La cuarta edición de la Gramática de la Real Academia Española es una obra dieciochesca, de 1796. La siguiente edición, notablemente reformada por cierto, de ese texto gramatical —en buena medida oficial— del español no vio la luz hasta 1854. Entre una y otra mediaron, por consiguiente, cincuenta y ocho años, medio siglo largo de silencio gramatical académico. Medio siglo en el que pasaron muchas cosas en todos los terrenos: interesa sacar a colación ahora el hecho de que entre 1810 y 1830 se gestó y llevó a sus últimas consecuencias la independencia de prácticamente todas las repúblicas surgidas de las antiguas colonias de Ultramar.
De la obsolescencia objetiva —desde la perspectiva de la época— de esta gramática académica de 1796 y, contados los años transcurridos desde la fecha de su publicación, de su cada vez menor reputación permiten hacerse una idea el artículo de Bello titulado «Gramática castellana. Artículo crítico sobre la de la Academia Española» (El Araucano, 1832) o estos testimonios:
Los sabios que han pertenecido en los sesenta años últimos á aquel cuerpo, distraidos por tareas mas gratas y de mayor gloria, ó faltos de constancia para reducir á reglas los principios del lenguaje que tan bien han sabido observar en la práctica; no han llenado hasta hoi los muchos vacíos de su Gramática, ni han encerrado en la Sintáxis todo lo que á ella pertenece.
(Salvá, 1847, 8ª, p. X).
Aquel Cuerpo [la RAE] ha renunciado á sus derechos, contentándose con celar débilmente los fueros de la Ortografía; por manera que desde 1796 no corrige su Gramática i la deja reimprimir por codiciosos especuladores, que la alteran sin tino i sin otro propósito que la ganancia. I en tal descrédito ha caido, que al escoger la direccion de estudios española un texto para la enseñanza, sin recordarla siquiera, contrajo su exámen á las de los Sres. D. Vicente Salvá i D. Pedro Martinez Lopez.
(Juan Vicente González, 1849).1
Se reclamaban por doquier: 1.º Una actualización, llevada a cabo por la propia institución, de la cada día más anticuada y, según ciertos sectores, desprestigiada gramática académica. 2.º Gramáticas españolas —desde la perspectiva de la época— modernas, renovadoras, que —desde la perspectiva de la época— superasen y mejorasen desde los puntos de vista descriptivo de una norma y teórico lo que la Academia del siglo xviii había legado. Y 3.º Textos gramaticales concebidos desde el principio por y para los recién independizados americanos,2 gramáticas desvinculadas en la medida de lo posible de las tradiciones peninsulares y con los menores anclajes que se pudiera en la oficialidad académica.
Lo más demandado, esto es, lo primero, fue lo último en llegar: hubo que esperar —ya se ha dicho más arriba— a 1854; llegó, sin duda, también por presiones externas; hubo que esperar tanto que en el prólogo de esa quinta edición de la GRAE la corporación puede ya arrogarse influencias de Salvá (1830) y de Bello (1847), líderes respectivos de «lo segundo» y «lo tercero»:
La Academia ha tenido presentes [las gramáticas de esos autores] al ordenar esta nueva publicacion de la suya, valiéndose de ellas en lo que ha juzgado oportuno.
(GRAE-1854, p. V).
El detalle de esas declaradas influencias queda aún por estudiar en lo que toca a las facetas descriptiva y normativa de la gramática. Pero es el caso que hay indicios que permiten concluir que en los ámbitos teórico y terminológico tal influjo de los citados autores individuales sobre la corporación estuvo lejos de producirse.3 Y llega a darse, incluso, la circunstancia de que la Academia censure abiertamente —aunque ahora sin mencionar su nombre— posiciones teóricas ideadas y defendidas por el propio Bello en 1847:
Establecer las reglas con la posible claridad y sencillez […] ha sido el principal objeto de la Academia, desentendiéndose de las sutilezas metafísicas a que algunos […] se han entregado para probar […] que el artículo y el pronombre personal son una misma cosa.
(GRAE-1854, p. VIII).
El venezolano se sintió aludido y dolido; no pudo permanecer callado4 y en la primera ocasión que se le ofreció (4.ª ed. de su gramática: 1857) reaccionó,5 en la «Nota V. Artículo definido»:
Parece imputárseme haberme entregado a sutilezas metafísicas para probar […] que el artículo y el pronombre personal son una misma cosa, y otras teorías semejantes.
