El concepto de norma, forjado desde los cimientos de la Gramática Tradicional, se ha convertido en una noción básica tanto en la Teoría del Lenguaje como en la Lingüística Aplicada. Por razones no coincidentes, gramáticos hindúes, griegos, romanos y árabes conjugaron visión prescriptiva y descriptiva del lenguaje en sus obras. Toda gramática de orientación prescriptiva tiende a imponer un modelo, patrón o norma de uso lingüístico al resto de la comunidad. El uso correcto (le bon usage de los franceses).
Gracias a la influencia de los gramáticos clásicos sobre el pensamiento lingüístico occidental, la función y estructura de sus tratados, así como el concepto mismo de norma, se mantuvo invariable a lo largo de los siglos. Con el nacimiento del estructuralismo y su defensa de la visión descriptiva de los hechos del lenguaje la noción tradicional de norma1 queda momentáneamente relegada al ámbito didáctico. El lingüista se limita a registrar y estudiar los usos, pero sin introducir valoraciones externas. Los teóricos del lenguaje utilizarán este término para dotarlo de un nuevo sentido (norma2).
El generativismo, al aplicar los conceptos de gramaticalidad/agramaticalidad introduce nuevamente el concepto de valor, si bien inmanente, que discrimina en dos clases los usos lingüísticos. Al gramático le corresponde describir y explicar la génesis y transformación de la competencia, es decir, del conjunto ilimitado de enunciados gramaticales de una lengua.
Gracias a la eclosión experimentada por las ciencias del lenguaje en el último cuarto del siglo xx, hemos asistido al nacimiento de nuevas disciplinas y al desarrollo espectacular de otras que han permitido roturar territorios inexplorados del lenguaje. Es el caso de materias como Pragmática, Sociolingüística, Psicolingüística, Etnolingüística, Análisis de la Conversación, Lingüística del Texto o Análisis del Discurso, Semiótica. De forma paralela, se desarrolla la reflexión sobre las aplicaciones del conocimiento lingüístico que permitirá que se hable de una nueva disciplina: la Lingüística Aplicada. Considero que la modificación operada sobre el pensamiento lingüístico es tan profunda que nos hallamos ante un nuevo modelo: la Lingüística de la Comunicación.
Gracias a estos nuevos conocimientos, la noción genérica de norma ha adquirido nuevos perfiles y dimensiones. El objetivo de esta ponencia consistirá en mostrar de forma panorámica estos nuevos territorios en los que se instala algún aspecto de la deontología comunicativa. En cada uno de estos ámbitos pueden aflorar tipos de normatividad de mayor o menor poder coercitivo que pueden ser útiles tanto en la descripción y explicación del lenguaje como en sus aplicaciones prácticas.
Hemos hecho alusión a lo que ya constituye un lugar común: que las gramáticas clásicas conjugaban la visión descriptiva con la orientación prescriptiva. Cabe preguntarse aquí por las causas de esta imbricación del normativismo dentro de las descripciones gramaticales. Podemos apuntar algunas razones:
Aunque las gramáticas clásicas están guiadas en esencia por una finalidad normativa, no se debe olvidar que, una vez instaladas en lo que consideran la norma correcta, adoptan una posición descriptiva. Los griegos efectuaron una parcelación de los dominios del lenguaje que ha perdurado prácticamente hasta el siglo xx y que, en el punto que nos interesa hoy, ha tenido influencia en la concepción y aplicaciones de la norma. (Cuadro 1)
Hechos lingüísticos | |||||
Oracionales | Discursivos | ||||
Lingüística | Retórica | ||||
Gramática | Diccionario | ||||
Analogía | Sintaxis | Prosodia | Ortografía | ||
Norma: Incorrección |
Norma: Impropiedad |
Como se puede observar en el gráfico anterior, estaban fijados por la parcelación misma que efectuaban de la Lingüística. La parcelación inicial en Gramática y Diccionario se refleja en las dos ocupaciones emblemáticas de la Real Academia Española desde el inicio. Por su carácter eminentemente práctico, la docta institución, siguiendo el ejemplo de Nebrija y otros gramáticos clásicos, decide editar desde 1741 una Ortografía independiente. (Cuadro 2)
Gramática | Diccionario | ||||
Analogía | Sintaxis | Prosodia | Ortografía | ||
Incorrecciones | Faltas | Impropiedades |
La Prosodia se incluirá en el ámbito de la Fonología. Dado el carácter descriptivo de esta disciplina, los aspectos normativos correspondientes a la elocución oral («recte loquendi») han quedado en un terreno de nadie, lo que ha provocado un silencio y un olvido preocupantes.
