El idioma español ha tenido, y continúa teniendo, un papel importante en el desarrollo y la identidad de los Estados Unidos. Por su rol histórico en la formación y el desarrollo de la nación, y por su importancia demográfica dentro de sus fronteras, el español en los Estados Unidos, junto al inglés, forma parte de la identidad lingüística de muchos norteamericanos. Y tanto por el gran número de norteamericanos bilingües que hablan inglés y español, como por la cercanía de los vecinos latinoamericanos, el aprendizaje del español es de gran importancia en las escuelas norteamericanas.
De acuerdo con el Censo del año 2000, en el 18 % de los hogares estadounidenses no se habla inglés como lengua del hogar. Y en estados como California, Nuevo México, Texas, Nueva York, Hawaii, Arizona y Nueva Jersey, más de un 25 % de la población vive en hogares en que se habla otra lengua que no es el inglés, mayormente el español (NCBE Newsline Bulletin, 2001). En la década del 90 al 2000, el número de niños de edad escolar viviendo en hogares en que se habla una lengua que no es el inglés aumentó un 55 %, y aquellos que viven en hogares en que se habla español aumentó un 60 %.
Esta coexistencia natural del inglés y el español en los hogares de los Estados Unidos se ha convertido recientemente en tensión y batalla en la escuela pública, escuela que funciona solamente en inglés, con raras excepciones de educación bilingüe, y que cada día acrecienta el énfasis en juzgar el aprovechamiento escolar a través de exámenes estandarizados en inglés. A medida que el bilingüismo escolar ha aumentado por la llegada de millones de niños hispanohablantes, la escuela pública norteamericana ha tomado medidas extremas para controlar el bilingüismo y el desarrollo de la educación bilingüe, y lograr un creciente monolingüismo en inglés.
Al mismo tiempo, el número de estudiantes de secundaria y universitarios que aprenden español continúa aumentando. A medida que la enseñanza del francés ha decaído, más de la mitad de los estudiantes de lenguas extranjeras en los Estados Unidos estudian el español (ACTFL Newsletter, 1996; Nichols, 2000). Y la profesión de la enseñanza del español a hispanohablantes se ha desarrollado enormemente en la última década del siglo xx (Colombi y Alarcón, 1997).
La enseñanza del español en las escuelas norteamericanas siempre ha sentido la tensión entre considerarse una lengua extranjera digna de aprenderse y una lengua étnica hablada por latinos estadounidense que necesita ser controlada y hasta abolida. Este trabajo traza la trayectoria histórica del español en las escuelas estadounidense, para después analizar la situación actual en el siglo xxi.
La historia de la enseñanza del español en los Estados Unidos puede dividirse en cinco períodos que se distinguen por su distinto énfasis:
I. La colonia y la primera época: 1699-1840: El comercio
II. El siglo xix: La conquista y el cultismo
III. El siglo xx, 1.ª mitad: Instrumento de imperialismo
IV. El siglo xx, 2.ª mitad: Símbolo de la identidad latina en los EE. UU.
V. Las postrimerías del siglo xx: Problema y recurso étnico
VI. El siglo xxi y el futuro
La gran necesidad de comerciar con las colonias españolas hace del español un instrumento necesario durante la época colonial estadounidense. En 1735 aparece el primer anuncio para clases de español de que tenemos noticias en el New York Gazette (Spell, 1927: 147). Y en 1751 Garret Noel publica el primer libro de texto para aprender español en las colonias inglesas (Leavitt, 1961: 605).
Durante la Guerra de Independencia de los Estados Unidos, España le brinda apoyo a las colonias inglesas enviando diplomáticos y cónsules. Con este motivo, el español hablado por hispanoparlantes llega oficialmente a las colonias. Durante la segunda mitad del siglo xviii, el español continúa tomando importancia dado el gran tráfico de navíos entre los Estados Unidos y los puertos de las Indias (Spell, 1927: 148-149).