Si es así, hay en esto un pequeño artificio oratorio; se desfiguran mis aserciones para hacerlas parecer absurdas. Por lo demás, eso de sutilezas metafísicas y de teorías, que en el lenguaje de la rutina equivale a quimeras y sueños, es un modo muy cómodo de ahorrarse el trabajo de la impugnación […]. Yo no he dicho en ninguna parte que el artículo y el pronombre personal sean una misma cosa. Si se me imputase haber sostenido que el artículo era un pronombre demostrativo, o que cierto pronombre que se llama comúnmente personal era un artículo, se habría dicho la pura verdad, pero no se habría logrado dar el aspecto de absurda a una aserción que ni aun nueva es.
Lo destacable de este apartado es que la revisión, tan demandada, de un texto gramatical académico que venía siendo, al tiempo, fuente de inspiración de numerosos gramáticos y blanco constante de críticas de expertos, no fue temprana, más bien llegó tardía; que casi con total seguridad obedeció en buena parte a presiones ejercidas sobre la corporación desde el exterior; que se presentó bajo el aval de dos de las figuras señeras del momento;6 que, curiosamente, no se detectan influencias de calado de estos dos personajes en la única GRAE que airea sus nombres, la de 1854; que la Academia desde el mismo prólogo de su gramática trata de desprestigiar, por asunto teórico, a uno de sus mentores declarados; que este mentor es nada menos que Andrés Bello; que éste se siente acosado y se defiende con argumentos, pero también con un punto de enojo, de tal ataque; que se suscita —en momento no particularmente fácil de relaciones entre España y América— polémica entre autoridades, por fortuna efímera; en fin, que a mediados del siglo xix se produjeron idas y venidas, y forcejeos, de doctrina y de práctica gramaticales entre ambos lados del Atlántico.
De lo segundo se encargó fundamentalmente —pero no sólo— Vicente Salvá: la suya fue la gramática reina entre, por poner números redondos, 1830 y 1850;7 y ello tanto en España (descrédito del texto académico unido a la calidad intrínseca de la obra de Salvá tanto como a su grado de exhaustividad descriptiva) como en América8, aquí en justa coincidencia con la fase de asentamiento en la recién adquirida independencia y tal vez desde estos dos supuestos: excelencia y prestigio del Salvá; oposición callada a la doctrina de la RAE, al fin y al cabo un organismo oficial de la antigua metrópoli que, además, sólo ofrecía una gramática vieja.
Esta obra mía —dice Salvá— «[han] competido en apadrinarla los peninsulares y nuestros antiguos hermanos de Ultramar» (Salvá, 1844, 8.ª, p. XXXIV).
El Gobierno de Caracas mandó que [mi gramática] sirviese de texto en todas las escuelas de aquella República, y por mi Compendio se estudia en las de Perú y Chile. D. Antonio Benedeti publicó en la Nueva Granada una gramática española arreglada por el sistema productivo, y previno en el prólogo que el título de El nuevo Salvá que le había dado era una declaracion auténtica de que estaba fundada principalmente en los principios y observaciones de la mía.
(ibídem).
El tal Benedeti (1841)9 no fue el único de los seguidores y adaptadores de Salvá en América. Pronto le siguió Juan Vicente González (Caracas, 1842),10 quien declaró:
La gramática de D. Vicente Salvá […] fué la primera á despertar el amor á esos estudios en la Península i en América.11
Y al poco tiempo —se cuenta sólo hasta 1847, fecha de publicación de la obra de Bello— llegaron los anónimos Cuadros de gramática española, según las doctrinas de Salvá (París, 1845)12 y los textos de Ulpiano González (Bogotá, 1846),13 José María Triana (Bogotá, 1846)14 o Mauricio Verbel (Cartagena de Indias, 1847).15
Al paso de lo tercero salieron en un principio voces tímidas: la Gramática y ortografía de la lengua castellana para el uso de los niños de las escuelas de primeras letras del Departamento de Cauca (Bogotá, 1826) de Santiago Arroyo, destinada a niños americanos ya no españoles, no es todavía más que un «compendio de la Gramática de la Academia» (La Viñaza, §168). Para americanos se escribieron las versiones de la obra de Salvá que se acaban de mencionar en el apartado anterior, no precisamente academicistas pero muy ligadas aún a un enfoque peninsular en concreto; escasamente autóctonas por lo tanto.16 Más despegado, ambicioso y panamericano se mostró Fernando Zegers, quien puso a su libro de 1844 este revelador y comprometido título: Tratado de gramática castellana, dedicado a la juventud americana de los pueblos que hablan la lengua española (Santiago de Chile).
