Las lenguas de EspañaÁlvaro Galmés de Fuentes
Miembro de la Real Academia de la Historia. Madrid (España)

En la Alta Edad Media, en los primeros tiempos de la Reconquista, se van perfilando, en la España cristiana, seis lenguas diferentes: el gallego-portugués, el asturiano-leonés, el castellano, el vasco, el navarro-aragonés y el catalán. En al-Ándalus, es decir en la España musulmana, además del árabe, pervive durante algún tiempo una lengua romance, que tradicionalmente venimos llamando mozárabe, practicada por los cristianos que conviven en al-Ándalus, por los muladíes o cristianos renegados y, en menor medida, por algunos musulmanes de origen foráneo. Esta lengua mozárabe, representa en muchos de sus aspectos un puente de unión entre las áreas fragmentadas de la España cristiana oriental y occidental. Así, por ejemplo, la diptongación ante yod (moz. walyo o welyo ‘ojo’, asturiano-leonés güeyo, aragonés güello, cat. ull, que supone una forma previa con diptongo), la conservación de la f- y la g- iniciales, la palatalización de la l- inicial (en voces como llengua, llobo, etc.), el estudio -it-<-kt- (del tipo lleite, feito, etc.), los plurales femeninos en -es, etc.

Pero las lenguas no son entidades estáticas; tienen vida propia: pueden crecer, pero también pueden morir. Y así, el castellano muy pronto, por razones de reconquista y otras causas políticas, inicia una rápida ascensión territorial. La lengua castellana encerrada en un principio dentro de la minúscula región de los condes de Castilla, así delimitada por el cantor de Fernán González: «Entonçe era Castiella un pequeño rincón: / era de castellanos Montes de Oca mojón», inicia una imparable difusión, incorporando a sus normas las lenguas limítrofes. Rafael Lapesa ha puesto de relieve en ese sentido el abandono, por parte de los notarios locales de la Edad Media, de la norma asturiana y la aceptación de la castellana:

La influencia de la norma ovetense que hizo que ya en los siglos xii al xiv los notarios se despegaran progresivamente de rasgos comarcales y locales en pro de los que eran comunes a la mayor parte del dominio astur-leonés; pero no fue capaz de extender peculiaridades exclusivas de la variedad central (plurales les cases, canten; metafonía pirru/perros, etc. ). En realidad abrió el camino al influjo castellano al anticipar soluciones en que coincidía con éste (-ero, gané, casa, fuerça, pecho, lleno); pero no pudo mantener aquellas en que difería. El asturiano de los notarios, desarraigado del uso vivo de la zona, no resistió la pujante influencia castellana, apoyada por el ejemplo de la Cancillería real, de las Partidas y de los ordenamientos jurídicos posteriores. Como forma de lenguaje escrito apartada del hablado, el asturiano convencional sucumbió ante el castellano, que ya en los últimos siglos de la Edad Media era vehículo de comunicación más rica y amplia.1

Y, naturalmente, desde ese momento la lengua regional queda relegada a la condición de dialecto social.

Por su parte, el aragonés, aunque algo más tarde, abandona también sus pequeños rasgos diferenciales, en aras de una unidad superior castellanohablante. Muy influido por el castellano, desapareció pronto en el uso literario y notarial. Así, por ejemplo, Pedro Manuel de Urrea, que escribía en el pueblo aragonés de Trasmoz (en Zaragoza, al pie del Moncayo), en sus poemas corteses de 1513 no acoge ya dialectalismos, y sus personajes pastoriles emplean el castellano con vocablos convencionales tomados de Juan del Encina. Algo más tarde, hacia 1528, Jaime de Huete se disculpa de insertar algunos aragonesismos léxicos en sus comedias Tesorina y Vidriana. A partir de entonces la castellanización se generaliza, tanto en la lengua escrita como en la lengua hablada, especialmente en las ciudades.

Quedan, pues, frente al castellano, conservadas con mayor o menor vitalidad, tres lenguas: el gallego, el vasco y el catalán.

El gallego, que tuvo cierto cultivo poético durante la Edad Media, a lo largo del siglo xiv deja de practicarse como lengua literaria, convirtiéndose así en el hermano pobre y rezagado del portugués, sujeto a una influencia constante del castellano. Tienen, sin duda, razón los reintegracionistas gallegos cuando piensan que, sin la presencia del castellano, la evolución del portugués es la que habría experimentado el gallego. Los aspectos controvertidos afectan a todas las áreas de la lengua: léxico, sintaxis y especialmente morfología, siendo el caso más llamativo el de las terminaciones del gallego actual en -ción, o -sión, que para los aislacionistas deben de considerarse gallegas, pero que, sin duda, como acertadamente piensan los reintegracionistasno son sino calcos del castellano, que deben sustituirse por -çom (associaçom). El mismo nombre propio de la región, Galicia, aparece castellanizado, con la típica interdental [q] castellana, y cuya forma autóctona sería Galiza.

El vasco, íngrimo en su alteridad histórica, como señala Alarcos, pero afectado por todas las avenidas lingüísticas desde la antigüedad hasta hoy,2 se halla relegado, en la actualidad, a un área rural muy reducida, y carece de literatura propia. Según la estadística realizada por Pedro de Irízar, Los dialectos y variedades de la lengua vasca (1973), por esas fechas la población vasco-hablante era la siguiente: 140 229 habitantes de Vizcaya, 276 843 de Guipúzcoa, 1863 de Álava y 35 228 de Navarra, lo que suma un total de 454 163 vasco-hablantes. Porcentualmente estas cifras, siempre según la estadística de Irízar, indican que sólo tenían como lengua el español, el 80 % en Vizcaya, el 60 % en Guipúzcoa, el 99 % en Álava y el 93 % en Navarra. En total, casi un 78 % de vascos sólo hablaba español, y el 22 % restante de vascófonos, en su mayoría, eran bilingües. Por eso el célebre viajero Geoge Borrow podía afirmar:

Hay muy pocos alicientes para el estudio de la lengua [vasca]. En primer lugar, su adquisición es completamente innecesaria, aun para los que residen en el territorio donde se habla, porque la generalidad entiende el español en las provincias vascas pertenecientes a España y el francés en las pertenecientes a Francia. En segundo lugar, ninguno de sus dialectos posee una literatura propia que recompense el trabajo de aprenderlo.3

El intento de revitalizar el vasco, solo puede conducir en la mayor parte de los casos a retornar a una lengua que nunca se ha hablado, hurtando así a una parte de la población el dominio pleno de una de las grandes lenguas del mundo.