Los clásicos tuvieron conciencia de lo limitado de su función. No es el gramático quien fija la norma, sino el pueblo mismo. Horacio sostenía una posición clara y rotunda: el uso es el dueño absoluto y señor le las lenguas. Séneca se manifestaba en la misma línea: «Grammatici custodes sunt, non auctores linguae».
La tradición gramatical condensa en expresiones de carácter general el patrón normativo: el uso correcto, «le bon usage», «ars recte loquendi recteque scribendi» (Nebrija).
Para cada lengua se van perfilando patrones normativos que originariamente están relacionados con el poder y la cultura. Para Vaugelas (1647) «c’est la façon de parler de la plus saine partie de la cour» Nebrija propone como modelo el uso de los varones ilustres y de las autoridades («ex doctissimorun uirorum uso atque auctoritate collecta»). Con el tiempo se tomará como modelo la forma de comunicarse de las gentes cultas de alguna ciudad. En Inglaterra se impone el habla de las villas universitarias de Oxford y Cambridge. En nuestro país vecino se adueña del prestigio el franciano de París. Navarro Tomás toma como punto de referencia el habla de la gente culta de Madrid. Las modernas investigaciones sociolingüísticas hispánicas se centran en la norma culta de las grandes ciudades. El objeto de esta sección del congreso apunta precisamente a estudiar aspectos del nuevo ideal de lengua común: el estándar hispánico.
Los historicistas inician una reflexión sobre el lenguaje con propósito científico. Tomando como modelo las ciencias naturales, se buscan en nuestro dominio leyes de obligado cumplimiento que expliquen el desarrollo y evolución de las lenguas. Observan contradicciones entre el normativismo y el espíritu descriptivo: la evolución de la lengua suele tener origen en las formas de hablar populares, argóticas o dialectales. Tal es así que la corrección de una época no hace sino consagrar las incorrecciones de la época precedente.
3.2.1. La principal renovación del estructuralismo reside en la adopción de una única orientación metodológica: el descriptivismo. El gramático estructuralista no se interesa por decirnos cómo debe ser el lenguaje, sino en mostrar cómo es, cómo funciona. Ésta es la primera premisa para conseguir el estatuto de cientificidad. El químico estudia la composición y las propiedades del ácido sulfúrico, pero nunca se le ocurrirá decirle: «no seas tan corrosivo».
La gramática tradicional criticaba duramente los procesos analógicos, porque eran fuente constante de formas incorrectas (amo-amé-amó, ando-andé-andó). Frente a la crítica tradicional contra dichos procesos analógicos los neogramáticos y Saussure levantaron su voz: la analogía es un mecanismo explicativo de cómo las lenguas pasan de un estadio a otro. En la misma línea, H. Frei intenta mostrar en su libro Grammaire des fautes (1929) que las supuestas faltas del lenguaje se originan las más de las veces en los mismos mecanismos psicológicos que permiten al lenguaje correcto cumplir sus funciones.
3.2.2. Hacia un nuevo concepto de «norma». En el paradigma estructuralista asistimos a una renovación de disciplinas. Se mantienen la Morfología y la Sintaxis (aunque con nueva orientación y nuevos criterios) y aparecen la Fonología y la Semántica. De todas se elimina la preocupación y las reflexiones normativas.
En el pensamiento del lingüista estructural no es operativo el eje de valoración correcto/incorrecto. Como consecuencia, el término norma queda vacío de contenido. Se convierte en un significante apto para ser utilizado con otro sentido y otras funciones en la descripción. Autores como Hjelmslev y Coseriu le otorgarían un nuevo valor.