Pero lo tercero no se culminó hasta abril de 1847, en Santiago de Chile, en la imprenta del Progreso. Allí vio la luz una gramática del español firmada por don Andrés Bello así intitulada: Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos. Una gramática nueva,17 de planta nueva, de gente nueva y para gente nueva: gramática de la lengua; de la lengua castellana; destinada al uso de los americanos. Vayamos por partes.
El principio rector. La unidad de la lengua. Como toda gramática, la de Bello no fue una gramática de la lengua, sino una gramática de una de las variedades de la lengua, precisamente la seleccionada por el gramático —en atención a una serie de criterios de diversa índole— para ser objeto privilegiado de descripción, la que se presenta como modelo y norma.
Tal vez, de todos los fundamentos barajados por Bello para la determinación de esa variedad que se incorpora al libro de gramática para ser descrita y prescrita, el más poderoso, el tronco en que se insertan los demás, fuese el de la unidad18 y cohesión del español. Confío en que se me disculpará tanta cita («Prólogo», pp. 24-25):
Juzgo importante la conservación de la lengua de nuestros padres en su posible pureza, como un medio providencial de comunicación y un vínculo de fraternidad entre las varias naciones de origen español derramadas sobre los dos continentes.
[…] Inapreciables ventajas de un lenguaje común.
La desmembración administrativa del antiguo imperio, su disgregación política, las nuevas relaciones internacionales de cada nueva república no deben ir emparejadas con la dispersión y la ruptura lingüísticas: aquéllas son deseables; éstas deben ser evitadas. La lengua debe ser una; ello es motor de cooperación entre todos los pueblos. La lengua debe ser una; ello favorece el progreso y la difusión cultural:
[…] avenida de neologismos de construcción, que inunda y enturbia mucha parte de lo que se escribe en América, y alterando la estructura del idioma, tiende a convertirlo en una multitud de dialectos irregulares, licenciosos, bárbaros; embriones de idiomas futuros, que durante una larga elaboración reproducirían en América lo que fue la Europa en el tenebroso período de la corrupción del latín. Chile, el Perú, Buenos Aires, México, hablarían cada uno su lengua, o por mejor decir, varias lenguas, como sucede en España, Italia y Francia, donde dominan ciertos idiomas provinciales, pero viven a su lado otros varios, oponiendo estorbos a la difusión de las luces, a la ejecución de la leyes, a la administración del Estado, a la unidad nacional.
Y hay que actuar en evitación de una posible división lingüística:
Sea que yo exagere o no el peligro, él ha sido el principal motivo que me ha inducido a componer esta obra.
Bello intuye el riesgo de una fragmentación lingüística pareja de la política y la territorial: posibilidad de una quiebra sea desde localismos de los sectores sociales menos favorecidos culturalmente,19 sea desde las cambiantes modas de los cultos influidos por las costumbres foráneas. Y escribe una gramática para contrarrestar sus perniciosos posibles efectos.
Se empeñó nuestro autor en salvaguardar una lengua única y compartida por todos más allá de las divisiones administrativas, políticas o regionales, y ello tanto entre España y América, como entre las diversas regiones dentro de aquélla y las diversas naciones dentro de ésta. A este principio tuvo que subordinar los otros; este principio da sentido a los demás.
Primer principio: preferencia por la lengua culta. La gramática de una lengua debe contener información acerca del «buen uso, que es el de la gente educada» (§1), y ello porque así su alcance descriptivo y su capacidad normativa gozan de mayor extensión, se preserva la uniformidad y se garantiza la comunicación universal:
Se prefiere este uso porque es el más uniforme en las varias provincias y pueblos que hablan una misma lengua, y por lo tanto el que hace que más fácil y generalmente se entienda lo que se dice.
(§2)
El peso de este principio es tal que permite dar entrada en la norma a algunos rasgos ligados a modalidades geográficas del habla: ciertas peculiaridades lingüísticas nacionales —en América— y regionales —en España— podrían ser admitidas siempre y cuando sean propias de los cultos y estén generalizadas entre ellos:
Chile y Venezuela tienen tanto derecho como Aragón y Andalucía para que se toleren sus accidentales divergencias, cuando las patrocina la costumbre uniforme y auténtica de la gente educada.
(«Prólogo», p. 25).
El buen uso general de la gente educada —el cual es, por otra parte, un uso que se supone coincidente en su mayor parte con el del propio gramático20— es lo más extendido y, por ello, lo preferible: es lo que mejor asegura la unidad de la lengua, lo que se lleva a la gramática, lo que constituye modelo y no necesita marcas. El buen uso de la gente educada restringido a ciertas zonas, aun no siendo general, es admisible: no está condenado, pero difícilmente entra en el libro de gramática y, si lo hace, precisa de algún tipo de marcación.