Tanto Benjamin Franklin como Thomas Jefferson opinaban que el español podría ser un gran recurso para los Estados Unidos en su expansión comercial. Aunque Franklin veía el alemán como una amenaza a los Estados Unidos, abogaba por la inclusión del español en las escuelas. En 1751 abogó porque se incluyera el español en el currículo del Public Academy de Philadelphia, la que luego se convirtiera en la Universidad de Pennsylvania (Spell, 1927: 148). Y en una carta a su sobrino de 1787, Thomas Jefferson le pide que aprenda español porque «la conexión futura tanto con España como con la América española lo harán adquirir un gran valor».
De 1808 a 1826, el comercio entre los Estados Unidos y las nuevas naciones latinoamericanas cobra auge. Todo esto aumenta en el interés por aprender el español (Sánchez Korrol, 1983). Es también en aquella época en que nace la educación bilingüe en los Estados Unidos, ya que en Baltimore se abren escuelas específicamente para atraer a niños latinoamericanos. Sin embargo, durante todo este período inicial, la interacción de los angloparlantes fue siempre con hispanoparlantes de clase alta que controlaban los gobiernos y los puertos.
Es durante el período de expansión norteamericana, que resulta en la anexión del territorio que es hoy día el suroeste de los Estados Unidos, y del descubrimiento de oro en California en que los angloamericanos entran en contacto con hispanoparlantes que no tienen ni poder ni riqueza, y que suelen no ser europeos. El español se enseña entonces sobre todo al ejército norteamericano para facilitar la conquista y para asimilar a la nueva población (Spell, 1927: 152-153).
Curiosamente es durante este mismo período en que se empieza a enseñar formalmente el español por motivos cultos y que mira hacia España. En 1816, Harvard establece la cátedra Smith de francés y español, la cual ocupa George Ticknor hasta 1835 (véase Grattan Doyle, 1926; Leavitt, 1961; Nichols, 1945; Spell, 1927). En 1815, Ticknor se convierte en el primer norteamericano que viaja a España para estudiar literatura, y su Historia de la literatura española se publica en 1849. Esta tradición de enseñanza del español se continúa en Harvard con Henry Wadsworth Longfellow, James Russell Lowell, Washington Irving, y William Prescott.
Durante las primeras dos décadas del siglo xx, los Estados Unidos adquieren gran interés en Latinoamérica. El Canal de Panamá abre en 1914, justo al comienzo de la primera guerra mundial. Durante los próximos tres años, el comercio con Latinoamérica aumenta un 100 % (véase «On the threshold», 1917; McCarthy, 1917; Coester, 1923; Shepard, 1924). Durante el Segundo Congreso Científico Panamericano, en Washington, en 1919, se pasa una resolución exigiendo «que el español se enseñe en todas las escuelas de los Estados Unidos» (citado en Harrington 1932, p. 369).
Pero al mismo tiempo, el español se empieza a reconocer como la lengua de una población pobre y no blanca (Macías, 1985). La Asociación de Lenguas Modernas en los Estados Unidos, el MLA, se funda en 1883, e inmediatamente se distancia formalmente del español hablado en el territorio estadounidense. En 1906, E. C. Hills describe el español de Nuevo México, haciendo referencia al gran porcentaje de analfabetismo entre la población. En Nueva York, Bernardo Vega, un tabaquero puertorriqueño, recuerda un letrero en un edificio en la calle 89 que dice: «Se alquila apartamento. No se admiten ni cubanos, ni puertorriqueños, ni perros» (citado en Andreu Iglesias, p. 70).
En este clima de imperialismo y prejuicio en contra de los hispanoparlantes nace la profesión de la enseñanza del español. La Asociación Americana de Maestros de Español, el AATSP, tuvo su primera reunión en 1917 en Nueva York. Lawrence A. Wilkins, entonces director de Lenguas Modernas en las escuelas secundarias de Nueva York, fue su primer presidente; Aurelio Espinosa, de la Universidad de Stanford, el primer editor de su revista, Hispania (para una historia de la organización, véase Nichols, 1945; Klein, 1992).
Las actitudes que expresan Wilkins y Espinosa nos ayudan a entender el rol del español y su enseñanza durante ese período. Fue Wilkins el que promovió el español en las escuelas secundarias de Nueva York. Pero fue también Wilkins el que luchó en contra de incluir el español en las escuelas elementales, y el que prohibió que se contrataran maestros extranjeros en las escuelas de Nueva York.