L. Hjelmslev sustituye el binomio saussureano lengua/habla por la oposición ternaria esquema/norma/uso. El esquema es una entidad abstracta, estructural, opositiva, pero despojada de todo valor material. El cenema /a/, por ejemplo, es lo que tienen en común el fonema /a/, la letra a y su representación en morse (· —). La norma, por el contrario está integrada por unidades concretas y funcionales. El fonema /a/, que podemos definir en rasgos de sustancia conformada (vocálico, abierto), pertenece a la norma.
E. Coseriu parte asimismo de la descoordinación de criterios en los que se basa el doblete saussureano lengua/habla: «Lengua y habla no pueden ser realidades autónomas y netamente separables, dado que, por un lado, el habla es realización de la lengua, y, por otro lado, la lengua es condición del habla» (Coseriu,1952:41). De los criterios que Saussure proponía para diferenciar lengua y habla elimina las oposiciones virtual/actual y psicológico/psicofísico. Por otra parte, observa que los dos restantes (sistemático/asistemático y social/individual) tampoco recubren la misma realidad. De su consideración simultánea y de su superposición se genera el concepto de norma. (Cuadro 3)
Sistemático | Asistemáticoo | |
Social | Individual | |
Sistema | Norma | Habla |
La aportación de Coseriu ha generado una de las múltiples homonimias terminológicas con las que nos encontramos en el lenguaje científico. La norma2 presenta notables discordancias con la noción tradicional (norma1). (Cuadro 4)
Norma1 | Norma2 |
---|---|
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|
3.3.1. Gramatical/agramatical. N. Chomsky propone como objeto teórico de la lingüística que instaura la noción de competencia lingüística, definida como el conocimiento que posee de su lengua un hablante/oyente ideal. Esta competencia le permite construir y comprender el conjunto prácticamente ilimitado de las oraciones gramaticales posibles en la misma.
A diferencia de los estructuralistas, que se mantenían neutros respecto a la valoración de los enunciados, Chomsky introduce un criterio discriminador: el doblete gramatical/agramatical. Sólo los enunciados gramaticales se ajustan a la competencia lingüística, sólo ellos pueden ser objeto de la Gramática. Los que violan alguna de sus reglas son agramaticales.
3.3.2. Gramaticalidad/aceptabilidad. Introducen un nuevo eje de valoración: la aceptabilidad. No toda oración gramatical es aceptable. Existen secuencias bien construidas que bien por su complejidad, bien por su extensión no son inteligibles ni aceptables. La gramaticalidad depende de la competencia, mientras que la aceptabilidad está conectada con la actuación, es decir, condicionada por limitaciones como la atención, memoria, ruidos, etc. Ambos criterios, gramaticalidad y aceptabilidad, son de orden inmanente: no dependen de criterios externos a la propia lengua o a las leyes de producción y comprensión.
3.3.3. Gramatical/correcto. Es indudable que la noción de gramaticalidad introduce nuevamente en la reflexión lingüística un eje axiológico, valorativo. Se dividen los enunciados en dos grupos, de los cuales se valora positivamente unos y negativamente otros. La obligación de generar oraciones gramaticales posee un valor coercitivo mayor que el de cualquier norma. Por otra parte, la necesidad de producir secuencias aceptables, aunque sea un imperativo teórico de menor fuerza, presenta también un indudable valor prescriptivo.
Este hecho ha conducido de forma inevitable a establecer paralelismos y conexiones con la visión tradicional normativa de la corrección. Los generativista sostienen que existen diferencias:
Hemos de realizar algunas observaciones:
A partir de los años sesenta se inicia una crisis que va a remover nuevamente los pilares de la Lingüística. Se trata de una crisis serena y apacible que no va a provocar grandes luchas intestinas entre los investigadores. Nacen nuevos campos de estudio. Otros, que habían conocido una existencia efímera, se desarrollan de forma espectacular. El germen de muchas de estas disciplinas son, precisamente, principios y conceptos estructuralistas que no habían sido explotados en su integridad. (Cuadro 6)
La consecuencia inmediata de este crecimiento singular fue la expansión del objeto teórico de nuestra disciplina. La Lingüística no se detiene a describir y explicar los fenómenos que entran en el ámbito del código, en la parcelación prevista por la langue saussureana o la competencia generativista. El dominio de una lengua implica mayor número de conocimientos de los que se incluían en la Morfología, la Sintaxis, la Fonología y la Semántica. A la vez que el código, el niño incorpora saberes pragmáticos, sociolingüísticos, culturales, discursivos, conversacionales, etc.