Según alcanzo a estimar, el peligro vislumbrado por Bello de una escisión no es sólo de origen o carácter dialectal (regional o nacional), sino también social. La temida desmembración de la lengua única no sería en ese caso de naturaleza geográfica, sino popular y vulgar: es la cultura la que cohesiona y unifica todos los usos lingüísticos; es la cultura igualatoria la que, por medio de la enseñanza, hay que propalar por todos lados y entre todas las gentes.
Segundo principio: respeto a los clásicos y propuesta de usos lingüísticos avalados por autores de prestigio en su mayor parte anteriores a la época en que vive el gramático. Marchamo de calidad, de solera, de autoridad literaria.
En esto Bello anduvo más cerca de la Academia que de Salvá. El lector queda invitado a cotejar estas citas, tocantes a Gregorio Garcés (1791), que constituyen una oportuna muestra de las actitudes de uno y otro con respecto a los autores de los Siglos de Oro:
Nos mueve á risa Garcés con su empeño de resucitar […] el giro rancio de fines del siglo xvi.
(Salvá, 1847, 8.ª, p. XX).
[Garcés] á quien basta descubrir una locucion en cualquiera sescentista, para calificarla de donosa y elegante.
(ídem, p. XXIX).
Ni fuera justo olvidar a Garcés, cuyo libro, aunque sólo se considere como un glosario de voces y frases castellanas de los mejores tiempos, ilustradas con oportunos ejemplos, no creo que merezca el desdén con que hoy se le trata.
(Bello, «Prólogo», p. 22).
Resulta difícil no barruntar que la tercera viene motivada por las dos primeras.
Habría pequeño error —si alguno— en aceptar que el canon de Bello queda constituido por los autores citados en la gramática, cuyo «Índice» preparó Cuervo para su edición de 1881. Con alguna excepción (sería el caso del mejicano Ruiz de Alarcón o del canario Iriarte) se trata de autores peninsulares, la mayor parte de ellos no meridionales.
De esos escritores —el cálculo es aproximativo— el 60 % floreció antes de 1750; un 20 % lo hizo entre 1750 y 1800, y el otro 20 % está compuesto por autores coetáneos de nuestro gramático. Predominan, en efecto, los que escribieron en épocas anteriores a la redacción de la gramática. El más citado es, con mucha diferencia, Cervantes. Le siguen, bien de lejos, Fray Luis de Granada, Jovellanos y Martínez de la Rosa. Luego, los demás (muchos con sólo un par de referencias).
La actitud de Salvá a este respecto es bien diferente: lo deja claro desde el título: Gramática de la lengua castellana segun ahora se habla; e insiste en el carácter de descripción del estado actual de lengua de que se reviste su gramática:
[He] citado casi siempre, para comprobacion de sus reglas, ejemplos de los autores que han florecido despues de mediado el siglo último.
(1847, p. XXVI).
Cuando estas novedades varían notablemente la lengua, cosa que apénas puede dejar de suceder á la vuelta de cien años […], se requiere una nueva gramática que las explique.
(Id., p. XX).
[…] grave equivocación, nacida de faltar en todas las Gramáticas un capítulo que resuma las principales diferencias entre nuestro lenguaje y el de los escritores que nos han precedido.
(id., p. 438).
Capítulo IX. Del lenguaje castellano actual.
(Id., pp. 334-349).
Bello se ubica en el polo opuesto; tanto que parece hacerlo deliberadamente, como si mediara un toque de discrepancia consciente en relación con Salvá: para aquél la presencia de cierto tipo de arcaísmos literarios, de construcciones desusadas, de modelos antiguos en la gramática es algo legítimo y deseable:
En una gramática nacional no debían pasarse por alto ciertas formas y locuciones que han desaparecido de la lengua corriente; ya porque el poeta y aun el prosista no dejan de recurrir alguna vez a ellas, y ya porque su conocimiento es necesario para la perfecta inteligencia de las obras más estimadas de otras edades de la lengua.
(«Prólogo», 24).
La gramática no constituye sólo ni fundamentalmente una presentación del buen uso de la lengua actual, o de la lengua culta y literaria, sino también una explicación de estados pasados y en desuso, de formas raras; la gramática es, además, un medio para facilitar la comprensión de las obras literarias, sea arcaizantes, sea antiguas.21
La obra de Bello sería a este respecto más nostálgica que la de Salvá, más propensa a presentar estados de lengua anteriores al momento en que vive el gramático. Y, de ahí, más prescriptiva, mas conservadora —guardar los usos buenos de ciertos antiguos y hasta cierto punto antiguos; fijar— y más purista.
