza como elemento derivativo para referirse a profesiones: cunduradji ‘zapatero’11.
3.6.2. No podemos dejar de mencionar aquí que es el verbo la categoría gramatical en la que se observa una mayor vitalidad en la creación de nuevos términos a partir del procedimiento de prefijación; las formas en- y a- son las más productivas para tal menester: embañar ‘bañar’, arresentarse ‘calmarse’, embatacar ‘ensuciar’, alvantar ‘levantar’, arrabiar ‘enfadar’, abashar ‘bajar’, asentar ‘sentar’, alimpiar ‘acabar’, atornar ‘regresar’, aflacar ‘adelgazar’.
De entre este variopinto apartado en el que incluiremos tanto a las preposiciones como adverbios e interjecciones, deseamos destacar los siguientes términos: ma y su variante amá ‘pero’; demprano ‘temprano’; lademañanada ‘temprano’; aide se utiliza como forma de interjección con el sentido de ‘vamos’, ‘ándale’; asiviva ‘ojalá’; agora ‘ahora’; guay, interjección usada generalmente para indicar dolor o lamentación (¡guay de él! ‘¡Ay de él!), de ahí derivan precisamente el sustantivo guaya ‘lamentación’ y el verbo enguayar ‘lamentarse’; fin ‘hasta’: «Vo a vinir de la mañanica, fin a la noche»; ansina ‘así’; dumpués ‘después’; macari ‘por favor, ojalá’.
Quisiéramos hacer mención aquí a un determinado tipo de frases —sobre las que estamos trabajando actualmente— de carácter exclamativo o interrogativo en las que el verbo se coloca al final de las mismas, de manera que desde el punto de vista pragmático el elemento informativo que es fundamental para el hablante se coloca al comienzo de la oración, adquiriendo así la relevancia perseguida.12 Resulta tan llamativo este tipo de construcciones que en uno de los textos, cuyo título responde a la construcción a la que nos referimos —Hisho que te nazca—, la protagonista, judía y descendiente de sefardófonos, está escribiendo una novela en español y hace la siguiente reflexión:
Por fin entendí por qué construyo al revés las oraciones. ¿Se dice al revés las oraciones o las oraciones al revés? ¡Qué difícil! Por ahí escribo que mi madre me dice: “¿Sabia vas a ser?” Elena, al corregirme, invierte la frase. Y no, no va así, me defiendo. Revisamos otras frases y me doy cuenta de que así lo escribo porque así lo he oído en mi casa. Digo “¿Atavanada estás? ¿Turista eres?”. Así es el ladino, “ansina tiene que ser”, dice mi madre, por eso escribo así, qué lata y qué difícil cambiar. “Todo, todo lo escribes al revés volteado”, diría mi madre.
(p. 234).
Otros ejemplos rescatados de nuestros textos serían los siguientes: Novia que la veas; Esposa no seas; ¿Atavanada estás?; Diablos que se los lleve; Salud que haya; Necio no seas; ¡Hisho que te nazca!; ¡Madre alegre, saludosa!; Mazal bueno que tengas, preciada.
Esta aparente dislocación del orden de palabras está al servicio de la coherencia discursiva y permite que el tema tenga un mayor valor comunicativo.
A pesar de lo incompleto del análisis realizado de algunos de los rasgos que se pueden apreciar en el judeoespañol de esta zona enmarcada en la llamada Sefarad 3 que muestran que esta lengua tiene sus propias claves de identidad que la diferencian del español y de otras variedades hispánicas, no es menos cierto que se encuentra en estado terminal: primero queda relegada a la esfera de uso familiar, utilizándose el español como lengua de prestigio cultural y social, con evidentes similitudes estructurales en sus sistemas lingüísticos, lo que acelera todavía más su retroceso. Si a esto le añadimos la pérdida de consideración por parte de sus propios hablantes, el resultado es que en esta zona lo que va quedando es la presencia de algunos rasgos del ladino en el español de México o del resto de los países de habla española en los que hay todavía presencia de sefardófonos. Muchos hablantes originariamente sefardíes ya no tienen al ladino como primera lengua y tampoco la transmiten a sus descendientes, amén de la ausencia de tradición de enseñanza de la misma en escuelas o centros destinados a tareas educativas.
Esto explicaría también que encontremos duplicidades en algunos rasgos fonéticos, morfosintácticos o léxicos, como tuvimos ocasión de comentar más arriba a propósito, por ejemplo, de la presencia de formas verbales tan genuinamente ladinas como tomates junto a otras tan españolas como esposaste; o el mantenimiento de ese característico orden de palabras en las frases al que aludíamos en una hablante cuya lengua de uso es el español pero que ha escuchado en casa el ladino porque sus parientes lo hablaban o lo conocían.
Otra cuestión interesante es la percepción que los propios sefardíes tienen acerca de su lengua: muchos siguen pensando que es el español que se hablaba en la España medieval; y así se cuenta la siguiente anécdota en la novela Hisho que te nazca:
Me hizo gracia la sorpresa de la mesera, como estaba con nosotras una mujer y su hijo adolescente recién llegado de Turquía y hablan el ladino puro, actual de allá, la joven exclamó:
—Hablan como inditos.
Y sí, así es pues es el español que les enseñaron los conquistadores. El descubrimiento de América y la expulsión de los judíos fue el mismo año.
(p. 168).
Como ya comentábamos en trabajos anteriores, no es el sefardí un sistema arcaizante que responda a lo que fuera en el momento de la primera diáspora: el paso del tiempo y el contacto con otras lenguas fueron configurando una modalidad lingüística individualizada del español que presenta una gran policromía en todos sus niveles de descripción lingüística, como permiten descubrir los textos en sus diversas variedades diacrónicas, diatópicas, diastráticas y diafásicas. Es aínda muncho lo que queda por estudiar para poder esclarecer con rigor las claves de «la aventura del sefardí en América», y esto supone un compromiso y un estímulo para quienes, desde perspectivas diferentes pero complementarias, nos sentimos atraídos por el tema.