En cuanto al catalán, su castellanización es algo más tardía. Efectivamente, a finales del siglo xv deja de escribirse en catalán. Dos escritores, nacidos en Barcelona, son representativos al respecto: Juan Boscán, que cimentó el estilo del español del siglo xvi, al traducir en 1534 El cortesano de Baltasar de Castiglione, e introdujo el endecasílabo italiano, y Benet Garret, que se convertirá, con el nombre de Cariteo, en uno de los poetas italianos más ilustres de finales del siglo xv, sin que por ello deje de considerarse un escritor catalán, que aspiraba a ser el Sannazaro de Cataluña. Otros escritores catalanes, como el también barcelonés Romeo Llull o el valenciano Narcís Vinyoles, escribieron, sumando las dos tendencias, parte de su obra poética en español y en italiano. Y esta es precisamente la grandeza de Cataluña: porque Cataluña, lejos de estar encerrada en las supuestas prisiones de la decadencia, supo estar abierta desde finales del siglo xv a la doble influencia española e italiana. Y, siguiendo el ejemplo de Boscán, se incorporan a la literatura española los valencianos Timoneda, Gil Polo, Guillén de Castro, Moncada y numerosos autores secundarios. Pero, a la vez que los escritores abandonaban el catalán, como lengua literaria, las clases elevadas tenían a gala hablar coloquialmente el castellano, hecho que denunciaba, por ejemplo, el caballero tortosí Cristòfol Despuig:

… lo escándol que jo prenc en veure que per a avui tan absolutment s’abraça la llengua castellana per los principals senyors y altres cavallers de Catalunya, recordat-me que en altre temps no donaven lloc ad aquest abús los magnànims reis d’Aragó.4

O, en otro caso, Estefanía, la madre del barcelonés Luis Requesens, escribía orgullosa, en una carta de 1534:

Lluyset está molt bonico, guartlo Deu, y continua son estudi i parla lo castellà molt bonico.5

Tanto los caballeros catalanes como los escritores, que pertenecían a una capa social superior, acogen el castellano «sense obeir —como señala Martín de Riquer— a cap mena de pressió ans com a gest totalmente lliure i voluntari».6 Ahora bien, si esto ocurría en las capas superiores de la sociedad catalana, ¿cuál era la reacción del pueblo? Curiosamente su reacción era paralela a la de los escritores y caballeros, y así, por las mismas fechas que se adapta el castellano como lengua literaria y de conversación entre nobles y burgueses, el pueblo acoge con entusiasmo, desde finales del siglo xv, el romancero castellano, que lo asimilará y cantará en su lengua original, aunque en ella se deslice algún catalanismo autóctono, y su éxito ha sido tan grande, que hoy día sigue vivo el romancero castellano, aún en los rincones más apartados del domino catalán, y yo mismo he podido recoger, de boca de los marineros, muestras significativas en la apartada Cala Fornells, de la isla de Menorca, algunos de cuyos octasílabos, con los característicos catalanismos, suenan así:

—Gerinelo, Gerinelo, Gerinelito pulido,
si te pudiera tener tres horas en mi retiro.
—¿Qué hora vendré, señora, por no ser tan conocido?
—Entre la una y las dos, mi padre estará dormido,
con zapatitos de seda y no será tanto ruido…

Ahora bien, una lengua jamás se impone por el capricho de pretender que la hablen los vecinos. Una lengua no se aprende por obligación impuesta o por ordenación legal, se aprende por necesidad o por interés, en definitiva, por razones de economía de lingüística. La lengua española que ha penetrado en Cataluña es, como hemos visto, la que los escritores, los señores y el pueblo han querido y en el momento en que todos ellos lo han exigido como una necesidad.

Tampoco en Portugal, cuyos vínculos con España se mantenían muy estrechos, el castellano era una lengua extranjera; siguiendo la tradición iniciada en el Cancionero de Resende, que contiene obras castellanas de autores portugueses, y de Gil Vicente, que emplea el castellano en sus obras más elevadas y cortesanas, mientras escribe en portugués las de carácter más popular, los más relevantes clásicos lusitanos, Sá de Miranda, Camoes, Rodrigues Lobo y Melo, practican el bilingüismo; otros como Montemayor, pertenecen íntegramente a la literatura castellana; y, en Cerdeña, perteneciente a la Corona de Aragón desde el siglo xiv, hubo en los siglos xvi y xvii cultivadores de las letras castellanas.7

Así, pues, el castellano se convierte en la lengua española, propia de toda la comunidad hispánica. Juan de Valdés decía en 1535:

La lengua castellana se habla no solamente por toda Castilla, pero en el reino de Aragón, en el de Murcia con toda Andaluzía y en Galicia, Asturias y Navarra; y esto aun entre la gente vulgar, porque entre la gente noble tanto bien se habla en todo el reino de Spaña.8

El castellano, pues, se había convertido en lengua nacional. El término castellano había sido la forma adecuada de designar la lengua romance de los castellanos, en contraposición de las demás; pero cuando España consiguió articular sus regiones en una nación unida, el término español empezó a extenderse como forma más adecuada para expresar la nueva situación del idioma. Como señala Rafael Lapesa:

En esta preferencia confluyeron dos factores: fuera de España la designación adecuada para representar el idioma de la nación recién unificada era lengua española; dentro de España, aragoneses y andaluces no se sentían partícipes del adjetivo castellano y sí del español.9

Y así piensan también los catalanes, antes de la reacción victimista de la Renaixença, como, por ejemplo, el ya citado C. Despuig, cuando afirma:

… perqué [la llengua castellana] és l’espanyola que en tota l’Europa se coneix…10

O fray Agustí Eura, al afirmar, en su discurso de ingreso en la Real Academia de Buenas Letras de Barcelona, en 1732:

… pués esta [la castellana] i no altres se diu espanyola…

Y añade:

Ni obsta que la llengua castellana se diga espanyola, pués ara ocupa la major parte d’Espanya.11

Ahora bien, en el proceso de la castellanización periférica, el caso del catalán resulta ciertamente llamativo, pues se produce, sin solución de continuidad, después de una eclosión sorprendente del cultivo literario en lengua catalana. Por eso creo que merece la pena detenerse con alguna atención sobre este problema.