Son, tal vez, demasiados los usos modernos que, de puro modernos, a Bello parecen contaminados, espurios y, por ello, reprobables demasiadas las «novedades viciosas» («Prólogo», p. 24). He aquí unas muestras:22
Nota al §446: a propósito del gerundio de posterioridad:
[Es] una práctica que se va haciendo harto común, y que me parece unas de las degradaciones que deslucen el castellano moderno.
§720: con relación a los usos de cantara por había cantado23:
[valor éste] tan de moda en el día, aunque desde fines del siglo xvii había desaparecido de la lengua. Yo miro este empleo de la forma en ra como un arcaísmo que debe evitarse […]. Cantara tiene ya en el lenguaje moderno demasiadas acepciones para que se le añada otra más. Lo peor es el abuso que se hace de este arcaísmo, empleando la forma cantara no sólo en el sentido de había cantado, sino en el de canté, cantaba y he cantado.
Nota al §791: a propósito de «Se admira a los grandes hombres» > «Se les admira»:
Es práctica modernísima y que choca mucho, se los admira.
Nota al §793: a propósito de las impersonales con se:
Construcciones parecidas a se les lisonjea, se les admira,24 no sé si se encuentran en escritores castellanos anteriores al siglo xviii. De entonces acá se han ido frecuentando cada vez más: en el reinado de Carlos III eran comparativamente raras; hoy se emplean a cada paso y muchas veces sin necesidad.
El vago «buen uso de la gente educada» junto con el recurso a la propia introspección del gramático no podían ser suficientes para Bello. Bello necesitaba autoridades a las que anclarse, escritores reputados que presentar como modelos de lengua o referentes de uso: ello lo condujo a los clásicos; y su preferencia por éstos lo llevó irremisiblemente a España y al consiguiente peninsularismo lingüístico. O quizá fuese de este otro modo: la atracción que sobre él ejercieron los clásicos peninsulares —a quienes tan bien conocía; a quienes conocía tan bien que con harta frecuencia los citaba de memoria— hizo que volviera sus ojos a España como fuente de autoridades. De ahí que su gramática resultara a la postre —paradojas— peninsularista.
Tercer principio: prioridad de la lengua escrita. La gramática entera de Bello está salpicada de testimonios de la vigencia activa de este principio, entre los que se cuentan los «cerca de mil pasajes»25 citados como ejemplos. Sobran los comentarios y quedo disculpado de citas que avalen el punto de vista que aquí sostengo.
Cuarto principio: evitación de «locuciones afrancesadas» y de «neologismos de construcción» en general. No hay que temer por «la introducción de vocablos flamantes» que resultan necesarios dado «el adelantamiento prodigioso de todas las ciencias y artes, la difusión de la cultura intelectual y las revoluciones políticas» (p. 24). No son los neologismos léxicos el peligro, sino las innovaciones sintácticas que alteran «la estructura del idioma»; a ellas son propensos ciertos grupos de cultos —tanto peninsulares26 como americanos27— que se muestran excesivamente apegados a modas lingüísticas provenientes sobre todo de Francia. La pureza y la unidad de la lengua —podríamos concluir— están igualmente reñidas con lo vulgar inculto que con la afectación y el mal gusto de los volubles que incorporan las siempre últimas novedades lingüísticas que llegan del extranjero.
Esos neologismos de construcción, que violentan lo que para Bello sería el genio natural de la lengua,28 podrían abrir brecha para la ruptura de la deseable unidad lingüística y, por ello, deben ser proscritos. De hecho, el gramático adopta tono reprobatorio para llamar la atención sobre algunos de ellos:
Nota al §791: a propósito de «Se admira a los grandes hombres» > «Se les admira», donde el complemento, según Bello, es dativo (no acusativo):
Es práctica modernísima y que choca mucho, se los admira. Ha nacido de asimilar nuestra locución a la francesa on les admire, que es esencialmente diversa.
Nota al §795: a propósito de ciertas construcciones con se:
La causa de los extravíos en el uso de las construcciones cuasi-reflejas es el mirarlas como un exacto trasunto de la frase francesa que principia por on (homme, hombre), verdadero sujeto del verbo […] Los traductores novicios cometen frecuentes galicismos poniendo se dondequiera que encuentran on.
§1128: en torno al gerundio con valor adjetivo:
Si el gerundio pudiera emplearse como adjetivo, no habría motivo de censurar aquella frase de mostrador, tan justamente reprobada por Salvá: “Envió cuatro fardos, conteniendo veinte piezas de paño”; este modo de hablar es uno de los más repugnantes galicismos que se cometen hoy día.