Paralelamente al desarrollo de las disciplinas teóricas, se inicia una reflexión sobre las aplicaciones de los conocimientos lingüísticos en la resolución de problemas prácticos. Nace así una disciplina pujante, la Lingüística Aplicada, ligada en principio a la metodología de la enseñanza de segundas lenguas, pero que en los últimos años ha conocido un glorioso esplendor debido a muchos motivos, entre ellos el desarrollo técnico proporcionado por la Informática. Entre sus disciplinas podemos destacar:
En 1972 Del Hymes denominó este nuevo conocimiento como competencia comunicativa y lo explicitó en componentes que ordenó mnemotécnicamente en un acróstico: speaking.
Debemos a M. Canale, L. Bachman y otros autores conocidos desarrollos de la noción de competencia lingüística. Nosotros, basándonos en el campo roturado por las nuevas disciplinas, la hemos representado de forma repetida en el siguiente gráfico. (Cuadro 7)
Toda nueva disciplina describe regularidades en el comportamiento lingüístico de los hablantes. Éstas pueden ser observadas desde dos puntos de vista.
Una de las enseñanzas que nos ha proporcionado la Lingüística de la Comunicación es que comunicarse es adoptar una forma de comportamiento social de acción interpersonal que está sujeta no sólo a las reglas del código lingüístico, sino también a una especie de código deontológico nunca escrito, pero que tiene sus reglas. Desde que un hablante toma la palabra y se enrola como participante en una actividad comunicativa su acción pasa a ser valorada según determinados parámetros del deber ser. De acuerdo con estos ejes axiológicos un enunciado puede ser:
± conveniente
± adecuado
± suficiente
± relevante o pertinente
± cortés
± coherente
± verdadero
± claro
El emisor, por el hecho mismo de haber asumido la palabra, se convierte en sujeto responsable ante los ojos de este código social de comportamiento comunicativo. La sociedad castiga sus transgresiones que tipifica con términos de valoración más o menos dura: inoportuno, grosero, descortés, incoherente, parco, mentiroso, falso, confuso, desordenado, soez, irreverente, etc.
Si observamos con detenimiento los trabajos de orientación normativa y práctica que circulan por el mercado, observaremos que se mantienen dentro de los límites marcados por la lingüística tradicional: Diccionario y Gramática. En este último ámbito se atienen a las disciplinas Morfología, Sintaxis, Ortografía y Prosodia.
Respecto al léxico, la actitud normativa se encuentra ante dilemas perennes: ¿tradición o innovación?, ¿clasicismo o purismo? El desarrollo reciente de la Lexicografía y sus aplicaciones escolares ha de influir de forma decisiva en dominio del léxico y su norma.
Morfología y Sintaxis normativas se ven beneficiadas por los desarrollos de estas disciplinas y el conocimiento más profundo, puntual e interrelacionado de las mismas. La Ortografía, segregada ocasionalmente de los tratados de Gramática, sigue en los mismos confines de siempre, pero con resultados prácticos desastrosos. Se levantan voces cargadas de razón para reivindicar la Ortofonía, disciplina prácticamente olvidada en la enseñanza. Sobrevive en el digno reducto de las escuelas de Arte Dramático y de gabinetes de psicólogos y logopedas.
En el nuevo paradigma de la Lingüística de la Comunicación tenemos una disciplina, la Sociolingüística, que ha desarrollado y renovado tanto los conceptos básicos como la armadura teórica de la norma. La dialectología tradicional había roto con el sueño de la unicidad de la lengua tanto en fronteras como en niveles. La lingüística estructural había marcado tres ejes de diferenciación lingüística dentro de una lengua histórica (diastrático, diatópico, diafásico). La Sociolingüística:
Dado que mis colegas y compañeros son buenos conocedores de la norma estándar en diversos países hispanohablantes, yo aplicaré un ligero quiasmo en el título. Tal vez no sea demasiado osado reflexionar sobre la norma estándar, sino sobre el estándar de la norma. Pienso que es necesario, sobre todo si pensamos en la enseñanza de la lengua, salir de la frontera de la lingüística tradicional y tratar de reflexionar sobre la existencia de otras normas que aprendemos con el lenguaje, que se enseñan junto con las destrezas de la lengua y que, sin embargo, no constituyen objeto de reflexión en los manuales de reflexión normativa.