Desde el romanticismo, a partir de la Renaixença se han propugnado causas exógenas para justificar la castellanización de Cataluña. La desafortunada conjunción de los arrebatos románticos de guardarropía (que no el auténtico romanticismo) con la búsqueda de pintoresquismos locales, la misma que creó la disparatada Andalucía mora, distorsionó la realidad regional. En primer lugar, se acuñó el término decadènçia; pero hoy día sabemos que tal término no está justificado ni desde el punto de vista económico, como ha puesto de relieve recientemente, entre otros, A. García Espuche,12 ni desde el punto de vista cultural. En este último sentido, el término decadènçia servía para considerar como extraña toda la literatura elaborada en castellano en tierras catalanas. Pero, hoy día sabemos cuán falsa es la identificación de lengua y patria: el país más poderoso del mundo, Estados Unidos de América, no tiene una lengua propia y se vale de una europea, el inglés; Suiza, cuya cohesión e identidad nacional nadie pone en tela de juicio, no tiene una lengua propia, y se sirve de cuatro idiomas, tres de los cuales (el alemán, el francés y el italiano) son lenguas propias de otras tantas naciones europeas, y la única lengua autóctona (el reto-romano) se halla en plena regresión y nunca ha alcanzado el nivel cultural de lengua literaria. Basten estos dos ejemplos, entre otros muchos, para poner de relieve la falsa identificación de lengua y patria. Por eso, no podemos admitir el concepto de decadència si sólo en el siglo xvi han nacido en tierras catalanas figuras tan destacadas de la literatura como Boscán, Timoneda, Gil Polo, Guillén de Castro, Moncada o Luis Vives, aunque escribiesen en español o en latín. La adopción del español como lengua de cultura, según bien afirma J.L. Marfany, «no representava una pèrdua de la conscinecia nacional que, d’altra banda, no tenia cap de les implicacions sociopolitiques que comporta actualment».13 Y no se invoque una mayor castellanización de Valencia frente a Barcelona, pues en la época áurea de la literatura en catalán la proporción es análoga, ya que la mayor parte de la producción es periférica. Frente a los mallorquines Ramón Llull, Anselmo de Turmeda y Ramón Muntaner «ciutadà de Mallorques» o los valencianos Arnau de Vilanova, Francesc Eixeminis, Joanot Martorell, Jaume Roig, Jordi de Sant Jordi, Ausias March o Joan Rois de Corella, en Cataluña apenas brilla como figura destacada el barcelonés Bernat Metge y tal vez Bernat Desclot, del que no sabemos con certeza donde nació, aunque sí es conocida su estrecha relación con Valencia, en donde vivió desde su conquista.

De la supuesta decadència no sería responsable, desde los románticos a nuestros días, la propia Cataluña, sino que estaría motivada por causas exógenas, iniciándose así una nueva etapa victimista, que irá in crescendo hasta la actualidad. Y entre esas causas, circula como moneda corriente la entronización de la dinastía castellana de los Trastámaras después del compromiso de Caspe. La presencia en la Corona de Aragón de un rey castellano, casado con una reina castellana, sería la causa de una imposición castellanizante. Pero ocurre que, cuando una dinastía foránea reina sobre un pais es éste el que asimila a aquella y no al revés. De lo contrario, como acertadamente opina Martín de Riquer, «havríem de suposar una germanització de les lletres a Espanya en començar a regnar els Habsburgs i que els espanyols s’haguesin posat a escriure en francès a conseqüència de l’entronització dels Borbons amb Felip V».14

Es, por otra parte, el mismo argumento que esgrime otro historiador catalán tan solvente como Ramón d’Abadal:

Castilla tuvo dinastías de Habsburgo y de Borbón, con el consiguiente tropel de palatinos y ministros extranjeros, y dinastías extrañas tuvieron Inglaterra y otros pueblos, pero en el conflicto de adaptción siempre es la nación la que triunfa; si en Cataluña sucedió lo contrario, ¿es que la dinastía castellana era tan fuerte y tan genial para imponerse?.15

Pero el argumento definitivo, frente a la irracional causa del compromiso de Caspe, nos lo proporciona precisamente el auge de la literatura catalana. Bajo la dinastía castellana aparece el mejor poeta lírico catalán, Ausias March, y la mejor novela el Tirant lo Blanc, no sólo de las letras catalanas, sino de toda la literatura española, pues el Tirant es la primera novela moderna de nuestras letras, como ha puesto de relieve Dámaso Alonso. Y, como hemos visto, desde 1412, en que se implanta la dinastía castellana, hasta finales del siglo xv se desarrolla el gran Siglo de Oro de las letras catalanas.

De otra parte, imputar la castellanización al tardío decreto de Nueva Planta dieciochesco es desconocer anacrónicamente los hechos ocurridos desde el siglo xvi. La imagen negativa de Felipe V en Cataluña no tiene justificación histórica. Felipe V no prohibió el catalán; lo único que hizo fue introducir en toda la Monarquía, y no sólo en Cataluña, el castellano como idioma de la Administración, lo que habían hecho ya los franceses doscientos años antes, y no menos de cuatrocientos los ingleses. Por otra parte, lo que establece Felipe V es simplemente confirmar lo que ya practicaba, como hemos visto, desde el siglo xvi, la elite catalana. Por otra parte, Felipe V nunca prohibió el catalán, y los catalanes siguieron hablando y escribiendo, siempre que quisieron, en su lengua vernácula.