Véanse, además, notas al §162 (sobre la no conveniencia de dar género femenino a nombres de ríos de Francia terminados en -a: La Sena); al §315 («censurar como un galicismo la traducción literal de Malheureux que je suis!» por ¡desgraciado que soy!); al §955 (sobre «el dativo de posesión sustituido al pronombre posesivo»: ses yeux se remplirent de larmes: se le llenaron los ojos de lágrimas y no sus ojos se llenaron de lágrimas); al §1052 (sobre la no identidad de valores y construcción entre el español cuyo y el francés dont, cuya imitación debe evitarse); etc.
Quinto principio: deslatinización de la gramática desde los puntos de vista teórico y descriptivo. Cfr. la página 20 del «Prólogo» de la gramática o el artículo de 1832 de cuya p. 178 se ha extraído esta cita:
En la gramática misma [de la Academia] hay partes perfectamente desempeñadas, como son por lo regular aquéllas en que la Academia se ciñe á la exposición desnuda de los hechos. El vicio radical de esta obra consiste en haberse aplicado á la lengua castellana sin la menor modificación la teoría y las clasificaciones de la lengua latina.
La «gramática de la lengua» quiso ser «gramática de la lengua única y de una lengua estable»: obviar diferencias, evitar el fraccionamiento y fomentar la unidad lingüística fueron objetivos de primer orden. Fijar el español. Para ello la «gramática de la lengua» hubo de ser gramática de la lengua culta (grupo social: la gente educada, los cultos no pedantes): sus formas están más uniformadas por haber sido homogeneizadas gracias al estudio y homologadas; de la lengua clásica de los siglos xvii y xviii —y de ahí: de autoridades en su mayor parte peninsulares— y de la lengua escrita (fundamentalmente literaria); de la lengua pura —en el sentido de exenta de locuciones importadas y de neologismos sintácticos innecesarios—, esto es, de una lengua no latinizada en particular ni extranjerizada en general. Parece que esto es lo que Bello quiso y ésta la gramática que hizo.
¿Por qué castellana? Hasta 1920 las gramáticas de la Academia se llamaron Gramática de la lengua castellana, como la de Nebrija, la de Salvá… y la mayor parte de las publicadas en España antes de 185029. Los gramáticos que publicaron en el extranjero desde el siglo xvi prefirieron por lo general lo de «gramática de la lengua española». Ésa fue la denominación más extendida entre todos los gramáticos a partir de aproximadamente 1850. De los seguidores americanos de Salvá que se han mencionado arriba, tres se decantan por «española» y otros tres prefieren «castellana». «Bello no llamó a la lengua hispanoamericana, ni pensó tampoco en la denominación de española, entonces poco oportuna, y siguió diciendo “castellana”, conforme al uso habitual y oficial en España misma, hasta algo entrado el siglo actual».30 A nadie, pues, debe sorprender que Bello se refiriera a la «lengua castellana».
¿Qué se quiere decir con «castellana»? Aquí no hay titubeos: Bello es claro y explícito desde el principio:
Se llama lengua castellana (y con menos propiedad española)31 la que se habla en Castilla y que con las armas y las leyes de los castellanos pasó a la América, y es hoy el idioma común de los Estados hispanoamericanos.
(§3).
La «lengua castellana» es lo que la mayor parte de nosotros hoy día llamaría «español general». Lo que quedaba por establecer es qué porción de ella era ensalzada por medio de su inclusión en el libro de gramática.32 Y es el caso que Bello declara que —si se cumplen unas condiciones, para todos por igual— ciertos rasgos regionales podrían llegar a gozar de ese privilegio sin tomar en consideración si son americanos o españoles, con idéntico derecho:
Chile y Venezuela tienen tanto derecho como Aragón y Andalucía para que se toleren sus accidentales divergencias.
(«Prólogo», p. 25).
Esto es ahora lo importante: primera declaración de lo se podría denominar «principio de igualdad entre todas las provincias del idioma».
Es más: se dan circunstancias en las que no «todo lo que es peculiar de los americanos» puede ser tachado de «vicioso y espurio». O dicho de otro modo: hay usos exclusivamente americanos que no deben proscribirse, sino conservarse. Observe el lector el carácter de los mencionados por Bello («Prólogo», p. 25):
«Locuciones castizas que en la Península pasan hoy por anticuadas, y que subsisten tradicionalmente en Hispanoamérica»: arcaísmos castizos peninsulares.
«Vocablos nuevos» formados de raíces castellanas «según los procederes ordinarios de derivación que el castellano reconoce, y de que se ha servido y se sirve continuamente para aumentar su caudal»: creaciones léxicas que se acogen a los procedimientos de derivación del estándar.