Es posible que el nacimiento y desarrollo de la Pragmática haya sido uno de los acontecimientos lingüísticos de mayor relevancia en la segunda mitad del siglo xx. Significó una ampliación de objeto y de recursos (ahora se explica el mensaje no sólo desde el código, sino tomando en consideración todas las instancias del acto comunicativo: emisor, receptor, canal, circunstancias…). Ha modificado nuestra concepción misma del lenguaje. No abordaremos aquí, sin embargo, la Pragmática en toda su amplitud, sino en cuanto esté relacionada con la existencia de normas comunicativas, desconocidas por los paradigmas lingüísticos precedentes. Apuntábamos más arriba cómo la Lingüística de la Comunicación ha venido a mostrarnos que hablar es adoptar una conducta gobernada por una serie de reglas de deontología comunicativa. Algunas de estas reglas se las debemos a la Pragmática.
La teoría de los actos de habla, con independencia de su actual agotamiento, nos ha hecho ver que la lengua no es palabra, ni oración, sino un instrumento de acción y de interacción. La Pragmática ha puesto en un pedestal el principio de Goethe: «En el principio era la acción». Aprendemos a hablar para realizar actos.
J. Austin mostró que los enunciados performativos (Yo juro, Yo prometo, etc.) se someten a un sistema axiológico diferente del resto (Él jura, Ella promete, etc.). No son verdaderos ni falsos: o bien constituyen un logro o éxito o un fracaso. A la vez nos muestra que para alcanzar el éxito de estos actos de habla se deben respetar ciertas reglas impuestas por la sociedad:
J. Searle estableció poco después que para lograr el éxito en la realización de los actos ilocutivos se habían de seguir unas reglas de carácter constitutivo: reglas de contenido proposicional, reglas de preparación, regla de sinceridad y regla esencial.
En «Lógica y conversación», la famosa conferencia pronunciada en 1967 y publicada en 1975, descubre P. Grice la abundante existencia en los mensajes de informaciones implícitas no convencionales. Son las implicaturas conversacionales. El gran reto que presentaban ante el teórico es cómo explicar su procesamiento. ¿Cómo descubrimos su existencia? ¿Cómo las «descodificamos»?
Grice acude al valor explicativo que puede alcanzar un principio de buena conducta comunicativa, aparentemente alejado de las inferencias y de las implicaturas. Es el Principio de Cooperación. De forma sencilla se puede formular así: «Cuando estés inmerso en un acto comunicativo, coopera». Dado su carácter genérico, el autor lo especifica en cuatro máximas, que aquí presentamos también de forma sencilla:
El Principio de Cooperación y sus máximas poseen una formación normativa. Se presentan como reglas de buena conducta comunicativa que nosotros vamos incorporando a lo largo de todo el aprendizaje del sistema de la lengua. Toda norma se corresponde con un envés de transgresiones. El mismo Grice alude a los tipos de violaciones que pueden sufrir el Principio y sus máximas: negativa a cooperar, colisión entre dos máximas, violaciones ocultas (la mentira, por ejemplo), violaciones abiertas. Estas últimas, las que puede descubrir el destinatario, se convierten en el mecanismo que desencadena el procedimiento inferencial que puede conducir al oyente a desentrañar el sentido oculto de las implicaturas.
Ligados a la Máxima de Cantidad y propuestos también para resolver el problema de contenidos implícitos no codificados (sobrentendidos), propone Ducrot un principio y dos leyes de carácter normativo. En su formulación se muestran contrarios:
¿Cómo puede una disciplina proponer principios contradictorios? Porque se trata de principios de aplicación contextual. Al asimilar la lengua y sus principios vamos aprendiendo en qué contextos debemos aplicarlos y en cuáles no. Por ejemplo:
«A las palabras de amor
les sienta bien su poquito
de exageración».