Aunque de descendencia hispana, Aurelio Espinosa, estaba en contra de una variedad latinoamericana del español y hasta del concepto en sí de Latinoamérica. En un artículo de 1923 titulado «¿Dónde se habla mejor español?» dice: «El mejor español moderno […] lo habla la gente educada de Castilla la Vieja y de Castilla la Nueva» (p. 244).
En 1929 se lleva a cabo un estudio de la enseñanza de lenguas modernas extranjeras en los Estados Unidos. Dicho estudio señala que la meta de esa enseñanza es la lectura y recomienda que se limite su estudio a dos años (Huebener, 1961). En 1940, la Comisión de la Juventud Americana declara que la enseñanza de lenguas extranjeras no tiene utilidad y que toma mucho tiempo. Y en 1944, la publicación de Harvard titulada «Lo que deben enseñar las escuelas secundarias» declara que el estudio de una lengua extranjera sólo beneficia el inglés del estudiante (Huebener, 1961: 14).
Parecería que existe en esta época una contradicción entre la mayor participación de los Estados Unidos en asuntos internacionales, y sobre todo latinoamericanos, y el menor interés por la enseñanza del español. Sin embargo, una anécdota relatada por Goodykoontz (1945) podría explicar la aparente contradicción. Relata Goodykoontz que unas estudiantes de español en una escuela secundaria de Nueva York piden amigas por correspondencia que sean hispanoparlantes, pero aclaran: «Si es posible, quisiéramos que fueran rubias» (Goodykoontz, 1945: 385).
Para mediados del siglo xx, el avión y la radio nos comunicaron muy directamente, poniéndonos en contacto por primera vez, con el español del suroeste y con el español hablado por aquellos que formaban parte del primer puente aéreo de la historia estadounidense: los puertorriqueños (Sánchez Korrol, 1983). El español cobraba aspecto de lengua de pueblos conquistados.
Sin embargo, hubo en esta época grandes esfuerzos escolares para ayudar a la población hispanoparlante de Estados Unidos. En 1940, Texas, Nuevo México, la Florida y Carolina del Sur introdujeron la enseñanza del español en escuelas primarias (véase Johnston, 1943; Nichols, 1945). Como resultado del estudio de 1953 titulado «La enseñanza de niños puertorriqueños en las escuelas de Nueva York» la Junta Escolar propuso que el español fuese usado para educar a esos niños. Esto puede considerarse como el comienzo del movimiento contemporáneo de la educación bilingüe, con el español utilizado para asimilar a la población lingüística y culturalmente.
Fue esta profesión de profesores de español, renuente a promover el español para comunicación inter-étnica y ni siquiera entre latinos, pero cómoda como agente de inter-americanismo y sus pretensiones imperialistas, la que se enfrentó con Sputnik. Como resultado de Sputnik, se pasó la Ley de Defensa Nacional y de Educación (NDEA) en 1958, proveyendo fondos para desarrollar la enseñanza de lenguas extranjeras (véase PMLA, 1958, vol. 73, iv-viii; Harden, 1981). La metodología audiolingüe fue desarrollada durante esta época (para esta historia véase, entre otros, Davison, 1960; Dostert, Lehmann y Marckwardt, 1960; Guerra, 1968; Palmer, 1955; Walsh, 1960a, 1960b). Pero en 1966 un artículo en el Modern Language Journal hablando de la enseñanza del español dice: «Están los currículos, los maestros, los libros, pero ¿dónde están los estudiantes? Se van. No lo necesitan» (Zeldner, 1966: 277). El español para los angloparlantes deja de tener interés al reconocerse al mismo tiempo como característica de los latinos en los Estados Unidos.
Los años sesenta fueron años de gran auge étnico, tanto en los Estados Unidos como en el mundo entero (Fishman, 1985). Durante esos años, los chicanos en el suroeste y los puertorriqueños en el noreste se unieron a los afroamericanos para exigir más derechos. Por primera vez, los latinos de los Estados Unidos usaron el español para categorizarse a sí mismos y como símbolo de identidad étnica.