Por eso, son mucho más razonables las causas que establecen los propios autores catalanes, en los siglos xvi, xvii y xviii, antes del romanticismo. En primer lugar, son razones de economía lingüística las que aducen para justificar la sustitución voluntaria del catalán por el castellano. Así, el valenciano Martín de Viciana afirma escribir sus obras en español por hacerlas «comunicables a muchas otras provincias».16 Un razonamiento parecido es el de Dionís Jorba, en la dedicatoria de su Descripción de Barcelona a los «Consellers» de la ciudad, al declarar que, al escribir su obra en español:

no lo he hecho por menosprecio de nuestro lenguaje… sino por el entrañable deseo que yo tengo que las cosas desta illustríssima y generossíssima ciudad, ansí como son muy heroicas y notables, sean también muy sabidas… porque quitada la latina ninguna [lengua] es más entendida que la castellana.17

El valenciano Pere Antoni Beuter tiene la misma conciencia, y en la edición de su Crónica de Valencia (1546) escribe:

Pues como el tiempo ha traído la diversidad de tantos reinos… , parece que el mismo tiempo requiere que sea en todos una común lengua, como solía en la monarquía primera de España en tiempo de los godos. Luego no es razón que a nadie parezca mal que, siendo yo valenciano natural, y escribiendo en Valencia a los regidores de ella, escriba en castellano por el respeto del provecho común y divulgación mayor en toda España.18

Cincuenta años después de las observaciones de Despuig, el poeta Francesc Calça, en su obrita Los catalanes, ¿per qué dexam la llengua?, resume así las diferentes razones que nos ofrece:

En castellà tot hom que se dona escriure tenit per cert quels serà més profit.19

Finalmente, Ignasi Ferreres, en 1799, justifica el abandono del catalán, por ser el castellano la lengua de la corte, y por tanto la más extendida:

Si és així me diran: com és que los catalans afecten lo parlar castellà, olvidant son llenguatge natíu? …la reposta: És la llengua castellana nostra llengua de cort.20

Pero a estas razones, se suman también razones de prestigio de la lengua castellana. Así, por ejemplo, el caballero tortosí, varias veces citado, C. Despuig defiende así la lengua castellana:

Y no dich que la castellana no sia gentil llengua y per tal tinguda.21

Narcís Vinyoles, en su traducción de la Summa Chronicarum alaba la lengua castellana en estos términos:

la limpia, elegante y graciosa lengua castellana, la qual puede muy bien, y sin mentira ni lisonja, entre muchas bárbaras y salvajes de aquesta nuestra España, latina, sonante y elegantíssima ser llamada.22

De forma parecida Andreu Bosch, nacido en Perpiñán a mediados del siglo xvi, afirma:

de manera que ha vingut [la llengua castellana] a ser la més retòrica, abundant i fèrtil de totes, i d’aquí més comuna i rebuda.23

Por su parte el barcelonés Gabriel Casanova, en el discurso de ingreso en la Real Academia de Buenas Letras de Barcelona en 1790, se expresa así:

Desde entonces [época de los Reyes Católicos], sobre la decadencia de la nuestra, se alzó la lengua castellana a aquel grado eminente de belleza y de perfección en que la admiramos ahora.24

Recordemos todavía las significativas palabras al respecto de Josep Pau Ballot:

Gran estimació mereix la lengua catalana, mes per ço no devem los catalans olvidar la castellana, no sols perque es tan agraciada i tan majestuosa que no té igual en les demés llengües, sino perquè és la llengua universal del regne i s’extén a totes les parts del món on lo sol il.lumina.25

En este recuento no faltan voces muy negativas para la catalanidad. Así, por ejemplo, el ya citado Gabriel Casanova afirma:

Pero aquellos famosos catalanes sólo cuidaban de la gloria de sus armas, de la opulencia de su comercio, y, aunque hablasen y escribiesen con precisión y gracia, miraban como ocupación subalterna e inferior a su espíritu marcial e industrioso el trasladar sus acciones a la posteridad, y mucho más el dar preceptos y ejemplos para la pureza de su lenguaje.26

Un juicio muy parecido lo formula Josep Pau Ballot:

Encara que nostres pares se gloriaren més d’il.lustrar la patria amb fets y hassanyes que amb escrits, estimant més obrar com hèroes que parlar com eloqüents.27

Mayor acritud manifiesta, en su Gramática (1753), Josep Ullastra:

Desengañémonos, amigo, en punto a otros conocimientos hemos sido gente de gran provecho, pero en quanto a ciencias siempre hemos sido unos bárbaros, y más que ninguna de las demás provincias de la península. Aun los valencianos mismos nos dexan muy atrás sin embargo de ser colonia nuestra.28

De acuerdo con estas ideas Juan Antonio de Capmany, historiador entusiasta de las glorias pasadas de Cataluña, da por perdida la causa del catalán, y en el prólogo de su traducción castellana del Llibre del Consolat de Mar (Código de las costumbres marítimas de Barcelona, 1791) escribe: «Sería inútil copiarlo en un idioma antiguo y provincial muerto hoy para la república de las letras y desconocido en el resto de Europa».

Dejando aparte posibles exageraciones, es evidente que la autocrítica o el reconocimiento espontáneo de virtudes ajenas es prueba de inteligencia, mientras que el victimismo, fruto de un complejo de inferioridad, es un ideal defensivo, y vivir en la defensiva es ciertamente un ideal bien pobre, como certeramente señala Pio Baroja.29

Lo triste es que, en nombre de las lenguas vernáculas, se han escrito verdaderos disparates. Así, por ejemplo, Otero Pedrayo, en 1932, escribe sin que le tiemble el pulso:

Atendiendo al mandato de la conciencia histórica, podemos asegurar ser mejor una Galicia pobre hablando gallego que una Galicia rica usando otra lengua.30

Y el cuadro de pobreza ideal lo remata Juan Maragall cuando escribe, aunque parezca mentira sin ironía:

Ya se sabe que, más o menos, en toda España se mendiga, pero creo que el tipo más característico, más hermoso, es el mendigo gallego. Hay tal invitación a la piedad en su mirada y en todas sus facciones, una dulzura tan profunda en su voz y en su lenguaje, una compostura tal en todo su gesto y en su traje de mendigo, que lo convierten en irresistible porque parece que ése es su ser, que ha nacido así y que la cara lastimera, la voz suplicante, la mano tendida, fueron puestas por Dios para despertar la caridad.31

Ciertamente, frente a las aberrantes afirmaciones anteriores, lo que quiere el pobre y el mendigo gallego es que le enseñen el español, como lengua de mayor alcance, para poder salir de su pobreza, como lo prueban los miles y miles de emigrantes gallegos a Hispanoamérica, que dejando atrás, para siempre, la lengua gallega, aspiran a hacer mayor o menor fortuna hablando español. El aldeano tiene un natural aprecio a una lengua que le ofrece un modo de comunicación más amplio, que le libera del aislamiento al que le impele el estrecho círculo de la lengua vernácula.