5.3.1. La Cortesía es una institución que regula las buenas relaciones sociales entre los individuos. Tiene por misión mitigar la distancia, los roces, los enfrentamientos. Sostiene G. Leech (1983) que la cortesía no pertenece exclusivamente a las expresiones, sino que puede afectar también a los mismos actos comunicativos. Todos los mensajes que impliquen un esfuerzo en el interlocutor (impositivos, directivos, etc.) son intrínsecamente descorteses. Brown-Levinson clasifican los actos de habla según atenten o favorezcan la imagen social del interlocutor. La cortesía lingüística contribuye precisamente a mitigar la descortesía intrínseca de determinados tipos de actos de habla que, por otra parte, pueden ser necesarios en el discurso. El hablante se ve precisado en muchas ocasiones a pedir, rogar, ordenar, reprochar, criticar, reñir, etc.
5.3.2. Máximas de Cortesía. A imitación del desglose efectuado por Grice, presenta Leech varias máximas en las que se encarna el Principio de Cortesía:
—Si me dejas un minuto consultar un dato en el ordenador, te estaré eternamente agradecido / *Apártate de tu ordenador, que te doy una bofetada.
—Por favor, deme usted una limosnita. A usted no le costará mucho y mis hijos podrán comer algo / *Dame mil pesetas y no te voy a decir para qué las quiero.
—No te preocupes: lo haré yo. A mí no me cuesta nada y para ti es un incordio / *Aunque hoy me toca a mí, pasa tú el aspirador, que no tengo ganas.
(Intervención tras una conferencia): —Estoy de acuerdo con usted en el 99 % de lo que ha dicho, pero existe un pequeño punto que tal vez no se deba a un desacuerdo sino a una defectuosa comprensión por mi parte. / *No comparto con usted nada de lo que ha dicho.
5.3.3. Violaciones. Todas las máximas conocen violaciones que provocan situaciones ridículas, embarazosas e incluso tensas. Las infracciones del Principio de Cortesía («Sé cortés») no pertenecen a la competencia lingüística. No afectan al código de la lengua, pero algunas se halla muy cerca. Una expresión como: «—Vale, tronco» dirigida a un rector de universidad en un claustro, se halla muy cerca de una inconveniencia lingüística. Tutear a un obispo en una recepción oficial, equivocarnos de tratamiento a un general, o a cualquier otra dignidad, implica desconocer normas de conducta lingüística muy próximas al código. El hablante que comete errores en la deixis de cortesía puede encontrarse con serios correctivos. Se cuenta la anécdota de un gobernador que le preguntaba a una reina por sus hijos. La respuesta fue cortante:
—Los hijos de los reyes se llaman infantes.
Las violaciones del Principio de Cortesía pueden tener repercusiones tan graves que pueden ser responsables de la ruptura del canal comunicativo y de las relaciones interpersonales. Existen grados de descortesía: no se halla en un mismo punto de la escala un insulto grave que el olvido de dar las gracias a un camarero.
Nuestros mensajes son como icebergs. Junto a una manifestación patente, observable, expresa, hallaremos una masa comunicativa latente, sumergida, oculta, implícita. La parte emergente, literal, conforma el significado, la dimensión codificada del contenido. Lo que se transmite sin palabras, lo oculto, las implicaturas, constituyen la parte no codificada del sentido.
La Teoría de la Relevancia determina que existe un compromiso de hablantes y oyentes en el uso de la vía ostensivo inferencial. Este compromiso puede ser expresado por el imperativo: «Sé relevante». Tiene dos vertientes:
El compromiso de relevancia obliga al emisor a construir un mensaje que sea:
Existen numerosas construcciones sintácticas en la lengua que se sustentan sobre el principio de relevancia. Todas las estructuras de causalidad (causales, condicionales, concesivas, consecutivas) exigen la existencia de un supuesto pragmático que explique el paso de la causa al efecto. Cuando un hablante construye un período causal se compromete con la relevancia de la implicatura que la sustenta. Si alguien, por ejemplo, afirma: «—Come porque tiene hambre» inmediatamente entendemos la relación porque existe un supuesto implícito compartido: «Uno come cuando tiene hambre». La violación de esta presunción de relevancia da lugar a secuencias absurdas, tan afectas a los surrealistas:
—Como porque ella tiene hambre
—Como porque Pitágoras inventó un teorema
—Como porque no tengo correa en el reloj
Una de las novedades de la Lingüística de la Comunicación reside el hecho de extender sus análisis más allá de la frontera tradicional de la oración. El estudio de algunas de las unidades de relación, así como los efectos de la anáfora, aconsejaron salir a estudiar las regularidades existentes extramuros. La Pragmática mostró que enunciado y texto comparten entidades y circunstancias, planteamientos y procedimientos.