En 1963, en un artículo titulado «El mexicoamericano bilingüe como posible maestro de español», Hispania por fin reconoce el español de los latinos, y la importancia que éste tiene en definir su identidad personal y profesional (Wonder, 1965). Pero muy pronto después, la imagen de los latinos en los Estados Unidos pasa de ser una de hablantes del español a una de no hablantes del inglés. Cuando se pasa la Ley de Educación Bilingüe en 1968, el gobierno enfoca en las limitaciones del inglés de los estudiantes latinos y no en su español (Lyons, 1990). La proficiencia en español deja de ser un recurso para convertirse en un problema (García 1993, 1995, 1997). Así y todo, en esta época se organizaron programas de educación bilingüe, cuya meta era mantener y desarrollar el español de los latinos, además de los más numerosos denominados de educación bilingüe transicional, cuya meta era desarrollar el inglés de los estudiantes que llegaban con limitaciones en inglés.
Para esa época, un grupo de profesionales en el campo del español en Estados Unidos comenzó a reclamar el español como recurso sobre todo para los latinos, y no simplemente como problema. En 1972, la Asociación de Maestros de Español y Portugués (AATSP) recomienda que se inicien clases de español para hispanohablantes. En 1975, Guadalupe Valdés publica el primero de sus muchos trabajos sobre la enseñanza del español a hispanohablantes. También en 1975 se establece la Liga nacional defensora del idioma español para promover el español en los Estados Unidos. En 1980, Lucía Elías Olivares organiza la primera conferencia sobre el español en los Estados Unidos, reunión que se lleva a cabo hasta nuestros días. Ante la defensa del español estadounidense, aún en su contacto con el inglés, surge entonces la Academia norteamericana de la lengua española, en 1974, con el propósito explícito de vigilar el español estadounidense.
Para el mismo tiempo en que la profesión del campo del español en los Estados Unidos comienza a organizarse, el movimiento denominado English Only cobra auge (Crawford 1992a, 1992b). En los años setenta, la educación bilingüe en los Estados Unidos había abogado porque se les enseñara tanto español como inglés a los niños latinos. Poco a poco, sin embargo, los programas de educación bilingüe para mantenimiento han sido sustituidos por los transicionales en que se utiliza el español sólo hasta que el estudiante demuestre proficiencia lingüística en inglés (véase Casanova, 1991). Y los educadores que todavía sueñan con desarrollar el español de los niños latinos que hablan inglés tienen que hacerlo bajo la máscara de los programas bilingües denominados de Lengua dual (Dual Language) en que hay tanto niños hispanohablantes como niños anglohablantes (véase Lindholm, 1992).
Sin embargo, en estas últimas dos décadas, la enseñanza del español a angloamericanos ha aumentado considerablemente (véase, por ejemplo, Brod y Huber, 1992; Draper, 1991), y más de treinta estados han adoptado el estudio de una lengua extranjera como requisito para graduarse de escuela secundaria (Rhodes y Oxford, 1988). Pero, a pesar de todo, y a pesar de que nunca se ha estudiado tanto el español, sólo el seis por ciento de los estudiantes norteamericanos estudian más de dos años. Y las clases de español tienen la tasa más alta de deserción de todas las de lenguas extranjeras (Draper 1991: 3-4). La realidad es que hay pocos norteamericanos que aprenden español.
En el siglo xxi el inglés, por su rol de lingua franca y su extensión global, será el vehículo comunicativo y comercial por excelencia. Sin embargo, el español en los Estados Unidos tiene un papel esencial e importante como marcador de identidad de un pueblo latino en los Estados Unidos, un pueblo leal a su país, los Estados Unidos, a pesar de expresarse a veces en español.
El español en los Estados Unidos en el siglo xxi no se fortalecerá promoviéndolo sólamente para enriquecimiento de todos. Pero hay una labor esencial que hacer para lograr el desarrollo del español entre los latinoestadounidenses que hablamos inglés y de nuestras futuras generaciones. El futuro de la enseñanza del español en los Estados Unidos tiene que contar con la población latinoestadounidense como recurso. Y nosotros, los latinoestadounidenses tenemos que continuar nutriéndonos tanto de nuestras tradiciones norteamericanas en inglés, como de las de nuestros padres, abuelos y contemporáneos hermanos latinoamericanos y españoles.