Refiriéndose a otra lengua regional, Unamuno ya hace tiempo afirmaba:

El aldeano, el verdadero aldeano, el que no está perturbado por nacionalismos de señorito resentido, no tiene interés por conservar el vascuence.32

Lengua española es lo que quería el campo. Y esto no es una mera hipótesis. Citaré sólo un ejemplo, que confirma la anterior suposición: Hace más de un siglo, el ayuntamiento del pueblo navarro de Ituren envió un escrito al maestro de la localidad, pidiéndole que dejara de enseñar vasco a los niños y les empezara a enseñar el español.33 Esto podía ocurrir, claro está, en una época en que todavía no se habían difundido perjuicios perturbadores.

En nombre también de las lenguas vernáculas, se han puesto en juego terminologías disparatadas, que hoy día, sin pensar en su significado, todo el mundo utiliza como moneda corriente. Y así se habla con normalidad de «comunidades con lengua propia», haciendo alusión a Galicia, Vascongadas, Cataluña, Valencia y Baleares, lo que quiere decir en español paladino que, si estas comunidades gozan del privilegio de poseer una lengua propia, el resto de las comunidades carecen de lengua propia, es decir, son comunidades mudas o comunidades que se valen de una lengua extraña para entenderse entre sí. No, la realidad es bien distinta: existen en España diecisiete comunidades autónomas que tienen todas ellas una lengua propia, que es el español, y, al margen, hay algunas comunidades que, además de la lengua propia común, poseen otra lengua que es impropia al resto de las comunidades; y esta lengua impropia es la que llamamos lengua vernácula. Pero, la terminología «comunidades con lengua propia» no es inocente; la frase está cargada de segundas intenciones: con ello lo que se pretende es precisamente eliminar la lengua propia, es decir el español, y establecer como única lengua de la comunidad, la lengua vernáculas, pues el ultranacionalismo que está en el poder pide pluralidad al gobierno central pero lo niega donde gobierna. Pero, si se trata de un reto, de un desafío, hay que tener en cuenta que la historia bíblica de David y Goliat ya no se repite.

Lo curioso es, en este caso, que hace pocos meses, con toda inocencia, una ingenua periodista, Gemma Nierga, ante cerca de un millón de manifestantes desveló, con pocas palabras, lo que celosamente tratan de ocultar los ultranacionalistas, cuando afirmó: «Ahora voy a hablar en castellano para que me entiendan todos». Nunca se ha manifestado tan paladinamente la ineficacia del catalán para hacerse entender de todos, frente al español que él sólo cumple la misión encomendada a las lenguas de mayor alcance.

Ahora bien, si los propios catalanohablantes tienen conciencia de la limitación de su lengua regional, ¿por qué la emplean cuando saben que no es asequible a todos? En primer lugar, el empleo de la lengua regional en tales circunstancias supone, ante todo, un desprecio a los oyentes, y es, por tanto, una falta de cortesía, pero es que además es una simpleza el emplear una lengua que se sabe con plena conciencia que no es entendida por todos.

Llegados a este punto, si alguien puede pensar que estoy defendiendo a ultranza la lengua nacional y cree devaluar su significado porque fue la lengua del imperio, ciertamente no me ofendería con su juicio, pues como bien afirma el historiador británico Hugh Thomas: «la construcción del imperio es la hazaña más importante de la historia de España», y naturalmente yo, como español, me siento orgulloso de tal empresa. Ahora bien, lo que yo defiendo ahora, en todo caso, no es una lengua nacional, ni siquiera una lengua unitaria de un imperio, lo que yo defiendo ahora es una lengua internacional, que España comparte, en plano de igualdad, con otras veinte naciones, y es practicada por cerca de cuatrocientos millones de habitantes. Se trata del cuarto idioma más hablado en el mundo y el segundo más utilizado como lengua de comunicación internacional. Ahora bien, si es difícil mantener la cohesión imperial de una lengua, es un privilegio, que a muy pocos atañe, el mantener la lengua como idioma oficial de muchas naciones independientes, como es el caso del español. Esta es, pues, la grandeza y el privilegio de la lengua española.

Volviendo a las lenguas regionales, ante tantos despropósitos, a mi juicio, como hemos visto, quisiera ahora romper una lanza a favor de dichas lenguas.

El gallego, el vasco y el catalán no constituyen un problema, sino que representan una realidad enriquecedora. No se trata de un hecho pasivo, sino activo, que significa enriquecimiento e incremento para España.

Se trata, pues, de realizarse en convivencia pacífica y cordial, sin culpar a nadie, sin inventar enemigos exteriores. Vivir como hermanos era, por ejemplo, el ideal de los catalanes, antes del victimismo y de la actitud defensiva desarrollada a partir de la Renaixença. Antoni de Tudó, al ingresar en la Real Academia de Buenas Letras de Barcelona, ante el proyecto de una importante obra, afirma:

Ésta, Excelentísimo Señor, es la nueva obra del diccionario trilingüe de los idiomas catalán, castellano y latín, tan importante a nuestra nación, no sólo por las ventajas que nos resulta de vivir unidos en semejantes idiomas, sino por la exaltación del nuestro. (la cursiva es mía).

Y más adelante añade:

Dar a luz esta gran obra que, a semejanza de la que ha producido la Real Academia Española, con justa causa podamos vivir como buenos hermanos34 (siguen siendo mía loa cursiva).

Josep Pau Ballot, en el prefacio de su Gramática, se expresa así:

Mes, primeramente, una cosa apar que no pot passar-se en silenci, i és que algú dirà: per a qué voler cultivar la llengua catalana si la de tota la nació és la castellana, la qual devem parlar tots los que nos preciam de verdaders españyols? És veritat. Però, no obstant, és necessari també estudiar los principis de la llengua nativa, la que havem après de nostres mares.35

Es preciso, pues, estudiar también el catalán, no en exclusiva, y, lo que es peor, en contra de la lengua nacional, que, por el contrario, todos los que se precian de verdaderos españoles deben hablar.