Nace una nueva disciplina, la Lingüística del Texto o Análisis de Discurso, heredera en muchos aspectos de los planteamientos de la antigua Retórica y planteada metodológicamente dentro de los cánones de la nueva lingüística. Se propone como unidad el texto o el discurso, dependiendo de la corriente que se adopte.
Se concibe el texto como la asociación de un conjunto de enunciados que están trabados por relaciones de coherencia que proporciona sensación de textura y sentido de unidad.
La coherencia es una relación semántica que hace que las diferentes partes de un texto o discurso muestren congruencia lógica en el progreso de la acción, concatenación relevante de los enunciados y sucesión comprensible de los bloques.
Al igual que toda relación sintáctica, la coherencia discursiva puede expresarse por medio de mecanismos de cohesión, que suelen ser formales (conectores discursivos), semánticos (correferencia, anáfora, etc.). Al igual que las conjunciones, los mecanismos de cohesión son medio de expresión de una relación de coherencia implícita.
«Este tipo de competencia está relacionado con el modo en que se combinan formas gramaticales y significados para lograr un texto trabado hablado o escrito en diferentes géneros. Por género se entiende el tipo de texto: por ejemplo, una narración oral o escrita, un ensayo argumentativo, un artículo científico, una carta comercial… La unidad de un texto se alcanza por medio de la cohesión en la forma y la coherencia en el significado» (68).
Aprender una lengua no consiste sólo en conocer la gramática y disponer de un caudal léxico aceptable. No basta con saber construir oraciones o emitir enunciados. Debemos ser capaces de narrar acontecimientos, relatar experiencias, participar en conversaciones prolongadas, escribir cartas, redactar un cuento o cualquier tipo de relato. Engarzando adecuadamente los enunciados en una trama, tenemos que dominar los recursos de la dispositio para saber construir un discurso que nuestro interlocutor o nuestro lector sea capaz de seguir e interpretar unitariamente.
Éste es, pues, el nuevo mandato de la norma comunicativa: «Sé coherente». Con el fin de destacar su importancia, algunos autores han establecido un paralelismo entre coherencia y gramaticalidad. La coherencia es al discurso, lo que la gramaticalidad a la oración.
El imperativo de coherencia se corresponde en el lado contrario del hilo comunicativo con la imposición inversa: la presunción de coherencia. Cuando nos enfrentamos a una secuencia de enunciados que muestran marcas externas de constituir un discurso, debemos acercarnos con presunción de coherencia. Es decir, con la disposición de buscar la estructura interna y recomponer la textura y la organización que le da unidad.
Al igual que existen categorías de palabras y tipos de oraciones y de enunciados, nos encontramos con una tipología bastante variada de textos. Son los géneros. Los textos suelen clasificarse desde diferentes criterios. No es nuestra intención entrar ahora en este problema. Lo que nos interesa desde el punto de vista de la norma es que los géneros presentan exigencias formales y semánticas que es necesario respetar. Por muchas que sean las licencias poéticas, quien desee construir un soneto no podrá escribir un poema de cinco versos con diferentes medidas y rimas sembradas al azar.
Los géneros exigen, pues, una adecuación a los requisitos formales y semánticos que los definen como tales.
La metodología de la enseñanza de segundas lenguas distribuye sus tareas con el fin de lograr progresos coordinados en cuatro destrezas: comprensión y expresión oral, comprensión y expresión escrita (es decir, lectura y escritura). (Cuadro 8)
Emisor | Receptor | |
---|---|---|
Lenguaje oral | Expresión oral | Escritura |
Lenguaje escrito | Comprensión oral | Lectura |
El objetivo último es conseguir la mayor perfección posible en las cuatro habilidades.