«Práctica general de los americanos [de hacer] más analógica la conjugación de algún verbo» de lo que es costumbre en Castilla: eliminación de irregularidades del paradigma verbal, siempre y cuando esté generalizada.
Hay, sin embargo, algo de debate dialéctico en Bello que lo hace oscilar entre aceptar esta relativa igualdad América-España y ser moderadamente permisivo con algunos aspectos de lo peculiar americano, o admitir abiertamente su debilidad, una clara preferencia por el habla peninsular castellana, en la que parece reconocer una cierta superioridad, de basamento literario. En su mencionado artículo de 1832 se puede leer (pp. 175-176):
Hay personas que miran como un trabajo inútil el que se emplea en adquirir el conocimiento de la gramática castellana, cuyas reglas, según ellas dicen, se aprenden suficientemente con el uso diario. Si esto se dijese en Valladolid o en Toledo […]. De este modo pudiera responderse aun en los países donde se habla el idioma nacional con pureza, a los que condenan su estudio como innecesario y estéril. ¿Qué diremos, pues, a los que lo miran como una superfluidad en América?.
Insisto en la insistencia de Bello en la enseñanza y el estudio de las materias gramaticales: si necesario en Castilla, imprescindible en América. Y omito cualquier otro comentario adicional.
La cuestión de quiénes son los destinatarios explícitos —¿y exclusivos?— de este texto gramatical se retoma inmediatamente después de la declaración del título, en el propio «Prólogo» (p. 24), donde se insiste en restringir y limitar la procedencia geográfica de los lectores.33 Y ello, tanto en positivo: «Mis lecciones se dirigen a mis hermanos, los habitantes de Hispanoamérica», como en negativo: «No tengo la pretensión34 de escribir para los castellanos».35
La pregunta es ahora: ¿qué pudo mover a Bello a esta restricción voluntaria de público? Las respuestas han sido variadas:
El autor, modesto sobre manera, la consagró a sus hermanos de Hispanoamérica.
(Cuervo, 1881, p. 403).
Por impulso de modestia y más probablemente consejo de cautela.
(Alcalá-Zamora, 1945, p. 5).
El recelo de una repulsa de los gramáticos peninsulares.
(A. Alonso, 1951, p. xiv).
Pura ironía; una bien meditada ironía.
(Trujillo, 1981, pp. 34 y 38).
Desde la perspectiva peninsular del momento debía de parecer, en efecto, pretencioso que alguien de las recién independizadas colonias, un americano, viniese a dar lecciones de lengua, alcanzase a ser apóstol del buen uso… en España, en la antigua metrópoli, en el lugar que vio nacer el castellano. Especialmente si se tiene en cuenta que aquí se contaba con una corporación oficial cuyas funciones eran precisamente ésas, con una gramática al efecto (la GRAE de 1796), con una dilatada tradición gramatical y con reputadísimos gramáticos coetáneos. No es de extrañar tal pretensión quedara lejos de los presumibles objetivos —o ambiciones declaradas— de Bello.
Éste debió de moverse entre una natural modestia, un punto de temor al rechazo por parte de España a causa de su petulancia y —esto es lo que, con A. Alonso (1951, p. xiv), creo— una fuerte dosis de cortesía y de respeto. Pero al lector de hoy le queda la impresión de que sólo «aparentemente se dirigía tan sólo a los nuevos Estados» (Alcalá-Zamora, 1945, p. 6), de que, en realidad, sus destinatarios fueron sin distinciones y desde el principio todos los hispanohablantes: así lo atestiguan muchas de las advertencias, recomendaciones y reprobaciones de uso dispersas por toda la obra.
No debería, en cualquier caso, descartarse la posibilidad de que Bello apostara también por asegurarse lo que ahora se viene llamando una cuota de mercado: un producto creado ex profeso por un americano para los americanos, frente a los elaborados en la península, por españoles, que había que importar o adaptar: era un modo de hacer la competencia y neutralizar la hegemonía de Salvá (y seguidores) y de la gramática académica. Marcar territorio y público. Se podría recordar aquí que la Academia destinó su gramática de 1771 «a nuestra Juventud»; la de 1854 —la inmediatamente posterior a la expansión de Salvá por América y a Bello— «á la Juventud Española peninsular y ultramarina»;36 y la de 1858 —tras cuatro ediciones de Bello— «a los españoles todos», sin discriminaciones de edad ni distingos geográficos (Gómez Asencio, 2001). No sería de extrañar que este cambio de 1858 con respecto a 1854 guardara alguna relación con el éxito de la gramática de Bello (recuérdese lo sostenido aquí mismo, más arriba).