Se trata, pues, de aunar, no de dividir. En ese sentido, parece improcedente la propuesta de Jordi Pujol, formulada en el año 1981:

Se dividirá el territorio de España en grandes regiones de limitación natural, por su lengua y por su historia.36

Esta partición de España, que propone Pujol, recuerda la que irónicamente había propuesto, dos siglos antes, José de Cadalso, quien propugna la construcción de un canal en forma de aspa:

Tengo un proyecto para hacer un canal en España, el cual se ha de llamar canal de San Andrés, porque ha de tener la figura de las aspas de aquel bendito mártir. Desde la Coruña ha de llegar a Cartagena, y desde el cabo de Rosas al de San Vicente. Se han de cortar estas dos líneas en Castilla la Nueva, formando una isla, a la que se pondrá mi nombre para inmortalizar al proyectista… Ya tenemos, a más de las ventajas civiles y políticas de este archicanal, una división geográfica de España, muy cómodamente hecha, en septentrional, meridional, occidental y oriental. Llamo meridional la parte comprendida desde la isla hasta Gibraltar; occidental la que se contiene desde el citado paraje hasta la orilla del mar Océano por la costa de Portugal y Galicia; oriental la de Cataluña; septentrional la cuarta parte restante. Hasta aquí lo material de mi proyecto. Ahora entra lo sublime de mis especulaciones, dirigido al mejor expediente de las providencias dadas, más fácil administración de la justicia y mayor felicidad de los pueblos. Quiero que en cada una de estas partes se hable un idioma y se estile un traje. En la septentrional ha de hablarse precisamente vizcaíno; en la meridional, andaluz cerrado; en la oriental, catalán; y en la occidental, gallego. El traje en la septentrional ha de ser como el de los maragatos, ni más ni menos; en la segunda, montera granadina muy alta, capote de dos faldas y ajustador de ante; en la tercera, gambeto catalán y gorro encarnado; y en la cuarta, calzones blancos largos, con todo el restante equipaje que traen los segadores gallegos. Item, en cada una de las dichas, citadas, mencionadas y referidas cuatro partes integrantes de la Península, quiero que haya su iglesia patriarcal, su universidad mayor, su capitanía general, su chancillería, su intendencia, su casa de contratación, su seminario de nobles, su hospicio general, su departamento de marina, su tesorería, su casa de moneda, sus fábricas de lanas, sedas y lienzos, su aduana general.37

Pero, frente a un intento de división de España, la verdadera razón por la que los españoles deciden vivir juntos es el pacto vital y político, es la ley y la Constitución, no la raza, el territorio o la lengua.

En esta falsa España heterogénea, se pretende en la actualidad imponer la lengua vernácula, lo que ha dado en llamarse inmersión lingüística. Pero, en defensa del catalán, quiero poner de relieve los resultados funestos para las lenguas regionales de tales procedimientos. Sobre una castellanización, ya muy profunda, del catalán peninsular la inmersión lingüística no hace sino acentuar la tendencia castellanizante.

Desde mi catalanidad mallorquina quisiera puntualizar estas afirmaciones. El mallorquín, como es sabido, representa, respecto al catalán peninsular (y especialmente de los núcleos de población más importantes), una variante conservadora y, por tanto, muy pura del catalán prístino. Las notables diferencias fonéticas y morfosintácticas y léxicas que separan una variante de la otra se deben, por lo general, no a innovaciones del mallorquín, sino a nuevas formas recreadas en la Península. De ahí, que a un catalán peninsular le resulte difícil entender el mallorquín. Pero, a estas circunstancias se suman numerosos barbarismos que el catalán peninsular ha ido incorporando, alejándose así del catalán originario o del mallorquín. Citaré a continuación algunos ejemplos que pueden ser comprendidos con facilidad. Tales ejemplos están tomados de la realidad actual; son voces o expresiones, que he oído en la televisión; pronunciadas por catalanistas conocidos, como Jordi Pujol, Narcís Serra, Durán Lleida o Pasqual Maragall. Así, al castellano buscar corresponde el mallorquín cercar, concordante con el francés chercher; pues bien, a Pujol le he oído decir «buscar lo millor». Excuso decir, que, desde mi catalanidad mallorquina, cuando oigo una voz semejante me rechinan los dientes igual que si oyese a un supuesto hablante francés algo así como «busquez la femme», en lugar de «cherchez la femme». Es cierto que buscar es un castellanismo muy antiguo del catalán (aunque nunca introducido en Mallorca), pero eso no quiere decir sino que la presión del castellano se deja sentir en el catalán peninsular desde muy temprano.

Como confirmación de esta progresiva castellanización de Cataluña, añado otras voces pronunciadas por los catalanes antes mencionados, y que se oponen a las de mi catalán mallorquín. Estas voces las cito a continuación, según el orden de mis notas, y sin otra aclaración, teniendo en cuenta que cito primero la forma de los catalanes y a continuación la de mi catalán de Mallorca, con la única abreviatura precedente mall.: depressa ‘deprisa’ ~ mall. aviat; preferir ~ mall. estimar¸ porquería ~ mall. brutor; gerro ‘jarro’ ~ mall. pitxer; nausea ‘asco’ ~ mall. oi; solter ‘soltero, célibe’ ~ mall.fadrí; admirar ~ mall. fer mirera; sofocar ~ mall. acubar; desmaiarse ~ mall. s’acuba; montar (en caballo, en coche) ~ mall. colcar; gabinet ~ mall. lligador; encontrar ~ mall. trobar; mal geni ~ mall. geni curt; conduir ‘conducir’ ~ mall. menar; gat ‘gato’ ~ mall. moix (gat en mallorquín es ‘borracho’); enter ‘entero’ ~ mall. sencar; sol ‘suelo’ ~ mall. trespol; bodega ~ mall. celler; amasar ~ mal. pastar; dintre ~ mall. dins, de dins; petició ~ mall. demanda; compromoter ~ mall. comprometre (téngase en cuenta que aquí, en Cataluña, se suprime la característica conjugación en -ere con e larga y acentuación en la desinencia); quedar ~ mall. remandre, restar; mirar ~ mall. guardar; alcalde ~ mall.bal.le; diner ‘dinero’ ~ mall.doblers; tard ‘tarde’ ~ mall. horabaixe, capvespre; tenir ganes de manjar ~ mall. tenir talent; ab mi ~ mall. ab jo; preguntar ~ mall. demanar; bufetada ~ mall. galtada (galta ‘carrillo’); provar ‘probar, catar’ ~ mall. tastar; pegar ‘azotar’ ~ mall. atupar; córrer ~ mall. fer vía; de seguida ‘en seguida’ ~ mall. tot d’una; tenda ‘tienda’ ~ mall. botiga; perseguir ~ mall. encalçar; pesat ‘pesado’ ~ mall. feixuc; picant ~ mall. cohent; nodrissa ~ mall. dida; terrible, horrorós ~ mall. ferest; oir ~ mall. sentir; mosso ~ mall. missatge; fei ‘feo’ ~ mall. lletj; sentar ~ mall. seurer; que hora és? ~ mall. quina hora és?, etc.