La moderna Psicolingüística ofrece explicaciones coherentes y avanzadas que nos explican la naturaleza psíquica de estas cuatro estrategias comunicativas y nos muestra el camino adecuado para su adquisición o, en su caso, aprendizaje. Hablar, comprender, escribir o leer son actividades cognitivas complejas como puedan serlo tocar el piano, escribir a máquina, caminar, jugar al fútbol o tejer. Toda destreza cognitiva compleja exige:
La consecución de una destreza se realiza por medio de estrategias repetitivas, graduadas, comprensivas y continuadas que permitan ir transvasando procesos conscientes y rudos (asentados en la memoria externa) en actividades inconscientes, automáticas y seguras, asentadas en la memoria interna.
Así aprendemos a escribir a máquina o a jugar al golf. Sólo cuando un extranjero consiga una actuación fluida en las cuatro estrategias podremos decir que domina nuestra lengua.
Normalmente se trabaja con la hipótesis de que el hablante nativo alcanza el dominio de su lengua materna a lo largo de un proceso inconsciente (la adquisición), distinto del seguido por los estudiantes extranjeros. Ésta es, sin embargo, una verdad parcial. El niño alcanza por la vía inconsciente de la adquisición sólo la capacidad de comprender y de expresarse oralmente de forma adecuada en el nivel lingüístico de la familia y del grupo social al que pertenece. En el resto de las habilidades tendrá que ser adiestrado por medio de la práctica comprensiva y continuada.
El individuo tiene la obligación de alcanzar los niveles de comprensión y de expresión adecuados para poder desarrollar su personalidad y sus capacidades en el medio en que se desenvuelve. La sociedad está obligada a proporcionarle todos los medios para lograr expresarse con soltura, claridad y efectividad tanto en el nivel oral como en las manifestaciones escritas. Este dominio sólo se logrará con la práctica continuada y guiada. La educación escolar tiene indispensable obligación de enseñarle a comprender y expresarse adecuadamente de forma oral y de forma escrita al menos en el nivel de lengua que constituye el estándar lingüístico de la cultura. De otra manera, la escuela debe proporcionarle un dominio de la norma estándar en todas las estrategias que le sean necesarias para desarrollar tanto su personalidad como su actividad social en el medio en el que se desenvuelve.
Una de las más valiosas aportaciones de la Lingüística de la Comunicación ha sido mostrar que nuestros mensajes no son el producto de una codificación simple. La Teoría de la Relevancia había demostrado que es consustancial a nuestros mensajes la vía ostensivo inferencial. Y lo es en un grado aún mayor del que pensaban sus formuladores. Desde hace algún tiempo venimos defendiendo que ni siquiera las disciplinas del código pueden ser explicadas sin el recurso al mecanismo inferencial.
Pero la comunicación es más rica. En la producción de mensajes conviven con el sistema lingüístico otros códigos que complementan, apoyan o incluso contradicen lo que expresamos con palabras. Comunicamos con nuestros gestos, con nuestra posición, con nuestra situación, con nuestro timbre, volumen e inflexiones de voz, etc. Son códigos de orden semiológico que estudiamos en diferentes apartados: gestual, kinésico, proxémico, paralingüístico, etc.
La psicología social ha mostrado que en determinados tipos de comunicación (especialmente la argumentativa) estos códigos alcanzan mayor importancia que el mensaje mismo. El auditorio queda prendado del timbre y de la dicción de un locutor, de la forma de vestir o de la elegancia de una modelo, de la seriedad de un vendedor, etc.
Quienes aprenden una lengua extranjera tienen que aprender que determinados tipos de actos de habla se acompañan con un gesto, con una inclinación, un movimiento de cabeza, un apretón de manos, una palmada en el hombro, un beso (dos, tres o hasta cuatro). Se nos dice el significado de mirar o no mirar a los ojos de nuestro interlocutor. Aprender una lengua significa también saber hasta qué punto podemos acercarnos.
Existe, pues, una norma semiológica de la comunicación que marca los límites de lo correcto y de lo adecuado en la actuación de los códigos gestual, kinésico, proxémico y paralingüístico. Esta norma tiene tanta importancia o más que la propiamente lingüística. Un error en la expresión es fácilmente achacable a un lapsus. Un gesto equivocado con los dedos al levantar la mano puede tener consecuencias graves.