Algo de esta gramática sí que iba sin duda dirigido a sus «hermanos, los habitantes de Hispanoamérica»:
En las notas al pie de las páginas llamo la atención a ciertas prácticas viciosas del habla popular de los americanos, para que se conozcan y eviten.
(«Prólogo», p. 23).
Las notas destinadas a esa función son escasamente veinte, lo que inclina al investigador a concluir que esas reprobaciones y advertencias, tan destacadas en lugar proemial, no son muchas. Veamos su enjundia.
La mitad de ellas hace referencia concreta a Chile. La otra mitad37 se reparte entre «otros, algunos, varios países» o «algunas partes» de América (5) sin especificar lugares; «América, los americanos (en general)» (3), o «muchos escritores americanos» (1).38
Los chilenos —la gramática se publicó en Chile— son los peor parados: a los chilenos no cultivados se les reprueba:
De los americanos de otros lugares se dice:
Poco más puede hallarse en esas notas —aireadas desde el «Prólogo»— ideadas para llamar la atención sobre «prácticas viciosas del habla popular de los americanos». Tampoco la enjundia y trascendencia de las dichas notas se antojan excesivas; al menos no tales que desde ellas quede justificado el subtítulo de la obra y las referidas indicaciones proemiales.
Todo lleva a pensar que hacer una presentación universal de la globalidad de la faceta gramatical de la lengua española y sustentarla sobre un buen y sólido constructo teórico —previamente elaborado por el gramático— que diera cuenta de ella, eran en Bello prioridades en relación con la censura excluyente de ciertos usos desviados y vulgares propiamente americanos. La mayor parte de la gramática de Bello, si no toda, vale para todos (o para ninguno). Se podría recordar, en este sentido, cómo de los usos estigmatizados muchos no son americanos únicamente. Cómo se hacen advertencias acerca de algunas construcciones poco deseables comunes a España y América y compartidas incluso por hablantes cualificados de los dos continentes:
O cómo se recomiendan42 (en teoría sólo a los americanos) usos que siempre fueron extraños a las hablas de aquel continente (¿porque son normales en las variedades peninsulares que Bello adopta como modelo?):
Casi nadie recuerda hoy día el subtítulo de la obra donde se hace referencia a los destinatarios únicos declarados de la gramática de Bello; de hecho, ha desaparecido de no pocas ediciones modernas. Pocos estarían dispuestos a aceptar la validez actual de los asertos del «Prólogo» anteriormente citados (en el supuesto de que fueran originariamente sinceros). Casi todos mostrarán su acuerdo en reconocer que La gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos se convirtió pronto —si es que no lo fue desde su concepción íntima y desde sus orígenes públicos— en «gramática de un español general, de un español común» y en «gramática de todos y gramática para todos». De ahí le viene su fuerza. Por eso hoy sigue aún siendo ambas cosas. Y ésa no es la menor de sus grandezas.
Se trata tal vez de una gramática excesivamente peninsularista; y tal vez excesivamente apegada a usos arcaizantes, clásicos y literarios. Pero es un hecho unánimemente reconocido que el español es una lengua bien cohesionada desde la perspectiva de su estructura gramatical;44 y lo es que las divergencias del español en su dimensión gramatical (que no es sino su dimensión —en alguno de los sentidos de este término— morfosintáctica) son más bien escasas y de pequeño calado, y ello tanto en lo que atañe a su evolución histórica desde finales del xviii, como por lo que toca a las variedades ligadas a factores sociales o a diferencias regionales. Con ello, una gramática destinada a hispanoamericanos que proponía un modelo morfosintáctico de orientación peninsular (culta, clásica y literaria, pura) fundamental ha terminando por ser una gramática para todos del español general: muy probablemente la gramática del español más consultada de todas cuantas se han escrito. Hay más razones para ello: su cohesión y coherencia internas, su modernidad e innovación doctrinales, su adecuación y su exhaustividad descriptivas, su capacidad explicativa e integradora de usos, construcciones y estructuras: su validez y su fiabilidad en tanto que constructo teórico capaz de dar cuenta del sistema lingüístico del español general, con independencia de las peculiaridades morfosintácticas propias de las diversas modalidades históricas, regionales o sociales.
Pero recalar en esto último ya no es objeto de este trabajo ni pretensión de este autor, quien carece de espacio, de tiempo y de capacidades para tamaña empresa. Contribuir modestamente a «hacerle justicia y darle el aspecto de universalidad de que es digna» (Cuervo, 1881, p. 403), es lo que aquí se ha procurado.
En Valdemierque, en el día de San Bartolomé del año 2001.