Basten estos ejemplos, recogidos al azar, para poner de relieve la profunda castellanización del catalán peninsular, y la diferencia sustancial respecto al mallorquín, que representa un catalán conservador. Es obvio, por todo ello, que, desde mi catalanidad mallorquina, el catalán hablado hoy día en la Península se me presenta casi como una lengua criolla.

Ante circunstancias tan añejas y tan actuales, quisiera defender mi lengua catalana, sin excluir, naturalmente, como afirmaba Despuig, «la española que en toda Europa se conoce». Y para ello es preciso, ante todo, mantener a toda costa un riguroso bilingüismo, que ofrece notables ventajas. En primer lugar, un conocimiento perfecto de las dos lenguas permite tener plena conciencia de las características peculiares de cada registro, evitando las interferencias de uno y otro, ineludibles cuando uno o, lo que es peor, cuando los dos códigos lingüísticos son sólo parcial o imperfectamente conocidos. Por otra parte, un sano bilingüismo, que proporciona al hablante una mayor riqueza gramatical, fonológica o léxica, le permite a quien lo practica, con más facilidad que al monolingüe, la adquisición de nuevas lenguas. Si el nacido hoy día en territorio de lengua catalana puede gozar del don del bilingüismo, si puede crecer de forma bilingüe, no le arrebatemos esa realidad enriquecedora, imponiéndole un uso monocorde, en detrimento además de una lengua de alcance internacional.

Cuando se produce en un medio lingüístico determinado una inmigración minoritaria, puede llevarse a cabo, con ciertas posibilidades de éxito, una asimilación lingüística; pero, cuando la inmigración, como ocurre en Cataluña, es masiva, evidentemente la asimilación es mucho más problemática. Intentar, a través de una política de inmersión lingüística, que todo castellano-hablante, residente en Cataluña, chapurree el catalán —sin duda, la máxima aspiración posible— evidentemente, a mi juicio, no favorece en nada el mantenimiento del catalán correcto y su necesario ennoblecimiento; por el contrario, contribuye, no sólo a perpetuar y afianzar los ya numerosísimos castellanismos de los catalano-hablantes, sino que los incrementará en grado sumo.

Mi experiencia mallorquina confirma tales supuestos. Frente al catalán peninsular, que voluntariamente y desde el siglo xvi, viene castellanizando su lengua, el mallorquín culto se siente orgulloso de hablar correctamente el español a la par que mantiene nítidamente, sin interferencias ajenas, su lengua vernácula, lo que garantiza, sin duda, una situación de armonía ideal, dando lugar a una especialización funcional de las dos lenguas empleadas, utilizando en determinadas situaciones una lengua, y, en otros momentos, la otra, de forma que las dos lenguas diferentes cumplen funciones distintas en la vida de los hablantes bilingües mallorquines, pero manteniendo, en todo momento, las dos lenguas el mismo status social, sin que ninguna de ellas, como ocurre en el gallego, el vasco o el valenciano, esté relegada a un estrato socioeconómico bajo. En ningún caso, pues, el empleo de las lenguas vernáculas deberá entenderse en términos de contraposición al español, pues se desarrollan en planos diferentes que se enriquecen mutuamente. Lo que resulta improcedente es utilizar dos lenguas distintas para un mismo fin, pues, al renunciar al elemental principio de economía lingüística, se produce un choque en el que se impondrá, a la larga y necesariamente, la lengua de mayor alcance.

Por otra parte, está demostrado que el bilingüismo favorece niveles deseables: Un estudio longitudinal sobre los efectos de determinados programas, llevados a cabo en Estados Unidos en el otoño de 1970 y en la primavera de 1972, puso de relieve que los niños mejicanos escolarizados de forma bilingüe resultaron más competentes en inglés que otros niños mejicanos procedentes de otra escuela de Redwood City, que sólo recibían clases en inglés, porque en el primer caso se evita el rechazo, aunque sea inconsciente, de la lengua supuestamente dominadora.

La lengua española, en resumen, es una lengua internacional, por el inmenso número de hablantes y de países que la tienen como propia fuera de España, y por constituir en todas las naciones civilizadas la segunda o tercera lengua, mientras que las lenguas regionales se hallan recluidas en la intimidad de sus fronteras locales, lo que, sin duda, les confiere una especial carga afectiva, como lengua entrañable de la vida familiar, como lengua poética o como lengua, para el creyente, de la relación con Dios, frente a la frialdad que representa, en ocasiones, la lengua común de la administración o de las relaciones sociales externas.

Y así deben caminar las lenguas de España, sin excluirse una a otra, en estrecha relación y admiración mutua.

Si los poetas catalanes admiran la literatura castellana, no es menor la admiración por las letras catalanas que se manifiesta desde el resto de España. Así, por ejemplo, cuando el capellán de Felipe II hace reimprimir las obras de Ausías Marc, en la dedicatoria a D. Gonzalo Fernández de Córdoba, manifiesta:

Parecióme gastar tiempo… por comunicar a mi patria una obra tan provechosa, llena de preceptos de bien vivir, conservar y morir en la cual como en un claro espejo está representada toda la razón de la vida humana. Júntase con esto estar todo este libro lleno de muy graciosas y elegantes dichos con mucha hermosura y elegancia. No quiero decir cada uno lo que podrá leer, las muchas y muy graves sentencias que mezcla, los muy agudos dichos de que usa, las muy ingeniosas fábulas que introduce, los muchos lugares que en medio de la filosofía saca, pareciendo Platón en el Convivio de amor, en los Cánticos de amor, y a Aristóteles, en los Cánticos morales, y a Cicerón en las Tusculanas cuestiones, en los Cánticos de muerte, y a otros muy graves autores, señalándose más admirablemente de lo que se puede decir en muy frecuentes comparaciones que son luz y ornamento de la obra. Finalmente, usa de tanta templanza en lo que escribe que ni en las cosas graves se detiene ni en los dichos agudos es demasiado ni en las fábulas enojoso, de donde espero que los lectores se deleitarán mucho en la variedad de cosas que aquí se tratan, y que pararán presos de la dulcedumbre de la doctrina y saludables avisos, y de esta manera pienso no será del todo perdido el trabajo que de mi parte he puesto, pues he abierto un camino para que nuestros castellanos puedan allegarse a leer tan buena lección.

Y seducido y cautivado Jorge de Montemayor por la obra de Ausías Marc, compuso el siguiente soneto:

Divino Ausías que con tan alto vuelo
tus versos a las nubes levantaste
y a España en tanto grado sublimaste,
que Esmirna y Mantua quedan por el suelo;
con alta erudición, divino celo,
en tal grado a tu musa aventajaste,
que claro acá en la tierra nos mostraste
la parte que posees en el cielo.
No fue Minerva, no, la que ayudaba
a levantar tu estilo sobrehumano,
ni hubiese menester al rojo Apolo.
Espíritu divino te inspiraba,
el cual así movió tu seso y mano
que fuiste entre los hombres, uno solo.

Pues tanta estimación y aceptación merecieron siempre las lenguas vernáculas en toda España.

Notas

  • 1. R. LAPESA, «Tendencias en la normalización del asturiano medieval», en Estudios y trabayos del Seminario de Llingua Asturiana, II, Oviedo, 1979.Volver
  • 2. E. ALARCOS, «El español: multinacional lingüística», en Las lenguas de España, Fundación El Monte, Sevilla, 1996, pp. 299-300.Volver
  • 3. Citado por J.R. LODARES, El paraíso políglota, Madrid, 2000, p. 131.Volver
  • 4. Texto citado por MARTÍN DE RIQUER, Història de la Literatura Catalana, III, Barcelona, 1964, p. 592.Volver
  • 5. Texto citado por JOHN H. ELLIOTT, España y su mundo, 1500-1700, Madrid, 1990, p. 103.Volver
  • 6. M. DE RIQUER, Història de la Literatura Catalana, III, Barcelona, 1964, p. 578.Volver
  • 7. Véase JOAQUÍN ARCE, España en Cerdeña, Madrid, 1960, pp. 141-191.Volver
  • 8. Diálogo de la lengua, edición y notas de José F. Montesinos, «Clásicos Castellanos», Madrid, 1940, p. 33.Volver
  • 9. R. LAPESA, Historia de la lengua española, 9ª ed., Madrid, 1981, p. 299.Volver
  • 10. Véase M. DE RIQUER, Història de la literatura catalana, III, p. 592.Volver
  • 11. Citado por F. FELÍU et al., Tractar de nostra llengua catalana, Gerona, 1992, pp. 91-92.Volver
  • 12. El siglo decisivo: Barcelona y Cataluña, 1550-1640, Madrid, 1998.Volver
  • 13. J.L. MARFANY, «Decadència», artículo publicado en J. MOLAS y J. MASSOT (dirs.), Diccionari de la literatura catalana, Barcelona, 1979, p. 197.Volver
  • 14. M. DE RIQUER, Història de la literatura catalana, III, Barcelona, 1964, p. 576.Volver
  • 15. Citado por R. MENÉNDEZ PIDAL, «El compromiso de Caspe, autodeterminación de un pueblo», en Historia de España, XV, p. CLVII, nota 291 bis.Volver
  • 16. Las apologías de la lengua castellana en el Siglo de Oro, selección y estudio de JOSÉ FRANCISCO PASTOR, «Los clásicos olvidados», VIII, Madrid, 1929, p. 124.Volver
  • 17. Texto citado por MANUEL PEÑA, Cataluña en el Renacimiento: libros y lenguas, Lérida, 1996, p. 278.Volver
  • 18. Texto tomado también de MANUEL PEÑA, Op. cit., pp. 288-289.Volver
  • 19. Véase F. GONZÁLEZ OLLÉ, «El largo camino hacia la oficialidad del español en España», en MANUEL SECO y GREGORIO SALVADOR (coords.), La lengua española, hoy, Madrid, 1995, p. 46.Volver
  • 20. Véase F. FELIU et al., Tractar de nostra llengua catalana. Apologies setcentistes de l’idioma al Principat, Gerona, 1992, p. 157.Volver
  • 21. Véase M. DE RIQUER, op. cit., III, p. 576.Volver
  • 22. Citado por R. MENÉNDEZ PIDAL, «El lenguaje del siglo xvi», en Cruz y Raya, 15 de Septiembre de 1933. Publicado posteriormente en La lengua de Cristóbal Colón, «Colección Austral», Madrid, 1942, p. 53.Volver
  • 23. F. FELIU et al., op. cit., p. 51.Volver
  • 24. F. FELIU et al., op. cit., p. 175.Volver
  • 25. F. FELIU et al., op. cit., p. 201.Volver
  • 26. F. FELIU et al., op. cit., p. 172.Volver
  • 27. F. FELIU et al., op. cit., p. 182.Volver
  • 28. J.M. MIQUEL I VERGÉS, La filologia catalana en el període de la decadència, Barcelona, 1989, p. 167.Volver
  • 29. Divagaciones apasionadas, nueva edición, Madrid, Caro Raggio, 1985, p. 72.Volver
  • 30. R. OETRO PEDRYA, Morte e resurreición, Orense, 1932.Volver
  • 31. Citado por J.R. LODARES, El paraíso políglota, Madrid, 2000, p. 196.Volver
  • 32. Citado por F. GONZÉLEZ OLLÉ, «El establecimiento del castellano como lengua oficial», en Boletín de la Real Academia Española, CCXIV (1978), p. 225.Volver
  • 33. Citado por J.R. LODARES, El paraíso políglota, Madrid, 2000, p. 77.Volver
  • 34. Para este párrafo y el anterior, véase F. FELIU et al., op. cit., pp. 161 y 165.Volver
  • 35. F. FELIU et al., op. cit., p. 185.Volver
  • 36. JORDI PUJOL, Catalanes en España, Barcelona, Generalidad de Cataluña, 1981, p. 25.Volver
  • 37. JOSÉ DE CADALSO, Cartas marruecas, ed. de Emilio Martínez Mata, Barcelona, Crítica, 2000, pp. 93-95.Volver